Seamos honestos: Dios es un poquito nazi. Basta con leer la Biblia. Hay pocos textos en el mundo más abiertamente antisemitas. Los judíos siempre son malos, crueles, ambiciosos, usureros, y quedarían perfectos en una película del Ministerio de información de Goebbels.
Y por cierto, hay pocos libros en que las mujeres estén reducidas tan claramente a las tareas domésticas y reproductivas. Las mujeres de la vida de Cristo, sin ir más lejos, refuerzan los mitos machistas más rancios: María, la Virgen, y Magdalena, la Puta. Durante siglos, la educación cristiana ha inculcado a sus varoncitos esos dos modelos de mujer, de los cuales ellos deducen que están autorizados a acostarse con todas las que puedan pero tener hijos sólo con una, y en cambio, ellas deben escoger entre divertirse y quemarse en el infierno o tener hijos. No disponen de un casillero 3.
Concientes de que la Biblia se pasa un poco de la raya, un grupo de 42 teólogas y 10 teólogos alemanes mayoritariamente protestantes han elaborado una nueva versión de la Biblia que la despoja del sesgo macho-chauvinista discriminatorio que ellos atribuyen a sus anteriores traductores, atenuando y suavizando algunas afirmaciones demasiado contundentes y que puedan herir susceptibilidades. Una Biblia políticamente correcta, digamos, según los criterios del siglo XXI.
Ahora bien, la nueva traducción no parece mucho más sensata que la tradicional.
En el nuevo texto, en vez de llamar a Dios “Él” se le llama indistintamente “Él” o “Ella”, “El Eterno” o “La Eterna”, “El Santo” o “La Santa”, con el probable resultado de que nadie se entere de quién cuernos están hablando. Es cierto que la palabra hebrea para Dios es neutral, pero las particularidades lingüísticas del alemán obligan a determinar el género gramatical, convirtiendo al pobre Dios, en el mejor de los casos, en una especie de hermafrodita.
Lo mismo ocurre con los apóstoles, que figuran acompañados de “apostolinas” para reducir la carga discriminatoria implícita en que Jesús haya querido a su lado sólo a chicos. Yo voto por establecer una ley de cuotas y nombrar chicas al menos a un tercio de ellos: así, la cosa quedará compensada con sólo introducir a Juana, Petra, Tomasa y Santiaga (por cierto, hay que hacer algo con este nombre horrible, quizá cambiarlo por Guillermina).
Todas esas modificaciones y reinterpretaciones han sido decididas por sectores progresistas de la Cristiandad, tratando de acercar el texto a las preocupaciones de hoy en día, y por lo tanto, de acercar a la Iglesia a un montón de gente que no quiere saber nada de ella. Ahora bien ¿Es eso lo que salvará el mensaje bíblico, sea el que sea? ¿Quedaría mejor aún si cambiásemos algún mandamiento por una ley de igualdad gay? ¿O con un capítulo sobre la inmigración latinoamericana?
Recuerdo que el teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez –el único cuyos sermones he escuchado por voluntad propia y no por obligación familiar- proponía leer la Biblia como si fuese literatura. Cuando leemos una novela, no esperamos que sea verdad todo lo que nos cuenta o que esté expresado desde un punto de vista autorizado. Solo leemos historias que nos hablan de los hombres y su relación con lo trascendente. Y al hablarnos de eso, nos hace pensar al respecto. Creo que ese tipo de lectura puede interesarle incluso a un ateo. Quizá la gente se acercará más a las iglesias católica o protestante cuando sienta que dice algo sobre su vida, algo que por lo visto sí sienten miles de personas en otras confesiones, desde los evangélicos hasta la estrambótica “Pare de sufrir”. Hasta que eso ocurra, da lo mismo que Dios hable como el director de una ONG o como un homófobo empedernido, porque nadie estará escuchando.