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¿Quién determina el canon artístico?

Por 5 de octubre de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

Hace poco más de cien años se fundó en Düsseldorf una agrupación de pintores, coleccionistas y responsables de museos conocida como Sonderbund (liga extraordinaria). Sus objetivos confesos eran una nebulosa de tópicos sobre el fomento de las actividades artísticas y la interactuación de artistas y público. Su misión específica, en cambio, era hacer pública una situación factual que, pese a su sencillez, hasta entonces solo era intuida por los propios fundadores: el mercado establecía, sin posibilidad de réplica ni de recurso a mayor instancia, la valía de las obras de arte.
 
La Sonderbund organizó cuatro exposiciones y murió de éxito. En efecto, la cuarta de ellas, llevada a cabo en 1912, en la llamada Puerta de Aquisgrán de la ciudad de Colonia, fue un evento histórico que permitió la disolución de la liga. En apariencia, se trataba de acercar a la Alemania conservadora y desinformada la moderna arte pictórica, eso que ahora llaman últimas tendencias. De hecho, era una exhibición de poderío y mercadotecnia: vean cuáles son los mejores, más caros, venerados y codiciados cuadros de la actualidad, y sépase que si alguno de estos aún no tenía ese estatus, lo tiene desde este instante. El objetivo ornamental de escandalizar a los buenos burgueses: “¡Esto no es arte!” —dijo Roosevelt cuando la exposición fue a Nueva York— se consiguió con la buena voluntad de todos. El objetivo real de hacer de público conocimiento la no tan nueva pero aún no proclamada situación de facto se impuso con todavía mayor contundencia.
 
Se expusieron 650 cuadros, 130 de Van Gogh, 26 de Cézanne, 25 de Gauguin, 32 de Munch (entre ellos el de arriba: “Amor y Psique” de 1907) y 16 de Picasso. En términos de manual, el espectro iba desde el postimpresionismo hasta los jóvenes pintores del Jinete Azul, que se había fundado en 1911, menos de un año antes.
 
Van Gogh, Cézanne y Gauguin figuraban como héroes y padres ya legendarios (su nombradía apenas databa de una década atrás) de la pintura moderna. El expresionismo ocupaba el meollo mismo de la sección contemporánea. Estaban, entre otros, Kandinsky, Kokoschka y Matisse. Por primera vez, se descartaba la abstracción porque ya no era “progresista”. Paredes blancas, fondos negros y colgantes al mismo nivel, con mobiliario de sillas de mimbre, configuraban una novedad en la forma de exponer que dieron a la Exposición Sonderbund , organizada en seis meses escasos del año del Titanic, la categoría de piedra miliar en el desarrollo del moderno mercado del arte.
 
El museo Wallraf celebra ahora el centenario con una exposición que titula “1912 – Mission Moderne”. Con ímprobos esfuerzos que han durado años se ha conseguido reunir la sexta parte de la muestra original. Un motivo poderoso es el estatus alcanzado por las obras que ha sido preciso rastrear por coleccionistas privados y museos de todo el mundo. Muchas de ellas tienen una agenda apretada que les impide estar en Colonia. Gauguin, por ejemplo, estará en el Thyssen. Otro motivo de no menos fuerza es que bastantes de las pinturas han desaparecido o se destruyeron en las guerras y otras bellas artes que prodigó el difunto siglo.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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