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¿Qué se creen esos yanquis?

Por 25 de junio de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

El domingo pasado distinguieron a Sloterdijk con el premio Ludwig Börne que reconoce anualmente al autor de expresión alemana que haya despachado el más notable trabajo en los campos del ensayo, la crítica y el reportaje. El jurado lo reconoció como el ensayista alemán más destacado desde Nietzsche a esta parte. No sé si fue la escasez del piropo, o que los americanos no le hacen caso, la cosa fue que en su sermón de agradecimiento el divo chorreó arrogancia y resentimiento antiamericano hasta enfadar a la parroquia. Habló de los atentados del 11-S con el rancio sonsonete de que fue una cosa pelín malvada pero hay que ver cómo se lo merecen, cuánto exageran y cuántisimas cosas mucho peores hacen los viles yanquis. Todas las frases relativas al ‘nine eleven’, como Sloterdijk lo llama, quizá para evitar expresiones como ataque terrorista o similar, llevaban su introducción concesiva, seguida de la correspondiente adversativa encabezando la perorata doctrinaria sobre el malvado americano.
 
Parece que Sloterdijk se ha enterado de la gran novedad wiquipédica de los hemisferios cerebrales, aquello del lado derecho que es afectivo y generalizador, mientras el izquierdo se conduce de manera analítica y distanciada, y ahora postula una “izquierda neurológica que ponga veto intelectual  al irreflexivo despliegue militar de los hemisféricos de derechas”.  Atacar a los talibanes o vigilar el flujo de datos privados no son consecuencias de decisiones racionales ni opciones políticas meditadas, sino reflejos preconscientes de colectivos desmadrados por manipulaciones mediáticas que convierten la pulga representada por un par de terroristas dudosos en el elefante de un auténtico enemigo.
 
En Estados Unidos, dice, se ha llegado a “una asimilación al enemigo, un enemigo que existe en realidad, pero que la imaginación seguradicta agiganta en una escala de uno a cien mil”. Por lo visto, se trata de una sociedad sado-masoquista que se excita con su propio dolor. La fórmula “guerra al terror” es puro marketing viral procedente del laboratorio del Pentágono y enferma los hemisferios cerebrales de quien la usa, como esas “poblaciones maltratadas con el miedo político” que consienten el “terrorismo de Estado”. Según cálculos sloterdijkianos, “el 99 % de todas las acciones terroristas en el siglo XX fueron a cuenta del terrorismo de Estado”. Lo que antes fue Goebbels, son ahora Bush y Obama. Lo que hacían los stukas sobre Ucrania, lo hacen los drones sobre Afganistán.
 
Sloterdjik habla de “motivos falsificados”, “obstinación antiislamista” y de “matones enemigos de la reflexión, drones que, como cráneos huecos no tripulados, hacen sus vuelos de reconocimiento sobre el espacio libre del pensamiento, y siguen en acción, y no cejan en su labor de envenenamiento rabioso”. Ahí endosó una indirecta contra los judíos. El envenenamiento de pozos de abastecimiento es uno de los más viejos tópicos antisemitas. Hay que tener en cuenta que el Börne que da nombre al premio era judío y que también lo es Henryk M. Broder, galardonado en 2007, que anunció la devolución del suyo, como protesta por la concesión a Sloterdijk y porque dijo no querer pertenecer a un círculo que admite en su seno a quienes ostentan comprensión con los terroristas y restan importancia a asesinatos masivos como el 11-S. El mismo Broder había devuelto, o más bien anunciado que se disponía a devolver el premio en 2010, protestando contra Alfred Grosser y su versión minimizadora de los pogromos. En consecuencia, el señor Gotthelf, de la fundación Börne, ha anunciado un cambio en el reglamento del premio que inhabilite al premiado para proclamar su devolución más de dos veces.
 
El filósofo ha seguido adulando al auditorio al segurar que su reflexión en el sentido de que “en el proceso de la democracia, uno es responsable también de sus enemigos”, traducible como “ustedes se lo buscaron, yanquis”, era demasiado complicada para explicarla in situ. En otros pasajes dejó caer su desprecio del proceso democrático que, a su parecer, consiste en excitar mediáticamente a la plebe soberana. En resumen, yo soy un filósofo, cosa que excede las entendederas de ustedes, y, por otra parte, los votantes son demasiado necios para votar como es debido.
 
Al final, propuso un tratamiento contra el estancamiento económico y la obsesión belicista neurotizada con su manía de la seguridad: una remodelación de las fronteras orientales americanas, el sacro imperio romano germánico, la unión trasatlántica, en fin, la sopa de ajo. Es de temer que el origen de todo esto sea que los malvados yanquis, lejos de incluir a Foucault, Derrida, Heidegger o Adorno (o Sloterdijk) en los programas de las facultades de filosofía, los menosprecian como “continental theory”, para distinguirlos de la filosofía analítica anglosajona, y claro, eso sí que es terrorismo y arrogancia.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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