Nafarroísimo
Navarra deriva del vasco ‘nabarra’ (multicolor, abigarrado, variopinto, mestizo, mixto, jaspeado y todo en ese plan). En la antigüedad ‘navarros’ eran los de la comarca entre Deio y Urbasa, luego se juntaron con los pamploneses, y como mínimo ya para el año 1000 (sponda Navarrensis) el nombre se había generalizado y aparece con su grafía actual de Navarra.
Naffarroa, en cambio, es un neologismo del clérigo calvinista Leiçarraga (1571), se trata de la transcripción toscamente fonética del francés ‘navarroi’. El clérigo se lo sugiere a Jeanne d’Albret la reina conversa: se trata de renombrar Navarra y convertirla al calvinismo, involucrándola en las guerras religiosas francesas del siglo XVI. Naffarroa fue un término ideado desde el fundamentalismo y el furor didáctico, y lo chistoso es que hablando en castellano funciona como santo y seña del converso vascojonado (uy perdón, quería decir vascojonudo, dícese del vasco con más conmilitones, y no vascojonado, dícese del vasco temeroso de no dar la talla).
Esto porque, con las elecciones, aquí en Navarra retumba el nafarroísimo. Navarrísimo fue el slogan del rancio calderete, Nafarroa es la estrella amarilla en la punta de la lengua.
Entretanto resulta que la única persona a la altura del momento político es la Chivite. Ha estado sensata en todo lo que ha dicho. Tendría que postularse la moza como presidenta de un gobierno navarro formado por independientes que no tuvieran ánimo didáctico, y el mínimo nafarroísimo posible, que cansa mucho, y doctrinarios no, bases fuera. No sé si le votarían de ninguna de esas dos facciones que entretanto la requieren para que les vote a ellas, pero al menos oiríamos algo político siquiera un rato.