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Hoy inventaremos la rueda

Por 12 de agosto de 2010 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

A veces, en una palabra de una lengua antigua, se entrevé el reverbero de la luz de días que pasaron hace miles de años. El otro día decíamos que “temen” era el cono o prisma de arcilla con inscripciones y, por extensión, el depósito fundacional enterrado bajo los cimientos, y hasta el propio templo edificado encima. Pero, esa palabra tan longeva en sus avatares que ha llegado hasta el actual “templo”, ¿no podría revelarnos algo más de la técnica de construcción y del paisaje de aquella marisma mesopotámica, si intentamos remontarnos más allá de ese prisma con inscripciones, a una época donde aún no se escribía, pero la misma palabra “temen” hubo de ser importante y significativa?

El Tigris y el Eufrates, los dos grandes cauces fluviales que enmarcan la llanura mesopotámica, trazan un amplio movimiento convergente que culmina a la altura de Bagdad, aproximadamente en el paralelo 33, que se hizo famoso hace unos años, cuando los norteamericanos prohibieron a los aviones iraquíes sobrepasarlo hacie el sur. A partir de ese punto, los dos ríos se distancian  y vuelven a reunir a lo largo del último tramo de sus cursos, y delimitan el territorio oblongo de Mesopotamia (“entrerríos”), que mide casi 500 km de norte a sur, por 160 de este a oeste. En los últimos 350 km de ese curso inferior del Tigris y el Eufrates, el declive del terreno apenas alcanza un metro por cada 26 km. Como consecuencia, el cauce de los ríos tiende a fragmentarse en ramales que se esparcen por la llanura aluvial y vuelven al final de un trayecto más o menos paralelo a la corriente principal. En la época sumerio-acadia, esos ramales creados por los ríos y otras derivaciones hechas por el hombre se explotaron para el riego de cultivos.

El régimen de crecidas provocaba catástrofes. Los ríos rebasaban sus cauces y desahogaban el exceso de caudal por toda la llanura, convirtiéndola en una marisma intransitable. Sólo emergían de las aguas las colinas artificiales formadas por los residuos acumulados por las poblaciones que se sucedían en el mismo lugar a lo largo de milenios. A semejanza del Nilo, también el Tigris  y el Eufrates dejaban capas de barro de elevado potencial productivo, pero la falta de cauce profundo hacía necesario defenderse de las avenidas mediante la elevación del suelo habitable. Los agricultores mesopotámicos no podían esperar las benéficas crecidas anuales, como los egipcios, sino anticiparse a todas y domeñar el agua. La agricultura se desarrolló en los islotes emergentes de la marisma, donde el suelo original era resultante de la transformación en humus de las plantas del pantano.

La tradición literaria expone en los relatos de la creación la forma en que se desarrolló la civilización en aquel entorno. En el número XIII de la colección de textos cuneiformes del British Museum, se relata en sumerio con glosa acadia: “Una casa para los dioses en lugar sagrado no había sido levantada. No había surgido la caña, el árbol no había sido creado. El adobe no había sido puesto, su molde no se había fabricado. La casa no había sido construída, ni la ciudad edificada, ningún ser vivo había en ella. La totalidad de los países era agua. Entonces fue creada Eridu, fue edificado su gran templo. El dios Marduk montó un armazón de cañas sobre el agua. Creó el polvo y formó un bloque con él.”

Se ve que, como primera providencia, hubo que fabricar la tierra habitable para establecer un lugar seco en medio del agua circundante. La arqueología muestra que los restos de antiguos lugares poblados se establecían sobre capas de arena y humus de limo y materias vegetales, que alternaban con estratos de cañas entrecruzadas, como grandes esteras. Los primeros habitantes levantaron sus chozas de cañas sobre un suelo tapizado de juncos entrecruzados, formando una terraza que aislaba las viviendas de la marisma. La costumbre de erigir el templo sobre una elevación artificial del terreno arraiga en los orígenes mismos de la civilización mesopotámica.

Un rasgo propio de su arquitectura era el emplazamiento de las famosas torres escalonadas, que se asentaban sobre altiplanos o terrazas artificiales de dimensiones gigantescas, designadas mediante el ya conocido vocablo sumerio “temen”, aquí con el significado de terraplén. No es una conjetura arriesgada suponer que ése es precisamente el significado primario, muy anterior a la escritura, y que las acepciones de inscripción enterrada y depósito fundacional fueron secundarias. Toda edificación, grande o pequeña, precisaba un “temen”, una cimentación previa elevada sobre el nivel del agua.

Una gran labor de terraplenado en una llanura sin límites puede parecer carente de sentido, pero justo en esa planicie desprovista de accidentes del terreno capaces de preservar a los habitantes de la amenaza constante de las avenidas era vital suplir esa carencia con relieves artificiales. Más adelante, el peligro no venía tanto de las riadas, como de las roturas de diques realizadas por los invasores o por los propios naturales del país, que se defendían al estilo holandés, muchas veces a costa de arrasar los propios campos y poblaciones.

También los caracteres pictográficos de la escritura más primitiva muestran la casa sumeria emplazada sobre una plataforma. Ahora está por ver si esta forma de investigación tiene alguna posibilidad, en el caso de enfocarla a uno de los descubrimientos que más influjo ha ejercido en la historia de la humanidad, la rueda.

La primera dificultad es que el termino sumerio correspondiente a rueda es “dubbin”, que tiene como significado primario “garra”. En la versión ideográfica más antigua conocida del término, que se encuentra representada en los caracteres cuneiformes de la época de Fara (hacia el siglo XXVIII a. C., ver dibujo de arriba), se hace evidente la representación de una mano o garra, todavía con cierto aire picassiano, pero a punto de estilizarse tanto que su traza ideográfica empieza a diluirse en la abstracción cuneiforme, donde ya se trata de expresar los sonidos de las palabras, olvidando que los signos empleados sugieran por su propia plasticidad la idea correspondiente.

¿Cómo se pasa de la garra a la rueda? Podríamos echar un vistazo a los significados de “dubbin”, que suelen depender del complejo verbal adjunto, eso que los entendidos llaman contexto. Uña, garra, pezuña y pie de cama o mesa, parecen significados de comprensión evidente. También el hocete, instrumento cortante que tanto vale para rapar a humanos y bestias, como para vendimiar o injertar. Y del cruce de dos hocetes nació la podadera, madre de la tijera. Lo mismo que las herramientas del trabajador de metales, como el punzón, el estilete o las tenacillas; y las garras de la nave, representadas por las cuadernas de refuerzo colocadas en la parte inferior de la carena de las embarcaciones. Pero que “dubbin” pueda significar rueda y por extensión carro parece menos evidente.

Las lenguas semíticas presentan una nomenclatura del carro que es de tipo secundario, o sea, no basada en la morfología del artefacto, sino vinculada con la idea de “andar” o “correr”. Así, todas ellas, desde el acadio hasta el ugarítico, el siriaco, el hebreo y el árabe, nombran al carro con el radical rkb, que significa correr o cabalgar. Lo mismo sucede con el “carrus” latino, que viene, igual que el verbo “curro” (correr), de una raíz indoeuropea reconstruída como “kers”, y de la que también proceden el alemán “Ross” y el inglés “horse” (caballo). Eso sugiere que los antiguos hablantes semíticos e indoeuropeos describían la principal prestación del carro, pero no su esencia. O sea, que no lo inventaron.

El dibujo del carro de cuatro ruedas discoidales, o sea, sin radios, aparece como carácter gráfico en las tabletas sumerias más antiguas, datadas alrededor del 3.500 a. C. En ellas, se hace patente que el carro hubo de ser una evolución del trineo, si se comparan las representaciones de ambos en la escritura, para lo que se sugiere un benévolo vistazo al dibujo de arriba.

El trineo y el carro fueron utilizados al mismo tiempo entre los sumerios, pero eso fue durante un corto período de tiempo, porque la superioridad de la rueda en terreno llano era incontestable. En otras civilizaciones, se han empleado los dos a la vez durante milenios y casi hasta la actualidad, en función del tipo de suelo y la pendiente por donde había que transportar la carga.

La escritura ideográfica de época posterior a la reproducida arriba sustituye el diseño del carro presentado como un  trineo sobre ruedas, por el de una rueda discoidal. Y ésa es precisamente la que los sumerios designaron con el nombre “gis dubbin”, donde el primer elemento “gis” corresponde a los nombres de artefactos fabricados con madera. Los sumerios describían la rueda como una uña o un filo discoidal de madera sobre el que se desliza sin fin el trineo, que ya no vuelve a tocar la tierra, y se ha convertido en un carro.

En los vocablarios bilingües sumerio-acadio aparece “dubbin” como equivalente a los carros de dos y cuatro ruedas, y también se repite en los nombres de las diversas piezas del carro y la rueda. Incluso en hitita, que ya no es semítico, sino indoeuropeo, se registra el signo cuneiforme correspondiente a “dubbin” para designar la rueda del alfarero.

Todo esto no sólo sugiere que la rueda se inventó en el seno de la civilización sumeria, algún venturoso día del IV milenio a. C., sino que el uso del carro precedió con mucho a la introducción del caballo en Mesopotamia. Y también que el caballo hubo de ser primero pieza de caza, ganado provisor de carne, animal de tiro, y por último cabalgadura. Después de todo, el caballo más idóneo para probar la primera monta es uno atalajado y reducido al carro. La época dorada de los carros de guerra, los tanques de aquellos tiempos maricastáñicos, tuvo lugar bastante más tarde,  dede el siglo XX hasta el XV a. C. Por aquel entonces, el consumo de caballos para la guerra era enorme. Muy superior al que la población necesitaría para labrar, acarrear y comer. Así fue el carro el artífice de que el caballo se convirtiera en la fuente de energía que movía los imperios, y en el compañero del humano que no puede parar.

 

 

 

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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