Skip to main content
Blogs de autor

El cielo de bronce

Por 22 de abril de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

En su serie de poemas Spleen et idéal, Baudelaire compara el cielo con una tapadera pesada que cierra el círculo del horizonte,
Quand le ciel bas et lourd pèse comme un couvercle […]
[…] de l’horizon embrassant tout le cercle,
y recrea la descripción celestial más antigua de todos los tiempos. Aristófanes ya se había burlado de ella en Nubes 95-97: "Cuando hablan del cielo quieren convencernos de que es una tapadera de barbacoa, y de que nosotros somos los carbones".
 
Uno de los motivos de la fortuna del poema de Baudelaire es su genialidad de contextuar la izada de la bandera negra del desespero bajo la tapadera del cielo, la imagen prehistórica que yace en el fondo de armario de la humanidad poética y data de la Edad de Bronce, como es natural. 
 
En las lenguas indoeuropeas se refleja una antiquísima relación conceptual entre el bronce, el aire y el cielo, que aún está por estudiar. En latín, por ejemplo, es muy llamativa la estrecha semejanza entre aes-aeris (bronce) y aer-aeris (aire); la semejanza se extiende a todos sus derivados, que  muchas veces comparten series enteras de declinación, como el caso de aereus (de bronce) y aerius (de aire). En griego y latín, aer es la parte más densa y baja de la atmósfera, mientras la parte superior es aither — de aithé “luminoso” + aer— que es un aire más puro y brillante. Notemos la semejanza de aer con los términos que significan metal o bronce otras lenguas indoeuropeas: anglosajón aeren, nórdico eir, alto alemán er. ¿Nombraban los indoeuropeos de hace cinco mil años con la misma palabra al cielo y al bronce?
 
En la Ilíada I, 426, el palacio de Zeus está erigido sobre el bronce de la bóveda celeste. Un poco más delante, en V, 504, se habla del cielo rico en bronce, y en XVII, 425, del cielo de bronce.
 
La misma raíz indoeuropea con significado broncíneo que produjo aes y aer en latín, aruz en antiguo altoalemán, iarn en irlandés, ora en inglés antiguo y houarn en bretón, dio ouranos, que es el nombre del cielo en griego. Pero en la época homérica su original significado relacionado con el bronce se ha olvidado, y ya sólo es un arcaísmo refugiado en el cielo. Sin embargo, el poeta lo adjetiva “rico en bronce” o “de bronce” y, aunque no sea consciente de que construye un pleonasmo diacrónico, es evidente que sí lo es de la relación esencial entre el cielo y el bronce.
 
Otra particularidad curiosa del latín es que caelum es cielo y también cincel. La voz viene de una raíz indoeuropea kel– que significa cortar, romper, y también tapar o protegerse con un escudo o yelmo, y alude a las operaciones que pueden llevarse a cabo con una buena aleación de bronce provista de mango, asa o similar. Así, en lituano, kaltas es cincel, en griego, khalkós es bronce y klao significa romper, y en latín, gladium, quiere decir espada. Los ejemplos serían incontables, por resumir, digamos que el latín caelum tiene la misma procedencia que el galés celu, el irlandés celim y el inglés sky: el sentido propio y original es tapadera o escudo
 
Que el cielo era de bronce en la cosmovisión indoeuropea más antigua queda fuera de discusión si nos fijamos en que ese parentesco entre el cielo y el metal radica en el estrato más interiorizado y arcaico. Dese luego, una cosa es ser de bronce y otra ser el bronce. Y hay indicios de que en tiempos remotos, cuando el bronce causó verdaderamente sensación, se entendía que el cielo era el metal y desde él caía a la tierra por gracia divina: el significado original de ouranos sería “el que da bronce”. Hay leyendas para dar y tomar que lo ratificarían, por ejemplo, Hefestos arrojado del cielo con toda su ciencia metalúrgica, o la generación de gigantes de bronce que también cayeron del cielo y precedieron a los hombres. El término griego hierós (sagrado, poderoso, divino) deriva de la misma raíz broncínea y celestial.
El testimonio de Aristófanes da idea del momento en que ya la idea estaba periclitada. Baudelaire, en cambio, demuestra que radica en nuestra médula poética.

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

Obras asociadas
Close Menu