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Descubrimientos en tu pupila azul

Por 7 de mayo de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Eduardo Gil Bera

Los profesores Preuschoff, Hart y Einhäuser, de las universidades de Zurich y Magdeburgo, han peritado un estudio sobre la dilatación pupilar. Supongamos un cuadro como los que pintó Dalí con esas Venus de Milo que, según se miren, son un estoico torero encorbatado, o los de la serie Gala-Lincoln, o, más sencillo, uno de esos dibujos que parecen una cosa y otra, una bailarina y una bruja, o una mariposa y una sílfide, siempre según se miren, nunca las dos cosas a la vez. Una vez fijada la atención para ver si a uno le parece una cosa o la otra, la pupila se dilata en el instante en que se produce un cambio perceptual, o sea, cuando el cerebro decide que ve una cosa o la otra. La misma alteración pupilar sucede cuando el estímulo es auditivo, por ejemplo, si se trata de distinguir entre un tono simple y otro doble, la pupila se dilata cuando el cerebro decide que ha percibido uno u otro.
 
Por su parte, el profesor Sanchis Gimeno, de la Universidad de Valencia, ha medido trescientas setenta y nueve pupilas de personas con visión normal, o sea, los llamados ojos emétropes, que son los más comunes. Y ha concluido que las mujeres tienen un diámetro pupilar mayor que el de los hombres. A la luz del día, la pupila humana tiene un diámetro que oscila entre tres y cuatro milímetros y medio. En la oscuridad, puede dilatarse hasta alcanzar una anchura entre cinco y nueve milímetros. Según el estudio, la media del diámetro de las pupilas femeninas  queda siempre, tanto a la luz del día como en la oscuridad, en la parte más alta de la escala. 
 
¿De dónde viene esta vistosa desigualdad de género? Para añadir la preceptiva confusión, notemos que las pupilas no solo se dilatan en el significativo contexto de la decisión, sino que también lo hacen, con independencia de la luz incidente, cuando se está sometido a una particular presión anímica debida al miedo, la ansiedad, el estrés o algún otro achuchante de la vida. 
 
Son alteraciones observadas desde siempre, y la mujer de pupilas más dilatadas ha sido considerada atractiva, vidente o, como mínimo, misteriosa. Inveterados dilatadores pupilares como la atropina o el estramonio han sido productos de belleza, y la interpretación de las imágenes que sugerían las pupilas de las sospechosas de ser brujas se consideraban indicadores probatorios de sus poderes; los procesos por brujería generaron copiosa jurisprudencia al respecto. Es importante notar que la pupila versátil no solo es para ver, sino también para ser vista: dado el narcisismo de serie que incorpora el hombre y que nunca falla, habría que tener en cuenta su irresistible tendencia a tomarse a sí mismo por impresionante causa de la dilatación pupilar de la mujer que le mira, de modo que la creciente pupila femenina podría ser un ornamento eficaz también incorporado de serie, así como el fenómeno contrario adornaría al hombre que aparenta no temer o no inmutarse. Pero lo más seguro es que la muestra no sea suficiente para concluir nada de lo dicho.

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Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

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