Skip to main content
Blogs de autor

Cuestiones alistadas

Por 21 de diciembre de 2011 Sin comentarios

Eduardo Gil Bera

 

Según minucioso censo elaborado por nuestro departamento de averiguaciones impertinentes, hay en el mundo unos quinientos profesores universitarios de griego. La mayor parte ejerce en Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña. Pero también los hay en Canadá, Sudamérica, Escandinavia, Italia, Países Bajos, España, Francia, Polonia, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Malta, e incluso Grecia y otras reconditeces ultramarinas, por ese desorden. Si descontamos los dedicados a las épocas helenística y bizantina, a Platón, Aristóteles u otros apartaderos y tientas, quedan unos doscientos, siempre redondeando generosamente hacia arriba, doscientos escogidos y largamente adiestrados ingenios capaces de leer los poemas homéricos. Los depositarios de tan delicada sapiencia son una especie en peligro de extinción o al menos jubilación, diríamos a primera vista, pero a segunda resulta que el número constituye una constante. Doscientos fueron los homéridas, doscientos los romanos helenófilos de la época virgiliana, doscientos los sabios renacentistas, doscientos los helenistas románticos y siempre doscientos hasta el día de hoy. 

Y en estas vaciedades inconducentes andaba yo fisgando, cuando he recibido un correo con la invitación a sumarme a una iniciativa que suspira por conseguir la declaración del latín y el griego patrimonio intangible de la humanidad. Los sabios peticionarios desean hacer ascender dichas lenguas difuntas a la categoría de la marimba colombiana, la alfombra azerbayana,  los castells catalanes, el sistema normativo de los wayuus cn su pütchipü’üi,  el pan de especias croata, y el encaje de Alençon, y que me perdonen los  patrimonios intangibles olvidados, es que estoy muy afligido porque no encuentro en la lista las culecas de Tudela. 

A todo esto, como los de griego son muy suspicaces, me permito advertir que los sabios peticionarios siempre mencionan la lengua homérica en segundo lugar, sin respetar la preceptiva que prima la antigüedad, ni el orden alfabético, que también tiene su aquel. Además, sumido en todavía más vacuas pesquisas, compruebo que dichos sabios son todos italianos y adheridos, que el original del manifiesto está redactado en italiano y luego pasado ex italico sermone a otros lenguajes decorativos, que de las seis instituciones promotoras cuatro son italianas, que proponen para definitivo arreglo de la preterición grecolatina la declaración de Italia como baluarte simbólico y encrujizada cultural, que el gobierno italiano encabezone la salvaguarda del griego y el latín, y que la cultura griega se las apañe para fundar en Italia florecientes colonias y extraordinarias escuelas filosóficas, por pedir que no quede.

Es verdad que sin una homéricamente dilatada memoria cultural, el hombre puede vivir, aunque sea por debajo del más noble nivel de la especie. Y es verdad que así ha pervivido durante milenios, mientras custodiaban la luz de la lamparita los doscientos ignotos guardianes que no han podido evitar la pérdida del noventa por ciento largo de los textos aún existentes al inicio de la época medieval. Pero yo estoy preocupado con la lista de los intangibles, ¿cómo es que falta toda alusión a la matanza, del cerdo, quiero decir, y a la cultura maragata? Quo confungient? Que, en romance, viene a ser ¿qué será de ellas?

 

 

 

 

 

profile avatar

Eduardo Gil Bera

Eduardo Gil Bera (Tudela, 1957), es escritor. Ha publicado las novelas Cuando el mundo era mío (Alianza, 2012), Sobre la marcha, Os quiero a todos, Todo pasa, y Torralba. De sus ensayos, destacan El carro de heno, Paisaje con fisuras, Baroja o el miedo, Historia de las malas ideas y La sentencia de las armas. Su ensayo más reciente es Ninguno es mi nombre. Sumario del caso Homero (Pretextos, 2012).

Obras asociadas
Close Menu