
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
Soy un fanático de las colecciones de libros semanales en los quioscos. Durante mis años universitarios en Buenos Aires tenía una de literatura latinoamericana, en la que leí El siglo de las luces; una de grandes autores de Seix Barral, que me hizo descubrir los cuentos de Hemingway y las novelas de Camus; y una de tapas azules de ciencia ficción, en la que me topé por primera vez con Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Era una novela corta, una parábola sobre un futuro sin libros en la que, cosa curiosa, no había casi nada de la jerga científica que me había adormecido en muchas novelas de ciencia ficción. La parábola era tan poderosa que no me quedó más que ser obvio y bautizar mi primera columna periodística con el mismo título de la novela. Fahrenheit 451 podía pertenecer a cualquiera de las otras colecciones de literatura seria que compraba en los quioscos; Bradbury confirmó mis sospechas de que un gran libro de género debía funcionar dentro de sus leyes y a la vez trascenderlo.
Bradbury era, injustamente, uno de esos autores que solo se leía en la adolescencia. Así leí en Buenos Aires, además de Fahrenheit 451, las Crónicas marcianas, en un viejo ejemplar de bolsillo encontrado en casa de un tío; después me olvidé de él y pasé a Dick y Ballard y Borges, que configuraron mi idea literaria del futuro. Ninguno de mis amigos aprendices de escritores mencionaba a Bradbury como una lectura importante. Su influencia, sin embargo, era tanta que se había vuelto invisible: no se lo nombraba porque sus descubrimientos se daban por sentados. En Tiempo de Marte, Dick dota a su versión del planeta rojo suburbios muy parecidos a los de la tierra; en eso le debe mucho a las Crónicas de Bradbury, tan desdeñosas de la verosimilitud que escandalizaron a los "verdaderos" practicantes del género (en las Crónicas, los colonizadores de Marte tienen las típicas ansiedades de la clase media norteamericana, y la atmósfera del planeta no es nada realista).
Ha muerto el Ray, leí en Twitter. Viva el Ray, contesté.
(La Tercera, 7 de junio 2012)