
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
La recepción a Bellatin no es una norma para los escritores en lengua española y portuguesa en los Estados Unidos, un país notoriamente difícil para las traducciones (menos del 3% de la literatura que se publica es en traducción). Sin embargo, tampoco es una excepción estos días: hace apenas un mes, el prestigioso suplemento de libros del New York Times le dedicó portadas consecutivas a El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez -que ya va por la cuarta edición– y Los enamoramientos, de Javier Marías; han habido reseñas elogiosas a libros de Enrique Vila-Matas, Patricio Pron y Eduardo Halfon; autores como Rivka Galchen y Junot Diaz han elogiado sin reparos las novelas de César Aira y Alejandro Zambra; hay emprendimientos editoriales de calado, como el proyecto de New Directions de publicar nuevas traducciones de toda la obra de Clarice Lispector, y el de University of Chicago Press, que aspira a (re)descubrir autores clásicos y contemporáneos para el mercado norteamericano (entre sus primeros lanzamientos se mencionan novelas de Rómulo Gallegos, Guillermo Cabrera Infante y Ricardo Piglia).
Después de un par de décadas de desinterés, las editoriales norteamericanas han vuelto a mirar a la literatura que se produce en América Latina y España. Aunque hay varias razones para que esto ocurra, buena parte de la atención se debe al éxito que ha tenido la obra de Roberto Bolaño en los Estados Unidos (un éxito que no da señales de agotarse). Esa recepción ha hecho pensar que Bolaño era sólo la punta del iceberg y que algo más debía haber ahí (por suerte, había mucho más). A eso se añade el trabajo de revistas como Granta, que en los últimos años ha dedicado dos números a selecciones de autores representativos de España y América Latina, y de instituciones como Words without Borders y PEN Center USA, dedicadas a la traducción, publicación y difusión de la literatura contemporánea internacional. El crecimiento demográfico de la población hispana en los Estados Unidos también influye; hay un público naturalmente interesado en la literatura latinoamericana que quiere leerla en inglés.
Es muy posible que los focos de la atención se muevan pronto hacia otros países e idiomas. El sueño es que algo quede y que la relación de Estados Unidos con las literaturas de América Latina y la península ibérica se normalice y no dependa tan sólo de tendencias de mercado o del éxito de un autor. Por suerte, esta vez parece que ése es un sueño de muchos.
(revista Qué Pasa, 27 de septiembre 2013)