
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
Hace un par de meses vi Stalker por primera vez. Fue una experiencia tan compleja y perturbadora que inmediatamente me puse a buscar libros sobre Tarkovsky, un director con el que estaba muy en deuda pues hasta entonces solo conocía la magnífica Solaris. Descubrí que en algunos meses el escritor inglés Geoff Dyer publicaría Zona, nada menos que todo un libro sobre Stalker. Una cosa lleva a la otra: como no había leído nada de Dyer, para entretener la espera me puse a leer uno de sus libros más conocidos, Yoga for People Who Can’t Be Bothered to Do It. Quedé deslumbrado. Acababa de descubrir a un cronista-ensayista genial, alguien que podía escribir sobre sus viajes y sus experiencias con las drogas en un tono casual, casi al paso, como si fueran cosa de todos los días; alguien que parecía encontrar lo sublime sin buscarlo (digamos, un anti-Chatwin). Por supuesto, esas experiencias son únicas, rarísimas, y el talento de Dyer consiste en lograr que nos relacionemos con ellas y las sintamos cercanas, al alcance de nosotros.
Zona: A Book About a Film About a Journey to a Room es un libro peculiar. Dyer no tiene la voz del ensayista académico que se lo sabe todo, que antes de hablar sobre algo ha investigado el tema hasta agotarlo. De hecho, una de las marcas de su estilo es el desarmar al lector mostrándole lo mucho que no sabe del tema. Menciona, por ejemplo, que alguien ha escrito sobre las similitudes entre la película de Tarkovsky y El mago de Oz, para luego señalar que el no puede corroborarlo porque jamás ha visto El mago de Oz. Puede sonar a broma, pero es un recurso que funciona. Otro recurso es el de posicionarse claramente como un fanático, un groupie de los peores, alguien que puede escuchar argumentos en contra de Stalker pero no los entiende: para él el cine ha sido inventado solo para que algún día alguien pueda filmar Stalker, y Tarkovsky es, entre otras cosas, "visionario, poeta y místico" y también "un profeta". Los superlativos que Dyer le dedica al director y a la película son agotadores. Hasta quienes coinciden con él pueden llegar a ponerse a la defensiva.
Zona se lee como un libro experimental, un tardío experimento vanguardista: Dyer narra Stalker de manera detallada, agotadora, escena tras escena; los que no la han visto se quedarán con la sensación de que quizás ya no sea necesario verla (lo cual iría contra el argumento de Dyer). En medio de esa narración aparecen brillantes intuiciones sobre el arte de Tarkovsky: cómo el director soviético y ruso mostró el "potencial visionario del cine, del espacio"; cómo la verdad definitiva de la película es ontológica (a cada individuo le ha sido reservado un objetivo especial, y la vida consiste en descubrir ese objetivo y llevarlo a cabo); cómo Stalker puede verse como una crítica encubierta del fracaso del comunismo; cómo esta película y otras de Tarkovsky enseñan a descubrir "la magia de lo ordinario que ha sido descartado, la arqueología fílmica de la cotidianeidad".
Dyer jamás disasocia el análisis de su experiencia personal. Sabe que el lugar especial que ocupa Stalker está muy relacionado con el momento específico en que la vio, y de ahí concluye que quizás no haya experiencias cinematográficas tan potentes como las de la adolescencia o la juventud. Un análisis de los deseos profundos en Stalker lo lleva a considerar sus propios deseos (un trío irrealizable con dos mujeres, por ejemplo), y su búsqueda de la proyección de la película en las cinematecas de todas las ciudades que ha visitado le permite reflexionar sobre la imposibilidad de ver nada de "valor cinemático" en una televisión ("el gran cine debe ser proyectado").
En Zona hay golpes bajos innecesarios, ataques obvios al abuso de efectos especiales por parte de Hollywood o a la mediocridad de buena parte de lo que se ve en las pantallas de hoy. Son detalles menores; el libro de Dyer es revelador: nos dice cosas nuevas tanto de Tarkovsky y su película como del autor de este estupendo ensayo-crónica.
(La Tercera, 10 de marzo 2012)