Edmundo Paz Soldán
Los escritores canadienses más conocidos se relacionan de manera diferente con el tiempo en que transcurren sus ficciones. En un extremo, se encuentra Alice Munro, que suele ambientar sus cuentos en el presente, aunque últimamente con incursiones en el pasado, hasta el siglo XIX; en el otro extremo se halla William Gibson, que comenzó como un escritor de ciencia ficción, anclado en el futuro, pero que en sus últimas dos novelas ha decidido instalarse en un presente teñido de tendencias futuristas. Entre Munro y Gibson está Margaret Atwood, que desde un principio decidió moverse libremente en el tiempo, reescribir mitos griegos (La Penelopeada) pero también incursionar en la ciencia ficción en un par de novelas (El cuento de la criada, Oryx y Crake), y mostrarse muy adepta a la ficción histórica (Alias Grace está situada en el Canadá de mediados del siglo XIX; El asesino ciego, en la Canadá de los años previos a la segunda guerra mundial).
Quizás la ciencia ficción de Atwood -o "ficción especulativa", como ella prefiere llamarla- sea la parte más débil de su impresionante obra. Oryx y Crake se maneja con códigos de la literatura post-apocalíptica y es notable su incursión en los peligros de la ingeniería genética; lo lamentable, sin embargo, es que la fuerza moral que impregna la obra de la escritora canadiense se convierte aquí en una fácil requisitoria contra la humanidad, con claras intenciones didácticas. De hecho, uno de los epígrafes de la novela, de Swift en Gulliver, muestra a una Atwood solemne, una suerte de conciencia moral de la humanidad, capaz de advertirnos de la llegada del fin del mundo: "mi intención es informarte, no entretenerte". Por suerte, en sus otras novelas Atwood no hace caso a esa frase, y es una escritora tan completa como compleja.
(La Tercera, 26 de junio 2008)