
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
James Patrick Kelly y John Kessel acaban de publicar la antología de cuentos The Secret History of Science Fiction (Tachyon, 2009). En su introducción, Kelly y Kessel citan un ensayo de Jonathan Lethem, en el que el escritor norteamericano se pregunta qué hubiera pasado si en 1973 se le habría concedido el premio Nébula -el más importante de la ciencia ficción- a Thomas Pynchon, finalista en ese entonces con El arcoiris de la gravedad, y no al que lo ganó finalmente, Arthur Clarke. Para Lethem, el triunfo de Pynchon hubiera significado el deseo de la ciencia ficción de dejar de lado su estatus de género popular más interesado en "explosiones, efectos especiales, extraterrestres e historias de aventura" que en su potencial literario y artístico. Con el Nébula para Clarke, la ciencia ficción perdió la oportunidad de ser tomada en serio.
Kelly y Kessel recuerdan que a principios de los setenta la ciencia ficción se hallaba en un gran momento: después de las décadas "pulp" -los años que van de los treinta a los cincuenta–, en los sesenta aparecieron los escritores de la "nueva ola" -Brunner, Aldiss, Ballard–, que iban más allá de los límites del género y eran influidos por escritores modernistas como Dos Passos y Joyce, y cineastas como Kubrick. Kelly y Kessel, sin embargo, creen que Lethem le da mucha importancia a lo ocurrido con Pynchon en 1973. Su antología muestra que, si bien el público de hoy asocia a la ciencia ficción con las películas de Spielberg, Lucas y Cameron -comercialmente exitosas y de gran influencia en la cultura popular–, en las últimas décadas se ha estado escribiendo una ciencia ficción "secreta", generalmente a espaldas del éxito masivo. Hay dos tipos de escritores que la han practicado: aquellos que, dentro del género mismo de la ciencia ficción, han explorado cuestiones más típicas de la literatura "seria", como el desarrollo de personajes y la experimentación formal, y algunos escritores de ficción literaria no asociados con el género y cuya obra narrativa suele ser publicada en revistas canónicas como el New Yorker. En el primer grupo, The Secret History of Science Fiction incluye cuentos magistrales como "Interlocking Pieces", de Molly Gloss, o "The Nine Billion Names of God", de Carter Scholz, un escritor que ha aprendido de Borges; en el segundo grupo se hallan textos magníficos de Don DeLillo, Margaret Atwood y George Saunders.
Como en toda antología, hay cuentos que brillan más que otros (las contribuciones de Thomas Disch y Lethem no son de las mejores). Pero Kelly y Kessel tienen la virtud de hacernos recordar que hubo un largo momento, allá por el siglo XIX y a principios del XX, en que la ciencia ficción no era un género de culto y ni siquiera estaba tan obsesionada con el futuro: buena parte de la obra de Verne, Poe y Wells transcurre en el presente de los autores y no tiene que ver con viajes interplanetarios o batallas galácticas. Si en el siglo XX escritores y críticos quisieron encorsetar a la ciencia ficción dentro del ghetto del género, hoy eso está cambiando con rapidez. El Nébula del 2008 lo ganó Michael Chabon, cada vez son más los escritores "serios" que escriben obras que pueden considerarse de ciencia ficción (Houllebecq, Ishiguro, McCarthy, Mitchell), y los de género que rompen las convenciones dentro de las que trabajan (LeGuin, Simmons).
En la tradición latinoamericana no hubo tanta adherencia al género, y éste no logró consolidarse como un mundo autónomo, con sus propias revistas, críticos y premios. Por ello, la historia no es tan secreta. O al menos no debería: Holmberg, Quiroga, Lugones, Clemente Palma, Borges, Bioy Casares… La lista es larga, y sin embargo, la literatura latinoamericana -tanto críticos como lectores y autores- se empeña en aparentar que la ciencia ficción es cosa de otros. La ciencia ficción latinoamericana actúa como la carta robada de Poe: se halla escondida a la vista de todo el mundo.
(La Tercera, 28 de diciembre 2009)