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El satori de Fabián Casas

Por 29 de agosto de 2011 Sin comentarios

Edmundo Paz Soldán

Hace tres años leí Ocio y no me enteré de nada. Me habían recomendado tanto a Fabián Casas, y pasé de largo, fui inmune a sus encantos. Este verano decidí volver a intentarlo y leí Los Lemmings y otros en la edición boliviana de El Cuervo. Quedé deslumbrado. "Los Lemmings", "Cuatro fantásticos", "El Bosque Pulenta" y "Asterix, el encargado" son textos de antología. Entendí que el estilo "fácil", coloquial, conversacional de Casas es muy difícil de lograr, y admiré su capacidad para hablar de cosas serias y hacer reír a la vez. La suerte -el Espíritu, diría Fabían– ayudó a que cayera rápidamente en mis manos su nuevo libro, Breves apuntes de autoayuda (Buenos Aires: Santiago Arcos, 2011).    
 
Breves apuntes de autoayuda es un antídoto ideal para el lector que cree que la literatura es necesariamente solemne y para el escritor que se siente obligado a forzar la mano para decir cosas trascendentes. El Casas crítico habla de libros y canciones sin distanciarlas de la vida, como parte de una cotidianeidad en la que se discute con la pareja qué película ver juntos y con los amigos qué escena hace inolvidable a una novela (en La Liebre, de César Aira, Pedro Mairal dice que son las abdominales que hace el dictador Rosas "ni bien se levanta"). Aquí no solo importa el contenido sino la forma: los colores, los olores y las texturas de los libros. Hay riesgos inevitables y asumidos en esta postura: el Casas que desdeña los libros digitales porque "no es lo mismo leer Guerra y Paz en una cajita virtual que en hojas, que es lo mismo que decir, días, horas, noche y pasión" suena muy fundamentalista (yo también soy un fetichista de los libros, pero he leído a Henry James en un Kindle y a Flannery O’Connor en un iPad y tanto James como O’Connor han sobrevivido muy bien a los nuevos dispositivos de lectura).   
 
Para Casas, la inteligencia del escritor está sobrevalorada ("la inteligencia es algo que puede tener cualquiera"). Pese a eso, hay frases inteligentes por todas partes ("Sucede en el futuro porque es de Ciencia Ficción aunque la ciencia ficción, en realidad, suceda en el pasado"). Casas prefiere la sensibilidad del escritor, su generosidad, su capacidad para tantear en el abismo y también para abrir puertas para otros. Eso lo lleva a excesos sentimentales (de verdad, ¿Borges es Borges debido a que Norah Lange lo dejó por Oliverio Girondo?) y a aciertos entrañables: refiriéndose a Fogwill, escribe: "Ahora digo que toda su obra -que es grande- no le llega ni a los talones a él. No extraño sus cuentos, no extraño que no escriba más, que no vaya a leer cosas nuevas suyas. Extraño su voz, su risa. Su generosidad. Su mal genio".
 
Casas está siempre contando historias. De su ensayo sobre Carver me queda sobre todo la escena final del texto, en la que rememora un viaje que hizo en micro con sus padres, cuando tenía siete años. Esas veinte líneas electrizantes sirven para ejemplificar cómo es esa Epifanía Americana que tanto buscaron Carver y los escritores norteamericanos de su generación. En "La voz extraña" se puede encontrar una anécdota enigmática y memorable sobre los trucos del mago Fantasio y también la historia conmovedora del japonés Uzu. Nada es arbitrario en Casas aunque su estilo lo haga parecer así: esas anécdota sirven para hablar del "poder de extrañeza" de la literatura, y de cómo las circunstancias influyen en el desarrollo de una escritura, de una voz.   
    
Casas busca el satori, ese momento de entendimiento, de iluminación, en que no hay más palabras e incluso es capaz de apagarse nuestro diálogo interior (esa "máquina de pensar en Gladys", escribe, con un guiño a Levrero). Este lector confiesa que no ha sentido apagarse su diálogo interior con Los Lemmings y otros y Breves apuntes de autoayuda; más bien, se le han encendido las ganas de hablar, de escribir, de decir a todos que se apuren en leerlos.

(La Tercera, 27 de agosto 2011)

 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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