Edmundo Paz Soldán
La semana pasada, cuando estaba en Santillana del Mar, me preguntaron si quería visitar la "neo-cueva". Hice una broma tonta –¿la cueva de Neo, el de The Matrix?-y luego pregunté qué diablos era eso. Se trataba de la réplica de las cuevas de Altamira, construida a cien metros de las originales. Pensé en las ideas de Baudrillard –eso de que vivimos en una época en que el simulacro se ha impuesto sobre la realidad–, y di mi nombre para unirme al grupo.
La "neo-cueva" no es ni siquiera una réplica exacta del original. Como los dibujos de bisontes y demás animales fueron hechos en el techo, se ha ampliado la dimensión de la cueva, para que los turistas puedan contemplar los dibujos sin tener que arrodillarse. Me pregunté si la sensación hubiera sido diferente a la de entrar a la cueva original; seguro que sí, pero el deslumbramiento hubiera sido al menos igual: conmovía enfrentarse a las primeras muestras artísticas del ser humano. El aura del original no estaba, pero sí el de una réplica adaptada como para sacarle el máximo provecho a la experiencia. Quizás me había adaptado demasiado bien a la época, que sabe de simulacros tan bien hechos que terminan haciendo palidecer a los originales. La Mona Lisa original es muy chiquita, me dijo alguien después de visitar el Louvre; las cuevas de Altamira originales son acaso muy incómodas, y además no tienen esos efectos especiales que permiten ver al "hombre de las cavernas" en tercera dimensión (eso también descubrí en mi visita a Altamira: los hombres de las cavernas en realidad no vivían en las cavernas).
Y así vamos, en busca de la experiencia, perdidos entre las sombras de la cueva.
Al salir del museo el guía nos mostro el "tinglado" de la obra (ver foto), aquello que el turista no ve, los hilos del artificio que permiten que se produzca el hecho artístico. En la tienda del museo encontré un libro para niños titulado El paleolítico, ¡qué guay!, y dije que estaba bien adaptar la cueva para que los visitantes tuvieran una experiencia que les permitiera no sólo ver sino aprender, pero que había un largo trecho entre eso y decirles a los niños que el paleolítico era cool. ¿O no? Quizás se comenzaba agradando a los turistas, y luego se pasaba muy fácilmente a decirles a los niños que tiempos precarios no lo habían sido tanto.