
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
Después de varios días de cierre del gobierno federal de los Estados Unidos, no han faltado comentarios burlones acerca de que el país ha funcionado incluso mejor que antes; quizás haya que cerrar el gobierno con más frecuencia, han sugerido algunos. Lo cierto es que, para prevenirse frente a este tipo de incidentes, hace un buen tiempo que varias áreas del gobierno funcionan de manera autónoma, independientemente de la aprobación o no del presupuesto federal, con lo que el cierre del gobierno no ha sido total. Aun así, aparte del golpe significativo en la economía -caída de los mercados, disminución del PIB trimestral de los Estados Unidos- y la mala imagen para el turismo -los museos de Washington cerrados, al igual que atracciones como la Estatua de la Libertad y todos los parques nacionales-, el hecho de que 800.000 trabajadores federales hayan sido enviados a casa evidentemente tiene un gran impacto en la maquinaria a veces invisible del gobierno. Lo peor de todo es que ni el presidente Obama ni los republicanos parecen tener el menor apuro para llegar a una solución negociada.
En el núcleo del problema se encuentra el plan de salud de Obama, del cual algunas partes centrales entraron en funcionamiento la semana pasada. El ala radical del partido Republicano -los congresistas afiliados al Tea Party- había amenazado hacía tiempo con no dar los votos necesarios para aprobar el presupuesto si Obama no renunciaba a su plan. Por supuesto, Obama no cedió, confiado en que se impondría su postura de sentido común -un plan clave del gobierno reelegido en las recientes elecciones no podía depender de una minoría de diputados del partido derrotado-. No contaba con que el Tea Party estaba dispuesto a llegar a las últimas consecuencias, arriesgando incluso una demora en la recuperación de la imagen del partido republicano para los votantes moderados (en la últimas encuesta del Washington Post, el 70% de los votantes desaprueba la forma en que los republicanos están manejando el impasse).
Sería fácil descartar el obstruccionismo del Tea Party como prueba de la irracionalidad extremista, incapaz de aceptar la legitimidad de Obama como presidente. Esta postura intransigente, sin embargo, es más bien otra forma de sentido común: aprobar el plan de salud significa expandir el gobierno federal, y con ello, en cierta forma, captar a un nuevo grupo de votantes para el partido Demócrata (los blancos pobres, tradicionales votantes de los candidatos del Tea Party, serían los más favorecidos por el plan de salud de Obama). Enfrentarse a Obama hoy significa adelantarse a una batalla que de todos modos iba a ocurrir en las próximas elecciones. Ante sus seguidores, los congresistas del Tea Party se muestran como políticos dispuestos a todo por defender sus principios (así nacen nuevas estrellas como Ted Cruz, líder en la lucha contra el plan de salud y sin duda futuro candidato a presidente), aunque es difícil que una postura cerrada sea aplaudida por el votante promedio.
Obama, muchas veces veces acusado por el ala liberal de su partido de ser muy pragmático y ceder fácilmente a las presiones republicanas, se ha mostrado esta vez inflexible, lo que ha valido recuperar la estima de los votantes y oscurecer el hecho de que su gobierno se encontraba en horas bajas. Cuenta, además, con antecedentes a su favor (el previo cierre del gobierno, de 1995, terminó favoreciendo al presidente Clinton). De modo que habrá que esperar a la nueva fecha crucial: el 17 de octubre, cuando el gobierno se quede sin dinero para pagar sus deudas si un acuerdo entre demócratas y republicanos no aumenta el techo de la deuda. El sistema financiero mundial depende tanto de que el gobierno norteamericano sea capaz de pagar sus deudas, que un impago tendría un impacto muchísimo mayor que el cierre del gobierno, con amenaza de una recesión más profunda que la del 2008. Ninguna de las partes quiere ceder, pero no les quedará otra alternativa que hacerlo, aunque sea en el último minuto del 16 de octubre. El ejemplo lo deberían dar los republicanos, pues son ellos los principales culpables del cierre, pero no hay que subestimar su capacidad para encerrarse en sí mismos, fieles a su discurso estridente, y seguir, así, ayudando a que los demócratas expandan su mayoría y se mantengan en el poder durante un buen tiempo.
(El Deber, 13 de octubre 2013)