Clara Sánchez
Parece bastante aceptado por todos que los españoles somos grandes envidiosos y que esta envidia pasa de padres a hijos como el pelo rubio o los ojos castaños, y sólo algunos santos o sabios muy sabios han logrado librarse de dicha lacra, que no nos deja disfrutar a gusto de la vida. ¡Qué envidia dan los que no sienten envidia! Conozco gente que se ha marchado a vivir a otros países huyendo de la envidia de sus colegas y a veces incluso de la propia porque ojos que no ven corazón que no siente cómo prosperan otros. Cuántos caminos profesionales ha cortado la maldita bestia, y sentimentales y de todo tipo. "Que le den" es la última frase castiza que resume el desdén hacia el envidiado, ese ser merecedor de que lo machaquen. ¿Por qué? ¿Porque es poderoso? ¿rico? ¿porque es guapo? A veces sí y a veces no, la envidia no siempre es tan lógica. En ocasiones basta con que alguien no se sienta derrotado o que en sus ojos asome un punto de orgullo. ¿Qué se creerá ésta?, ¿qué se creerá éste?, piensa el monstruo verde de fuerza portentosa. Y lo más llamativo es que no por tenerlo todo se está curado, siempre hay algo que se escapa. Puede bastar con que alguien haga gala de una sonrisa espléndida o que sepa contar chistes para que caiga sobre él uno de los sentimientos más complejos e inagotables con el que se han creado nuestros mejores mitos y tragedias.
La envidia, los celos, ¿dónde está la frontera? Pero a lo que aspira el gran envidioso, el envidioso de raza, es a despertar envidia en los demás, aspira a hacer todo lo suyo tan deseable que duela. Desea ver reflejada su debilidad en otros, aunque sin que se den cuenta porque entonces podrían manipularle. No estaría mal que del mismo modo que se hacen estudios sobre los hábitos sexuales o de lectura de la población se hiciera también sobre la costumbre de envidiar. Quizá serviría para conocernos mejor. La envidia mueve el mundo.
En el fondo, todos nos comportamos como ese escritor que tras un éxito sonado entraba cojeando en el café para engañar al monstruo. Un monstruo, casi un animal doméstico para los españoles, con el que sabemos convivir y torearle cuando es necesario. Y tendríamos que perder mucho los nervios para descomponernos como Anastasia Davydova, estrella del equipo ruso de natación sincronizada, y gritarle a las españolas que les habían plagiado sus coreografías. La costumbre de ganar, chicas, os ha hecho malas. Roger Federer tampoco lo llevó bien al perder en el Abierto de Australia del año pasado, en que aguó con sus abundantes lágrimas el éxito de Nadal. ¡Qué incómodo se lo pusiste, muchacho! Ningún gran envidioso español habría consentido que se le escapara la envidia por los ojos. Se te ha quedado cara de envidiosillo para los restos por mucho número uno que ahora seas.
Está visto que el mundo del deporte tendría que hacer un cursillo de "domina tu envidia" para que se apuntase a él Lance Armstrong. Otra vez la costumbre de ganar le ha nublado la razón a un gran campeón. Alberto Contador, ese chico de Pinto, que se ha hecho dos veces con el Tour, ha tenido que soportar una especie de envidia cósmica que consiguió que en el podio sonara el himno de Dinamarca en lugar del de España. Y eso que los envidiosos somos nosotros, no sé cómo les llamarán en sus respectivos países a todos estos.
Por cierto, Casillas de Móstoles, Contador de Pinto, Penélope Cruz de Alcobendas. La elite ya no está en el centro, el talento está ahí afuera. Seguramente a partir de la hazaña de Contador mucha gente se animará a visitar a Pinto y a descubrir sus encantos. Está situado al sur de la capital y tiene casi 50.000 habitantes. Linda al norte con Getafe y al sur con Torrejón de Velasco y Valdemoro. Al este con San Martín de la Vega y al oeste con Parla y Fuenlabrada. Aún llegamos a tiempo de disfrutar de las fiestas de su patrona, Nuestra Señora de la Asunción, del 9 al 15 de agosto. Pero lo que de verdad me hace ilusión visitar es el Parque Arqueológico Gonzalo Arteaga, que francamente es como si me lo hubiese descubierto el mismísimo Alberto Contador. No sabía que a 20 kms de mi casa podía encontrarme con algo tan fascinante. Por la información de página Web se trata de un espacio donde vivir la prehistoria, con representaciones de arte rupestre, construcciones neolíticas, romanas, todo tipo de objetos, juegos para niños, y va del Paleolítico a la época visigoda. ¡Qué envidia! No me lo pierdo, será la próxima salida que haga de casa en este caluroso verano.