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La España de hoy

 

A principios de los años ochenta, cuando el gobierno de UCD afrontaba los mil conflictos de la Transición, yo era uno de los jóvenes periodistas que recorrían España tomando nota de lo que pasaba. La tarea me obligaba a ser cliente habitual de la compañía que por entonces monopolizaba las líneas aéreas del país. Recuerdo que en cierta ocasión se convocó una huelga de controladores y, acto seguido, otra de pilotos. El forcejeo de los sindicatos con las autoridades del ramo era intenso y daba pie a situaciones rocambolescas. Los pasajeros acudían al aeropuerto con los peores presagios y cuando se encontraban retenidos en tierra sin previo aviso montaban en cólera. Recuerdo haber asistido a verdaderas batallas campales entre los clientes y una consternada Guardia Civil. Eran los directivos de maletín y corbata los que perdían la compostura con más facilidad y no era raro ver cómo se liaban a bofetadas con el personal de (lo que hoy llamamos) AENA. La irritación del pasaje estallaba cuando el servicio no se cumplía y entre gritos, pitadas, sentadas y zarandeos podíamos pasar jornadas de gran agitación. Las escenas no siempre eran agradables: gente vociferante dispuesta a dar empujones, aullidos histéricos y manifiestos abusos de poder. Pero entonces el usuario era enormemente susceptible con sus derechos y no consentía fácilmente verlos pisoteados. La mayoría esperaba recibir el servicio que había pagado y no concebía que las cosas pudieran ser de otro modo. Pensaba en todo ello la semana pasada, cuando una huelga no declarada de controladores aéreos canceló nuestro vuelo durante varias horas. Los pasajeros, que hacían cola ante el portal de embarque, se mantuvieron impertérritos mirando el asiento vacío de la azafata desaparecida. En la pantalla no se anunciaba la cancelación, ni el retraso ni, por supuesto, las causas de lo que, por otro lado, no se declaraba. Los pasajeros permanecían en silencio pues no deseaban conversar con los desconocidos que compartían la tediosa espera. Ninguno levantó la voz, ni agitó los brazos con fastidio, ni tan siquiera increpó a los empleados que deambulaban sin nada que hacer. Todos pensaban que los responsables de informar no sabían nada y que cualquier exigencia sería inútil. El adocenamiento del pasaje fue un espectáculo de mansedumbre impresionante. Ni siquiera abandonaron su sitio en la cola, aún teniendo todos ellos su billete con el asiento numerado.

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20 de julio de 2010
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Ventas digitales

Lo que se viene Se viene, se viene, se viene? Amazon anuncia que vende más libros digitales que en tapa dura. Se viene. Y nadie puede estar más contento que yo con la noticia. Todas las novedades al alcance de un iPad o un Kindle. ¿Se imaginan? Aunque los distribuidores se resistan a saldar los libros en bodega. Aunque sigan diciendo que no quieren ?botar? los precios. Aunque sigan olfateando cómo se honguea el papel en las librerías con libros que no se venderán? Se viene y entonces todo será muy tarde?

Era una cuestión de tiempo: Amazon ya vende más libros digitales que en tapa dura, aunque estos también siguen incrementando. El responsable de la firma, Jeffrey P. Bezos, ha detallado en un comunicado que Amazon lleva 15 años vendiendo libros convencionales y ?tan sólo 33 meses? ofreciendo libros para el Kindle. La compañía señala que, en los últimos tres meses, por cada cien libros tradicionales vendidos en Amazon.com, la compañía ha vendido 143 electrónicos, una cifra que aumenta cuando se tienen en cuenta los datos de sólo el último mes, cuando por cada cien libros físicos, excluyendo los de bolsillo, se compraron 180 ejemplares para el Kindle. El pasado día de Navidad fue la primera vez que los clientes de Amazon compraron en un sólo día más libros digitales que libros físicos. Las ventas en Amazon se ven claramente beneficiadas por un contexto de expansión del libro electrónico. Según los datos ofrecidos por el sector y recogidos por The New York Times, las ventas de libros se han multiplicado por cuatro hasta mayo en EE UU. Tampoco le va mal al libro de papel en tapa dura, el formato tradicional en el que se publican las novedades, y que según estas mismas cifras ha vendido un 22% más en lo que va de año. En cualquier caso, estos datos no incluyen los casi dos millones de libros electrónicos que son gratis en el lector de Amazon porque al haber sido publicados antes de 1923 no tienen derechos de reproducción. (?) La buena marcha del lector electrónico de Amazon se manifiesta en el mismo período en el que iPad de Apple, que funciona también como lector electrónico, se ha hecho un hueco importante en el sector. Los inversores están pendientes de conocer el jueves los resultados del segundo trimestre de Amazon, que dará a conocer tras el cierre del mercado de valores neoyorquino unas cuentas que algunos analistas han previsto que reflejen un aumento de sus ventas en un 41 por ciento y una ganancia neta por acción de 55 centavos.

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20 de julio de 2010
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a "seemingly anachronistic tool"

criterion Confirmo en la reseña de NYT al libro Hamlet´s Blacberry (A Practical Philosophy for Building a Good Life in the Digital Age), de Williams Power, lo que siempre sospeché: soy absolutamente anacrónico. 

Powers spends too much time describing the techno bind that we find ourselves in today and that we already know so well. But for the most part his ruminations are penetrating, his language clear and strong, and his historical references are restorative. As a salve for those who are perhaps prematurely mourning the death of paper, Powers writes of his preference for jotting down ideas in a Moleskine notebook, a ?seemingly anachronistic tool? that he feels is essential to his well-being. Most writers still love paper. Some things are irreplaceable, and Powers explains why. His notebook allows him to ?pull ideas not only out of my mind but out of the ethereal digital dimension and give them material presence and stability. Yes, you exist,? the notebook reminds us, ?you are worthy of this world.?

Pero también tengo un iPhone.

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20 de julio de 2010
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Filosofía y unidad de la razón

Lo que decía en el texto anterior sobre la filosofía como unidad focal designificación implica  que poner el énfasis en el vínculo entre filosofía y ciencia puede incluso ser contrario a la exigencia filosófica, si no se precisa que la filosofía es algo más que meta- ciencia. No se trata en absoluto de decir que tras la práctica científica surgen problemas teóricos a cuya confrontación llamaríamos filosofía. Se trata precisamente de reivindicar  una jerarquía contraria:

De las interrogaciones elementales surge la necesidad de análisis de fenómenos,  descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual   denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir aporías, por ejemplo relativas a la coherencia de sus diferentes ramas, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen. En este caso la meta-ciencia no es (al menos directamente) filosófica. Mas también ocurre que la reflexión meta-científica enlaza directamente con lo que desde el origen se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía.

Así prácticamente la totalidad de la producción meta-científica de Einstein,  en este caso meta-física, es puro retorno a los problemas de espacio tiempo, continuidad y cosmología que ocupan a la filosofía desde siempre, y  sistemáticamente al menos desde Aristóteles. Pueden darse muchos otros ejemplos de este auténtico reencuentro de la ciencia con su origen. Origen que debería determinar algo más que las consideraciones de aquellos científicos que (como en los casos de Einstein, John Bell o Erwing Schrödinger)  están ya avanzados en su propia disciplina.

Si la enseñanza, desde prácticamente la escuela primaria,  tuviera en cuenta el intrínseco lazo entre todas y cada una de las disciplinas del saber y las interrogaciones elementales de la Filosofía, si la savia  de esta ultima siguiera vigorizando el brazo de ella surgdo que constituye una disciplina particular...entonces no se daría  esa sensación, a la vez de dificultad y de indiferencia, que paraliza a tantos escolares a la hora de elegir entre materias  que, en apariencia, carecen de conexión entre ellas y de lazo con lo que a la vida de los hombres da sentido.

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20 de julio de 2010
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Deprisa, deprisa

 

               

            "Si me das a elegir/ Entre tú y la riqueza/ Con esa grandeza/ Que lleva consigo, ay amor/ Me quedo contigo/ Si me das a elegir/ Entre tú y la gloria/ Pa que hable la historia de mi/ Por los siglos, ay amor/ Me quedo contigo./ Pues me he enamorado/ Y te quiero y te quiero/ Y solo deseo/ Estar a tu lado/ Soñar con tus ojos/ Besarte los labios/ Sentirme en tus brazos/ Que soy muy feliz./ Si me das a elegir/ Entre tú y ese cielo/ Donde libre es el vuelo/ Para ir a otros nidos, ay, amor/ Me quedo contigo./ Si me das a elegir entre tú y mis ideas/ Que yo sin ellas/ Soy un hombre perdido, ay, amor/ Me quedo contigo". La voz oscura y tierna de los Chunguitos casi me hunde en la melancolía, en la nostalgia, en un tiempo que se fue rápidamente, que se llevó aquellos años dorados en que empezábamos a respirar cada uno a nuestro modo, cada uno como sabíamos y podíamos. Los 80 pasaron como un rayo, deprisa, deprisa. Teníamos ansia de vida, queríamos engancharnos al último vagón de un mundo que había vivido sin nosotros. Se había terminado el aletargamiento, la resignación y buscábamos la verdad. "Me quedo contigo"  marcó a fuego aquellos primeros años 80 en que la democracia era joven, la libertad era joven, la droga entraba a raudales.  Pero Madrid aún era viejo. Existía un Madrid aburguesado y un Madrid proletario. Buenas zonas y esas otras de la periferia desconocidas para mucha gente y separadas del centro por mucho más que unas cuantas paradas de metro. El Madrid proletario no era sólo pobre, sino feo, hostil a la vista. Un feísmo que Almodóvar supo atrapar con mano prodigiosa en Qué he hecho yo para merecer esto, una película que nos cuenta la verdadera transición de esta ciudad, que viene del boom imobiliario del franquismo y de la supervivencia sorda de un apareja de posguerra (José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, en El Pisito, de Marco Ferreri), a la supervivencia desesperada de sus posibles hijos y nietos de Qué he hecho yo para merecer esto. Es como si aquel mismo piso nuevo de El pisito, levantado a las afueras entre barro y hormigoneras, fuera el de Qué he hecho yo... treinta años después, avejentado y triste, ocupado por una inmigración de segunda o tercera generación venida del pueblo, y que le sirve a Almodóvar para juntar a los abuelos, hijos y nietos en un poema de inocencias perdidas.

            El mismo Almodóvar de Pepi, Luci, Boom..., que se puso las mallas de La Movida, volvió la vista hacia los deprimentes bloques colmeneros donde habían venido a refugiarse las gentes de los pueblos manchegos, extremeños, andaluces, que no tenían más remedio que emigrar, y que él conocía y comprendía. Mientras que La Movida era sofisticada y su contracultura se desarrollaba en Malasaña, en el planeta de las afueras  también se movía algo, pero sin pretensiones, sin objetivos, sin nada. Un frenético ir y venir de unos chicos fuera de control, que no estaban dispuestos a que les vinieran las cosas, y querían cogerlas, arrancarlas de quien fuera y de donde fuera. Como le dice Pablo a Ángela en la hermosa película de Saura Deprisa, deprisa: "¿No querías el mar? Pues ahí lo tienes, todo para ti". Delincuentes chapuceros movidos por deseos urgentes. Fueron los  protagonistas más auténticos y con menos suerte de una época romántica y frenética, sin ellos saberlo. Hasta que el cine les echó el ojo y se volvió loco con sus voces barriobajeras, anticultas, llenas de frescura y naturalidad. Eran directos, sin prejuicios, ni juicios, todo valía con tal de vivir y todo era normal. No parecían venir de un pasado ni ir hacia ningún futuro, creaban su vida y eran molestos. No fingían, no era una pose ni tuvieron tiempo de pensar un plan alternativo: los ochenta acabaron con los ochenta y los quinquis con los quinquis. José Antonio Valdemar (Pablo) murió por una sobredosis de heroína y de Berta Socuéllamos (Ángela) no quiso volver a saber nada del cine. Fue la época desgarrada de Las Grecas, la época en que el flamenco se hizo moderno, del motín de la cárcel de Carabanchel, de Lole y Manuel, de la cachimba de Los Chichos y del Vaquilla como portada del Fotogramas. Y ahora la Casa Encendida recupera a los "Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle" con una exposición y un ciclo de cine. : "Ay, qué dolor", cantan los Chunguitos.

 
 
 
 
 
 
 
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20 de julio de 2010
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Crónica rosa y vida política

Los mundos de la política y del corazón tienen raras intersecciones. Raras por lo peculiares y curiosas, no por infrecuentes. Hay una intersección casi institucional en las monarquías: la antidemocrática regla de convertir a alguien en Jefe del Estado por el mero hecho de haber sido engendrado por quien deja vacante el trono convierte la cama y el foro político en espacios idénticos. Algunos presidentes saben jugar bien sus cartas y sus afinidades para convertirse en sombras miméticas de los monarcas: ahí está Sarkozy como ejemplo sublime y Berlusconi como carnavalesca inversión de la dignidad monárquica. En el de Estados Unidos, gracias a su potestad imperial, crónica rosa y crónica política son también idénticas. Y si no que se lo pregunten a Bill Clinton.

Pero donde el fenómeno adquiere tintes más interesantes no es precisamente en las cúspides del poder, sino en sus aledaños, donde a veces surgen políticos especiales, vocacionalmente abocados a la mezcla de cama y foro, propensos a expansiones públicas sobre su vida privada y a mezclas explosivas entre sus intereses particulares y los intereses generales. Son los niños mimados de la televisión y de sus tertulias, y en algunos casos incluso participantes activos y exitosos. Airean sus divorcios con la misma facilidad que sus creencias y se les nota mucho más cómodos haciendo vidas de famosos que de representantes de la soberanía popular. ` En un momento de divorcio entre gobernantes y gobernados, de creciente desafección por la política y de quiebra de las ideologías y de los valores, estos personajes aparecen como los más cercanos, los únicos capaces de suscitar afectos de sus conciudadanos y, en cualquiera de los casos, los que parecen gozar de mayor libertad para hablar con claridad y contar lo que piensan y sienten. Pero si alguien creyera que son portadores de alguna nueva idea y de alguna alternativa útil estaría equivocado. El aura que les rodea es vieja como la idea de democracia en la antigua Grecia, aunque aparezcan ahora electrizando a las masas gracias a las tecnologías digitales. Son los demagogos de siempre y los populistas de nuestros días.

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20 de julio de 2010
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CORRER EL TUPIDO VELO de Pilar Donoso

RESEÑAS SIN PLUMAS por Iván Thays UN LUGAR CON LIMITES Desde hace muchos años, la familia Donoso ha sido informante de ?primera mano? de lo que fue el Boom Literario Latinoamericano, ya sea con Historia personal del Boom de José Donoso, y su posterior añadido El Boom Doméstico de su esposa María del Pilar, como por un libro olvidado llamado Los de entonces también de María del Pilar. Dos imágenes me quedaron grabadas de esas lecturas anecdóticas. La primera, la del padre de José Donoso vendiendo ejemplares del primer libro de su hijo (dedicado entonces a pastor de ganado para poder leer a Proust completo) en los salones de algún Club de la Unión. Y la de las fiestas palaciegas y fastos de la juventud africana de María del Pilar, hija de diplomáticos y amiga de realezas de cuento de hadas, mundo irreal que se vino abajo con el matrimonio. Así, la idea que me formé de los Donoso fue la de una pareja de esposos provenientes familias aristocráticas y que, por seguir el destino literario del marido, ahora habían abandonado la casta y se habían convertido en poco menos que gitanos. La primera confirmación luego de leer Correr el tupido velo es que, al menos en lo que respecta a José Donoso, al parecer su familia nunca fue tan aristocrática sino más bien una familia tradicional, pero ya empobrecida, cuya casas familiar era vestigio o testimonio de tiempos mejores. Una imagen mucho más certera para entender la obra de un autor como Este Domingo o El obsceno pájaro de la noche, desde luego. La segunda confirmación es que Pilar Donoso, la hija adoptiva de los Donoso, ha intentado correr un tupido velo pero sin exponer demasiado a sus padres. Como ver cambiar el color de un velo o tender una cama con nuevas sábanas. Hay un momento en el que puede observarse lo que hay debajo, un breve flash de exposición, y luego otra vez el manto que cubre todo. El descubrimiento de las diarios y la correspondencia de Donoso en una universidad norteamericana, años después de su muerte, trajo consigo el chisme la posible homosexualidad (no se sabe si efectiva o solo imaginaria; tampoco queda aclarado ese tema en este libro) del narrador chileno. Cuando supe que Pilar Donoso iba a expurgar esas cartas y exponerlas en un libro, pensé que el caso sería debatido y me interesó mucho. No solo porque, como ya he dicho, he leído otros libros de memorias de la familia Donoso, así que podía llenar piezas en el rompecabezas, sino porque la homofobia en el Boom Literario siempre ha sido un tema que me llamó la atención. Los narradores del Boom se presentan, ante la prensa y los lectores, como modelos de lo que debe ser el escritor latinoamericano, y ese modelo implica el profesionalismo, el compromiso literario y el político, el cosmopolitismo, los idiomas y los países recorridos, las ediciones publicadas, los premios consagratorios, los proyectos comunes, las broncas entre ellos, lo lúdico y lo anecdótico, pero siempre bajo la imagen de una familia incorruptible donde los escritores eran los ?machos?, los padres de familia, detrás de los cuales siempre asoman ideas muy machistas y latinoamericanas, también, aunque no necesariamente ficticias, del matrimonio y aquella gran mujer que sostiene por detrás al gran hombre. Los hijos, en este retrato, eran convidados de piedra. Conocer luego de la muerte desgraciada de los hijos de Carlos Fuentes; o las aventuras etíopes adolescentes del segundo de los hijos de Vargas Llosa, o los arrebatos liberales del primero; o del embarazo a los 19 años de la hija de Donoso, fue la primera expresión de que quizá el ambiente familiar del Boom no era tan propicio para esa ilusión de solidez patriarcal. Pero descubrir que en el seno de este retrato de grupo (del cual se ha excluido siempre la figura incómoda de Manuel Puig, declaradamente gay) había un personaje encerrado en un closet era, para mí, una revelación más que interesante. En ese sentido, la lectura de Correr el tupido velo me confirma que, en efecto, el machismo del Boom era una realidad no solo en la forma de abordar la sexualidad en sus libros, sino también en su forma de sociabilizar entre ellos. Es especialmente conmovedor el recuerdo de Pilar sobre una entrevista que le hicieron, como hija de famoso, ante la cual su padre le pidió que omita cualquier comentario sobre su gusto por la decoración. Y sí, en efecto, en sus cartas se nota que decorar era uno de los placeres de Donoso, al igual que el dictarle a su esposa exactamente qué ropa vestir. Dos hobbies intrascendentes que en el código machista latinoamericano podía leerse como homosexualidad, perdiendo el derecho de ciudadanía del Boom, cosa que sin duda José Donoso temía más incluso que a enfrentarse a sus propios demonios sexuales. Porque lo que leemos en este libro de memorias de Pilar, condimentadas con las cartas y los diarios, es antes que nada un rosario de quejas de Donoso ante el temor de no ser aceptado como parte del Boom. Su éxito literario en traducciones y ediciones siempre es subrayado con emoción, pero sus ventas (presumiblemente bajas en comparación con las de Vargas Llosa o García Márquez) son siempre motivos de disturbio y dudas. Su temor reverencial por Carmen Balcells es también sintomático. La ansiedad ante la falta de reconocimiento económico, así como sus dudas ante la posibilidad de no poder completar una obra sólida próximo a los 60 años, es lo que ocupa el mayor espacio del libro. La otra parte gira en torno a la familia disfuncional creada por los Donoso, con una hija adoptada por la que sienten, alternativamente, amor y odio, desconfianza y celo; una mujer (María del Pilar) con arranques depresivos y alcohólicos; y un José Donoso incómodo en cualquier lugar donde viva, que lo mismo compra un palacio rural en Calaicete para huir del ruido del Barcelona de los 70, como viaja a exilios dorados en universidades norteamericanas a dictar cátedras, o busca en Chile, luego de 20 años de exilio, la comodidad de una casa propia amparado en el éxito como escritor líder de su generación, el top de Chile, en que se había convertido. Esos viajes sin rumbo fijo, buscando una estabilidad domiciliaria que sabemos que no puede corresponderse sin una emocional, esos exilios interiores y exteriores, son sin duda lo más perturbador del libro. Tratándose este de un libro escrito por una hija adoptiva que se siente constantemente relegada ante los conflictos de su padres adoptivos (en el nacimiento de sus dos hijas no contó con el apoyo de su madre, por ejemplo, quien somatizaba enfermedades para rehuir su responsabilidad), y que además siente el deber de ponerse tras bambalinas en este libro, considerando que el personaje no puede ser ella; tratándose, además, de un libro sobre José Donoso cuyos temas recurrentes son el de las casas, las familias, el sentimiento tribal detrás de las convenciones sociales y, sobre todo, de las carencias de no sentirse parte de un lugar concreto o un linaje; resulta obvio que el tema principal es el de la filiación. ¿A dónde pertenezco? ¿Quién soy? Esas son las obsesiones en la mayoría de sus cartas y diarios. Una enorme inseguridad es el origen de no sentirse, por completo, parte de nada. Duda de todo y quiere reemplazar (inútilmente) todo con su patria. No es de extrañar que el exilio sea una constante en sus pensamientos, más allá de sus viajes reales. Y tampoco que sus amores y amistades más fieles hayan devenido, luego, en paranoia persecutoria. Donoso necesitaba tener una filiación con una entidad superior a él, y como esta filiación no pudo venir por parte de su padres (a los que acusaba de lejanos e incapaces de interesarse por él) ni de su familia adoptada (con la mujer con la que se casó, a la que jamás pudo entender o asumir, y Pilarcita), y menos aun de aceptar en pleno su sexualidad (si acaso lo que se califica como ?historias juveniles homosexuales? fue algo más que eso), intenta que esa filiación venga de parte de algo tan voluble o arbitrario como el éxito y la fama literaria (una carrera que incluso cuando está llena de victorias siempre son pírricas) en medio, además, de ese maretazo irregular que significó el Boom Literario. Desde esa perspectiva, participar de una Feria de Libro en Buenos Aires y firmar libros en olor a multitud, o sospechar que el hotel en Cornell donde fue recibido un año fue peor al que le pusieron a Mario Vargas Llosa en iguales condiciones, terminan siendo las batallas que Donoso lucha en su vida doméstica mientras se hunde en la desesperación de no tener un lugar  auténtico, una habitación propia, de la cual sentirse parte. No queda mucho más que decir sobre el libro, salvo quizá que extrañamos el desarrollo de algunas claves trazados en su correspondencia y no resueltos en el libro (no era este el lugar, tampoco) como el tema de la fealdad y la belleza, o la interesantísima identificación que siente un Donoso de 50 años con la obra de un explorador (homosexual, por cierto) como Bruce Chatwin. Correr el tupido velo queda, entonces, como un anecdotario más que alimenta las historias míticas en torno al Boom Literario Latinoamericano, que subraya nombres conocidos, que sobrevuela sobre temas trascendentales en la vida de un narrador considerable en lengua castellana como fue Donoso y que, finalmente, nos muestra una vida llena de contradicciones, falta de afecto y vacíos por ser llenados. Como muchas. Y con esa vida no me refiero exclusivamente a la del protagonista José Donoso sino sobre todo a la de hija y autora Pilar, el personaje que ella misma apenas deja que percibamos tras el velo tupido de sus propias inseguridades que no logran ocultar el deseo o reclamo, una vez más, por la falta de atención de sus padres adoptivos, rechazando la imagen de la chica ?guapa pero dura? con que la definió Carlos Fuentes. Así, el mejor personaje de todos, la muchacha que descubre a sus padres, se quedó otra vez tras el tupido velo de su familia famosa. Pero el perfil está ahí, ahora, más claro. Y puede aflorar.

Correr el tupido velo Pilar Donoso Alfaguara,  2010

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20 de julio de 2010
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"Era una noche…"

Snoopy En todos los talleres se anuncia que la primera frase de una novela, o cuento, es fundamental. Y se recuerda, además, la peor primera frase de la historia literaria (aunque conozco peores) ?Era una noche oscura y tormentosa?, de la novela Paul Clifford de Edward George Bulwer-Lytton (la frase, por cierto, siempre es contemplada como posible titulo para el libro inacabado de Snoopy). El nombre de Edward George Bulwer-Lytton también ha dado origen a un Premio Literario que busca destacar el peor arranque probabable de una novela. El 2010 Bulwer-Lytton ha dado ya su ganadora: Molly Ringle, de Seattle. La terrible frase que envió al concurso es la siguiente:

For the first month of Ricardo and Felicity?s affair, they greeted one another at every stolen rendezvous with a kiss ? a lengthy, ravenous kiss, Ricardo lapping and sucking at Felicity?s mouth as if she were a giant cage-mounted water bottle and he were the world?s thirstiest gerbil.?

Lo que no entiendo es por qué no se hace este concurso con novelas reales. Encontraríamos, sin duda, cosas más premiables incluso.

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19 de julio de 2010
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Noé Jitrik y la desdicha de la literatura

Tapa de Página12 dedicada al crítico y narrador Noe Jitrik A punto de ser homenajeado como Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República, en Uruguay, Noe Jitrik aprovecha la entrevista de Silvina Freira (en Página12) para, a la hora del desayuno y ante el olor del café recién pasado, levantar las alas oscuras de las desdichas literarias contemporáneas. El éxito literario, los premios, el marketing, el dinero, ya se sabe, todas esas cosas que ?antes? no importaban según dicen algunos (algunos que no han leído la biografía de Balzac, las especulaciones moneterias de Tolstoi, las angurrientas cartas de Dovstoievski o los carnets de Chejov, por ejemplo, obsesionados con el tema de los honorarios, los préstamos y el éxito literario de los demás). Dice Jitrik:

?Quiero problematizar lo que podría ser la desdicha de la literatura. Está la idea del éxito y la atribución de valores muy efímeros, de tal manera que el descubrimiento literario se ha cerrado, y la lectura es más bien aquello que hay que leer porque alguien dice que hay que leer. Y los suplementos literarios así lo muestran y se hacen cargo de la desdicha de la literatura, sin creer que sea una desdicha, sino el mejor de los mundos posibles. (?) Me da la impresión de que hay un giro que va del culto al modelo de literatura occidental europea, francesa sobre todo, a la literatura sajona, especialmente norteamericana, que promete el éxito y la felicidad. Escribir es una decisión monacal en cierto sentido, muy individual y de renuncia. El que escribe se sustrae al paso del tiempo; pero es una condena más que una felicidad, porque la gente vive felizmente en el transcurso del tiempo. Esto subsiste y todo escritor está en eso, lo cual condena también a la pobreza, a la austeridad, a la honestidad. Lo condena además al pedido, a la solicitud; escritores que después de esforzarse y de hacer algo que creen que es bueno y quieren que se comunique se encuentran con los criterios editoriales, con la noción del éxito. La paradoja es que en medio de ese panorama hay escritores que ganan fortunas y cambian de categoría social y económica. Y es una paradoja sobre todo si se compara con la historia de la literatura. Ninguno de los grandes escritores, que son todavía los que dan la pauta de lo que es la literatura, ha tenido un sólo instante de felicidad económica. Nunca. ¿Dostoievski tenía dinero? ¿Stendhal tenía dinero? Proust estaba metido en una cama tratando de aliviarse del asma. ¿Quién? Esa es la literatura que siento que es literatura; muchas de las otras cosas que obtienen esa fortuna económica son transaccionales, de un día, una semana. Se puede verificar en los premios de las grandes editoriales, que prácticamente desaparecen en dos semanas.?

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19 de julio de 2010
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Del inglés al globish

Hace un par de semanas descubrí en una licorería de Santa Cruz la Coca Colla, el refresco aprobado por Evo Morales para combatir a la Coca Cola en Bolivia. El energizante era más dulzón que el Red Bull y tenía el sabor indiscutible de la hoja de coca. Aparte de la fuerza simbólica del gesto antiimperialista, hubo algo que me llamó la atención: debajo del nombre del refresco, un subtítulo decía: Bol Energy. ¿En vez del inglés, no hubiera sido más consistente escribir esto en quechua o aymara? Luego pensé que, incluso para los que luchan contra Estados Unidos, el inglés había sido despojado de su carga ideológica de avanzada del imperio --"Siempre la lengua fue compañera del imperio", escribió el gramático Antonio de Nebrija en 1492--, y era tan aceptado como los jeans y las hamburguesas.

Para entender lo que ocurre con el inglés resulta útil leer Globish: How the English Language Became the World's Language (Norton, 2010), de Robert McCrum. El argumento de McCrum es que el inglés ha adquirido una dinámica "supranacional" que lo aparta cada vez más de sus raíces inglesas y estadounidenses; es una "lingua franca emergente", "un fenómeno global" con fuerza multinacional. Nosotros conocemos el Spanglish (esa mezcla controversial pero imparable de inglés y español en los Estados Unidos), pero también existen el Englasian (vocabulario inglés con sintaxis china e hindú), el Konglish (inglés en Corea del Sur), Manglish (inglés con malayo), el Singlish (inglés de Singapur) y el Chinglish (inglés de China). Los hombres de negocios en Asia no hablan inglés; hablan Englasian.

Se calcula que dos mil millones de personas en el mundo (un tercio de los habitantes del planeta) hablan algo de inglés en alguna de sus formas. Sólo el chino es hablado por más gente, pero las dificultades de este idioma para ser aprendido incluso por los chinos y adaptarse a otras culturas hacen que el inglés no tenga competencia como lengua global. El francés Jean-Paul Nerrière, un lingüista amateur, fue el primero en sugerir que esa lengua global debía llamarse "globish": una suerte de inglés "descafeinado", "sin gramática o estructura" y con un vocabulario "utilitario" de alrededor de mil quinientas palabras.

McCrum nos muestra a las masas de trabajadores chinos que, en un esfuerzo por conseguir mejores trabajos, aprenden "Crazy English" con obsesiva dedicación; a los jóvenes hindúes en Bangalore, tomando cursos en inglés para conseguir un puesto en un "call center" y formar parte de la economía global. McCrum no es ingenuo, y sabe que Nebrija está en lo cierto. De hecho, para él, el triunfo del inglés en la cultura contemporánea es la prueba clara de que estaban equivocados quienes pensaban que, con el ascenso reciente de China, India y Rusia se acababa el mundo unipolar dominado por los Estados Unidos en los años después de la guerra fría. El globish señala más bien que la cultura angloamericana es parte fundamental de la "conciencia global". La lengua es un virus invisible, un instrumento de poder a través del cual se disemina una forma de ver el mundo, una ideología, los valores de la cultura angloamericana.

McCrum es un anglófilo acabado. Sus ataques constantes a la cultura francesa, su incapacidad para tomar en cuenta el avance del español, hacen que este libro de apariencia polifónica termine siendo un monólogo. Después de todo, si es cierto lo que sugiere McCrum de que el inglés se ha vuelto una lingua franca gracias a su capacidad de adaptación, entonces, por dar un ejemplo, el Chinglish no llevaría dentro de sí sólo la ideología de la cultura angloamericana, sino también de la cultura china, que se apropió del inglés y lo adaptó a sus propios usos. Es decir, se trataría de un triunfo parcial de la cultura angloamericana. Igual, su libro es necesario para entender fenómenos contemporáneos como el hecho de que una bebida antiimperialista use el inglés para publicitarse.

(La Tercera, 19 de julio 2010)

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19 de julio de 2010
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