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Así empieza lo malo

El lector que le pida a un libro una historia bien contada, y mejor aún si de paso le informa (aportando datos y reflexiones pertinentes) y le entretiene (me refiero a que no hay mejor pasatiempo que  disfrutar con el uso  de una prosa culta, precisa y a poder ser elegante) verá colmadas sus esperanzas con el último libro de Javier Marías.

                La historia, los personajes, las circunstancias, los ambientes y hasta la localización geográfica son perfectamente reconocibles porque, como si dijéramos, son marca de la casa. Y ahí está ese continuo tejer y destejer de los acontecimientos que se desarrollan ante los ojos del lector en una suerte de flujo continuo pero no unívoco ni homogéneo: algo que de entrada parece una evidencia irrefutable puede pasar de inmediato a ser una ilusión, un equívoco o una falsa apreciación según surgen nuevas evidencias, ahora de nuevo irrefutables, o bien las de antes quedan matizadas por la conciencia reflexiva de un narrador sabiamente apostado en un lugar tan privilegiado que casi parece un prestidigitador. Hoy puede ser hoy aunque también puede referirse a ayer porque el testigo habla desde su hoy de ahora pero refiriéndose a unos hechos ocurridos en un pasado relativamente lejano, y en el transcurso de ese lapso el narrador es el mismo de entonces pero cambiado, pues de joven fue testigo y en parte actor de unos hechos que al ser contados cuando ya es un adulto su visión, su percepción de los comportamientos de unos y otros o lo que perdura de ellos ha cambiado y por lo tanto también han cambiado los hechos en apariencia inamovibles, y lo mismo da que  fueran actos de amor, de odio o de indiferencia, y que se cometieran con intención de durar o no: todo está sometido a la acción del tiempo, al paso del tiempo, que es uno de los ejes fundamentales sobre los que se asienta la evidencia de que estamos asistiendo al comienzo de lo malo. Pero vaya con el tiempo. De pronto, en plena acción, todo se detiene y el discurrir reflexivo del narrador puede llevar a Shakespeare o a Faulkner, y al regreso todo puede seguir como antes o no porque los personajes tienen su lógica y también evolucionan y pueden aprovechar el parón para solventar sus propios asuntos, aunque bien pueden haber permanecido inmersos en su propia desgracia.

Curiosamente, en la página 191 hay una intervención que describe esto que estoy tratando de exponer pero de forma más escueta y acertada que yo. La reflexión se centra en la juventud y la infancia, siempre en busca de modelos de comportamiento, y de pronto, acudiendo a la maestría de Hitchcock, dice el narrador: “[…] en aquellas películas hay largos tramos en los que nadie abre la boca y no hay ni el más leve diálogo, en los que sólo se ve a gente ir de un lado a otro y sin embargo el espectador mira la pantalla imantado, con creciente intriga y zozobra sin que para ello haya a veces la menor justificación objetiva. Es la simple observación la que nos crea la zozobra y la intriga. Basta con posar la vista en alguien para que empecemos a hacernos preguntas y a temer por su destino”.

Obviamente, la búsqueda de similitudes entre las películas del maestro del terror y esta novela requiere cambiar la pantalla y el espectador por las páginas de un libro y un lector, y también requiere matizar lo de que la zozobra pueda ocurrir sin la menor justificación objetiva. Se está narrando la deriva del matrimonio de Eduardo Muriel y Beatriz Noguera, y cuando arranca dicha deriva el matrimonio es ya “una larga e indisoluble desdicha”. Paralelamente a la mutua y atroz destrucción de ambos esposos, el narrador recibe el encargo de investigar un acto imperdonable cometido en el pasado por un tercer personaje, el prestigioso pediatra Jorge Van Vechten. Todo ello transcurre contra el fondo de la tan elogiada Transición desde el nefasto y rencoroso franquismo a una democracia que nació lastrada por la consigna de no ajustar cuentas bajo el supuesto de que ganar el futuro era más importante que reabrir viejas heridas y pedir cuentas por unos desmanes que si fueron cometidos durante la guerra pues mira, con las guerras ya se sabe, pero que por desgracia se perpetuaron en una sañuda e implacable persecución a los vencidos que duró hasta el último de los cuarenta años de gobierno de Franco. El paralelismo, y las diferencias, entre el perdón y el olvido al pasado a escala nacional y personal es obvio y mientras parece que en la novela “nadie abre la boca y no hay ni el  leve diálogo” la tragedia del matrimonio Mariel, los desmanes del pediatra y los yerros o aciertos de un joven narrador que lo ve todo desde la distancia del adulto son toda una constante lección moral sobre el amor y su pérdida, los extremos de la abyección y la capacidad de humillar e infligir dolor, la posibilidad, o no, del perdón y los insondables circuitos por los que se mueve el deseo. Para contar todo eso las posibilidades expresivas de la narración son llevadas por Javier Marías hasta el límite de manera implacable y sin concesiones. Nadie ha dicho que la vida haya de ser justa y amena todo el tiempo, pero tampoco ha dicho nadie que preguntarse por el destino de nuestros semejantes no vaya a ser un viaje fascinante y plagado de emociones, incluso sabiendo que con toda probabilidad, en lugar de un final feliz será el principio de lo malo.

 

 

Así empieza lo malo

Javier Marías

Alfaguara

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5 de enero de 2015
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Los silenciados Werthers

Albert Camus juzgó el suicidio como “el único problema filosófico verdaderamente serio”. Poco se puede añadir a este juicio de valor que concluye en su propia mudez, ya que ninguna otra luz directa extiende el autor al margen de las quimeras existenciales de sus personajes de ficción. Camus calibra el alcance del “problema”, tan grave como silenciado, ya que el suicidio es uno de los asuntos más esquinados en las sociedades prósperas, incluso cuando se convierte en la primera causa de mortalidad no natural, como es el caso. Todo aquello que nos infringe sufrimiento y mata resulta anatomizado en un modelo de organización preventivo: de los accidentes de tráfico al consumo de drogas, la violencia machista o el fracaso escolar. En los medios no escatimamos detalles de violaciones a menores, torturas y otros crímenes abyectos; la violencia está tan integrada en nuestra cultura que se juega con ella desde niños. Pero ante el suicidio: silencio. Apelamos a viejas teorías -como las de Paul Moreau de Tours (1875) y Paul Aubry (1896)- sobre el contagio y la emulación como justificante para no difundir las noticias de suicidios (a no ser que se trate de alguien famoso, cuando, siguiendo la misma lógica, el ejemplo de un ídolo puede resultar mucho más influyente). Cualquier herramienta parece inservible, incluida la capacidad de análisis, a la hora de enfrentarse al autoasesinato, como si el ser humano se inhibiera al desentrañar el contranatura que implica darse muerte a uno mismo. Los últimos datos del INE y el Departament de Salut de la Generalitat son alarmantes, una de las peores noticias al cierre del año: los suicidios crecieron un 11,3% en España, y más aún en Catalunya, un 36% en los últimos cinco años siendo la primera causa de fallecimiento entre los menores de 34 años. El Código de Riesgo que acaba de implementar la Generalitat está en la línea con los esfuerzos de la OMS, aunque en España estemos todavía bien lejos de considerarlo una cuestión política y no se hayan dispuesto estrategias específicas para combatirlo. Porque tras el medio centenar de suicidios cifrados, hay una media de 20 tentativas. En la época romántica se lo denominó “efecto Werther”, llegándose a prohibir el libro de Goethe en varios países, y en el siglo XX fueron las drogas, la exaltación del lado salvaje, la belleza del suicida también emulada al estilo Kurt Cobain -cabría recordar las palabras de su hija en respuesta a la apología suicida de Lana del Rey: “Abraza la vida porque sólo tienes una”-. “Una corriente de tristeza colectiva”, esgrimió el sociólogo Émile Durkheim como razón principal de la autoeliminación en el mundo moderno. Ahora se señala a la crisis, el paro, el horizonte corto, pero seguramente no existe una sola respuesta. Un cortocircuito, nos decimos, un apagón, pero, si hay red, alarmas y medidas, se puede volver a encender la luz. (La Vanguardia)

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5 de enero de 2015
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Elegía para el gran corrupto

Oleguer de Regós es el epígono de una añeja familia de la aristocracia feudal catalana, con un general carlista entre sus antepasados. Es historiador de vocación, aunque de nula proyección académica y una sola obra publicada, una monografía titulada Història de l?ermita de la Salvació, una capilla prerrománica del siglo IX con sus correspondientes pinturas murales apocalípticas y su pantocrátor. El autor describe su libro como la ?investigación de un microcosmos, un modelo extrapolable al universo?, y solo el aperitivo de la gran obra histórica en la que piensa a todas horas y que cuenta ya con título: La vida dels segles, en el que formulará ?una versión definitiva de los ejes de la historia?. Conocemos estos datos bibliográficos gracias a las memorias que acaba de escribir y que llevan por título La vida és estranya, unas reflexiones autobiográficas escritas con genio e incluso desenfado, sobre su pasado familiar, el suyo personal e incluso íntimo, el de sus amigos y especialmente sus mujeres y, sobre todo, el de una región que conforma todo un mundo. Es la boscosa comarca de la Conca del Corema, tierra de caza y de embutidos, con capital en Tossals, ciudad con catedral, museo diocesano e incluso un periódico, El Vigía, además del Castillo de los Regós, la niebla, el macizo del Montmort al fondo y el Cafè de Plaça donde discuten y filosofan los amigos del historiador. Regós vive en un pisito de la calle Petritxol, que fue antaño la garçonnière de su abuelo, el cacique carlista de la Conca, y trabaja, es decir, consulta libros y escribe en la Biblioteca-Fundació Semper, detrás del Saló del Tinell. El nombre de la institución no es un apellido. Su propietario y financiador es uno de los hombres más ricos e influyentes de Cataluña, que responde por el apellido de Befàs y de cuyo nombre de pila nada se nos dice en las memorias. El nombre de Semper esconde el lema o sentencia que inspira a Befàs: Semper Catalonia. Befàs es un personaje sentencioso, capaz de condensar su pensamiento y el espíritu catalán en un par de aforismos: ?Aquí la propiedad es más fundamental que la libertad?, ?la propiedad es el instinto, la ley es el decorado?. Y remata con una ecuación impecable sobre el instinto de posesión: ?Tener bosques, cerdos, fábricas de pienso, discotecas, coches, mujeres, dinero bajo una baldosa. Tener. ¿Qué necesidad hay de ser si tienes? Es decir, ¿si solo eres si tienes??. A Befàs le gusta comer carne casi cruda y subirse a lo alto del edificio de su empresa aseguradora para contemplar Barcelona como si fuera su propiedad. Así le retrata Regós: ?Es un hombre bajito que se levanta sobre la punta de los pies cuando hace una afirmación con contundencia. Es seductor y despiadado. Es codicioso y a la vez sueña ?o soñaba? en un imperio inexistente, porque confunde Cataluña con el centro del universo. Un buen día era socialdemócrata, el otro liberal, luego demócratacristiano, con frecuencia conservador. En resumen, como él dice, solo Cataluña importa. Su mayor esfuerzo, su vanidad más grande, era ser considerado un conspirador perfecto?. Siempre se rasca el culo cuando se eleva en uno de sus monólogos célebres, según advierte ese observador al que no se le escapa detalle: ?Tiene unos párpados cada vez más arrugados que el cuello de una tortuga, unos párpados que, cerrados, le perfilan la cabeza de un tótem de la isla de Pascua?. Su mayor mérito histórico es ?no haber aceptado nunca ser directivo del Barça?. Sobre su catalanismo, el historiador hila fino: ?Quería una Cataluña grande porque sabía que era pequeña para él. ¿O en realidad quería una Cataluña pequeña porque la real le quedaba grande? Nunca lo he sabido, porque Befàs tenía mil caras. España no le interesaba mucho: Europa era una excusa?. Sus análisis económicos son exactos y actuales. Vio venir la crisis antes que nadie y ojeó todas las burbujas. Su ojo político es excelente: ?Los errores de España siempre son las oportunidades de Cataluña, si hacemos las cosas bien. Y ahora es un buen momento. Con una España débil, Cataluña puede ser más fuerte?. Pero su idea de la política es brutal, Hobbes en estado puro. ?Tan solo hay una forma de hacer política: destruir o ser destruido?. Un ?ego titánico? es lo que hay que tener: ?A un político, en el fondo, no puede interesarle ningún tema que no sea él mismo?. Sus monólogos lo demuestran, así como las virtudes que defiende: ?Vanidad, ambición, instinto depredador?. Cuando Regós escribe sus memorias, Befàs está en la cárcel. Utilizaba su Biblioteca-Fundación para hacer facturas falsas, lavar dinero negro de sus empresas y financiar a los dos principales partidos de los que sacaba concesiones de obras públicas. ¿Les suena? Su trayectoria es catalana, pero perfectamente universal, sirve para Pujol o para Berlusconi: ?Pensaba entrar por la puerta grande en la política. Simplemente esperaba, sin prisa. Con una ingenuidad maligna, estaba a la espera de que el pueblo le reclamara. Primero un magnate, a continuación el mecenas, después el hombre de Estado, pequeño o grande, quiero decir el Estado?. Regós, Befàs, las falsas memorias y la imaginaria comarca, todo sale de la escritura soberbia y sarcástica de Valentí Puig, en su última novela La vida és estranya. El país retratado es Cataluña. Pero sirve para cualquiera: local y global. En este artículo solo he tirado de un hilo, muy visible, el de la política y la corrupción, que Valentí Puig ha bautizado con el apellido de la buena conciencia, una de las virtudes más acordes ahora mismo con la exhibición de catalanidad: Befàs, que quiere decir, ?haces bien?, al que ha metido en la cárcel y al que ha entonado un irónico responso de apariencia elegíaca. Befàs, del verbo befar, también significa ofender o insultar. Chapeau!

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5 de enero de 2015
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El miedo al tiempo

Nos interesa sobre todo el tiempo puesto que mediante él morimos.  Morimos con él y en medio de él, bebiéndolo y evacuándolo. Nos hallamos en realidad tan inmersos en su seno que no es extraño que tanto el nacimiento como la muerte se comuniquen subterráneamente, subcarnalmente, en el subsuelo orgánico o no. Pero a la vez, tanto al despertar a la vida como al desfilar sobre ella se detecta al tiempo como  un viento inmóvil, una envolvente espacial. Por ello  ¿qué decir siguiendo este encadenamiento del carácter del espacio? El espacio es tan misterioso como el tiempo. No importa que el primero se vea y el segundo no desde  los mismos postulados.  El tiempo se nos ve en la figura,  lo constatamos en las épocas, lo palpamos en los modos y las modas que se suceden.  El espacio, sin embargo, tiende a parecer más estable escénicamente  y, sin embargo, muta también de una historia a otra, dentro de la historia, con el viento y el aire de la gran historia. Ni uno existe sin el otro ni el otro existe sin su par. Porque así como nos es evidente que el tiempo se mide espacialmente en el reloj, el espacio se mide constantemente con el paso del tiempo. Nuestra estancia en este mundo es tan incomprensible (nuestro ser y no ser son tan ininteligibles) que requiere construcciones complejas (tiempos y espacios) para crear narraciones que suplan su identidad. Suplan su identidad y  la nuestra puesto que si nada se detiene tampoco nada se mantiene idéntico. O bien, si  nada se entiende a todo ponemos gran atención: la atención al paso del tiempo cuyo murmullo mental nos atemoriza.

Y no hay necesidad de recurrir a las trascendencias.  Basta el visor digital del microondas encastrado en la cocina para sentir con pavor la fatídica consunción de segundos y minutos que pasan en breves intervalos. Y eso ocurre, efectivamente, mientras el microondas se mueve en el espacio y lo hace girar.  De ese pequeño carrusel doméstico se deduce la conciencia   de otros carruseles de mayor escala hasta alcanzar, en su delirio universal, la gigante rotación  de todos los astros, de todas las vidas humanas o no y, claro está, de todos los tiempos enclavados en ellas.  

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5 de enero de 2015
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El síndrome del elegido

          En la miniserie televisiva The World Wars se dice que el soldado británico Henry Tandey pudo haber matado a Hitler en la Primera Guerra Mundial. Según la serie, y según le contó el propio Hitler a Chamberlain, el soldado Tandey apunto con su rifle a un Hitler desarmado, que hacía de correo entre las trincheras, pero finalmente Tandey decidió salvarle la vida y lo dejó escapar.

 

Supongamos que este hecho, que Jacinto Antón considera inverosímil, fuese cierto. Para Hitler, que creía fervorosamente sus propias mentiras, lo era. ¿Qué suelen pensar los paranoicos como Hitler de asuntos así? Suelen pensar en la Providencia más que en la bondad humana. Fue la Providencia la que decretó que Hitler no tenía que morir, y fue la Providencia la que paralizó los dedos de Henry Tandey para que no apretara el gatillo.

 

Es evidente que la idea misma de un Dios providencial refuerza cierta tendencia humana a la paranoia, hija de las pasiones narcisistas del yo. Todas las narraciones de estas características son cantos descomunales al yo más que a Dios o al otro, cantos que podrían expresarse así:

Dios me ha elegido, por encima de los demás,

por encima de los demonios y los ángeles,

Dios me ha elegido.

Por eso detuvo el dedo de Tandey

por eso me libró del gas sofocante y las balas del enemigo.

Dios me ha elegido para empresas aún más grandes

que la muerte gloriosa

en los campos de Marte.

A partir de ahora

estoy blindado ante toda forma de desastre.

Soy el invulnerable

y no me puedo equivocar.

Dios estuvo y estará siempre de mi parte.

El destino de los pueblos está a menudo vinculado a sujetos así, por eso la historia más que una sucesión de hechos razonables y explicables es el flujo incesante y galopante del pensamiento mágico vinculado a la paranoia.

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5 de enero de 2015
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35. La película del mundo

El antiguo topos del "teatro del mundo", que va desde el drama shakespeariano y calderoniano hasta la novela de Musil El hombre sin atributos, ha sido sustituido por el de la "película del mundo", sin bien con los mismos elementos: el planeta es un escenario y nosotros los actores que representan sus papeles en él, "pues en la vida se repiten siempre los mismos papeles, los mismos nudos dramáticos y las mismas fábulas"[1]. Ahora se espejean en las pantallas las representaciones de los caracteres, pero esa es casi la única diferencia, pues la sensación metafísica de estar atrapado en un guión que nos escribe es la misma: "Me escapo sin cesar y no comprendo bien, cuando me veo obrar, que el que yo veo obrar sea el mismo que el que mira, y se extraña y duda que pueda él ser actor y espectador a la vez", escribió André Gide[2].

 

Vicente Verdú escribió un sugestivo artículo tras leer un libro titulado La vida: la película, donde se dejan caer las funestas consecuencias de una sociedad consagrada al espectáculo y la televisión. Verdú listaba la cantidad de situaciones donde se nos exige comportarnos como actores: "como sujetos laborales, actores cuando compramos o vendemos, actores cuando somos comensales o servimos la mesa. Actores como huéspedes o anfitriones"[3]. Se nos obliga a fingir en las entrevistas de trabajo, en las bodas ajenas (o propias, quién sabe), en las apariciones en los medios. La dicotomía semántica del verbo castellano "actuar" se ha resuelto unificando las dos posibilidades. Los más jóvenes no tendrán problemas en el futuro: han nacido duchos en desarrollar roles. Son personajes del videojuego de su vida, que incluye su representación habitual en grupo, la individual de Internet, donde tienen un nick o mote para los chats y pueden configurar un "avatar" o personaje virtual para la navegación. Salen y entran de su yo como yo de los avatares que encarnan: sin sentir nada. Ellos son el futuro, porque no son nadie, o son todos a la vez. Personas plasmáticas, adaptables, manejables. Chicles que masticarán las multinacionales.

 

Y la literatura, como siempre, ha captado a la perfección -y de forma innúmera- el fenómeno, a medias sociológico y a medias psicológico:

 

"Yo sólo puedo verlos vagar, en la pantalla garabateada de mi inventiva"; Eloy Tizón, Seda salvaje; Anagrama, Barcelona, 1995, p. 34.

"Me hace acordar a algo, a una película, no sé. Es raro, ¿te das cuenta? Como si le hubiera pasado a otra y yo, ahora, pudiera mirarla desde aquí lo más tranquila y acordarme"; Ricardo Piglia, "Mata-Hari 55"; La invasión, Anagrama, Barcelona, 2006, p. 83.

"No, no sé si quiero ver el rostro del niño que era entonces. Me da miedo pensar que su cara y la mía puedan ser demasiado parecidas. El famoso actor en que se ha convertido nuestro profesor de entonces me reconoció al instante, sin vacilar lo más mínimo. Y no sé si podré reunir el valor suficiente para reconocerme así, sin dudarlo, en la pantalla de un televisor"; Iban Zaldua, Mentiras, mentiras, mentiras; Lengua de Trapo, Madrid, 2006, p. 96.

"Hace tres días se viene proyectando en una pantalla como de cine de verano improvisada en mi propio cerebro el viaje a Sicilia que hice con un grupo de amigos hace siete años, recién comenzado el nuevo siglo. En él aparecen muy fielmente y casi en súper 8, formato en que tenían lugar todas las grabaciones mudas de los veraneos infantiles (...)"; Mercedes Cebrián, La nueva taxidermia; Mondadori, Barcelona, 2011, p. 15.

"La sábana que un día usaste de telón / para ver el súper 8 de tu infancia"; Edgardo Dobry, Contratiempo; Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2013, p. 26.

"En algún momento de la secuencia habrá que incluir también la aparición momentánea de la muchacha bajo unos soportales"; Eloy Tizón, "Los puntos cardinales", Velocidad de los jardines (1992); Anagrama, Barcelona, 2008, p. 37.

"Uno se enamora cuando siente que todo el mundo alrededor se ha convertido en extra de una película de la que él/ella y su acompañante son los auténticos protagonistas"; Javier Moreno, Alma; Lengua de Trapo, Madrid, 2011, p. 66.

"(...) como si yo fuera el protagonista de una película cómica en la que mi terror no tenía más función que producir la risa de unos espectadores invisibles"; Juan Aparicio Belmonte, Un amigo en la ciudad; Siruela, Madrid, 2013, p. 36. "(...) aquella anécdota se desplegó ante mí con sorprendente viveza, como una película en la que yo me sentía tan solo y desamparado como en aquel momento" (op. cit., p. 75).

"Aquella actitud tan desenfadada divirtió al equipo de televisión, aunque aún le soprendió más la relajación y naturalidad con que actuaban delante de las cámaras. Sin embargo, cuando las felicitaron por ello, parecieron confusas. La mayor y más directa de todas, la señora Cheng, dijo que no sabía de qué le hablaba el director. Si se suponía que debían de ser ellas mismas, ¿a qué venía el comentario sobre su actuación?"; Yiyun Li, "Un hogar en llamas", Muchacho de oro, muchacha esmeralda; Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013, p. 165, traducción de Laura Martín de Dios.

"Fueron el tono de desesperación contenido, las puntas de cabello todavía húmedas y la voluta de humo que se sacó de los labios los que me convencieron de que Helen se sentía encuadrada en la escena de uno de esos telefilmes donde la mujer indomable y rubia se decide a pelear por el bien de su hijo contra el hombre que ama"; Gonzalo Torné, Divorcio en el aire; Mondadori, Barcelona, 2013, p. 165.

"(...) era fácil que su cerebro se excitase por el paso rápido de imágenes y acabase proyectando en el ventanal otras a la misma velocidad: desaparecían los paisajes junto a la vía para dar paso a la película de su vida, de acelerada, la secuencia de decisiones que la habían conducido hasta aquí, puestas en orden a la ida y luego remontadas a la vuelta hasta llegar al momento original en que todo se torció"; Isaac Rosa, La habitación oscura; Seix Barral, Barcelona, 2013, p. 121.

"Y tú que te piensas y te crees mejor que ellos, / sentado en un cómodo sofá con la nevera a rebosar / de mentiras que te llegan con un mando a distancia / que te da un cierto poder, el mandar en algo. / Pero en ese resquicio de poder una advertencia / mira tu alrededor, lee estos informativos y date cuenta / de que no tienes ni idea de nada, / de que no has entendido nada / porque ese poder es como todos, / terrenal y pasajero, el reloj sigue contando / y tarde o temprano te los encontrarás, / todas esas caras de los informativos / te estarán esperando, tarde o temprano"; Pablo Lorente, Informativos Tele Nada; Fundación Cultural Bajo Martín / Comuniter, 2013.

"Me quedé mirándola un rato (...) tratando de que no me conmoviera nada de la situación, como si yo fuese un actor secundario al que no le han dado más que un papel de extra, sin intervención hablada, un personaje que entra en una habitación semioscurecida, se sienta en un butacón, mira a la paciente que está dormida y, antes o después, posa las yemas de sus dedos en sus propios ojos, masajea sus párpados y, de repente, pierde pie en la realidad y cae hacia el lado de la inconsciencia apaciblemente"; Juan Bonilla, "Cuidados paliativos", Una manada de ñus; Pre-Textos, Valencia, 2013, pp. 58-59.

"Se ve a sí mismo, de hecho, como desde fuera, como si una cámara lo enfocara, absolutamente ajeno a su entorno"; José Óscar López, Los monos insomnes; Chiado Editorial, Madrid, 2013, p. 166.

"Ninguno de los dos era muy rápido pero los dos se esforzaban como si lo fueran: semejaban actores de una película, enfrascados en una persecución en cámara lenta"; Alberto Chimal, La torre y el jardín; Océano, México D.F., 2012, p. 394.

"daría todo porque empezara de nuevo la película / que esta situación así dentro de sus ojos / me deja en _______________ pausa"; Cristian Alcaraz, "10 minutos de anuncios", Turismo de interior; La Bella Varsovia, Córdoba, 2010, p. 26.

"La vida no es más que una / comedia de argumentos excelentes"; Juan de Dios García, Ártico; Germanía, Valencia, 2014, p. 41.

"El mundo a su alrededor parecía un escenario mudo sobre el que cayese un cortinón de terciopelo"; Blanca Riestra, Pregúntale al bosque; Pre-Textos, Valencia, 2013, pp. 38.

"Me consideraba un extra de mi propia vida"; Miguel Serrano Larraz, Autopsia; Candaya, Barcelona, 2014, p. 164.

"Eres el protagonista de la noche, me decía, compórtate como una estrella. Soy un actor secundario, corregí, un defecto secundario"; Miguel Serrano Larraz, Autopsia; Candaya, Barcelona, 2014, p. 231.

 

"(...) si todo esto fuera una película, éste sería el instante en el que el sonido ambiente desciende a cero para que suba el volumen de los pensamientos de la protagonista"; Rodrigo Fresán, La parte inventada; Random House, Barcelona, 2014, p. 199.

"Luego chasquea la lengua y hace un brusco gesto con la cabeza para apartarse un mechón de pelo, un gesto extremadamente limpio y elegante, tan fuera de lugar que parece ejecutado por el protagonista de una película"; Esther García Llovet, Mamut; Malpaso, Barcelona, 2014, p. 24.

"A menudo me siento, ante esta lógica de sucesos, como si me hallara presenciando una extraña película cuyas imágenes desfilan a un ritmo tal que, no habiendo terminado yo de descifrar la última, ya debo ocuparme de la siguiente"; Alan Pauls, El pudor del pornógrafo; Anagrama, Barcelona, 2014, p. 87.

"La realidad no me interesa, pasa imperturbable como si fuera una película que ya vi"; Fernanda García Lao, Fuera de la jaula; Emecé, Buenos Aires, 2014, p. 126. "La escena no tiene diálogo, la contemplo como si fuera una película mediocre" (p. 222).

"Somos algo así como los protagonistas de un videojuego, pero con la particularidad, poco halagüeña, de ser propietarios de una única vida."; Juan Carlos Márquez, Los últimos; Salto de Página, Madrid, 2014, p. 72.

"Fue como una de esas escenas televisivas donde quienes están destinados a conocerse se encuentran."; Nicolás Mavrakis, El recurso humano; Milena Caserola, Buenos Aires, 2014, p. 22.

 

No es imposible que en un corto futuro todas estas menciones se sustituyan por el mundo como serie televisiva. Ya lo veremos.


[1] Robert Musil, El hombre sin atributos; tomo 1, Seix Barral, Barcelona, 2002, p. 373; traducción de José M. Saénz.

[2] André Gide, Los monederos falsos (1925); Seix Barral, Barcelona, 1984, pp. 74-75, traducción de Julio Gómez de la Serna.

[3] V. Verdú, "La vida: la película", El País, 14/7/2001, p. 28.

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4 de enero de 2015
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De adicciones y esponsorizaciones

La anomalía, llámesele disfunción, patología, adicción o deriva, se ha convertido en regla. Porque tantas fatigas reportan el éxito y la fama como la más anónima de las intrascendencias. Cuando voy al programa de Julia Otero, me tomo siempre un café en la Rambla y no puedo dejar de observar a esas mujeres, sentadas en la barra, que piden su tercer carajillo con un vaso de agua, arregladas y sonrientes, aunque con la mirada tan aniñada como abotargada. No somos nadie para juzgar antes de intentar comprender: que su instinto de supervivencia aún es capaz de protegerlas, en un frágil equilibrio que puede derrumbarse al primer aleteo. Cada vez conozco más mujeres que beben solas. A medida que los hijos crecen y las casas se vacían, necesitan anestesiar el sueño, enturbiar la cabeza, sentir una energía que no les pertenece pero que gracias a la desinhibición del alcohol sienten como propia; entretener el lenguaje del alma, que pocas veces coincide con el lenguaje del cuerpo. En una ocasión me contaron la historia de una profesional, en proceso de rehabilitación, que se bebió el frasco de Chanel 5: era lo más parecido al whisky que tenía en casa. Mal asunto el de enjuiciar a quienes tropiezan y acaban orillados. Ahí está el gran Johnny Depp, ese eterno chico que, después de Eduardo Manostijeras, Jack Sparrow y sus piratas del Caribe, Willy Wonka y otros éxitos -a menudo de la mano de su amigo Tim Burton-, se ha dejado ver ebrio y confundido ante un micro, hasta el extremo de anunciar que va a tratar su alcoholismo. Depp ha cumplido cincuenta, una edad peligrosa para quienes aún no han logrado serenar el alma. Los estragos de la fama suelen pasar factura cuando la juventud se diluye, igual que las más sofisticadas sopas instant. Ya no se es ni el más original ni el más guapo pero, sobre todo, ya no se es primicia. ¿Cómo reavivar la fe en uno mismo? Y, más aún, ¿cómo mantenerse en primera línea durante muchos años sin caerse al foso de los leones? El santoral de la fama -siguiendo la ex excelente metáfora creada por Margarita Riviere- sigue caracterizado por el martirologio de quienes, a cambio de subir al Olimpo, tuvieron que tragar veneno. De Philip Seymour Hoffman o Robbin Williams, muertos (o autoeliminados) este año, hasta las chicas malas de Hollywwod que entran y salen de las clínicas de rehabilitación como si fueran spas, la peligrosidad de la exposición radica, sobre todo, en quedarse sin el propio yo. Se sustituye por otro, con química, física o tatuajes. Ese ha sido el caso de Maradona, que, de venir a España en adelante -cuando la reforma del Código Penal del PP se apruebe, asunto que, en este particular, aplaudo-, podría ser condenado a cuatro años de cárcel por incitar a la violencia machista. “Perra” se ha tatuado en el pecho, dedicado a su novia. Pero lo peor es que la susodicha, Rocío Oliva, se ha fotografiado pizpireta al lado de un Diego burleta, con la tinta del tattoo aún fresca. Excesos, enfermedad, desvarío, pero también violencia, desprecio, sordidez, precipicio. Eso ocurre en un mundo esponsorizado, en el que las tradiciones se revientan con mal gusto: qué burrada lo de brindar con cerveza en Nochevieja, ¡si al menos fuera Cola-Cao! Última voluntad El gobierno del Reino Unido ha lanzado una web que hace pública la última voluntad y testamento de todos los ciudadanos fallecidos desde 1958. Una de las más consultadas -previo pago de 10 libras (más de 12 euros), que así han tasado el morbo- es la de Lady Di, a la que los británicos no olvidan. Ella resume los años 90 donde los trajes de Versace y los bolsos de Dior aniquilaban las florecillas Liberty y reinventaban el glamur. Ella lo combinó con la prosa de las onegés y el desamor. Los británicos ahora quieren cotillear la letra pequeña: saber qué fue de su anillo de compromiso de zafiro y diamante o la Tiara Spencer, como si fueran de la familia, no en vano un gran porcentaje de los británicos ha soñado que tomaba té con su Reina. Obsesivas néspotas Le llaman “management de la excelencia”, e impera en los reglamentos de varias empresas asiáticas. Si una azafata derrama un zumo encima tuyo, su compañera la puede delatar por el bien de la compañía y será despedida, porque no se admite torpeza alguna. Hace unos días a la aún vicepresidenta de Korean Air (un chaebol coreano al estilo Samsung o Hyundai, donde “la familia” tiene cargos, privilegios y pasea todo tipo de arrogancias) le sirvieron unas nueces de macadamia sin emplatar. Cho-Hyun-ah actuó con la lógica de la excelencia: echando al supervisor al instante, aunque ello retrasara el vuelo. El nepotismo en el nuevo mundo reúne lo peor del viejo, pero además es formalmente miserable y hortera. Siempre Acabo el año leyendo a Kundera. En la solapa de La fiesta de la insignificancia (Tusquets), un retrato de Catherine Hélie que enamora. “Milan Kundera nació en Chequia y desde 1975 vive en Francia”. Así firman los clásicos en vida. El libro es un surrealista divertimento: viejos que beben, recuerdan a sus madres y observan a las chicas por la calle admitiendo que el centro de seducción ha pasado de los pechos, los muslos o el trasero, al ombligo, como muestra de la intrascendencia y el egocentrismo actual. Después abrí “La broma”, y allí está el joven Ludvick -tan joven Kundera- que por una boutade sobre el optimismo del régimen, cae en desgracia. Una ácida delicia. Los años pasan pero su prosa, cortada al vacío, ya es eterna. (La Vanguardia)

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3 de enero de 2015
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Cuatro sorpresas del año pasado

Será difícil que el nuevo año nos depare más sorpresas que el que acaba de clausurarse. Pero todo puede ser. El futuro no está escrito y lo vamos escribiendo en el presente sin saber la dirección en que lo hacemos, que con frecuencia es la contraria de la que creíamos haber tomado. En 2014 han sucedido al menos cuatro cosas que no se habían olido los augures más sofisticados y que, en algunos casos, ni siquiera habían calibrado bien los servicios de inteligencia. La primera y más visible: Rusia ha sido más Rusia que nunca, con la resurrección del viejo espíritu imperial de los tiempos en que ensanchaba su territorio a velocidad de una Bélgica por año; este 2014 ha sido nada menos que una Crimea, territorio de la mitología nacional rusa sustraído ilegalmente a Ucrania en un golpe de mano en violación del principio de intangibilidad de las fronteras. En segundo lugar, ha surgido como de la nada el primer grupo terrorista que pretende administrar bajo la sharía o ley islámica un territorio que supera las viejas fronteras coloniales, y más en concreto la línea divisoria acordada en 1915 por dos diplomáticos, el británico Sykes y el francés Picot, para repartirse entre las dos potencias del momento los actuales territorios de Sirias e Irak. Bajo el nombre de Estado Islámico, este grupo pretende crear un califato islámico que reclute combatientes en todo el mundo, convocados mediante una propaganda viral a través de las redes sociales en la que difunde las escenas de decapitación de sus rehenes y prisioneros. En tercer lugar, Estados Unidos ha decidido terminar con los 52 años de tensión diplomática y embargo económico sobre Cuba, mediante un intercambio de presos y un plan de apertura de embajadas y de negociaciones entre ambos países. Por primera vez en la historia del continente, un presidente de los Estados Unidos ha declarado, en lengua española además, la unidad del continente en el gentilicio compartido: "Todos somos americanos". Todo está conectado en el mundo global, hasta el punto de que la cuarta cosa que ha sucedido explica, al menos en parte, las otras tres. Han caído los precios del petróleo, fruto de tres factores: un incremento de la oferta ocasionado por los nuevos sistemas de extracción y sobre todo la inminente independencia energética de EE UU; la caída de la demanda generada por el estancamiento económico mundial; y la actitud de los países del golfo Pérsico, interesados en frenar a Irán y Rusia, con economías muy dependientes de los precios del crudo, y en cortar la financiación del Estado Islámico, muy dependiente también del contrabando de petróleo. De paso, la caída de precios también ha estimulado a Raúl Castro a buscar una alternativa a la ayuda de Venezuela, damnificada como muchos otros países por un petróleo de precio tan devaluado.

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3 de enero de 2015
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Reivindicación del crítico

Muy pocas veces los críticos somos la noticia. Cuando lo somos, no suele ser  para nada bueno. Por eso me impresionó el artículo que publicó Fernando Navarro en El País el 28 de diciembre (día de los inocentes, cuándo no) de 2014. 

En el artículo habla de La nostalgia ya no es lo que era, una antología de críticas de rock, además de películas y libros, de Ignacio Julià, periodista durante tres décadas en medios como El País, La Vanguardia, Rockdelux y la revista muy particular que fundó, Ruta66.

El artículo me atrapó desde el comienzo, porque en pocas líneas explica algunos de los puntos centrales de la experiencia de un crítico, sea de lo que sea. Uno de los asuntos principales de La nostalgia ya no es lo que era es preguntarse por el papel del crítico musical en la actualidad”, escribe Navarro.

En su libro, Julià asegura que la figura del crítico ha quedado sepultada “en un océano de opinadores espontáneos”.

Y cita una opinión de Julià que me parece toda una declaración de principios: “Me parece muy saludable aunque esto haya rebajado nuestro perfil profesional. Quiero pensar que la experiencia será un lastre pero también una ventaja frente a las nuevas generaciones. En estos tiempos de acceso total e inmediato a la cultura, el criterio de quien ha visto solaparse las décadas y los movimientos musicales puede ser valioso para navegar por la abundancia indiscriminada y el continuo reciclaje del pasado”.

No suelo escuchar la música que emociona a Julià, la que lo mueve a escribir sus críticas feroces y sus elegías encendidas, pero a partir de este artículo me lancé a leer sus textos.

Habla de rock, sí. Pero como todo buen crítico, como todo buen escritor, habla de lo que separa la emoción verdadera del consumismo vacío, lo que nos permite seguir imaginando mundos mejores, y nos habla de la experiencia de estar vivos y del miedo a la muerte, del amor y de la soledad.

No solo comenta una gran cantidad de canciones que le llegan al alma y el retumban a la altura del ombligo, sino que usa esas canciones para hablarnos de todo lo que nos importa.  

Esto decía cuando presentaba en España la música de Sonic Youth: “Si realmente quieres saber cuál es el sonido de 1987 sal a la calle y tírate bajo las ruedas de un camión. O zambúllete en el nuevo disco de Sonic Youth”. 

Confieso que no me termina de dar ganas de escuchar a Sonic Youth. Pero me da ganas, y muchas, de seguir leyendo al crítico.  

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2 de enero de 2015
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El Boomeran(g)
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