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Hay un problema de seguridad interior, sin duda. Centenares de jóvenes han hecho una peculiar 'mili' terrorista en Siria e Irak, quizás también en Yemen, Libia o Mali, y están preparados para actuar en las ciudades y suburbios europeos en cualquier momento. Quienes les dirigen aprovechan las facilidades de las sociedades abiertas y el espacio sin fronteras de la UE, más aun en la época de la revolución tecnológica, para atacar a las fuerzas de seguridad, a los blancos de sus odios irracionales o meramente sembrar el pánico. Hay también un peligro de enfrentamiento y polarización entre grupos de ciudadanos en razón de su religión o su origen, hasta dinamitar todo sistema de integración de los inmigrantes en un continente absolutamente necesitado de ellos. Esto es lo que se proponen quienes rigen las acciones terroristas, que quieren facilitar la llegada al poder de unas extremas derechas xenófobas y racistas que conviertan a Europa en el continente opresor, excluyente y fascista fabricado por sus delirantes fantasías de propaganda antieuropea y antioccidental. Pero hay dos peligros todavía mayores, escondidos detrás de los más visibles. El primero es el que representa el conjunto del yihadismo desplegado en un arco de países muy próximos a Europa, en el que queda englobada la entera geografía árabe, Africa subsahariana y Oriente Medio en su acepción más amplia, hasta Pakistán; aunque con una extensión a no despreciar en potencial conflictivo, que es todo el islam asiático, hasta Indonesia y Malasia. La aspiración del yihadismo, sea Al Qaeda o sea Estado Islámico, es erigirse en vanguardia y dirección política de todo el conjunto, en detrimento de liderazgos superados, como el chiita iraní o el sunita saudí, para sacar rendimientos políticos, sobre todo instalando regímenes directamente inspirados en su ideología, como fue el de los talibanes en Afganistán. Matanzas como las de París constituyen asaltos en la retaguardia dentro de una guerra global que, por cierto, Europa no tiene ni siquiera conciencia de que exista. La razón es muy sencilla: el enemigo que combaten los yihadistas y al que quieren vencer en su propia casa desde todo este collar explosivo que rodea a Europa es Europa misma, como proyecto, como idea y como continente. Manuel Valls, el primer ministro francés, ha sido de los primeros en decir las cosas por su nombre al respecto. Este es el cuarto y el mayor peligro que no debiera pasar desapercibido, a pedar del despiste en que estamos sumidos los europeos. Claro que quieren atentar y minar nuestra seguridad interior. Pero con un objetivo: que renunciemos a nuestras ideas y valores. Para que accedamos a restricciones en nuestras libertades y formas de vida en nombre de la seguridad. Para que discriminemos a los musulmanes y a los inmigrantes, tal como ha advertido con alarma Angela Merkel. O para que admitamos la censura y la imposición autoritaria en nombre de un supuesto apaciguamiento de las minorías religiosas. La victoria yihadista en esta guerra, de producirse, ni siquiera sería por las armas, sino exclusivamente por la debilidad y el desistimiento de alguien que no quiere defenderse. Es cosa de los europeos, de todos nosotros, que no sea así.
Una de las palabras más estúpidas del diccionario es "pesadilla". Pesadilla, connota acústicamente con peladilla, con maravilla, con calderilla y sin tener en absoluto parentela alguna con ellas. Casi todas las voces terminadas en "illa" se refieren a cosas menores o relucientes mientras la pesadilla nomina a todo lo contrario: pesado, tormentoso, peor. ¿Será que los sueños, con su mala fama, achican el valor de su terror sin importar su significado freudiano? Alguien sabrá, sin duda, explicar de qué viene este desorientado término que si se trata de una música evoca la tonadilla, si se refiere a un alimento nos lleva al bocadillo y si se trata de un fuego recae sobre al cerilla. En fin, cosas pequeñas o se segunda fila. Cabe, en todo caso, aceptar -lo digo por decir algo- que al ser el episodio efímero y relativamente veloz durante el sueño se le asocie a la carrerilla o la aguadilla. Pero, en todo caso, habiendo como hay tantas palabras que dicen su verdad interior ¿cómo puede persistir en pie una mentira tan tonta, perversa y amarilla?
He evocado ya aquí al personaje de Borges en El Hacedor que, guiado por la voluntad de tener una representación global del mundo, va forjando imágenes de regiones, valles, montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro.
El intelecto avanza hipótesis sobre lo grande y sobre lo diminuto, sobre los astros y sobre lo que se encubre tras la forma de la carne o la forma de la piedra, y lo hace buscando una verdad que creía trascenderle. La ciencia ha de creer que en el hecho de conocer el intelecto no altera lo conocido; la filosofía surge como sospecha de que en realidad lo que el intelecto hace es forjar lo conocido. Pero resulta que en los albores del siglo XX la propia ciencia es conducida a hacer suya esta sospecha: sospecha de la imposible pureza de la naturaleza para el hombre; sospecha de que su contemplación de la misma se haya siempre mediatizada, no sólo por conceptos generales sino por principios ordenadores de tales conceptos.
Cuando la mecánica cuántica desarrolla sus tesis de base, obviamente la filosofía ya existe. Pero la novedad es que, a partir de las aporías de la mecánica cuántica, la filosofía parece surgir de nuevo con independencia de tal existencia, pues los físicos se hacen metafísicos eventualmente en la ignorancia de la metafísica existente.
Ciertamente los interrogantes que esos nuevos metafísicos avanzan estaban ya planteadas por Kant y tantos otros, pero no es lo mismo recogerlos como una tradición, descubrirlos en la escolástica textual (tan admirable por otra parte), que verlos surgir en uno mismo y dejarse llevar por el caudal que trazan, como un niño rehace la vida entera del lenguaje en el mero hecho de echarse a hablar. El lenguaje ya estaba ahí cuando el niño es introducido en el lenguaje, pero no obstante el niño empieza a hablar siempre por el principio. En los albores del siglo XX la metafísica asistía a un renacer, y no es un azar si en ese renacer uno de sus mayores protagonistas (Schrödinger) vuelve la mirada a Jonia.
Pues en la trasformación que supuso para la ciencia misma dar el paso a la filosofía, en el hecho de que ciertos pensadores pasaran de contar entre los primeros científicos a contar asimismo entre los primeros filósofos, reside lo radicalmente novedoso de lo que acontece en Jonia, Tracia y la Italia meridional en la prodigiosa centuria que precede a la formación de la Academia platónica.
A petición del novelista (y gran cinéfilo) Juan Francisco Ferrer, y al igual que en años anteriores, confecciono y doy a conocer mi lista de mejores películas estrenadas en el año 2014.
1. Lamento no ser más original, pero mi lista, como la de casi todo el mundo, la encabeza ‘Boyhood' de Richard Linklater, y me malicio que por las mismas razones que han suscitado el entusiasmo universal.
2. La sigue en segundo puesto pero a su misma altura en mi estima, ‘Ida', de Pawel Warlikowski, que me permitió además descubrir a un director con trayectoria anterior interesante y un título de gran calidad, ‘My Summer of Love'.
3. En el tercer puesto ‘A propósito de Llewyn Davies': los hermanos Coen autores de la mejor película de vanguardia del año disfrazada de comedia ‘mainstream'.
4. La irrupción de Alain Guiraudie con ‘El desconocido del lago' refuerza una línea tan difícil como la de un cine estrictamente homo y anti-propagandista; después de verla, cuando su estreno en España, la Filmoteca, en su Sala del Doré, ha dado la oportunidad de ver su entera filmografía a lo largo del otoño de 2014. Ninguna de esas obras previas tenía la maestría formal de ‘L´inconnu du lac', pero todas eran preparativos o esbozos de la obra maestra descubierta en Cannes.
5. ‘Magical Girl' me sorprendió gratamente: no pude aguantar en su día la anterior película de su director Vermut, ‘Diamond Flash', de un feísmo ramplón y cargante en sus diálogos, justo lo contrario de lo que ahora propone.
6. ‘Omar' del palestino Hany Abu-Hassad me interesa, no llegando a la categoría de su ‘Paradise Now', por la mirada fílmica, por su contexto, por su militancia no partisana.
7. ‘Costa de Morte', de Lois Patiño, por su silencio documental, no siempre respetado: le sobran músicas y algún diálogo costumbrista, pero el espíritu del lugar hechiza.
8. ‘Hermosa juventud', otro Jaime Rosales imperfecto y lleno de sugerencias formales y morales
9. ‘El lobo de Wall Street', o de cómo Scorsese transubstancia la cocaína en la planificación del film.
10. ‘La isla mínima', por sus trampantojos de arranque y cierre.
[Aclaro que, con la excepción de ‘Magical Girl', de las películas elegidas en esta lista podrá quien lo desee encontrar comentario in extenso, pues de todas escribí reseñas puntuales, accesibles en mis posts de El Boomeran(g)]
A lo largo del siglo XVII tuvo lugar un curioso episodio: las colecciones particulares de objetos fueron sustituidas por imágenes de esas mismas colecciones. Fue un momento que tiene similitud con el actual. Me explicaré.
Las colecciones renacentistas de objetos se conocen como "gabinetes de curiosidades" o "cámaras de maravillas" (wunderkammern) y eran extravagantes almacenamientos de fenómenos animales, vegetales o minerales, y toda suerte de artificios de extrema rareza como autómatas o relojes con figuras. Durante el Barroco estas cámaras y gabinetes crecieron de forma desmesurada y ocuparon espacios tan substanciales como el Castillo de Praga, con la colección del emperador Rodolfo II de Habsburgo. En esta nueva etapa, un ordenamiento más racional de las curiosidades suponía cierta voluntad científica incipiente, en muchos casos impulsada por las rarezas que traían consigo los exploradores del continente americano o de las islas del Pacífico.
No obstante, en la segunda mitad del siglo XVII se produjo un fenómeno en verdad sorprendente que ha sido estudiado por José Ramón Marcaida en Arte y ciencia en el barroco español (Marcial Pons) con notable erudición: la invasión de imágenes que representaban imágenes. Aunque la novedad fue universal, Marcaida privilegia el caso español. En el Museo del Prado, por ejemplo, hay magníficos ejemplos de lo que él señala: Las ciencias y las artes, de Stalbemt, o la serie sobre los sentidos corporales de Jan Brueghel el Viejo, son piezas supremas de este tipo de pintura.
Porque lo que subraya Marcaida es una primera y arcaica desmaterialización de los objetos, un primer intento de suprimir lo sólido, una primera abstracción de lo que más tarde se llamarán mercancías. Ello es que en algunos gabinetes de maravillas aparecieron pinturas que representaban justamente gabinetes de maravillas. Esa duplicación tiene relaciones muy interesantes con las primeras acumulaciones de bienes y riquezas, la intensa actividad de los grandes bancos nórdicos y sobre todo la conciencia de que el tiempo ya no era el recto camino a la salvación, sino, llanamente, una carrera hacia la muerte.
La relación entre las primeras grandes acumulaciones de riqueza material y la conciencia aguda de nuestra aniquilación es bien conocida desde Max Weber. En las mansiones burguesas aparecían deslumbrantes copas de plata y cristal, montañas de monedas de oro, joyas trabajadas por orfebres colosales, pinturas, estatuas, en fin, valiosos objetos que la muerte se iba a llevar consigo a la tumba del propietario. Por una parte, los cuadros desmaterializaban esas riquezas con bodegones, naturalezas muertas, vanitas, pinturas de gabinetes, pero, por otra, la reacción religiosa rechazaba la riqueza privada por pecaminosa. Un doble juego de opuestos y complementarios.
También nosotros llevamos en nuestros teléfonos, tabletas y demás artilugios una colección desmaterializada, no de objetos, sino de personas. Cada uno tiene su propio museo de amigos, ídolos, amantes, hijos o parientes convertidos en figuras de gabinete electrónico. De nuevo estamos en un tiempo de acumulación de mercancías incluso entre los pobres, de atesoramiento desmedido, de obsesión material, de terror a la muerte y de una religiosidad difusa, ahora llamada "política", que condena la riqueza... de los demás, claro.
Artículo publicado en El País.
El metal y la escoria, la reciente novela Gonzalo Celorio (Tusquets, 2014) trata sobre el metal de la memoria y la escoria del olvido. Una novela sobre una dilatada familia con multitud historias que contar, donde también nos encontramos con el metal de los afectos de una numerosa tribu de hermanos, entre las estrecheces de la pobreza, y la escoria de una tribu de tíos tarambanas cuyo oficio en la vida fue dilapidar sin tregua la fortuna familiar.
También es una novela sobre los emigrantes, campesinos asturianos que partieron a "hacer la América", y que entre todos forman ese alud de historias diversas y dispersas en nuestra propia historia de este lado; los que vinieron y nunca regresaron, se hicieron ricos, sobre todo en el comercio, o quebraron, o murieron en el anonimato de la pobreza. Y los que volvieron al lar paterno ricos, y se establecieron allá como indianos con una palmera real sembrada en su jardín y un papagayo en la ventana.
Una saga de varias generaciones, un álbum familiar a cuyas páginas uno se va a asomando para admirar toda esa galería de fotografías que el novelista ha elegido para mostrarnos, y ponerlas en movimiento. La saga donde dos emigrantes parten juntos desde Asturias hacia las costas de México en la segunda mitad del siglo diecinueve, como tantos otros; uno, Emeterio, desde Vibaño, un caserío perdido en la montaña, y el otro Ricardo, desde el vecino pueblo de Rales; viajan en el mismo barco, son amigos del alma, y al final, Ricardo termina aprovechándose de la fortuna de Emeterio, quien lo nombra albacea, y entonces el otro esquilma con mañas sutiles a los herederos, que, a su vez, despilfarran la riqueza del padre que alcanza a llegar a sus manos, Ricardo, Rodolfo, Severino, las ovejas negras.
La saga donde uno de los hijos de Emeterio, el que no dilapida, la oveja blanca, el padre del novelista y un gran personaje de este libro, debe mantener y educar a una numerosa tribu de hijos en condiciones precarias, entre estrecheces, mientras alrededor de ellos, años sesenta del siglo veinte, crece hasta la metástasis la ciudad de México, y la madre es quien toma la iniciativa para mantener la disciplina y distribuir entre todos lo que se puede proveer, en una casa donde la fortuna del abuelo, esquilmada y dilapidada, es solo un recuerdo poco consolador con tantas bocas que alimentar.
Una novela que es la mitad de una saga que sólo leeremos completa si sumamos las páginas de la novela anterior de Celorio, Tres lindas cubanas, donde se cuentan las historias de la rama materna del autor, de un lado los Celorio, del otro los Blasco, un espléndido pájaro que vuela con dos alas entre lo vivido y lo imaginado.
Y por fin, una pregunta que como novelista me intriga: El metal y la escoria, ¿qué es realmente? ¿Una memoria familiar? ¿La biografía de una familia? ¿Por qué una novela, si se trata de un minucioso recuento de la historia de tres generaciones, cada uno de los personajes con su nombre propio, tan veraces que podríamos comprobar sus identidades en el registro civil?
Pienso que es porque la novela en el siglo veintiuno, por fin ya lo es todo, y no como innovación, sino como reconocimiento de la calidad cervantina de la escritura, porque para Cervantes la novela contiene la totalidad, lo real y lo imaginado, lo recordado y aun lo olvidado, porque esta es también una novela sobre el olvido, la escoria del olvido.
El más memorioso de los hermanos del novelista, Benito, comienza un día a olvidar, hasta que, con el tiempo, su mente se vuelve una pared blanca donde ya nada se puede proyectar. Todas las imágenes, los recuerdos, los nombres, las fechas, han desaparecido. Y entonces el novelista dice:
"Muchas veces estuve tentado a abandonar definitivamente la escritura de mi novela. De hecho, la abandoné por largas temporadas. No sólo porque la persona que más sabía de la historia que yo debía contar y que era mi principal informante hubiera perdido la memoria, sino porque la idea misma de la memoria ancestral que yo me proponía recuperar empezaba a perder sentido. Para qué seguir indagando datos, buscando documentos, aventurando hipótesis, imaginando escenas, si todo acababa finalmente en el olvido..."
Esta es, pues, una novela contra el olvido, y la memoria del novelista se impone, admirado él mismo del prodigio de haber podido convertir en narración todo aquel cúmulo de datos que fue buscando por todas partes, un caudal que su hermano Benito contribuyó a nutrir.
Una manera de que Benito tampoco olvide, porque recuerda el novelista y recordaremos todos nosotros.
Zeus planea con Temis la guerra troyana. Surge la Discordia entre los dioses invitados a la boda de Peleo y suscita una discusión sobre cuál es la más bella entre Hera, Atenea y Afrodita, que son transportadas por Hermes ante Alejandro en el monte Ida, por orden de Zeus, para el fallo. Y Alejandro, seducido por el futuro matrimonio con Helena, falla en favor de Afrodita.Luego, siguiendo instrucciones de Afrodita, Alejandro construye sus naves y Heleno le profetiza el futuro, y Afrodita ordena a Eneas que vaya con él. Y Casandra predice lo que sigue: Alejandro desembarca en Lacedomonia y lo reciben los Tindáridas, y luego, lo recibe Menelao, en Esparta, donde durante una fiesta Alejandro entrega regalos a Helena.Y cuando luego Menelao navega a Creta, deja ordenado a Helena que atienda a los huéspedes hasta que se vayan. Entretanto Afrodita reúne a Helena con Alejandro, y tras la coyunda cargan sus riquezas y se embarcan de noche. Hera envía contra ellos una tormenta, van a parar a Sidón, y Alejandro toma la ciudad. Desde allá navega a Troya para celebrar su boda con Helena.Entretanto, Castor y Polideuces que robaban las vacas de Idas y Linceo son sorprendidos en el acto, e Idas mata a Castor, y Polideuces a Linceo e Idas. Zeus les da la inmortalidad en días alternos.Luego Iris informa a Menelao de lo sucedido en su casa. Menelao vuelve, planea con su hermano una expedición contra Troya, y acuden a Néstor. Néstor hace una digresión sobre cómo Epopeo fue muerto tras seducir a la hija de Lico, y luego la historia de Edipo, y la locura de Hércules, y la historia de Teseo y Ariadna. Luego viajan por la Hélade reuniendo a los líderes, y descubren a Ulises, disfrazado de chica, no queriendo unirse a la expedición, apoderándose de su hijo Telémaco por consejo de Palamedes.Luego todos los líderes se reúnen en Áulide y sacrifican. Tiene lugar ante ellos el incidente de las serpientes y el de los pájaros, y Calcas predice lo que les sucederá. Luego navegan, llegan a Teutrania y la saquean al tomarla por Troya. Viene Telefo al rescate y mata a Tersandro y al hijo de Polinices, y él mismo es herido por Aquiles.Cuando se embarcan de Misia, una tormenta los dispersa, Aquiles llega a Esquiro y se casa con Deidamea la hija de Licomedes, y luego Aquiles cura a Telefo, que ha sido instruido por un oráculo para ir a Argos y ser su guía en la expedición a Troya.Cuando la expedición se reúne por segunda vez en Áulide, Agamenón caza un ciervo y se jacta de superar a Artemisa. La diosa encolerizada envía vientos tormentosos y les impide navegar. Calcas les hace saber la cólera de la diosa y manda sacrificar Ifigenia a Artemisa. Envían a por ella como si fuera para casarla con Aquiles, pero Artemisa se apodera de ella, la transporta a los montes Taurus y la hace inmortal, poniendo un ciervo en su lugar en el sacrificio.Luego navegan a Ténedos y mientras desembarcan, Filoctetes es mordido por una serpiente y lo dejan en Lemnos a causa del hedor de su herida. Aquí también riñe Aquiles con Agamenón porque lo han invitado tarde. Luego intentan desembarcar en Troya, pero los troyanos lo impiden y Héctor mata a Protesilao. Entonces Aquiles mata a Cicno el hijo de Poseidón y rechaza a los troyanos. Los griegos recogen sus muertos y envían legados a los troyanos pidiendo la entrega de Helena y los tesoros. Como se niegan, los griegos asaltan la ciudad y luego devastan las ciudades y el territorio en derredor. Después, Aquiles desea ver a Helena, y Afrodita y Tetis hacen que se reúnan.Los aqueos desean regresar a casa, pero los retiene Aquiles, que se apodera de las vacas de Eneas, y saquea Lirneso, y Pedaso, y muchas otras ciudades alrededor, y mata a Troilo. Patroclo lleva a Licaón a Lemnos y lo vende como esclavo. Aparte del botín, Aquiles recibe a Briseida como premio, y Agamenón, a Criseida. Luego viene la muerte de Palamedes, el plan de Zeus para salvar a los troyanos separando a Aquiles de la confederación griega, y el catálogo de los aliados troyanos.
“¡La Revolución Francesa! Pues sin la Revolución Francesa yo vendería naranjas en las calles de Ajaccio”, contaba Proust que murmuraba la princesa Mathilde, sobrina de Napoleón, acerca del asunto de nacimiento y rango. Orgullosa humildad combinada con un tosco realismo. Así es Francia: la exquisitez del camembert y la rudeza del salchichón, la porcelana de Sèvres y la loza del bidet, la grasa de las rillettes y la mantequilla de los croissants. Las costumbres parisinas en aquellos salones del XVIII dejaron como poso una galante exhibición del republicanismo chovinista. A los artistas que publicaron sus primeras novelas, en parte, por sus buenas relaciones cortesanas, les atraían tanto las actitudes de las nobles como las costumbres de las costureras. Aquel París de salones con espejos desbordaba con su afición provocadora. ¿Orgullo de clase? No, aspiraba a mucho más: a la grandeur. Hoy en París se fuma mucho. Por la Rue Lafayette, todas las razas y estaturas enlazan un cigarro tras otro en las bocas de metro. En el Flore, los camareros que leyeron a Sartre sirven el pollo asado y frío y el huevo duro, que siguen nutriendo la identidad nacional. En el Grand Palais, la exposición de la formidable -y aún desconocida- Niki de Saint Phalle transgrede los límites posibles de las figuraciones, así como todo lo anteriormente nombrado y conocido. Contemplo vídeos de la artista, que primero fue modelo para Vogue y luego un espíritu libre, hechizada en el Park Güell, autora de las Nanas, esa eclosión de feminidad fuera del canon con sus mujeres gigantes, orondas, coloreadas. Ella habla de la épica del disparo, y agarra escopetas con colores. Dispara, sí, tiros libres a sacos de óleos, celebrando la libertad, y su sinsentido: “Un arte de la desmesura en busca de la alegría”. En Montmartre las viejas chanteuses aún salen los domingos, con bufanda, gorra garçonnière, cigarro y organillo. El barrio se ha sofisticado, pero aun y así conserva ese mohín de libertad. Unos músicos africanos tocan al pie de las escaleras de la iglesia. Y la ciudad, envuelta en neblinas, se extiende a tus pies como una ilusión óptica que sigue oliendo a queso, ahora azul. El otro día, cuando contemplé cómo se apagaban las luces de la torre Eiffel, sentí la conmoción de un pueblo que siempre se ha rendido a las escenografías libertarias. “Sabíamos que estábamos amenazados, como otros países del mundo, porque somos un país de libertad”, dijo Hollande, con precisión. El debate hoy no puede limitarse a pragmatismo frente a moralidad, ni a los derechos doblegados por la seguridad. El salafismo yihadista aborrece un lápiz tanto como una falda. Es el estigma de los cobardes: confundir el nombre de Dios con la venganza. Pero, sobre todo, arremete contra aquellos que no quieren vivir de rodillas y prefieren morir de pie en nombre de las más rigurosas y exquisitas libertades. (La Vanguardia)
¿Puede tenerse miedo a la tristeza? A la desgracia, claro que sí, pero ¿temor indefinido a estar triste? El temor, bien se sabe, constituye, de forma elemental, parte del rebozo de estar vivos y propicia por ello en diferentes casos una forma eficiente de felicidad. De la felicidad, desde luego, porque temiendo lo peor o siendo consciente de la facilidad con que se presenta cualquier adversidad, lo bueno, lo mejor y hasta lo ordinario, se celebran con un gozo.
¿Pero miedo a la tristeza? Teniendo salud puede temerse la enfermedad pero es raro que en la plenitud de la lozanía surja un verdadero pensamiento para lo insano. Como también en la plenitud de la alegría, ¿quién piensa en serio sobre la tristeza que existe en el mundo, que sobreviene sobre los más cercanos o que podría llegar a recaer en mí?
Muy probablemente, mi miedo personal a la tristeza forma hoy parte de un cuadro clínico o estructuración atenuada del Mal (¿la depresión?).
Cada mañana, al despertar, viene a juntarse a mi respiración una grisura y ya desde el desayuno no me deja estar en paz con lo que sea normal. ¿La normalidad? ¿La normalidad, pienso, no será en sí misma una cantera sombría, un yacimiento oscuro para el corazón? Todas las personas que conozco con la tensión alta sólo están tristes cuando investigan el esfuerzo de su maltrecho corazón. Las de tensión baja, sin embargo, siendo propensas al decaimiento asumen que la aparente tristeza no es sino una cuestión orgánica que encuentra cura en el sistema de sanidad. Pero a un corazón si problemas orgánicos ¿corresponde alguna tristeza regular?
Pues sí. Hay una tristeza enclavada en la memoria dolorida, una tristeza básica del paso del tiempo y una amargura genuina que corresponde a la tristura del no pasa nada.