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La palabra contraria de Erri De Luca

De Erri De Luca solo había leído Montedidio (2001), una novela evocativa de una infancia en un barrio pobre de Nápoles, lleno de callejones y sin "espacio para tender un trapo", en el que sus habitantes se aferran orgullosos a su identidad regional: "estamos en Italia" dice el padre del niño que narra la novela, "pero no somos italianos... Muchos de nosotros nunca hablaremos italiano y moriremos en napolitano". El niño aprenderá el idioma nacional a pesar de sentir que traiciona a su región. No cuesta adivinar en él a una versión incipiente de quien luego se convertirá en uno de los escritores contemporáneos más importantes de Italia y hoy en una causa célebre de la justicia.

Los hechos son claros: desde hace un par de décadas que, en defensa del medio ambiente, pobladores del valle de Susa y activistas antiglobalización se oponen a la construcción de túnel para un tren de alta velocidad (TAV), proyecto a manos de una compañía francesa. Erri De Luca, que apoya a los activistas, declara en una entrevista dos años atrás que, en vista de que el proyecto no se detiene, solo queda un recurso: "el TAV ha de ser saboteado". Cuando le preguntan si el sabotaje y el vandalismo son justos, responde: "son necesarios para que se comprenda que el TAV es una obra nociva e innecesaria". A petición de la compañía francesa, la fiscalía de Turín ha llevado a De Luca a juicio por "incitación a la violencia". El juicio puede acarrearle una condena de hasta cinco años de cárcel; este lunes 16 de marzo, De Luca se sentará en el banquillo de los acusados y tomará la palabra.

De Luca publicó hace poco La palabra contraria (Seix Barral), un panfleto que es su versión de los hechos y que ya ha vendido más de cien mil ejemplares en Italia. De Luca, militante de izquierda revolucionaria durante los traumáticos años setenta, no niega haber usado la palabra "sabotaje", solo que pide que se la entienda en un contexto más amplio: "Su uso no está limitado al significado de daños materiales, como pretenden los fiscales en este caso... La acusación contra mí sabotea mi derecho constitucional a la palabra contraria. El verbo ‘sabotear' posee una vasta aplicación en sentido figurado y coincide con el sentido de ‘obstaculizar'".

En La palabra contraria, De Luca se legitima como descendiente de esos grandes escritores -Orwell, Rushdie-- que con su voz pública han sacudido la conciencia de su época y protegido con su palabra "el derecho de todos a expresar la suya propia". Es decir, De Luca no quería exactamente incitar al sabotaje material, pero está orgulloso de su papel de instigador. Se trata de un argumento retorcido, y De Luca lo sabe. Quizás por eso es que, en un gesto ético que lo ennoblece, ha dicho que no apelará si es encontrado culpable y tampoco pedirá las disculpas que permitirían que los fiscales reduzcan su condena o lo dejen libre; está dispuesto a ir a la cárcel por defender la libre expresión de sus ideas.

Los escritores suelen quejarse de que nadie les presta atención. En este caso, una corporación poderosa, aliada al Estado, ha decidido prestarle atención y dar un ejemplo. Se debe criticar esta connivencia, la forma en que los fiscales acusan a De Luca y no a tantos otros que han dicho cosas más agresivas contra el TAV: la justicia, una vez más, no es igual para todos. Es cierto, sin embargo, que las palabras de De Luca, un hombre con mucha presencia en la esfera pública, tienen más peso que las de un ciudadano común y corriente. Más allá de si los fiscales han actuado o no con independencia de criterio, lo mejor que puede hacer el escritor italiano, y de hecho lo está haciendo, es asumir ese peso cueste lo que cueste. Su incitación al sabotaje fue literal, no metafórica. Puede terminar en la cárcel pero ya ha dado una lección, y quizás incluso también logre su propósito de "obstaculizar": el caso ha concitado tanta atención que será difícil que la compañia francesa pueda construir el túnel algún día. Paradójicamente, las palabras de De Luca tendrán resultados más concretos que cualquier sabotaje real de alguno de sus seguidores.  

 

(La Tercera, 15 de marzo 2015)
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16 de marzo de 2015
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Lección de los filósofos para un futuro perfecto

Tres han sido las impetuosas fuerzas que han trastornado a nuestra generación: la inesperada amenaza de la pobreza, el sometimiento voluntario a la opinión ajena y la amarga sensación de haber sido despojados.
Más notable y sanitaria será por ello la lectura que nos sugiere Errata Naturae y el filósofo francés Pierre Hadot: las lecciones del maestro Epicteto (55-135). Vale la pena destacar lo que esta filosofía enseña para una vida imperturbable y meditar un texto compuesto como ejercicio de austeridad tan deliberadamente elegida como inteligentemente celebrada.
El estoico griego nos sugiere algo que hoy adquiere una formidable actualidad: no hay otra senda de dignidad que la ausencia de servidumbre. ¿Qué nos esclaviza? se pregunta el filósofo. Ante todo: vivir pendiente de la opinión de los demás. ¿Qué nos humilla? Cultivar deseos que no podemos satisfacer. ¿Qué nos derrota? El afán de gobernar las fuerzas de un destino indescifrable.
La sociedad del espectáculo nos ha educado en una quimérica promesa: como si pudiéramos satisfacer los deseos y saciar la voluntad. Este alarde nos empuja hacia la más desagradable de las sensaciones: la insatisfacción perenne y la frustración incesante. ¿Nos hace falta aprender alguna otra lección?
Si te conformas con lo que de verdad es tuyo, dice Epicteto, "nadie podrá coaccionarte, nadie podrá obligarte a hacer nada, no harás más reproches, no formularás más acusaciones, no volverás a hacer nada contra tu voluntad, no tendrás más enemigos, nadie podrá perjudicarte y no sufrirás más perjuicios".
Ciertamente, hace falta una perspectiva filosófica, espiritual, para entender la magnanimidad de esta libertad de ánimo (y de ánima). La óptica materialista que han consolidado las tendencias del siglo -los epígonos de la civilización industrial- no concibe semejante soberanía individual. Para hacerla posible, es necesario restaurar el linaje de los hombres libres de pesadumbre. Esos que sólo por renunciar, adquieren ya la más alta distinción.

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16 de marzo de 2015
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Los lagrimitas

Se dice que la sensibilidad hoy no se lleva, como si se tratara de un estampado de lunares, mientras la hipersensibilidad pertenece al reino de las nenazas y los blandengues, que así se habla. Determinación, coraje, competitividad, fortaleza, el mundo es de quienes se blindan ante el frío o el calor; pieles curtidas, inmunes al estruendo nacional. Gente sufrida a la que da igual dos que cuatro si al final consigue lo que quiere, sujetos impermeables frente a la pobreza moral. O aquellos que con diurnidad, cámaras y alevosía mandan callar soplando al dedo -por mucho que a toda una comandante se le salten las lágrimas de impotencia-. No padecer de hipersensibilidad parece una ventaja en estos tiempos de atajos y hojas Excel. Pero en el otro extremo están los PAS -personas altamente sensibles-. Los que se sienten abrumados fácilmente por las luces halógenas, la megafonía estridente, los olores fuertes o los tejidos bastos. Los mismos que al entrar en un taxi recomiendan temerosos al conductor que baje la radio y el aire acondicionado. En algunos casos, si estuviera en sus manos también le regalarían un desodorante. Los PAS creen que su vida interior es rica y compleja, y se entretienen escribiéndola con el lápiz de la imaginación. Son capaces de lagrimear o suspirar ante las cinco cúpulas de San Marcos, la vieja locomotora semienterrada por la nieve de Monet o unos espaguetis all’arrabbiata simples y perfectos. Existe un porcentaje de personas -una de cinco según Elaine N. Aron, que empezó a estudiar a las personas altamente sensibles a principios de los noventa- que resulta afectado por diferentes estímulos en mayor medida que el resto. “Cuando uno se reconoce como hipersensible probablemente tenga dudas de si es portador de un don o de una maldición”, leo en el Huffington Post, que incluye un vínculo al test de la hipersensibilidad: “¿Reflexiono sobre cualquier cosa más que los demás?, ¿me conmueven las obras de arte?, ¿cuando alguien se siente a disgusto, suelo saber lo que hay que hacer para hacerle sentir más cómodo (cambiar la luz o los asientos)?”. Los hipersensibles no siempre son introvertidos. Algunos han sabido desdoblarse a fin de evitar la parálisis, y aun así la estela del síndrome de Bartleby -”preferiría no hacerlo”- emerge como escudo para no enredarse en experiencias abrumadoras. Los PAS, que de jóvenes preferían los pubs a las discotecas, atesoran la soledad y en sus encierros atienden a los pequeños matices que diferencian lo estándar de lo especial. Heridos en exceso por las críticas, tienden al autorreproche y a fustigarse cuando no están satisfechos de sí mismos. También se les define como muy reactivos emocionalmente, observadores, educados y propensos a la melancolía, para la cual no se medican, ya que lo suyo no es ni defecto ni virtud, ni suerte ni condena. Forma parte de su vagar por la vida con los seis sentidos y una gastritis. (La Vanguardia)

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16 de marzo de 2015
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Los ojos de la cultura

Mil veces hemos dicho que la ceración, sea la escritura, la composición o la pintura, vienen a suplementar la felicidad que no hallamos en otras partes. Sería así el arte como un  fármaco. A falta de buena salud, se comportaría como un buen sustituto para seguir viviendo incluso en un piso superior. Y hemos dicho, mil veces, que este repuesto artístico alternativo a la vida ha sido la bendita causa de las grandes obras.

Sin  embargo, atendiendo a los evidentes cambios de la cultura en nuestro tiempo, ¿no será esta ecuación de vida/arte una idea falaz? Nunca la felicidad ha contado con mayor bibliografía y coaches personales, con centros especializados y cotización social. 

Para ser feliz no se sabe del todo qué hacer pero siendo feliz, no cabe duda en la tasación social, que se puede hacer casi todo. Así, de acuerdo con la cultura medicalizada de nuestro tiempo, la mala salud daría para poca cosa  mientras antes, estar  enfermo, parecía un indispensable principio para ser artista.

Hoy,  en cambio, a casi nada puede aspirarse arrastrando una mala salud. Todos lo dicen: no estando bien físicamente se está mal también espiritualmente. Esta es la obviedad vigente mientras hace un siglo el malestar,  la melancolía, el alcoholismo o la tuberculosis daban mucho de sí para decidirse a crear. No gozaríamos de tantos escritores, novelistas o poetas, importantes si no hubieran estado crónica y gravemente enfermos. Diario de un artista seriamente enfermo, fue un título de Gil, de Biedma y El don de la embriaguez  un poemario de Claudio Rodríguez.

La enfermedad se comunicaba con el espíritu directamente y, por lo tanto, sería raro hallarse en plena forma física y producir algo de importante valor espiritual. La enfermedad aligeraba la fisicidad haciéndola cercana  a la evanescencia y, entonces, en una situación de casi transparencia todo se veía claro y proclive a ser genial. El genio se representaba en un vago humo que despedía el objeto,  como la inspiración sería una neblina  sensible que adquiría el sujeto para generar emociones y pensamientos desde el afinado occipital.

Con ello, estar cachas, jugar al fútbol, correr un maratón o, incluso,  no tener tos ni fiebre, descalificaba de antemano a cualquier autor. Todo autor era, sistemáticamente, el resultado de una debilidad física que cuanto más acerada mayores probabilidades ofrecía para componer una obra con vigor. Prácticamente todos los genios en la pintura, la escritura, la música o la escultura del siglo XIX y mitad del  XX han sido una legión de enfermos. O, lo que es lo mismo, la cultura que veneramos es un resultado de la clínica, la patología, la intervención quirúrgica y el hospital final. ¿Podía concebirse a un gran artista levantando pesas? Incluso la natación que es lo más próximo a la espiritualidad le costó la vida a la Le Corbusier que se creyó pintor. Por no hablar, claro, de las poetas que se suicidaron entrando en el mar.

El deporte ha sido estimado  tan opuesto a la cultura que todos los deportistas, por definición, se consideraban gárrulos. Y todos los gárrulos eran,  por definición y para su descrédito, felices.

La felicidad y la buena salud han llegado, sin embargo, a ser factores codiciados por todos, sean novelistas o no. Quienes se han suicidado por drogas, depresión o despecho amoroso siendo jóvenes desperdiciaron,  según criterios económicos, lo mejor de sí. Porque no sería lo mejor de sí aquello que dejaron hecho en sus comienzos sino, probablemente, lo que habrían sido capaces de entregar con un largo fondo de inversión y madurez.

¿La madurez? Sólo unos cuantos, Picasso, Goethe, Matisse son  citados como excepciones. El resto moría antes de los 34 años o no había nada que inspirara  interés después. Pero esto, al fin,  ha terminado en la presente cancha cultural.  La cultura, eternamente culta hasta hace poco, que ha tardado más tiempo en darse cuenta de su temporalidad.

La creencia cultural se proclamó dogmática  por los siglos de los siglos, a la manera de un  Dios. Ahora sabemos, no obstante, siendo ateos y madridistas que nada es absoluto en sí. No sólo hay diferentes grados de cultura en el espacio y en el tiempo, sino diferentes inculturas que tanto en el espacio como en el tiempo nos conducen a la barbarie.  Es el caso de la cultura del Islam en el siglo XXI y de la dulce cultura de Manon Lescaut (VE) en nuestros días.

 El bien y el mal, lo feo o lo hermoso no se alteran sino con la transformación del ser humano en otra cosa también humana pero en donde la estética fundacional  cambia como demuestran elocuentemente los productos de L´Oréal.   

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16 de marzo de 2015
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Hojas de ruta

Las hojas de ruta gozan de gran predicamento. La expresión original en inglés es road map, que bien pudiera traducirse por mapa de carreteras, en la que se pierde la idea de indefectibilidad de la ruta aconsejada. Quien tiene el road map sabe cómo llegar exactamente a dónde quiere ir, mientras que quien solo tiene un mapa de carreteras debe orientarse y buscar el trayecto. De ahí la hoja de ruta, que nos indica con precisión cada una de las etapas y decisiones que debemos tomar en las distintas encrucijadas hasta llegar al destino final. Su uso parece que ofrezca orientación y seguridad: usted siga este camino, no se olvide de ninguno de los pasos, y dará al final con la localidad anhelada. Es probable que sirva también para esconder bajo la retórica cartográfica una gran desorientación e incluso la ausencia de consenso entre los caminantes respecto a la dirección a tomar. A juzgar por su profusión, se diría incluso que su uso debiera alarmarnos y constituir un indicio de que nos encontramos en la situación contraria respecto a la claridad del objetivo y todavía más al camino necesario para conseguirlo. Hay un elemento adicional para la prudencia. La hoja de ruta más famosa de la historia reciente es la que acordaron los representantes del Cuarteto para Oriente Próximo (Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas) en 2002 con el objetivo de alcanzar la paz entre Israel y Palestina tres años después, en 2005. Aquel manual para la paz, apoyado e incluso adoptado por George W. Bush, tenía como momento final la existencia de dos Estados mutuamente reconocidos, en paz y seguridad, uno para los judíos y otro para los palestinos, y pasaba por unas etapas que era necesario recorrer y culminar una detrás de otra, desde el cese total de la violencia y la congelación de los asentamientos en Cisjordania hasta el acuerdo final sobre todos los contenciosos para 2005. A la vista de lo que ha ocurrido desde entonces, no hay concepto más asociado al fracaso político como el de la hoja de ruta. Dejémoslo claro, la hoja de ruta es el cuento de la lechera. Vale por lo que vende, que es un sentimiento de seguridad que permita seguir manteniendo expectativas y esperanzas. Se entiende que se utilice para el proceso soberanista, fundamentado en la idea de un camino único y sin alternativa ?no hay plan B-- que conduzca obligatoriamente a un objetivo perfectamente configurado y localizado llamado independencia. Cuando el movimiento se estanca o incluso decae, las discrepancias se ahondan y aparecen nuevos y más dinámicos actores políticos que modifican la correlación de fuerzas, nada más adecuado que elaborar de nuevo esa hoja de ruta que nos arrulle en la seguridad del camino bien trazado. Si luego fallan la voluntad, por escasa o por dividida, los líderes o los partidos, o incluso eso que llamábamos condiciones objetivas, nadie podrá reprochárselo a los cartógrafos. La hoja de ruta de Artur Mas es engañosa, pero lo son también sus cuatro etapas y encrucijadas, por imprecisas e interpretables. Nadie concreta qué mayorías electorales o parlamentarias, sobre censo, sobre participación electoral o en escaños, son necesarias. Sucede ya en su primera meta, cuando se anuncia una declaración solemne del Parlamento de Cataluña sobre el inicio del proceso hacia la constitución del nuevo Estado o república catalana, algo que suena a repetición de otra declaración solemne, la de soberanía de enero de 2013. Caben además las preguntas sobre la fuerza de la nueva declaración, a la vista de la mayoría que apoyó la anterior, 85 de los 135 escaños; aunque de su carácter meramente declarativo puede deducirse que a las fuerzas políticas comprometidas les bastará la mayoría simple. Idéntica imprecisión se produce en el segundo punto, donde se inicia un proceso constituyente. Sabemos qué puede ser un proceso constituyente, a pesar de sus dificultades jurídicas, pero sabemos poco o nada sobre cómo se inicia. Nada se nos dice tampoco sobre la mayoría necesaria para superar este punto. Los silencios permiten suponer el propósito altamente polémico de promover un proceso constituyente con menos diputados de los 90 que se necesita para reformar el actual Estatuto, tal como reza el propio Estatuto catalán. Los dos puntos aparentemente más próximos a la meta son todavía más frágiles. Si atendiéramos a las declaraciones y compromisos de Mas con Junqueras, se diría que el despliegue de las estructuras de Estado que conforma la tercera etapa no es más que la reiteración de lo que sobre el papel debía estar ahora mismo en marcha. Y lo mismo sucede con la alternativa que ofrece el cuarto: la culminación democrática a través de las urnas por un referéndum pactado con el Estado se aproxima peligrosamente a la propuesta del PSC; mientras que la consulta de ratificación de la constitución catalana prevista como plan B se asemeja demasiado a la fortuna que hace la lechera antes de que se le rompa la jarra de leche como para no creer que es el cebo para mantener a Esquerra en esta bicicleta tambaleante pero que todavía sigue corriendo por la ruta que marca la hoja. Junqueras lo ha reconocido: no es una hoja de ruta, sino un pacto de mínimos para evitar que la bicicleta se caiga y el proceso quede bruscamente interrumpido.

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16 de marzo de 2015
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La muerte de un país

Siria se muere. A los cuatro años del inicio de las revueltas civiles contra la dictadura de Bachar El Asad, las dimensiones de la catástrofe no pueden ser mayores. El balance de muerte y desolación es terrible y sigue creciendo. Las estimaciones sobre víctimas mortales superan largamente las 200.000, según Naciones Unidas. Es fácil morir en Siria, pero vivir es un infierno. Más de tres millones de personas han huido a países vecinos. Han abandonado sus hogares 6'5 millones. Entre quienes no se han movido, hay 11'5 millones sin agua potable suficiente y 10 sin alimentación adecuada; 5'6 millones de niños sin asistencia médica y 4'8 fuera del alcance de las organizaciones humanitarias que intentan asistirles. Asediados en lugares donde se combate hay 212.000. El país ha saltado en pedazos, cada uno controlado por alguna de las fuerzas que guerrean entre ellas. El gobierno controla Damasco y las principales ciudades, pero ya hay una zona de control kurdo y otra en manos del Estado Islámico, la mayor fuerza de oposición, en competencia y a veces en confrontación directa con Jabhat al Nushra, la marca siria de Al Qaeda. Cada una de las fuerzas en presencia tiene sus padrinos internacionales. Irán apadrina al régimen de El Assad y a su brazo libanés Hezbolá. Turquía, Arabia Saudita y Qatar han apadrinado a los rebeldes sunnitas, aunque ahora intentan aislar al Estado islámico. Además de ser una guerra que se ensaña con los civiles, es también una guerra por procuración, en la que potencias regionales e incluso internacionales como Rusia y Estados Unidos, combaten por fuerzas interpuestas. En el balance político de estos cuatro años pesa la ineficacia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que 40 ONG's han denunciado en un documento titulado Fracaso en Siria. No es solo el fracaso de la institución internacional, sino del conjunto del mundo civilizado que ha exhibido una incapacidad culpable en la protección de la población civil. El fracaso en Siria es también una consecuencia del desastre de Libia, donde la OTAN bombardeó a Gadafi con cobertura del Consejo de Seguridad para proteger a la población civil, pero no para cambiar el régimen. Libia se halla ahora dividida y en guerra civil; y la responsabilidad de proteger a la población civil, como principio de Naciones Unidas ha quedado arruinada e inutilizable para Siria y probablemente para cualquier otro caso. En Siria se ha producido también un acontecimiento histórico, hijo de la guerra civil, como es la aparición del Estado Islámico, que quiere borrar la frontera entre Siria e Irak y ha superado a Al Qaeda no tan solo en crueldad, sino sobre todo en peligrosidad, pues su califato amenazante tiene aspiraciones de imperio islámico y ha puesto su punto de mira sobre Europa.

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15 de marzo de 2015
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Blake, Carroll, Beckett

Es sabido que la figura de William Blake tardó bastante en ser canonizada por lo que tenía de desconcertante e insólita. Los críticos no sabían si considerarlo un místico o un visionario (teniendo el cuenta que no son lo mismo, pues el místico busca la abstracción absoluta de Dios y el visionario busca la figuración de Dios: su imagen). Tampoco sabían como encasillar sus libros, a menudo inseparables de sus magníficas ilustraciones. Su figura empezó a ser domesticada a partir del atributo de visionario, lo que dejó al margen sus textos satíricos y mordaces, que desfiguraban la imagen del poeta y hacían difícil su ubicación.

Una isla de la Luna, traducida y prologada por Castanedo, fue considerada durante mucho tiempo una estupidez. ¿Lo es? No si se tiene en cuenta que se anticipa a Carroll y a Beckett y que bebe de las fuentes más desconcertantes de Tristán Sandy.

Lo mejor para opinar sobre el libro es leerlo en esta magnífica traducción, además convendría recordar lo que en su momento dijo el crítico canadiense Northrop Frey, al que frecuenté sobre todo el mi juventud, cuando buscaba ayuda para entender cabalmente a Eliot. Frey llega a decir que se trata de un texto donde se mezclan “poemas claramente satíricos con otros de una seriedad y un candor estremecedores”. Algo similar, indica Castanedo, a lo que Blake buscaría poco después al contraponer las canciones de inocencia y las de experiencia. El mismo Frey aseguraría en algún momento lo siguiente. “Si es cierto el aforismo de Blake de que la exuberancia es belleza, entonces Una isla en la luna es una obra de arte extremadamente hermosa”.

 

Dicho lo cual quisiera expresar la impresión general que me invadió tras la lectura de Una isla en la luna. Ante todo es un libro enormemente divertido y a la vez absurdo, entendiendo por absurdo no exactamente la ausencia de sentido si no la multiplicación imparable de sentidos que se contraponen, se potencian, se anulan, se sublevan, se tuercen, se retuercen, descienden y se elevan; por eso recuerda tanto algunos momentos de Alicia en el País de las Maravillas y algunos diálogos teatrales de Becket. Obviamente, en el caso de Blake y sucesores nos hallamos en las antípodas de algunas escuelas desesperadas y desesperantes de ahora, que han abandonado la invención en el lenguaje y la invención sin más.

Admirable el trabajo que ha hecho Castanedo con esta obrita tan extraña como inclasificable. Algo muy de agradecer en nuestros días donde todo parece tan clasificado y tan previsible. Tiene además momentos de verdadera comicidad y es de una modernidad incuestionable.

 

Este opúsculo lúdico y jocoso forma ahora mismo parte de una cadena que va desde Sterne a Beckett, pasando por Joyce y Döblin, en la que la argumentación no está reñida con la festividad corrosiva de las palabras.

 

 

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14 de marzo de 2015
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Alma de pelirroja

En Madrid ocurren estas cosas: decides que vas a escribir sobre Esperanza Aguirre y te la sientan al lado en la peluquería. No se crean que nos referimos a cualquier salón, se trata de Peque, una especie de café Gijón en femenino del siglo XXI. Aquí se reúne un público muy particular que se toca por los extremos: las artistas y las marquesas, Sisita Milans del Bosch y Susana Aldecoa, Pepa Bueno y Ana Rosa, Isabel Presley o Cristina Garmendia. El pedigrí del facherío y del rojerío -sin prejuicios- es convocado por esta visionaria del color que siempre anda a la búsqueda de lo único, ya sean lociones maceradas de abrótano macho o misteriosos pigmentos. Juana Plaza, Peque, criada en una corrala de Lavapiés en los desarrapados años de la guerra, de niña soñaba con ser fulana, sin saber bien a que se dedicaban pero eran las únicas que llevaban perfume y medias en el barrio. Hasta que se asomó a una peluquería de la Gran Vía y el olor a Rielis le produjo una conmoción stendhaliana. Hoy es una veterana alquimista del cabello que examina las cabezas de sus clientas con verdadera autoridad estética. En Peque no se habla de política, pero se respira poder y cocimiento de tomillo. “De ella, tienes que escribir de ella” me dice Aguirre, que acaba de ganar una batalla del Ebro, aunque no concluirá la guerra hasta que conquiste Madrid. Hace años, y a pesar de su amplio apoyo electoral, ya recibía la punición de Rajoy, que no la invitaba a sus famosos maitines. Peccata minuta. Era la punta de pañuelo de su condición de non-grata. Con su temido carisma, su instinto de supervivencia y desparpajo liberal ha llegado donde el corazón apuntaba, sin doblegarse ante las trompetas de Génova. Le pregunto por los motivos de su retirada y si en verdad fue una cuestión personal. Cuando le detectaron un cáncer, el médico le dijo que tendría que someterse a quimioterapia, y ella pensó en la vida sin mayúsculas. Aún se emociona. En el golf -handicap 6,5- y sus aficiones, el marido, sus nietos, el tiempo sacrificado, y sintió que tenía que dar un paso atrás. Al final bastó con radioterapia, pero a finales de 2012, “con el programa cumplido, la mayoría absoluta del PP y una persona muy cualificada para sustituirme, decidí que era el momento”. Tras meses de suspense y varios sondeos abrumadores la designaron candidata, pero echándole vinagre encima. Que si las mordidas de Granados y el ático de Nacho, que si Cifuentes y la guerra de rubias -pese a que esta ha declarado, entre conciliadora y temerosa, que “dos no pelean si uno no quiere”, Aguirre ya la ha marcado como esbirra del partido desde las Juventudes de Alianza Popular-, que si debía abandonar la dirección del PP de Madrid… “Las crisis son oportunidades”, responde mordiendo una manzana, con el pelo lleno de papeles de plata. Siempre la han perdido las despedidas. Lo suyo es la épica. No en vano corre la leyenda de ese cuarterón irlandés que camufla en Peque: “A ella sólo le levanto el pigmento porque tiene un fondo muy Tiziano; respeto alguna canicie que le hace de mecha y ya está”. Aguirre, una rubia con alma pelirroja. Viva el pañal / Ashton Kutcher Desde que Demi Moore lo presentó en sociedad, hace ya más de una década, Ashton Kutcher entró con pomada en el imaginario couché, sin estridencias ni desconfianzas. “Un buen tipo”, decían; el joven que sabe mecerse en brazos de la mujer madura; el origen de la constelación de las cougar o las MILF. Ahora, convertido en padrazo de una niña de cinco meses, Wyatt Isabelle, acaba de denunciar que “nunca hay cambiadores de pañales en los aseos públicos de hombres” en su Facebook. Un micromachismo que en este caso penaliza a los hombres, impedidos para cambiar un pañal en un lugar público. Los más de 18 millones de “me gusta” dan fe de lo que mueve Kutcher. Así se hace política de igualdad. La memoria vuelve / Eva Schloss No debió de ser nada fácil regresar de la muerte de Auschwitz. Y más aún cuando tu desaparecida hermanastra, Ana, acabó por encarnar el drama de la shoah gracias a su celebérrimo diario. Eran las dos caras de una moneda: “Yo era un potro de pelo rubio, curtida por el sol, ropa desaliñada de montar en bici. Ana se peinaba primorosamente, vestía blusas y faldas inmaculadas”. Eva Schloss ha tenido que dejar pasar casi 70 años para escribir Después de Auschwitz (Planeta), en el que late un impulso de vida para grabarnos a fuego: “Uno tiene que valorar los buenos tiempos -en el mundo hay belleza, personas maravillosas y momentos inspiradores- para encontrar las fuerzas que te permitan superar las dificultades”. Nunca es tarde.

(La Vanguardia)

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14 de marzo de 2015
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Doctor Atomic: la música de John Adams explota en Sevilla

Con Doctor Atomic, el Teatro de la Maestranza de Sevilla trae a España por primera vez una ópera de John Adams, el compositor clásico más polémico y uno de los más representados e influyentes de la actualidad. Para mí está entre lo más sorprendente y atrevido que se hace en música este año en España.

Estoy a punto de salir para el teatro sevillano, y quiero compartir este pequeño ensayo y entrevista al compositor que publiqué esta semana en La Vanguardia.

Ayer el director artístico de La Maestranza Pedro Halffter recordó que en cinco meses se cumplirán 70 años de los crímenes de Hiroshima y Nagasaki. Y que hoy mismo los líderes de Israel, Irán y Estados Unidos se amenazan y caminan por la punta del precipicio por la bomba atómica. Hoy llega a España una ópera importante, actual, necesaria, porque hace pensar y sentir nuestra historia común de una nueva manera.    

*          *          *

En 1987, John Adams compuso una ópera sorprendente: en Nixon en China cantan el presidente de EEUU Richard Nixon y el líder chino Mao Tse Tung. Los espectadores salían perplejos. ¿Es esto una ópera? Sí: era una ópera que eleva a arte lírico historias que estaban en las portadas de los diarios.

El viaje de Nixon a la China comunista en 1972 había significado un parteaguas en las relaciones entre dos imperios y dos culturas. Adams, la libretista Emily Goodman y su director de escena Peter Sellars dieron vuelta lo que habitualmente hacía la ópera. En vez de contar viejos mitos e historias clásicas para hablar del presente, como hacían Mozart, Verdi o Wagner, contaron la política del presente para sacar a la luz su condición universal, profunda, mítica. Nixon como agonista de su propia tragedia.

En 1991, Adams, Goodman y Sellars se metieron en aguas mucho más peligrosas. El tema de su siguiente ópera, La muerte de Klinghoffer es el secuestro del crucero Achille Lauro en el Mediterráneo en 1985. Los secuestradores, jóvenes terroristas palestinos, asesinaron a Leon Klinghoffer, un turista judío en silla de ruedas, y lo arrojaron al mar.

Hace cuatro meses, cuando el Metropolitan de Nueva York estrenó una nueva versión de esta ópera, cientos de manifestantes se apostaron en las puertas del teatro con pancartas y gritos, acusando a los creadores de antisemitismo y de glorificar el terrorismo. Casi ninguno de los manifestantes había visto o escuchado la ópera. Pero poner sobre un escenario a estos guerrilleros palestinos ya era inaceptable para ellos.

Ante los ataques personales, Goodman se bajó del barco y abandonó la escritura de libretos. Pero Adams y Sellars tomaron el alboroto como evidencia de que lo que hacían tenía sentido: ponían el dedo en la llaga, pegaban donde dolía. Su arte era incómodo. Mostrar sobre un escenario de ópera de hoy un coro de exiliados judíos y luego un coro de exiliados palestinos, hacía pensar, obligaba a sentir.

*          *          *

En 2005, ahora con Sellars como libretista, John Adams produjo una obra maestra: Doctor Atomic vuelve la vista atrás a otro gran momento de la historia de su país y del mundo: el momento en que el equipo de físicos liderado por el Dr. Robert Oppenheimer creó la bomba atómica.

En la madrugada del 16 de junio de 1945, en la instalación secreta de Los Álamos, el equipo de Oppenheimer detonó por primera vez una bomba de prueba. Dos meses más tarde, la ciudad de Hiroshima quedó devastada. 

¿Por qué se arrojó la bomba atómica, si Alemania – la potencia que podía estarla desarrollando – ya se había rendido y Japón estaba a punto de capitular? Los científicos y militares de Los Álamos – Oppenheimer, Edward Teller, Robert Wilson, el meteorólogo Jack Hubbard, el general Leslie Groves, grandes personajes operísticos – debatían apasionadamente sobre qué debía hacerse. Habían creado un monstruo capaz de exterminar a la raza humana. Estaba a punto de comenzar la era nuclear.

*          *          *

Le pregunté a John Adams por su interés por acercar la ópera al mundo de la ciencia.

“Al trabajar en Doctor Atomic me di cuenta de lo expresiva y poética que puede ser la ciencia", me dijo. "Todos los descubrimientos de la física de comienzos del siglo XX (Einstein, Niels Böhr, Heiselberg) me emocionaban. Muchos científicos me escribieron agradeciéndome después de ver Doctor Atomic, ¡y hasta me invitaron a hablar en un congreso de físicos!”  

Pero físicos hay muchos. ¿Por qué había elegido a Robert Oppenheimer como protagonista de una ópera?

No dudó ni un segundo. “Oppenheimer es uno de los grandes héroes trágicos de nuestro tiempo. Era un hombre inmensamente culto, hablaba cinco idiomas, dominaba la ciencia de su tiempo y tenía la energía y el carisma de liderar el proyecto que hizo posible la bomba atómica. Al final fue destruido por el gobierno al que sirvió tan fielmente. Lo persiguió el FBI y en parte, su orgullo y su desprecio por los mediocres lo terminaron de hundir.”  

Finalmente, me dio una primicia: “Creo que es una gran historia, y Peter Sellars y yo estamos pensando en hacer una secuela de Doctor Atomic, sobre la caída de Oppenheimer.”

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Como sus dos antecesoras, el libreto de Doctor Atomic está escrito con palabras tomadas de documentos y cartas reales, y también usa un lenguaje poético, de profunda carga filosófica: lo que discuten estos hombres, las decisiones que toman, sus dudas y certezas, tiene que ver con cuestiones de vida y de muerte. La noche del 16 de junio de 1945 se jugaba en ese árido pedregal de Nuevo México el futuro de la humanidad. 

Doctor Atomic y sus hermanas son obras polémicas, fácilmente comprensibles y desasosegantes. La línea vocal sigue la prosodia del habla popular norteamericana, y en momento clave se derrama en arias melodiosas; pero la mayor parte de la música está producida por la orquesta, en una excitante variedad de ritmos, de colores y timbres. Los lúgubres melismas, las fanfarrias potentes y las danzas salvajes producen un efecto directo y visceral.

Su estilo surge del minimalismo de Steve Reich y Philip Glass (tonal, basado en la riqueza armónica, formado por pequeñas células melódicas que se repiten hasta formar un tapiz sonoro), pero se escaba de esta denominación: juega con la música popular, se infecta de una pulsión rítmica contagiosa y es mucho más dramático.  

Nadie como John Adams se ha tomado tan en serio la ambición de decir algo importante al público de hoy. En sus manos, la ópera, un género que fue relevante para entender el mundo hace cien años, vuelve a cobrar valor como forma de mirar el presente con más profundidad.

Por eso es importante la llegada de una ópera de Adams a España. El Teatro de la Maestranza de Sevilla y su director artístico Pedro Halffter, que dirige la compleja y vibrante partitura desde el foso, han sido valientes en esta época de crisis.

¡Bienvenido, Doctor Atomic

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13 de marzo de 2015
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El Boomeran(g)
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