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Disparos de belleza

Luces que cabalgan las sombras?. Me hubiera gustado escribirlo originalmente, pero pertenece a Junichiro Tanizaki, quien en su extraordinario Elogio de la sombra explicaba que la belleza, para los japoneses antiguos, no era en sí misma un hecho sino resultado del encuentro de lo claro y lo oscuro. Es lo primero que siento al acercarme a la fotografía de moda: luces avanzando como jinetes briosos para iluminar el mentón de la modelo o perseguir el rayo débil que atraviesa la estancia hasta posarse sobre el abrigo de pata de gallo. La fotografía de moda ha proporcionado una piel sumamente atractiva a la historia de las sociedades contemporáneas. Relata una posición estética ante el mundo que ha ido absorbiendo del devenir de los tiempos y ha transformado la mirada. Después de la I Guerra Mundial, las revistas de estilo empezaron a sustituir a los ilustradores por fotógrafos que abrieron un diálogo con las vanguardias artísticas. Perseguían composiciones que inspiraban una realidad idealizada, a veces rozando lo sublime, otras transgresora, desde el neorrealismo a las fantasías oníricas. Gran parte de los mejores fotógrafos de la historia, de Man Ray a Avedon, han participado en el sistema llamado ?editorial de moda?: una ficción creada a partir de una tendencia, una escena y una modelo, y cuya consecuencia puede llegar a traducirse en más de 300.000 millones de dólares, como ejemplificaba el documental The september issue. A primeros de siglo, Gustav Klimt, acompañado de su pareja Emilie Flöge, o Mariano Fortuny i de Madrazo y Pere Casas Abarca, inauguraban los vasos comunicantes entre cambio social y estético, así como entre el arte y la moda. La obra de Casas Abarca (1902) es la primera datada en la colección que ha creado el Museu del Disseny de Barcelona: 464 fotografías de 38 autores, y que se presenta con la muestra Distinció, un segle de fotografia de moda. No es una exposición más, sino que viene a reparar un vacío incomprensible: que en España no hubiera ninguna colección pública del género. La fotografía de moda ha sido tan subestimada y esquinada que nunca ha formado parte de archivos ni museos, ni tan siquiera ha conseguido una casilla en la historia de la fotografía. Pero ante las imágenes de Ramon Batlle ?pura Bauhaus?; Geynes, Pomés ?absolutamente moderno?, Oriol Maspons (no se pierdan el audio de su foto de una modelo vestida de alta costura en el Born, explicada para personas con discapacidad visual); la aguerrida Juana Biarnés, Antoni Bernad ?siempre exquisito?, Ferrater, ahora poeta; Outumuro ?tan cinematográfico?, o los vigorosos Txema Yeste y Dani Riera, la realidad cabalga entre sombras a fin de convertir lo ordinario en extraordinario; incluso al revés. (La Vanguardia)

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2 de diciembre de 2015
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Un célebre vago

Se aproxima el centenario de la muerte de Rubén Darío, y habrá mucho que decir sobre su vida y su obre, desde ahora hasta las celebraciones del 150 aniversario de su muerte en el 2017. En nuestra tradición literaria es el poeta, no el prosista, ni menos el periodista, campos los tres en que fue el fundador de un nuevo lenguaje y de una manera diferente de ver el mundo.
Desde su infancia fue tenido por un extraño prodigio que componía versos con una facilidad inaudita, un especie de fenómeno de feria de cabeza desproporcionada, como se le ve en algunos retratos borrosos, que asombraba a los gramáticos, profesores de primeras letras, versificadores y militares en retiro de las campañas liberales, aquellos "licenciados confianzudos o ceremoniosos, y suficientes, los buenos coroneles negros e indios", evocados luego en Oro de Mallorca, que se reunían en las tertulias de la casa solariega de su tía abuela doña Bernarda Sarmiento, en la calle real de León, donde creció como huérfano.
Pero también asombraba a los clérigos, matronas, viudas y madres de hijas casaderas, que llegaban hasta su casa a solicitar al "poeta niño", como comenzó a llamársele ya no sólo en León sino en otras partes de Nicaragua, alabanzas en verso a la Virgen María, novenas y jaculatorias, madrigales y sonetos para quinceañeras, y elegías en honor de caballeros difuntos:
"Acontecía que se usaba entonces -y creo que aún persiste- la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, «epitafios», en que los deudos lamentaban los fallecimientos, en verso por lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese su duelo en estrofas...", recuerda en sus anotaciones de La vida de Rubén Darío escrita por él mismo. 
La poesía ha acaparado este prestigio suyo de la precocidad, sustento de la creencia popular en su genio, y la fama no se lo ha otorgado a sus dones no menos precoces como periodista, como empecé diciendo. Su primer artículo de prensa conocido, "El último suplicio ofende a la naturaleza", un hervor de ideas liberales aún mal digeridas, lo escribió en 1880, a los catorces años, y se publicó en el semanario de León La Verdad. Y otros, de la misma naturaleza, provocaron que las autoridades de policía del gobierno conservador lo mandaran a procesar bajo la acusación de vagancia. 
El proceso tuvo lugar en 1884, y el acusado tenía entonces 17 años. El Prefecto Departamental escondió la verdadera intención de la represión bajo el argumento de que el acusado no tenía oficio conocido. Buscó testigos amañados, y uno de ellos declaró: "no conozco al joven Darío. He oído decir que es poeta, y como para mí poeta es sinónimo de vago, declaro que lo es".
El juez de policía, actuando bajo órdenes oficiales, lo condenó a la pena de ocho días de obras públicas conmutables a razón de un peso por día. No le ayudaba mucho su figura esmirriada, su melena larga de poeta romántico, sus zapatos gastados y su pobre vestimenta, ni ayudaba frente a la autoridad cerril que lo juzgaba su prestigio de poeta de salones, funerales y procesiones religiosas; menos el de periodista, un oficio odioso ya desde entonces en América a las imposiciones del pensamiento oficial; se buscaba castigarlo con la ignominia de barrer las calles en cadena de presos, a la vista pública, por ejercer la libertad de palabra. Y a duras penas escapó.
Es, como podemos ver, el vago más célebre de nuestra historia, padre de una nación que puede llamarse dariana; y por muchos años su efigie en los billetes: primero en los 500 córdobas, el de mayor denominación, hasta que el viejo Somoza creo uno de mil y se puso él mismo, pues según sus cuentas valía más que Rubén; y luego en los de cien, de donde ahora ha desaparecido por acto de prestidigitación.
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2 de diciembre de 2015
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Novísimas

Es un fenómeno de la cultura española que no cesa. Y milagroso. En un tiempo en que se lee menos, se eliminan o reducen los estudios de literatura en el bachillerato y las gentes no están en disposición de comprar libros con lo que, después de comer y de vestirse, les queda de su salario (los que lo tengan), proliferan las editoriales de calidad, los pequeños negocios hechos por valientes que aspiran a mantenerse y no a hacerse de oro. Hemos hablado aquí mismo de sellos que aparecieron y se consolidaron con el tiempo; hoy me gustaría señalar a unas editoriales novísimas cuyas publicaciones he estado leyendo con enorme placer a lo largo de este año. Muy bellamente editados, los libros de la madrileña Dioptrías se centran en la no-ficción, destacando su rescate de ‘Los orígenes del Doctor Fausto' de Thomas Mann, ‘Eros', un singularísimo ensayo sobre el deseo de la excelente poeta norteamericana Anne Sexton, y la deliciosa antología ‘La literatura como mentira', en la que uno de los grandes, Giorgio Manganelli, escribe con agudeza sobre otros grandes, Beckett, Yeats, Nabokov o Edmund Wilson (magnífica y largamente analizado), pero también se ocupa de genios más pequeños como Ronald Firbank, el barón Corvo o la incomparable novelista Ivy Compton-Burnett. De Barcelona llegan muy recientemente los de Gatopardo Ediciones, con un poderoso arranque: el breve opúsculo sobre ‘Alejandro Magno' de Pietro Citati, y un clásico de las aventuras marinas, ‘En peligro' (‘In Hazard'), del británico Richard Hughes, conocido sobre todo por su ‘Huracán en Jamaica' y la memorable adaptación cinematográfica que de esa novela llevó a cabo el director Alexander Mackendrick. También son hermosos, en su cómodo formato, los de Mardulce, y en especial ‘El viento que arrasa', de la argentina Selva Almada, escritora que descubro con este inquietante relato.

 

Atrevidas en su compaginación y muy originales en el material seleccionado son las dos primeras entregas de la colección de narrativas ‘detresentrés' de Mishkin Ediciones, libros que contienen dos textos y un cd complementario en cada volumen temático. En el primero, ‘rusófilo', he disfrutado con la lectura de los bocetos narrativos de Nikolái Pomialowski, un maldito muerto muy joven en 1863 y conocido, si acaso, por su vinculación con Dostoievski, que le apoyó, así como revisando la estupenda película de Andréi Konchalovski ‘El primer maestro' (1965). El segundo se centra en el mundo circense, y es todavía más sugerente en la combinación de ‘Jack el payaso', la novela del sueco Hjalmar Bergman, otro gran ignorado entre nosotros, el cuento de César Aira ‘Los dos payasos', y el film de Federico Fellini, no suficientemente valorado en su día, ‘Los clowns' (1970), que tanto ha ganado con el paso del tiempo.

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2 de diciembre de 2015
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El Boomeran(g)
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