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El hombre que estuvo allí

  George Plimpton (1927-2003) no sólo era un tipo osado e imaginativo sino que gozaba de un peculiar sentido del humor. Su prolongada colaboración en revistas de tanta difusión como Sports Illustrated (muy conocida incluso en España porque en sus portadas salen unas saludables y vistosas muchachas en traje de baño) o The New Yorker y la Paris Review, le permitió mantener una estrecha relación con las más prominentes figuras del deporte, la cultura y la vida social.

En su opinión, además de un profundo conocimiento del tema sobre el que escribiese, el periodista tenía la obligación de transmitir los sentimientos y puntos de vista más íntimos de los personajes en el momento de ocurrir los hechos que estuviesen siendo relatados. De esa convicción salió una modalidad de Nuevo Periodismo que él mismo denominó Participativa  y que, en esencia, consistía en meterse en la piel de los personajes ejerciendo las mismas actividades que ellos practicaban. En consecuencia, y para hablar adecuadamente de boxeo se las arregló para encerrarse durante tres asaltos en un cuadrilátero con Archie Moore, entonces campeón del mundo de los semipesados (y que le vapuleó sin piedad). Con el mismo propósito jugó de portero en un equipo de hockey profesional (sobre hielo, nada menos), hizo de pitcher durante un encuentro entre dos de los mejores equipos de la Liga Nacional de Béisbol, jugó como aficionado en un torneo de golf con las primeras figuras del momento y, llevando las cosas más allá del deporte, se hizo matar a tiros por John Wayne en Río Lobo, o presionó a Leonard Bernstein para  que le dejase hacer de percusionista durante un concierto de la Filarmónica de Nueva York. Además de llevar una agitada vida sentimental y de escribir decenas de miles de páginas, muchas de ellas como periodista pero también como novelista, autor teatral o guionista de cine y televisión, aún tuvo tiempo de hacerse un experto en fuegos artificiales y si de niño manejaba con soltura las letales “bombas cereza” y las “triquitraques de plata”, de mayor concibió la idea de jubilarse en compañía de otro chiflado llamado Orville Carlisle e instalarse en China, Japón, Corea o cualquier otro país fabricante de fuegos de artificio: la idea era agenciarse unas buenas hamacas y, mientras se deleitaban con las últimas invenciones de los maestros artificieros orientales, inventar nombres que sobrepasasen a los ya existentes, descritos por los fabricantes locales como “Los monos entran en el espacio celestial y expulsan al tigre”, o “Un perro callejero que corre perturba las nubes celestiales”.

Lo peculiar de su sentido del humor consiste en que si de un lado trata con jovial benevolencia las meteduras de pata y las extravagancias de los personajes que le sirven de base para sus colaboraciones (gente perfectamente despellejable, como Hemingway y Norman Mailer) en cambio no se pasa una a sí mismo. Y si alguien piensa que aprovechará su actuación en la portería de los Boston Bruins de Chicago, o su intervención como quarterback  de los Detroit Lions, para ensalzarse y cubrirse de elogios por su actuación, puede esperar en vano porque nunca ocurre. En cambio no se olvida de un solo fallo ni se perdona su lentitud para pasar el balón según la jugada ensayada (lentitud que propiciaba que la totalidad de ambos equipos se le echase encima mientras disputaban furiosamente ese balón que debería estar muy lejos de allí). Como tampoco se olvida de resaltar la sutileza de Bernstein abroncando a toda la orquesta por haber entrado a destiempo cuando en realidad el que falló estrepitosamente fue el percusionista (o sea, el propio Plimpton).

Al ojear la presente recopilación de escritos realizada por la editorial Contra (y que incluye artículos deportivos pero también trabajos sobre gente tan variada como Muhammad Alí, Warren Beatty, el presidente Bush Sr, Hunter Thompson,  Normal Mailer y William Styron, o intervenciones tan delicadas como Campo de golf de Harding Park, California, o El restaurante Elain’es (geniales ambas), al lector puede preocuparle comprobar que el relato del encuentro de béisbol en el Yankee Stadium dura más de treinta páginas. Como seguramente les ocurrirá  a la mayoría de los presente en la librería, el preocupado lector no sabrá una palabra de béisbol, razón por la cual quizá le sonara algo excesivo dedicar más de treinta páginas a hablar de pitchers, bolas de rosca, hits, bases, home runs y demás terminología propia de ese juego. Plimpton no estaba llamado a ser un gran lanzador de bolas endiabladas, pero en cambio tenía un don especial para la narración y leerle cuando trata cosas  de béisbol, o boxeo, o tenis, es muy entretenido porque no solo habla desde dentro (haciendo partícipe al lector de los secretos mejor guardados de esos deportes altamente especializados) sino que los convierte en relatos que tienen como protagonista a un aficionado que se metió en camisa de once varas y lo paga tan caro como le pasa en las comedias de enredo al tonto que se quiere hacer pasar por listo.

 

 

El hombre que estuvo allí.

Lo mejor de George Plimpton

Traducción de Gabriel Cereceda

Contra      

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1 de marzo de 2016
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Política de salón

Qué lejos estamos de aquella visión que inmortalizó Churchill de las nutritivas propiedades de la charla: ?Una buena conversación debe agotar el tema, no a los interlocutores?. Justo lo contrario de lo que hacen nuestros políticos, que nos han dejado exhaustos a todos con tanto eslogan lanzado como un bumerán mediático, aparte de los recados que se han ido enviando a través de los medios de comunicación. Estos han ejercido de saltimbanquis informativos al recoger sus maquiavélicas estrategias: un día blanco y al otro negro, un día pacto y al otro negociaciones rotas, en un tira y afloja propio de un puñado de adolescentes egotizados. Poco han hurgado bajo las palabras solemnes en el gran asunto que les incumbe: gobernar. La capacidad de hallar corrientes propicias en un mar tempestuoso ha sido uno de los grandes logros de la condición humana y de su hechura intelectual. Benedetta Cravieri sostenía en La cultura de la conversación ( Siruela) que las personas ilustradas, frente a una gran crisis de valores, necesitaban buscar nuevos puntos de referencia plegando la filosofía, la moral, la política o la economía a una forma dialéctica y narrativa. Pero también advertía: ?La gente de mundo se muestra maravillosamente omnívora, pero la conversación es un arte, y sus contenidos acaban siendo sepultados?. La gran conversación, la plaza y el café concurrido con notas escritas en la servilleta de papel han desembocado hoy en la red, en los 140 caracteres y los ?me gusta?. En España nunca fuimos capaces de reproducir esa tradición francesa que todos ?por separado? nos hemos acostumbrado a admirar: la conversación de trago largo, la de los salones literarios y los cafés existencialistas, la polémica servida en cápsulas ingeniosas y lúcidas. Esa mezcla equilibrada de ligereza y profundidad, de elegancia y gusto, de apología de la/mi verdad desde el respeto de la opinión ajena. Aquí nos cuesta conversar y discutir. A menudo nos incomoda la presencia del otro cuando piensa diferente y nos coloca en situaciones descorchadas que no sabemos gestionar. ?Sabes que siempre estoy a tu disposición?, le escribió Mariano Rajoy a Albert Rivera en una carta digna de un ejercicio de comentario de texto por la oralidad de su registro, demostrando que el descrédito y la pereza se han convertido en los más fieles enemigos de la comunicación enjundiosa, profunda. Recientes estudios aseguran que la conversación de cortesía ?en el ascensor, una inauguración o un taxi; la que los anglosajones denominan muy gráficamente small talk?, con fama de trivial, formulística y por lo general aburrida, es, en cambio, ?un lubricante social crucial, tan valioso como el vino o la risa?. La que no brota entre nuestra clase política, incapaz de ejercer la dialogante diplomacia para encontrar una salida digna a este marasmo que restaure la credibilidad hispánica. (La Vanguardia)

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29 de febrero de 2016
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And the Oscar goes to… Il Maestro Ennio Morricone

En el usualmente modesto rubro de la música para películas, este año los Oscar fueron como un duelo al sol en la polvorienta calle principal del pueblo del Lejano Oeste.

A un lado, la cantina; al otro, el banco y la oficina del sheriff. En medio de la calle, a punto de desenfundar, los duelistas. Uno es el indiscutible genio de la música de Hollywood del último cuarto de siglo: John Williams. Del otro, el más grande músico europeo de la historia del cine: el italiano Ennio Morricone.

Seguro que nunca volveremos a ver un duelo igual.   

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Williams volvía a su pasado glorioso (la séptima entrega de Star Wars), pero Morricone, de 87 años (cuatro más que su rival) se lanzaba a un desafío nuevo: poner música a la visión postmoderna, irónica, sangrienta de la última de Quentin Tarantino.

Para reinventar el Western en Los odiosos ocho, Tarantino contrató como músico al genial inventor del sonido de las películas con las que Sergio Leone inventó el Spaghetti Western. Estoy hablando de Por un puñado de dólares, El bueno, el malo y el feo, Érase una vez en América y Hasta que llegó su hora, entre otras.

Entre sus más de 500 bandas sonoras para películas, series y programas de televisión, Morricone creó temas tan recordados como la delicada melodía para oboe de La misión o la letanía dulce para saxo de Cinema Paradiso.  La música para cine de Morricone es muy distinta a la de Williams.

Los dos son genios, tal vez los Mozart y Beethoven o los Verdi y Wagner de nuestro tiempo. Pero mientras el fuerte de Williams es lo grandioso, lo marcial, lo que enaltece, lo que nos canta, la música de Morricone se nos mete sutilmente, como una melodía que podemos cantar nosotros. O silbar, como los temas principales de Por un puñado de dólares o de El bueno, el malo y el feo.

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A diferencia del pistolero a quien se enfrentaba, Morricone nunca había ganado un Oscar por la partitura de una de sus centenares de películas, aunque fue nominado seis veces. Sí le dieron un Oscar honorífico a toda su trayectoria. Pero es increíble que el mejor músico de cine que produjo Europa no lo hubiera ganado por una banda sonora.

La asombrosa belleza sonora de Los odiosos ocho era la ocasión ideal: era su vuelta al Oeste, que no podemos imaginar hoy sin su música, y era su gran regreso, tras Kill Bill, a la alianza con Tarantino, el viejo niño terrible de Hollywood.

And the Oscar goes to… Il maestro Ennio Morricone. El primero que le dio un abrazo fue Williams, sentado a su lado en el palco. En un italiano cascado, como el que imita Brando en El Padrino, Morricone empezó diciendo que su “tributo” iba para los otros nominados y en especial “el estimado John Williams”.

El segundo tributo, a Tarantino. “No hay gran música de película sin una gran película”. El tercero, a su esposa María.

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Puedo escuchar el tema final de Cinema Paradiso cien veces seguidas y me emociona siempre. Oigo los silbidos del Oeste en las películas de Sergio Leone y se me dibuja una irónica sonrisa a lo Clint Eastwood. Camino por una selva tropical y me empieza a zumbar, como una mariposa de música, el oboe de La Misión.

Gracias, maestro. Y cuánto tardó.   

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29 de febrero de 2016
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La novela que nos acompaña desde antes de haber nacido

Y el primer grito me ensordeció. Nunca hubiera creído que mi voz pudiera ser tan alta y durar tanto. Y que todo aquel sufrir se me saliese en gritos por la boca y en criatura por abajo”

La plaza del Diamante -Mercé Rodoreda-

 

Siguiendo el ejemplo de Roland Barthes, suelo hacer muy extensivo el concepto de novela, y lo identifico con el de narración.

Un poema es una narración, por más abstracto que sea, un ensayo, un mensaje telefónico, una carta, una conversación, un anuncio, un cuadro, un dibujo, una película, una obra de teatro, y un grito bien dado y en su momento también puede ser una narración (el grito de Munch, o el de Tarzán, o el primer grito del parto).

Cuando llegas al café y le cuentas a tu amigo un accidente que acabas de presenciar, en la medida en que ya estás argumentando y verbalizando una experiencia, le estás contando una novela, además de una narración.

Es evidente que utilizamos la narración para darle sentido al mundo, y para sostener el sentido mismo del mundo.

La hemos utilizado siempre, al principio en forma de mitos, más tarde en forma de cuentos y novelas.

Puedo crear un teorema, pero cuando lo explico estoy haciendo ya una narración, y el teorema en cuestión se convierte en una novela con planteamiento, nudo y desenlace.

La narración es algo absolutamente inseparable de la condición humana y por eso solo desaparecerá cuando desaparezca el hombre. Lo mismo pienso de la novela.

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29 de febrero de 2016
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Cinearte

El cine de arte empezó siendo pictórico, teatral, ilusionista al modo circense, pero tales dependencias no predominaron. En su evolución, el cinematógrafo ganó su popularidad y su honra estética fuera de esos terrenos, donde aparecieron, por ejemplo, los grandes ascetas como Dreyer o Rossellini, Ozu o John Ford, e incluso genios del tipo de Buñuel, que hizo de su estudiada desmaña reñida con la floritura un hito estilístico. Hoy analizamos aquí unas raras muestras de un cine concienzudamente artístico, dos distintas y delicadas flores de invernadero dentro del jardín del cine de autor y muy lejos del parque de atracciones del ‘blockbuster'.

    ‘La novia', segundo largometraje de la interesantísima realizadora Paula Ortiz, anuncia desde su primer plano y sus primeros compases que el espectador está ante algo distinto a lo habitual, una propuesta narrativa en la que la palabra, no pocas veces en verso, adquiere un valor puramente rítmico, y la música, componente sustancial de la película, se aparta de los cánones del mero acompañamiento o subrayado, tan pobres y trillados por lo general en el cine español. Esa banda memorable que firman Dominik Johnson y Shigeru Umebayashi, pero en la que hay más participantes, actúa en todo momento como predicado enriquecedor del sujeto narrativo, la obra teatral ‘Bodas de sangre', muy fielmente adaptada. Consciente Paula Ortiz, autora del guión junto a Javier García, de las dificultades fílmicas de un texto tan verbalmente sublime como el de Lorca, renuncia, y es un gesto de gran artista, a adelgazarlo o simplificarlo, dando por el contrario a la historia contada, a las acciones desarrolladas y a la interpretación de sus estupendos actores un volumen de alto lirismo que logra dramatismo siendo en todo momento anti-naturalista.

   La propia cineasta, en un texto incluido en la edición de ‘Bodas de sangre' publicada por Galaxia Gutenberg coincidiendo con el estreno del film, lo dice de modo confesional, aludiendo al concepto lorquiano del ‘duende'. En la búsqueda y captura del oscuro grito del ‘duende', Ortiz acepta la premisa y los términos literarios característicos del poeta granadino, citándole: "para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio", añadiendo que del duende "solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida".

    No hay desde luego geometría aprendida en ‘La novia', que avanza en un continuo zigzag de hallazgos, tanto visuales como auditivos; los encuadres revelan un ojo jamás perezoso, el montaje combina lo trepidante con lo sereno, y pocas veces se ha hecho un uso tan productivo y hermoso de los paisajes, tanto los aragoneses como los turcos, en las escenas rodadas en Capadocia, que huyen radicalmente del exotismo y la dulzura inherente a la tarjeta postal. Aunque el sonido de la cinta resulta por momentos fallido, la voluntad de Paula Ortiz es de un notable empeño, puesto que los actores siguen la prosodia de los versos, tienen incluso tríos sonoros, como el de Leonardo, la Novia y la Mendiga al final de la película, y responden con su entonación y sus maneras a la musicalidad del conjunto, en el que las coplas populares y las zarabandas flamencas se funden sin disonar con el ‘Pequeño vals vienés' de Leonard Cohen, que, cantado maravillosamente por Soledad Vélez, produce un momento de alteridad o distanciamiento emocionante.      

   ‘Langosta' (‘The Lobster'; ¿y porqué se le ha quitado el artículo al título original, como quien le extrae una pinza al crustáceo?) produce, si se deja uno llevar por su ‘nonsense', una felicidad permanente, hilarante, aunque el día que la ví en los cines Renoir Princesa, con mucho público, sólo una joven y yo reíamos abierta y constantemente. Es la tercera película del reputado director heleno Yorgos Lanthimos, y para mi gusto la primera plenamente satisfactoria, aunque el hecho de que en este caso disponga de muchos medios y grandes estrellas no es la razón de esa superioridad que yo le veo; los actores griegos de las anteriores eran excelentes. ‘Langosta' también tiene una amplia base musical, pero diferente a la de ‘La novia'. Lanthimos escoge composiciones de, entre otros, Britten, Schnittke y Shostakovich, sin buscar en ellas un hilo más del argumento, como lo hace Paula Ortiz; él desea (y consigue) que esos bellos fragmentos instrumentales abran expectativas de misterio y desasosiego al relato, un ‘thriller' disfrazado de comedia de enredo irracional. También la artisticidad difiere; frente a la filigrana llena de invento de ‘La novia', ‘Langosta' basa sus disparates y ‘non sequiturs' en una mecánica férrea y seca, de una solidez anti-dramática casi ‘bressoniana', eludiendo además en su registro formal las posibilidades del capricho, tan importantes en el arte. El arte de Lanthimos en este film magistral se concentra en el trazo serpentino de la historia y en la riqueza extraordinaria de los diálogos, así como en un dispositivo que introduce con moderación y funciona elocuentemente, la voz narradora en tercera persona, cuyo uso de comentario irónico, recapitulación y vaticinio recuerda el de Javier Rebollo en ‘El muerto y ser feliz' y Resnais en ‘Les herbes folles'.

    Rodada en Irlanda, otro lugar que resuena con enorme potencia a lo largo de todo el metraje, ‘Langosta' arranca con una presentación de personajes que ya seduce, tiene luego secuencias inolvidables en los esponsales dentro del hotel, en el concierto del maestro Rodrigo oído ante los padres del personaje de Léa Seydoux, en el deambular de los cuatro rebeldes fugados, que alcanza en las escenas finales del bosque y la mujer ciega (hipnótica Rachel Weisz) un contrapunto lacerante de patetismo. Ese dolor melancólico de su rostro realza aún más el humor nihilista de esta profecía con formato de parábola y guiños de vodevil.

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29 de febrero de 2016
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El catalanismo de Ciudadanos

Todavía falta perspectiva para tener una idea algo completa de lo que ha sucedido. ¡Nos pasan tantas cosas por primera vez, primeras veces que reclaman cada una de ellas su propia atención! Sí, por primera vez hay un gobierno de mayoría parlamentaria independentista, que con frecuencia se confunde con la existencia de una mayoría suficiente para marchar hacia la independencia. Pero también por primera vez el partido de la oposición, Ciudadanos, está fuera del consenso catalanista; e incluso más, se ha construido contra el consenso catalanista.

El nuevo catalanismo hegemónico, que ha instalado la idea de la secesión en el corazón de su ideología y de su programa a corto plazo, se caracteriza al menos por tres diferencias respecto al catalanismo anterior. Primera: ha abandonado la obsesión de unir a todos los catalanes para privilegiar la unidad de los independentistas. Segunda: ha relegado la idea de negociación y pacto con España a una cuestión meramente instrumental, dirigida exclusivamente al objetivo de la independencia, en vez del carácter casi existencial que tenía para los viejos catalanistas. Tercera: ha renegado del evidente aunque a veces disimulado españolismo del catalanismo, consistente en ofrecer al conjunto de los conciudadanos españoles una voluntad y un proyecto en el que Cataluña se sintiera incluida y colmada.

Las tres ideas no eran un capricho sino fruto de una larga destilación histórica, suma de experiencias y reflexiones centenarias alrededor de una idea sacada de la más elemental ?Realpolitik?: Cataluña no tiene ni la demografía, ni los recursos, ni el emplazamiento, ni las alianzas, ni el poder políticos suficientes para hacer un proyecto aparte, que no cuente con el máximo de su población y de sus fuerzas sociales, todas de hecho; que no tenga sus mayores aliados en el resto de España; y que no aporte ni signifique nada o algo negativo para el conjunto español. La Cataluña real que ahora tenemos ?lengua, cultura, instituciones, imagen y prestigio?es hija de las tres condiciones; y el independentismo, que también es su hijo aunque rebelde y quizás el más consanguíneo, es el que ahora reniega de las tres, confiando en la fuerza de la idea, el deseo y la democracia para alcanzar su objetivo.

El resultado, en todo caso, no es una Cataluña con mayor autogobierno, sino una Cataluña que tiene a Ciudadanos como primer partido de la oposición, dispuesto a pactar en Madrid como pactaron antes los catalanistas y a aportar sus energías al gobierno de España como antes lo hicieron los catalanistas. La crítica fácil confunde las causas con los efectos. Ciudadanos ha salido de Cataluña y es un desarrollo genuino de la política catalana, resultado de la ruptura de los consensos lingüísticos primero y políticos después. No es un agente que se introduce desde el exterior para dividir a los catalanes, como fue el lerrouxismo tras el fenómeno unitario que fue Solidaritat Catalana (1906), sino todo lo contrario, el efecto de la disolución del catalanismo transversal por el tirón del independentismo.

Ciudadanos surgió en Cataluña como reacción organizada contra el consenso catalanista y se ha extendido al conjunto tras superar la hegemonía del antinacionalismo de matriz vasca que era UPyD. Para los votantes españoles Albert Rivera encarna la fiabilidad de los catalanes. Ahora ha pactado con el PSOE y puede incluso que entre en el Gobierno si Pedro Sánchez supera su difícil investidura. Ambas tareas pertenecían al territorio de la difunta Convergència i Unió, pero Rivera puede que vaya más lejos todavía, hasta el territorio que Pujol jamás quiso hollar, el de la responsabilidad de Gobierno: ministros catalanes de un partido de matriz catalana en Madrid.

De las elipsis sobre Cataluña que contiene el programa de gobierno entre PSOE y Ciudadanos apenas pueden pedirse responsabilidades a estos últimos: está en su ADN fundacional que los catalanes participen en la política española como españoles libres e iguales. Algo más se le puede pedir al PSOE, que propugna una reforma federal ahora olvidada, y al PSC, que iba más allá cuando todavía se apuntaba al derecho a decidir y ahora busca perfeccionar el federalismo con blindajes y con la apelación a la reforma constitucional como resolución del ?procés?. Pero el máximo responsable es quien está ausente en esta partida después de siglo y medio de persistente y fructífera presencia. Los diputados que se presentaron a las elecciones bajo banderas catalanistas no están ni se les espera porque nada piden ni nada ofrecen que no sea la independencia.

Es también la primera vez que hay reparto de cartas en Madrid sin los jugadores tradicionales que llegaban desde Barcelona. Están agazapados detrás de Podemos, al albur del valor que puedan tener su escaños en caso de que los podemitas entren en juego. Este es el resultado. El catalanismo posibilista puntúa muy alto en la larga y cansina pero decisoria partida de la historia, mientras que el catalanismo rupturista, que solo puede ganar con un gol de oro, queda en el cero absoluto, ayuno de resultados y huérfano de cartas en la actual ronda.

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29 de febrero de 2016
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John Williams: la banda sonora de nuestra vida

¿Ganará esta noche el mítico John Williams su sexto Oscar? Compite con la banda sonora del regreso de Star Wars: El despertar de la fuerza. Lo gane o no, sus melodías seguirán siendo parte de nuestra memoria colectiva y personal. El Tiempo de Bogotá me pidió un perfil del maestro, que el diario publicó hoy. Aquí está. Que la fuerza nos acompañe a todos.

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Casi al final de Encuentros cercanos del tercer tipo, el protagonista, Roy Neary, un empleado de una compañía eléctrica interpretado por Richard Dreyfuss, se encuentra finalmente con la nave extraterrestre que atormentaba sus sueños. Todos lo daban por loco salvo un par de científicos.

Estos científicos crearon un código no verbal para comunicarse con los alienígenas. Es una sucesión hipnótica de cinco notas que desde entonces forma parte de la historia del cine: Si bemol, Do, La bemol, otro La bemol pero un octava más abajo y Mi bemol.  

En ese momento mágico al final de la película, los científicos hacen sonar por los altavoces de un estadio el comienzo de la melodía, y desde la nave espacial se escucha el final, el La bemol profundo, con una potencia que rompe los vidrios de una cabina de transmisión y llena de alegría los corazones de Roy y de generación tras generación de cinéfilos.

Esa escena es el triunfo de la música como comunicación absoluta.

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En una reciente Master Class para alumnos de cine que daban John Williams, el compositor de la música de esa película, y su director, Steven Spielberg, los dos explicaron cómo en casi todas sus películas juntos (Tiburón, ET, Indiana Jones, La lista de Schindler y tantas otras), Spielberg hacía primera versión de la película y después Williams empezaba a pensar en qué música podía acompañar las imágenes y los diálogos.

En todas menos en esta.

En Encuentros cercanos la música, y sobre todo esas cinco notas, son el eje de la historia: son la forma de comunicarse con una civilización desconocida, un mensaje de paz a posibles invasores.

“En Encuentros cercanos tuvimos que hacer al revés: primero vino la música”, explicó Spielberg a los estudiantes.

La película es de 1977. Los dos fueron candidatos al Oscar. Para Spielberg era la primera de sus 17 nominaciones. La última, este mismo año por El puente de los espías. Pero Williams, con sus 50 nominaciones, es el artista de cualquier categoría que más veces ha optado al premio más famoso del cine.

El compositor la ganó ya cinco veces: la primera a la mejor música adaptada por la que arregló para la película basada en la comedia musical El violinista en el tejado en 1971.

Por mejor música original lo logró con Tiburón (1975), La Guerra de las Galaxias (1977), E. T.: El extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993).

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Detengámonos en la que da inicio a la saga de La guerra de las galaxias de George Lukas. Esta banda sonora concentra todas las virtudes que hacen de John Williams el gran autor de música para películas de aventura, fantasía, ciencia ficción y emoción desbordada.

Desde el puro inicio de los créditos, junto con las letras que van desapareciendo en un cielo estrellado, las trompetas y los trombones inician una fanfarria marcial, una melodía de gran fuerza expresiva. Inmediatamente, las cuerdas arrancan con un contratema a la vez lírico y enérgico, después de lo cual vuelve el tema principal: A-B-A, la vieja forma sonata de los maestros del barroco y el clasicismo.

Música nueva y un guiño al pasado. Los jóvenes se fascinan por el resultado. Los eruditos, por su sapiencia compositiva.

Para la pianista y periodista musical colombiana Laura Galindo, “las melodías de John Williams son simples, se pueden cantar, la gente las puede aprender de memoria, pero a la vez están muy bien orquestadas, armonizadas y producidas. Y lo más importante en música de películas: cuentan cosas que la imagen no está diciendo”.

Este año este gran artista vuelve a ser candidato a los Oscar por la última película de esa serie Star Wars: El despertar de la fuerza. Esta noche sabremos si ganó su sexta estatuilla. Lo gane o no, estoy seguro de que mañana lunes estará en su mesa de trabajo creando sonidos.

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Lo lleva haciendo día a día desde 1958. Desde entonces John Williams lleva sobre sus espaldas más de cien bandas sonoras de películas en todos los géneros, de las cuales legó al imaginario colectivo de tres generaciones las músicas que nos acompañan en la tristeza (ese lastimoso violín de La lista de Schindler), los sueños de la niñez (esa delicada melodía en las cuerdas durante la escena de las bicicletas voladoras en E.T. el extraterrestre), el peligro de la maldad (los timbales insistentes de Darth Vader) o la fascinación de la magia (el tema principal de Harry Potter).

Escuchando las asombrosas melodías de John Williams, todos volvemos a ser niños.

Sus partituras vuelven la vista atrás, a la gran música sinfónica para películas del Hollywood de los años 40, pero sin que parezcan a anticuadas. Las grandes orquestas, de la Filarmónica de Berlín a la Sinfónica de Boston, suelen incluir su música en los conciertos.

Y no solo las bandas sonoras: Williams ha compuesto música “culta”, conciertos y obras de cámara, y temas para las más diversas ocasiones y celebraciones, incluyendo cuatro juegos olímpicos y tres informativos de televisión.

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Sí: estamos rodeados de la música de John Williams. Podríamos sentar a casi cualquier persona que afirma no haber escuchado música sinfónica en su vida y sería capaz de reconocer al menos diez melodías de Williams. Sin saber que son de él, por supuesto, porque el valor supremo de un creador de músicas es que sepamos tararearlo, silbarlo, mover las manos y esbozar una sonrisa… y que su nombre no nos suene.

Es que la música de John Williams parece surgirnos de un rincón secreto de nuestra propia sensibilidad. Es tan perfecta que imaginamos que las escenas de las películas que tuvieron la fortuna de contar con su banda sonora fueron hechas sin música, y la música se la vamos poniendo nosotros a medida que se suceden las escenas. No pueden tener otra: es la música que les va.

Por eso yo creo que John Williams es un extraterrestre de los que vienen en el enorme platillo volador de Encuentros cercanos del tercer tipo. Sí, habla y muy bien. En la grabación de la clase magistral que da a alumnos de cine con su gran aliado Spielberg se expresa con soltura, con humildad, con gracia, con mucha precisión. Pero su forma de comunicación es la música y mediante la música nos llega al alma.

Y por eso creo que Encuentros cercanos es la película que mejor lo define: como los científicos que buscan una forma de entenderse sin palabras con seres de otra galaxia, John Williams diseña una vez y otra vez (¿cómo lo hace?) melodías profundas en su sencillez, que quedan colgada en el aire, y un segundo antes de disolverse en el silencio, se prenden a nuestra memoria como si siempre hubieran estado ahí.    

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28 de febrero de 2016
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Rita Hayworth: la vida sin guantes

Su belleza la condenó desde niña, cuando su padre, el bailarín sevillano Eduardo Cansino, la obligó a vestirse y maquillarse como una cabaretera con doce años. Le prohibía que le llamara ?papá? en público, y, a puerta cerrada, abusaba de ella, incluso llegó a ofrecerla a cambio de bolos. La herida quedó abierta. Un estigma del que Margarita Carmen Cansino Hayworth (Nueva York, 1918) difícilmente se liberaría. Acaso el precio que debía pagar por poseer tan arrebatadora belleza. Su cuerpo era como un dibujo de Vargas: pechos grandes, piernas largas, curvas suaves y rotundas; sus rasgos alcazaban la perfección, el mentón distinguido, los pómulos helénicos, un rostro ávidamente femenino, sin ñoñería, y una mirada que absorbía tan finamente el dolor o el amor como el espanto. El derecho de pernada siempre estuvo muy consolidado en Hollywood. Y la joven Rita tenía que zafarse de los continuos asaltos de machos poderosos. Se casó con su descubridor, Edward Hudson, que la hizo adelgazar, le tiñó la melena de naranja y le hizo depilar los cabellos de la frente para agrandársela. Cuando se hastió de ella la obligó a prostituirse. Vendrían otros. El mandamás de Columbia, Harry Cohn, la convenció de oscurecer su latinidad y rebautizarse, acosándola hasta la extenuación. Adoptó el apellido de su madre, Volga Margaret Hayworth, bailarina del mítico Ziegfeld Follies, y así nació Rita Hayworth: con la luz cegadora de los focos sobre el cartel, braceando por zafarse de sus amos en la vida real. ?¡No ha habido una mujer como Gilda!” rezaba la publicidad del clásico, del que se cumplen setenta años de su estreno, y ella, que hasta entonces solo había mostrado sus habilidades dramáticas en “Solo los ángeles tienen alas?, junto a Cary Grant y Jean Arthur, le daría vida. La película la convertiría no solo en mito erótico, también en icono popular de una época: su “Put the Blame On Mame” con aquel memorable palabra de honor satinado negro y los guantes hasta los codos que desencadenaron una epidemia de imitaciones, sentó las bases del strip-tease. Por mucho que nadie llegara a ver el de Gilda. Pero su insinuación era infinita, y acaso por ello, por su capacidad perturbadora, la Iglesia Católica la consideró en España “gravemente peligrosa?. Por entonces ella había sucumbido al cortejo del niño mimado de Hollywood, Orson Welles. Se casó con él. Les llamaban ?la bella y el cerebro?, y decían que él estaba obsesionado con la actriz, más que con la mujer que la habitaba. En aquellos años ella dijo aquella frase célebre: ?Todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo?. Aún les daría tiempo a rodar una película juntos antes de divorciarse, “La dama de Shanghai?, un fracaso comercial, como acostumbra a ocurrir con las obras de arte. Rita se retiró del cine para casarse con el príncipe iraní Ali Khan, aunque su maldición con los hombres volvería a cumplirse: el matrimonio no llegó a los cinco años. Regresó a Hollywood, pero nada sería igual, en adelante persiguió sin suerte la sombra de Gilda, mientras iba perdiendo la cabeza. La fotografiaron despeinada, medio ida. Alcohólica sin retorno, sentenciaron. Hasta que sus ataques de ira y sus lapsus de memoria fueron diagnosticados como Alzheimer. Fue una de sus primeras víctimas famosas, y contribuyó a ponerle cara a la enfermedad. Aquella bella mujer que encumbró una expresión sensual y cimbreante de la feminidad, de la que abusaron en su juventud, que tuvo cinco maridos fugaces, que alcanzó la corona de icono del cine mundial, murió en su casa de Nueva York sin saber quien era. Y todo pareció desgraciado, pero también hermosamente real por la manera en que seguimos adorando su melena ondulada y rojiza. Siempre sorprendente / Paulina Rubio

A finales del pasado enero lanzaba “Si te vas”, single adelanto de su nuevo álbum; ya le ha puesto fecha a su vuelta a los escenarios ?junio?; y acaba de anunciar que está escribiendo unas memorias, quizá pensando en el proverbio chino: “la tinta de color más pobre vale más que la mejor memoria”. Y todo eso estando de baja prematernidad. Habrá quien piense que es tarde para volver a ser madre y pronto para autobiografías, sin reparar en que “la chica dorada” siempre sorprende. Cantar y olvidar / Natasha Kampusch

El suyo es un nombre extrañamente grabado en nuestro cerebro, por la combinación de la noria fricativa de su pronunciación con la aterradora historia de su década de cautiverio en manos de un psicópata obsesionado con ella. Hace unos años escribió un libro intentando librarse de aquella experiencia tétrica, fue un bestseller y se llevó a la gran pantalla. Pero no debió ser suficiente. Ahora canta junto al grupo alemán SAG7 ?Forget you? (Olvidarte). ¡Ojalá lo consiga! Entusiasmo a Milano / Alessandro Michele

Milán vuelve a ser la capital mundial de la moda estos días, y uno de sus cortesanos más observados ha sido el diseñador Alessandro Michele, director creativo de Gucci. Pocos le conocían hace un año, cuando fue elegido para sustituir a Frida Giannini al frente de la marca de lujo italiana, y ahora se aplaude con fervor la deslumbrantemente colorida ?y monocroma? colección que acaba de presentar. Ni Dario Renzi se lo perdió. Y es que Michele está llamado a grandes cosas, quizá porque es consciente de que, como dijo Dior, ?no hay belleza sin entusiasmo?.

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27 de febrero de 2016
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El Boomeran(g)
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