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Patricia Almarcegui: La viajera de sí misma

Una de las mayores alegrías de dirigir una colección de libros de y sobre periodismo es descubrir autores fascinantes. Otra es que esos autores se conviertan en grandes amigos. Eso me sucedió el año pasado con Una viajera por Asia Central y con su autora, la aguerrida y exquisita Patricia Almarcegui.

Para iniciar con ilusión este 2017, les dejo mi prólogo de su relato magistral. Lo comienzo reflexionando sobre lo que significa y lo que vale para mí la crónica de viajes, y termino con el lugar que creo que tiene ahora esta aragonesa que se moja con las lluvias del camino y se seca en adustas bibliotecas. Agradezco de nuevo a Patricia, y como siempre a Meritxell, Alicia, Cruz y Jordi, mis compañeros de esa quijotada que es la Editorial de la Universidad de Barcelona.

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¿Para qué viajamos? Para encontrarnos, para saber quiénes somos fuera de nuestro contexto habitual. Muchos consideran que el romanticismo empezó cuando Johann Wolfgang von Goethe viajó a Italia para buscar en los paisajes, en las ruinas romanas, en la vida simple e intensa de sus vecinos del sur esa combinación de rescate de lo antiguo, pasión por descubrir y juventud como sinónimo de desgarro amoroso que desde entonces definió toda su época.

        Para Goethe, Italia era el romántico que llevaba dentro y que en la rígida Alemania permanecía agazapado en su pecho.

¿Para qué leemos relatos de viaje? Para identificarnos con el viajero que se busca, se encuentra y se transforma. Dice Ricardo Piglia que hay dos grandes tipos de relato: el viaje lleno de dificultades y la búsqueda de la verdad.

Los buenos relatos de viajeros son ambas cosas.

El viaje que define nuestra civilización es un regreso a casa que durante el trayecto se vuelve imposible. Cuando termina la guerra de Troya, Aquiles ya sabe perfectamente quién es, pero Ulises apenas se está empezando a descubrir. El que vuelve a Ítaca es otro. Nunca se vuelve.

Ya lo decían los versos tan repetidos de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot: «No dejaremos de explorar y el fin de nuestra exploración será encontrar el punto de partida y conocer el lugar por primera vez».

Todo cambia en el viaje: los lugares que el viajero pisa, y al pisarlos los transforma, aunque sea en mínima medida;, el viajero mismo, y el lugar de su partida. Cuando vuelve, todo es distinto, todo es nuevo.

El relato literario de un gran viaje no es una guía del lugar, para seguir los pasos del proto-turista: es una guía para la transformación. Por eso en el terreno del periodismo literario o narrativo las historias de viajeros son tan apreciadas.

Leer estos libros es un doble viaje. El viajero se juega la vida y se anima a dejarse transformar por nosotros, sus lectores. Leer un libro de este tipo es realizar un viaje vicario.

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En el corazón de la crónica inglesa está George Orwell, con sus viajes para sentir en carne propia la pobreza (El camino de Wigan Pier), la humillación (Sin blanca en París y Londres) y la lucha contra el fascismo y el estalinismo (Homenaje a Cataluña). Y también V. S. Naipaul, con sus recorridos alucinados por tierras musulmanas (Entre los creyentes), por las revoluciones de Latinoamérica (Guerrilleros) o por su propia isla de Trinidad (Un camino en el mundo). Y Bruce Chatwin con su muy personal inmersión en las vastas planicies y las remotas montañas del fin del mundo (En Patagonia) o en la invención de un mundo nuevo en Australia (The Songlines). Y tantos otros.

En España ha habido grandes viajeros. Mis preferidos, el catalán Josep Pla, quien se adentró en su territorio ampurdanés y en los confines de Europa con amor por el detalle revelador y una gracia inigualable en el manejo de la lengua, y Manu Leguineche (El viaje prodigioso, Yo pondré la guerra, La tierra de Oz), especializado en viajar a sitios donde habían ocurrido grandes proezas y cataclismos, donde habían actuado protagonistas célebres, para descubrir en el viaje las claves del pasado.

En Latinoamérica, la idea que se han formado de sí mismos los intelectuales se debe en gran parte a los viajes de soñadores positivistas como Domingo Faustino Sarmiento.

Entre los viajeros latinoamericanos actuales, el mexicano Juan Villoro logró transformar el viaje en una fiesta de la prosa (Palmeras de la brisa rápida, El miedo en el espejo), y el argentino Martín Caparrós ha creado todo un género con sus viajes ensayísticos, irónicos, autorreferenciales, eruditos (Larga distancia, La guerra moderna, El interior, Una luna, El hambre).

Cada uno tiene su viajero favorito: el que realizó el viaje que hubiéramos querido hacer nosotros. Queremos viajar con sus ojos, meternos en los recovecos que ellos encontraron, hacer las preguntas que a ellos se les ocurrieron, sacar esas conclusiones luminosas y sorprendentes.

Los hombres que viajan así son admirables, pero lo son mucho más las mujeres que viajan solas. Las que derriban muros y derrotan prejuicios. Y en los últimos cien años, con la gran transformación de las relaciones de género en Occidente, las historias de viajeras se convirtieron en textos de combate.

Cristina Morató juntó en Viajeras intrépidas y aventureras las historias de unas cuantas (Mary Kingsley, Gertrude Bell, Anita Delgado, Amelia Earhart, Jane Goodall). Debían ser mucho más valientes, mucho más revolucionarias que los hombres. Debían abrir un mundo cerrado a sus hermanas.

Aún hoy, cuando dos chicas que viajan solas son atacadas y asesinadas, como sucedió este año con dos mochileras argentinas en Ecuador, el mundo machista, nuestro mundo, las condena a ellas por no quedarse en el sitio que la sociedad les tenía destinado.

Las mujeres viajeras no solo descubren el mundo: lo crean.

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En esta prodigiosa compañía de creadores y valientes, brilla y aporta su personalidad y su estilo Patricia Almarcegui.

 “Cae la tarde calurosísima. El patio del hotel guarda una tranquilidad y un recogimiento ajenos al centro de la capital. Un pájaro despistado canta para mí entre las plantas trepadoras. No es el paraíso, pero hay una intención de que se le parezca. Tomo mi última pivo a sorbos muy lentos y leo sin prestar demasiada atención Monsieur Ingres et son époque. Un libro tan descontextualizado del entorno y de la situación como mi alma, antes de volver a ya no sé qué país”.

Así termina el penúltimo capítulo de Una viajera por Asia Central. Así nos habla su autora, con la familiaridad de una amiga lúcida y honesta, recordando detalles y situaciones, apelando siempre a los sentidos, compartiendo sus encuentros y desencuentros, sus certezas y perplejidades, en el límite siempre entre el relato y el ensayo.

Almarcegui viaja por nosotros, como los grandes viajeros desde Goethe. Duda cuando un hombre le ofrece llevarla en coche, se asoma a las casas y trata de entender a los moradores y percibir su reacción con una mirada profunda y sutil, se extasía ante el paisaje silvestre.

En 2015, por recomendación entusiasta del gran escritor, viajero de las librerías, explorador de la literatura, las crónicas y las series de televisión Jorge Carrión, llegó esta joya a mis manos. Como director de esta colección Periodismo Activo, siempre estoy buscando y pidiendo manuscritos estimulantes, abrir y extender las ventanas de la literatura de los hechos, la realidad o como se llame. Comencé a leerlo, y su estilo y su mirada me cautivaron al minuto.

Experta en arte, literatura, orientalismo, viajera y estudiosa de la vida y obra de los viajeros (y sobre todo de las viajeras), profesora universitaria y curadora de colecciones, Almarcegui podría ser definida como una mujer del Renacimiento si la frase no estuviera ya demasiado trillada. Puedo decir, sí, que su obra contribuye a un nuevo renacimiento, tan necesario actualmente: el de las humanidades como un camino de descubrimiento.

Pero el libro que originalmente me envió Patricia era el doble de grande que este que tienen entre las manos: contenía también el fascinante relato de un viaje de descubrimiento al Irán de hace diez años, y del reencuentro con la gran cultura persa y la sorpresa por los cambios de hoy.

Desde el comienzo me parecieron dos libros distintos, y me alegro mucho de que haya conseguido publicarlos por separado. Hace unos meses salió a la luz Escuchar Irán, que se une en su bibliografía a los enjundiosos y elegantes ensayos El sentido del viaje (Premio de Ensayo Fray Luis de León) y Alí Bey y los viajeros europeos a Oriente y a su novela El pintor y la viajera, ya traducida al francés.

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Aquí comienza el relato del recorrido externo e interno de Almarcegui por la antigua Ruta de la Seda, un territorio bastante desconocido para los lectores europeos y latinoamericanos, y por las reflexiones de una viajera indómita que se pregunta constantemente por lo que hace, por qué y para qué, y se maravilla con los grandes y pequeños encuentros con montañas y lagos, yurtas ancestrales y rígidas ciudades soviéticas.

Y cada tanto, en apartes amistosos con el lector, compara lo que encuentra con otros viajes, otros viajeros, con los libros, las películas, la música, las fotos que siempre viajan con ella, como en una maleta de conocimientos y pensares, sin peso pero con espesor.

Y también viaja con la autora su pasado de bailarina: la forma de hacer preguntas y considerar su propio cuerpo y el de los otros, el movimiento como forma de comunicarse y entender el mundo. En Una viajera por Asia Central, las palabras danzan.

Esta es una invitación a compartir alforjas y sacudirse el polvo de los caminos con una exquisita y aguerrida viajera. Bienvenidas y bienvenidos a la fiesta de la lectura.

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5 de enero de 2017
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¿Qué devasta a Paul Ehrenfest?

La ciudad holandesa de  Leyden ha sido desde los tiempos de Descartes cuna o lugar de acogida para numerosos pensadores, artistas y científicos. En 1917 Mondrian fundó junto a otros una revista que tuvo gran peso en la reflexión teórica sobre el arte del siglo XX, en su universidad investigó Einstein y enseñó el también físico H. Lorentz cuya cátedra hereda Paul Ehrenfest (1880-1933) quien   en un artículo de 1927 consiguió establecer el límite clásico de la física cuántica, y de alguna manera justificar porque la realidad cuántica tiene digamos necesariamente una apariencia clásica, es decir: porqué lo discreto parece continuo, la incertidumbre  intrínseca parece certeza y las meras expectativas de momento y posición evolucionan en el tiempo como si se tratara de efectivos momento y posición. A Ehrenfest se debe también  la expresión "catástrofe ultravioleta" que designa retrospectivamente  un fenómeno cuya no constatación tuvo una enorme importancia en los arcanos de la física cuántica. 

En la que sería su esposa,  la matemática rusa Tatiana  Afanassieva,  Ehrenfest encuentra no sólo  una compañera sentimental sino también un  partenaire  en el trabajo reflexivo, escribiendo y publicando juntos en 1911 un artículo sobre los fundamentos conceptuales  de algo que tiene tanto peso en la física cuántica como la aproximación estadística. Siendo Ehrenfest de religión judía  y Afanassieva cristiana al no estarl aceptados en Austria-Hungría los matrimonios mixtos ambos  renunciaron ambos a su religión. De los  cuatro hijos que tiene con Tatiana,  Wassik  nace con el síndrome  de Down, lo que forzará a procurarle una  educación especial primero en la ciudad de Jena y luego a la llegada de los nazis al poder en 1933) en un instituto especializado de Amsterdam, lo cual genera gastos que son para un universitario difíciles de sufragar.

La devastación  económica del 29 hace difícil sus planes de encontrar trabajo fuera de Leyde.  Las tesis "eugénicas" de los nazis traducidas en un programa llamado Aktion T4 que comprende una "ley de esterilización eugénica"  están ya desarrollándose e impregnan los espíritus dentro y fuera de Alemania. Ehrenfest estima  que las circunstancias sociales en general y su propia situación económica en particular  hacen muy difícil que  su hijo enfermo pueda salir adelante y traza oscuros planes de acabar con la vida del muchacho...haciéndolo  de paso con la propia. Cuando en 1933 pasa al acto, aparece una carta  de meses atrás (nunca enviada y dirigida a Einstein, Bohr y otros físicos) en la que expone sus penurias económicas, y la imposibilidad de asegurar la existencia material de sus hijos. Confiesa que se concentra ya en  los detalles técnicos de su suicidio, que sólo consumaría...si antes daba  muerte al infortunado Wassik.

Hay sin embargo otra queja en esta carta que exige una precisión previa. Amigo personal a la vez de Einstein y de Bohr, en el fundamental coloquio de Solvay en 1927 (en la que se reúnen todos los grandes que están revolucionado la representación heredada de la naturaleza), Ehrenfest lamenta la radicalidad de la polémica entre ambos. Ehrenfest  compartía con Einstein la convicción de que los principios de causalidad, determinismo y realismo debían de ser compatibles con las constataciones y previsiones cuánticas, aunque todo de momento pareciera indicar lo contrario, pero defendía tales tesis con menos radicalidad que Einstein y sobre todo tendía a estimar que la dificultad para encontrar inteligible lo que los artículos de relevancia iban poniendo de relieve se debía en gran parte a su incapacidad, llegando a confesar  a sus alumnos que la lectura de las grandes revistas científicas de la época le deprimía. Todo esto va royendo su alma. En la  carta encontrada tras su muerte,  Ehrenfest confiesa haber renunciado a seguir luchando por entender lo que pasa en  el universo de la física: "Lo he intentado una y otra vez, pero he tenido que abandonar. Esto me ha hecho perder la alegría de vivir".

Es obvio que en la tremenda depresión de Paul Ehrenfest tienen peso fundamental las vicisitudes por las que atraviesa y, con toda probabilidad, causas inconscientes que el mismo protagonista ignora. Variable de cierto peso fue quizás  que su condición de científico no impidiera  a Ehrenfest participar del sentimiento crítico respecto a las implicaciones  sociales del peso creciente de  la ciencia y la tecnología, en las cuales veía (como Henri Bergson y otros contemporáneos) suyos una potencial matriz de desarraigo:  ese "desencanto" respecto al entorno natural, al que se refería Max Weber en Ciencia como vocación  y que desde Wilhelm Dilthey es vinculado habitualmente a la explicación matemática del universo,  a la  que  Hegel ya se había referido con la expresión "someter el espíritu a la tortura de convertirse en máquina"

Pero en cualquier caso,  la segunda razón esgrimida en la carta a Bohr y Einstein  no  constituye una mera coartada. He evocado aquí en alguna ocasión lo que el profesor de  física Chris J. Ishman ha designado mediante la expresión "potencia emocional de controversias teóricas". Ehrenfest no parece desesperar tanto de la ciencia, y de esa filosofía a la que él mismo veía que la física se veía abocada, como de su capacidad para enfrentarse a la una y a la otra. Un paso, y podría dudar de la legitimidad para tomar la palabra ante alumnos para quienes él encarnaba la fuerza que exige la dureza del pensar; un segundo paso,  y el gran Paul Ehrenfest podría tener sentimiento de estar usurpando  el papel del que  sabe,  sentimiento de la propia impostura.

He señalado aquí de múltiples manera que  por la dureza misma del pensar, dejar de hacerlo puede encontrar coartada en las más variadas razones incluido el argumento escéptico según el cual pensar no vale la pena.  Pero ello es muy diferente cuando manteniendo la tensión del pensamiento, se hace evidente que  el esfuerzo es vano, cuando embarga el sentimiento  de que la impotencia no es sobre un aspecto  parcial sino el soporte mismo del pensamiento, la capacidad de simbolización. Paul  Ehrenfest  pasó quizás  por esto y  en tal extremo sintió que su el honor no consistía   ya en intentar estar a la altura de la verdad, sino en asumir la imposibilidad de confrontación a la verdad. La alternativa en este caso se dirime entre el fin y el silencio.  Ehrenfest eligió el fin.

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5 de enero de 2017
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Poema 59

El dolor de la muerte

es siempre

para los otros.

Lo sabemos desde los

dictámenes de Dios

y seguimos pensando

que el tremendo

pesar de fallecer

nos aniquilará.

Nos aniquilará la vida

y, conjuntamente, el pesar,

de la no vida.

La vida cae en metáforas

como flores

sin peso

y de papel incombustibles.

Señas inconfundibles

del difunto

mientras el difunto

se enfita de su final.

Un final

que toda su existencia

temió con tanto  pavor

como necesidad.

Abrumante necesidad

que avanzaba

el ayuno éxito del fin.

Una náusea incompatible

consistente en esta flor

vana e inane

de ciega y azulada

calamidad.

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5 de enero de 2017
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Fracasa mejor

Los propósitos de enmienda tienen ver con el propio ombligo. Proyectan carencias y exigen soluciones. Toman como excusa el nuevo año porque el ser humano tiende a pensar en estructuras lineales, con principio y fin, aunque la vida transcurra más fragmentada que compacta. A menudo decimos: “quería hacer esto, pero no he podido porque…”. En nuestras agendas no solemos dejar espacio para los “porques”, que saludan en forma de imprevistos o molestias, como una mancha amarilla en los dientes. Pensamos en las técnicas de blanquecimiento dental y nos imaginamos mejor personas: dientes radiantes, igual que los Obama, que nos harán sentirnos más limpios por dentro. Adelgazar, mejorar el inglés, ir al gimnasio, aprender algo nuevo…Los propósitos para el nuevo año son tan universales como débiles, pues si de algo están hechos es de esa variedad del cristal llamada voluntad.
En realidad, siempre se desea lo mismo: mejorar. Cómo íbamos a hacernos adultos sabiendo que las cosas se van poniendo cada vez más difíciles. Soñábamos con el alivio que nos produciría vivir sin evaluaciones continuas, sin esas manos sudorosas al coger el bolígrafo. Hasta que supimos que examinarse es la única forma de vivir. Después de asistir a la glorificación de la sobreabundancia y ser testigos de cómo se desmoronaban sus torres, tanto el triunfo como la eficacia se convirtieron en falsas verdades. La sociología se encargó de demostrar que la riqueza no garantizaba la felicidad, y que el aplauso no era sinónimo de alcanzar el nirvana. Con el siglo XXI se impuso la fórmula del “perfil bajo” para sobrevivir a la presión mediática y social, o judicial.  Le llaman, tener una vida normal, aunque nada en su biografía lo haya sido. “¿Por qué las familias de ricos tienen tantos problemas?" me preguntó un día mi hija hablándome de duras cargas entre chavales de familias pudientes: drogas, anorexia, violencia... Acaso en la abundancia no conocieron la estrechura, que tanto ayudar a modelar la voluntad. Y en la negación del esfuerzo. "Amo mis limitaciones porque son la causa de la inspiración", decía Susan Sontag.
Llaman “errorismo” a la tendencia que anima a equivocarse como herramienta de el aprendizaje. Uno de sus gurús, el informático teórico Carver Mead, anima a sus alumnos a fracasar rápido para inspirarse mejor, según leo en El Mundo. Existe una abundante bibliografía sobre el error entendido como germen del hallazgo, aunque eso signifique ser indulgente con uno mismo y soportar la frustración. Qué sería de nosotros sin la dulce determinación de equivocarnos para ir a mejor.
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4 de enero de 2017
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Poema 58

La tenia

del recuerdo

aciago

penetra

con gran 

facilidad

en el corazón.

Pero hay una defensa

contra este parásito

consistente en

 no prestarle

la menor oportunidad

de secreción.

Esta estrategia

no es más

que ahuyentar

el pensamiento

de su boca

y situarlo

en paradigmas

remotos.

Extremos

en donde

el animal

no entiende

no sabe

no se place

siquiera

en las sílabas 

de la enunciación. 

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4 de enero de 2017
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Propósitos

Es obligado inventarse obligaciones para 2017. Aunque sea inútil y esté uno ya más fundido a la noria que un burro de piedra, hay que intentarlo.

No volveré a aguantar más de tres anuncios seguidos en la radio o la tele. Al cuarto, cambio de emisora o de canal. Como los entes conspiran para unir las horas de tortura, si constato que coinciden en la tabarra, cerraré el aparato. No respetaré ni una sola declaración en la que me agredan con las palabras "democracia", "democrático" o "absolutamente democrático", siendo así que quienes más las usan son, con toda evidencia, unos cínicos oportunistas. No blasfemaré en hebreo la próxima vez que los informativos se convulsionen porque Pablo ya no ama a Íñigo o se da de besos con el especulador Espinete. Trataré de no quemar en la vía pública los diarios que escriben editoriales sobre la vida sentimental de los chavistas. Superaré la tentación de eliminar la domiciliación de mi pensión, sita en uno de los bancos de la banda que ha birlado 4.000 millones de euros a la desdichada población española. Superaré también mi opinión sobre los jueces españoles que han sido enmendados por los jueces europeos sobre este punto. Y no me ahorcaré de una viga cuando el Gobierno regale a esa banda los 4.000 millones que han desvalijado. No saltaré a la yugular de quien use latiguillos como "hacen las delicias de (alguien)", "el sol será el protagonista (meteorológico)", "van a disfrutar de (algo)", "el españolito de a pie (¡arggg!)", "el deporte rey" y otras semejantes. Sobre todo, resistiré estoicamente a que Sánchez reciba el apoyo de Odón, de Patxi, de Lluis Llach o de Kim Jong-un. Etcétera.

Calma, sosiego, elevación de miras, amor por el espectáculo natural y repaso, una vez más, de los cuartetos de Beethoven.

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3 de enero de 2017
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Una carta de amor de Cristina Rivera Garza a Juan Rulfo

Todos los escritores tenemos un lugar sagrado especial para el escritor que nos ha cambiado la vida pero pocos somos capaces de escribirle una carta de amor tan elocuente como la de Cristina Rivera Garza a Juan Rulfo: Había mucha neblina o humo o no sé qué (Random) -título excepcional donde los haya- es una confesión completa, un asedio incesante que entrega un Rulfo a veces conocido y otras muy nuevo, pero siempre complejo y fascinante. Había mucha neblina es historia y crítica cultural, biografía a medias y crónica autobiográfica con momentos sublimes; es un gran modelo de crítica literaria híbrida, que indaga tanto en el texto como en las condiciones materiales que lo permiten y que de paso se convierte ella misma en literatura.

Tres son los principales puntos de ingreso de Rivera Garza a la escritura y a las condiciones materiales específicas de la vida de Rulfo: el histórico, que investiga al escritor de Jalisco en los años cuarenta y cincuenta, como agente contradictorio del proceso modernizador en el que estaba embarcado México; el de la crítica literaria, que relee la obra para apuntar nuevos caminos de lectura; y el de la escritura misma, que se apropia de escenas y frases de Rulfo como punta de lanza para la escritura de otros textos. El Rulfo de Rivera Garza es un "doble agente", alguien que a fines de los cuarenta trabaja en una compañía trasnacional de llantas (la Goodrich-Euzkadi), y luego, a mediados de los cincuenta, es asesor e investigador de la Comisión del Papaloapan. Esos trabajos no son menores: a base de sus informes para la Comisión, el gobierno justificaba los desalojos de comunidades indígenas de los sitios donde se construiría la presa Miguel Alemán. Rulfo, así, es como el ángel de la historia de Benjamin: "un apasionado del progreso que va hacia adelante sobre los vientos de la Comisión del Papaloapan y, a la vez, el solidario defensor de las comunidades indígenas que, melancólicamente, mira la ruina, la miseria, la orfandad".   

            El Rulfo de Rivera Garza enuncia no solo esa modernidad de mediados de siglo de la que él es uno de sus agentes, sino que también es capaz de desplazarse a nuestro presente, a "aquello que no sab[emos] pero avizoramos". Rulfo incorpora el deseo sexual femenino como parte activa -aunque negada- de la modernización mexicana. Es también un Rulfo queer: "¿Dices que te llamas Doroteo?", pregunta Juan Preciado en Pedro Páramo. "Da lo mismo", es la respuesta, "aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo". Estos momentos de "intermitencia genérica" permitirían una lectura alternativa de "los cuerpos de la modernidad mexicana", al igual que otros momentos de sexualidad polimorfa: los hermanos incestuosos de Pedro Páramo, el niño de "Macario" obsesionado con los pechos de su nodriza, las congregantes de "características más bien viriles" de "Anacleto Morones". De los cuentos de Rivera Garza inspirados por Rulfo, me quedo con el intenso "Allá te comerán las turicatas", inspirado por la escena de los hermanos incestuosos en Pedro Páramo, a la que la autora vuelve una y otra vez y convierte en generadora de la escritura de su libro.

Como toda carta de amor que se respete, Había mucha neblina tiene sus exageraciones ("sólo un hombre de provincias, con esa atención desmedida ante su entorno, apegado hasta la médula a las cosas de la tierra, pudo haber traducido los murmullos cotidanos en pura escritura"), pero esas exageraciones son las que permiten las iluminaciones de la autora, que estallan en cada página, y el sublime final, con subida a la montaña y todo: "Nos desgastamos, es cierto, pero no para morir sino para vivir. Nos desgastamos no para llegar al punto del agotamiento, sino al punto de la devoción".

 

(La Tercera, 3 de enero 2017)

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3 de enero de 2017
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