Basilio Baltasar
Si De Juana Chaos consuma su suicidio los militantes del Movimiento Vasco de Liberación Nacional (los terroristas al que The Times llama separatistas, el mote que les puso Franco) prometen una oleada de fuego, destrucción y muerte. Auguran un verdadero caos si su gudari fallece, como si nos tocara purgar las desdichas del que presume por haber matado a unas decenas de pacíficos españoles.
A pesar de las manifestaciones convocadas con irregular desánimo para airear la indignación ciudadana, lo cierto es que subsiste inmaculado el estupor original. El asombro inconmensurable que sentimos ante el magistral y perverso reparto de papeles cometido ante nuestras narices.
Unos pistoleros vocacionales se alistan para cazar indefensos transeúntes y auspiciados por un numeroso coro de admiradores se encaraman al heroico rango de una epopeya majestuosa. Se acercan por la espalda, disparan un tiro en la nuca del confiado paseante y huyen con sigilo. Sin embargo, un relato grandilocuente los retrata como valerosos soldados enfrentados a feroces enemigos.
Cuanto más resignada ha sido la mansedumbre de los perseguidos, más escondida su pena, más avergonzadas sus silenciosas omisiones, más furibundo ha sido el exultante grito de guerra aullado por los arrojados combatientes.
Como en tantas ocasiones, son simples ideas las que están en liza. Por un lado, la evidencia de una realidad exenta de relatos épicos: ciudadanos condenados a muerte sin saberlo, se pasean indiferentes por la acera de su ciudad. Por otro, los que aprietan el gatillo se preguntan quién será el próximo.