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Escrito por

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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Flor de Lotto / XIV

XIV. Cárgalos a mi cuenta. 

Otra que no fuera ella tendría un gato, pero la Corleonetta desconfía tanto de los felinos como de quienes habitan con ellos. No alcanza a comprender cómo la gente no los encierra en jaulas. Los encuentra insolentes, renegados, huraños, arrogantes. Creen que se mandan solos, como tantos idiotas que han creído tenerla en sus manos. Desde niña, la Corleonetta desmostró cierta vocación de alcaide. Le gustaba meter insectos en frascos. Primero catarinas, hormigas y cochinillas; luego arañas, abejas, escorpiones. No era que pretendiera propiamente estudiarlos, sino sólo el deleite de saberse la dueña de sus destinos, y a ratos la supervisora de sus movimientos. Inventaba castigos, ensayaba torturas, improvisaba juicios y a veces, por supremo capricho, le concedía a alguno la libertad. Hoy, incluso, se ufana de haber liberado a decenas de arañas y alacranes en las mochilas de sus compañeras. Más que un chiste pesado, una breve demostración de control.

     Cuando se lo preguntan y se siente de humor para responder, la Corleonetta afirma que nada le atrae tanto en un hombre como su cabeza. Lo cual ha envanecido a más de uno entre los roedores con complejo de hombre que han llegado a gozar de sus muy relativos favores. Ninguno se detuvo a calcular que una mujer sólo puede mirar la cabeza de un hombre en todo su esplendor cuando ésta permanece estrictamente gacha. Que otras les vean la cara y soporten sus gestos de suficiencia, la Corleonetta está más que contenta con poder contemplarles la coronilla. Mirarlos de la misma forma que de niña observaba la jaula de sus hamsters. Cerrarles puertas, ponerles trampas, quitarles la comida, orillarlos a casi devorarse entre sí. Verlos correr adentro de una rueda que no va a ningún lado. Llevar la jaula al sol o a la sombra sólo para observar su reacción espontánea, igual que un dios impune y caprichoso.

     Tiene la Corleonetta en bajo aprecio a los hombres. Sabe cómo enfrentarlos para que se detesten, y llegado el momento se entrematen. No ha olvidado a aquel hamster que una mañana amaneció comiéndose a su compañera de jaula. Le horrorizó primero, pero tiempo después le causó cierta gracia, no bien el animal se almorzó a su segunda cónyuge. Aprendió así la pequeña Apollonia que ejercer el control es obligarse a vivir más allá de la piedad. Asumirse una suerte de emperatriz de los destinos ajenos, dar a sus veleidades el rango de catástrofes naturales. Emplear crédito kármico sin límite. Asignar a los hombres jerarquía de hamsters.

     Mira uno al primer muerto y se le quita el hambre. Hay quienes nunca logran olvidarlo. ¿Pero qué tal el décimo? La Corleonetta observa las fotografías de Segismundo Andersón llegando a las lagunas de Zempoala con la cajuela llena de paquetes negros. Rentando una canoa. Yendo y viniendo de la tarde a la noche, sin deshacerse más que de un paquete. Luego tomando el rumbo a Tequesquitengo, y de ahí hasta Acapulco. Se ha reído con ganas. Como si lo mirara corriendo a solas dentro de una rueda. Y lo más divertido es no saber al fin qué le va a suceder. Puede que se le ocurra mañana en la mañana, o la semana entrante, o nunca. Puede que solamente lo mire desde lejos entrar al matadero, como un animalito desorientado, y no le dé la gana prevenirlo.

     (Cierta vez, con nueve años, la pequeña Apollonia vio al mozo de la casa llegar con el pavo que horas más tarde estelarizaría la cena de Navidad. Entusiasmada por esa noticia, se pasó la mañana juzgando y sentenciando a muerte al guajolote. Cuando llegó su padre, asumió que su hijita se había compadecido del animal y querría adoptarlo como mascota. Total, podían comprar un pavo ahumado. La niña, sin embargo, insistió en que se ejecutara la sentencia. De entonces hasta ahora, no hay cadáver capaz de arrebatarle un gramo de apetito.)

     El juego es orillar al roedor a hacer lo que jamás pensó que haría. Enseñarle que un muerto no es mucho más que una cáscara seca. Rodearlo, confundirlo, emboscarlo. Ponerle un explosivo entre las manos y sentarse a observarlo volar en trocitos. Cosas que no es posible hacer con un gato, y ni siquiera con un roedor. Pero qué tal con un sacaborrachos.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XV. Operativo Gillette.

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21 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XIII

XIII. Etiqueta rigurosa. 

-Amiguito, estas cosas las tienes que mirar con frialdad estratégica. ¿Cuándo has visto que un muerto guarde luto? A ellos no les importa, están más fríos que una almeja nadando en jugo de tomate -Mauricio Morazán transpira buen humor, le ha hecho tanta gracia el semblante de alarma de su interlocutor que no puede evitar sentir ternura. Todos fuimos así, rememora, al tiempo que acomete a cucharadas su platillo-bebida predilecto: Cocktail de bloody mary con almejitas.

     -Sólo quiero saber quién los mató. Quién me los puso ahí, por qué carajo -a lo largo de las dos horas y media que le tomó encontrar al facilitador, Segismundo Andersón ha pasado del desconcierto al horror, del horror a la culpa y de la culpa a la indignación, pero a su voz quebrada se asoma un sollozo.

     -Lo único que tú necesitas saber es cómo resolver el problema objetivo: traes cargando unos fiambres y te urge deshacerte de ellos. No es mi bronca, amiguito, ¿qué esperas que haga yo, si son tus muertos?

     -¡Mis muertos! Mierda, no sé ni cómo se llamaban, ni de dónde eran, ni por qué los mataron. Según la Corleonetta, eran sus escoltas. ¿De dónde sacas tú que son míos?

     -Los cadáveres son de quien los esconde. ¿Tienes alguna prueba de que no fuiste tú quien se los echó? Mira, Andersón, yo sé lo que te digo: estás haciendo demasiadas preguntas y eso es muy peligroso para tu salud. Otros por menos que eso se despiertan con el cuerpo cortado.

     -¿Qué harías tú en mi lugar, entonces?

     -Los que más saben de estos menesteres aconsejan primero recobrar la paciencia. Ve el lado bueno, chico: tú estás vivo, ellos no. Andas de suerte, pícaro. Pero ahí está el problema y todavía tienes que resolverlo. ¿Qué haría un profesional, si fuera tú? Está en cientos de libros de autoayuda: si tu problema es grande, pártelo en pedacitos. Ahora mira otra vez el lado positivo. Alguien, que de seguro te tiene en buena estima, se ha tomado el trabajo de cortar los cadáveres por ti. Ya no es un gran problema, sino varios pequeños. Ninguno pesa mucho, además. ¿Te imaginas la bronca que te ahorraron con ese detallazo? ¿Cuántos pedazos tienes, en total?

     -No sé. No me paré a contarlos -Segismundo se ha puesto taciturno, como si la tranquilidad del facilitador, que no pierde paciencia ni apetito, le robara la fuerza para repelar.

     -Mi querido Andersón, es muy conmovedor todo este asunto, pero mi tiempo tiene su valor y su precio. Voy a decirte lo que yo creo, nomás por el aprecio que te tengo. Esos chicos sabían lo que tú vas a hacer. Sabían también por órdenes de quiénes y por cuánto dinero. Alguien te ha hecho el grandísimo favor de callarlos y partirlos en trozos como Dios manda, y tú encima te quejas, cerdo ingrato.

     -¿Pero cómo, Mauricio? -se ha cubierto la cara con las manos, que todavía no dejan de temblarle.

     -¿Cómo que cómo, pues? Entérate, Andersón: eres un asesino muy bien pagado. ¿No se te ocurre cómo? ¿Te parece difícil comprar una caja de bolsas de basura y veinte metros de cuerda? Si puedes hacer eso, ya tienes la mitad de la bronca resuelta. Echas cada pedazo de fiambre en una doble bolsa, lo acompañas con piedras bien pesadas y amarras los paquetes procurando que no se desaten de aquí a tres siglos. Después buscas un río, un lago, el mar, tú sabrás qué te deja más tranquilo. Y a gozar de la vida, que se acaba.

     De regreso en el coche, ya sin Morazán, Segismundo comprende que el trabajo pendiente no podrá realizarlo más que en el motel, luego de haber comprado los debidos adminículos. Ya entrado en previsiones, supone que podría sustituir las piedras por cadenas y usar bolsas de plástico más grueso. Esto le tranquiliza. A la hora de la hora, filosofa, uno entiende que está en asuntos turbios cuando se topa con el primer cadáver, pero no bien descubre el segundo sabe también que está en un negocio serio. No puede darse el lujo de perder la cabeza.

Mañana en FLOR DE LOTTO: Cárgalos a mi cuenta.

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20 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XII

XII. Ofertas en carnes frías. 

La casa de Fuente de Venus no está prácticamente cerca de nada. Para llegar allá, Segismundo Andersón ha de recorrer media ciudad llevado por taxistas que toman siempre diferente camino. Maldice cada vez que pretende orientarse, más todavía si mira para atrás y certifica que los dos infelices que hace diez días lo tenían encañonado vienen aún siguiéndolo, en el Cougar cuya cajuela conoce mucho más de lo deseable. Le gustaría tratar de perderlos, pero se teme que eso los enfurecería. Mexicanos de mierda, rumia casi en silencio, a espaldas del taxista, y en eso se pregunta si sus perseguidores son efectivamente mexicanos. Cómo podría saberlo, si ni los ha oído hablar. No bien llegue a la casa, se lo preguntará a la Corleonetta. No está de más, se dice, cuando menos saber la nacionalidad de quienes cualquier día podrían convertirse en sus matanceros.

     Otros sueñan con vidas aventureras, no así Andersón. Hasta antes de caer en la red de Alejandro Zarur Medinacelli, todavía soñaba con una vida de asalariado feliz. Algo muy simple, sin pistolas ni sangre ni millones de dólares. Ahora, mientras espera junto al piano rosado, con la vista encajada en los peldaños altos de la escalera, a que aparezcan las divinas pantorrillas, se mira en el espejo y se pregunta cómo es que un hombre en tal modo sencillo puede hablarse de tú con ese mujerón. Lo inhibe, lo acompleja, le recuerda su rango. O en fin, su falta de él. Si los hombres del Cougar son peones y acostumbran mirarlo hacia abajo, ¿qué pieza será él? Cuando ya se ha aburrido de esperar y los párpados se le hacen pesados, un mozo se le acerca con un teléfono sin alambres.

     -Hola, Tigre. Perdona que no pueda llegar, pero te tengo una sorpresita. Van a darte las llaves del Cougar de mis guardaespaldas, te lo vas a llevar al garage del motel y allí me esperas a que te llame.

     -Es que no sé cómo llegar al motel... -lo dicho, ya se siente disminuido. Le gustaría ponerse cariñoso, hablarle como amante y no como empleadillo. De cualquier modo, la Corleonetta ya cortó la llamada. Lo que sigue es callarse y obedecerla.

     El mozo lo acompaña a la puerta -viste uniforme blanco, mira hacia el suelo cuando tiene que hablar-, le da un llavero con la forma de una granada de mano y dos llaves colgando. "Family of fine cars." Las dos horas siguientes las emplea en salir de Tecamachalco. No quiere preguntar, se siente vulnerable. Cualquiera se da cuenta de que es extranjero, esas cosas se huelen a millas de distancia. Por la mañana sacó algún dinero de la cuenta de ahorros que le abrió Morazán. No ha querido siquiera preguntar el saldo, eso podría engreírlo o descorazonarlo. Le basta con saber que los pesos que trae equivalen a más de trescientos dólares, ya se hartó de comer en el hotel sólo porque no tiene que pagar la cuenta.

     Ahora mismo Segismundo traería bien abierto el apetito, si no fuera por el olor a salami rancio del que está imbuido el interior del Cougar. Ya se detuvo, delizó los asientos, busco atrás y debajo los restos de comida, y nada. Ese par de matones debe de comer pizza todos los días. Prende después el aire acondicionado y el tufo crece en forma proporcional. Cuando por fin consigue llegar al motel -de noche, luego de pagarle a un taxista por hacerse seguir- ya la incomodidad se le hizo obsesión. Juraría que en todas estas horas ha empeorado el estado del salami. Mete el coche al garage, cierra la puerta y abre la cajuela, donde salta a la vista una carne distinta a la que busca. Cuatro piernas, dos torsos, cuatro brazos, todo perfectamente acomodado. Como si se tratara de ofrecerlos en venta. Presa de cierta náusea horrorizada, Segismundo Andersón no se molesta en buscar las cabezas, sabe bien quiénes son estos muertos por los anillos en la derecha de uno y el reloj y la esclava en la izquierda del otro. Todavía sin aliento, cierra de golpe la cajuela y se dice que al menos esos dos ya no van a seguirlo; aunque, de hecho, los siga trayendo detrás

Mañana en FLOR DE LOTTO: Etiqueta rigurosa.

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19 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / XI

XI. Y además caminan. 

No es que unos muslos sean de por sí mandones, sino que se hace uno mandar por ellos. Desde que volvió a verlos, ya a sabiendas de su carácter pernicioso, Segismundo Andersón no ha querido sino rendirse a sus sacros tobillos. Si antes llegó a pensar en eludir el destino que ya le habían impuesto, ahora hace lo que sea por colgarse en él con tal de no soltarse del par de piernas que le dan sentido. Matar a un dictador, se dice hoy Segismundo, es poca cosa si se realiza en nombre de esos piernones. Vamos, que por tenerlos y ya nunca perderlos sería capaz de acuchillar al pequeño Eliancito con todo y familia.

     -¿Qué tanto te preocupa, Tigre? -la Corleonetta tiene este raro gusto por todo lo atigrado, Segismundo la sueña con las extremidades arbóreas brotando de una piel de tigre fucsia.

     -Dicen que huelo a muerto. ¿Tú qué crees? -no le es fácil hacerse escuchar, con mandíbula y cuello apergollados por unos muslos así.

     -Creo que no han olido el tufo de Fidel. Cuentan que trae aliento de mausoleo. Cada noche hace buches de formol y ni así se le quita. Ahora dime por qué te cambia cara cada vez que te toco el temita.

     -¿Qué temita?

     -Fidel. Fidel. Fidel. Es automático: te trabas cada vez que lo escuchas. ¿No me vas a contar por qué, Tigrito? -ahora le ronronea, zorramente, como quien ya se alista para sacar las uñas.

     -¿Piensas que tengo miedo?

     No es la Corleonetta mujer amiga de las discusiones. Una vez que comienza a faltarle el aire por la presión intensa de los santos muslazos, Segismundo Andersón no logra retorcerse como querría ni siquiera cuando un genuino Cohiba se le encaja en la espalda, hasta apagarse. Diez minutos más tarde, aún sudando frío, Segismundo ya no tendrá reparo en confesarle cuánto odia al barbón, aunque sólo las brasas de un segundo habano lograrán convencerlo de explicarle por qué.

     -No lo puedo probar, lo supe por mi madre -una vez que ha quebrado su secreto, las lágrimas de Segismundo se entremezclan con el sudor de las divinas piernas. Aun así, alguien adentro de él querría cantar Glory, Glory, Hallelujah.

     -¿Qué te dijo tu mami, Segismundo? ¿ "Me tiré al comandante y naciste tú"?

     -Decir, no dijo nada. Pero hay cosas que no necesitan decirse. El muy mierda la abandonó a su suerte.

     -¿Y tu apellido?

     -¿Andersón? Inventos de mi madre. El cura de la iglesia se apellidaba Anderson; mi mamá le pidió permiso de usar disimuladamente ese apellido, porque mi padre no quiso dármelo. Está clarísimo, soy un nieto de puta.

     -¿Naciste en Cuba, por lo menos?

     -No sé nada de Cuba. Lo único que entiendo es que las cosas pasan por algo. Antes o después, aquí o allá, alguien un día me iba a dar la oportunidad de mocharle las barbas al traidor, con todo y cuello. A donde haya ido a dar, mi madre va a volver a dormir tranquila.

     No le preguntó más. Estaba enfermo de odio por una deducción sin otro fundamento que su rabia de niño desdeñado. Con esos argumentos, igual podía ser hijo de Richard Nixon. Morazán y su padre tenían por lo visto las mejores razones para elegirlo por sobre tantos anticastristas furibundos y mercenarios sin entrañas. Nadie creería que ese obtuso sacaborrachos pueblerino tendría algo que ver en la puesta en escena de un magnicidio. Aunque tampoco es la primera vez que un hombre reza con devoción de mártir ante los muslos de la Corleonetta... ¿Será que está esperando el tercer puro?

Mañana en FLOR DE LOTTO: Ofertas en carnes frías.

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18 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / X

X. El Bullshit Shuffle

Segismundo Andersón se pregunta qué será más riesgoso: conocer a Don Alex, o no conocerlo. Es un poco el dilema entre ser un privilegiado transitorio y un sobreviviente desahuciado. Por lo pronto lleva tres días en México y con muchos trabajos se aventura a poner pie en la calle. Tiene esta idea obsesiva de que México va a traerle mala suerte. Ha pensado en huir, pero entiende que es una necedad. Esta gente daría con él así fuera a esconderse en una cueva a medio Mato Grosso. Lo siguen, además. Los ha visto de reojo; se esmera en pretenderse distraído. Desde que llegó a México tiene la sensación de que alguien puede ver todos sus movimientos. Peor ahora que sin mover un dedo ha sido apergollado entre la Corleonetta y su padre.

     -Yo apenas he salido de mi hotel, don Alex... -Segismundo hace esfuerzos infrahumanos para empequeñecerse hasta alcanzar el rango de bacteria. Nunca como hoy sus huesos le parecen frágiles, su carne inhóspita, su voz estúpida.

     -Estás en un problema, Andersón. Ya conocés a mi hija. De Miami, ¿no es cierto? Luego le preguntaste por ella a Morazán, y el muy chancho te dio esperanzas. Nunca te dijo quién era en realidad, ni mencionó su apodo, ni por supuesto por qué la llamamos así. Corleonetta. Yo le colgué ese nombre, apenas me di cuenta que era una ingenuidad contradecirla. Nadie le dice no, ni se le escapa. Es una control freak. Tiene los brazos más largos que yo. También las piernas, ¿cierto? Apuesto a que le viste los muslazos...

     -Ni de casualidad, Don Alex...

     -¡Shhh, imbécil! ¿No te dijo Mauricio cuánto me jode a mí la casualidad? Soy un serio adversario del azar, Andersón, y a ti voy a pagarte para evitármelo. No un millón, sino más. Eso no te lo he dicho: voy a darte uno y medio. Después de lo del Granma, ¿viste? Pero no va a ser fácil. Ya te digo, campeón: tenés que evitarme el azar. Los dueños de la lotería no podemos jugar a la lotería, ¿sabés por qué? Porque la lotería es una cosa seria. Es una institución, cuya meta es hacer feliz a la gente. Los verdaderos beneficiarios de la lotería son quienes nunca se han ganado nada. Pagan cada semana su cuota de ilusión. Hay quienes se entretienen repartiendo mentalmente la guita que según ellos van a ganarse. Fe, esperanza, caridad, las virtudes más lindas a un precio que cualquiera puede pagarse. ¿Sabés cómo funciona el Fidelotto?

     -Nadie me lo ha explicado.

     -Los que ponen la plata indican el día, la hora y el minuto de la muerte. Si después solamente se sabe la hora, el premio se rifa entre sesenta números posibles. Que es todavía más difícil que anotar un seco en la ruleta. Pero si nada más llega a saberse el día del deceso, habría que dividir las posibilidades entre los mil cuatrocientos cuarenta minutos del día. Y yo no voy a apostar mi dinero ni siquiera con el cincuenta por ciento de probabilidades. Cuando llegue el momento, vas a encargarte de que el mundo se entere a qué hora y minuto voló en pedazos el Comandante.

     -¡Yo!

     -Claro, sos poca cosa, pero esa es tu virtud. La Corleonetta cree que van a matarte, le gusta el tufo de los futuros difuntos. Yo pienso diferente. Creo que va a imponerse tu cobardía. Además, Segismundo, confío ciegamente en tu mezquindad. Tenés por ahí una cuenta de cheques, ¿cierto?

     -Es nada más una cuenta de ahorros.

     -Cuando salgás de aquí, llama a tu banco. Ya verás que no sólo los santos recobran la fe.

Lunes en FLOR DE LOTTO: Y además caminan. 

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15 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / IX

IX. Granma, sección financiera.

Unos les llaman bolos, otros pinos, hay incluso quienes les dicen pines; Alejandro Zarur prefiere referirse a ellos como pelotudos. Pensar que son personas y es posible tirarlas de diez en diez. Deja caer la bola en la madera, termina de girar la cadera, cierra los párpados y se queda tieso, con la mano derecha teatralmente enconchada sobre la oreja. No conoce una música más estimulante que el ruido seco de los diez pelotudos derribados dentro de un mismo instante. Una masacre bárbara, se vanagloria a risotada limpia si alguien le pregunta cómo le fue en el último torneo.

     -¿Sabés leer las páginas de finanzas, Andersón? -el bolichista se echa hacia atrás, relee y pela los ojos para dar a entender que aún no lo cree.

     -No realmente, Don Alex, más bien tiendo a saltarme esa sección.

     -Mirá el Granma de hoy, campeón -le sonríe, se levanta, le da un par de palmadas en la espalda, le pone la primera plana en primer plano -No le habés ni tocado un pelo al barbudo y ya lo tenés más gagá que de costumbre, ¿viste?

     -¿Es él?

     -Oh, sí. The Man Himself. Era él, antes de convertirse en Él. La pregunta importante, Andersón, no es si el Fidelosaurio aprecia las bondades de la chispa de la vida, la pausa que refresca, o como más te provoque llamarla, sino que está cagado del pavor. ¿Lo entendés ya? Usa los titulares para defenderse y la fotografía para negociar. En el segundo párrafo de sus reflexiones... no dice "el Fidelotto", sino "La vergonzante apuesta del Imperio". Las palabras de Chávez y el editorial del periódico están calcadas de sus reflexiones. Pero mirá el cocacolón en la foto. Para mañana va a salir con una Pepsi.

     Alejandro Zarur Medinacelli. Abogado de profesión, nacido en Buenos Aires, residente oficial de Coral Gables, colono subrepticio de Tecamachalco, huésped distinguido en Tijuana. Sesenta y dos años, ochenta y nueve kilos, un metro ochenta y ocho, pelirrojo. No es propiamente un cinéfilo, pero podría recitar enteras la primera y segunda parte de El padrino, así como otras cuatro de Scorsese, una de Leone y dos de los hermanos Coen. Casado cuatro veces, vive tan alejado como puede de su única hija, Apollonia, que nomás por joderlo le ha quitado una ele a su nombre, se ha negado a conocer Buenos Aires y habla como una nueva rica de rancho mexicano. Cada vez que sospecha o se entera que su hija está en Miami, "Don Alex" hace honor a su fama de esfumadizo. De los veintitrés juicios que tiene pendientes en diversos países, seis son por homicidio, cuatro por tortura y tres por secuestro, todos ellos en México. Al igual que lo ha hecho para traer a México a su empleado Segismundo Andersón, Zarur Medinacelli se mueve entre Miami y Tecamachalco en vuelos tan secretos como la contabilidad de sus negocios y su promedio real en el bowling, sin más papeles que los verdes al portador. En lo tocante al tema del protocolo, aprecia especialmente que sus subordinados le besen la mano.

     -Al final tiene clase, el Coma Andante. En ningún lado dice que lo quieran matar, sólo habla de amenazas a la Revolución. Echa pestes contra los apostadores, pero no aclara cuáles son las apuestas. Sólo dice que es una conspiración de tahúres. Ya me estás dando envidia, campeón. Vas a matar a un viejecillo aterrado... y yo era nada menos que el cagón que te iba a dar un millón de dólares por eso.

     -¿Era? ¿Ya no...? -conforme el bolichista le hablaba bien de su desempeño, Segismundo se veía saliendo del hoyo; ahora vuelve a sentirse resbalar y teme ya de vuelta por su barato pellejo. Esta vez no lo habían traído en la cajuela, pero igual lo subieron al coche encañonado, y luego lo bajaron a gritos y empujones. Nada bueno, temióse, podría venir después.

     -Antes de eso -el bolichista encara a Segismundo, le dedica unos ojos de zorro sarcástico, le oprime las clavículas con ambas manos- vamos a hablar de la Corleonetta. ¿Cierto que pensás verla hoy por la noche?

Mañana en FLOR DE LOTTO: El Bullshit Shuffle.

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14 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / VIII

VIII. Dime algo que no sepa.

-Viajar treinta y seis horas drogado, vomitado y en calidad de bulto no es lo peor que te puede pasar, amiguito... -Mauricio Morazán declama a solas, mirando hacia el espejo retrovisor, previamente torcido hacia sus labios. Le apasiona la idea de ensayar. Mirarse. Oírse. Cuando llegue la hora de entrar en escena, el facilitador conocerá la partitura entera, incluyendo los gestos y los tonos. Se sentirá el doscientos por ciento de sí mismo, dueño de esa sonrisa oficialmente amable que se esfuerza sin pausa por ser sobrevaluada. La esgrimirá al principio y al final de cada uno de sus argumentos, como un florete vapuleando a una vara. O también, por qué no, como un ciento de clavos y tornillos estallando en la jeta del Comandante en Jefe. ¡Lotería!

     Morazán también tuvo sus resquemores. La idea de asesinar al inasesinable le parecía en principio una excentricidad y un despropósito, pero el primer vistazo al presupuesto le dio en principio aliento, y al cabo inspiración. Hay clientes que exigen ser empujados al precipicio, y hasta en eso está uno para servirles, se dijo y puso manos a la obra. Hoy día no solamente es el operador más importante del proyecto, sino de paso uno de los apostadores mejor informados del Fidelotto. Por eso mismo no puede permitir que su brazo derecho en el operativo amenace mudarse a otro torso. Nada más vuelva a ver a Segismundo Andersón, le va a leer entera la cartilla.

     Morazán aborrece la improvisación. No entiende cómo fue que se le fueron las patas cuando le dio esperanzas al idiota de ligarse a "la señorita Zarur". Se la había imaginado cacheteándolo, apagándole un puro entre las nalgas, curtiéndole la cara a fuetazos. Cosas que suele hacer la Corleonetta por quítame estas pajas. Él mismo ya ha salido abofeteado y escupido de un par de discusiones con ella y Don Alex. Temprano, al día siguiente, la Corleonetta se apersonaba con una lista de comentarios sobre sus "diferencias de opinión": tres cachetadas por cada una, y al final una lluvia de escupitajos, entre trozos de puro mordisqueado. Ya le ha apagado el puro en ambas piernas, y para la tercera le ha prometido que le cocinará unos Huevos habaneros. ¿Quién habría imaginado que una mujer así se iba a fijar en Segismundo Andersón? Se dice que no puede permitirlo, así tenga el prepucio dentro de un tostador. En eso, empieza a vibrar el teléfono.

     -¿Dónde andas, comemierda pro? ¿Ya te dio de comer mi papá, o quieres que te sirva un mojoncito? -hasta cuando amenaza y humilla, la Corleonetta lo hace con alguna tramposa coquetería (natural en quien sabe ir por la vida metida en esas faldas con complejo de cinturón que ya de entrada cierran las bocas sensatas).

     -Corleonetta querida, traigo tus dulces en mi coche desde hace dos semanas. ¿A dónde quieres que te los haga llegar? -he aquí una ventaja clave de Morazán: es un tigre para suministrar substancias y administrar favores pasados y futuros.

     -Mira, tú, amiguito de mierda, no me quieras vender en quarters el culito que mi papá te compra con pennies. ¿O será que tenemos diferencias de opinión? Por lo pronto, ya me alcanzó el mono. Pa' que mejor me entiendas, estoy a pocas horas de empezar a inhalar del salero. Te pedí mi paquete, te dejé bien clarito que lo quería de manos del bulto que te mandé de Miami. Segismundo Andersón, que igual que tú trabaja para mi familia. Son las tres de la tarde, si a las ocho no tengo aquí lo que me debes, antes de medianoche va a apestar a pellejo chamuscado -dice musicalmente y remata cortando la comunicación.

     -Mierda, qué voz cachonda -maldice Morazán, con la mirada lejos del retrovisor y el teléfono quieto en la mano tiesa, pasmado por la indecisión entre lascivia y saña, pánico y desprecio, devoción y revancha. Vuelve luego los ojos al espejo, toma aire y se redime de la afrenta sopesando una apuesta del tipo: ¿Qué me das, amiguito, por una noche con la Corleonetta?

Mañana en FLOR DE LOTTO: Granma, sección financiera.

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13 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / VII

VII. La Corleonetta.

Su nombre es Apolonia y tiene mala fama. Nadie lleva la cuenta de los guapos sin sesos que alguna vez quisieron seducirla y acabaron marcados, como bueyes; si bien se habla de docenas de torpes. Ojos verdes, labios carnosos y una expresión que igual puede ser dulce o dura, según los altibajos de un temperamento que por regla rechaza los pronósticos. Puede ser asimismo ardiente o gélida, dependiendo del día, el lugar y el imbécil que la piense a sus pies.

     Apolonia, hija única del no menos escurridizo Alejandro Zarur Medinacelli, no se siente a disgusto con su nombre de pila -muy rara vez se cansa de contar que su padre la bautizó a partir de la esposa siciliana de Michael Corleone-, pero apenas permite a unos cuantos llamarla de ese modo, con frecuencia por tiempo limitado. Contra lo que los primerizos suelen suponer, prefiere que la llamen por el apodo que desde adolescente le colgó su padre, y a sus oídos rebosa autoridad. De ahí que hasta sus guardaespaldas la llamen "señorita Corleonetta", con la cabeza gacha y una mansa disposición al maltrato.

     Convendría insistir: sabe ser dulce. Como lo fue en el club de Miami Beach, durante la noche corta en que hábilmente se hizo perseguir por el tal Segismundo Andersón. Un pelmazo enamoradizo que en dos patadas la llevó a su departamento, y no bien pretendió embestirla con un beso recibió el choque eléctrico que sin más trámites lo dejó desmayado. Fue también ella quien se encargó de ponerle la primera inyección, amarrarle las manos a los tobillos y entregarlo a los dos empleados de su padre que lo llevaron del noveno piso en Key Biscayne al aeródromo en Marathon, metido en un costal.

     -¿Cómo te llamas, sweetie? -se acercó Segismundo, creyéndose agresor. Tiene la Corleonetta la habilidad histriónica de parecer bocado fácil a ojos glotones.

     -Como tu gustes, hottie -susurróle al oído la interpelada, que de ahí a Biscayne Boulevard se nombraría únicamente Sweetie.

     Andersón no ignoraba el prestigio fatal de la Corleonetta, pero estaba muy lejos de pensarse lo bastante importante para ser candidato a tropezar en sus redes, o siquiera llegar a verla en persona. Sabía, en todo caso, que la diva mentada vivía con papá en la ciudad de México y, según afirmaban los atrevidos, hallaba un regocijo incomparable en mordisquear habanos y apagarlos sobre la baja espalda de sus fugaces amantes. Ninguno de los cuales, tal parece, ha logrado arrancarle una sola palabra de afecto.

     Una vez despachado el bulto hacia Tecamachalco, la Corleonetta dormiría sola en el apartamento de Biscayne Boulevard y pasaría la mañana siguiente gastándose en las tiendas de Bal Harbour hasta el último de los cinco mil dólares que encontró en el buró de su anfitrión. Tiene ese defectillo, la niña de Don Alex. No le faltan recursos, pero igual que su padre sabe encontrar lujuria en lo malhabido. Sabe también adelantarse a las quimeras ajenas, por eso no le cabe ni la mínima duda de que el tal Segismundo más temprano que tarde va a preguntar por ella.

Mañana en FLOR DE LOTTO: VIII. Dime algo que no sepa.

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12 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / VI

VI. Huellas de huachinango

-¿Ostiones, amiguito? -al facilitador toda negociación exitosa le abre el apetito; no así a su acompañante, que sigue con náuseas. Hace ya varias horas que Segismundo Andersón aceptó su propuesta, pero aún no entiende al mundo mucho más que los tres infelices langostinos que malviven sus últimas horas en la pecera, al fondo del restaurante. Trae puesta la camisa con la que lo sacaron de Miami, todavía impregnada del olor del pescado que después se pasó la noche vomitando.

     -Ni siquiera me has dicho cómo me trajeron. No tengo pasaporte. ¿Qué voy a hacer en México? Soy ilegal, no puedo ni valerme por mí mismo. Además, no me gusta esta ciudad. Viví aquí un par de años, los peores de mi vida.

     -No sabías negociar, por eso te iba mal. Pero estás aprendiendo, rata suertuda. La mayoría no tiene esa oportunidad.

     -Tenía diez años, no había casi nada que fuera negociable.

     -¿Diez años, dices? Mala edad para un mal negociador. Seguro te vendiste barato desde el primer día. Enseñaste tu juego, amiguito. Creiste que un jodido par de cuatros te iba a sacar de pobre y toma, te encajaron un full de ases y reinas. Pero ahora es diferente. ¿No ves que estás de suerte, hijo mío?

     Mauricio Morazán Dupont. Treinta y cinco años, noventa y cuatro kilos, un metro ochenta y uno. Ex periodista, ex policía, ex convicto, chantajista en funciones, ejecutivo a sueldo de clientes que tampoco juegan a los dados. Vino al mundo en el barrio santiaguino de Vitacura, durante la mañana en que fue derrocado Salvador Allende. Con un mes de nacido, voló junto a su madre hacia Estocolmo; un par de años más tarde los dos aterrizaron en la ciudad de México, acompañados por el hermano del padre, para entonces difunto y enterrado sabría Pinochet dónde. Ya con quince años, se enganchó a una banda de ladrones de partes automotrices. A los diecisiete ingresó en el Consejo Tutelar para Menores Infractores por su presunta responsabilidad en decenas de asaltos a mano armada. Años después caería tres veces en la cárcel por el mismo delito: fraude maquinado. Se cuenta que a las pocas horas de dejar el Consejo Tutelar, Mauricio Morazán prometió ante su madre moribunda que nunca más empuñaría una pistola. Nadie como él calcula todo lo que ha dejado de ganar por causa de esa limitación, pero todos estamos más o menos de acuerdo en que gracias a ella sigue vivo. En sus propias palabras, el facilitador Mauricio Morazán es "un comecaca que duerme tranquilo". Su papel predilecto: el policía bueno.

     -Hazme un favor, Mauricio. Una cosa nomás. ¿Negociarías dos preguntas conmigo? -luego de un buen duchazo en la casa de Fuente de Venus, Segismundo ha empezado a recordar detalles. Se comería gustoso dos docenas de ostiones si no fuera por el olor a huachinango que no se le despega de la camisa. Por lo demás, es todavía mayor su apetito de información bien fresca.

     -Dos preguntas, tal vez. Dos respuestas, no creo. ¿Qué me darías a cambio, por ejemplo?

     -¿Qué más quieres, si ya estoy en tus manos?

     -Échalas, pues. Si me gustan, puede que las responda. Si no, sería cosa de negociar.

     -Una: ¿Quién era la mujer del cuadro de la sala? Dos: ¿No es la misma que conocí en Miami?

     -¿La piernuda del cuadro? ¡Lotería! Ya te habías tardado, paparrín... -una sonrisa chueca se le escapa a Mauricio Morazán. El rictus del sabueso que recién agarró al sospechoso en flagrancia.

Mañana en FLOR DE LOTTO: VII. La Corleonetta. 

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11 de agosto de 2008
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Flor de Lotto / V

V. Coco chico, idea grande. 

-Acéptalo, amiguito. Las ideotas también quieren crecer. ¿Cómo van a lograrlo, si las encierras en un coco chiquito? ¿Sabes qué pasa, entonces? Obstrucción. Gangrenita. Necrosis. Los tejidos se pudren, después se secan. Ninguna gran idea va a crecer en la cabeza de un pobre pendejo, y eso somos tú y yo, en este juego. Pero Don Alex quiere estar bien contigo. Le simpatizas tanto que hasta cree que te atreves a ser más de lo que eres.

     -¿Qué soy?

     -Honestamente, Segismundo, hasta donde hemos visto eres un cuidaputas de confianza. Lástima que haya tantos, cuentan que es un oficio divertido. Y allí está el culiempine, mi señor. Tienes el rango de pobre pendejo. Dale a un sujeto así un millón de dólares y se lo va a gastar en drogas y putitas. Por eso tú te lo vas a ganar.

     -Ya lo dijiste, pues: yo no sirvo para esto. ¿Y si mejor me dejas como estaba? Ya no quiero dinero, me equivoqué. Regrésame a lo mío y te prometo que no vuelvo a quejarme por lo del Fidelotto.

     -Eso ya no es posible, amiguito Andersón. A nadie nos conviene. Tú vas a ser el dueño de un montón de dinero. Te invito a que revises cualquier libro de historia y me digas qué tantos héroes magnicidas han vivido para contar un millón de dólares. Piénsalo, son diez mil billetes de cien. Si me preguntas, eso es lo que hoy por hoy vale tu vida. Tu muerte, en cambio, vale dos mil dólares.

     -No entiendo.

     -Mil para cada uno de los muchachos, si me dices que no y los obligas a meterte un tiro en cada sien. Para ellos es mejor. Mira, no dicen nada pero tampoco me contradicen. Son muy profesionales, ¿no es cierto, chicos? Ninguno de los dos ignora de qué lado hay que hacerse cuando graniza mierda. A ti, en cambio, para explicarte cosas tan sencillas hay que tenerte hincado entre dos fuscas. ¿Sabes por qué? Porque eres un ingrato y un mediocre. Pateas el pesebre, Segismundo. No agradeces cuando alguien se hace cargo de ti, crees que es su obligación matarte el hambre. Y no. Pero si insistes en tu terquedad, los muchachos pueden matártela de una vez para siempre. Satisfaction guaranteed.

     -No me puedes hacer esto, Mauricio.

     -Claro que no, amiguito. Yo tampoco he matado nunca a nadie. Si traigo dos mil dólares en la bolsa del saco es porque ando cargando el sueldo de los chicos. Ya te he dicho, Andersón, soy sólo un eficaz lubricante para engranes más altos que tu imaginación.

     -Tú que eres tan amigo de Don Alex, no me puedes dejar metido en esta mierda.

     -Tengo sólo dos clases de amistades: los amiguitos y los amigazos. Con un millón de dólares, parecerías uno de los segundos. Ve, en cambio, dónde estás. A un paso del panteón. Desde donde te observo, eres un amiguito microscópico. ¿Qué quieres que haga yo? ¿Qué le patee el pesebre a un amigazo para salvarle el cuero a un microorganismo? No me chingues, Domínguez. Pero tampoco voy a dejarte abajo. Tengo a la mano todas las palancas que necesito para sacarte de perico-perro y darle a tu cagada de vida algún valor. Soy tu mejor amigo, hasta donde alcanzo. Si rechazas la mano que te tiendo, voy a tener que usarla para darles su lana a los muchachos. ¿Cómo la sientes, amiguito Andersón? Míralos, ya les anda por irse de shopping.

Mañana en FLOR DE LOTTO: VI. Huellas de huachinango. 

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8 de agosto de 2008
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El Boomeran(g)
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