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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Tramposo y edulcorado modelo

De hecho, casi todos los discursos relativos a la igualdad de hombre y mujer y a la equiparación de status en relación a la sexualidad, se basan en esta imagen de simetría y complementación que ayer evocaba y a la cual nada responde en la complejísima aspiración que vincula ambas emociones sexuales, aspiración que en modo alguno apunta a articular las partes (reducidas a dos) de un elemental puzzle.

Compartir la sexualidad es algo decididamente más complejo que poner juntas dos partes, y desde luego tolera (cuando no exige) modalidades de relación que nada tienen que ver con el modelo (tan bienpensante como edulcorado y tramposo) que el pensamiento políticamente correcto en materia sexual nos propone.

Pues cuando la sexualidad del hombre se despierta realmente, cuando su erección tiene esa nota de sacralizada festiva que reflejan los iconos griegos, cuando el cuerpo de la mujer es reconocido como la razón o causa de tal explosión... entonces muy probablemente la sexualidad está siendo ya compartida.

De ahí que suenen tan insoportablemente los edificantes sermones (arcaicos o contemporáneos, reaccionarios o progresistas) homologando la carencia sexual del hombre y de la mujer. Discursos susceptibles de generar en el hombre una suerte de exigencia moral literalmente mutiladora: la de subordinar su deseo a la aparición en su partenaire de una manifestación de deseo cualitativamente equivalente. Discursos que suenan tan insoportablemente más aun por lo que tienen de ceguera que por lo que tienen de hipocresía.

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19 de junio de 2008
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Un muro de falacias

Ningún hombre puede realmente llegar a responder a esa suerte de superación de la sexualidad que se atribuye al político, que la habría canalizado exclusivamente hacia el poder. Para ningún hombre la mujer puede dejar de constituir un polo de alteridad constitutiva. Otra cosa es que el hombre se vea conducido a la lúcida asunción de que tal polo de alteridad se ha convertido para él en signo de privación. En tal caso su deber es asumir la carencia y en modo alguno negar el enorme peso de tal quiebra. Ante las desazones provocadas por la quiebra del lazo hombre-mujer, no hay estoicismo que valga. Sólo cabe asumir (¡maldiciendo!) la indigencia que ello supone, y desde luego... intentar superar el asunto.

Pues de ser cierto no ya que un hombre solo no es un hombre, sino también que una de las variables fundamentales en la constitución de una comunidad es la diferencia sexual, resulta que un hombre no confrontado trágicamente a su sexualidad no es realmente un hombre.

Mas ante esta verdad, intuida por todos, un muro de falacias (que tienen por común denominador una suerte de radical nihilismo) se erige. Una de estas falacias pasa por las afirmación de que la sexualidad sólo es digna (y por consiguiente el hombre sólo debe buscarla) cuando el deseo del hombre encuentra reflejo en un deseo simétrico de la mujer.

El aspecto falaz del asunto es corolario de un supuesto más general: la equivalencia salva veritate entre hombre y mujer se concibe en base a una afirmación de simetría; con vistas a no legitimar las tentativas de privilegiar jerárquicamente a uno de los polos se niega la diferencia misma entre ambos. Por lo que al erotismo se refiere, la modalidad de emoción que el hombre experimentaría sería una parte que podría alcanzar redondez o complemento en esa otra parte cualitativamente idéntica que afectaría a la mujer. Mala vía para afirmar la comunidad esencial de hombre y mujer y de radicalísimas implicaciones.

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18 de junio de 2008
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De la pretendida sublimación del político (2)

El político habla como si aquello que nos presenta como bien común fuera realmente lo que objetivamente le interesa. Y quizás no engañe... siempre y cuando la realización efectiva de tal bien común pase por la realización de su exigencia de poder; exigencia que sería una canalización de su sexualidad.

Mas en la hipótesis de que es imposible canalizar hacia el poder el monto entero de la sexualidad, en la hipótesis de que hombre alguno puede dejar de tener en la mujer referencia última (en razón de que el estatuto ontológico del ser humano no permitiría tal cosa), entonces el parapeto psicológico laboriosamente construido para evitar confrontarse a tal verdad muestra inevitables grietas, a través de las cuales la indigencia y la desazón del sujeto entregado a tal mentira se filtra inevitablemente.

El pobre diablo que cree haber resuelto las quiebras de su sexualidad mediante sublimación en el poder olvida que la correlación de su vida con la de la vida de una mujer (ya sea bajo forma de asunción de quiebra o ausencia) es el imprescindible primer paso para ser un ser social, o sea cabalmente un hombre, puesto que "un hombre solo no es un hombre.

Cierto es que la sexualidad sólo parece llevar a algún tipo de plenitud en singularísimos momentos de kairós, de circunstancia afortunada, de ahí la tendencia a poner entre paréntesis el problema mismo, y en consecuencia (como en todo acto de encubrimiento) a dejar abierta una vía para la falsa confrontación y la mentira.

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17 de junio de 2008
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De la pretendida sublimación del político

Dice el tópico que los políticos tienen la libido canalizada hacia el poder, y alguno de ellos como el cínico (y canalla) Kiessinger llegó en una ocasión a afirmar que, al menos en su caso, así era efectivamente. Así pues los políticos habrían dejado de experimentar la diferencia sexual como polaridad clave; a fortiori se sentirían completamente ajenos a esas personas para las que la sexualidad juega en sus vidas casi el papel de una causa final.

Conviene precisar que la tesis no es puesta en entredicho por los casos frecuentes en los que un político ejerce su poder para mejor encontrar partenaires, o incluso traiciona sus pretendidos idearios puritanos acudiendo a un lupanar. Se diría que se trata de políticos falsos, como falso banquero sería aquel que creyera poder utilizar el dinero para algún tipo de personal beneficio: el banquero que no tuviera en el capital y su reproducción la causa final de su actividad; el banquero, en suma, que no tuviera en el dinero su Dios. Al respecto me viene siempre a la cabeza el caso del Père Grandet, personaje de Balzac al que un sacerdote cree convertido porque, al administrarle la extremaunción, se alza a besar la imagen de Cristo... se trataba simplemente de que el crucifijo era de oro.

/upload/fotos/blogs_entradas/politico1_med.jpgEl político de raza amaría el poder por si mismo, al igual que el banquero digno del nombre sólo hace genuflexión ante el oro. Propio de pequeños burgueses sería querer tener dinero para usarlo, y de espíritus mediocres querer el poder para obtener beneficios en algún registro parcial.

Mientras escribía las líneas anteriores me preguntaba si debía referirme al político en general o los políticos del género masculino. Me preguntaba, en suma, si la concepción imperante de la política no hace de ella algo intrínsicamente masculino. Ciertamente hay mujeres profesionales de la política, pero también hay mujeres soldado, mujeres policía o mujeres banquero, sin que desaparezcan las razones para afirmar que (en el estado actual de cosas) la entrega de una mujer a una de estas profesiones responde a una suerte de deslizamiento hacia actitudes miméticas de las que, desde niños, interiorizan los hombres.

Habrá otro momento para discutir este asunto, preguntándose si a través de todo ello se consigue realmente algún tipo de homologación entre los sexos, o si más bien se trata de una nueva superchería, otra artimaña para blindar la relación de fuerzas imperante en el mundo, otro mecanismo que sería urgente desmontar. Para no entrar de momento en este berenjenal me limitaré a decir: los políticos del sexo masculino dejarían, según el tópico, de tener la polaridad sexual como referente último y ello les permitiría canalizar su libido hacia el poder.

La pregunta puede entonces formularse con toda precisión: ¿puede un político realmente realizar plenamente estas modificaciones de las funciones de la libido? Y de manera más precisa: ¿puede realmente la libido masculina tener otro objetivo que la mujer? ¿Hay algún hombre para quien la mujer no sea, en lo profundo, la referencia final?

Sin duda alguien respondería que la mera constatación de la homosexualidad masculina da testimonio de que efectivamente la libido de los hombres puede ser objeto de toda clase de transformaciones, puede cambiar de objeto y puede ser sublimada en abstracciones como las relaciones de poder económico o la política. Pero esta apoyatura en la homosexualidad no es excesivamente convincente. Pues una cosa es constatar el fenómeno de la atracción que un hombre ejerce en otro hombre y otra muy diferente es concluir que esta atracción ha sustituido pura y simplemente a la atracción (o repulsión, como patológica degeneración de la anterior) que inevitablemente ejerce, en el origen, la mujer. Hay más de una razón para suponer que la homosexualidad masculina se superpone (quizás enmascarándola) a la sexualidad masculina propiamente dicha, la cual no tiene siquiera sentido sin referencia al sexo correlativo.

Sospecha que se extiende asimismo a la pretendida derivación de la libido hacia el poder. ¿Consigue realmente el político derivar la sexualidad, o simplemente enmascarar el radical e inevitable anclaje de la misma en la mujer? La impresión de falacia que, tan a menudo, el discurso de los políticos produce encuentra posiblemente aquí un elemento de explicación.

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16 de junio de 2008
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Falsa borrachera… auténtica resaca

Informativos de Radio Nacional ("la radio pública") a las 8:00 de la mañana del martes 10 de junio. Tras la habitual "cortina" musical, en lugar de la voz del presentador se oye un conocido himno, entre guerrero y grosero, que creí entonado por un grupo de castizos mozos de ciertas fiestas populares, cuya borrachera es tan falsa como real es el embrutecimiento para el que la borrachera es simple coartada. Resultó sin embargo que los castizos eran los propios componentes del equipo nacional de fútbol, quienes efectivamente (como pude ver más tarde en un periódico) se complacían en adoptar una pose energuménica.

En cualquier caso la abominable letra instando a una suerte de masacre del enemigo, en este caso los rusos, fue inmediatamente glosada por el locutor en el sentido de que esta hubiera efectivamente tenido que ser la noticia del día, pero que desgraciadamente la huelga de los transportistas y las previsibles secuelas que, de prolongarse, tendría en nuestra vida cotidiana, obligaba a diferirla unos instantes (cosa que de hecho no estaba ocurriendo). Pues bien:

Resulta que ese día había una segunda noticia que estaba siendo (esta ) diferida. Ni más ni menos que la noticia de que los responsables europeos (con rarísimas excepciones entre ellas la de España) habían dado un paso fundamental para que la jornada laboral pudiera superar el máximo de 48 horas por semana que contempla la actual legislación, pudiendo en ciertos casos extenderse hasta las 65 horas.

Entre los afectados por tal auténtica regresión social contará la gran mayoría de los que habrán vibrado patrióticamente al son del oé, oé... interpretado por nuestros modernos héroes. Y digo héroes puesto que en ellos reside la posibilidad de que la patria triunfe, lo cual, tal como están las cosas, parece ser el único triunfo que los ciudadanos puedan sentir como propio.

Los tertulianos de la evocada emisora, como la de todas las demás (a excepción de las animadas por un fervor patriótico de otro signo), comentaban y hacían previsiones sobre esta sana explosión de sentimiento popular. Y alguno más teorético no se privó de hacer consideraciones sobre la particularidad de un deporte en el que los pies y no las manos priman. Y, como en un concurso universitario, proliferaban las citas de rigor, desde frases de un entrenador argentino a las de un escritor culé ya desaparecido.

En efecto priman los pies sobre las manos, pero sobre todo priman los pies sobre la cabeza, priman sobre la exigencia de respeto a la que no puede renunciar ningún ser de razón y de juicio. Es simplemente un escándalo que se desprecie al pueblo considerando que lo suyo es esta evasión patriótica del oé, oé...y que para ocuparse de la reglamentación de sus horas de trabajo están los responsables de las instituciones europeas.

Escribo esto en la hora previa a que comience el encuentro (curioso término para referirse a algo que suele dar pretexto a la liberación impúdica de inclinaciones xenófobas). Y aquí si que es fácil hacer una previsión: de ganar los colores propios, ninguno de los que somos víctimas de reales frustraciones ganará en realidad nada, pues la borrachera de la victoria quedará reducida a resaca; mas en caso de perder, la resaca será auténtica y la ‘vomitona' se añadirá a las que ya convierten cotidianamente la vida en un asco.

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13 de junio de 2008
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Tais

El mito de la hetaira Tais (al decir de Valle Inclán menos bella que su destino) ha pervivido hasta nuestros días a través de su presencia en la literatura. Si el poeta Menandro daba ya su nombre a una des sus piezas, el compositor francés Jules Massenet le dedicó uno de sus títulos operísticos más apreciados por los amantes de la mélodie française. Aprovechando la leyenda de que Tais habría acompañado a Alejandro en su conquista de Asia,  los libretistas, siguiendo el relato del escritor francés  Anatole France,  sitúan la acción directamente en Alejandría. Recuerdo una tan delicada como sensual  puesta en escena en el teatro Malibran, debida al director veneciano Pierre Luigi Pizzi. Pizzi enfatizaba la emoción y voluptuosidad que embargan a Tais por el mero hecho de sentirse deseada, así como su  certeza trágica de que esta su condición de pura hipóstasis para la erección del hombre sería algún día cosa del pasado (Dis-moi que je suis belle... implora al espejo en el aria más celebrada).

¿Enfermiza la sexualidad de esta meretriz? Más bien lucidamente trágica y desde luego reflejo de una radical valentía: la valentía de asumir que el deseo del hombre tiene matriz fundamental en el hecho mismo de enfrentarse a la mujer que, literalmente se expone. Tais asume  tal verdad como condición de posibilidad de la emergencia de su  propio deseo, y no intenta edulcorarla con imágenes de una imposible simetría.

En algún registro todo hombre y toda mujer saben que la mujer se postula como peldaño para que el deseo del hombre se desvele, y que sin esta postulación  sólo puede darse esa suerte de erección muerta que desgraciadamente  suele a veces marcar  los vínculos en el lecho matrimonial: erección válida para la procreación, pero sólo para una procreación literalmente sin amor, que supone  reducción de la sexualidad humana a función meramente animal, función en la que (en este caso indiscutiblemente ) tanto la mujer como el hombre alienan lo más precioso.  

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12 de junio de 2008
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Aquel a quien la filosofía ha abandonado

Mantenerse a la altura del espíritu, mantenerse a la altura de lo que
supone que la carne haya llegado a ser verbo, conlleva tensión en la
vigilia o en el sueño, y por ello muchos no se sienten capacitados
para ello. Si renuncian a la filosofía, se abisman en la cotidianeidad
y sus espejismos; si meramente fingen responder a ella, el sentimiento
de usurpación les corroe.

Aunque ciertamente es mayor el grado de miseria en aquel que parece
no trascender la vida de un animal dotado de un código de señales.
Pues cuando uno se encuentra atrapado en la telaraña del trabajo
esclavo, aderezado con evasiones cuya función esencial es simplemente
llenar el tiempo, a fin de que no haya un solo resquicio para la
lucidez; cuando la hipótesis de escapar a este embrutecedor ciclo,
lejos de aparecer como liberación del yugo, es amenaza de marginación
y desarraigo; cuando la creación es esencialmente cosa de otros y,
como mucho, a uno le toca el papel de consumidor de cultura (que es
realmente un consumo como otro cualquiera); cuando se busca la mano
del otro, no al afrontar con entereza el inevitable combate, sino al
esconder temerosamente la cabeza; cuando el vínculo de los cuerpos no
es fiesta sino consuelo (consuelo literalmente de los afligidos);
cuando el deseo de ser ocasión de que se recree en otros seres el
lenguaje y el espíritu, muta en ansia de que alguien, tomando el
relevo en la vida genuflexa, permita a uno abismarse en el subterráneo
de la jubilación; cuando, en suma, el orden social nos reduce a "vivir
y pensar como cerdos" (según la cruel expresión de Gilles Châtelet)...
entonces la sola evocación de la filosofía suena realmente a sarcasmo.

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11 de junio de 2008
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Nostalgia de la filosofía

Hay profesores a los que toca en sus clases hablar de Einstein, Garcilaso o las características del genoma humano, con tanta conciencia respecto a la profundidad del contenido, como con el deprimente sentir de que ellos no han traspasado nunca la capa más superficial. Mas como las reglas del teatro pedagógico impiden que tal ligereza sea reconocida, el pobre hombre vive acompañado en permanencia por un sentimiento de impostura, de usurpar el papel que sólo alguien más verídico podría con legitimidad interpretar.

Tal sentimiento de no autenticidad acompaña también a científicos, artistas o filósofos. Y cabe decir que, en cierto modo, es bueno que así sea. Pues además de evitar confundirse con la miserable imagen del creador fatuo y engolado (o la no menos lastimosa del paranoico que cree haber alcanzado una cima), el hecho de sentir que no se ha medido el abismo, ni se ha confrontado el misterio, ayuda a mantener viva el ansia de efectuar tal radical paso.

Citaba en otro momento de estas reflexiones la frase de Marcel Proust relativa a la consideración del arte no sólo como la escuela de vida más austera, sino también como el "verdadero juicio final". Pues bien, cabe decir que mientras perdure este sentimiento de lo que el arte supone, la ausencia de autoestima en el artista tiene poca importancia. Y desde luego ello es aplicable a la filosofía, esa modalidad paradigmática de tomar como causa sagrada y final la vida del lenguaje, la vida de toda matriz de humana fertilidad.

Pues la disposición filosófica (en eso Hegel, tan exagerado en ocasiones, era absolutamente justo) es simplemente la modalidad suprema de exigencia que el espíritu pueda alcanzar. No se trata de un tipo de tensión que quepa situar en paralelo a la que acompaña al científico o al artista. Simplemente, lo que en estos se da abstracta o separadamente, esa doble tensión, en el filósofo se muestra indisociable. Me atrevo a decir que filósofo es, como Parménides, aquel que a la modalidad de rigor que fragua silogismos... aúna la modalidad de rigor que encadena metáforas.

Por ello es ilegítima toda sociedad que no respalde en los hombres la aspiración filosófica. Pero sobre todo (ya en el plano individual) es miserable el destino de aquel a quien la filosofía ha, simplemente, abandonado; aquel para quién la interrogación alcanza ya tan sólo una dimensión formal, y los elementos que contribuirían a una respuesta son juicios desde hace tiempo archivados y esterilizados en el registro notarial de la erudición.

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10 de junio de 2008
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Odette y los cuerpos oscuros

"Bajo los árboles del boulevard, en una oscuridad misteriosa, erraban figuras apenas reconocibles. A intervalos la sombra de una mujer que se acercaba, murmurándole al oído su disposición a acompañarle, provocaba en Swann un estremecimiento. Rozaba ansiosamente estos cuerpos oscuros como si entre los fantasmas de los muertos, en el reino de sombras, se hallara buscando a Eurídice."

/upload/fotos/blogs_entradas/elamordeswann1_med.jpgCuerpos oscuros de muchachas de la calle, cuerpos no susceptibles de apagar el sentimiento de abandono y desarraigo que produce en el protagonista la primera desaparición de la mujer que, desde ese mismo día, está condenado a amar. Y sin embargo todo lector de la Recherche sabe que ese amor de Swann, la tan frívola como ferozmente calculadora Odette de Crecy, sólo por la enferma sublimación de Swann puede interpretar el rôle de Eurídice.

Cierto es que también Swann es de hecho un simulacro de Orfeo, pues su relación con la música lleva la marca estéril de la erudición y cuando realmente la música le afecta se trata de "notas falsas producidas por dedos inexpertos en un piano desafinado". Ni qué decir tiene que tales dedos son las de la propia Odette, la cual sólo se distingue de las sombras del averno como una cocotte astuta se distingue de la muchacha de la calle o del prostíbulo de carretera.

La pericia para instrumentalizar el deseo de hombres poderosos, su instinto adaptativo y su férrea voluntad posibilitan que, a una edad imposible, cuando la muchacha del prostíbulo ha pasado como mucho a funciones de gerencia, la vieja cocotte continúe alimentando los escuálidos fantasmas de un amante, o de un esposo, anciano y en busca de una reconversión "como una tierra ya estéril para la viña sirve aun para el cultivo de remolacha". Amante o esposo al que -a la vez que traiciona- acaricia, consuela y en definitiva cuida, de manera rácana, "pues es mediocre en tal papel como en todos los demás".

Mediocridad de Odette de Crecy en todos los papeles de la vida, excepto en lo referente a la capacidad de medrar, de ocupar un lugar empapado por la luz dorada, luz a la que cada cosa del alma humana (erudición, arte, modales, afectos, deseos, creencias...) es permeable.

Dinero que es mi alma, dinero que, aun sin saberlo el protagonista, guía las palabras brutales de Swann con las que muestra su complacencia por haberse librado de su amor como quien se libra de una amenaza de ruina: "Y pensar que he gastado años de mi vida, que he deseado morir, que he hecho objeto de mi mayor amor a una mujer que, en realidad, no podía gustarme, que no era de mi estilo."

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9 de junio de 2008
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¿No hay en el mundo dinero…?

"Dinero que es mi alma", repetía a intervalos Agustín García, en un suspiro a la vez resignado y rabioso, en la Boule d'Or, café parisino que servía de refugio a una variopinta tribu de españoles en los años de la diáspora provocada por el franquismo, la miseria económica, o la miseria afectiva. La ocasión se presentaba efectivamente varias veces cada noche. Se trataba simplemente de que la inevitable analidad o racanería de cada uno debía necesariamente ser vencida (de manera inevitablemente dolorosa), a fin de contribuir a que tal o cual pudiera efectuar una inscripción que le permitiera hacerse los papeles, pagar el alquiler de la chambra, o simplemente pillar unas rayas.

Fue entonces cuando parte de la tribu se desplazó al monasterio de San Miquel de Cuixá en el Rosillón, organizando un seminario sobre El Dinero, al que se sumaron, desde Sevilla, Madrid o Barcelona, Perico Romero, Fernando Savater, Jacobo Cortines, Rafael Sánchez , Alberto González , Eugenio Trías...(fue allí donde Demetria, Rafael y Agustín hicieron un poema de despedida a Ferrán). Personas bien dispares... pero unidas por común exigencia de lucidez sobre (casi, casi) lo sagrado, es decir, aquello que cercenaba nuestros cuerpos como nuestras almas, aquello que confería a todo pensamiento una connotación de valor, y que bañaba todo vínculo afectivo en una atmósfera de bolsa, de mercado, en un sentido mucho más preciso del término que el evocado por las coplillas que entre vinos solíamos entonar ("cuan sano me fuera no ir al mercado, que no que viniera tan aquerenciado, que vengo cuitado, vencido de amor...).

Y en San Miquel de Cuixá pasamos una semana entera reflexionando sobre las fórmulas del interés simple y del interés compuesto, con el sentimiento diáfano de que, tan aficionados a filosofar como éramos en general, nos estábamos ocupando de la cuestión metafísica fundamental. Reflexionando, en suma, sobre la esencia del dinero y la amplitud de asuntos literalmente caros sobre los que el dinero proyecta su linterna corruptora. Asuntos entre los que el amor y la sexualidad no sólo cuentan, sino que cuentan de manera primordial, hasta el punto de que se hace en ocasiones imposible discernir si el dinero los ha corrompido, o si (en la modalidad en que se presentan, y que es quizás la única que unos y otros hemos conocido) constituyen la expresión adamantina del vínculo entre almas y cuerpos que la misma palabra dinero designa. De ahí la extrañeza que arriba manifestaba respecto a que los más incondicionales devotos del mercado, los que erigen la libertad del mismo en equivalente de sociedad libre, los que contemplan con estoico sentimiento de lo inevitable, como la vida cotidiana de los hombres (y con ellos lenguas, culturas, sociedades... ) son absorbidos por la voracidad de tal Saturno, los que, en suma, efectivamente, al oro se humillan, tengan aun corazoncito para considerar que no hay en el mundo dinero para comprar los ‘quereres' y que una mujer decente (mientras sólo vende su entera cotidianeidad, su capacidad productiva, su salud y sus exigencias innatas de vivir plenamente como un ser de razón y de palabra) se convierte en indecente cuando incorpora al mercado su capacidad de generar deseo.

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5 de junio de 2008
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