Tatiana unida a un viejo para escapar a lo que considera indigencia de la vida provinciana; su madre anclada en la costumbre, adicción terrible que consuela de las renuncias resultantes de la cobardía; Gremin necesitado de un espejo de juventud que parezca paliar la imagen veraz de su decrepitud; Oneguin que sólo ve la belleza en Tatiana cuando se envuelve en los oropeles del lujo... Decía ayer algo nos toca muy profundamente en esta historia terrible. La indigencia de algunas de sus razones de fondo no es óbice para que estos personajes sean un espejo de la esencial fragilidad de las construcciones humanas, de cómo lo aleatorio de un instante, puede abocarnos a la pérdida de los seres amados, al odio al amigo, la miseria y la destrucción. Hay en esta obra una secuencia particularmente punzante cuando, al amanecer, Oneguin y Lenski han de enfrentarse a duelo y entendiendo lo fortuito de lo que les ha llevado a esta situación se preguntan a la vez "¿no sería más conveniente reírse y conservar nuestra amistad que manchar nuestras manos de sangre?" La respuesta también a la par, y tres veces repetida es "niet". Así Oneguin hiere mortalmente a Lenski y abisma su propia alma simplemente por un instante de frivolidad, generador de un brutal mal entendido. Cuestión de suerte, mala en este caso, esa suerte que a un momento u otro ha sido el factor fundamental de nuestras vidas. Mala suerte también la del propio Pushkin, muerto, como Lenski, como resultado de las heridas que le produce el francés Gaston D'Anthes, a quien reta a duelo por su condición de amante de su esposa.

Sintiéndose traicionado, Lenski reta a su amigo a duelo: tal es la peripecia central de la narración de Pushkin "Eugenio Oneguin", adaptada a la ópera por Chaikovski.
Acabar con el mercado, vienen a decirnos supondría necesariamente la instauración de un régimen de control social y de penuria. Por consiguiente lo único que cabría moralmente hacer, es armarse de paciencia... y esperar que escampe. Mientras tanto el gurú de las finanzas Nouriel Roubini anuncia un panorama apocalíptico y predica como medicina el cierre durante un tiempo de los mercados, sobre todo en países de los llamados emergentes, y digo llamados porque obviamente, de ser cierto que están tan amenazados su emergencia sería ficticia. Este hombre, al parecer, previó hace dos años el actual colapso, de ahí el caso que se le hace y el respeto reverencial con el que se escuchan sus diagnósticos. Como lego en el asunto me formulo una pregunta: ¿era realmente evitable que los evocados ciegos y desaprensivos, pudieran operar como lo hicieron? O en otros términos: ¿está protegida la locomotora del libre mercado -por definición sin conductor- de la intromisión de viajeros que la hagan descarrilar?
la complejidad de las conexiones neuronales no debe servir de coartada para no establecer una carta de las mismas; pues de hecho las neuronas se conectan tan sólo en paquetes relativamente pequeños en relación al monto global, lo cual explica la especialización del cerebro: "por término medio, cada neurona forma unas 1000 sinapsis, aunque algunas pueden tener hasta 5000 o 6000. Este número puede parecer elevado, pero cuando consideramos que existen más de 10.000 millones de neuronas y más de 10 billones de sinapsis, nos damos cuenta de que cada neurona está conectada de forma más que modesta (...) La especialización del cerebro es una consecuencia del lugar que ocupan los conjuntos de neuronas laxamente conectadas dentro de un sistema a gran escala" (Damasio: El error de Descartes, ed. española pág.51.)
En su libro de 2005, La paradoja de la sabiduría, el neuropsicólogo Elkhonon Goldberg señala que la tesis de la no renovación celular en el cerebro humano se mantuvo pese a los trabajos sobre animales realizados por investigadores como Fernando Nottebohm y Joseph Altmann. Se había demostrado, en efecto, que en determinadas circunstancias en las que el cerebro de ratas se mantenía activo se constataba una proliferación neuronal de hasta un 15 por ciento.







