Las víctimas son por definición impersonales e intercambiables. Aparecen como extras pasivos de un marketing emocional, en las cartas que envían las organizaciones no gubernamentales. La desigualdad y la ausencia de reciprocidad caracterizan la relación entre salvadores y salvados".
Extraigo este texto de un artículo del antropólogo Bernard Houris, publicado en Le Monde Diplomatique. El problema auténticamente moral que plantea la contemplación de un acto de caridad, el malestar sordo que a veces provoca, el sentimiento de falacia que se experimenta (falacia no tanto subjetiva -no es la buena intención lo que está en entredicho- como objetiva) reside en esta asimetría fundamental: el ser humano asistido no es considerado susceptible de corresponder en registro alguno, ni siquiera en el del reconocimiento. Pues también el universal "humanidad" ha de ser concreto; ha de hallarse encarnado en algo más que en una forma que responde a la idea de cuerpo humano; ha de ser una expresión al menos potencial de la singularidad del espíritu.
De aquel en quien no se reconoce plenamente al hombre no cabe esperar reciprocidad, y si se le convierte en pasivo objeto de los sentimientos samaritanos (lo cual obviamente exige que él lo acepte), lo que de hecho se hace es ahondar el abismo que de la humanidad le separa. Por ello todos los seres auténticamente generosos han contrapuesto el ideal samaritano al ideal de justicia. Por ello todos los que, sin llegar a perder la dignidad, se han sentido oprimidos, en lugar de arrodillarse exigen reparación.

La persona que escribe estas líneas ha defendido explícitamente ante mi la necesidad de erigir la capacidad de compasión en criterio fundamental para determinar el grado de eticidad, en lo cual sigue la estela de otros universitarios españoles (La compasión era precisamente el título de un libro publicado en Paidós por un catedrático de la Universidad del País Vasco, que curiosamente había años atrás hecho su tesis sobre Marx). Pero además tal compasión habría de ser experimentada por igual ante todo ser dotado de capacidad perceptiva y en consecuencia de experimentar dolor. Corolario de ello sería la propuesta de homologación en derechos de todos los seres provistos de sensibilidad. Pues a diferencia de una ética sustentada en el respeto a los seres de razón, en la cual no cabe unilateralidad, la ética de la compasión no exige reciprocidad alguna, y se concretiza paradigmáticamente en la actitud franciscana.
Corolario de lo que precede es que los estudios de "Ética" han de consistir en todo caso en discernir las razones de Kant para afirmar tal aserto, y no en establecer un breviario de buenos comportamientos. En suma: ascética lectura de la kantiana Metafísica de las costumbres (también, obviamente, de las objeciones que se han hecho a este texto en idéntico registro de elevación conceptual) y no catequesis, más o menos laica.
Ha sido necesario que se proyecte la sombra de un cataclismo para que se asista de nuevo a acciones de resistencia auténticamente moral. Resistencia que pasa por denunciar como cómplice de la mentira todo discurso predicador de la virtud...en el seno del sistema mismo que nos fuerza a vivir y pensar como cerdos, según expresión ("vivre et penser comme des porcs") del llorado matemático y filósofo Gilles Chatelêt, que hace unos años arrojó la toalla (como tantos otros), más desmoralizado quizás por la mentira que empapaba el mundo que por la terrible enfermedad que le roía. Cuando el trabajo humano (es decir, aquello que debería ser expresión de la lucha del hombre por realizar su esencia) es reducido a mercancía, el hombre ha sido convertido en instrumento y, como escribe muy ajustadamente Lucien Sève, no es entonces necesario ser un conocedor de Kant para sentir que el mecanismo es intrínsecamente fétido. 







