Y la que habría de revivificar, sino perpetuar, su memoria, resultó ser la que aceleraba y consumía la obra de la muerte y del olvido. (IV, 172)

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona estudios de Filosofía hasta el grado de Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico. Tras años de docencia en la universidad de Dijon, la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le confió la cátedra de Filosofía. Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo y en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.
Y la que habría de revivificar, sino perpetuar, su memoria, resultó ser la que aceleraba y consumía la obra de la muerte y del olvido. (IV, 172)

Ese nuevo amor que desearíamos tan duradero, reduciéndose, al tiempo que lo hace nuestra vida, vendrá a ser el último (III, 232)

Tras los instantes de dicha cae la imprevisible lluvia de azufre y de lava y entonces, sin tener el valor para extraer las lecciones de la desgracia, construimos de nuevo en los flancos del cráter. (III, 588)

A veces, al atardecer, cuando parecía cansada, él me señalaba en voz baja, cómo, sin darse cuenta, ella confería a sus manos pensativas el movimiento desasido, algo atormentado, de la virgen que introduce su pluma en el tintero que le tiende el ángel, antes de escribir sobre el libro santo en el que está ya trazada la palabra magnificat. (I, 607)

Y el ángel que transporta un sol y una luna ya inútiles cuando ha sido dicho que la Luz de la cruz será mil veces más potente que la de los astros; y el que introduce su mano en el agua del baño de Jesús para ver si está caliente; y el que surge de las nubes para poner la corona en la frente de la Virgen; y todos aquellos que inclinados desde la cima del cielo en los balcones de la Jerusalén celeste, alzan los brazos expresando su espanto y su alegría ante la visión del suplicio de los condenados y la felicidad de los elegidos.
(II, 197)

Como los bueyes de Laon subieron cristianamente hasta la colina donde la catedral se alza los materiales que sirvieron para construirla, el arquitecto los recompensó erigiendo sus estatuas al pie de las torres desde las cuales cabe todavía contemplarlos hoy, entre el sonar de las campanas y la estagnación del Sol, persiguiendo en el horizonte de las llanuras de Francia su sueño interior. Desgraciadamente, si no son destruidos, ¿qué no habrán llegado a ver en estos campos en los cuales al llegar la primavera ya solo florecen tumbas? Al tratarse de bestias, era todo lo que se podía hacer, ubicarlos así en el exterior, surgiendo como de un arca de Noé gigantesca que se habría detenido en éste monte Ararat, en medio del diluvio de sangre. (II, 1529)

Respiramos un aire nuevo, precisamente porque es un aire que hemos respirado antes, ese aire más puro que los poetas han intentado en vano hacer reinar en el paraíso, y que no podría dar esta sensación profunda de renovación si no hubiera sido respirado anteriormente, pues los verdaderos paraísos son los paraísos perdidos (IV, 449)

¿No me había equivocado al tomar estos arbustos que había visto en el jardín por dioses extranjeros, al igual que la Magdalena cuando, en un jardín diferente, un día en que el aniversario se acercaba, al ver una forma humana "creyó que era el jardinero"? Guardianes del recuerdo de la edad dorada, garantes de la promesa que la realidad no es lo que se cree, que el esplendor de la poesía, que la luminosidad maravillosa de la inocencia pueden resplandecer y pueden llegar a ser la recompensa que nos esforzamos en merecer, las grandes criaturas blancas, maravillosamente inclinadas sobre la sombra propicia a la siesta, a la pesca, a la lectura, ¿no eran más bien ángeles? (II, 458-459)

Pues todo ha de retornar, como está escrito en las bóvedas de San Marco y como lo proclaman, bebiendo en las urnas de mármol y de jaspe de los capiteles bizantinos, los pájaros que significan a la vez la muerte y la resurrección. (III, 871)

Me imponía el pronunciar una y otra vez el nombre de Gilberte, como esa lengua natal que los vencidos se esfuerzan en conservar, a fin de no olvidar la patria que no volverán a ver. (I, 490)
