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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La exigencia filosófica

La desaparición de la voluntad de escarbar en todos los aspectos del espíritu a los que me refería en el texto anterior  (voluntad de no conformarse con un saber parcial o abstracto) es meramente la desaparición de  la exigencia filosófica. Exigencia filosófica que yo tuve la suerte de ver encarnada hace  varios decenios en Paris, cuando un estudiante de filosofía se sentía concernido a la  vez por la antropología que describía las estructuras elementales del parentesco, la teoría matemática relativa a las singularidades topológicas que explicaban la emergencia de la forma, las tentativas de Lacan por formular en términos matemáticos y lingüísticos la estructura del inconsciente, la extracción por Monod de los corolarios filosóficos de sus descubrimientos en genética y obviamente la relectura por Pierre Aubenque de los textos de Aristóteles, apuntando a liberarlos de un velo de caspa académica que ocultaba su  fascinante  problemática.

Esta búsqueda de la intersección de los problemas marcaba entonces lo que cabía entender por filosofía y dio lugar a la aparición de centros destinados a apuntalar tal concepto. Concretamente dio lugar a la facultad de filosofía de Zorroaga, en el País Vasco, donde la enseñanza del griego y la lectura de textos de los clásicos se complementaba con conferencias y cursos de matemáticos, antropólogos y artistas, de tal manera que junto a un Pierre Aubenque o un Derrida, los alumnos podían escuchar al medalla Fields de matemáticas René Thom,  a Eduardo Chillida o al antropólogo Caro Baroja...Todo ello queda ahora ciertamente muy lejos, y no se trata de una distancia meramente temporal, sino sobre todo de una distancia también espiritual.  Se trata de que, por razones sociales perfectamente definidas, el espíritu ha tirado la toalla en la lucha contra la compartimentación de los saberes ya entonces imperante y con ello, de alguna manera ha renunciado a sí mismo.

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22 de octubre de 2010
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Sombras del espíritu

En ese lugar de Praga al que me refería en el texto anterior, en esa casa evocadora  de quien simboliza  el amor a la minoritaria  lengua alemana y  la condición judía, la vitrina sobre el "círculo de los filósofos" a la que aludía acentúa la atmósfera de universo perdido. Pues  no sólo los protagonistas han desaparecido, sino que lo ha hecho también el espíritu que  animaba la casa misma de Berta Fanta, ha desaparecido simplemente  ese "circulo de los filósofos". Desaparecido de Praga y desaparecido de cualquier otra ciudad. ¿Pues como imaginar hoy un lugar dónde el espíritu se halle a la vez inquieto por la descripción hegeliana  del proceso que va desde la percepción inmediata a la conciencia reflexiva,   la explicitación por Kant de las condiciones de posibilidad de la experiencia, la lucha por alcanzar- a través de la matemática- un concepto propio para la infinitud, la voluntad   freudiana  de mirar, sondear y descender (provisto de las exclusivas armas de la razón) a  ese  abismo que es el universo de los sueños, la reducción por Einstein de Tiempo y Espacio (que el propio Kant había pretendido apuntalar como incondicionales o absolutos)a meros prejuicios, y finalmente la subversión por la Mecánica Cuántica de algunos de los postulados del pensar a los que el propio Einstein no estaba dispuesto a renunciar?

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20 de octubre de 2010
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“Círculo de los filósofos”

Como casi todas las ciudades consideradas patrimonios culturales o artísticos,  Praga está marcada por la fetichización de sus lugares y personajes  emblemáticos, que a veces  sirven de coartada cultural  al ocioso consumo del llamado turismo de masas. Obviamente el significante Kafka no podía escapar a la regla, y así  los millares de personas que  hacen literalmente intransitable el llamado Puente Carlos ven en una casa de la orilla un aparatoso anuncio indicativo de que se trata de un museo dedicado a la evocación del escritor. Sin embargo, incluso en época vacacional, el lugar (que realmente posibilita una  reconstrucción subjetiva  de la atmósfera en la que transcurrió la vida del escritor)   puede ser visitado sin agobio y, a ciertas horas, es posible que el visitante recorra  las salas en solitario. En una de las mesas-vitrina, concretamente la señalada con el número 6, se exponen objetos y  documentos dispares,  cuya unidad  de significación viene señalada en el  texto informativo que reproduzco:

"El círculo de los filósofos.  En casa de los Fanta

En Praga, Berta Fanta es una suerte de Madame de Staël. La fachada de su casa tiene gravado en bajorelieve el emblema del unicornio. En ella acoge a intelectuales en veladas en las que se leen obras de Hegel, Fichte y Kant. Se escuchan asimismo conferencias sobre los grandes temas de la época, el psicoanális, la teoría de la relatividad, los números transfinitos o la teoría de los quanta. Además de Kafka se encuentran allí con frecuencia...el matemático Gerhard Kowalewski, el filósofo Christian von Ehrenfels, el físico Philipp Francis  y Albert Einstein, que en esta época era profesor en la universidad de Praga"

Y entre los objetos expuestos una edición de la Fenomenología del Espíritu de Hegel y otra de la Crítica de la Razón Pura, además de fotografías del entonces joven Einstein, Rudolf Steiner y otros de los contertulios. Volveré sobre esta afortunada intersección.

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14 de octubre de 2010
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Todos los humanos

Más arriba vinculaba una afirmación del físico Max Born a la afirmación aristotélica según la cual el deseo de saber, la exigencia de lucidez es inherente a nuestra condición. En esta reflexión que ahora inicio , en esta tentativa de establecer el estado de la cuestión sobre la evolución de nuestra imagen de la naturaleza (la physis de los griegos, ese poderoso concepto que desde el mineral a la palabra recubre todo aquello con lo que nos relacionamos los humanos) hago un paréntesis para glosar de nuevo el texto de Aristóteles, recordando así que enfrentarnos a ese problema es - o debería ser- algo más que una contingencia en nuestras vidas:

"TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos complacemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto tratándose de la vista."

En efecto, no sólo en los casos en que la vista es útil para un objetivo, si no también cuando nada pretendemos hacer, preferimos ver a cualquier otra cosa; la razón estriba en que, de entre  todos los sentidos, es la vista la que nos proporciona mayor percepción de diferencias en las cosas que a nosotros se ofrecen.

En razón de la naturaleza de los animales, éstos nacen con capacidad de tener sensaciones;  en algunos de ellos la sensación llega a generar memoria, mientras que en otros  esto  no ocurre. Los dotados de memoria son más cautos y prudentes que los incapaces de recordar. Tal prudencia se da incluso entre animales desprovistos de capacidad auditiva, mas cuando esta última se añade, entonces el animal adquiere cierta capacidad de aprendizaje.

Así pues, los animales diferentes del hombre viven con imágenes y recuerdos y ello les proporciona ya, en pequeño grado,  la capacidad de tener experiencia. Pero en el vivir de los humanos cuentan además como ingredientes el conocimiento técnico y la capacidad de razonar.

Tratándose de la vida práctica, la experiencia no tiene menor valor que el conocimiento técnico, y el hombre con experiencia tiene más éxito que el que domina la teoría pero no tiene experiencia. Y sin embargo todos pensamos que el conocimiento y la intelección son cosa más bien del técnico y que éste es más sabio que el mero hombre de experiencia, y ello en razón de que conoce la causa, la cuál el primero ignora.

...Y así, cuando las técnicas proliferaron, unas al servicio de las necesidades de la vida, otras con vistas al recreo y ornato de la misma,  los inventores de las últimas eran con toda justicia considerados más sabios, dado que su conocer no se subordinaba a la utilidad. Mas sólo cuando tanto las primeras técnicas como las segundas estaban ya dominadas, surgieron las disciplinas que no tenían como objetivo ni el ornamentar la vida ni el satisfacer sus necesidades, Y ello aconteció en los lugares dónde algunos hombres empezaron a gozar de libertad. Razón por la cual las matemáticas fructificaron en Egipto, pues la casta de los sacerdotes no era esclava del trabajo."

 

Tras el hecho, nunca suficientemente enfatizado, de que Aristóteles atribuye  la exigencia del pensar a la totalidad de los humanos, cabe enfatizar la afirmación de que disciplinas como la matemática, sólo son posibles cuando están solventadas, no ya las cuestiones relativas a la necesidad, sino también las relativas a la distracción, el ornato y hasta la belleza. Importantísima es asimismo la declaración de que sólo en condiciones de libertad pueden los humanos acceder a esta última etapa. En fin, es muy significativo el hecho mismo de  que el primer ejemplo de ciencia que responde a la exigencia de absoluto desinterés por aspectos ajenos a su propia práctica sea la matemática. De esta  independencia del pensamiento matemático, no ya  en relación a los intereses de la vida cotidiana, sino incluso a las exigencias de otras disciplinas, cabe dar un ejemplo indiscutible, a saber, la teoría de las secciones cónicas: los matemáticos griegos estudian la elipse, la parábola y la hipérbola, cuatrocientos años antes de Cristo, pero su primera aplicación no se encuentra hasta la cosmología de Kepler, con su conjetura de las órbitas elípticas que, en torno al sol, realizarían los planetas.

Hemos de relacionar estos rasgos, en los que se muestra un aspecto desprendido y liberador del hecho mismo de pensar, con lo que antes decía  sobre la mutilación que para los seres humanos supone vivir en una sociedad que da la espalda a la filosofía, o que incluso se sustenta en su repudio:

Para la inmensa mayoría de los humanos la lucha por la subsistencia ocupa la integridad de sus jornadas. Y aun ateniéndose a los privilegiados ámbitos en los que esta esclavitud inmediata queda atrás, perdura la imposibilidad de vivir en condiciones no ya de ornato y  confort, sino incluso de salubridad, es decir, imposibilidad  de vivir simplemente con decencia. En lo referente al ornato, la  preocupación por alcanzarlo llega a confundirse con la radical confrontación que supone la aspiración artística, de lo cual es indicio el uso que se hace en nuestra lengua del término diseño. En fin, somos tan poco fieles a la concepción aristotélica del saber como algo en lo que el hombre encuentra su realización  (y que en consecuencia ha de valer por si mismo), que la matemática es socialmente concebida  como mero instrumento para disciplinas con finalidades prácticas, e incluso instrumentalizada al servicio de la selección social.  

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6 de octubre de 2010
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“¿Qué es una cosa?” (II)

En lo que precede he evocado un  problema central pero que no debe aparecer sino mucho más tarde en esta reflexión, a saber el problema del   grado de independencia con respecto a sus propias construcciones de aquellos  conceptos con los cuales el hombre se aproxima al entorno e intenta dar cuenta del mismo, ya sea de forma ingenua (eventualmente mágica), ya sea bajo esa forma que hoy identificamos a la ciencia.

La sospecha sobre aquellas determinaciones conceptuales que parecen legitimadas por una apariencia de obviedad, es cuando menos filosóficamente sana, salud sobre la cual la disposición cartesiana sigue constituyendo la referencia paradigmática. Sin embargo esta sospecha no puede, metodológicamente al menos, ser exhaustiva. No podemos rechazar por ausencia de carácter apodíctico todos los conceptos y categorías que sustentan el edificio convencional  de la ciencia...al menos de renunciar a todo conocimiento, conformándonos con un instalación escéptica en la aleatoriedad de los fenómenos. Indicaba Aristóteles que la simple percepción implica ya para nosotros una modalidad de juicio y en consecuencia la operatividad de las categorías que recubren los conceptos aplicables como predicados de un sujeto. Sin orden categorial no habría juicios y sin juicio no podríamos reconocer nada en el entorno ,cabría someramente argumentar. Pues bien:

Entre los conceptos a los que no podemos renunciar está el tan general que en castellano designamos mediante el significante cosa. La pregunta por la cosa es en sí  mismo problemática. Si nos preguntamos qué es el caballo o el electrón del átomo de  hidrógeno, remitimos en la respuesta  a conceptos genéricos  (animal, partícula ), y a rasgos específicos  que  los sobredeterminan  (vertebrado, mamífero; carga negativa,  ubicación periférica en el seno del átomo). El asunto es  más complejo si  nos preguntamos por el ser del hombre, pues habría quizás que incluir en la respuesta la   condición de matriz exclusiva del binomio mismo interrogación-respuesta. Pero si, como quieren tantos reduccionistas, hacemos abstracción de tal circularidad  (sólo provisionalmente, pues precisamente  la disciplina científica  contemporánea que aquí en primer lugar nos ocupa  no autoriza a ello), podemos resolver el expediente diciendo que el hombre es un animal con una determinada configuración genómica.

No hay sin embargo manera de encontrar fácil expediente si lo que nos motiva es la pregunta por la cosa. Pues el complemento en  la eventual respuesta, "cosa es..." remite ya de alguna manera a lo preguntado.

Útil es al respecto, como tantas veces, recurrir a la etimología de la palabra, la cual indica que si bien en un sentido restringido cosa es aquello que como ser inanimado se opone a lo viviente (con énfasis en el viviente humano), en un sentido esencial cosa  no sólo abarca tanto aquello que tiene entidad  material ( viviente o inanimada,   dependiente sólo del azar y la necesidad o forjada por el hombre) como aquello que es puramente eidético o abstracto, sino que constituye incluso la matriz de todo ello, como indica su vínculo con el término latino causa.  

La pregunta por la cosa es la pregunta por lo originario, que no puede ser respondida remitiendo a lo que de tal origen deriva. La pregunta por la cosa es en cierto modo la pregunta por la physis, la pregunta por la naturaleza, siempre que este término sea tomado en la amplitud de su riqueza y no circunscrito a aquello que se muestra ante el ser de razón como su origen preexistente y que subsistiría con toda independencia de esta misma razón que la interpela. La pregunta por la cosa es en suma la pregunta por el ser de  todo aquello a lo que atribuimos una naturaleza, con el esencial presupuesto de que también atribuimos una naturaleza al ser humano.

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1 de octubre de 2010
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“¿Qué es una cosa?” (I)

"Una exposición relativa a cualquier área de las ciencias físicas contendrá inevitablemente términos que forman parte del trasfondo no sólo  científico sino cultural de la época en la que tal exposición se realiza.

La significación y aplicabilidad de tales términos son generalmente consideradas como  algo obvio y en consecuencia no necesitadas de ulterior explicación. Y sin embargo, a intervalos temporales, nuevos conceptos surgen que desafían este orden pre-establecido de verdades y mueven a una replanteamiento  radical de esos conceptos que no reflexionábamos..."

Quien así se pregunta por el ser mismo de las cosas, retomando y refiriéndose  explícitamente a la interrogación de Heidegger de 1967 (Die Frage nach dem Ding) es un profesor de Física en el curso de su tarea ordinaria, es decir, impartiendo un curso relativamente avanzado de la disciplina en el Imperial College de Londres [1] El autor evoca inevitablemente la decapitación por la Teoría de la Relatividad de los presupuestos sobre los que construíamos nuestras ideas de Tiempo y Espacio,  presupuestos que  se revelaron ser meros prejuicios. Pero el asunto va mucho más allá.

Ejemplos de tales términos en apariencia inocuos que hoy habría que mirar con  lupa antes de remitirnos a ellos serían, entre otros,  observable en una entidad física, propiedad de esa misma entidad, cantidad física, medida de una propiedad, causa de un evento, efecto de tal causa, y un largo etcétera. Simplemente el honesto profesor de una disciplina especializada que es Chris J. Isham, no se siente autorizado para referirse a tales conceptos ante sus alumnos  dando por supuesto que la significación de los mismos es inequívoca y que por consiguiente son susceptibles de objetivo acuerdo entre todos los seres razonables.

No es fácil encontrar en un texto técnico de Física Teórica referencias al Psicoanálisis, y menos aun referencias a un psicoanalista tan controvertido como era C. G. Jung ( que nunca he leído más que fragmentariamente  y ante el que siempre he tenido más bien prevención). Por ello es tanto más sorprendente encontrar en el libro de  Isham una reflexión de Jung  sobre la idea de causalidad, su aleatoriedad o carencia de concepto propio o universalizable, y el modo en que esta aleatoriedad misma puede  determinar hasta el desvarío  la subjetividad  de los seres de razón:

"De igual manera que la conducta sexual  frecuentemente transforma al hombre en un monstruo, también la categoría elemental de causalidad puede llegar a adquirir los caracteres de una necesidad, una insaciable exigencia que arrastra  todo consigo y para satisfacer la cual la cual las personas pueden incluso sacrificar sus  propias vidas. Se trata de una infatigable pulsión que nos inflama  y que hace despreciar todas las arduas tareas e imperativos de los hombres,  haciendo que sonriamos ante aquello que los demás hace llorar "

Lo que Isham pone de relieve en esta cita es el enorme poder emocional que son susceptibles de vehicular las categorías más abstractas, aquellas que no son objeto de reflexión porque aparecen más bien como condición de posibilidad de la reflexión misma. Enorme poder emocional de aquellos conceptos o categorías que Ortega denominaba ideas que somos, por oposición a las ideas que tenemos, es decir, aquellas que engrasan nuestra relación cotidiana con el entorno y los demás  y que en última instancia tienen soporte en las primeras.

Las ideas que somos, las ideas que dan soporte al pensamiento,  no son por definición pensadas ellas mismas o sometidas a juicio...hasta que algún tipo de conmoción en el conjunto de lo sustentado en tales ideas, algún tipo de  fallo en la previsible sucesión de los fenómenos o de contradicción en la descripción de los mismos, sea  esta  descripción ingenua o científica, hace que sintamos la imperativa  necesidad de volcarnos sobre tales ideas, de convertirlas en objeto de reflexión y  juicio. El ejemplo standard es el cúmulo de aspectos conflictivos en el seno de la Física que condujeron a Einstein a forjar una teoría que hacía recuperar la consistencia de la disciplina... al precio de repudiar como si se tratase de meros prejuicios las ideas preestablecidas de Tiempo y Espacio.

Decía que no es usual ver citado a Heidegger (a fortiori a Jung) en un texto rigurosamente técnico de Física. Menos usual es aun encontrar  una preciosa referencia al Jorge Luis Borges  de 1964, en la que el escritor se refiere a la más o menos consciente voluntad del hombre de constituirse en soporte del mundo. Guiado por tal voluntad el hombre forja imágenes de regiones, valles,  montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto  de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro.

Y el físico británico glosa su cita del escritor argentino poniendo el énfasis en  que, en el seno de la ,  la Mecánica Cuántica es un emblemático territorio de la actividad humana dónde constatar que  las "verdades" que creemos ser la referencia de nuestras construcciones no sólo son fruto de esas mismas construcciones, sino que precisamente  por ello  pueden llegar a erigirse en esas causas cargadas de peso dogmático a las que hacía alusión el texto de Jung:

"La interpretación de la teoría cuántica es un poderoso ejemplo de este fenómeno: no es usual encontrar un físico o filósofo de la ciencia, defendiendo una posición específica con tal fervor y pasión que ultra-pasa con mucho el grado de emoción asociado normalmente con las creencias científicas: en efecto, a veces se diría que su propia existencia dependiera de los resultados del debate." (p.66)


[1]              Chris J. Isham. Lectures on Quantum Theory Imperial College Press London, 1995. Las referencias a Heidegger se encuentran en la página 65

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29 de septiembre de 2010
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Estupor

"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por  un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de  confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como  llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma" (Aristóteles)

Permítaseme  evocar una vez más un repetido tópico de la historia de la ciencia y glosar el comentario al mismo de uno de los más importantes físicos del siglo veinte:

Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la tierra por navegantes de diferentes países,  fue difícil superar argumentos en contra de la esfericidad, que parecían del todo razonables. Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaríamos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superficie de la tierra y al llegar a la antípoda, pura y simplemente caeríamos en el vacío. Argumento vinculado a éste es que dejaría de haber un "arriba" y un "abajo" propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería "abajo".

Había además la confianza en la intuición inmediata, que  de ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de accidentales curvaturas como las colinas, la superficie de la tierra se nos antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abogaba por la tesis de que el sol era un enorme astro incandescente en torno al cual otros astros (la tierra entre ellos) girarían. El segundo ejemplo es tanto más interesante, cuanto que no se daba  siquiera el análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras.

Si a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a las arraigadas  convicciones sobre la centralidad de la tierra, ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas  fueran abriéndose camino? Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la fe, poseían gran fuerza explicativa .Ahora bien: lograr aclarar, explicar, sustentar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en su totalidad, constituye en palabras de Max Born "el ardiente deseo de toda mente pensante", deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar "sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia".

Casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del Nóbel de Física e interlocutor mayor de Einstein. Conviene enfatizar el hecho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes pensantes, no meramente de una élite social, religiosa o intelectual.  Ello me dará oportunidad  de  volver sobre otro texto de Aristóteles,aun más emblemático que el citado,  que ya he presentado aquí  varas veces ( en traducción tan "libre" estilísticamente como  rigurosamente fiel al contenido)y del que hoy recojo sólo la primera frase

"TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos complacemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto tratándose de la vista."

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23 de septiembre de 2010
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Muerte del escritor

Iba así enfriándose progresivamente, pequeño planeta que ofrecía una imagen anticipada de lo que serán los últimos días del planeta grande, cuando poco a poco el calor se retirará de la tierra, y tras el calor la vida. Entonces, la resurrección se detendrá, pues por muy adelante que en las generaciones futuras alcancen a brillar las obras de los hombres, nada renace ya cuando no hay hombres. (III, 689)

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16 de septiembre de 2010
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Los zancos

Y avanzaba tembloroso, sobre la cumbre difícil de sus ochenta y tres años, como si los hombres se hallaran fijados sobre zancos vivientes que crecen sin cesar, a veces superando en altura a campanarios, lo que hacía que el andar se hiciera difícil y peligroso, por lo cual, de repente, esos hombres acaban por desplomarse. (IV, 625)

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15 de septiembre de 2010
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En la cima de los años

Experimentaba un sentimiento de fatiga y de espanto al sentir que todo este tiempo tan largo, no sólo había, sin interrupción alguna, sido vivido, pensado, conservado por mí, que constituía mi vida, que era mi propio yo, sino también que debía en todo momento ser mantenerlo atado a mí, que era el soporte de ese mi yo fijado en su vertiginosa cima (...) Sentía vértigo al ver bajo mis pies, y sin embargo en mí, como si tuviera leguas de altura, tanta cantidad de años (IV, 624)

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14 de septiembre de 2010
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El Boomeran(g)
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