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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La esencial cuestión de los principios

Empezaré recordando una anécdota. En los años en los que yo era estudiante en París, en las postrimerías del régimen de Franco y en razón de uno de los desmanes del mismo, visité a un grupo de filósofos (Althuser, Foucault) para que junto a otros intelectuales firmaran una carta de protesta. Aun vivía por entonces Jean Wahl, pensador francés arrestado durante la ocupación nazi por su condición de judío, fugado del campo de internamiento de Drancy, resistente, y ulteriormente exiliado a los Estados Unidos.
La extremada delgadez del filósofo (poco más de 40 kilos según me dijo su mujer) testimoniaba de su delicadísimo estado de salud y de hecho murió poco después, pero su lucidez era absoluta y no solo recordaba interesantes situaciones vividas muchos años atrás, sino que reordenaba sus impresiones en función de informaciones y vivencias muy recientes.
Cuando le presente la carta sobre España y le dije que yo mismo era español, me preguntó aun antes de firmarla si yo había leído a Ortega y Gasset. La verdad es que entonces no lo había leído y así se lo dije, añadiendo ante su gesto de sorpresa que yo no había estudiado en España y que mis profesores en París no me habían invitado a su lectura.
Jean Wahl me respondió que él mismo no lo había leído hasta muy poco antes, aunque lo había conocido mucho personalmente sin que hubiera habido simpatía entre ellos. Jean Wahl había de hecho mantenido prejuicios respecto a la obra de Ortega, prejuicios que desaparecieron por entero cuando, por circunstancias azarosas, había topado con la traducción francesa de La idea d principio en Leibniz... obra póstuma de Ortega, tan sólo publicada en 1958 aunque proyecto diferido desde 1947. Al empezar a ojearla su entusiasmo fue creciendo, y en estos últimos de su vida el frágil y valiente Jean Wahl tenía a Ortega (la extraordinaria Ideas y Creencias entre otras obras) entre sus pensadores.
¿Y qué se propone Ortega en tal libro? Algo simplemente extraordinario para lo que le faltaron las fuerzas. De hecho no llega a hablar cabalmente de la cuestión planteada, no llega a hablar de Leibniz, aunque va prometiendo en extraordinarias notas al pie de página que lo hará. No llega Ortega y Gasset a desentrañar nada y ni siquiera a sondear el abismo que la interrogación a la que invita supone, pero tuvo el gran valor de plantearla con total honradez y la claridad de escritura que le caracterizaba.
Ortega se enfrenta a la cuestión de los principios preguntándose no sólo por la universalidad de algunos de entre ellos sino sobre todo qué supone el hecho mismo de formular principios. Y en la medida en que Leibniz encarna paradigmáticamente esta inclinación Ortega da a en el título protagonismo a este autor al que- como decía - le falto energía para interrogar a fondo.
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21 de junio de 2012
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Exigencias de la lengua

El Narrador de la Recherche de Marcel Proust se presenta a sí mismo como sabiendo, ya desde muy joven, que la lengua tiene exigencias muy difíciles de satisfacer para la personalidad viciada por la pereza, la inercia y la costumbre, y a veces  exclusivamente configurada por estos defectos.
En primer lugar, exigencias de no repetición, pues la repetición es incompatible con la intrínseca variedad, con la tendencia a mutar, de la lengua. Si la lengua funciona en libertad (es decir, si el hablante o el escritor no la subordinan, no la reducen a instrumento al servicio de causas más o menos legítimas) entonces, dada una frase, no hay ley que permita aventurar la frase que va a seguir. Pero la condición de no repetición es insuficiente. Hay también una suerte de determinismo pues una vez la nueva frase presente ha de producir el sentimiento de que no podría ser remplazada por otra.
La nueva frase es pues imprevisible, pues ningún objeto la dicta, y necesaria, pues no puede - sin rechinar- trascender las fronteras de un determinado espectro. De tal modo, libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación, aparecen como criterios de posibilidad de la obra de arte 1.
La riqueza del lenguaje reside en esta capacidad de variedad, en la abundancia de elementos de la que ninguna lógica probabilística sería apta para dar cuenta. Apostar por el lenguaje es apostar por esa pluralidad liberadora, en lugar de hacerlo por la uniformidad que suele presentarse como universo real. Ese supuesto universo real sólo alcanza legitimidad cuando la fértil potencialidad del lenguaje lo toma como punto de arranque. La función del escritor es, de alguna manera, recordar la verdad de las cosas que se presentan: las cosas son, para los hombres, siempre de alguna manera palabras, pero un cambio cualitativo se da cuando un ser humano decide asumir con radicalidad tal hecho; decide ver en las cosas, incluidas aquellas forjadas por los hombres, esencialmente un material para la vida de las palabras.

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1  Libertad, en razón de que el artista no es jamás un mero transcriptor de lo ya dado. Ausencia de arbitrariedad, pues tras un primer rasgo, nota, o frase, la voluntad del artista poco cuenta. Necesidad, pues el espectro de valores que determina cada paso ha de ser compatible con el todo de la obra (todo que no forzosamente es un conjunto de rasgos simultáneamente compatibles). Ausencia de predeterminación, dado que antes de la intervención del artista es imposible decir qué surgirá. Enrique Baca se ha interesado de manera particular por esta problemática.

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19 de junio de 2012
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En razón de qué la recherche de Proust

Cualquiera de los grandes de la literatura hubiera podido servir de trampolín para la exposición de la tesis, y para la incitación a introducir entre nuestras máximas de acción (introducir en las alforjas de nuestra ética), el luchar contra todo aquello que dificulta la asunción por cada hombre de su naturaleza, lo cual como ya he señalado pasa por la confrontación política contra las formas de alienación.
Hay sin embargo (aun haciendo abstracción de las circunstancias aleatorias por las que la Recherche, a modo de Guadiana literario, ha retornado en mi vida a lo largo de decenios) una razón suficiente para que este libro sea el escogido, a saber: que el Narrador mismo se encarga de dar explícita cobertura a la tesis aquí mantenida.Marcel Proust afirma explícitamente, en relación a la teoría literaria, que un libro - y cabría decir en general la obra de arte- es el resultado de una dimensión de la personalidad que nada tiene que ver con la que se muestra en sociedad, la cual está determinada por las costumbres, las manías y, en ocasiones, las perversiones o vicios. Y todo indica que sólo en el momento en que adopta la resolución de escribir la Recherche, esta personalidad profunda, de ordinario encubierta por una identidad convencional, más o menos vacua y más o menos narcisista, está realmente aflorando e imponiéndose.
En cualquier caso el autor quiso que los lectores tuviéramos la impresión de una decisión ascética, análoga en intensidad (en modo alguno en coincidencia de causa) a la que determina la actitud mística, y sobre todo, quiso que los lectores nos hiciéramos partícipes de la disposición ética que ello implica. Por ello enfatizo en mis textos sobre la obra de Proust la presentación que el Narrador hace de sí mismo como un frecuentador de ambientes mundanos (tan brillantes como a veces frívolos y esnobs) que, cuando finalmente se decide a escribir, lamenta emprender su tarea "en vísperas de la muerte y sin saber nada de mi oficio".
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14 de junio de 2012
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La praxis de narradores y poetas

El trabajo de todos los grandes del verbo sólo se explica en base a la convicción de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a vehículo de exploración cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza nos singularizó, narradores y poetas apuestan a riqueza aun mayor. Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evolución, alcance sin embargo la potencia de ese verbo al que hacen referencia los evangelistas. Potencia que no nos arranca al mundo, pero sí nos hace sentir que lo irreversible del devenir del mundo no es lo único que nos determina.
Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que, en la inmediatez natural, coarta nuestra libertad; apuestan a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser hablante supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Y saben que los demás esperamos de ellos que se sacrifiquen para desplegar esta potencia, a lo que contribuimos también todos y cada uno de nosotros cada vez que asumimos nuestra singular naturaleza, cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en sí.
En tal sentido me he permitido afirmar algo que llamó la atención del profesor Enrique Baca, a saber que "vivir literariamente, en el sentido más riguroso del término ha de ser la máxima de acción que anime nuestras acciones" Añado ahora que tal praxis es la causa final de las modalidades de praxis que apuntan a superar las condiciones sociales que reducen al ser humano a la lucha por la subsistencia y como mucho a la lucha por el ornato de la vida. La sociedad en la que se realizaría esa asunción por el hombre del problema total de la existencia a la que se refiere Marx los Manuscritos del 44 habría de conducir a que, de alguna manera, la fertilización del lenguaje efectuada por narradores y poetas fuera tarea de cada uno de nosotros. Doy así respuesta a la pregunta que yo mismo me hacía en una reflexión publicada hace un par de meses en el diario El País:
"Precisamente cuando las medidas económicas apagan el alma de los ciudadanos, cuando la sumisión a agotadoras jornadas laborales tiene doloroso contrapunto en la ausencia de trabajo (o en el pánico a perderlo), se impone como exigencia política el restaurar la pregunta sobre la esencia de la condición humana y la tarea que respondería a tal condición. ¿Está el ser humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho y así condenado a esa tortura a la que para algunos remitiría (por razones más o menos etimológicas) el término mismo trabajo, o es pensable una sociedad en la que la tarea esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan las facultades que nos caracterizan como especie singular entre otras especies de seres vivos y animados?"
Así pues, interrogándome sobre la razón del trabajo literario y barruntando que sólo por el enorme peso de tal razón en la vida de los hombres se explica la admirable ascesis de algunos escritores (la entereza con la que subordinan todo aquello que -por formar parte de nuestros intereses y deseos más anclados- los demás solemos erigir en fin en si), tomo apoyo en la Recherche de Marcel Proust a fin de extraer argumentos para una tesis general (que quisiera poder depurar de connotaciones tanto idealistas como románticas) no ya respecto a la obra literaria sino a la actitud de los que se consagran a la misma a saber: que haciendo del enriquecimiento del lenguaje la causa final de sus acciones son de alguna manera redentores de nuestra condición; en ellos recaería la misión de reconciliarnos con nuestra naturaleza, mediante el recurso de mostrar la fertilidad y grandeza de la misma.
Pues a diferencia de los discursos teoréticos sobre la singularidad del lenguaje humano, sobre la imposibilidad de reducirlo a un emisor y receptor de información, y sobre su capacidad de infinita renovación, narradores y poetas tienen la ventaja de la praxis. No se limitan a predicar las virtudes del lenguaje, sino que las muestran, convirtiendo así en evidencia la conveniencia de ponerse a su servicio: conveniencia de intentar reconciliarnos con lo que constituye el rasgo fundamental de nuestra especie, lo que nos singulariza en relación a las demás especies animales.
Y ¿por qué para la defensa de esta tesis y de la ética que de la misma se infiere he escogido la Recherche? ¿Por qué entre "todos los grandes del verbo" haber elegido a Marcel Proust? Intento en el propio cuerpo de la reflexión dar la respuesta.
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12 de junio de 2012
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¿Se trata de la obra de Marcel Proust?

Mi amigo, ahora editor, e interlocutor desde hace muchos años, el profesor de historia de la medicina y escritor José Lázaro, se pregunta si mis reflexiones en torno a la Recherche de Marcel Proust, muchas de ellas recogidas en este mismo foro y objeto de un par de publicaciones, reflejan una tesis presente más o menos en filigrana en la obra, o son algo de mi propia cosecha. Asimismo en relación a mi lectura de Proust me hace alguna observación el profesor Enrique Baca, concretamente sobre una tesis que avanzo relativa a los criterios que caracterizarían al trabajo literario (libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación), y sobre el vínculo entre los objetivos generales de la condición humana y la tarea literaria.
Sin duda podría dar a José Lázaro una respuesta evasiva, diciendo que la pregunta sobre el grado de subjetividad vale para cualquier interpretación de una obra literaria o filosófica. Valdría incluso para una teoría científica: baste evocar la multiplicidad de interpretaciones la Mecánica Cuántica, todas ellas sustentadas en las mismas previsiones y en los mismos datos empíricos, y sin embargo radicalmente divergentes en el registro filosófico.
Es obvio que en terrenos de hermenéutica no hay objetividad absoluta que valga, que la frontera entre lo que dice el intérprete y lo que quiso indicar el autor es muy tenue, y ello aun sin tener en cuenta que, muy a menudo, el texto refleja más bien exigencias o fantasmas ocultos del autor que intenciones conscientes del mismo. En suma:
Es imposible saber lo que quiso decir Marcel Proust al escribir esta obra "tan extensa como Las mil y una noches". Pero ello no es óbice para que a partir de ese texto, en el que tantos lectores han creído encontrar un espejo de su realidad interior, quepa extraer argumentos para la defensa de una tesis, que encierra el embrión de una ética. (obviamente José Lázaro está legitimado para preguntarme hasta qué punto Proust ha sido una mera coartada).
La tesis es que la gran literatura libera al lenguaje de esa reducción a mero instrumento que caracteriza su uso cotidiano. La gran literatura convierte en evidencia el hecho de que el lenguaje, lejos de constituir un simple código de señales, un utensilio en la lucha del animal humano por la conservación individual y específica, es la esencia misma de dicho animal, de tal manera que la fertilidad del lenguaje (su recreación en la forja de frases jamás anteriormente contempladas por ejemplo) constituye la muestra de la realización del propio ser humano.
La ética se desprende directamente de la tesis: si la fertilización del lenguaje equivale a fertilización del ser humano, si la causa del lenguaje y la causa del hombre se confunden, entonces la primera exigencia, el primer deber para con nuestra especie, es luchar por liberar aquello que posibilita la asunción por cada individuo de su condición lingüística, lo cual pasa por abolir todo lo que la dificulta, en primer lugar las estructuras sociales en las cuales, para la inmensa mayoría de los humanos, la problemática esencial se reduce a la lucha por la subsistencia.
Pero no sólo en el registro colectivo o político encuentra el ser humano resistencia en el combate por asumirse como ser cabalmente de lenguaje. Para proseguir una existencia extraviada en la pasividad, para renunciar a la lucha esencial consigo mismo que supone todo acto de conocimiento y todo acto de simbolización, para que en uno la vida del espíritu sea sustituida por la iteración de prejuicios, hay todo una panoplia de justificaciones imaginarias, de falsos deberes pero verdaderas coartadas, que las páginas de la Recherche estigmatizan una y otra vez bajo el nombre de pereza. Esa pereza por la que La Recherche pareció a los ojos del mismo Narrador (más o meno confundido con la persona del propio escritor) una promesa eternamente diferida. Volveré sobre ambos extremos.
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7 de junio de 2012
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La actitud filosófica

La filosofía no sólo es indisociable de su propia historia sino también de los grandes nombres que la encarnan. En esta reflexión sobre el reto que para la filosofía y concretamente para la metafísica supone la ciencia natural de nuestra época no es quizás ocioso poner nombre y hasta rostro a la actitud filosófica. Como en todo ejercicio de selección el riesgo de arbitrariedad está presente, pero ahí va:
La disposición de espíritu que da nombre a la filosofía podría sintetizarse en la exigencia subjetiva de hacer propia la entereza de Aristóteles, el rigor de Descartes y la ambición de Hegel.
Entereza del Aristóteles al que la lucidez sobre lo trágico de la condición humana (véanse sus líneas sobre la vejez de los hombres como encarnación del cambio destructor, del tiempo como medida de corrupción y no de generación), no le impide considerar que en la actualización de sus capacidades cognoscitivas y creativas encuentra el hombre un modo de serena plenitud.
Rigor de Descartes, concretizado en su Discurso del Método, joya tan literaria como filosófica, cuya "claridad y distinción" es paradigma de esa "cortesía" que reivindicaba Ortega como modelo de la actitud filosófica.
Ambición de Hegel, cuya grandiosamente especulativa Ciencia de la Lógica induce al lector a explorar a la vez los meandros de la ciencia natural, de las disciplinas matemáticas (la intelección de una nota sobre la unidad de cualidad y cantidad de la que daría testimonio la fórmula de la derivada, obliga a explorar toda la historia del cálculo diferencial) y de las disciplinas del espíritu.

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5 de junio de 2012
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La metáfora y la fórmula (II)

Señalaba en la columna anterior la conveniencia de no rebajar el peso del universo de los conceptos carentes de representación pero fértiles a la hora de describir y explicar; describir y explicar concretamente la estructura del orden natural. Hay sin embargo una segunda razón para no satisfacerse en el recurso a la metáfora (u otros expedientes literarios) para la expresión de determinaciones conceptuales, a saber, lo que ello conlleva de subordinación de la primera. Pues la metáfora no es un aspecto contingente de la vida del lenguaje, ni en consecuencia un aspecto contingente de la vida de los hombres. La metáfora es uno de esos contenido esenciales por los que el lenguaje humano emergió en contraposición a los códigos de señales válidos para la subsistencia individual o específica y exclusivamente subordinados a las mismas. "Escapar a las contingencias del tiempo en una metáfora" señalaba Marcel Proust como tarea del escritor, a entender como paradigma de la tarea cabalmente humana.
La metáfora, en suma ha de valer por sí misma, y tal cosa cabe decir del concepto. Dos universos en los que el espíritu se recrea y la humanidad se reconoce.

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31 de mayo de 2012
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La metáfora y la fórmula (I)

En este foro me he referido muchas veces a la legitimidad de recurrir a expedientes literarios para expresar teorías científicas o filosóficas, y he evocado al respecto al matemático y filósofo René Thom, quien solía señalar que si una metáfora no puede nunca reemplazar al concepto propio de aquello de lo que se está tratando, a falta de tal concepto una metáfora vale más que nada.
Sin embargo hay un límite muy claro. Cuando la teoría es por definición irreductible a toda representación intuitiva, atenerse a la metáfora puede llegar a constituir un traición. Tal es el caso por ejemplo de las tentativas por plasmar intuitivamente un espacio tridimensional dotado de curvatura, tan irrepresentable como lo sería para un ser bi-dimensional e inteligente confundido con la superficie de la tierra, tener la percepción de que su plano mundo está curvado. El único indicio que tendría de ello es la imposibilidad en la que se hallaría de trazar círculos en los que la relación entre la circunferencia y el radio fuera dos pi, es decir: el concepto geométrico triunfaría allí dónde la intuición es imposible. Pues que la geometría que hemos aprendido en la escuela, la geometría euclidiana, deje de funcionar es razón suficiente para decir que el marco en el que las figuras se inscriben no es euclídiano, lo cual aplicado a nuestro entorno tridimensional significa simplemente: la geometría de nuestros años de aprendizaje infantil no da cuenta de la naturaleza, no da cuenta de la physis y no constituye pues - en los términos de Einstein- "una rama de la física". La rama geométrica de la física se alcanza a través de medidas tan consistentes y rigurosas como esencialmente irreductibles a la intuición , lo cual equivale de alguna manera a decir que el mundo del que procedimientos conceptuales dan cuenta escapa tanto a nuestra experiencia como a la intuición pura del espacio, la cual como Kant indicaba es posiblemente el marco de inscripción de la primera.
Ello no debe en ningún modo ser interpretado en el sentido de que el orden de la metáfora juegue en la vida de los hombres un papel subordinado en relación al universo de los conceptos. Se trata simplemente de que la metáfora es tanto más fecunda cuanto es tomada como fin y no como mero expediente al servicio de otra creación del espíritu . Volveré sobre este tema.

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29 de mayo de 2012
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El triunfo postrero de Kant

Refiriéndome a asuntos cuánticos había hace unas semanas introducido la interrogación sobre esos fascinantes momentos de la ciencia en los que se diluye la frontera que la separa de la filosofía. Momentos concretamente en los que el físico se descubre a sí mismo, sin sentimiento de ruptura de continuidad, deambulando en los terrenos de la metafísica.
Ya he indicado aquí en ocasiones lo significativo que es el hecho de que el jurado que en 1922 otorga a Einstein el Premio Nobel de física valora como más revolucionarios los trabajos que se hallan en el origen de lo que será la física cuántica (y en su seno la mecánica cuántica) que aquellos que condujeron a la relatividad restringida y la relatividad general. Para apercibirse de lo que supone considerar que las implicaciones filosóficas de la mecánica cuántica son incomparablemente más radicales que las de la relatividad baste recordar que un siglo después aun no hemos asimilado las consecuencias de las tesis relativista, y que posiblemente algo hay en nuestra condición natural que hace imposible tal asimilación.
En el texto citado en la anterior columna Karamazov evocaba el contradictorio sentimiento que le invadiría en el momento en el que asistiría al entrecruzare de las líneas paralelas. Pero no hay cuidado, no alcanzará Karamazov a superar el marco euclidiano, por el identificado a limitación, miseria e impotencia; no alcanzará Karamazov a intuir su propia curvatura, no conseguirá adaptar su mente a su condición física, cabría decir. Tal parece ser el triunfo postrero de Kant: el tiempo y espacio arrojados de la naturaleza con la furca de la teoría de la relatividad, perduran para el hombre como lente reductora en su comercio con esa misma naturaleza.
Pero allí donde no cabe intuición sí cabe concepto. Las geometrías y métricas no euclidianas, llamadas geometrías imaginarias, a veces por sus propios precursores, en razón de que no se as consideraba aptas a la expresión de lo real, no solo se revelan consistentes sino que dan cuenta del mundo 2. Un mundo sobre el cual la física hace previsiones desconcertantes para ciertas convicciones ancladas, pero que obedecen sin embargo a irrenunciables principios. Se trata de ver que algunos de estos principios son también puestos en la de juicio en "otra" nueva mecánica, euclidiana o no euclidiana, pero cuántica.

 

 

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2 La mera consistencia de las geometrías no euclidiana fue ya una gran sorpresa para el matemático y jesuita italiano

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10 de mayo de 2012
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Ecos literarios de subversiones científicas: el Dios de Karamazov

Pero esto es lo que hay que decir : si Dios realmente existe y, realmente ha creado el Mundo entonces, como todos sabemos, lo creó de acuerdo con la geometría euclidiana , y creó la mente humana capaz de concebir sólo tres dimensiones del espacio. Y sin embargo, ha habido y hay todavía matemáticos y filósofos, algunos de ellos hombres de extraordinario talento, que dudan de si todo el universo o para decirlo de manera más amplia, toda existencia fue creada sólo de acuerdo con la geometría euclidiana"
Quien pronuncia esta suerte de discurso físico-matemático es un héroe literario, evocado por Jeremy Gray en el capítulo que lleva por título "Mecánica no euclidiana" en su libro Ideas de espacio. Ivan Karamazov se dirige a su hermano Alyosha poco antes de que surja la figura del gran inquisidor. Con esta referencia Jeremy Gray quiere ilustrar la profunda impresión que mas allá del universo científico produjo el descubrimiento de las llamadas geometrías no euclidianas.
Quizás no sea ocioso señalar que la problemática trasciende lo científico y lo gnoselógico para adentrarse en el orden de las cuestiones éticas, pues Ivan Karamazov dice asimismo:
"Ten la bondad de entender que no es que no acepte a Dios, sino al mundo que creó. No acepto el mundo de dios y me niego a aceptarlo. Te lo expondré de otra manera: estoy tan convencido como un niño de que las heridas curarán y las cicatrices desaparecerán, de que el repugnante y cómico espectáculo de las contradicciones humanas se desvanecerá como un lastimoso espejismo, como una horrible y odiosa invención de la débil e insignificante mente euclidiana del hombre...Que se corten las paralelas y que yo mismo pueda verlo: lo veré y diré que se cortan, pero ni aun así lo aceptaré."
En las últimas líneas Karamazov parece expresar la interna contradicción entre la esperanza de alcanzar una intuición no euclidiana, la esperanza de trascender los límites de su "miserable mente" y el sentimiento profundo de que algo de sí continuaría anclado en ella, que la percepción del mundo a través de lentes euclidianas no podría ser erradicada.
Un niño que asiste a clases de geometría no ofrece resistencia cuando se le dice que por un punto exterior a una recta pasa una recta y sólo una que no cruza a la primera (transcripción del llamado postulado euclidiano de las paralelas). Si más tarde se encuentra en clase de filosofía y su profesor diserta sobre la justificación por Kant de la seguridad que tenemos de que ello es así, a saber, que el espacio mismo nos dice que la cosa no puede ser de otra manera, lo más probable es que el joven siga asintiendo... permaneciendo así ajeno a la aseveración por la teoría de la relatividad de que ese espacio que hace tan naturales las proposiciones de la geometría aprendida en la escuela, es lo menos natural del mundo por carecer de toda realidad física.
Y en efecto la certeza de las tesis relativistas sobre el espacio no implica que podamos prescindir del mismo, que podamos quitárnolos de la cabeza, o por mejor decir, quitarlo de nuestro ser. Pues decir que el marco vacío que Newton consideraba preexistente a la creación ( y en el que Dios habría ubicado las cosas naturales y por mediación de una de ellas-el hombre- las cosas artificiales) carece de objetividad física, no significa decir que un ser tridimensional pueda percibir las cosas si no es bajo su prisma, por cierto que sea que un ser tridimensional lingüístico puede forjar conceptos que trascienden tal intuición. En términos muy concretos: aunque el mundo no responda a la geometría aprendida en la escuela, hay razones para pensar que vemos y seguiremos viendo el mundo en conformidad a las bases de la geometría aprendida en la escuela 1.

 

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1 Un ejemplo elemental. Supóngase que a la hora cero un haz de luz avanza hacia dos sujetos S1, S2 situados a tres millones de kilómetros y dotados de dos relojes idénticos. Si ambos permanecen inmóviles la luz tardará 10 segundos en alcanzarles. ¿Que pasa si S1 permanece inmóvil, pero S2 se avanza (a una velocidad que podemos considerar enorme con tal de que sea inferior a la de la luz) ? Pues que el reloj de cada uno de ellos seguirá marcando 10 segundos...y no se trata de que el reloj de S2 se haya estropeado. "¡Pero el segundo sujeto se ha aproximado en el espacio! ¡El trayecto recorrido por la luz es en ese caso más corto!" protestará fiel a Newton y Kant el sentido común. La relatividad restringida tiene respuesta: estás comparando el espacio que recorre la luz en cada caso con un espacio absoluto carente de realidad. Carente de realidad física cabría sin embargo precisar, pero dotado de realidad formal y consistencia, además de inseparable compañero de nuestras representaciones y soporte de una construcción "literaria" tan extraordinaria como el libro de los Elementos de Euclides.

 

 

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8 de mayo de 2012
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