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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Los filósofos de Nihzny Novgorod

Dos mil filósofos rusos, decía en la columna anterior, se reúnen en Nihzny Novgorod, ciudad-balcón sobre el Volga. El Gobernador de la región, cuya filiación política ignoro en el momento en que esto escribo, recibe a algunos de ellos y pronuncia un pequeño discurso mostrando su satisfacción por el hecho de que el evento tenga lugar en la ciudad, y no tengo ninguna razón para juzgar que no hablaba sinceramente. Probablemente sin el apoyo de las autoridades locales el congreso no hubiera podido realizarse.
Es bien sabido que Rusia es un país sigue atravesado por enormes problemas No hay una situación económica que pueda ser catalogada de crisis ni una exigencia exterior de genuflexión política ante la misma, cosas ambas que sí azotan a España, pero hay carencias estructurales y una profunda dificultad para una clara asunción del pasado, que permita hacer balance y eventualmente ajustar cuentas con el mismo. Y sin embargo es casi inimaginable que en España, o en alguna de sus autonomías, responsables políticos de cualquier cuño estimen que el apoyo a una reunión filosófica masiva pudiera serles beneficioso. Me vienen a la memoria las palabras hace más de un año de un Consejero de la Generalitat de Cataluña que declaraba la necesidad de que los gobiernos facilitaran estudios en disciplinas útiles para el mercado (pronunciaba explícitamente la palabra) y precisando que "el que quiera estudiar el mundo clásico que se pague el lujo".
Ya he tenido ocasión de decir que este responsable estaba frívolamente negando legitimidad a un mundo que abarca a Aristóteles y Hesíodo, pero también a Euclides y Tales de Mileto. Personajes todos ellos de los que sí se habla estos días (como se habla de Hegel, Einstein, Dostoievsky o Descartes) cerca de esta Atalaya sobre el Volga que es el Kremlim de Nihzny Novgorod.

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3 de julio de 2012
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El tren de filósofos rusos

Hace cuatro años se celebró en la capital de Corea del Sur el Congreso Mundial de filosofía cuya próxima edición será el año que viene en Atenas. En los congresos precedentes había habido gran presencia de profesores americanos, mientras que era de notar la casi total ausencia de representación no solo de ciertos de los países llamados del "Tercer Mundo" sino de algunas ex- potencias como es el caso de Rusia. Concretamente en el congreso de Boston hace 14 años, apenas se contaba con una decena de representantes de ese país.
Por eso llamaba la atención en Seúl, el hecho de que se oía hablar ruso en los pasillos y en muchas de las salas. Y en efecto, el profesor Alexandre Chumakov, Vicepresidente de la Sociedad Rusa de Filosofía y firme defensor de esa disciplina en su país, había trabajado intensamente para lograr que cuatrocientos filósofos rusos se trasladaran a Seúl, la mayoría de ellos en un tren especial con origen en la estación Khazan de Moscú y llegada, tras un viaje de cinco días a Vladivostok, desde donde un barco especialmente fletado los condujo a un puerto próximo a la capital de Corea del Sur.
Acabado el congreso, el viaje de regreso se realizo de la misma forma, con la particularidad de que el tren se detenía en las ciudades del trayecto, los filósofos eran recibidos por las autoridades y allí donde había universidad profesaban alguna clase. El profesor Tomas Calvo traductor de Aristóteles y Presidente Honorario del Institut International de Philosophie puede contar interesantísimas anécdotas sobre esta caravana filosófica.
Evocaba estas circunstancias vinculadas al congreso de Seúl, cuando el pasado martes 25 viajaba en compañía del profesor Chumakov y de un numeroso grupo de filósofos de Moscú, San Petersburgo y otras ciudades del Oeste y del Norte en unos vagones especiales con destino de Nihzny Novgorod, donde esta semana, en un palacio de congresos donde se inscriben aun en piedra las imágenes de Marx, Engels y Lenin, no lejos del Kremlin de la ciudad cuyo parque público se vuelca sobre el Volga, dos mil participantes celebran esta semana el VI Congreso de la Sociedad Rusa De Filosofía. Merecerá sin duda la pena dedicarle un espacio suplementario a este evento.

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28 de junio de 2012
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La vida reflexiva … y la vida simplemente

Hace unos días evocaba aquí el argumento de Zenón relativo a la imposibilidad de superar la distancia espacial que nos separa de un objetivo (habría antes que recorrer la mitad del trecho espacial, y a continuación la mitad de la mitad, y así sucesivamente al infinito) señalando lo absurdo que sería creer que Zenón nos invita a renunciar en la práctica a ponernos en movimiento en función de nuestros intereses y deseos.
En la senda trazada por la distinción de Parménides entre la vía de la opinión y la vía de la verdad, son muchos los momentos clave de la historia del pensar en los que surge una dualidad entre la vida reflexiva y la vida simplemente. La metafísica que emana de la Mecánica Cuántica es una de ellas.
Aun cuando la reflexión que sigue a ese paradigma de "ciencia natural de una época", que es la física cuántica, apunta a mostrar la verdadera esencia del entorno natural (las leyes que auténticamente rigen el continuo espacio- temporal en el que nuestro existir transcurre), sus evidencias no siempre son coincidentes con las condiciones subjetivas de posibilidad de insertarse en ese mismo entorno. Por ello en un texto citado aquí hace unas semanas, el gran John Bell separaba sus convicciones subjetivas (su creencia en un mundo con cosas dotadas de objetivas propiedades) de las evidencias que se infieren de su teorema.
Si quieres alcanzar la puerta de salida en una situación de alarma actúa en lugar de pensar a la manera de Zenón, pues en ocasiones el pensar no es un expediente del vivir: tal sería la moraleja zenoniana. Y sin embargo, superada la urgencia, garantizada por un momento la subsistencia, el pensar es no sólo posible sino también espontáneo. Por eso, aun viviendo como si una preestablecida armonía garantizara la no aleatoriedad de lo que puede advenir, aun siendo subjetivamente fieles a la convicción de que el mundo está regido por principios que garantizan una regularidad y permiten hacer previsiones sobre las cosas individuales, el "ardiente deseo de toda mente pensante" evocado por el físico Max Born, esa aristotélica naturaleza que pugna por comprender ( a la que aquí tantas veces he hecho referencia) se abre camino y - ya sea en la asténica forma del experimento mental- nos mueve a contemplar qué forma cabe para el mundo, cuando los principios ontológicos constitutivos de lo que han sido todas nuestras representaciones del mundo son evacuados.

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28 de junio de 2012
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La diferida interrogación de Ortega

Retorno por un momento a Ortega y a su reflexión sobre la cuestión de los principios. Cabe preguntarse qué le hizo abandonar esta reflexión y aparentemente haber incluso renunciado a publicarla. Cuando en Ideas y Creencias distingue Ortega las ideas que eventualmente tenemos de aquellas ideas que somos, está de alguna manera apuntando a esta cuestión más general de los principios considerados axiomáticos, principios que marcan las relaciones con el entorno natural y social y en los cuales ni siquiera pensamos en nuestra vida cotidiana, precisamente porque vivir de manera cotidiana es adecuarse a los mismos. Como Gustavo Bueno indica en un artículo que data ya de más de medio siglo, Ortega tenía al enfrentarse al tema la sensación de ver con los ojos frescos de un niño paisajes no vistos.
En cualquier caso haya o no principios ontológicos, principios reguladores de la arquitectura de la naturaleza, es muy curiosa la inclinación encarnada por la gran filosofía de reflexionarlos, ponerlos sobre el tapete, o mejor dicho sobre el pedestal, erigirlos en divinidad.
Poco antes de la aparición del libro de Ortega (pero como hemos visto bastante después de que fuera escrito) Heidegger se enfrenta a problemas análogos en el seminario del semestre de invierno que profesa en Friburgo (Der Satz vom Grund 1955-1956). Heidegger era amigo de Heisenberg y no podía no estar fascinado por las consecuencias filosóficas que se derivaban de las teorías de este último, precisamente en relación a la razón suficiente y otros principios sobre los que se había cimentado el edificio de la ciencia y de la filosofía.
La cuestión de los principios sigue siendo terreno ignoto. Abordarla sin recorrer a los principios mismos sobre los que nos interrogamos, abordarla sin armas, es tarea enorme. No es de extrañar que de alguna manera Ortega tirara la toalla.

 

"Un uso más elevado"... De la mecánica cuántica (los pintorescos argumentos del cardiólogo Van Lommel)
Hastiado Descartes de que una disciplina tan importante para la vida del espíritu como la matemática se encontrará reducida a mero cómputo al servicio de disciplinas con finalidades prácticas, clamaba por " un uso más elevado de la matemática", una vinculación de ésta a la filosofía, es decir a la exploración de las determinaciones conceptuales que darían cuenta de los fenómenos del entorno natural y de la propia naturaleza humana.
Al menos Descartes no tuvo ocasión de quejarse por el hecho de que argumentos extraídos de la matemática, sirvieran de coartada para aspiraciones más o menos místicas que en ocasiones rozan la superchería. Menos suerte está teniendo una disciplina fundamental de nuestro tiempo.
En junio de 2012, el cardiólogo holandés Pim van Lommel, declaraba en un diario barcelonés "cuando mueres sólo cambias de conciencia", queriendo con tal frase sintetizar la tesis según la cual de alguna manera la muerte es un acontecimiento más, del que algunos regresarían. Asegura van Lommel que los singulares recuerdos de personas que han pasado por tal trance no serían alucinaciones debidas a la anoxia o carencia de oxígeno, sino retoños de una segunda conciencia en la que se daría una intersección espacio-temporal que permitiría no ya revivir sucesos pasados sino anticipar sucesos a venir. Nuestra conciencia convencional no sería según van Lommel más que "un retransmisor para esta dimensión de nuestro ser en varias...una especie de radio que sintoniza con este universo...[de tal manera] que nuestra muerte es sólo un cambio de conciencia, una transición [y así], sólo morimos en una dimensión para pasar a otras".
Carezco simplemente de base alguna para discutir tan sorprendentes aseveraciones. Sin embargo no puedo pasar por alto la respuesta que este profesor holandés da a una razonable pregunta del entrevistador, relativa a sí todo este discurso respondía a una convicción religiosa: "Es física cuántica. Yo no soy creyente. Muchas religiones se han acercado con técnicas de paso entre esas dimensiones, como la meditación o el misticismo".
Y para que no haya dudas el hombre remacha: "Hasta ahora la mecánica cuántica demuestra que la luz consta de partículas que al mismo tiempo son ondas-creo que nuestra conciencia las retransmite- dependiendo del estado del observador. Así que desde los gurús milenarios hasta los físicos cuánticos, cuando asumes tu transición sin miedo experimentas un anticipo de esa sensación de plenitud".
¡Caramba con el no religioso! Desde luego todo el mundo tiene derecho a consolarse con imaginarias plenitudes que serían constitutivas de un perdurar más allá de nuestra subjetividad actual, pero desde luego... ¡la física cuántica nada tiene que ver con eso! Para empezar no se ve lazo alguno entre la dualidad onda-partícula y la "retransmisión" de esa otra -u otras conciencias- a nuestro yo actual. Pero en cualquier caso -haciendo un esfuerzo de intelección- cabe suponer que Pim van Lommel habla de un mensaje que desde esa otra dimensión nos llegaría; un mensaje no vehiculado por los medios que la física convencional contempla (mensaje con soporte material o electromagnético); un mensaje del que tendríamos intuición todos y cada uno de nosotros y que sería la base de las inclinaciones religiosas. Pues bien:
Es necesario recordar que si bien la mecánica cuántica permite sin asomo de duda declarar que hay fenómenos de correlación que escapan a los lazos de contigüidad a los que responden sin excepción los fenómenos descritos por la física clásica, de ninguna manera tales correlaciones sirven para enviar mensajes, sean estos funestos o exaltantes para nuestra condición. La única forma de enviar un mensaje es utilizar los expedientes que posibilita la materia y el campo - una paloma mensajera, o una llamada telefónica o un fax- y nunca a velocidad superior a la de la luz. De tal manera que todo este asunto de mensajes cuánticos que nos vendrían del más allá es una mera pamplina.

 

"Un uso más elevado"... De la mecánica cuántica (la exigencia del pensar)
Reivindicaba para la Mecánica cuántica ese "uso más elevado" que el de servir de coartada para aproximaciones "espirituales" tras los que cabe sospechar la presencia de algún principio irracional de salvación.
Pues la grandeza de la mecánica cuántica nada tiene que ver con el más allá sino con la filosofía. He avanzado ya aquí que la mecánica cuántica que nos empuja a cuestionar las interpretaciones de la naturaleza forjadas por la filosofía en base a la ciencia natural de cada tiempo, nos priva sin embargo de las armas conceptuales para el embate.
El escritor que ha contemplado lucidamente en las páginas de Joyce o Marcel Proust, el desmantelamiento de los expedientes que permitían la narración clásica se ve impelido por una fuerza esencial a su función de escritor a continuar narrando. De la misma manera el pensador al cual la mecánica cuántica priva de los principios que han regulado el pensar metafísico y han sido incluso esencial contenido para el mismo, ha de continuar pensando, eventualmente buscando referencias en etapas arcaicas (los filósofos pre-socráticos son a veces evocados en este sentido), pero sin dejar de tener el pensar como causa final: el pensar mismo, aquello que en su forma de silogismo y de techne, hace la irreductibilidad del ser humano.

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26 de junio de 2012
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La esencial cuestión de los principios

Empezaré recordando una anécdota. En los años en los que yo era estudiante en París, en las postrimerías del régimen de Franco y en razón de uno de los desmanes del mismo, visité a un grupo de filósofos (Althuser, Foucault) para que junto a otros intelectuales firmaran una carta de protesta. Aun vivía por entonces Jean Wahl, pensador francés arrestado durante la ocupación nazi por su condición de judío, fugado del campo de internamiento de Drancy, resistente, y ulteriormente exiliado a los Estados Unidos.
La extremada delgadez del filósofo (poco más de 40 kilos según me dijo su mujer) testimoniaba de su delicadísimo estado de salud y de hecho murió poco después, pero su lucidez era absoluta y no solo recordaba interesantes situaciones vividas muchos años atrás, sino que reordenaba sus impresiones en función de informaciones y vivencias muy recientes.
Cuando le presente la carta sobre España y le dije que yo mismo era español, me preguntó aun antes de firmarla si yo había leído a Ortega y Gasset. La verdad es que entonces no lo había leído y así se lo dije, añadiendo ante su gesto de sorpresa que yo no había estudiado en España y que mis profesores en París no me habían invitado a su lectura.
Jean Wahl me respondió que él mismo no lo había leído hasta muy poco antes, aunque lo había conocido mucho personalmente sin que hubiera habido simpatía entre ellos. Jean Wahl había de hecho mantenido prejuicios respecto a la obra de Ortega, prejuicios que desaparecieron por entero cuando, por circunstancias azarosas, había topado con la traducción francesa de La idea d principio en Leibniz... obra póstuma de Ortega, tan sólo publicada en 1958 aunque proyecto diferido desde 1947. Al empezar a ojearla su entusiasmo fue creciendo, y en estos últimos de su vida el frágil y valiente Jean Wahl tenía a Ortega (la extraordinaria Ideas y Creencias entre otras obras) entre sus pensadores.
¿Y qué se propone Ortega en tal libro? Algo simplemente extraordinario para lo que le faltaron las fuerzas. De hecho no llega a hablar cabalmente de la cuestión planteada, no llega a hablar de Leibniz, aunque va prometiendo en extraordinarias notas al pie de página que lo hará. No llega Ortega y Gasset a desentrañar nada y ni siquiera a sondear el abismo que la interrogación a la que invita supone, pero tuvo el gran valor de plantearla con total honradez y la claridad de escritura que le caracterizaba.
Ortega se enfrenta a la cuestión de los principios preguntándose no sólo por la universalidad de algunos de entre ellos sino sobre todo qué supone el hecho mismo de formular principios. Y en la medida en que Leibniz encarna paradigmáticamente esta inclinación Ortega da a en el título protagonismo a este autor al que- como decía - le falto energía para interrogar a fondo.
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21 de junio de 2012
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Exigencias de la lengua

El Narrador de la Recherche de Marcel Proust se presenta a sí mismo como sabiendo, ya desde muy joven, que la lengua tiene exigencias muy difíciles de satisfacer para la personalidad viciada por la pereza, la inercia y la costumbre, y a veces  exclusivamente configurada por estos defectos.
En primer lugar, exigencias de no repetición, pues la repetición es incompatible con la intrínseca variedad, con la tendencia a mutar, de la lengua. Si la lengua funciona en libertad (es decir, si el hablante o el escritor no la subordinan, no la reducen a instrumento al servicio de causas más o menos legítimas) entonces, dada una frase, no hay ley que permita aventurar la frase que va a seguir. Pero la condición de no repetición es insuficiente. Hay también una suerte de determinismo pues una vez la nueva frase presente ha de producir el sentimiento de que no podría ser remplazada por otra.
La nueva frase es pues imprevisible, pues ningún objeto la dicta, y necesaria, pues no puede - sin rechinar- trascender las fronteras de un determinado espectro. De tal modo, libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación, aparecen como criterios de posibilidad de la obra de arte 1.
La riqueza del lenguaje reside en esta capacidad de variedad, en la abundancia de elementos de la que ninguna lógica probabilística sería apta para dar cuenta. Apostar por el lenguaje es apostar por esa pluralidad liberadora, en lugar de hacerlo por la uniformidad que suele presentarse como universo real. Ese supuesto universo real sólo alcanza legitimidad cuando la fértil potencialidad del lenguaje lo toma como punto de arranque. La función del escritor es, de alguna manera, recordar la verdad de las cosas que se presentan: las cosas son, para los hombres, siempre de alguna manera palabras, pero un cambio cualitativo se da cuando un ser humano decide asumir con radicalidad tal hecho; decide ver en las cosas, incluidas aquellas forjadas por los hombres, esencialmente un material para la vida de las palabras.

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1  Libertad, en razón de que el artista no es jamás un mero transcriptor de lo ya dado. Ausencia de arbitrariedad, pues tras un primer rasgo, nota, o frase, la voluntad del artista poco cuenta. Necesidad, pues el espectro de valores que determina cada paso ha de ser compatible con el todo de la obra (todo que no forzosamente es un conjunto de rasgos simultáneamente compatibles). Ausencia de predeterminación, dado que antes de la intervención del artista es imposible decir qué surgirá. Enrique Baca se ha interesado de manera particular por esta problemática.

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19 de junio de 2012
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En razón de qué la recherche de Proust

Cualquiera de los grandes de la literatura hubiera podido servir de trampolín para la exposición de la tesis, y para la incitación a introducir entre nuestras máximas de acción (introducir en las alforjas de nuestra ética), el luchar contra todo aquello que dificulta la asunción por cada hombre de su naturaleza, lo cual como ya he señalado pasa por la confrontación política contra las formas de alienación.
Hay sin embargo (aun haciendo abstracción de las circunstancias aleatorias por las que la Recherche, a modo de Guadiana literario, ha retornado en mi vida a lo largo de decenios) una razón suficiente para que este libro sea el escogido, a saber: que el Narrador mismo se encarga de dar explícita cobertura a la tesis aquí mantenida.Marcel Proust afirma explícitamente, en relación a la teoría literaria, que un libro - y cabría decir en general la obra de arte- es el resultado de una dimensión de la personalidad que nada tiene que ver con la que se muestra en sociedad, la cual está determinada por las costumbres, las manías y, en ocasiones, las perversiones o vicios. Y todo indica que sólo en el momento en que adopta la resolución de escribir la Recherche, esta personalidad profunda, de ordinario encubierta por una identidad convencional, más o menos vacua y más o menos narcisista, está realmente aflorando e imponiéndose.
En cualquier caso el autor quiso que los lectores tuviéramos la impresión de una decisión ascética, análoga en intensidad (en modo alguno en coincidencia de causa) a la que determina la actitud mística, y sobre todo, quiso que los lectores nos hiciéramos partícipes de la disposición ética que ello implica. Por ello enfatizo en mis textos sobre la obra de Proust la presentación que el Narrador hace de sí mismo como un frecuentador de ambientes mundanos (tan brillantes como a veces frívolos y esnobs) que, cuando finalmente se decide a escribir, lamenta emprender su tarea "en vísperas de la muerte y sin saber nada de mi oficio".
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14 de junio de 2012
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La praxis de narradores y poetas

El trabajo de todos los grandes del verbo sólo se explica en base a la convicción de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a vehículo de exploración cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza nos singularizó, narradores y poetas apuestan a riqueza aun mayor. Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evolución, alcance sin embargo la potencia de ese verbo al que hacen referencia los evangelistas. Potencia que no nos arranca al mundo, pero sí nos hace sentir que lo irreversible del devenir del mundo no es lo único que nos determina.
Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que, en la inmediatez natural, coarta nuestra libertad; apuestan a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser hablante supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Y saben que los demás esperamos de ellos que se sacrifiquen para desplegar esta potencia, a lo que contribuimos también todos y cada uno de nosotros cada vez que asumimos nuestra singular naturaleza, cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en sí.
En tal sentido me he permitido afirmar algo que llamó la atención del profesor Enrique Baca, a saber que "vivir literariamente, en el sentido más riguroso del término ha de ser la máxima de acción que anime nuestras acciones" Añado ahora que tal praxis es la causa final de las modalidades de praxis que apuntan a superar las condiciones sociales que reducen al ser humano a la lucha por la subsistencia y como mucho a la lucha por el ornato de la vida. La sociedad en la que se realizaría esa asunción por el hombre del problema total de la existencia a la que se refiere Marx los Manuscritos del 44 habría de conducir a que, de alguna manera, la fertilización del lenguaje efectuada por narradores y poetas fuera tarea de cada uno de nosotros. Doy así respuesta a la pregunta que yo mismo me hacía en una reflexión publicada hace un par de meses en el diario El País:
"Precisamente cuando las medidas económicas apagan el alma de los ciudadanos, cuando la sumisión a agotadoras jornadas laborales tiene doloroso contrapunto en la ausencia de trabajo (o en el pánico a perderlo), se impone como exigencia política el restaurar la pregunta sobre la esencia de la condición humana y la tarea que respondería a tal condición. ¿Está el ser humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho y así condenado a esa tortura a la que para algunos remitiría (por razones más o menos etimológicas) el término mismo trabajo, o es pensable una sociedad en la que la tarea esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan las facultades que nos caracterizan como especie singular entre otras especies de seres vivos y animados?"
Así pues, interrogándome sobre la razón del trabajo literario y barruntando que sólo por el enorme peso de tal razón en la vida de los hombres se explica la admirable ascesis de algunos escritores (la entereza con la que subordinan todo aquello que -por formar parte de nuestros intereses y deseos más anclados- los demás solemos erigir en fin en si), tomo apoyo en la Recherche de Marcel Proust a fin de extraer argumentos para una tesis general (que quisiera poder depurar de connotaciones tanto idealistas como románticas) no ya respecto a la obra literaria sino a la actitud de los que se consagran a la misma a saber: que haciendo del enriquecimiento del lenguaje la causa final de sus acciones son de alguna manera redentores de nuestra condición; en ellos recaería la misión de reconciliarnos con nuestra naturaleza, mediante el recurso de mostrar la fertilidad y grandeza de la misma.
Pues a diferencia de los discursos teoréticos sobre la singularidad del lenguaje humano, sobre la imposibilidad de reducirlo a un emisor y receptor de información, y sobre su capacidad de infinita renovación, narradores y poetas tienen la ventaja de la praxis. No se limitan a predicar las virtudes del lenguaje, sino que las muestran, convirtiendo así en evidencia la conveniencia de ponerse a su servicio: conveniencia de intentar reconciliarnos con lo que constituye el rasgo fundamental de nuestra especie, lo que nos singulariza en relación a las demás especies animales.
Y ¿por qué para la defensa de esta tesis y de la ética que de la misma se infiere he escogido la Recherche? ¿Por qué entre "todos los grandes del verbo" haber elegido a Marcel Proust? Intento en el propio cuerpo de la reflexión dar la respuesta.
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12 de junio de 2012
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¿Se trata de la obra de Marcel Proust?

Mi amigo, ahora editor, e interlocutor desde hace muchos años, el profesor de historia de la medicina y escritor José Lázaro, se pregunta si mis reflexiones en torno a la Recherche de Marcel Proust, muchas de ellas recogidas en este mismo foro y objeto de un par de publicaciones, reflejan una tesis presente más o menos en filigrana en la obra, o son algo de mi propia cosecha. Asimismo en relación a mi lectura de Proust me hace alguna observación el profesor Enrique Baca, concretamente sobre una tesis que avanzo relativa a los criterios que caracterizarían al trabajo literario (libertad sin arbitrariedad y necesidad sin predeterminación), y sobre el vínculo entre los objetivos generales de la condición humana y la tarea literaria.
Sin duda podría dar a José Lázaro una respuesta evasiva, diciendo que la pregunta sobre el grado de subjetividad vale para cualquier interpretación de una obra literaria o filosófica. Valdría incluso para una teoría científica: baste evocar la multiplicidad de interpretaciones la Mecánica Cuántica, todas ellas sustentadas en las mismas previsiones y en los mismos datos empíricos, y sin embargo radicalmente divergentes en el registro filosófico.
Es obvio que en terrenos de hermenéutica no hay objetividad absoluta que valga, que la frontera entre lo que dice el intérprete y lo que quiso indicar el autor es muy tenue, y ello aun sin tener en cuenta que, muy a menudo, el texto refleja más bien exigencias o fantasmas ocultos del autor que intenciones conscientes del mismo. En suma:
Es imposible saber lo que quiso decir Marcel Proust al escribir esta obra "tan extensa como Las mil y una noches". Pero ello no es óbice para que a partir de ese texto, en el que tantos lectores han creído encontrar un espejo de su realidad interior, quepa extraer argumentos para la defensa de una tesis, que encierra el embrión de una ética. (obviamente José Lázaro está legitimado para preguntarme hasta qué punto Proust ha sido una mera coartada).
La tesis es que la gran literatura libera al lenguaje de esa reducción a mero instrumento que caracteriza su uso cotidiano. La gran literatura convierte en evidencia el hecho de que el lenguaje, lejos de constituir un simple código de señales, un utensilio en la lucha del animal humano por la conservación individual y específica, es la esencia misma de dicho animal, de tal manera que la fertilidad del lenguaje (su recreación en la forja de frases jamás anteriormente contempladas por ejemplo) constituye la muestra de la realización del propio ser humano.
La ética se desprende directamente de la tesis: si la fertilización del lenguaje equivale a fertilización del ser humano, si la causa del lenguaje y la causa del hombre se confunden, entonces la primera exigencia, el primer deber para con nuestra especie, es luchar por liberar aquello que posibilita la asunción por cada individuo de su condición lingüística, lo cual pasa por abolir todo lo que la dificulta, en primer lugar las estructuras sociales en las cuales, para la inmensa mayoría de los humanos, la problemática esencial se reduce a la lucha por la subsistencia.
Pero no sólo en el registro colectivo o político encuentra el ser humano resistencia en el combate por asumirse como ser cabalmente de lenguaje. Para proseguir una existencia extraviada en la pasividad, para renunciar a la lucha esencial consigo mismo que supone todo acto de conocimiento y todo acto de simbolización, para que en uno la vida del espíritu sea sustituida por la iteración de prejuicios, hay todo una panoplia de justificaciones imaginarias, de falsos deberes pero verdaderas coartadas, que las páginas de la Recherche estigmatizan una y otra vez bajo el nombre de pereza. Esa pereza por la que La Recherche pareció a los ojos del mismo Narrador (más o meno confundido con la persona del propio escritor) una promesa eternamente diferida. Volveré sobre ambos extremos.
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7 de junio de 2012
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La actitud filosófica

La filosofía no sólo es indisociable de su propia historia sino también de los grandes nombres que la encarnan. En esta reflexión sobre el reto que para la filosofía y concretamente para la metafísica supone la ciencia natural de nuestra época no es quizás ocioso poner nombre y hasta rostro a la actitud filosófica. Como en todo ejercicio de selección el riesgo de arbitrariedad está presente, pero ahí va:
La disposición de espíritu que da nombre a la filosofía podría sintetizarse en la exigencia subjetiva de hacer propia la entereza de Aristóteles, el rigor de Descartes y la ambición de Hegel.
Entereza del Aristóteles al que la lucidez sobre lo trágico de la condición humana (véanse sus líneas sobre la vejez de los hombres como encarnación del cambio destructor, del tiempo como medida de corrupción y no de generación), no le impide considerar que en la actualización de sus capacidades cognoscitivas y creativas encuentra el hombre un modo de serena plenitud.
Rigor de Descartes, concretizado en su Discurso del Método, joya tan literaria como filosófica, cuya "claridad y distinción" es paradigma de esa "cortesía" que reivindicaba Ortega como modelo de la actitud filosófica.
Ambición de Hegel, cuya grandiosamente especulativa Ciencia de la Lógica induce al lector a explorar a la vez los meandros de la ciencia natural, de las disciplinas matemáticas (la intelección de una nota sobre la unidad de cualidad y cantidad de la que daría testimonio la fórmula de la derivada, obliga a explorar toda la historia del cálculo diferencial) y de las disciplinas del espíritu.

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5 de junio de 2012
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