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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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El fuego y el ser del hombre

Ya he tenido aquí ocasión de comentar la tesis del paleontólogo Jordi Agustí según la cual la invención de la calefacción central supone un radical viraje en la historia humana: por primer vez el fuego no es el faro en torno al cual los humanos se reúnen y hablan de sus eternas cuitas, en ocasiones vinculadas a exigencias prácticas, pero en muchas otras trascendentes a las mismas. Cuando ese singular fenómeno que los homínidos encontraban accidentalmente en la sabana africana, es primero controlado y canalizado para ser finalmente voluntariamente producido, el fuego se ha convertido en objeto de una técnica. Este asunto es vinculable a una cuestión de calado:
¿Constituye la técnica algo que se añade meramente a una humanidad ya existente, o cabe más bien decir que la técnica es nota determinante sin la cual no cabe hablar de condición humana? La segunda hipótesis era la que sostenía Aristóteles, quien añadía como rasgo esencial complementario la capacidad de efectuar razonamientos, indisociable para el Estagirita de la facultad de lenguaje.
Obviamente, desde Aristóteles mucho ha llovido y concretamente hay la diferencia esencial de que la técnica no es eterna, sino un sofisticado fruto de la evolución, de tal manera que la afirmación aristotélica: "el hombre es un animal técnico " habría de ser matizada en el sentido de decir: "el hombre se configura-en un momento de la historia evolutiva- como animal técnico"
Pero ateniéndose a una perspectiva evolutiva las interrogaciones persisten en lo esencial: ¿Es el hombre una especie más determinada por la técnica , de tal manera que cabría referirse ella con independencia del mismo e incluso antes de su arición ? ¿Ha de afirmarse más bien que sólo por un uso equívoco del término se habla de técnica en especies previas y que en el sentido cabal de la palabra técnica, el vínculo con el entorno natural a través de la misma sólo es atribuible al hombre? La respuesta depende quizás de si por animal técnico entendemos lo designado por la palabra artesano, o también lo que designamos por la palabra artista, aspectos de hecho indisociables en la palabra griega technitès.

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25 de octubre de 2012
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Cuando la propia lengua empieza a repudiarse

En múltiples ocasiones me he referido aquí a la fuerza de esa expresión con la que el pensador americano Steven Pinker titula uno de sus libros: "Instinto de lenguaje".
Añadido a los instintos de conservación propiamente animales el instinto de lenguaje singulariza al animal humano (instinto que-asunto que tocaré otro día- no está claro que respondan a la polaridad individual- específico). Mas como ocurre con los demás instintos, también el instinto de lenguaje se debilita, sea por contingencias exteriores, sea por razones propias al juego de la vida. Y los primeros síntomas de tal debilidad consisten en la instrumentalización de la propia lengua, en la reducción de su uso a aquellas funciones en las que efectivamente es equivalente a un mero código para el intercambio de información.
¿Que puede hacer que se debilite el instinto de proteger la lengua, el instinto de proteger lo que es a la vez matriz y cobijo? Pues que en la complejidad de la comunidad humana, la dialéctica entre los hombres haga que primen otras variables. Así cuando las condiciones de la subsistencia están amenazadas la polaridad riqueza- pobreza (o sus análogos y derivados como el de sociedad fabril- sociedad agraria etc) pasa a primer plano. No hay entonces tiempo para prestar alguna atención a lo esencial y menos aun para focalizarse en ello. El auténtico dar la espalda al ser ( ese "olvido" al que se refiere Heidegger), de ser cierto que en la palabra está lo genuino del hombre.

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23 de octubre de 2012
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Especies y lenguas

De todo el hablar concreto era guardiana esa anciana a la que me refería en la anterior columna, depositaria única de la lengua vasca en un pueblo roncalés, porque de la misma manera que no hay animal sino especies animales (gato, perro, o chimpancé), el lenguaje humano sólo se da en una u otra lengua Por eso la desaparición de una lengua equivale a la desaparición de una especie, y con una diferencia fundamental: hay especies dañinas para el hombre y cuya desaparición supondría por consiguiente para este un bien, mientras que no hay lengua alguna en la que no se halle recogida y archivada toda la riqueza esencial de la condición humana. Siendo salva veritate intercambiables en lo esencial, no cabe que una lengua sea dañina para alguien, al menos que (potencialmente) ese alguien esté dispuesto a repudiar la lengua propia. Sólo quien está a puno de aceptar que su lengua se convierta en mero código, considerado eventualmente más sofisticado y eficaz que otros, puede llegar a despreciar (eventualmente odiar, si esta empieza a hacerle competencia ) la lengua del otro.

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18 de octubre de 2012
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Un solo hablante

Hace años, alguien me habló de una anciana que al parecer era la última persona que, en un pueblo del navarro Valle del Roncal, conocía el Vascuence, lengua que había recibido en herencia, en la que verbalizaba sus emociones íntimas y en la que forjaría posiblemente su último pensamiento.
Pensé en la singular responsabilidad que recaía sobre esta persona. Siendo ella la única depositaria, la persistencia de su lengua era absolutamente indisociable de la suya propia. Su desaparición física supondría también la desaparición de aquella forma en la que para ella se encarnaba ese lenguaje por cuya herencia venimos a ser cabalmente humanos.
En relación a la lengua que había mamado, esta anciana se hallaba en idéntica situación a la de ese Crusoe del que en estas páginas he venido ocupándome. Toda la humanidad proyectada en uno de sus representantes...todo el hablar concreto recogido y frágilmente conservado en la contingencia de un solo ser.

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16 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe VIII

Parábola del pensador

He señalado ya que el permanente diálogo interior de Crusoe no es en esencia diferente al del Einstein que, en su oficina de patentes de Berna carece de interlocutor que pueda ayudarle en su hipótesis de que, pese a las múltiples evidencias de que la luz se comporta como un continuo ondulatorio bien pudiera constituir un discreto conjunto de partículas.
El que barrunta algo en contra de lo establecido y comúnmente aceptado carece por definición de maestro que le indique las etapas a cumplir y los medios más económicos para ello, es inevitablemente auto-didacta.
Crusoe es así espejo en el que puede reconocerse toda persona autodidacta, ya se trata de la construcción de objetos u instrumentos, ya se trate de la simbolización matemática o artística. La cosa es particularmente nítida en los casos de apuesta desinteresada. Sólo si el tiempo apremia, es más valorable el vencer la resistencia que presenta una fórmula con ayuda exterior que el llegar a hacerlo en lucha con la resistencia que supone la inercia interior.
El autodidacta (en nuestro tiempo hay algún ejemplo de pensador eminente que lo es) que se enfrenta a un problema de filosofía fundamental ha de luchar por hacerse con los instrumentos técnicos sin los cuales no podría dar un paso y lo hará ya sea en noches de insomnio porque en ello está en juego sino su vida sí al menos su humanidad.
Baste recordar una vez más que en determinado nivel de reflexión todo el mundo es necesariamente autodidacta para que esa obra de Daniel Defoe a la que aquí vengo refiriéndome se erija en parábola sobre la confrontación esencial- siempre con uno mismo- a la que estamos abocados, meramente por el hecho de ser hombres.

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11 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe VII

El quehacer cuando el tiempo no apremia

Crusoe indica varias veces a lo largo de su relato su impericia inicial para los trabajos que se ve obligado a efectuar. No sólo carece de medios sino que carece de oficio. Cabe así decir que Crusoe es un inventor de los medios mismos que le permiten practicar las técnicas necesarias a su subsistencia y a su confort. Más que artesano, Crusoe es un forjador de las condiciones de posibilidad de llegar a serlo. La tarea es tanto más ardua cuanto que carece de maestro que le inicie, de tal manera que necesita semanas o meses para superar etapas que, con la ayuda de un instructor, hubiera alcanzado en horas o días.

En sus meticulosas descripciones de los pasos mediante los cuales llega a adqurir la técnica de la alfarería, Crusoe hace que el lector tenga una percepción casi desazonante del enorme trabajo inútil, tanteos que a nada llevan, sencillo objetivos que duran todo un día cuando, de disponer Crusoe de un maestro y de utensilios se hubieran resuelto en instantes.
Ese mismo lector sin embargo espera anhelante que Crusoe triunfe, y el sentimiento de que todo cuesta un esfuerzo gigantesco pierde peso. Pues lo importante es efectivamente la actividad, lo que Aristóteles denominaba energeia, del espíritu, no ya para vencer los obstáculos que se oponen a la erección de lo necesario y de lo lúdico, sino para seguir siendo activo en sí.
El mortero que Crusoe llega a construir a partir de un tronco de madera y no de piedra (que por su carácter terroso haría que la harina se entremezclara con residuos) es un objetivo para el que el tiempo no cuenta. Pues el tiempo no es quizás sino introducir en la prosecución de objetivos la premura. Y en la soledad de Crusoe, el tiempo solo puede apremiar (es decir sólo hay realmente tiempo) tratándose de objetivos prácticos y siempre en función de la urgencia. Apremia el tiempo ciertamente cuando de no llegar a cargar el arma la fiera te alcanzará o cuando de no forjar los instrumentos de prensado la uva encontrada por Crusoe se pasara y no servirá para hacer vino. Pero no apremiaría en absoluto el tiempo si Crusoe, tras admirarse en su reflexión de la fertilidad de las matemáticas, decidiese consagrar a las mismas segmentos enteros del día identificado al ciclo de la naturaleza.
Y desde luego Crusoe se halla liberado de ese apremiar del tiempo que supone el que los frutos del trabajo artesanal, cognoscitivo o artístico estén desde el origen marcados por el destino de tener un valor de intercambio. Pues en el segundo caso sí que el periodo y la frecuencia asociada al mismo deviene un esencial constituyente, y entonces, no sólo construir tres objetos en el día natural es mejor que construir tan sólo dos, sino que asimismo simbolizar las fórmulas de la relatividad restringida en una fracción de ese día es mejor que hacerlo en varios de tales días.
Crusoe tiene inscrita en su memoria ese apremiar del tiempo correlativo al valor de cambio de las cosas, pero no vive en tal mundo y por eso, aunque su cuerpo se halle con su entono sometido al segundo principio de la termodinámica, cabe decir que su quehacer está parcialmente fuera del tiempo.

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9 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe VI

Del temor a la interrogación

Crusoe sostiene, como hemos visto, que la rápida maestría que va adquiriendo en la forja de útiles necesarios para sus proyectos y en la utilización de los mismos no son más que resultado de su intuitiva obediencia a las determinaciones de las matemáticas. No se sorprendería de topar de nuevo con las matemáticas en el momento en que ha superado esta primera etapa. Instalado en un confort más que relativo, pues gracias a su ingenio vislumbra un horizonte seguro en lo referente a la subsistencia, y no habiendo previsibles amenazas de humanos o de bestias, Crusoe puede ya pensar que su muerte vendría más bien dada en razón de su propia naturaleza animal que de causas externas, es decir: Crusoe está en condiciones de pensar realmente su muerte, hacer de la muerte reflexión, aprehender su significado. Mas Crusoe puede asimismo meditar sobre otras cosas.
Tras acordarse del Dios de los afligidos en uno de sus momentos de debilidad en razón de fiebre, al atardecer, sintiéndose recuperado se prepara una cena, tras la cual da un pequeño paseo sentándose finalmente frente al mar. Como en tantas ocasiones en la historia de los hombres, está mirada distendida sobre la naturaleza es el origen de una preocupación sobre la misma en la que se desgranan prácticamente las preguntas que Aristóteles situaba en el origen de la filosofía. Lo que deseo enfatizar es que en este retorno, en Crusoe, del estupor que lleva a la interrogación sobre la naturaleza es variable indiferente que el protagonista sea el único representante de la humanidad.
En un paseo al atardecer junto al mar de su Inglaterra natal, Crusoe hubiera con igual probabilidad sido conducido a la interrogación sobre la ordenación de los astros, sobre el ser de las cosas y sobre la hipótesis de una causa eficiente la cual, de darse y ser consciente, sería responsable de la situación venturosa o desgraciada del protagonista ("why has God done this to me? What have I done to be this used?"), pero sería asimismo responsable de la prodigiosa sumisión del todo a esa regulación matemática que tanto admira a nuestro héroe.
La aventura de Crusoe prosigue, recorrerá la isla por entero, llevará a término su proyecto de cultivador, construirá una canoa y descubrirá en la playa la huella de otro hombre... Pero me detendré en este crepúsculo en el que un temeroso Crusoe, tras su cena, contemplando el mar y esbozando una interrogación sobre el ser del hombre y el ser de las cosas, encarna en su solitaria persona el reto de la entera humanidad.

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4 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe V

Insignia Crusoe

Todos y cada uno de nosotros confiamos en que algo nos distancia de la inmediatez de los seres vivos. Para que ello no fuera así tendríamos que perder toda confianza en la red de los símbolos que en todo momento y circunstancia mediatiza nuestro lazo con el entorno natural.
El escolar que lucha por dar significación al signo algebraico en su cuaderno, percibe rápidamente que solo tejiendo una red, digamos horizontal, entre los símbolos mismos tal significación es posible, y en ese momento cabe decir que piensa- y en consecuencia vive- como un animal raro, un animal ocupado en un mundo paralelo. Todo esto es bien sabido, por reiterado una y otra vez en discursos de carácter más o menos filosófico sobre la condición humana y la singularidad de sus instrumentos en el mundo animal. Pero no está claro que esté conscientemente asumido el hecho de que tal red de símbolos no constituye un mero expediente con vistas a objetivos que seguirían marcados por la exigencia de la animalidad individual y específica.
Cuando los efectos del segundo principio de la termodinámica se manifiestan en nuestros cuerpos y hasta en la agilidad de nuestro pensamiento, nuestra animalidad sabe que no hay ya finalidad ni proyecto cabalmente vitales. La propia subsistencia más que un objetivo es una suerte de mecanismo, que seguirá operativo mientras una singularidad mayor en el proceso de decadencia no ocurra. Desde el punto de vista de la economía que rige la organización de especies animales y la integración en la misma de cada individuo, lo que entonces toca es la pasividad, que probablemente se halle intrínsecamente vinculada a la rápida desaparición.
Y ni siquiera cabe pensar esto en términos valorativos. Pues a medida que la tensión vital se debilita, la curva de la traducción psicológica de las frustraciones se homologa por lo llano a la de la traducción de las expectativas. De no ir acompañada de sufrimiento físico, la astenia que supone la vejez, objetiva reducción del desequilibrio termodinámico inherente a la plenitud de la vida, no habría de suponer para el animal que somos sufrimiento psíquico, en el sentido genérico que los etólogos otorgan a esta expresión. Pues bien:
Es obvio que no es el caso, es obvio que la vejez genera angustia, si no en todo tiempo sí al menos en momentos en los que la pérdida que supone es simplemente reflexionada. Y también resulta obvio que en esta emergencia del mal psíquico, la inserción de la circunstancia física en lo simbólico juega un papel relevante. Si el animal que somos no tuviera entre sus rasgos el sopesar lo que acontece por su imbricación en el mundo de los símbolos, el debilitamiento de la potencialidad sexual (por atenerse al ejemplo más manido, pero también mayormente difícil de refutar) se traduciría simplemente en ausencia de excitación. Sabido es que no ocurre de este modo: en la vejez, aunque ni fenotípicamente ni genotípicamente responda su cuerpo a los imperativos de la sexualidad, el animal humano se excita sexualmente y en razón de ello sufre.
No es sin embargo esta perspectiva de la desazón psíquica resultante de la imbricación del propio cuerpo en el orden simbólico lo que ahora quiero aquí poner de relieve, sino más bien la perspectiva contraria:
La lucidez máxima respecto a la mermada situación propia en la economía que marca la vida animal no es óbice para que una persona pueda seguir afirmando con radicalidad la condición humana y prosiga una existencia serena y hasta reconciliada, y ello asimismo con perfecta lucidez.
Condición sine qua non es que esa persona, diezmada en su animalidad inmediata, no lo esté en lo esencial, es seguir: siga considerando que las múltiples redes del orden simbólico que recubren la realidad natural tienen un peso por sí mismas y que personalmente le toca un papel a jugar en alguna o varias de ellas. Esto puede ilustrarse ciertamente con el caso de la vida política, pero no lo elegiré por ser en realidad demasiado genérico.
La tesis que estoy intentando avanzar es que lo radical de la condición humana y el sentimiento de cual es el imperativo al que hemos de responder en cuanto representantes de la misma, se revela con mayor acuidad si se da la circunstancia de que el orden natural, y en consecuencia de ello el orden fisiológico, no pueden tener primacía sobre el orden de los símbolos, el cual sin embargo, tras empapar por entero al primero, lo reduce y reconstruye según sus propias exigencias.
La tesis se perfila añadiendo que incluso los imperativos de subsistencia pueden ser oportuna coartada para tal despliegue. Y así (por recurrir a un ejemplo sobre el que insistía Aristóteles) ese arranque de las matemáticas en forma de cómputos relativos al comercio con la naturaleza y entre los hombres sería peldaño para la deslumbrante veracidad que alcanza la disciplina entre los sacerdotes egipcios, atentos a la complejidad potencialmente infinita del tejido horizontal entre los signos; tejido que, fertilizado o actualizado, da precisamente a cada uno de ellos la capacidad de designación precisa, tanto en el horizonte propiamente matemático (3/5 como signo de una determinada partición de la unidad indiferente a la determinación cualitativa), como en el horizonte de la naturaleza sometida a la voluntad de intelección ( 3/5 como lazo del fenómeno físico sol al fenómeno físico do).

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2 de octubre de 2012
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El hablar de Crusoe IV

 La letra de Crusoe

Inserta en la narración general de Crusoe hay una segunda narración de la cual en parte la primera es desarrollo y hermenéutica. Me refiero a su diario, esa descripción de sus peripecias, escrita en los momentos que él mismo considera de asueto. Y, ¿para quien escribe Crusoe un diario? Pues como todo escritor de diarios tan sólo para sí, aunque este sí no coincida necesariamente con el uno mismo, interlocutor habitual no de la propia escritura sino más bien de la propia estulticia (la cual mantiene una mecánica comunicación interior en torno a satisfacciones vacuas de llegar a realizarse, pero autenticamente dolorosas de no cumplirse); esa estulticia tan presente en la soledad y de la que Crusoe ha de huir en pos de su humanidad. Crusoe escribe para sí, en un mundo humano en el que la escritura, al igual que todo otro fruto del trabajo humano, carece de valor de cambio en acto, y el valor de cambio que encierra potencialmente (si por ejemplo encontrara Crusoe un interlocutor en su situación) no es disociable de su valor de uso.
Proponiéndose forjar una tabla para la mesa con la que ha decidido ornamentar su casa, se da cuenta de que sus instrumentos solo le permiten tallarla como pieza entera a partir de un único árbol, con enorme trabajo y paciencia, lo cual sin embargo-reflexiona- no ha de preocuparle, pues más allá de lo inmediato no hay objetivos de futuro que exijan una distribución jerárquica del tiempo (" But my time or labour was little worth, and so it was as well employed one way or as another). Como el transcurrir de los acontecimientos para los niños, la mayor o menor dilatación de las tareas de Crusoe no se mide en montos de oro y así cabe decir que no es realmente tiempo. Por ello puede decirse que Crusoe escribe y trabaja en un mundo plena (y trágicamente) humano dónde no cabe el futuro
Y en este horizonte sin medida de cambio, sin el futuro que es oro, el trabajo de Defoe le permite tener cubiertas con razonable amplitud sus necesidades inmediatas (1) dispuestas en perfecto orden, lo cual le procura gran satisfacción (2)  ¿Y qué acontece cuando lo relativo no solo a la necesidad inmediata sino a la dignidad del entorno está cubierto? Lo singular de la condición humana impone entonces sus exigencias, indicaba Aristóteles. La narración es una de ellas y la narración a través de la escritura un paso decisivo. Cubiertas las necesidades de su animalidad y subordinadas incluso las mismas al imperativo de ornato y decencia Crusoe tiene una tarea primordial: "Y entonces es cuando empecé a conservar un diario de mi diaria tarea"
Escritura de la que sólo Crusoe puede ser lector, narración sin otro destinatario que la humanidad, presente toda ella (y no como si fuera tan solo una parcela) en Crusoe mismo. Escritura para la que el fin de sus condiciones materiales (Crusoe posee un limitado stock de tinta extraído de los restos del barco) es la única sumisión al tiempo,
Cabe imaginar la letra de Crusoe trabada minuciosamente con tanta mayor exigencia caligráfica cuanto no pesa sobre el escritor el espectro de la conversión de su obra en mercancía, es decir, en oro y tiempo. Sí, en todas y cada una de las tareas que emprende, Crusoe está motivado por la exigencia de recrear la plena humanidad en ausencia de futuro. En ello reside el enorme peso moral de su figura.

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1 " So that had my cave been to seen, it looked like a general magazine of all necessary things"

2 "And I had everything so ready at my hand, that it was a great pleasure to me to see all my goods in such order..."

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27 de septiembre de 2012
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El hablar de Crusoe III

El reino de las leyes

Antes de la aparición de Viernes, y como protagonista de uno de esos guiones rigurosamente construidos de los sueños a los que me refería, en la obra de Defoe hay ya para su héroe otro ser de palabra. Un ser que le visita en el entorno de la casa por él construida, cuando Crusoe se percibe a sí mismo sentado en el suelo en el exterior del muro protector, tal como lo había hecho, pese al furor de la tormenta, un día en que temía que, de permanecer en la casa, la repetición de un temblor de tierra le sepultara bajo los escombros.
Y en efecto, la tierra parece estremecerse de nuevo cuando el visitante, golpeando el suelo con su pie, habla a Crusoe, reprochándole su inconsistencia moral y alzando la espada de manera amenazante (1).

Poco tiene que ver este pasaje con las emociones pietistas, a las que ya me he referido, que en momentos de debilidad embargan a Crusoe. Pues el hecho mismo de que la forja del entramado de los sueños escape a toda voluntad consciente confiere a este visión de Crusoe una significación particular. No hay ser humano al que Crusoe pueda hacer daño, pero ello no otorga a Crusoe virginidad moral y no se trata tan sólo de los males que pueda haber inflingido en el pasado:
Pues el Crusoe que, en la emoción experimentada tras el naufragio, representaba esa afirmación del sobrevivir sin Dios (cara a Nietzsche, junto a tantos otros), no se sitúa sin embargo más allá de todo bien y todo mal. La voz de esta suerte de ángel implacable que Crusoe oye en el umbral de su propia casa parece recordarle que, cualquiera que sea la circunstancia, mientras se de un hombre, la ley que forja a los hombres está plenamente vigente y que, en el reino de las leyes, de ninguna manera todo está permitido.
Pero cabe suponer que Crusoe oye otras voces, como oímos cada uno de nosotros en ese ámbito dónde parece cristalizar todo lo que marca al ser humano que es el mundo de los sueños. ¿Oye asimismo en sueños su voz propia? Pregunta que cada uno ha de responder en función de la memoria des sus propios sueños, mientras perduren los cuales hay seguridad de que sigue habiendo en uno vida, pero sobre todo humanidad, seguridad de que toda la humanidad está aquí presente.

 

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1 "I thought that I was sitting on the ground, on the outside of my wall, where I sat when the storm blew after the earthquake, and that I saw a man descend from a great black cloud, in a bright flame of fire, and light upon the ground. He was over as bright as as a flame, so that I could but just bear to look towards him; his countenance was most inexpressibly dreadful, impossible for words to describe; when he stepped upon the ground with his feet, I thought the earth trembled, just as it had done before in the earthquake, and all the air looked to my apprehension, as if it had been filled with flashes of fire.
He was no sooner landed upon the earth but he moved forward towards me, with a long spear or weapon in his hand, to kill me; and when he came to a rising ground, at some distance, he spoke to me, or I heard a voice so terrible, that it is impossible to express the terror of it; all that I can say I understood was this: "Seeing all these things have not brought thee to repentance, now thou shalt die". At which words, I thought he lifted up the spear that was in his hand to kill me".

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25 de septiembre de 2012
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