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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Asuntos Metafísicos 99: ¿Qué viene tras la física?

He retomado aquí la tesis según la cual postular que la naturaleza está regida por una implacable necesidad  es la condición de posibilidad de la ciencia y más tarde de la filosofía. Y con algún reparo (en razón del papel que pudo jugar la civilización del bajo Nilo) he aceptado que la asunción de tal necesidad sería  el rasgo singular que caracteriza a la cultura griega en  la historia de las civilizaciones. Se justificaría así la tesis de Gompertz según la cual hacer ciencia es "pensar a la manera de los Griegos", pensar en definitiva en conformidad a una serie de principios que constituyen la trama    de  la necesidad natural, la concreción misma de esta idea:  así el principio general de causalidad, que (entre otras cosas) excluye la posibilidad de modificación del pasado;  o el de causalidad local que excluye el que una acción sobre una determinada entidad pueda, sin otras mediaciones, tener efectos a distancia. 

Sin embargo he sostenido también que  el sentimiento de que el entorno natural está sometido a estos principios,  es algo que acompaña  a todo ser humano  como integrante de su inserción en el mundo, al igual que lo acompaña la ley social bajo forma de restricciones en su relación con los demás.

Si esto es así para el hombre de la civilización del Nilo o de la  babilónica, pero también para  el hombre de las comunidades exploradas hace más de medio siglo por Claude Lévi-Strauss, si  el sentimiento de necesidad natural puede  ser considerado como un universal antropológico... ¿por qué afirmar que la ciencia primero y la filosofía después tienen un origen que (con las debidas matizaciones) podría considerarse coincidente con el  pensamiento jónico?

Un embrión de respuesta es el siguiente: a partir de los jónicos el pensamiento mágico  puede seguir subsistiendo como residuo de tiempos pretéritos pero queda ausente de la consideración de la naturaleza. En una sociedad marcada por el pensamiento mágico el individuo se   siente perfectamente impotente para ejercer una influencia nefasta en el enemigo alejado en el espacio o en el tiempo, pero está seguro de que tal no es el caso del hechicero.  Si éste puede intervenir es porque la naturaleza no es autónoma respecto a su poder aunque sí lo sea respecto al poder de uno mismo. La propia impotencia frente al orden natural no significa impotencia de todos los hombres, o al menos impotencia  de todos los seres dotados de voluntad que el hombre ha concebido o imaginado. 

Así el eclipse era previsible para el astrólogo chino, dada su pericia para captar los signos de la decisión tomada por el ser mítico (dragón u otro) de acaparar el Sol. Estos signos coinciden con los que capta Tales en su célebre previsión, verificada en medio de una batalla, pero su significación es completamente diferente: para Tales la naturaleza misma posee un orden interno que conduce implacablemente a tal  ocultación del astro y el hombre, tan impotente como los dioses para evitarlo, tiene sin embargo la capacidad de hacer ese orden transparente.  

Entendemos así porque la ciencia que nace en Jonia ha jugado en la percepción de los hombres un papel tan equívoco. Por un lado, es la prueba de nuestra potencialidad de intelección y así de nuestra prodigiosa singularidad en el seno de los seres dotados de alma. Mas por otro lado, sus mismos presupuestos de base implican la ausencia de escapatoria a lo que la naturaleza asigna  y así que nuestro  ser animal comparte el destino del conjunto de los seres naturales.

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11 de junio de 2015
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Asuntos Metafísicos 98: ¿Qué significa ahora la palabra naturaleza?

La física suelta lastre.

La física  va desembarazándose de conceptos que durante  largo tiempo fueron considerados algo así como trascendentales del orden natural  y en consecuencia  soporte de la propia disciplina.  La cosa empezó por   el espacio y el tiempo (o si se quiere las métricas  del  espacio euclidiano y su correlativo tiempo, absolutizadas  por Newton y Kant) que sólo perduran como marco de los fenómenos cuando reducimos nuestro universo a un sólo referencial galileano, es decir, cuando hacemos abstracción de la complejidad del universo real (por ejemplo: vivimos en el seno de un tren sin ventanas, que se desplaza a velocidad rectilínea uniforme, e ignoramos que hay un exterior).

Pero  esta suelta de lastre  también afecta al concepto mismo de materia que ha perdido gran parte de su peso.  De entrada en el plano terminológico, pues mantener  el concepto de materia para referirse a entidades como el fotón supone desligar tal concepto  del de masa, con lo cual abre la puerta a toda clase de equívocos.   A ello cabe añadir que a cada partícula de materia cabe asociar una partícula de anti-materia y  que las leyes fundamentales de la física se aplican tanto a la materia como a la anti-materia (tanto al electrón como al positrón).  Está además la idea de campo,  que bifurca la física puesto que las leyes del campo no son las leyes de la materia. En suma: haciendo de la materia un caso particular de obediencia a lo que  la física describe, la concepción de la naturaleza se estaría  emancipando  de otro  aspirante a ser considerado absoluto; ni el espacio, ni el tiempo, ni  la materia perduran ya como trascendentales del orden natural. ¿Qué queda pues?

Physis más allá de la entidad material y de las entidades dotadas de propiedades

Deberían  al menos quedar  entidades dotadas de atributos bien definidos. Si se trata de partículas (sean  materia o de anti- materia) deberían como mínimo tener ubicación bien precisa (con independencia de que nosotros la conozcamos o no). Si se trata de campos deberían en cada caso tener un valor bien definido.

En suma: lo que nosotros atribuimos a las entidades físicas es propiedad de las mismas;  una cosa  física (materia, campo, anti-materia, etcétera) debería al menos ser una cosa  dotada de propiedades.

 De hecho esta condición de ser propietario de lo que es susceptible de serle atribuido vale también para las cosas que sin ser físicas son objeto de esa constricción para el sujeto que supone el conocimiento. Me detendré en esto: ¿Qué diferencia esencialmente al concepto de hurí del concepto de triángulo  rectángulo? La diferencia poco tiene que ver con  la física. Así el hurí es ciertamente un ente imaginario pero si nos limitamos a la geometría euclidiana,  el  triángulo rectángulo no tiene entidad fuera del sujeto que  hace geometría.  La diferencia entre ambos es sin embargo muy clara: al hurí, ángel femenino del paraíso islámico, podemos atribuirle multitud de predicados,  eventualmente opuestos y hasta contradictorios,  sin que haya manera de confrontación objetiva para saber cuáles son los que efectivamente le pertenecen; esto no ocurre por el contrario tratándose del triángulo rectángulo euclidiano: el atributo según el cual sus ángulos suman dos rectos es una propiedad del triángulo; también lo es que el cuadrado de la hipotenusa es la suma del cuadrado de  los catetos.

En general, referirse a una cosa (el res latino que fue asociado con causa, de tal manera que una cosa no es solo  un asunto dado, sino también  aquello que lo hace inteligible). es hablar de realidad o irreductibilidad a las construcciones imaginarias del sujeto. Conocimiento de una cosa es atribución de predicados que son propiedades de la misma. Si el sujeto del que se predica algo permite atributos fantasiosos es que no se trata realmente de una cosa.  Y desde luego si pasamos de considerar con nuestra mente una  propiedad para focalizarnos en una segunda, la primera no desaparece sino que simplemente ha dejado de ser foco de atención. El triángulo euclidiano presenta su propia constitución,  se impone al sujeto, éste no puede seleccionar sus efectivas  propiedades, aunque pueda no estar observando en acto más que una de ellas; el triángulo rectángulo euclidiano es una cosa mental, pero una cosa objetiva. 

                                                    ***

Cuando la cosa observada  es una cosa física (materia, campo, energía, anti-materia), entonces  a la propiedad de los atributos se añaden  otros rasgos  que no conciernen a entidades como los polígonos euclidianos. Así, en el marco de la relatividad restringida,  una cosa física se ubica en un continuo espacio-temporal, tiene a la velocidad de la luz como un invariante, su propia velocidad no puede superar dicha velocidad y, en consecuencia, aquello de lo que puede ser causa o efecto está sometido al principio de localidad (grosso modo: si  en el intervalo de tiempo entre el acontecer de dos observables A  B, la luz no pudiera cubrir la distancia espacial que les separa, entonces el uno no puede tener influencia alguna en el otro. -1- ). La localidad  se halla vinculada  a un conjunto de principios ontológicos gracias al cual  cabe, según Einstein, hablar de cosas  dotadas de propiedades  físicas.  Cabría decir que   esos  principios ontológicos son  la expresión de que las cosas dotadas de propiedades de las que el discurso se ocupa constituyen realidades físicas y no realidades de otro orden. Pues si, como antes  indicaba, cabe  decir, que  la relación determinada entre las medidas de los catetos y de la hipotenusa es una propiedad del triángulo rectángulo euclidiano,  no tiene por el contrario sentido atribuir al mismo  determinaciones que dependen de la localidad,  ni de una condición individual en la que la localidad juega precisamente un papel.   

Al igual que ocurre con realidades cuya objetividad es meramente matemática, los diferentes atributos  de una entidad física  determinada pueden eventualmente no ser conocidos a la vez. Cuando prestamos atención a uno de ellos es posible que el otro escape a nuestra observación, mas no debería pasarnos  por la cabeza que haya desaparecido. Simplemente, pensaría un físico pre-cuántico, ese atributo ha dejado de ser observado, pero sigue ahí susceptible de ser observado de nuevo, pues de lo contrario ¿cómo diferenciar una entidad objetiva de una entidad  arbitraria, una entidad en cuya forja la imaginación es quien legisla?  

Corolarios de la incertidumbre.

Muy diferente es la perspectiva  cuando consideramos simplemente el hoy casi popularizado  principio de incertidumbre en física y su traducción en el formalismo de la mecánica cuántica ortodoxa: cuando estamos observando la velocidad entonces la posición no es una propiedad de ese sistema. En la jerga: un sistema sólo posee una  propiedad observable si  el vector o función de onda que a un momento dado lo describe es propio del operador matemático que representa a tal observable; mas  ninguno de los vectores de la posición constituye un vector propio del operador velocidad.

Es imprescindible precisar que esta interpretación de los fenómenos cuánticos no es la única. El contra-ejemplo más exitoso es el de la mecánica de Bohm -2- . Pero el hecho mismo de que esta teoría alternativa no sea por todos aceptada, el hecho mismo de que se siga discutiendo si una entidad física es forzosamente una cosa con atributos que efectivamente posee, constituye algo radicalmente abisal en la historia de las interpretaciones de la physis y por consiguiente en la historia de la metafísica.  Pues una cosa es decir que la realidad  física no es  forzosamente material (puede ser campo o anti-materia) y algo bastante más grave barruntar que ni siquiera está formada por entidades objetivas dotadas de propiedades intrínsecas, pues ello equivale a decir que ni siquiera está formada por cosas irreductibles a  la consideración parcial  que  un sujeto pueda tener a un momento dado.

En suma, plantear la cuestión de la physis, la heideggeriana pero también cuántica interrogación  de qué es la physis y  cómo se determina, quizás no suponga ya focalizarse en la materia, pero cuesta trabajo asumir que no suponga siquiera focalizarse en la cosa (materia, antimateria, o campo) dotada de propiedades, lo cual es precisamente lo  puesto  en entredicho por el socavamiento de los principios ontológicos a los que en estas columnas centradas en la metafísica he venido refiriéndome, y que condicionan nuestra percepción de la naturaleza -3- , pues son la expresión misma de la constricción natural; principios que cabe remontar  efectivamente  a los pensadores jónicos, que Aristóteles fue quizás el primero (como en tantas otras cosas) en formular parcialmente, que Newton, Galileo  y  Kant parecen dar por indiscutibles trascendentales del mundo físico y cuyo peso es sin embargo explicitamente  reivindicado por Einstein... por el hecho de constatar que empezaban a ser seriamente cuestionados.

Dada la correlación entre nuestra representación de la naturaleza y los principios reguladores, sostener  la autonomía de la primera es dar por supuesta la solidez de los segundos. Si esta solidez se quiebra, entonces también la seguridad de la primera se tambalea.

Inevitable la interrogación sobre el sujeto.

Si los postulados que determinan nuestra concepción de la independencia de la naturaleza en relación a nuestras construcciones se muestran en algún caso particular  frágiles, entonces surge la sospecha de que la naturaleza en general  pudiera eventualmente no responder a los mismos. Sospecha, en suma, de que efectivamente estos principios constituyen postulados, no  axiomas: no se trataría  de algo que tiene la dignidad de lo evidente,  algo que la propia naturaleza ha impuesto. Mas si la naturaleza no muestra tal cosa, entonces sólo cabe una posibilidad: nosotros hemos introducido tales postulados; nosotros hemos sobre-determinado la naturaleza con los mismos; nosotros los hemos impuesto, sino como caracteres de la naturaleza misma, sí al menos como prismas  a través de los cuales la naturaleza es percibida. Mas si es así, ¿qué significa nosotros?; ¿qué potencia en nosotros ha decidido que la naturaleza es algo en sí y obediente a la localidad, el determinismo, la causalidad y la individuación?


-1- Hay que precisar que si entre ellos se da algún tipo de correlación esta se deberá al origen común de ambos; dicho  en la jerga de los físicos: a lo que se da en la intersección del cono de luz incidente de ambos.

-2-  Gracias a la introducción de variables suplementarias, habitualmente designadas con la expresión confusa de "variables ocultas", un sistema puede tener valores bien definidos para observables de los que el vector actual no es propio.

-3-He resumido aquí  en varias ocasiones estos principios, mas para no obligar a volver atrás presento  en esta nota un pequeño compendio:

Causalidad y determinismo. Nuestra conformidad a la necesidad nos confiere la certeza de que para todo acontecimiento hay otro acontecimiento (o conjunto de acontecimientos) al que se encuentra vinculado  de manera uni-direccional, es decir, este último determina sin que la recíproca sea cierta. Expresión mayor de esta vinculación uni-direccional es que el primer acontecimiento es previo, lo cual  considerando la techne, tiene la consecuencia siguiente: el sujeto humano es susceptible de modificar parcialmente el acontecimiento futuro, pero de ninguna manera tiene posibilidades de  una intervención en el pasado.

Ello significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de causalidad,  el cual presentado en el sentido  de la dirección temporal se convierte en principio de determinismo,  de tal manera que el devenir de dos cosas idénticas  será coincidente,  salvo intervención de desconocidas variables en el arranque, con lo cual la aparente identidad sería mera similitud, o de influencias exteriores en el proceso. Principio que,  en su vertiente cognoscitiva, garantiza que  el hipotético  conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos.

Localidad. La naturaleza permite que dos entes con  origen común (dos auténticos gemelos por ejemplo), compartan rasgos destinales aunque se hallen alejados, pero no posibilita una acción local (es decir, no reductible a algún elemento causal en  la común matriz) sobre  uno de ellos  que  a la vez  tenga efectos sobre el otro.

Individuación. La naturaleza contempla relaciones entre los individuos, pero no tolera que estas relaciones anulen la individualidad, de tal manera que lo real venga a ser la relación y no los relacionados: la naturaleza en suma no tolera el holismo, no tolera que una pluralidad de estados físicos representantes de individuos sea reemplazada por un estado  único  que sería representante del todo.

Realismo. En fin, compendio casi de lo que precede: tales constricciones son cosa de la naturaleza, no cosa de los hombres que se insertan en la naturaleza y la contemplan. No se trata siquiera de una de una toma de posición, se trata casi de un corolario de la subsistencia de la naturaleza respecto a intervenciones y creaciones exteriores. Decimos que la naturaleza no es aleatoria en su comportamiento, pero decimos que esta necesidad procede de la naturaleza misma, es decir somos simplemente realistas. Ello se traduce en que nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a  las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y  que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma,  tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos, aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos.

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28 de mayo de 2015
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Asuntos Metafísicos 97: ¿Qué ocurrió para que la reflexión sobre la physis viniera a ser reflexión sobre el observador de la misma?

Jesús Molongwa Bayi Bayi, egiptólogo de formación, ha presentado en la Universitat Autònoma de Barcelona, un trabajo de fin  de Master en Filosofía  bajo el título "El paradigma egiptológico como nuevo lugar del filosofar en África", tema que se propone ampliar en una tesis doctoral. En realidad ese  lugar para la filosofía  sólo sería "nuevo" por el hecho de haber sido perdido...y encontrado: reencuentro con el verdadero origen, es decir,  restauración de la civilización del Bajo Nilo en un  trono que nuestra tradición historiográfica, al menos desde Gomperz,  otorga a la Anatolia jónica. De alguna manera cabría decir que los jónicos, Tales de Mileto en primer lugar, no sólo adquirirían en las fuente del Nilo su conocimiento, sino incluso la idea de necesidad natural que en estas columnas   he considerado como la que marca la frontera que conduce primero a la ciencia y después a la filosofía

Mientras escuchaba las reflexiones de Jesús Molongwa me venían a la mente las palabras que, a decir  de Platón, escucha Solón "el más sabio de entre los siete sabios" en  la ciudad egipcia de Sais de boca de un sacerdote egipcio: "Solón, Solón, eternos niños sois los griegos, no es viejo el griego... Ninguna arcaica tradición oral ha podido inculcar  en vuestras almas opinión fundada ni ciencia emblanquecida por el tiempo".

He tenido  ya ocasión de evocar aquí  las razones explicativas  de esta  supremacía   de Egipto sobre Grecia:

Ambos países estás amenazados  por inevitables catástrofes cíclicas que anulan la vida civilizada. La catástrofe no tiene el mismo peso cuando la provoca el fuego o cuando la provoca el agua, pues solo en el caso del fuego la destrucción es total. Pero aun tratándose  de la calamidad causada por las aguas,  hay una diferencia en la modalidad que adopta la catástrofe en uno y otro lugar, y esta diferencia  tiene enormes consecuencias: la gravedad depende de si las aguas  descienden torrencialmente o bien, como en Egipto,  se trata del desbordar de un gran río.  Pues en el segundo caso, en la llanura misma, aunque desaparecen las plantas, los animales y el hombre, se salvan los templos y las inscripciones que en ellos conservan la memoria colectiva. De ahí que, cuando  las aguas descienden y  los supervivientes en las cimas  montañosas bajan a la llanura, restauran con ayuda de esa memoria escrita los cimientos de su civilización, lo cual hubiera sido mucho más difícil en base al contingente recuerdo subjetivo.

Así pues, mientras  la catástrofe relativamente menor que supone el desbordar  del  Nilo  preserva en Egipto lo esencial, en Grecia  la  torrencial destrucción cíclica  hace que sus habitantes estén a intervalos condenados a empezar a cero.

 Así pues la sabiduría de Solón tendría en Egipto algo más que matriz. ¿Sería también el caso de la  ciencia y la filosofía de Tales? Simplemente carezco de competencia  filológica o historiográfica para discernir con claridad en este fascinante asunto, y por ello mismo acompañaré con gran ínterés a Jesús Molongwa en sus investigaciones. En el interín me atengo a los pensadores griegos  y retomo  una  pregunta de alguna manera elemental:  ¿qué pasó para que la interrogación de  Tales de Mileto o de Anaximandro relativa a cual es el elemento primordial del orden natural haya dado paso a una interrogación sobre el peso relativo de las facultades del sujeto humano en la configuración del orden físico?   Traigo una vez más a colación la controversia entre el intelecto  y los sentidos del texto que Galeno atribuye a Demócrito: 

"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de  lo dulce, por convención asimismo nos referimos a  lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar  tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota"

Los sentidos vienen a decir que al rebajar  el peso de los mismos, al  afirmar que lo único real en la naturaleza son los inasibles  átomos y vacío, el intelecto sólo consigue vencer a su matriz, es decir  la única fuente a partir de la cual cabe llegar a sus  pretendidas evidencias. Sin duda el intelecto tendrá alguna  respuesta, que a su vez levantará objeciones.  Pero lo  esencial es que la diatriba ha emergido, emergencia que es una de los rasgos definitorios de la filosofía.

¿Qué pasó, repito, en el seno de la física nacida en Jonia para que la cuestión del sujeto aparezca con una radicalidad que ya nunca será abandonada, y cuyos avatares se confunden con la historia misma de la filosofía? Pregunta  tanto más relevante cuanto que la historia parece haberse repetido y desde hace ya  más de  un siglo la física misma se ha visto, casi por escrúpulo intelectual, forzada a abrirse a la interrogación metafísica, a retomar la polémica el texto de Galeno y de alguna manera también la cuestión trascendental de la Crítica de la Razón Pura, se decir: se ha visto obligada   a pasar de la reflexión inmediata sobre la naturaleza a una reflexión sobre el ser que reflexiona.

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20 de mayo de 2015
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Asuntos Metafísicos 96: “La Ciencia no ha existido excepto entre los pueblos que vivieron bajo la influencia griega”

En cualquier caso la conjetura de que todo es agua,  no es en boca de Tales una hipótesis científica,  sino más bien una hipótesis que contribuye a forjar  la ciencia. Jean Pierre Vernant (Les origines de la pensée grecque Paris 1969)  ha puesto de relieve todo lo que este pensamiento debe a las civilizaciones anteriores, Babilonia y Egipto en primer término. Sin la eclosión de resultados experimentales parciales que se dio en estas civilizaciones, y sin asimilación de los mismos,  Tales no hubiera nunca podido avanzar sus propias tesis. Sin embargo  con esta certeza de una necesidad natural que sería inteligible al pensamiento estamos en presencia de algo insólito:

Al buscar un principio generador de la multiplicidad de entidades que constituyen el mundo, lo de menos es casi el determinar de qué elemento se trata, y de hecho Tales no hará más que abrir un debate al respecto que (ciertamente de manera sofisticada) se prolonga quizás en nuestros días. Lo importante es la convicción  de que algo hay que  efectivamente  está en los cimientos, algo hay sobre lo cual todo reposa, algo a lo que nuestro discurrir intenta aproximarse, algo que exige que hagamos alguna conjetura... aunque no hay seguridad absoluta de que acertemos, cosa que ya se encargarán de señalarnos.

La convicción de que hay una necesidad natural es el primer paso con vistas a que en la historia de las civilizaciones emerja lo que denominamos ciencia. Pero de poca serviría tal convicción si no se diera una segunda, a saber: la necesidad natural es transparente a la razón; la necesidad natural es inteligible. En suma, el doble postulado según el cual se da una necesidad natural, la cual es además explorable por la mente de un ser racional es el fundamento de la ciencia. Y en la medida en que este doble postulado se forja entre los pensadores de las ciudades marinas de Jonia, cabe decir que la ciencia constituye el aporte de Grecia a la historia de las civilizaciones. En palabras de John   Burnet John Burnet (Early Greek Philosophy Londres 1930)  "constituye  una adecuada descripción de la ciencia el decir que en ella se trata de pensar sobre el mundo a la manera de los griegos", a lo cual el gran Erwin Schrödinger añade "la ciencia no ha existido excepto entre los pueblos que vivieron bajo la influencia griega,"

Sería simplemente estúpido interpretar esta tesis en el sentido de una cualquier diferencia jerárquica entre la civilización jónica y las que la precedieron. Tan estúpido como pensar que la aparición de la teoría de la relatividad en un determinado contexto cultural supone superioridad del mismo. La prueba de la universalidad de la ciencia es  precisamente que  la reflexión iniciada en lengua  griega es sin problema alguno  incorporable  por toda otra  lengua. La ciencia nace  en una lengua y una región del mundo, pero se siente en su casa allí dónde hay una lengua que la acoja. Hay mucha s razones para aceptar la conjetura de que efectivamente  pero conviene explicitar que todo pueblo es susceptible de hallarse bajo la influencia griega, al igual que es susceptible de hallarse bajo la influencia egipcia, o babilónica.

Pero avanzar los postulados que sustentan la ciencia no significa en modo alguno dar cuenta de la emergencia de la filosofía. Esa tiene asimismo lugar en Grecia y entre los pensadores jónicos, mas de ninguna manera se confunde con la ciencia. Supone precisamente un paso más y decisivo en el movimiento que condujo a la ciencia, y que al igual que la ciencia es desde el origen potencial patrimonio de la entera humanidad. De esto seguiré ocupándome.

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5 de mayo de 2015
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Asuntos metafísicos 95: Que añade la Ciencia a la inteligibilidad (2)

Atribuir a la naturaleza un poderoso principio de ordenación interna, liberar a la naturaleza de la arbitrariedad, hablar de necesidad natural abre la vía a determinar  formas precisas de comportamiento de la naturaleza y  a efectuar razonables previsiones. Confiaremos por ejemplo en que cada evento espacial y natural tiene una causa, confiaremos asimismo en que la relación entre causa y efecto tiene un orden temporal determinado y, en consecuencia, que  no cabe modificación de lo dado efectuando una intervención sobre el pasado. Y lo mismo cabe decir de otros principios que cabe considerar a la vez rectores de la naturaleza y de nuestro comportamiento ante la misma.

 Ha de enfatizarse el hecho de que esta disposición ante la naturaleza sólo tiene sentido en base a la exclusión de las hipótesis míticas. Si la naturaleza estuviera sometida a los dioses como en los poemas de Homero, entonces  los principios de regularidad ahora contemplados  podrían eventualmente ser sustituidos. La búsqueda de principios firmes sólo tiene sentido porque  se presupone que los hay. Y para ceñirse a un ejemplo: si alguien sostiene que una determinada sustancia constituye un invariante universal que da soporte a la inmensa diversidad de los fenómenos es porque está convencido de que la necesidad de que haya efectivamente un invariante universal. Observación que me da la ocasión  de abordar un aspecto por el cual Tales de Mileto es conocido y que  permite considerarlo de alguna manera un científico, y quizás incluso el primero de entre ellos. 

En cualquier manual de filosofía el lector podrá leer que Tales hacía del agua el elemento primordial al que todas las cosas de la naturaleza se reducirían. El agua es susceptible de ser percibida a través de los sentidos, no es una cosa abstracta como un rectángulo o el número tres (percibimos mediante los sentidos tres manzanas, o tres sillas, pero no el número tres). Así pues,  priorizar el agua a  la hora de explicar las cosas supone explicar las cosas naturales  por algo presente en la propia naturaleza,  lo que los griegos llamaban physis  y por eso Tales es un sostenedor del  poder de la physis, un fisiócrata.

¿Por qué el agua?  Entre otras cosas porque Tales tuvo ocasión como todos nosotros de  percatarse de que la vida  surge efectivamente en medios húmedos,  de tal manera que  este agua debe ser interpretado como lo líquido o fluido (ta hygra). Privilegiar lo húmedo equivale simplemente a considerar que la diferencia entre las cosas se reduce a una diferencia en el grado de condensación (aspecto que después será desarrollado explícitamente por otro de los filósofos de Mileto). Condensándose, el agua forma los cuerpos sólidos; rarificándose en forma de vapor el agua crea el aire, el cual a su vez generará el fuego.

¿Todo excesivamente ingenuo? Tan ingenuo como puede parecer a un genetista contemporáneo la imagen de James Watson y Francis Crick posando ante la "escultura" con doble hélice que  intentaba reproducir algo que hasta entonces nadie había contemplado. El peso de una hipótesis científica no se mide por la configuración  imaginaria, sino por lo que supone como tentativa de abrir puertas ante una situación cerrada. Una hipótesis fértil es algo que surge necesariamente  de una crisis, una respuesta  literalmente de emergencia, la necesidad de una reacción adecuada  ante  una situación apremiante,  como lo fue la hipótesis de la relatividad de tiempo y espacio,  o la del carácter discreto (en ciertas condiciones ) de  la luz, ante la crisis en la que se veía  la física en el arranque del pasado siglo.

 Se diría que Tales es receptivo al hecho  de que el agua se muestre a la vez como soporte de las cosas  y como fondo en el que se abisman.   Percibiendo que  la madera no se sumerge en el agua, Tales aventura  que la tierra flota en ese elemento "como un pedazo de madera". Se ha  evocado al respecto la isla de Delos que, en  el mito, se  desplaza sin rumbo hasta el nacimiento de los gemelos  Apolo y Artemisa. No faltarán a la imaginación otros ejemplos que ponen de relieve la  tendencia a  reconocer en el agua el fundamento. Baste con evocar esa singular pulsión que supuso simplemente erigir en la laguna la ciudad de Venecia. 

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28 de abril de 2015
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Asuntos Metafísicos 94: Qué añade la Ciencia a la inteligibilidad (1)

El hombre no sólo es capaz de intelección sino algo más importante: en ocasiones  lo que motiva al hombre hacia  la intelección no es otra cosa que la intelección misma. Tras subrayar  la singularidad de esta situación me preguntaba en la pasada columna si ello era ya razón suficiente para hablar de ciencia. La respuesta es más bien negativa. La ciencia supone algo más que grado de conocimiento, incluso algo más que grado de conocimiento desinteresado. Conocimiento de alto nivel tenían desde luego los astrónomos babilónicos y chinos y no cabe dudar de que en algún respecto este conocimiento era meramente desinteresado. Y sin embargo no es arbitrario que en la previsión del eclipse por Tales de Mileto pueda barruntarse algo que no se daba en las etapas anteriores del conocimiento astronómico.

"El día se hará noche" nos dice Herodoto respecto a la previsión de Tales  cuya verificación en  un agónico conflicto contribuirá precisamente  a que se busque una sutura del mismo "En las diferentes batallas que se dieron, hubo una nocturna en el año sexto de la guerra que ambas naciones proseguían con igual suceso, porque en medio de la batalla misma se les convirtió el día repentinamente en noche; mutación que Thales Milesio había predicho a los jonios, fijando el término de ella en aquel año mismo en que sucedió. Entonces lidios y medos, viendo el día convertido en noche, no solo dejaron la batalla comenzada, sino que tanto los unos como los otros se apresuraron a poner fin a sus discordias con un tratado de paz"  (Herodoto Historias I, 74 traducción del jesuita P. Bartolomé Pou (1727-1802) disponible online)

Es objeto de  discusión el grado de precisión de Tales respecto al día y hora del eclipse, habiéndose incluso conjeturado que sólo pudo prever el año, pues prever un eclipse solar exige poderosos medios geométricos y trigonométricos de los que la ciencia no dispuso sino años más tarde. Pero con independencia del grado de conocimiento y del grado de acuidad en sus cálculos,  la actitud, la disposición de espíritu de Tales difiere de la de sus predecesores  en un punto importante: la observada regularidad en las órbitas que ha permitido prever la ocultación del sol no constituye un hecho aislado, expresión de un azarosa confluencia o de la intervención de los dioses u otras potencias ignotas.

Aunque, de hecho, no tengamos más que un conocimiento parcial, la naturaleza en los cuerpos celestes como la naturaleza en nuestro entorno, responde a una necesidad intrínseca que se traduce en movimiento de los astros, en emergencia de seres,  en transformación, o en destrucción. La naturaleza no es un conglomerado dispar sin principio de interna organización, la variedad de las cosas de la naturaleza constituye  por el contrario un mundo, un kósmos, término griego para designar el orden.

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21 de abril de 2015
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Asuntos Metafísicos 93: Preliminares de la Ciencia y de la Filosofía

En estas columnas retorna a intervalos la interrogación sobre la finalidad  de las mismas, es decir, el  objeto de la metafísica,  interrogación que  a su vez remite a la pregunta clásica e inevitable sobre el objeto mismo  de la filosofía. He intentado bajo múltiples formas delimitar cuando cabe decir que la filosofía da comienzo, qué separa la disposición de espíritu del filósofo respecto a la del científico o la del poeta, y cuándo cabe razonablemente conjeturar que la filosofía tiene su punto de arranque.

El problema del origen  se plantea en particular respecto a la  filosofía y la ciencia, pues a la palabra poética y al arte en general no parece poder atribuirse otro punto de arranque  que el de la propia humanidad. Es en efecto imposible imaginar que la disposición artística no surge de inmediato cuando en la historia evolutiva se asiste a ese momento de total ruptura, a esa emergencia que supone la mutación de un código de señales en lenguaje. Nunca es ocioso insistir en esta radical diferencia:

Los signos de  un código sirven a una finalidad práctica, y por definición su operatividad es proporcional a la ausencia de equivocidad; los signos lingüísticos por el contrario sólo parcialmente están subordinados a intereses exteriores al propio signo y además su potencial equivocidad es un arma para su propio despliegue, precisamente bajo forma de palabra poética.

Marcado por el hecho de que en ocasiones  el deseo de hablar (el pinkeriano "instinto de lenguaje") prima sobre las exigencias prácticas,  el hombre extiende  esta disposición más allá del lenguaje  y así convierte en símbolo cosas de su entorno que eran  susceptibles de constituir un instrumento para la vida práctica, o ser material del mismo.

 Interrogándose sobre la polaridad medios- fines, el genetista Francisco Ayala  señala el peso enorme de la capacidad para hacer esta distinción en el desarrollo de la cultura humana: "el cuchillo para  cortar, la flecha para cazar, la piel de un animal para proteger el cuerpo del frío" (Lectio con motivo de su doctorado Honoris Causa en la Universidad de Valencia). Mas precisamente por ello cabe enfatizar la enorme importancia en que esta finalidad del objeto es abolida: vasijas excesivamente pequeñas  para  almacenar agua o  excesivamente grandes para ser transportadas, arcos demasiado pesados  para ser alzados, espadas carentes de filo y de acuidad... objetos sin valor instrumental, preciosos sin embargo como prueba de ofrenda. Cabe conjeturar que está aquí  una de las vías en el deslizamiento que conduce de la techne en el sentido de técnica, a la techne en el sentido de arte

Pero lo que aquí quisiera enfatizar es otro singular aspecto del singular código de señales de los humanos: la información no determinada por objetivos exteriores a la misma, es decir, la inteligibilidad.  La abeja que contempla la danza de su congénere  recibe una información  llena de matices, la cual es desde luego preciosa con vistas a dar con el lugar dónde se halla el botín alimenticio. Sin duda cabe atribuir a ambas abejas algún tipo de afección  positiva en el hecho de estar actualizando una potencialidad simbólica que es propia de su especie ("danzar" y aprehender el sentido de tal danza), pero no parece razonable sin embargo separar tal satisfacción del objetivo vital.  No parece razonable conjeturar que tras  la danza que señala el lugar de la riqueza  y   la percepción del sentido de tal danza por la segunda abeja esta última acudiera a descubrir el lugar dejando intacto el objeto.

Es indiscutible que tal limitación no se da en el caso de la utilización de la información por los humanos. La información sobre la naturaleza  que el lenguaje proporciona puede llegar a ser deseada, no sólo dejando intacto aquello sobre lo cual tal información se da sino sin extraer utilidad alguna de la misma. El lenguaje humano intrínsicamente equívoco (a diferencia de los códigos instrumentales) lucha contra su interna  equivocidad  a fin de alcanzar información relativamente  inequívoca o inteligible, pero esta búsqueda de inteligibilidad puede llegar a ser libre, es decir, tenerse a sí misma como fin. ¿Quiero ello decir que esta búsqueda desinteresada es ya la ciencia? No necesariamente. La ciencia exige algo más, exige que lo inteligible no sea contingente, exige una determinada concepción del orden natural. Me ocuparé de ello en la siguiente columna.

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15 de abril de 2015
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Asuntos Metafísicos 92: El engrasador del pensamiento.

De ser cierto que la diversidad muda en oposición y finalmente  la oposición se hace contradicción,  la asunción de esta última se convierte en el signo mayor  de  entereza, la cual  se manifiesta ante todo en la fertilidad del pensamiento. Cabe incluso decir que  pensar es la prueba misma de tal entereza, entendiendo por pensar la tensión de  nuestras facultades  a fin de que haya emergencia. Es esta una palabra clave tratándose de pensamiento: emergencia supone indiscutiblemente crisis, pero asimismo novedad, respuesta, que en realidad es el resultado de la activación de los recursos. El asunto no es tanto que lo nuevo suponga contradicción en el edificio de lo  instaurado. Lo importante  estriba   en que  la mente misma sólo es fértil rompiendo  la situación de equilibrio. El  pensar  es precisamente ausencia de reposo; el pensar nada tiene que ver con el control de algo adquirido,  es más bien  la agitación misma del espíritu, confundido éste con el movimiento de las ideas, las cuales no paran, pues propio  de  ellas es precisamente  no parar.

Por eso, como aquí mismo he tenido ocasión de señalar,  pensar es durísimo: pensar  es vencer la inercia que tiende a evitar la emergencia. Pero ésta se impone aunque la subjetividad no siga. Cuando esto ocurre, cuando el sujeto sigue anclado en lo dado, el sujeto se disocia de la razón, el sujeto resiste a su ser, que sin embargo acabará imponiéndose: el pensar no se detiene, sino que se separa y se aleja  del sujeto; el pensar sigue su camino  y el sujeto queda anclado:

 "El  pensamiento especulativo consiste solamente en el hecho de que  el pensamiento retiene en el la contradicción, manteniéndose él mismo en la contradicción, en lugar de   (como hace el pensamiento representativo) dejarse dominar por la misma" escribe Hegel.

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7 de abril de 2015
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Asuntos Metafísicos 91: Contradicción en cada concepto.

"Vive el fuego la muerte de la tierra; también el aire vive la muerte del fuego; el agua vive la muerte del aire, la tierra la del agua". Una persona con la que he tenido ocasión de hablar de estos asuntos metafísicos me hace llegar este fragmento de Heráclito ( en versión  de Agustín García Calvo) pensador del que ha venido el último tiempo ocupándose. Fragmento al que se añade este otro más difícil quizás de interpretar: "Vueltas de fuego, lo primero mar, y de mar a su vez, la una mitad tierra y la otra mitad tormenta"

Vuelvo a la tesis dialéctica según la cual la identidad sólo es posible al precio de la diferencia, la cual a su vez supondría oposición y finalmente contradicción. Señalaba que esta concepción alcanza su cenit en la Ciencia de la Lógica de Hegel: la contradicción, verdad de toda diferencia, sería como el aceite del motor del  mundo, motor identificado por Hegel a lo que el llama razón. Aplico en esta nota la idea general  a la determinación misma de las especies.

El hombre es un animal bípedo, mientras que el caballo no lo es. En el seno de la animalidad las diferentes especies se distinguen precisamente por lo que Aristóteles llamaba "diferencias específicas", las cuales en la clasificación contemporánea se expresan en términos de diferencias genéticas sin que conceptualmente el asunto cambie gran cosa: el hombre tiene tal determinada mutación en el gen Fox P2, mientras que el bonobo o el macaco tienen una mutación diferente en ese mismo gen.

Ahora bien: nadie ha visto jamás el animal, lo que vemos es el animal en tal o tal especie, es decir nadie ha visto el animal sin diferencia específica. En consecuencia  las polaridades  del tipo mutación x versus  mutación y que distinguen al hombre del bonobo (o las análogas para otros ejemplos) son inherentes a la idea misma de animalidad.  Mas entonces la conversión de la diferencia en oposición y de esta última en contradicción afecta a la animalidad misma. 

El género animal engloba las especies, es como el todo de las partes que serían las mismas. Mas si animal se percibiera como agotándose en  el conjunto de polos de oposiciones que constituyen bípedo y cuadrúpedo, vertebrado e invertebrado  etcétera; si recíprocamente, estos polos de oposiciones no fueran disociados de la animalidad (u otro concepto genérico) en la que se suprimen sus diferencias y así se pierden...; si así fuera, la escisión  que para la unidad del género, supone concretizarse en especies aparecería como  verdad única del género mismo: esa animalidad en la que el bonobo y el hombre coinciden, llevaría ya dentro una quiebra.

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31 de marzo de 2015
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Asuntos Metafísicos 90: “Diferencia libre”

Desde hace un tiempo he venido centrando esta columna en un asunto vinculado a la historia de la filosofía, concretamente a las condiciones de posibilidad de la identidad, que he ido planteando con referencias a la clasificación aristotélica, ciertos principios leibnizianos y el proceso dialéctico que va de la  diversidad a la contradicción pasando por la oposición en la Ciencia de la Lógica de Hegel.

Ciertamente el tema sólo ha sido esbozado. Entre alguno de los tratamientos del asunto a los que ni siquiera he aludido  está el de Deleuze en su tesis doctoral Diferencia y Repetición,de cuya publicación se cumple ya medio siglo y que constituye quizás la obra mayor del autor ( a quien músicos y filósofos rendirán un homenaje este año en la ciudad de Ronda). Señalaré tan sólo que Deleuze introduce los conceptos de diferencia libre, es decir diferencia no subordinada a la unidad y de repetición compleja. La segunda idea es difícil de sintetizar. Podría hablarse metafóricamente de  retorno de algo que nunca de verdad se ha dado, la fertilidad en forma de reminiscencia. En algunos pasajes de la Recherche de Marcel Proust (autor sobre el cual Deleuze tiene un magnífico libro titulado Proust y lo signos ) cabría encontrar bellísima expresión literaria de esta idea.

Más fácil es aproximarse a la noción de diferencia libre, por  ejemplo contraponiéndola a la teoría aristotélica de la clasificación: Sócrates y Calias difieren entre sí por determinaciones que Aristóteles considera accidentales (diferencias materiales dice), pero coinciden en cuanto hombres. Hombre y bonobo se distinguen por su diferencia específica pero coinciden en cuanto animales. Animal y planta son heterogéneos pero coinciden en tanto seres vivos. Hasta ahí a cada nivel de diferencia corresponde u ivel de unidad que de alguna manera prima. El proyecto de Deleuze consiste en liberar el pensamiento de esta necesidad de vincular siempre la diferencia a la unidad, la diferencia libre sería la expresión de este desenganche. Recuerdo que durante la discusión de mi propia tesis doctoral (de cuyo tribunal Deleuze era miembro) tuvimos un pequeño debate sobre si la teoría de las categorías de Aristóteles era insertable en el sistema de subordinación de la diferencia a la unidad. Mi posición era que en la teoría según la cual  el ser no es un género supremo, sino que explota en la multiplicidad categorial, Aristóteles se acercaba de alguna manera al concepto deleuziano: juzgar es aplicar la multiplicidad categorial; las categorías son una multiplicidad originaria no derivada por diferenciación a partir de género común alguno; luego juzgar es inscribirse en una diferencia irreductible. Ciertamente Gilles Deleuze tenía otra percepción del aristotélico  libro de las Categorías. En cualqueir caso la cuestión que el pensador francés planteaba era fascinante y en aquel momento indisociable de los idearios políticos que se debatían entre sus estudiantes.    

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24 de marzo de 2015
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