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Escrito por

Rosa Moncayo

Rosa Moncayo (Palma de Mallorca, 1993) estudió Business Administration en la Universidad Carlos III de Madrid. Con 20 años, le concedieron una beca para realizar sus estudios en Seúl, Corea del Sur. Actualmente reside en Madrid. En 2020 publicó La intimidad en el sello editorial Barrett. Fotografía: Laura Carrascosa

«Robinson Crusoe» de Daniel Defoe, Londres, ed. 1719.

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Surfear el Kali Yuga

El mito de Robinson se inspira en la vida de un marinero español llamado Pedro Serrano que navegaba desde La Habana a Cartagena de Indias. El barco naufragó y Serrano acabó en un banco de arena. Durante ocho años solo se alimentó de pájaros y peces, sangre de tortuga y agua de lluvia. Al volver a España, Serrano se hizo famoso y rico contando sus peripecias. Esta historia llegó a los oídos de Daniel Defoe en un viaje de negocios por España y Francia y empezó a escribir. Como era común en la época, el título original de la novela era extenso: La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York; quien vivió 28 años completamente solo en una isla deshabitada en las costas de América, cerca de la desembocadura del gran río Orinoco; habiendo sido arrojado a tierra por el naufragio, en el cual todos los hombres perecieron excepto él mismo. Con una explicación de cómo al fin fue extrañamente liberado por unos piratas. Escrito por él mismo.

Más allá de la pura supervivencia, la historia que compuso Defoe trata sobre un hombre descuajado de su cultura y sociedad. En ella, el personaje de Robinson Crusoe es un náufrago inglés que vive veintiocho años en una isla cerca del río Orinoco. El mito de Robinson es la leyenda de todos los tiempos: el hombre es el constructor de la civilización y sólo el aislamiento permite sondear nuevas sensaciones.

Doce años después de la publicación de Robinson Crusoe, se publicó una novela alemana llamada La isla de Felsenburg. Trata sobre una colonia de náufragos y la construcción de una sociedad utópica. Algo más fantasiosa es El Robinson Suizo de Johann David Wyss. Vuelve al mismo tema: trata sobre una familia de inmigrantes suizos que naufraga en una isla desierta de las Indias Orientales cuando se dirigían a Australia. Los episodios se fundamentan en los principios de la moral cristiana y varios de ellos se presentan como lecciones de historia natural y ciencias. Johann David Wyss la escribió para sus hijos porque no encontraba literatura que pudiera instruir a los niños sobre el altísimo valor de la familia y la agricultura de supervivencia.

La lista temática es extensa: La isla misteriosa de Julio Verne (1874), Los náufragos de William Clark Russell (1896), El señor de las moscas de William Golding (1954), Capitanes intrépidos de Rudyard Kipling (1897), etc.

¿Cómo es posible que la mente humana nos lleve a una isla remota para experimentar algo de anarquía íntima y social? Una y otra vez vemos la isla, el desierto, la nada, el motivo que nos permitirá vivir cosas nuevas, tan nuevas como, por ejemplo, usar toda nuestra capacidad de golpe. Quizás no haya ilusión más engañosa para el común de los mortales que la idea del continuo perfeccionamiento de la humanidad. Nos destruye el peso de las expectativas sociales, pero también las estructuras que nos protegen. De ahí que la isla perdida se convierta en la única dimensión posible para la realización de nuestro deseo de convertirnos en alguien diferente, esta vez de verdad de la buena.

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3 de enero de 2025
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A Diogneto

A Diogneto es una de las epístolas más importantes y misteriosas de la apologética cristiana. En ella se compara la misión del que vive plenamente su fe con la del alma en el cuerpo. Dirigida a un pagano llamado Diogneto, se cree que fue escrita en el siglo II, aunque su existencia no se conoció hasta que un estudiante de griego la descubrió al leer el papel con el que el pescadero había envuelto su compra del día. Dada la disparidad de su origen, no sorprende que el manuscrito original se perdiera en un gran incendio durante el bombardeo de la Biblioteca de Estrasburgo en la guerra franco-prusiana de 1870.

Unos 1450 años después de la escritura de la Carta a Diogneto, Blaise Pascal alude a la incertidumbre en sus Pensamientos: “He ahí lo que veo y lo que me confunde. Miro a todas partes y no veo sino oscuridad. La naturaleza no me ofrece nada que no sea materia de duda y de inquietud. Si yo no viera en ella nada que me señalase una divinidad, me determinaría por la negativa; si pudiera ver en todo las huellas de un creador, reposaría en paz en la fe.”

La fe se ha confinado a un ámbito meramente personal. ¿Será cierto eso que dicen sobre el rechazo del cuerpo hacia el alma? Si es así, protégeme de mi corazón malvado, de querer construir un paraíso terrenal, próspero como ningún otro, y de creer que puedo vivir como se hacía antes. Ya no hay combate posible; nos rodea la materia y esta no engendra nada, ni siquiera orden o anhelo. He aprendido que la conciencia, agotada y plena, se refugia en la fe. Se nos dijo que, aunque fuésemos testigos de monstruosidades y en esos momentos nos resultase imposible creer en Dios, por lo menos viviéramos según la norma pascaliana: como si Dios existiera. De ser así, nunca perderíamos el partido ya que, ante la incertidumbre que se recoge en las dimensiones espirituales, tiene sentido adoptar la fe en lugar del escepticismo desde un rumbo miserablemente racional.

Como esa certeza sensible y hegeliana, el primer síntoma de percepción sobre el mapa y el territorio es el momento en el que se produce conocimiento. Entonces, ¿cuándo se sembró la primera duda? Rotos los vínculos, nos entregamos en cuerpo y alma a lo efímero. Deconstruidos y líquidos. Sé que nada es más o menos, pero los de ahora habitamos el mundo de otra manera: nos abalanzamos sobre él. Parece como si ya lo hubiéramos visto todo. Todas y cada una de las ciudades en las que pensamos que algún día podríamos echar raíces se han convertido en parques temáticos. A veces, la vida moderna parece una pulsión demoníaca. Son vidas agitadas, inconmensurables, y desbordan si hace falta. La idea de palpar la felicidad hasta el colapso. Más bien como lo que escribió Juan Marsé en La muchacha de las bragas de oro: “Era de esas personas que cultivan las emociones pasajeras, y de las cuales no sabes si son irresponsables de ser felices o si son felices de ser irresponsables.” Rotos los vínculos, el alma ya no espera nada.

Y usted, ¿cree que ya es tarde para ser irresponsablemente feliz?

 

Texto para Revista Centauros, julio 2024.

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10 de agosto de 2024
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La chimera

Hacía tiempo que no veía algo que me gustara tanto. La chimera de Alice Rohrwacher es un tesoro cinematográfico en el que la nostalgia por lo analógico se convierte en el único hilo posible para garantizar algo de cordura. Dirigida con maestría por la cineasta italiana -también directora de Lazzaro Felice y Le meraviglie, imperdibles-, esta película es un testimonio de su habilidad innata para tejer historias que trascienden lo convencional. Desde Kraftwerk a Battiato agilizando la banda sonora, pasando por una Isabella Rossellini que cada vez se parece más a su madre, las tumbas de una Italia expoliada… Podría parecer que la belleza de lo roto no es más que un simple mito.

Ni siquiera puedo decir que me haya gustado por la suculenta puesta en escena, más bien me ha maravillado por todas las veces en las que rompe con lo convencional, se aleja de lo que pensamos que va a ocurrir; la disrupción del imaginario propio. Y ese final, qué dolor...

En el corazón de esa quimera late un amor imposible, una búsqueda desesperada que lleva al protagonista, Arthur, a terribles actos de perdición en su obsesión por encontrar a Benjamina, su amor, su vida, la que nunca estuvo hecha para los ojos del hombre. En su frenética huida hacia adelante, Arthur colisiona contra lo invisible, el enigma, mientras se cruza con una variada galería de personajes. Sin embargo, aquí lo importante es el telón de fondo, ese algo distinto, especial, la esencia del cine italiano se manifiesta en un certero esplendor: desde los personajes pícaros hasta las paredes desconchadas, la tierra que ensucia la ropa, el bullicio de los niños y sus piojos, los carabinieri, la red ferroviaria de un país en crisis total, la herencia de las narices griegas, el soniquete toscano... Cada detalle captura la esencia del neorrealismo italiano, y en las manos talentosas de Alice Rohrwacher, esta herencia cinematográfica queda revitalizada.

 



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21 de abril de 2024

Sr. Scott Libros, 2023

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Los búlgaros

 

Solo y triste, dos cosas que incluso el más cerril, sin haber estudiado en profundidad el alma humana, entiende que son comórbidas. 

 

Los búlgaros es una colección de relatos del talentoso escritor y periodista Gonzalo Núñez. Chamberí, pisos de alquiler, anhelos de pasión, fantasía y robos con violencia. Ya había leído a Gonzalo hará más de diez años así que puedo decir que me ha hecho mucha ilusión comprobar que la literatura sigue moviéndose en él. Su lectura está llena de surrealismo y parodias, conjeturas felices y situaciones hilarantes sobre la revolución amorosa. ¡Por lo menos las relaciones humanas todavía son interesantes! Lanzo una pregunta: ¿El amor sigue siendo líquido o ya no queda nada de eso?

Gonzalo Núñez perfila una galería de personajes entrañables que se enfrentan a las trampas infinitas del amor en un mundo cambiante y embarrado. Locos y soñadores, parece que sólo ansían la belleza si su búsqueda implica sumirse en una vorágine. Ecos de Nouvelle Vague, referencias decimonónicas, incluso Napoleón campando a sus anchas por Madrid, y una larga lista de reflexiones empedernidas.

Diría que el tema central de esta colección de relatos gira en torno a la ridícula obsesión por el amor, palabras exactas de Christian, el protagonista de Moulin Rouge, ante el desengaño amoroso que sufre por la cortesana Satine. Se me quedó grabada esa frase al visualizar por quincuagésima cuarta vez esa película que seguimos teniendo en DVD. Y es que sí, el amor es ridículo, y enamorarse un motor hacia el peligro, pero hay que hacerlo por lo menos una vez en la vida.

El humor es para los sabios y admiro al que es capaz de ponerlo por escrito sin perder ni una pizca de dignidad. Conociendo a Gonzalo, es inevitable no imaginárselo como el protagonista eterno de estos relatos.

¡Ah! Debo decir que es un libro para leer en primavera o verano.

 

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15 de febrero de 2024
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Amar el bien

Navidades y Reyes leyendo los diarios de Tolstói. La entrada del 17 de agosto de 1852 dice así:

“La disciplina es necesaria únicamente para los conquistadores. Para todas las personas existe un camino especial a lo largo del cual cada proposición se convierte en verdadera. Nada me ha convencido tanto de la existencia de Dios y de nuestras relaciones con Él como la idea de que las facultades dadas a todas las criaturas van de acuerdo con las necesidades que estas deben satisfacer. (…) La fe, según el nivel de evolución del hombre, refuerza su veracidad.”

Que la estructura y las capacidades de las criaturas —nosotros: humanos imperfectos— sean un testimonio de la existencia de Dios, hace que esa armonía sea suficiente para regalarnos la posibilidad de una conciencia mayor. En lo cotidiano, la conciencia se ha convertido en una simple función auxiliar que crea morales diversas y a conveniencia de cada uno. Poco a poco, van surgiendo nuevas religiones en forma de ideologías corrosivas que no presentan capacidad de ahondamiento. Una simple retahíla de palabras es más que suficiente. Nadie está a salvo de los dogmas actuales.

La Navidad debe haber perdido mucho desde la domesticación de la corriente eléctrica. Claro que no lo sé con certeza porque no me tocó vivir esa etapa, pero me hubiera gustado conocer esa felicidad antigua que supongo tan bella y a veces idealizo impulsivamente. Hoy, casi todos hablan de la Navidad como un estado de tensión familiar, objetos decorativos clónicos y estómagos a prueba de bombas. Dentro de la amargura, cada vez más personas repelen estos días. Nunca lo entenderé.

Al día siguiente, 18 de agosto de 1852, Tolstói escribe: “He aquí cuatro reglas que guían a los hombres. 1) Vivir para la propia felicidad. 2) Vivir para la propia felicidad haciendo el menor mal posible a los demás. 3) Hacer por los demás lo que te gustaría que los demás hicieran por ti. 4) Vivir para la felicidad de los demás.”

Amar el bien porque es agradable y útil.

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8 de enero de 2024

Una orquídea fantasma

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Anotaciones sobre orquídeas

En 1994, John Laroche y tres indios seminolas fueron arrestados por robar especies raras de orquídeas en la Reserva Estatal del Fakahatchee de Florida. Resultó que Laroche era el jefe de esos indios cazadores de plantas exóticas que, sin embargo, eran los únicos autorizados a recoger orquídeas. Al parecer, la ley los ampara bajo un hecho muy simple: practican antiguos rituales sagrados con ellas. Cuando los detuvieron, Laroche dio el nombre botánico de todas las plantas robadas y explicó a los agentes de policía que las iba a tratar en su laboratorio con el fin de clonarlas y venderlas a coleccionistas. La detención salió en la prensa local y Susan Orlean, una periodista y escritora de Nueva York, se interesó por la historia. Unas semanas después, Orlean se plantó en Florida para acudir al juicio y, tras una serie de acontecimientos locos, acabó escribiendo El ladrón de orquídeas.

Todos sabemos que las rosas siempre lideran las ventas de flores. No obstante, el comercio internacional de orquídeas da mucho más dinero por su excentricidad: se dice que alguien, en algún lugar del mundo, llegó a pagar veinticinco mil dólares por una orquídea. Algunos queremos seguir pensando que el coleccionismo hace que el mundo parezca un lugar fascinante, lleno de oportunidades. En la Inglaterra victoriana, llamaron «orquidelirio» a la locura que revoloteaba alrededor de estas flores, una pasión equivalente a la fiebre del oro, la del petróleo e incluso la filatelia. Las orquídeas atraen a personas obsesivas y su coleccionismo total es imposible, hay miles y miles de especies, además de las creadas artificialmente en laboratorios. La clonación de plantas es una práctica bastante común en la actualidad, a pesar de que este método solo comenzó a utilizarse a partir de finales de la década de 1950. Una curiosidad: Laroche utilizaba el microondas para alterar y esterilizar las semillas antes de cultivarlas.

Ciertas orquídeas han desarrollado la capacidad de imitar la apariencia de las hembras de insectos polinizadores, atrayéndolos hacia ellas. Este mimetismo sexual confunde a los insectos machos, induciéndolos a intentar copular con su flor. La palabra orquídea deriva del latín orchis, que significa testículo; no sólo le hace un guiño a la forma de sus tubérculos subterráneos, sino también al hecho de que, hace mucho tiempo, se creía que las orquídeas brotaban del semen derramado por los animales durante el apareamiento.

En Florida, las orquídeas son desmesuradas y su capacidad de adaptación y mutación es inimaginable. En el libro, Orlean dice que hay que querer algo muy apasionadamente para ir a buscarlo hasta el Fakahatchee, de ahí que se decidiera a buscar la orquídea fantasma, una especie hipnótica de características únicas. La orquídea fantasma acabó convirtiéndose en un elemento central de su historia debido a su rareza y a la conexión que podía establecer con Laroche, quizás fue una excusa para intentar obsesionarse tanto como él. La orquídea fantasma crece sin clorofila y se nutre exclusivamente de hongos. Puede que sea una de las especies más difíciles de encontrar. Su flor exhibe un color blanco níveo que resalta en medio del verde oscuro de los humedales donde crece. De sus pétalos se desprenden otros dos pétalos inferiores que se tuercen hacia abajo, da la impresión de que está suspendida en el aire y se mece según sopla el viento. No es de extrañar que sólo puedan sobrevivir en climas perfectos que nadie nunca podría replicar artificialmente.

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15 de noviembre de 2023

XIX Premio Tusquets Editores de Novela 2023

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Nada que decir

Lo intelectual dejó de interesarle, las ideologías, los avances de la humanidad eran para otras, ella quería historias tiernas, ninguna historia ni conversación le interesaba si alguien no amaba o alguien no sufría.

Silvia Hidalgo, sevillana nacida en 1978, ingeniera informática y autora de Yo, mentira (Editorial Tránsito), es la ganadora del XIX premio Tusquets de novela con Nada que decir.

¿Qué pasa cuando se nos va rompiendo el corazón poco a poco? Nada que decir trata de una mujer que pierde su identidad, que se desvía del impulso vital y acaba encajada en la pobreza de lo cotidiano. Su protagonista quiere sentir el mismo asombro de la niña Bernadette frente a la Virgen de Lourdes, necesita que ese acontecimiento divino y sanador ocurra cuanto antes. Conducir lejos, huir de la felicidad del hogar, del calor, de la oficina, de los libros y de la música, de todo intelecto; que solo ansía llegar a ese páramo, donde se hable de otro modo, con otro acento más cerrado, más tosco y encontrar un milagro.

Desde que se nos dijo que el amor dura tres años, la vida parece un sinvivir de cifras inexactas y errores premeditados. La novela está llena de esperas, paréntesis amargos; la ausencia del mensajito, la señal de amor que todo lo cura. El mensaje del amado, un capricho. Como siempre, la sensación de caos arrasa tras el zarpazo emocional y el futuro negro parduzco que nos acecha acaba con toda ilusión. No se puede volver atrás. Nada que decir también trata sobre la pérdida y el duelo; un duelo que no termina de manar, no brota, no llega a nada, se queda en la superficie de todas las cosas que nos quedan por hacer. La protagonista escarba en la fuga mental, se obceca en la percepción de sí misma, configura sus propios finales; pero, ¿acaso no es lo que todos hacemos?

Como no hay crimen sin motivo, tampoco hay escritor sin circunstancias propias. En la presentación del premio en Madrid, Silvia dijo que ella no podía escribir como si fuera otra, que no podía hacer otra cosa, y estaba más tranquila que nunca porque eso quería decir que el misterio se había acabado.

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30 de octubre de 2023
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Sobre Malinowski

Toda la pasión de Malinowski surgió de una pregunta: ¿Cómo funciona una sociedad? Cuando llegó a sus manos La rama dorada de James Frazer, quedó profundamente conmovido. A veces, sólo hace falta un libro. El amor por la antropología lo condujo a Australia y Papúa Nueva Guinea. Sin embargo, corría el año 1914 y el asunto bélico lo desterró a las islas Trobriand para evitar ser internado como enemigo extranjero. Durante su estancia, investigó el intercambio kula, una tradición ceremonial entre las islas Trobriand y otras del Pacífico occidental en la que se intercambian brazaletes y collares. Los collares, gargantillas hechas con conchas, circulan en el sentido de las agujas del reloj entre las islas; los brazaletes, en dirección contraria. Estos objetos no tienen valor monetario, pero al mismo tiempo lo significan todo. Son el lazo —el nexo, la unión fundamental— de las relaciones sociales, la manifestación inequívoca de las alianzas entre los habitantes de las islas. Viajan en canoas buscando esas otras islas donde ofrecer los bienes, recorriendo kilómetros y kilómetros de mar para cumplir con el intercambio. Lo que importa no es poseer, sino el sentido de comunidad y correspondencia: ambas logran una libertad perpetua. Malinowski escribió que todos los aspectos de la vida social buscan satisfacer necesidades comunes: comida y techo, es decir, las necesidades biológicas. Exploró en profundidad, pasando mucho tiempo solo y distante, haciéndose las mismas preguntas una y otra vez. ¿Qué era una sociedad? ¿Qué la determinaba? No encontraba respuestas. Pasó dos años enteros en las islas. Tenía momentos de desesperación, de tristeza infinita, en los que se encerraba en su choza para leer. Se sabe que se hizo amigo de un vendedor de perlas y un médico, ambos también expatriados.

Sólo avanzó en su investigación cuando aprendió el idioma local, kilivila. Nadie entendió cómo lo aprendió tan rápido. Entonces, sólo a través del lenguaje común, se dio cuenta de que la magia era la única esperanza para los trobriandeses. La magia lo explicaba todo, se revelaba como la única solución. La magia explicaba la pesca, el amor, las cosechas, la lluvia, los embarazos. Las mujeres eran fecundadas por los espíritus de los muertos. El mundo de los muertos era una realidad cercana a la suya. La guerra sólo ocurría a través de la magia. La magia era su contexto mental, el contexto de toda una sociedad: un hilo fantasma. La enfermedad, las peleas, todo lo malo crecía a través de la magia. Una magia constante, inalterable; a veces, incomprensible.

Nota mental: La magia aparece donde no tenemos control y sólo las pasiones hacen del mundo un lugar más manejable.

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21 de agosto de 2023
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Cosas chulísimas

Veinte mil euros como veinte mil leguas de viaje submarino, pero quítale la épica. Dar veinte mil euros a un adolescente es parte de las cosas chulísimas que la izquierda ha ideado para conseguir una sillita en el congreso. Hay panfletos políticos que ni siquiera colarían como carta a los Reyes Magos. Lo cierto es que un voto nunca salió tan caro y el mercado está fatal.

En primero de carrera me concedieron una beca de 8000 euros. No sé qué hubiera sido de mí sin esa beca y la ayuda de mis padres. Lo que sí sé es lo que hubiera sido de mí si no me hubiera esforzado en conseguirla. Nada bueno, las cosas como son. Ya sabemos que a los 18 no se razona, ni siquiera lo hacemos ahora. No pensar es una cosa chulísima y mola mucho. Estamos creando una sociedad que prolonga la adolescencia: los 30 son los nuevos 20 y los 40 los nuevos 30. Qué bonito sería si alguna acción política procediera de un deseo sincero por hacernos mejores. A cualquier sector político le conviene gente inmadura y manipulable. La edad temprana es mágica y los proyectos verdaderos son para siempre. Así debería ser, pero amanecemos desnortados, rodeados de propósitos ambulantes, idas y venidas sin convicción. Y sí, claro que sí, la juventud está perdida, estamos todos majaretas, y dentro de esa perdición nos rebelamos, nos encontramos en plena metamorfosis y aprendemos un poco. La adolescencia es una turbulencia espantosa de la que conservamos los recuerdos más bellos.

Es mucho mejor ser un inadaptado que un comodón. En la comodidad no sucede nada, no nace nada de nosotros, sólo esterilidad. Margarita de Navarra dijo algo que me gusta. La gente finge que no les gustan las uvas cuando las vides están demasiado altas para alcanzarlas. Parece que la gran conspiración del sistema es que no aprendamos, que no nos esforcemos ni sepamos de lo que somos capaces. En definitiva, la relación del hombre con el fracaso es mucho más fértil que la posibilidad de un cheque.

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4 de julio de 2023

El Roto

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Planeta Tamagotchi

Las consecuencias de la actividad científica son el marasmo, el apocalipsis, el caos, la barbarie, el desorden en el que actualmente se mueve la humanidad. La ciencia es el caballo de troya de la tecnología, la tecnología es satánica en el sentido etimológico de la palabra diabólica, que significa desintegradora, separadora. La ciencia ha troceado, ha separado al ser humano de la naturaleza y eso, probablemente, es lo que en la religión cristiana se llama pecado original, pecado contra el espíritu.

Son las rápidas palabras de un jovencito Sánchez Dragó entrevistado en Canal Sur. Me gustaba mucho Sánchez Dragó. Su sola presencia (¡desmesurada!) en el panorama nacional, obraba un efecto casi benéfico para los que sólo nos gustan las opiniones que se salen del tiesto. Encuentro muy cierto lo que dijo hace ya muchos años: la tecnología es culpable del desorden en el que nos movemos. No hay más absurdidad que no querer ver nada más que lo que nos da la ciencia, que la ciencia resolverá cualquier problema. Similar es lo que escribe Marcuse en El hombre unidimensional: «La sociedad tecnológica es un sistema de dominación sobre la vida de las personas». Uno lee estas cosas y piensa en ese comentario tan común que nos decimos los unos a los otros: que la tecnología no es buena ni mala, sólo depende del uso que le damos. Sí, de acuerdo, pero somos dóciles, dóciles hasta con lo que está absolutamente mal, dóciles hasta para olvidarnos de las cuestiones del espíritu.

El avance científico es dogmático. Se ha llegado a decir que nunca más las cuestiones de la conciencia deberían frenar los progresos de la ciencia pues la ciencia no da alternativa, lo otro sí. De igual manera, el catálogo cultural actual viene sometido a las redes sociales y su presión por estar ahí, sometido a la forma concreta y algorítmica con la que podemos meter todo lo que se hace llamar cultura en la pantallita del móvil para que, de alguna manera, sea real. Ya hay tantas películas en las que los humanos buscan el amor a través de una pantalla… Quizás el Tamagotchi sea el origen de los males que nos acusan. La lección es obvia, pero difícil en su práctica: sólo si buscamos los lazos humanos, la belleza del vínculo terrenal, obtendremos dignidad.

El auge de la inteligencia artificial, Siri, toda la cuestión robótica, hasta el tema espacial y, por supuesto, las pelis futuristas, me aburren. Lo cierto es que preferiría morir antes que acercarme a lo que sea que es eso de la inteligencia artificial o el funcionamiento de las criptomonedas. Poco a poco, una se va dando cuenta de que cada vez se encuentra más desenchufada del mundo que se nos plantea. Me estoy quedando atrás y no he cumplido ni los treinta. Por el amor de Dios, ¿qué va a ser de mí? Y sin embargo me acecha una pregunta: ¿qué haría yo sin mi Google Maps? Adoro Google Maps. No podría vivir tanto y tan rápido sin él.

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17 de abril de 2023
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El Boomeran(g)
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