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Escrito por

Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.  

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La culpa del mono ladrón

No nos une el amor sino el espanto, declaró Jorge Luis Borges sobre su relación con Buenos Aires, la ciudad que amaba odiar. A los humanos y a los animales nos unen muchas cosas, pero hasta ver esta foto no había notado que lo más importante es el espanto: la capacidad para ser humillados, castigados, reducidos a la infelicidad.

En su tragedia, este mono es como nosotros.

Esto explica el pie de esta triste foto: un mono que robaba a los tenderos y toqueteaba a las mujeres en Bombay fue “atado, enjaulado y expuesto a la humillación pública”. Era un mono juguetón y hábil: robaba cojines de una tienda, los despanzurraba, se divertía viendo volar los pedacitos y huía con celeridad.

Tras seis meses de sufrir sus monerías, los vecinos contrataron a un experto, quien capturó al mono. Los medios se hicieron eco de su humillación pública.

No se alarmen. Según sus declaraciones a diarios locales, los tenderos no piensan acabar con el macaco. Aseguran que lo “pondrán en libertad aunque aún no se sabe los días que permanecerá enjaulado para cumplir la pena por lo que ha hecho”.

Pero mírenlo: ¿no les da lástima? En su cabeza gacha, su boca entreabierta en un lamento, sus manos atadas detrás de la espalda y su visible tristeza, el mono es más humano que nunca. No le pegan, no lo mutilan, no lo matan: lo humillan. Y en su sentirse humillado se humaniza mucho más que los perros que aprenden a sumar, que los delfines que cumplen órdenes en el acuario o que los caballos danzantes de Viena.

Los animales inteligentes pueden ser más o menos inteligentes que nosotros. Pero no nos identificamos con sus proezas intelectuales. Podemos admirarnos con la mente del otro, no identificarnos. Lo que une es el sentimiento.

¿Cualquier sentimiento? Yo creo que no todos valen. La alegría del perro que se vuelve loco cuando volvemos nos simpatiza, pero es demasiado loco. La elegante indiferencia del gato nos causa gracia, pero es demasiado poco.

En cambio, este mono dolido, vencido, nos llega al alma. Cuando humillan a un semejante, nos humillan a nosotros. La humillación del otro nos subleva, debe sublevarnos.

 

No venimos del mono: vamos a su dolor. ¿Cuántas veces no nos hemos sentido como este mono atado?

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16 de febrero de 2016
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¡Cuidado con el esperpento!

Les salió bien con Ronald Reagan. Les salió bien con Bush padre y con Bush hijo. Pero les estoy hablando de una era geológica remota. De una época antes de la era de las redes sociales, antes de los programas cómicos como usinas exclusivas de información para millones, antes de las práctica desaparición para amplias capas de la población de noticias que no sean entretenimiento. 

El sistema funcionaba así: el Partido Republicano quería volver al poder con un candidato ultraderechista. Los multimillonarios dueños del país y donantes del partido querían extender aún más la ley de la selva. Pero para que su candidato fuera visto como progresista, moderado, representante de toda la nación, le inventaban un contrincante tan extremo que a su lado, Reagan y los Bush parecían de centro. Así era Pat Buchanan. Así era Alan Keys.

La estrategia se parecía a la de los equipos del Tour de Francia. En el comienzo de las larguísimas primarias un loco salía disparado y el pelotón lo seguía. El líder avanzaba a paso seguro, y cuando todos se habían cansado de perseguir al demente, el líder ocupaba su lugar. En ese tiempo, donde la mayoría de la población se informaba por los diarios, las radios de noticias serias y los informativos de la noche de los grandes canales, Donald Trump hubiera ocupado ese lugar de divertido extremista. Después el candidato avalado por los grandes poderes – Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush u otro – daría el paso del mundo de los chistes y la vergüenza ajena al de la alta política.

Pero a esta altura los mandamases de la derecha dura estadounidense deben haberse dado cuenta ya de su error. El tupé esponjoso de Trump no baja. Para una franja enorme y creciente de la población, no hay más política que el entretenimiento ni más información que el insulto sin fundamento. Trump tiene su propio dinero y puede seguir en campaña cuanto quiera. Y ya no es vergonzante querer ser como él. Es rico, es atrevido, es triunfador. Se ríe de su impresionante mal gusto. Sus chistes xenófobos, machistas, racistas y soeces son vistos como un discurso de valentía políticamente incorrecta.

Ahora se alía con Sarah Palin, que ahuyentó millones de votantes en la campaña de los republicanos hace ocho años. Dobla la apuesta. En la sociedad del espectáculo brutal, Trump sabe que tiene que hacerla y decirla cada vez más gorda. No puede quedarse con las burradas del mes pasado.

Lo más terrible no es que los mandarines republicanos hayan calculado mal y se estrellen con su candidato payaso que cautiva a la derecha dura pero no cala entre los indecisos y los independientes. Lo peor sería que hayan entendido bien el cambio de época. Y que el loco fascista sea el verdadero candidato. Y que tengan razón y que gane.  

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26 de enero de 2016
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Los 75 de Plácido Domingo

Esta semana Plácido Domingo cumplió tres cuartos de siglo. Y sigue con un ritmo endiablado. No es que se limite a seguir: como en cada momento de su carrera, está empezando: estrena papeles, graba discos populares, actúa en lugares nuevos… El Tiempo de Bogotá me pidió una semblanza del anciano imparable. El gran editor de su edición dominical Bernardo Bejarano no tuvo que rogarme mucho. Aquí está.

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En diciembre de 2015, Plácido Domingo estrenó su papel número 143… o tal vez es el 144. Ya no los cuenta. Salió a escena en el enorme teatro en forma de navío volcado, El Palacio de las Artes de Valencia, con el uniforme marcial del Macbeth de Giuseppe Verdi.

A lo largo de cuatro horas, sobre un escenario despojado, las brujas le pronosticaron que reinaría; instigado por su malvada esposa mató al rey y ocupó su lugar; cometió crímenes y desmanes; fue corroído por la culpa y murió a manos de sus enemigos. Cerca de la medianoche, con el frío del diciembre español envolviendo el edificio, el gran artista cantó su última aria con esa voz inconfundible y fue ovacionado por un público que nunca lo abandonó.

Estaba a punto de cumplir los 75 años.

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La página web de Plácido Domingo se abre con la frase en inglés: ‘If I rest, I rust’. O sea: si me detengo, me oxido. Y no para nunca: el último año cantó óperas, conciertos en los cinco continentes, grabó discos de villancicos y de canciones del Mediterráneo, recibió premios, dirigió grandes orquestas…

‘If I rest, I rust’. Suena como el lema de un viejo roquero. Él no es un roquero pero se mueve como pez en la pecera de la cultura popular: consiguió hacerse inmensamente popular sin abaratarse. Domingo siempre combinó la ópera al más alto nivel con una apertura al cine, la televisión y los espectáculos de masas, como Los tres tenores.  

Triunfó en el cine haciendo óperas completas, no comedias ni pastiches. En los ochenta, Francesco Rossi lo guió en su mejor interpretación para la pantalla: una Carmen vibrante y pasional. Estas películas son clásicos que lo colocan entre los grandes actores de cine. No por nada el gran intérprete de Shakespeare, el inglés Lawrence Olivier, dijo que el Otelo cantado de Domingo era mejor que el suyo hablado. 

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Muchos consideran a Domingo el mejor tenor de nuestro tiempo, o incluso de la historia. ¿Pero en qué es el mejor Plácido Domingo? Luciano Pavarotti tenía una voz más hermosa, una naturalidad incomparable y unos agudos insultantes; Alfredo Kraus era más aristocrático y elegante en el repertorio romántico francés; Fritz Wunderlich, más perfecto y vibrante en Mozart. Pero Domingo es el gran artista completo: el gran músico, el gran actor, el gran comunicador que canta como cantaríamos sus oyentes si supiéramos cómo.

No es el primero si se toman cualidades y repertorios por separado; pero es el mejor de todos en el conjunto, por ser ambicioso sin perder la bonhomía, por ser insaciable sin perder capacidad para que nos identifiquemos con él. Y sobre todo porque lo vemos esforzarse al máximo. Porque, como un atleta, a todo llega, pero todo le cuesta.

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¿Y cómo es su voz? Como la describió el gran cellista ruso Mstislav Rostropovich, se proyecta con la sonoridad, los armónicos, la profundidad, la humanidad de un violoncelo. El mismo Domingo prefiere la metáfora del chocolate caliente. Describe su propia voz como espesa, con un centro sólido y firme, una impresionante seguridad en los graves – que le permiten ahora cantar como barítono – y unos agudos esforzados, a los que llega como después de un prodigio de voluntad y técnica. Con una gran inteligencia musical y dramática, el tenor se apropia magistralmente de papeles que no parecen hechos para él.

Con  la entrada al siglo XXI inició una nueva carrera: dejó de ser tenor y pasó a ser barítono, una tesitura más grave. La voz ya no tiene el brillo de antaño pero conserva fuerza, expresividad y una capacidad de comunicación que más quisieran los divos de hoy.

Para reemplazarlo, para interpretar todo su repertorio, la nueva generación requiere de al menos cuatro cantantes. Pero si juntamos a los cuatros mejores tenores del momento, entre todos no hacen un Plácido Domingo. 

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22 de enero de 2016
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Luces y sombras del cierre de Al Jazeera America

Al Jazeera cierra su canal de cable en Estados Unidos. La cadena caterí lo anunció esta semana y se hará efectivo a finales de abril. Termina así un sueño que prometía nuevos caminos en el periodismo televisivo pero que también causaba preocupación a los que damos valor a la independencia de los medios.

La aventura duró poco. Al Jazeera había comprado el canal Current TV al ex vicepresidente Al Gore en agosto de 2013 por 500 millones de dólares. Para su expansión a América, contrataron a reputados periodistas de la ABC, de CNN, de la FOX… Tenían grandes ambiciones.  

Pero desde el comienzo se encontraron con un serio inconveniente: los grandes distribuidores, AT&T y Time Warner Cable, se negaron a incluir su señal en sus ofertas: alegaban que tenían contratos con Current TV, no con Al Jazeera. Sin embargo, la operación siguió adelante: el petróleo del emirato de Catar proveía fondos casi ilimitados. Hasta que el precio del petróleo se desplomó. De cien dólares el barril a treinta, y puede que siga bajando.

 “Nuestro modelo de negocio no es sostenible”, reconoció este miércoles en una carta a los empleados Al Anstey, consejero delegado de la filial de la cadena en EEUU. 

¿Es una noticia buena o mala? Por un lado, si bien no tenían mucho público, Al Jazeera significaba una voz distinta, la entrada de otras perspectivas y puntos de vista en un mercado con miles de canales todos difundiendo la misma idea. Al Jazeera entrevista a las víctimas de los drones que lanza Estados Unidos; a los palestinos víctimas del cerco israelí; a los campesinos de África; a los intelectuales de Oriente. Y se cuentan historias largas, complejas, bien investigadas, hechas por los reporteros de la emisora o por periodistas y productores free-lance con ideas nuevas y miradas alejadas del discurso “mainstream”.

Pero por otro lado, como denuncia el director adjunto de El País Lluís Bassets en su libro “El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo”, Al Jazeera es la punta de lanza de los “medios soberanos”, que responden a los intereses de los gobiernos que los sostienen. Y si en muchos temas pueden informar con libertad porque no dependen del dinero de las grandes corporaciones, en lo que hace al creciente poder del país que paga todas sus facturas, Catar, esa libertad encuentra su límite. Ahora, cuando los televidentes necesitan entender el conflicto entre los bandos suníes y chiíes en Medio Oriente y cuando se debate la organización del Mundial de Fútbol de Catar, Al Jazeera usa su prestigio para avanzar la causa de su dueño.

Los “medio soberano” tienen sus peligros, como muestra el avance de Russia Today y el canal chino CCTV, que mezclan sin pudor información y propaganda. Obviamente, los medios “libres” también tienen sus servidumbres, y muy fuertes. Sin embargo y sabiendo esto, Al Jazeera sigue siendo una voz necesaria por la calidad de sus noticias, la amplitud de sus voces y puntos de vista y la profundidad de sus documentales.

 

Con sus luces y sombras (que el televidente advertido conoce), creo que su desaparición de la parrilla del cable en Estados Unidos es una mala noticia. 

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14 de enero de 2016
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El legado del filántropo ecologista

El fundador de las marcas de ropa de aventuras “Esprit” y “The North Face” era para muchos ecologistas una cara amable del Norte en el Sur. Para otros, una peligrosa vanguardia de un nuevo imperialismo “verde”. En medio de esa controversia, Douglas Tompkins murió el miércoles 9 de diciembre en su adorada Patagonia chilena, y murió en su ley.

Tompkins, de 72 años, volcó en su kayak en las heladas aguas del lago General Carrera. Según la Armada de Chile, el fuerte viento hacía desaconsejable surcar el lago, pero el empresario desafió las olas de tres metros de alto. Seis horas después de su rescate, Tompkins murió en el hospital de Coyhaique. Termina así la vida de un emprendedor pionero de la “ecología profunda”, un soñador y un guerrero.

Desde pequeño le atrajo la aventura en los grandes espacios naturales de Estados Unidos. Con sus marcas de ropa mezcló el éxito empresarial con sus ideales. En los ochenta se trasladó a vivir a Chile y en ese país y Argentina dedicó gran parte de su fortuna a una empresa quijotesca que para algunos locales era una ayuda en la preservación del ambiente y para otros, un peligro.

Compró tierras (al final fueron más de un millón de hectáreas, más otro millón largo en donaciones de sus amigos) Algunas, como el Parque Pumalín, las donó a fundaciones privadas para que fueran de acceso público. Otras, como el Parque Nacional Corcovado, las donó al estado chileno. También compró grandes terrenos para la conservación en los alrededores del Parque Nacional de Iberá, en el noreste de Argentina.

Pero esta práctica, muy extendida en Estados Unidos, fue vista desde el principio como peligrosa por movimientos sociales y sectores de izquierda en el Cono Sur. ¿Por qué este empresario compraba tantas tierras? En la geografía chilena, larga y estrecha, hay sitios en el sur que no se pueden atravesar hoy sin pasar por tierras de Tompkins. ¿No sería la pasión ecológica una tapadera para otros intereses?

El filántropo dio la cara a sus críticos, pero lo cierto es que sus ideas siempre atrajeron más a líderes de la derecha que de la izquierda. Había un tufillo de suficiencia en esta idea de que él podía cuidar mejor los espacios naturales que los estados del Sur. Y a veces, como en el escándalo reciente por su permiso a un amigo para cazar caballos salvajes en una de sus haciendas, los gustos de los millonarios que lo apoyan chocan con su ideario personal austero y humanista.

Hoy la polémica se detiene para rendir homenaje a un hombre que vivió sus sueños, que se instaló en los duros paisajes que quería proteger, que protegió muchos ecosistemas e impidió su destrucción, y fue consecuente hasta el final. Pero mañana, cuando los herederos de Tomkins hereden muchas de esas tierras, sus admiradores y adversarios se encontrarán con que nadie sabe qué harán con su emporio y su legado.

Probablemente sus intenciones de Douglas Tomkins eran buenas Pero dejar el bien de todos en manos de unos pocos tiene esa dificultad. ¿Qué pasará ahora con el patrimonio público que tantos gobiernos, empresarios y organizaciones dejaron en las manos de un hombre?

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13 de diciembre de 2015
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¿Censurar al censurador (y asesino) Hitler?

 Con “Mein Kampf”, la escalofriante combinación de memorias e ideario que Adolf Hitler publicó en 1925, sucede algo curioso.

Todos los dictadores han censurado las obras que los critican, que contradicen su visión de la realidad o que no les gustan. Los nazis organizaron quemas de libros en todas las plazas. No solo los libros ardían: los críticos y tibios eran apresados, torturados, asesinados, enviados a los campos de concentración. La política de los nazis era aniquilar al distinto.

Si bien esto sucedió y sucede también en muchos otros regímenes dictatoriales, los nazis dieron un paso más. El objetivo de su totalitarismo era que el disenso no esté meramente prohibido: debía ser impensable. Y para eso, lo malo no debía estar oculto. Debía estar siempre presente, pero como imposibilidad.

Los discursos, los libros, los cuadros, las obras musicales, eran ridiculizados públicamente. Se pregonaba que los autores contrarios al régimen eran enfermos e imbéciles. Que la música y el arte que no comulgaba con su estética era “degenerado”.

Esta idea de la obligación de aplaudir (no solo obedecer), de la pureza de lo ario y de la degeneración de lo distinto (sobre todo lo judío) ya estaba en "Mein Kampf", Mi lucha, el farragoso libro de Hitler. Eso era lo terrible: cuando muchos alemanes votaron a su partido, las ideas que iba a poner en práctica estaban al alcance de todos. Pero pocos lo habían leído.

En 1945 Alemania Occidental se propuso crear una democracia radical. Por eso ni siquiera prohibió el “Mein Kampf”. El heredero de sus derechos, el Estado de Baviera, simplemente se rehusó a republicarlo, pero no estaba prohibido poseer o comprar una de las viejas copias. En otros países el libro estaba prohibido. En Alemania no se reimprimía. Y pocos lo extrañaban.

Pero el próximo 1 de enero de 2016, a los 70 años de la muerte de su autor, vence el copyright. Y el Instituto de Historia Contemporánea quiere volver a publicarlo. Pero quiere que ahora se lea en contexto. Que sus repugnancias, delirios, mentiras y tergiversaciones sean claramente visibles. Por eso, sus 748 páginas llegan a 2.000 con notas y ensayos.

¿Qué hacer con “Mein Kampf”?

Muchos postulan que es un peligro, un insulto a la memoria de las víctimas y sus deudos, un ataque a la humanidad y los derechos humanos. Que en tiempos de auge de la xenofobia y ataques a los refugiados, es una bomba.

Otros piensan que al retirarlo obligatoriamente de circulación es darle el aire rebelde y contestatario de todo lo prohibido. Y que es mejor que se conozca su contenido de primera mano.

Entre los dos grupos hay una diferencia esencial: tiene que ver con la confianza en la capacidad de los lectores de hoy de acercarse al libro con la distancia y desde los valores democráticos. Los que piensan que el libro de Hitler es peligroso en realidad piensan que el peligro anida entre quienes lo leen. ¿Los jóvenes de hoy sabrán leer como los de las generaciones de la posguerra europea quieren?

¿Ustedes qué piensan? ¿Que hay que prohibirlo, no republicarlo? ¿O que ante el gran censurador, mejor no censurar nada, ni siquiera el “Mein Kampf”?

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4 de diciembre de 2015
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Entrevista con Juan Diego Flórez: “Antes mi agudo era más insolente”

Se encuentra en la cima. A los 42 años y a pocos meses de cumplir dos décadas sobre los escenarios, el tenor Juan Diego Flórez está más requerido que nunca. En Perú, su país natal, su cara adorna una estampilla. Por sus agudos estratosféricos lo adoran en los grandes teatros. En el templo operístico de La Scala de Milán quebró la tradición de no hacer bises que había impuesto Arturo Toscanini hace 75 años. No se pudo negar: lo habían estado aplaudiendo por más de diez minutos.

Esa noche de 2007 cantaba el aria de los nueve do de pecho de La hija del regimiento de Gaetano Donizetti. En 2008 repitió la misma aria en el Metropolitan de Nueva York, y en 2012, en la Opera de París, donde ningún cantante había hecho un bis desde la inauguración del teatro. 

Últimamente Flórez ha saltado desde los escenarios y los videos de las óperas de Gioacchino Rossini, Vicenzo Bellini y Donizetti, que lo colocaron como el tenor lírico-ligero del siglo, a nuevos repertorios con  L’amour, una colección de arias francesas que requieren menos piruetas agudísimas y más poso dramático. Vive en Viena con su mujer y sus dos hijos pequeños, y desde allí viaja por todo el mundo. En diciembre volverá a Barcelona con un regalo: hará en el Liceu por primera vez uno de los papeles más importantes del bel canto: el Ernesto de Lucía de Lammermoor.

Esta es la entrevista con el tenor que publiqué en el Cultura/s de La Vanguardia el sábado pasado.

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En el perfil que hizo de Ud. Julio Villanueva Chang en su libro De cerca nadie es normal se detiene en su infancia y el personaje que sale es a la vez un niño juguetón, atrevido imitador de sus profesores, y al mismo tiempo un alumno serio y aplicado. Tal vez el cantante de hoy tiene que ver con esas cualidades aparentemente incompatibles…

(Ríe) Sí, yo era muy travieso pero sentía responsabilidad. Era prácticamente el hombre de la casa. En mi familia mi padre estaba ausente, aunque venía y visitaba, no estaba. Mis hermanas son mujeres… quizá eso de ser el hombre de la casa desde pequeño me llevó a decirme: tienes que ser responsable, era algo que me surgía de dentro.

¿Cuándo supo que quería o debía ser cantante de ópera?

Yo estaba estudiando en el colegio y a los 16 años llegó un profesor de música y nos propuso aprender trozos de zarzuela. Como yo tocaba la guitarra y cantaba música popular, él me llamó e hice varios solos de esa antología de la zarzuela, y él me decía: ‘Canta así: ahhh, laaa’ (canta impostando exageradamente). Yo lo imitaba exactamente pero sin tener técnica ni nada. Yo pensaba que si le pedía lecciones de canto él me iba a enseñar… Pero no tenía dinero, y me propuso que entrara al conservatorio, que era gratis. Entonces a los 17 años entré al conservatorio. Y ahí fue que, queriendo aprender canto para la música popular, descubrí el mundo de la música clásica. Me sumergí en ese mundo que para mí era mágico.

Y en ese camino, casi desde el comienzo de su carrera, su canto ha gustado tanto que a menudo lo obligan a repetir arias. ¿Qué sintió en La Scala cuando lo ‘obligaron’ a quebrar la tradición y repetir el aria de La fille du regiment?

En esa aria de Tonio yo había hecho bis muchas veces. Cuando llegué a Milán y los aplausos no paraban, lo volví a hacer. En La Scala yo no sabía que había una especie de veto impuesto por Toscanini hacía 75 años. Yo llegué al teatro al día siguiente y me dijeron que había roto con esa tradición. A mí me parecía que no era verdad. Yo tenía un CD de Alfedo Kraus de una Linda de Chamounix y él hacía el bis y en el disco decía La Scala. Yo le dije a mi agente: ‘Tengo este disco y aquí dice La Scala’, y él me dice: ‘No, está equivocado… ¡es en Génova!’

Eso es algo que pasa en la ópera que no sucede en otras artes. Los aplausos para cada cantante, hay como una temperatura, una ola de aplausos cuando sale cada uno…

Sí, porque yo creo que el público se contagia. Son como una gran persona, ¿no? El cantante, yo al menos, me doy cuenta cómo el público está esa noche ya desde el inicio, cómo van participando. Lo mismo te das cuenta cuando están con ganas de fastidiar, de quejarse. Ya sabes que después de la función van a haber abucheos o silbidos. En recitales y conciertos es incluso más notorio.  Son dos horas y media de piezas, y ahí te das  cuenta cómo está el público y tú mismo puedes llevarlo donde quieras si lo sabes hacer. Al principio te dices: esta noche lo voy a tener difícil para levantarlos. Hay que hacerlo, y poco a poco los traes hacia lo que quieres, y terminan entregados.

Muchos dicen que su voz era un prodigio desde el comienzo, pero que en un principio no estaba tan cómodo y en su salsa como ahora como actor… ¿Es justo decir que su crecimiento como actor fue más lento?

Yo siempre he ido seguro, tranquilo, siempre he sido muy autocrítico en todo. Pero la actuación depende mucho de cómo te encuentres con el canto. Cómo de apacible es ese canto. Cuanto más interiorizada sea la técnica, más libres estás para dejarte llevar en el drama y la actuación. Siempre me he preocupado mucho por el modo de cantar, la técnica. Creo que la respiración es lo que ha cambiado más en mí en estos años. Yo me siento muy cómodo con mi modo de respirar de ahora, y eso hace que me encuentre más en mi cuerpo: más cómodo, y pueda dedicarme a la actuación. Entonces pienso que antes estaba un poquito preocupado por lo que hacía vocalmente. Ahora menos. Antes el agudo era más insolente, más inmediato. El tiempo pasa y la voz cambia. En la respiración creo que está la clave también de la actuación.

He leído que se compara con el mundo de los atletas y específicamente con el tenista Roger Federer. Es la relación entre la elegancia y la efectividad…

Exacto. A mí me gusta mucho Federer porque él casi no hace esfuerzo cuando juega. Es como una bailarina de ballet. Entonces eso me gusta mucho porque ese es el sentido del canto. Que sea natural, que tenga gracia. Ese es mi ideal.

Este momento, el de estar por estrenar un papel, ¿Qué tiene de distinto hacer el Edgardo de Lucía de Lammermoor por primera vez? ¿Y en el Liceu?

Quería absolutamente traer un título y estrenarlo en Barcelona esta temporada. Pensamos en varios, y yo quería incorporar a mi repertorio la Lucia. Siempre me gustó el repertorio que hacía Alfredo Kraus. Creo que ahora puedo abordarlo, y es una de las óperas importantes, y es la ópera en la que yo vi a Kraus por primera vez en Nueva York cuando yo tenía 20 años. Es el canto, el estilo de canto, con el cual yo cantaré: elegante, sin forzar… brillante. Eso es a lo que aspiro.

Hace cuatro años fundó la Sinfonía por el Perú, que sigue el modelo de enseñanza de música en barrios pobres de El Sistema del Maestro José Antonio Abreu en Venezuela. ¿Por qué le parece que es importante, cree que puede traer mejoras sociales en su país?

Cuando supe del Sistema de Venezuela comencé a recopilar información. En el 2009 me invitaron a cantar en Venezuela con la orquesta y Gustavo Dudamel. Me preparé para ir unos días antes. En esos días Dudamel y Abreu me llevaron a todos los sitios y pude vivir lo que era eso. Y me dije: esto lo tengo que hacer en Perú. Porque me di cuenta cuán beneficioso podía ser. Tenemos tantos niños pobres y abandonados, que la música puede rescatar de un modo impresionante porque los reinserta en la sociedad mediante la música, tocando en una orquesta o cantando en un coro. Eso es tan poderoso... el niño se ve a sí mismo de un modo distinto, se proyecta de otra manera. Me traje a Abreu a Lima, fuimos a hablar con algunas empresas, con el presidente de la república… y el proyecto salió definitivamente en mayo de 2011. Fueron dos años de gestación. Ahora ya tenemos unos 15 centros, una orquesta infantil y un coro infantil fantásticos.

En ese perfil de Julio Villanueva Chang, de hace diez años, al final dice que le quedan por hacer dos cosas: tener un hijo y aprender a silbar. Ahora tiene dos hijos. ¿Cómo lo cambiaron?

Mucho, mucho. Se han convertido en el centro de todo. Uno pasa a vivir para ellos. Ya no es tu carrera, tus problemas, todo es ellos. Cómo organizar el calendario para estar con ellos. A veces viene toda la familia, como en setiembre en Londres; otras veces regreso de un concierto y voy a casa antes de irme a otro. Y programo muchas óperas en Viena, donde vivo, para estar con la familia… entonces todo cambia. No quiero que crezcan sin su padre. Eso no. Porque eso fue lo que yo tuve. Es más importante estar con ellos que cualquier cosa.

¿Y le queda todavía aprender a silbar?

No sé silbar melodías pero sí sé silbar fuerte, con dos dedos en los carrillos...

Pero tal vez es bueno que tenga algo que todavía no haya dominado, que no sepa, ¿no?. A su edad ha hecho tantas cosas que tal vez ni soñaba …

Sí. El año próximo cumplo 20 años de carrera. Pavarotti hizo más de cuarenta, Kraus, 50. ¡Veinte años no es nada!

Y de pronto, Flórez se pone a cantar el tango de Gardel y Le Pera: “Que veinte años no es nada…”  

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27 de noviembre de 2015
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El edificio que canta sus penas

Cuando cae un aguacero en ciudad alemana de Dresde, este edificio se pone a cantar. En su fachada, de melancólicos azules y grises, la escultora Annette Paul y los diseñadores Christoph Rossner y André Tempel instalaron un complejo mecanismo de tubos de metal, escaleritas de madera, caños con agujeros y rejillas sonoras.

 

Los tres artistas viven en el edificio, y crearon la instalación en primer lugar para su propio solaz. A Annette Paul le recuerda un edificio donde ella vivía, en San Petersburgo, en el que se sentía rodeada de un “teatro de la lluvia”.

 

“Estas paredes cantantes obligan a los turistas a enfrentar las tormentas para escuchar la música que se compone cada vez que el cielo se pone gris”, escribe Sara Malm en el diario británico The Mail on Sunday. Los vecinos llaman al sitio “la plazoleta de los elementos”.

En la web de arquitectura Inhabitat, Taflin Laylin considera que “este matrimonio juguetón de arte y arquitectura transformó este pintoresco rincón de la ciudad en un sitio de peregrinaje”.

 

A mí me parece que el edificio cantarín de Dresde es un perfecto antídoto contra la tristeza. A lo largo de la historia de la humanidad, nuestra especie ha aprendido a transformar el dolor en música. Cantar las penas es una forma valiente de enfrentar el propio dolor, pero también una manera, entre lógica y mágica, de empezar a sentirse mejor.

 

Cantadas, las penas duelen menos.

 

Debe ser por esto que hay muchas más canciones tristes que alegres, en todas las tradiciones y sociedades. La belleza del canto y de la interpretación de instrumentos suele tener un doble efecto: nos pone en un contacto más puro y directo con nuestros sentimientos y al mismo tiempo nos lleva a un mundo ideal, alejado de las angustias cotidianas.

 

A esto se refería tal vez el gran director y pianista Daniel Barenboim en el prólogo de sus memorias, “Mi vida en la música”: “La música puede ser la mejor escuela para la vida y, al mismo tiempo, el medio más eficaz para huir de ella”.

 

¿Podríamos vivir en un edificio que transforma las lágrimas del cielo en dulces armonías? Si me preguntan a mí, es a este edificio alemán donde me gustaría mudarme esta tarde.  

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13 de noviembre de 2015
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Insólito: estudiar para saber más

Margaret Thome Bekema acaba de recibir su título de bachiller. Ha terminado sus estudios secundarios a los 97 años. Es un caso insólito porque nos hace pensar en el viejo y eterno valor de estudiar. ¿Para qué estudiamos? ¿Para quién? ¿Para hacer qué con lo que hemos aprendido?

Los diarios de todo el mundo se hicieron eco de esta noticia. Yo creo que tiene dos elementos que la hacen tan atractiva. Uno, por supuesto, es la edad de la señora. Demuestra que no hay edad para el saber. Que mantener la mente activa y el asombro despierto es la mejor terapia para envejecer con gracia y alegría. Pero además de admiración, la noticia causa extrañeza: ¿por qué iba a terminar su secundario esta señora en su novena década?

Ya no le serviría para entrar o para subir en el mercado de trabajo. Ya no sería un título o información útil en el sentido en que ahora se entiende la utilidad: para sacarle provecho y ganar más, para ganarle a otros en la lucha feroz por obtener un empleo. Margaret abandonó sus estudios a los 17 años para ayudar a su familia, y luego se dedicó a cuidar a su madre enferma. De la vida, de las virtudes que hacen grande a una persona, de psicología y de economía doméstica ya había aprendido más que varios doctores y muchos ministros.

Y sin embargo volvió a las aulas. Quería aprender. Quería terminar algo que había dejado aparcado. Quería que su familia se sintiera orgullosa de ella. Quería, en resumen, lo esencial. Mucho de los que se enseña en las escuelas, los colegios y las universidades son conocimientos que la humanidad adquirió y desarrolló por las ganas y la necesidad de saber más. Entendemos el devenir de los planetas, el laborioso camino de los insectos y la lenta marcha de la sangre por nuestro propio cuerpo porque miles de curiosos necesitaron saber. La literatura, la música, la pintura, el cine… en toda creación genuina hay algo del espíritu de esta anciana. Si todo fuera funcional, si el aprender fuera solo para el beneficio inmediato, no habríamos salido de la prehistoria.

Me emociona la historia de Margaret Thome Bekema. Me recuerda la anécdota que me contó mi editora y amiga, la directora de la Oficina de Publicaciones de la Universidad de Barcelona Meritxell Anton: un gran catedrático le dijo que lo que más le gustaría sería volver a cursar el bachillerato. Y otra historia, más conocida. La noche antes de ser ejecutado obligándolo a beber cicuta, se dice que Sócrates pidió a uno de los carceleros que le enseñara una canción que estaba tarareando. ¿Por qué quieres aprender algo nuevo?, le preguntó el carcelero. ¿Para qué, si vas a morir mañana? 

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9 de noviembre de 2015
Blogs de autor

La libertad es mala para tu espalda

¿En qué se parece la realidad actual de la burocracia europea al sueño europeo de paz e igualdad de la posguerra, al sueño de libertad y hermandad de la caída del Muro de Berlín? En bien poco. El Parlamento, el Consejo, la Comisión… se han sumido en una mezcla de inoperancia, debates bizantinos y soberbia de señorones con grandes sueldos. Y para colmo, cuando tienen que decidir algo trascendente, como el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos (TTIP), lo hacen en secreto, a espaldas de los ciudadanos.

Pero hay excepciones, y hoy brilló en la sede del Parlamento Europeo el aroma de las causas justas de antaño. Hoy concedieron el premio Sájarov a la Libertad de Conciencia al bloguero saudí Raif Badawi. El joven quiso ejercer lo que en Europa es un derecho establecido, aunque en países como España vuelve a estar amenazado. Me refiero a la libertad de expresión, que obviamente defiende la libertad para criticar, para expresar opiniones adversas al poder y a los poderosos.  Si no, ¿quién necesita libertad para estar de acuerdo?

En Europa hay libertad para hablar y escribir sobre la religión. Libertad para defender cualquier religión y para criticarlas a todas. En Europa no es delito ni siquiera burlarse e insultar a las religiones, como hace el semanario Charlie Hebdo. Pero en Arabia Saudí es delito criticar a la férrea dictadura de la familia reinante y poner en duda las enseñanzas del Islam. Badawi osó criticar la religión oficial. Lo sentenciaron a 10 años de prisión – una pena civil – y a mil latigazos, un castigo religioso y medieval. Los médicos del régimen tienen que evaluar cuánto tiempo tiene que pasar entre una tanda de latigazos y otra. Nadie sobrevive a mil latigazos seguidos. Semejante salvajada es la que constituye lo legal en el principal aliado de Estados Unidos en la zona.

Andrei Sájarov (1921-1989) fue un científico nuclear genial, una persona íntegra, un denunciante de las violaciones a los derechos humanos durante el régimen soviético. Un apestado, castigado y torturado por el gobierno. Un resistente con coraje. Un hombre gentil y moderado. Un héroe. En su nombre el Parlamento Europeo homenajea hoy a Badawi. No podrá venir a recibir el premio. Las autoridades europeas esperan que al menos la presión internacional sirva para quitarle la insoportable pena de los azotes.

Dije al principio que esta libertad de prensa, de opinión y de información, que está en el origen del sueño de la nueva Europa, está en peligro en España. Mientras premian a Badawi en Bruselas, en Madrid se pone en marcha la Ley Mordaza. Lo dejo ahí. 

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1 de noviembre de 2015
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El Boomeran(g)
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