Hoy la revista cultural EÑE de Clarín publica una versión extendida de mi ensayo a propósito de un proyecto que busca revivir, en impresiones 3D, las esculturas milenarias de Oriente Medio a medida que el Estado Islámico va destruyendo los originales. Un acto de rebeldía artística y tecnológica.
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Después de la Segunda Guerra Mundial, muchas ciudades europeas reconstruyeron sus centros históricos, sus catedrales y sus palacios piedra a piedra, para que se vieran como si los bombardeos nunca los hubieran tocado. Fue una laboriosa y fascinante tarea de reparación emprendida unos años después del final del conflicto.
Berlín, Dresde, Colonia, Varsovia: ciudades milenarias reducidas a escombros por la aviación militar. En las décadas del 50 y 60 del siglo pasado, un ejército pacífico de arquitectos, ingenieros, artesanos y albañiles volvieron a la vida centenares de monumentos, palacios, hospitales, iglesias, museos y teatros.
Hoy conviven en el centro histórico de Colonia la enorme Catedral original, que no fue bombardeada (se decía que para que sirviera como punto de referencia para los atacantes en una ciudad reducida a escombros) con edificios de apariencia medieval pero que son reconstrucciones actuales. Y entre el pasado original y el reconstruido, el metal y el vidrio frío de los edificios modernos.
No todo fue reconstruido. En cada una de estas ciudades, los reconstructores del pasado dejaron al menos un edificio en ruinas, para que las generaciones que no vivieron la guerra tuvieran idea y conciencia de la destrucción, del horror. En el centro de Berlín, frente al reluciente Europa Center se sostiene lastimosamente el esqueleto quemado y en ruinas de la antigua Iglesia Kaiser Guillermo.
Pero esta época nuestra es mucho más confusa y mucho más rápida que aquella: ahora las reconstrucciones se deben llevar a cabo en medio de la guerra, en plena destrucción, siguiendo los pasos de los demoledores de la memoria.
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No hay tiempo para la tristeza. No hay espacio entre la destrucción y nuestro conocimiento del desastre, porque nuestro conocimiento es el eje de la guerra actual.
Hoy ya no nos enteramos de la destrucción de seres humanos y de ciudades enteras cuando llega la paz, cuando las tropas libertadoras recuperan la zona y encuentran los destrozos. Antaño ese era el momento en que aparecían las cámaras y las grabadoras de los periodistas.
Hoy la destrucción se transmite en vivo y en directo. Y los mismos destructores se convierten en periodistas de sí mismos. Con la emergencia de Al Qaeda primero y el Estado Islámico después, la destrucción ya no es un crimen que se busca ocultar: en la era de la publicidad y las relaciones públicas, el desastre es a la vez noticia y propaganda.
Los torturadores de la ESMA trabajaban escondidos en un sótano. Los decapitadores del ISIS operan en la plaza pública, ante las cámaras. Para las cámaras.
El mes pasado escribía Peter Pomerantsev en la exquisita revista Granta: “La guerra solía tratarse de capturar territorio y plantar banderas… La propaganda siempre acompañó a la Guerra, pero como escudero del combate verdadero. La era de la información, sin embargo, ha hecho que esta ecuación se diera vuelta: ahora las operaciones militares son el escudero de la guerra verdadera, que es la de la información”.
Pomerantsev estaba reporteando desde la region de Donbas en el oriente de Ucrania, una de las tantas tierras de nadie de las guerras actuales.
Destruir es principalmente transmitir información. Decir: Nunca más podrán apreciar estas obras, que ustedes consideran valiosas. Gritar: ¡podemos aniquilar el pasado y todo lo que no somos nosotros!
Por eso no extraña que sea en el mismo terreno de la información – esta vez como contracara constructiva – que haya surgido un movimiento de defensa, de sanación, de vuelta a la vida. Está en manos de una mujer iraní, una artista. Y va avanzando en su trabajo a medida que los iconoclastas destruyen los íconos de todos los que no son ellos.
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Morehshin Allahyari, resucitadora de estatuas. Suena como el título de un cuento de Borges.
La artista iraní Morehshin Allahyari lidera actualmente un grupo de investigadores, escultores y técnicos en el proyecto artístico, político y tecnológico de recuperar las obras antiguas destruidas por el Estado Islámico a medida que avanzan las huestes de Daesh por los desierto se Siria e Irak. El proyecto se llama “Material Speculation: ISIS”
Así lo define su página web: “Material Speculation” es un proyecto de fabricación digital e impresión en tres dimensiones que inspecciona las relaciones petropolíticas y poéticas entre la impresión en 3D, el plástico, el petróleo, el tecnocapitalismo y la jihad”. Tal cual.
Para ello reconstruyen las esculturas recién demolidas por el Estado Islámico diseñándolas por computadora para posteriormente imprimirlas en 3D. Como es arte digital que corporiza una máquina, se pueden imprimir cuantas veces se quiera. La resurrección artística en la época de la multiplicación técnica.
Las fotos que ilustran la página web del proyecto muestran una serie de esculturas obra que fueron destruidas por Estado Islámico hace un año. Una estatua de la era Romana muestra al Rey Uthal de Hatra, la mirada hierática, la mano alzada en un saludo congelado, un sombrero cónico sobre la soberbia cabeza. Otra, al caballo alado Lamassu. Tiene cabeza de viejo sabio, con la barba larga, enrulada y cuadrada de los babilonios. Durante tres mil años estuvo siempre a punto de alzar el vuelo. Ahora yace en pedazos en el suelo del museo de Mosul.
Cuando hace un año los jihadistas entraron al museo de esta ciudad, la tercera más grande de Iraq, se dedicaron a destruir metódicamente las obras de arte con martillos, sierras y explosivos. Muchos de los artefactos eran replicas pero había abundantes obras originales, unicas, de la época asiria, como las de Uthal y Lamassu, provenientes del antiguo centro comercial de Hatra.
En el interior de cada escultura, en vez del cinturón de explosivos de los terroristas suicidas, hay más información.
Cada escultura guarda en su interior una tarjeta de memoria. “Como cápsulas de tiempo, estos objetos están sellados y guardan el pasado para las generaciones futuras”. Los lápices de memoria incluyen imágenes, mapas de dónde se construyeron y destruyeron los objetos, archivos PDF y videos.
Con la recreación de estas estatuas, el grupo de Morehshin Allahyari espera “reparar la historia y la memoria”, porque el proyecto “va más allá del gesto metafórico”.
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¡Ojalá se pudiera volver a la vida a los “herejes” decapitados, a las mujeres lapidadas, a los homosexuales arrojados desde terrazas! El primero que reviviría yo sería el valiente arqueólogo Khaled al-Asaad, torturado y asesinado por negarse a revelar el sitio de los tesoros del sitio de Palmira.
Ni la más avanzada tecnología es todavía capaz de revertir esos horrores. No se puede recuperar al gran sabio ni a las miles de víctimas de sus verdugos. Se puede, mínima y pacientemente, crear nuevas mujeres y nuevos hombres como ellos: que piensen por sí mismos, que sean abiertos a todos los pensamientos y creencias, que sepan vivir y morir con dignidad. Para eso sirve, entre otras cosas, la educación en libertad.
Pero si la vida asesinada no vuelve, los objetos inanimados crearon manos sabias hace milenios pueden rehacerse y crear la ilusión del retorno. Eso hizo gran parte de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Eso están haciendo ahora mismo con las estatuas mártires de Mosul.
Esta alianza de arte, lucha contra el olvido y tecnología de impresión 3D es el último de los instrumentos de la lucha por la memoria y contra el fanatismo destructor.
Lo único que falta es que en esta Europa pusilánime, estas estatuas de cuerpos libres de pecado no se tapen después al paso de los clérigos con petrodólares, como sucedió en Italia este año, cuando el gobierno del primer ministro Matteo Renzi cubrió estatuas del renacimiento porque venía una delegación de Irán.
Irán: el mismo país de donde emergió Morehshin Allahyari, resucitadora de estatuas.