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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Por amor al arte

Acabo de hacer algo imperdonable. Le reclamé un amigo un libro que le había prestado, antes de que pudiese leerlo. Por supuesto que tengo una buena excusa para ello, pero todos los criminales tenemos una. En plena escritura de una novela, sentí la necesidad de releer Divisadero de Michael Ondaatje en la esperanza -ingenua, lo admito- de que algo de esa inspiración se me pegue aunque más no sea al mancharme los dedos pasando páginas.

En el comienzo me reencontré con una frase que Ondaatje atribuye a Nietzsche: "El arte existe para que la verdad no nos destruya". Lanzado a romper tabúes como estaba, me permití descreer del viejo Friedrich. A fin de cuentas la verdad no es para tanto. Nacemos y morimos, a menudo sin hacer demasiado entre una y otra formulación verbal. Somos un destello de luz -y no hay luz que no genere sombras- en el universo infinito. En todo caso la verdad que puede llegar a destruirnos es la de nuestra insignificancia. Allí sí que el arte cobra sentido. ¿Qué sería de nuestras vidas si no hubiesen sido iluminadas por tantos libros, por tantos filmes, por tantas pinturas, por tanta música? Aunque más no sea durante un instante, traten de imaginar el trajín de una vida sin Mozart, sin Beatles, sin Miguel Angel, sin Picasso (cada uno de ustedes puede armar su propia lista de ausencias intolerables), y peor aún: sin instrumentos, pinceles y cinceles con que emularlos. ¡Cuán intolerable sería una existencia sin Coppola ni Brando, sin Dickens ni Shakespeare!

El arte existe para que avizoremos las alturas a que podremos llegar el día que seamos más fuertes que nuestros peores instintos.

Prometo volver a prestar el libro en breve, apenas se me vayan los pájaros de la cabeza. Esa es otra de las maravillas del arte, una característica que lo convierte en uno de nuestros bienes más preciados: que además de iluminarnos la vida nos llena de ganas de compartir la experiencia con cuanto Cristo se nos cruce delante.

Que tengan un bonito fin de semana. (Lleno de arte, quiero decir.)

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2 de noviembre de 2007
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Una familia en busca de la Gran Novela Argentina

La historia de la que habla el documental Familia Lugones, dirigido por Paula Hernández, es verdaderamente apasionante. En parte por lo que sugiere el subtítulo del filme: 'Un viaje a la historia argentina del siglo XX'. En efecto, la antisaga de los Lugones -desde el fundador de la dinastía, el poeta Leopoldo, hasta su bisnieto Alejandro que como él se suicidó en el Tigre- es muy útil para revisar el derrotero del país a lo largo de ese siglo que, gracias al cielo, ha terminado ya de una vez. Pero aunque usar a los Lugones como prisma para ver otra cosa pueda ser útil, está lejos de ser concluyente. Hay algo en la dinámica interna de esa familia que no puede atribuirse tan sólo a las circunstancias políticas, sociales o culturales de un país.

Durante el documental alguien desliza el adjetivo 'maldita'. Resulta tentador usarlo para definir a la familia, si no fuese porque le hace escaso favor a la individualidad de cada uno de sus destinos, que en algún caso -como el de Pirí, nieta del poeta- se diferenció casi en un todo de las elecciones de sus antecesores. En todo caso, una cosa es clara: la riqueza de la experiencia que protagonizaron reclama, más que un libro de historia o un documental, la clase de investigación que sólo puede permitirse la creación literaria o cualquier otra de las variantes de la ficción.

Leopoldo padre fue izquierdista en su juventud y terminó siendo fascista. Apodado el Poeta de la Patria, produjo muchos libros que en buena medida resultan hoy ilegibles y jugó su prestigio al apoyo de las dictaduras militares. Que se suicidase en una casona del Tigre coincidiendo con la decadencia de una de tales autocracias no sorprendió a nadie. Su hijo, también llamado Leopoldo, se unió a la policía. Era alto oficial de ese cuerpo cuando obtuvo su triste fama, al poner en práctica la peregrina idea de usar los aparatos con que se daba corriente eléctrica al ganado en los interrogatorios policiales -y crear, así, la picana eléctrica: ¡otra de las grandes contribuciones argentinas a la Historia del Mundo!

Su hija Pirí, que fue una periodista brillante, se presentaba así: "Buenas tardes, yo soy la hija del torturador". En vida Pirí hizo lo indecible por apartarse de la sombra terrible de su padre y de su abuelo. Militó en la izquierda peronista, llegando a enamorarse de Rodolfo Walsh. Su hijo Alejandro, que había nacido con un defecto en la mano izquierda, tenía todo el aura de un poeta romántico. Eso era lo que apuntaba a ser -fue uno de los personajes ubicuos en la escena del incipiente rock nacional- hasta que decidió ahorcarse en el Tigre... lo cual le supuso hacer un nudo con su mano sana, tomándose el doble del trabajo de lo que entrañaría para una persona sin problemas físicos. Es fácil suponer que todo esto fue demasiada muerte para Pirí, que terminó secuestrada por la dictadura de los años 70. Según el testimonio de Horacio Verbitsky, gente que sobrevivió al campo de exterminio La Cacha, donde la recluyeron, dice que la escuchaba burlarse de sus captores durante la tortura, diciendo: "¡Ese aparato lo inventó mi papá!"

El documental incluye además testimonios de Horacio González, Noé Jitrik, Julia Costenla, Felipe Pigna y Osvaldo Bayer, entre otros. Y tiene un entramado ficcional que quizás sea innecesario, por más que ver a los dos actores que lo protagonizan -Nahuel Pérez Biscayart y Martín Piroyansky- siempre es un placer.

Eché de menos saber algo sobre los Lugones que sobrevivieron a los Lugones. Debe haber alguno que lleve adelante una vida plena y feliz, permitiéndonos espantar la leyenda de la maldición que tanto seduce a los argentinos, cuando sospechamos que nunca dejaremos atrás un destino de tragedia.

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31 de octubre de 2007
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Un cuento de Oz

Me quedé enganchado con algo que le dijo Amos Oz a Rosa Montero, en la última edición del dominical de El País. Oz contaba algo que le había referido el novelista israelí Shami Mijail. Según Mijail, había cogido un taxi entre Haifa y Be'er Sheva, lo cual supone recorrer medio país. (Es un trayecto que conozco bien.) En un momento del viaje el taxista le dice: "Hay que matar a todos los árabes". En vez de enojarse -cosa que yo hubiese hecho en su lugar, dada la inquietud que me sacude en estos días-, Mijail optó por preguntarle: "Pero, ¿quién debería matar a los árabes?" El taxista respondió: "Nosotros". Mijail lo presionó: "Sea más específico, por favor. ¿El ejército, la policía, los bomberos, los médicos? ¿Quiénes matarían a los árabes?" El taxista dijo entonces: "Cada uno de nosotros debe matar algunos". "Entonces usted que vive en Haifa -siguió Mijail, implacable- va a un edificio de apartamentos, llama al timbre, perdone, señor, señora, ¿es usted árabe? Pum, pum, les mata. Y así mata a todos y cuando termina se va para su casa. Pero cuando está abandonando el edificio escucha llorar a un niño pequeño en uno de los pisos superiores. Dígame, ¿dejaría al niño con vida? ¿Regresaría para matar al niño o no?" Según Oz, todo lo que el taxista atinó al fin a decirle a Mijail fue: "Es usted un hombre muy cruel".

La anécdota me refregó en la cara algo que por supuesto sabía pero me cuesta poner en práctica: que la dialéctica suele ser más efectiva, mejor pedagogía que la pura indignación, que el enojo frontal.

También me quedé pensando en una de las características propias de nuestra sociedad de masas, tan orgullosa de su organización fragmentada en especializaciones. El hecho de que un hombre ya no deba hacerse cargo de la totalidad de su existencia -produciendo sus propios alimentos, levantando su propia casa, protegiendo a los suyos- tiene sus ventajas pero a la vez entraña un pacto fáustico. Como de hecho existen gremios que harán las tareas que no hacemos, lo cual incluye las más desagradables, esa delegación nos anima -¡nos tienta!- a tolerar cosas que nunca nos animaríamos a encarar por mano propia.

Quiero decir: el hecho de que existan ejércitos, policías y cierto tipo de organizaciones políticas nos insta a usarlos para que nos quiten de encima molestias y presuntos peligros -grupos sociales, razas, núcleos políticos- con los que de otra forma no tendríamos más remedio que aprender a convivir. Como el arma está, la tentación de usarla existe. Total, como no vemos el daño con nuestros propios ojos ni matamos con nuestra propia mano podemos darnos el lujo de burlar la culpa... o por lo menos de presumir que la burlaremos.

Lo último que me impactó fue el comentario final del taxista. "Es usted un hombre muy cruel", le dijo a Mijail, después de haber propuesto la solución final para los árabes. Todo lo que hizo Mijail fue poner un espejo delante del taxista. La crueldad que veía, y en la que no quería reconocerse, era la suya propia.

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30 de octubre de 2007
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El día después

Ahora que la neblina se disipó y está claro quién presidirá la Argentina durante los próximos cuatro años, siento la necesidad de comentar circunstancias que me quitaron el sueño durante estas semanas.

1. Lo primero que me angustió fue mi imposibilidad de sostener una simple discusión política, como las que recuerdo haber tenido tantas veces años atrás. (El posesivo está correctamente aplicado: 'mi' imposibilidad, fui yo quien no pude.) Cada vez que se presentaba la oportunidad durante algún encuentro social -un cumpleaños, una comunión- terminaba optando por callar o peleándome a los gritos. Lo que me sacaba de quicio en todos los casos era percibir de inmediato que lo que yo pretendía era imposible: un intercambio de ideas y de información, en el que cada parte expone su saber y sus conclusiones mediante argumentos racionales.

A cada paso me encontraba con gente que daba por buenas informaciones erróneas: que la muerte del maestro neuquino Fuentealba es responsabilidad de Kirchner, por ejemplo. (No lo es ni política ni legalmente.) O que al preguntársele por qué no pensaba votar a Cristina Fernández de Kirchner no respondía con un argumento coherente, sino con la expresión de prejuicio o resentimiento: "No me gusta. La detesto. Me cae mal". (Debo decir que las más vocales opositoras a Cristina con las que me topé fueron mujeres.)

Me ocurrió lo mismo en este espacio. En respuesta al post del fin de semana, un tal Pedro respondió a mi afirmación de que la Corte Suprema de la Nación era independiente con el siguiente argumento: "¡Por favor!" Yo le sugeriría a ese señor que si cuenta con información que demuestra que la Corte no es independiente por favor la difunda. En este país existen centenares de periodistas que darían un ojo de la cara a cambio de la oportunidad de embarrar el prestigio de estos juristas de renombre internacional, a los que hasta hoy nadie -ni siquiera los más furibundos opositores- ha podido criticar. Pero hablo de información, o en su defecto de razonamientos, no de un artero "¡Por favor!" con el que se puede injuriar hasta al mejor de los hombres sin tomarse el trabajo de justificar por qué. San Francisco de Asís: ¡por favor!

2. Algún sociólogo debería estudiar cuál es el grado de componente irracional que prima en la decisión del voto. Porque la mayor parte de la gente puede esbozar una explicación para su decisión, pero los argumentos de muchos no resisten la menor confrontación. Ya bastante problemas causa la existencia de tanta gente que decide su voto pensando no en el bien de las mayorías, sino en su propia conveniencia personal. Gente que quiere estar bien aunque el resto se hunda. (Recuerdo discusiones de otras épocas, cuando me tomaba el trabajo de explicarle a algunos menemistas espontáneos por qué seguir con la paridad peso-dólar iba a llevarnos a la crisis económica feroz que finalmente estalló. No sólo me escuchaban atentamente, algunos hasta me daban la razón. Después de lo cual decían: "¡Pero yo me quiero ir a Miami!" Razón por la cual votaron a Menem. Y así nos fue.)

Pero en fin, esto es parte del juego democrático: tienen tanto derecho a votar como yo y como ustedes. Lo que me angustia es que exista tanta gente cuyo voto responde a un componente irracional tan grande que ni siquiera perciben que no sólo están votando en contra del bien de las mayorías, sino del suyo propio.

Gente que no termina de encajar bien su razonamiento con la decisión que toma a colación. Como este José de Buenos Aires que también respondió a mi post. José acusa a los Kirchner de haberse robado 560 millones de dólares de su provincia de Santa Cruz. (Esto no es cierto. Pero es demasiado largo para responder aquí. Otro día, si es preciso. Sigo.) A partir de ese dato sugiere no va a participar de los comicios, para que resulten nulos. ¿Soy yo, o la lógica de este hombre está rota? Si los Kirchner fuesen en efecto ladrones y fuese imperativo frenarlos, ¿no sería lo más razonable votar en contra suyo? Pero no, José prefiere dispararse en los pies como acto de resistencia. Lamentablemente no es el único.

3. La democracia sigue siendo el mejor sistema conocido. Pero al menos desde que Adolf Hitler ascendió al poder mediante el voto mayoritario, está claro que el pueblo no siempre tiene razón necesariamente. En suma, una democracia es tan sólo tan buena como sus ciudadanos. Nuestro país todavía está muy lejos de dejar atrás las heridas que la dictadura y las administraciones fracasadas o corruptas dejaron sobre las almas, tanto como las heridas que la miseria infligió durante décadas en cuerpos y mentes. Precisamente por eso tenemos la responsabilidad de tomarnos esta tarea de ser ciudadanos con mayor seriedad. Empezando por informarnos bien, lo cual es muy distinto a repetir como gansos las consignas que resuenan por ahí. Tratar de arribar a un pensamiento independiente, por más trabajoso que resulte. Y a la hora de decidir, esmerarse por ser racionales antes que prejuiciosos -y de ser posible (¡qué bueno sería!) también apelar a nuestro costado más generoso.

Ayer escribía Andrés Malamud en Página 12: "Gobernar a los italianos, decía Mussolini, no es difícil: es inútil. Italianos hispanoparlantes a fin de cuentas, ¿estaremos condenados a la misma suerte? Quizás no. Para evitarlo, sería conveniente abandonar la pereza intelectual y pasar a las efectividades conducentes".

Para quien quiera leer un panorama amplio y bien informado de lo que fueron estos cuatro años de administración Kirchner, recomiendo leer el artículo de Horacio Verbitsky llamado 'La Masa', en la edición de ayer domingo.

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29 de octubre de 2007
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Vísperas

En cuestión de horas se dirimirá (o comenzará a dirimirse, en caso de ser necesaria una segunda vuelta) la identidad del próximo Presidente de los argentinos. Para todos aquellos que padecimos la dictadura en carne propia, el hecho de votar será siempre un gozo. Tengo demasiado presente el recuerdo de la opresión, de la violencia, de la persecución, como para ejercer mi derecho de elegir a la ligera. Ayer vi un anuncio del canal Rock & Pop TV que me causó mucha gracia. Un hombre sale del lugar del comicio y se cruza con otro que le pregunta a quién votó. El tipo dice que todos los candidatos le deban igual, que metió dentro del sobre la primera boleta que encontró. Entonces aparece un señor vestido a la usanza del siglo XIX y aspecto de prócer, y voltea al sujeto de una patada voladora. No recuerdo el slogan de memoria, pero apuntaba a que mucha gente puso lo mejor de sí para que este país salga adelante: no es justo, pues, que los irresponsables lo rifen al primer postor. Ojalá hubiese muchos más próceres en condiciones de aplicar patadas voladoras. Si hay algo que sobra en este país no son vacas, sino irresponsables.

Estas elecciones tienen peculiaridades que las diferencian de las realizadas en los 80 en adelante. En primer lugar, de todos los candidatos tan solo uno está en condiciones ciertas de gobernar. El resto, representantes de una oposición atomizada e impotente, presenta lo que son en esencia candidaturas testimoniales: ninguno de ellos duraría mucho tiempo en el gobierno, huérfanos de una estructura política que los sustente a lo largo y a lo ancho del país. Después de que el Partido Radical (UCR) se inmolase a lo bonzo durante la presidencia De La Rúa -que dicho sea de paso acaba de ser imputado por los crímenes de la represión que autorizó antes de caer-, la Argentina se convirtió en un país de partido único. Aquí no existe otra realidad que la del peronismo, que además perdió toda impronta ideológica en los últimos años, convirtiéndose en una estructura hueca, un mecanismo de poder al servicio de quien lo asalte con éxito -lo que va de Menem a Kirchner. La Argentina no saldrá definitivamente del marasmo hasta que reconstruya un sistema político con al menos dos fuerzas operantes y representativas. Sin oposición republicana -y conste que no dije miserable ni corrupta ni salvaje como la que tenemos, sino republicana en el nivel de un Lisandro de la Torre o de un Alfredo Palacios-, no se consolidará nunca una verdadera democracia.

Yo voy a votar a Cristina Fernández de Kirchner porque ninguna de las alternativas es sustentable ni superadora en el nivel de las ideas. Se podrá alegar que la administración Kirchner tuvo fallas, pero yo no pierdo perspectiva de la diferencia entre estas fallas del presente y el desastre producido por sus antecesores, de Alfonsín a Duhalde con obvias -y lamentabilísimas- escalas en Menem y Fernando de la Rúa. Todos estos hombres asumieron con aprobación popular y salieron por la puerta de atrás, dejando un país en llamas. En cambio Kirchner lo agarró postrado y lo entregará de pie. En el interín reformó la Corte Suprema concediéndole independencia verdadera, revivió la política de derechos humanos, estabilizó la economía y la puso en el umbral de la competitividad internacional. Nos quitó de encima la presión del FMI, convirtió en hechos la integración latinoamericana, bajó la desocupación, otorgó aumentos de sueldos y soportó a pie firme presiones internacionales y de poderes internos que querían manejar el mercado a su antojo. (Todavía lo recuerdo dando la cara y pidiéndole a la gente que boicotease a la Shell. Todos los demás se habrían prendido fuego con gasolina antes de contrariar a una multinacional.) Y algo que para mí no es para nada menor: no reprimió nunca las protestas populares.

Que haya muchas cosas por mejorar no significa que yo quiera arriesgarme a bajar de este nivel de logros mínimos e irrenunciables. Y eso es lo único que me ofrecen los candidatos de la oposición: el peligro de una nueva debacle.

Viviendo en una ciudad ombliguista como Buenos Aires, no pierdo la noción de que existe mucha gente con problemas de Atención Deficiente y Memoria de Corto Plazo. Gente que no está dispuesta a ceder nada en beneficio de otros y que demanda estándares de vida dignos de París. Gente selecta a la que la mayoría de la gente -lo que en otros tiempos se llamaba 'pueblo'- le produce urticaria y por eso vota a un millonario de ojos claros, de fortuna heredada, para conducir los destinos de la ciudad. (Dicho sea de paso, este Macri designó a un empresario sin experiencia de gestión pública como Secretario de Cultura y terminó echándolo antes de asumir. No es su primer papelón, y a este paso no será el último.)

Lo que quiero decir es que amo a este país y su destino me concierne y preocupa. Y como estamos en democracia y todo el mundo vota libremente, rezo para que no sobreabunden los Merecedores de Patadas Voladoras. Ojalá nos salga una bien -para variar.

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26 de octubre de 2007
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Cuando estar vivo era una maldición

El otro día di por casualidad con uno de esos especiales de VH1 llamados Storytellers. Estaba dedicado a Pearl Jam y me quedé viendo un poquito del concierto. No soy lo que se dice un fanático de la banda, pero tienen algunas canciones (las más obvias, imagino: desde Jeremy hasta Man of the Hour) que me gustan mucho. En un momento Eddie Vedder, cantante y frontman, se puso a contar la historia de uno de sus temas más memorables, llamado Alive. En un principio la canción se llamaba The Curse (La Maldición). Admitió que se trataba de una historia real, la de un adolescente al que su madre le revelaba no sólo que aquel a quien había creido su padre no lo era, sino que su padre verdadero había muerto cuando este chico tenía 13 años. "En realidad no era un chico al que conociese demasiado bien", dijo, para después confesar que se trataba de sí mismo: "La verdad es que no me conocía por aquel entonces. ¡Si apenas estaba ahí!"

La letra tal como uno puede leerla todavía hoy le da sentido al título original de la canción. Al enterarse de que nunca podrá conocer a su verdadero padre, el chico siente que su propia vida es una maldición. Aunque la madre intenta consolarlo minimizando el asunto, el crío se pregunta si merece estar vivo.

Vedder prosiguió diciendo que lo sorprendió la reacción de su público cada vez que Pearl Jam interpretaba la canción en vivo. En efecto, tal como sigue ocurriendo, la gente corea el estribillo como si fuese una declaración de victoria: 'I'm still alive'. Todavía estoy vivo. En concierto, ese estribillo no habla de la conciencia de estar maldito sino de la de haber sobrevivido a pesar de tenerlo todo en contra. Ante la relectura del público, Vedder terminó aceptando que su canción podía tener un sentido distinto al que había pretendido darle en el comienzo: "Fue la gente la que rompió la maldición (the curse)".

Me gustó la anécdota porque sintetiza lo que ocurre tantas veces a poetas, escritores, dramaturgos, cineastas, artistas plásticos. El sentido del relato que lanzan al mundo sólo se completa con la intervención de los otros: los lectores, los oyentes -el público. A menudo el artista cree estar expresando algo y no es consciente de la existencia de un 'algo más' que ha preferido no ver durante el proceso creativo, precisamente porque necesita llevarlo a cabo hasta el fin sin autocensurarse. Quizás el Vedder que escribió la letra alentaba el secreto deseo de que su canción convirtiese un padecimiento privado en un triunfo épico, aun cuando no se atreviese a confesárselo a sí mismo. Pero el espaldarazo de la gente que corea 'I'm still alive' le demostró que esa redención era posible.

Sobrevivir es necesario, pero la necesidad no acaba allí. También necesitamos cantar la gloria de esa supervivencia.

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25 de octubre de 2007
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Holden Caulfield ahora es un cráter

La noticia es simple. El vocero de la NASA Jack Schmitt anunció que se acaba de bautizar a uno de los cráteres de la luna con el nombre de uno de los personajes más célebres de la literatura universal. El cráter Holden homenajea al narrador de The Catcher in the Rye, la novela de J. D. Salinger. En algún sentido, que ese agujero enorme de un astro remoto tenga hoy el nombre de Holden Caulfield tiene algo de justicia poética. A fin de cuentas en la rebeldía de Holden, eterno adolescente, existe un toque de misantropía. "La gente siempre aplaude por los motivos equivocados. Si yo fuese pianista, tocaría adentro del maldito armario", dice Holden en un pasaje de la justamente célebre novela. Ahora podría agregar: "O tocaría en la luna". Donde nadie lo importunaría ya -ni a él ni a su ermitaño autor.

Según la declaración de Schmitt que reprodujo el diario Página 12, el criterio con que se eligen los nombres de los cráteres es el de "hacer honor a aquellos hombres y mujeres que han llegado muy lejos en su afán de explorar los límites del esfuerzo humano". No me parece mal, aunque tampoco me disgustaban esos nombres poéticos al estilo Mar de la Tranquilidad. ¿Existirá ya un cráter Hamlet del que nunca me he enterado?

Seguramente a Holden le disgustaría la distinción. Pero yo no soy Holden y puedo darme el lujo de aplaudir.

Por todos los motivos equivocados, por supuesto.

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24 de octubre de 2007
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Pequeñas sugerencias para practicantes de la ciencia

La ciencia aplicada no para de inventar maravillas. Acabo de leer que un cirujano de los Estados Unidos creó un chaleco llamado Third Space, que permite a aquellos embarcados en un videojuego sentir sobre su cuerpo los golpes que recibe en la pantalla su doble virtual. Yo que estoy un poco grande para el asunto, lamento que la ciencia no lance al mercado la clase de dispositivos que harían de mi vida cotidiana algo más placentero. Empezando por filtros efectivos, que erradiquen de mi casilla de mails tantas promesas de Viagra y alargamientos penianos. (No es que no necesite ambas cosas, más bien temo no saber qué hacer con tanta potencia.)

Siguiendo por dispositivos que me permitan desterrar de mi TV las cosas que no quiero ver. Si existen mecanismos para proteger a los niños de canales y programas que se consideran inadecuados, ¿por qué no puedo instalarlos en mi televisor con ligeras modificaciones? Dios sabe que daría cualquier cosa por quedar eximido de los videoclips de Ricardo Arjona, los micros propagandísticos de Mauricio Macri y la repetición ad nauseam de "los mejores momentos" de Bailando por un sueño y Gran Hermano.

Me gustaría tener un control remoto que me permitiese hacer 'mute' con los maullidos de mi gato.

Y que existiese un perfume que disipase en la gente la melancolía del domingo por la tarde.

Ya sé que debería reclamarle a la ciencia invenciones más urgentes. Algo habría que hacer con la violencia y la estupidez humanas: ¿para cuándo el Viagra cerebral? ¿Y qué hay de una variante del Third Space, que ayude a gobernantes de toda laya a sentir sobre su propio cuerpo los mismos padecimientos que infligen a los demás? Pero en fin, al menos por hoy déjenme permanecer en el dominio de lo banal cotidiano.

Imagino que ustedes también deben tener sugerencias. Dispongan abiertamente de este espacio, no sea cosa que los científicos arguyan después que nunca nadie los llamó a la cordura.

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23 de octubre de 2007
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La segunda juventud de Francis Ford Coppola

Hasta no hace mucho la perspectiva de ver la nueva película de Francis Ford Coppola en años, Youth Without Youth, me daba un poco de temor. Nadie quiere admitir que uno de sus cineastas favoritos de toda la vida ya no es lo que era, y una película pequeña basada en un libro de Mircea Eliade no suena a competencia justa con la dimensión mítica de los Padrinos, de Apocalypse Now y hasta de las joyas menores de la corona, como Rumble Fish y The Conversation. Pero ahora, lo admito, tengo muchas ganas de ver la película -y mucha emoción contenida.

Mientras leía la entrevista que Rocío Ayuso publicó ayer en El País remozado, pensaba que en buena medida la mejor ficción de Coppola siempre ha admitido una lectura autobiográfica: aquella que no hunde los relatos de manera autorreferencial, sino que los ilumina al proporcionarle ecos que van más allá de lo lineal. En algún sentido El Padrino cuenta cómo un joven por quien nadie apostaba una ficha terminó quedándose al mando de un imperio, del mismo modo en que el joven Coppola se convirtió en realeza de Hollywood a partir del éxito de su película. Apocalypse es la historia de un hombre a quien se le ha concedido un poder omnímodo que acaba enloqueciéndolo. (Algo que puede predicarse tanto del Kurtz de Marlon Brando como del mismo director.) The Conversation habla de un hombre cuya vida pasa por espiar vidas ajenas, cosa que puede predicarse casi de cualquier narrador. Y Tucker: A Man and His Dream, una de sus películas que pasaron más desapercibidas, cuenta la derrota final de un hombre osado y creativo -¡como Coppola!- a manos de un sistema que prefiere la obediencia a la excelencia.

Esta Youth Without Youth suena cargada con el mismo tipo de munición. Habla de un viejo profesor de linguística, Dominic Mattei (Tim Roth), al que un rayo providencial le devuelve la juventud física al tiempo que le permite conservar la sabidiría adquirida en tantos años. ¿Puede concebirse una imagen más transparente de lo que a Coppola le gustaría tener, energía juvenil para contar las historias que ha ido madurando en simultáneo con sus vinos?

A propósito de la película, Javier Porta Fouz recordaba el sábado en adn, la revista de cultura del diario La Nación, lo que decía un personaje clave en Peggy Sue Got Married, una de sus películas más olvidadas: "Si hubiese sabido entonces lo que ahora sé, habría hecho las cosas de manera diferente".

Ojalá Coppola haya entendido que todavía está a tiempo, con rayo o sin él. El cielo sabe que el cine de hoy necesita algo de lo que perdió desde que este hombre se llamó a silencio.

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22 de octubre de 2007
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Orson (nuevamente) en venta

Me entristeció la noticia de que Sotheby's subastará el Oscar que Orson Welles recibió por el guión de Citizen Kane. Ya sé que es probable que vaya a dar a manos de algún coleccionista que valora a Welles seriamente. (De hecho, si me sobrase un millón de dólares juro que participaría de la subasta.) Pero tiendo a creer que ese Oscar es de la clase de tesoros que debería estar en poder de alguien que, además de admirarlo, lo haya querido mucho.

La trayectoria de Welles es lo más parecido a la leyenda de Icaro que Hollywood haya conocido nunca. El fenomenal éxito que obtuvo aquella transmisión radial de La Guerra de los Mundos convirtió a Welles en el hombre mimado por la prensa, una suerte de moderno Da Vinci que todo lo hacía bien: actuar, escribir, dirigir. Ese minuto de gloria le valió un contrato con RKO que le otorgaba un poder hasta entonces impensado. Welles no sólo podía elegir sus propios proyectos como director, sino que además tenía corte final. En aquellos años no existía lo que hoy se conoce como 'Teoría del Autor'. El director era apenas un empleado bien pago de los estudios, sujeto a las órdenes estrictas de sus productores y sin poder para evitar cortes o modificaciones a su propia película. De algún modo Welles terminó inspirando a André Bazin aquella teoría que los franceses divulgarían y llevarían a la práctica. Pero pagó por ello muy caro precio.

Citizen Kane era y es una maravilla, pero además de irritar al establishment de su país -se inspiraba libremente en la vida del magnate William Randolph Hearst, que empleó todo su poder para hundir la película y también a Welles- cometió el único pecado que Hollywood no perdona: fracasó en la taquilla. De allí en más Welles no pudo nunca completar una película tal como la quería y soñaba. Vivió malgastando su talento como actor para financiar los filmes que quería dirigir. Algunos los terminó en condiciones precarias: su Macbeth, por ejemplo. Otros no terminaron de despegar nunca -su malograda versión del Quijote.

Hace muy poco Walter Murch reeditó A Touch of Evil, que Welles había dirigido y protagonizado para que el estudio la alterase por completo a su antojo. ¡Su legendario plano secuencia del comienzo resultó ensuciado por los títulos de presentación! Por fortuna hace algunos años Rick Schmidlin obtuvo permiso para reeditar el film de acuerdo a la visión original de Welles. Esta visión sobrevivió en un memo de 58 páginas que Welles elevó al estudio cuando vio lo que habían hecho con su película. Las indicaciones eran tan precisas -y tan atinadas- que Murch leyó las 58 páginas delante de Schmidlin y se comprometió a reeditar A Touch of Evil de inmediato. (Esta versión nueva se consigue en DVD.)

Mientras lo hacían se enteraron de que existía otra carta de 12 páginas en la que Welles daba precisiones sobre lo que quería en materia de sonido. Schmidlin dice que el momento en que el estudio les faxeó las páginas a la granja-taller de Murch lo conmovió de verdad: "Fue extraño... ¡Era como si Orson mismo nos estuviese enviando las notas!"

Ojalá aquel que se quede con el Oscar sepa el valor -no digo el precio, sino el valor- de lo que tiene entre manos.

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19 de octubre de 2007
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El Boomeran(g)
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