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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El naufragio mediterráneo de Sarkozy

Es un fracaso largamente incubado. Desde su concepción durante la presidencia francesa de la Unión Europea, en el segundo semestre de 2008. Recordemos: frenar el ingreso de Turquía en la UE; equilibrar el peso de Alemania; recuperar el protagonismo que había quedado en mano de España con el Proceso de Barcelona; y, sobre todo, dorar los laureles del joven Jefe del Estado recién elegido (mayo de 2007).

Sarkozy celebró la primera cumbre de la Unión para el Mediterráneo, con Mubarak de copresidente, en París, el 13 de julio de 2008, en los días gloriosos de la presidencia europea. Pero luego todo ha ido llegando tarde y mal. Se aprobó la instalación de la secretaría en Barcelona y se nombró a un diplomático jordano, Ahmad Masadeh, como secretario general. Pero no se celebró la cumbre bianual durante la presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010. Y fue suspendida de nuevo e indefinidamente después de que se intentara celebrar en noviembre. La copresidencia, reglamentariamente en manos de un país de la orilla norte y otro de la sur, Francia y Egipto en la primera rotación, terminaba en 2010 con la segunda conferencia, dos años después de su constitución, sin que se hubiera previsto la prórroga o la repetición. Ahora podemos optar: o está vacante o, peor todavía, se la asignamos todavía a Mubarak. Si se tiene en cuenta que el secretario general también ha dimitido el pasado 26 de noviembre, por oscuras e inexplicadas razones, veremos que la UpM es un pollo sin cabeza. Y sin alas: el único proyecto listo, sobre los recursos hídricos, no llegó a buen puerto por una discusión incomprensible entre árabes e israelíes sobre si había que mencionar a los ?territorios ocupados? o a los ?territorios bajo ocupación? al hablar de Cisjordania. Este es el balance de los dos años y medio de UpM, cuando estalla la revolución democrática árabe. Unas instalaciones barcelonesas, 43 banderas frente a Pedralbes y una veintena de funcionarios sin jefes. Y nada más: ni rumbo ni destino. Ahora Sarkozy está en otras cosas. En las dimensiones mundiales de la presidencia del G20. Pero que esté en otras cosas no significa que reconozca su fracaso. Al contrario: el viernes pasado todavía osó decir que ?ante la situación en Egipto, no sólo la Unión por el Mediterráneo es necesaria, sino que es indispensable?. Francia tiene a un presidente que ha naufragado con la UpM y a una ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, quemada por sus relaciones con el clan cleptócrata que estaba en el poder en Túnez. El juego ha quedado ahora descubierto. Y quien ha puesto las cartas boca arriba han sido los ciudadanos árabes sometidos a dictaduras que reclaman sus plenos y legítimos derechos civiles. Si no se avanzaba era por una razón muy sencilla. Porque no había argumentos suficientemente convincentes para los socios del sur, que no eran los pueblos sino los dictadores. Querían más dinero. También por esta razón se ha ido Masadeh. El Proceso de Barcelona, que Sarkozy quiso corregir y controlar, era más ambicioso, incluso en exceso. Su mayor objetivo era alcanzar una zona de libre comercio para la zona mediterránea en 2010. Tenía también un capítulo dedicado a cooperación política y seguridad, con especial énfasis en los derechos humanos. A pesar de su lenta dinámica, era lo más parecido a la Conferencia de Helsinki, celebrada en 1975, en la que los disidentes de los países comunistas encontraron una referencia donde apoyar sus exigencias de libertad. Sus acuerdos impulsaron las revoluciones de 1989. Nada parecido ha conseguido Europa en relación a los países árabes. Pudo serlo el Proceso de Barcelona. Pero no lo ha sido la UpM, concebida como unión de proyectos en la que no se habla de política. Si estamos a tiempo, debiéramos convertir la UpM en una unión para la democracia y la libertad en todo el Mediterráneo.

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7 de febrero de 2011
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Un incendio que se extiende

El suicidio de Mohamed Buazizi fue la chispa. Pudo ser otra. Había tanta leña y era tan seca que lo incomprensible es que el fuego no hubiera prendido antes. La hoguera inicial, en Túnez, tenía unas causas muy claras y se declaró en un territorio delimitado, sin papel estratégico y sin centralidad en el mundo árabe. Pero saltó enseguida a los países vecinos y sobre todo a Egipto, y la razón es muy sencilla: también allí había el mismo tipo de leña seca, lista para arder, esperando la chispa.

Egipto es otro asunto. Su centralidad árabe es absoluta. Su emplazamiento estratégico también. Sin contar con su papel como garante de la estabilidad. El faraón que lo regía desde hace 30 años estaba perfectamente seguro de sus alianzas. Con Israel: Netanyahu mantenía con él unas relaciones más estrechas que con cualquier otro jefe de Estado del mundo. Con Estados Unidos: en el álbum de fotos del egipcio están todos los presidentes desde 1981, a cual más deferente y afectuoso. Con la Unión Europea: este delincuente que ordena atacar a los periodistas es, junto a Nicolas Sarkozy, el copresidente de la Unión para el Mediterráneo, cuya secretaría tiene la sede en Barcelona. El incendio se está llevando por delante a regímenes que tienen todos en común su odio jurado al Irán de los fundamentalistas chiitas y su buena disposición a dejarse comprar por el dinero occidental para comportarse con relación al terrorismo, el tráfico de droga, la inmigración e incluso la causa palestina. En cada uno de estos capítulos estos amigos tan poco recomendables han sabido utilizar los conflictos como un cuchillo de doble filo. Si desde Washington o desde Bruselas no se accede a sus chantajes, desde sus palacios cerrados se ordena abrir la espita de alguna de las cañerías tóxicas. Los mujabarats, sus servicios secretos, se encargan del trabajo sucio, incluida la movilización callejera, como esta semana en El Cairo; mientras sus diplomáticos sonríen y negocian nuevas ayudas. La leña seca es, ante todo, una demografía pujante y joven, pero sin otro horizonte que no sea el paro y la miseria. A ella se añaden unas economías sin resuello, incapaces de atrapar los retos de la modernidad y golpeadas por la crisis financiera, la caída del turismo y el aumento de los precios de los alimentos, a excepción de los países con recursos energéticos. Pero el impacto más notable entre la población joven es el de la globalización tecnológica y cultural, que les incorpora de pronto a la modernidad en las comunicaciones y les aleja del islamismo político. Son nuestros vecinos, son como nosotros y no pueden seguir aguantando ni un día más que les limiten sus libertades y les arruinen la vida unos gendarmes corruptos que hemos puesto en sus casas para vigilarlos. El incendio no ha hecho más que empezar.

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6 de febrero de 2011
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Al fin Israel despierta

Israel ha empezado a reaccionar. Al fin. ?Un Egipto democrático no es una amenaza para la paz?. Menos mal. Hasta ahora, de todo lo que había dicho el primer ministro Benjamín Netanyahu se desprendía lo contrario: que Israel se siente muy cómodo con su monopolio democrático en un océano de tiranías y prefiere mantener la exclusiva durante el mayor tiempo posible. No era una cuestión meramente retórica. Estaba claro, además, que nadie como un dictador para garantizar un buen tratado de paz, debidamente engrasado por contratos civiles, ayuda militar, colaboración policial y de espionaje, y naturalmente, negocios con que los que dar de comer a todos, de uno y otro lado.

Mubarak era el modelo de esta relación perfecta. Pero eso se ha terminado y no volverá nunca más. Quien quiera la paz, deberá ganársela con las sociedades civiles y firmarla con regímenes plurales y democráticos. De ahí la primera reacción absurda de Netanyahu a la revuelta tunecina, empeñado en cargarse de razón más que en atender a los hechos: era la demostración de que no se puede hacer la paz en un contexto geopolítico tan inestable. El segundo movimiento, cuando ya se tambaleaba el faraón, no fue mucho mejor: no os alegréis de la caída del tirano, porque será una revolución como la iraní. Ahora, ante el inevitable curso de los acontecimientos, no hay más remedio que dar un paso atrás para que no se identifique a Israel con los enemigos de la libertad y de la democracia. No es distinto lo que le ha ocurrido a la secretaria de Estado, Hillary Clinton, que en una semana ha pasado de ensalzar la estabilidad a favorecer el cambio. Al vicepresidente Joe Biden que se negó a identificar a Hosni Mubarak como un dictador. O al presidente Obama, que ha tenido que salir en dos ocasiones a salvar la cara ante los árabes pero todavía no le ha dicho a Mubarak que se vaya, con la misma contundencia y resolución con que Reagan le dijo a Gorbachov que derribara el Muro de Berlín. Se entiende la prudencia: un gesto brusco dejaría a todos los otros socios, empezando por la monarquía saudí, al pie de los caballos. Pero la cautela excesiva consigue el efecto contrario ante las poblaciones civiles de unos países que identifican a sus tiranos con EE UU. Esta revolución promete ser como la de 1989, pero geoestratégicamente del revés. De momento, las fichas van cayendo, una detrás de otra. Ni uno sólo de los gobiernos árabes ha podido sustraerse a la oleada del cambio. Con mayor o menor celeridad, todos los regímenes están moviéndose para aplacar el descontento, desde medidas sobre los precios de los productos básicos hasta cambios de gobierno, pasando por la rectificación de los habituales planes de sucesión familiar. Aunque el movimiento tectónico no ha hecho más que empezar, ya se puede dar por descontado que la arquitectura geopolítica del mundo árabe y más en concreto de Oriente Medio quedará hecha una ruina. Todos deberán repensar y reconstruir sus estrategias. Ahora se han quedado con las manos vacías. Ninguna de las piezas que han sostenido la estabilidad de la región en los últimos 40 años, desde la guerra del Kipur en 1973, se mantiene ya en pie. Israel, sin la pieza clave que era el Egipto de Mubarak, centra toda su preocupación en mantener el tratado de paz firmado en Camp David en 1977. Un Egipto menos monolítico, con mayor peso del islamismo político de los hermanos musulmanes, e incluso con una fuerte sociedad civil, que simpatiza por instinto con la causa palestina, es todo lo contrario de la seguridad que significaba el régimen de Mubarak, con su estrecha colaboración en la vigilancia de la franja de Gaza, su control sobre el canal de Suez, su influencia sobre la Autoridad Palestina y el conjunto árabe y, sobre todo, la garantía de una frontera segura y en paz. A pesar de la rectificación de última hora, Netanyahu sabe que un Egipto democrático, al estilo de Turquía, sería un vecino más inquietante para su actual visión estratégica. El Israel de las vallas de seguridad, de las colonias en Cisjordania y Jerusalén Este en expansión constante, de la franja de Gaza bajo bloqueo militar y de una Autoridad Palestina administrando bantustanes políticamente inviables es literalmente imposible en un contexto árabe de transición a la democracia. Puede que los actuales gobernantes israelíes tomen ahora conciencia de que han sido ellos, y no los palestinos, quienes no han dejado pasar ni una sola oportunidad de perder toda oportunidad (una frase célebre del ministro de exteriores israelí, Abba Eban, referida naturalmente a los que hasta ahora han sido el payaso de las bofetadas). La revolución democrática árabe conduce indefectiblemente a que los palestinos exijan sus derechos civiles. Si no se les reconoce en un Estado palestino propio, habrá que hacerlo dentro de un único Estado donde los árabes en muy pocos años serán mayoría. Quizás para Israel ésta es la prórroga de la última oportunidad.

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3 de febrero de 2011
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Ahí está el viejo topo

Ahí está, otra vez. Cuando menos se la esperaba. Cuando nadie quería ya nombrarla. Pacífica, tranquila, pero dura, determinada y resuelta. Dispuesta a poner la historia de nuevo del revés. A sorprender a los conservadores y a los cínicos. Resurrecta cuando todos la daban por muerta. Llevada en volandas por esos árabes hasta ahora callados y sometidos, humillados y victimizados. Ondeando con el nuevo orgullo de esos ciudadanos emancipados tanto del tirano como de su viejo resentimiento de vencidos.

Ahí está, horadando los cimientos. Destruyendo viejas alianzas indignas y obsoletas, lamentables ideas recibidas, prejuicios contra la dignidad de los pueblos. Dinamita de los intereses y del dinero. Taladro de una geopolítica que ni las fechas gloriosas de 1989 pudieron destruir. Terror de jeques y reyes petroleros. Espanto de cristianos sionistas y neocons. Ruina de espías y policías. Desconcierto de diplomáticos realistas y pragmáticos. Ahí está otra vez, cuando nadie ya osaba nombrarla. Cuando yacía ya olvidada ante la fascinación de los viejos y eficaces mandarines, los más conservadores entre los conservadores, los más autoritarios entre los autoritarios. Ahí está, ondeada por esos jóvenes árabes, hombres y mujeres sorprendentes, inesperados, maravillosos portadores de historia y de esperanza. Ignorada y olvidada por Europa. Lejos de Europa, de su Europa. Lejos también de Bakunin y Marx, pero no de Ghandi y Mandela. Ahí la tenemos de nuevo, obstinada, tenaz, nuestra vieja amiga. Mientras los últimos añorantes susurraban su nombre camuflado, la disrupción decían, ella, la vieille taupe, escarbaba y escarbaba para hacer caer a dos tiranos ya. Con la promesa de seguir y seguir, hasta derribarlos a todos, hasta dejar que ondee un día, bien pronto, esa bandera, la libertad de los árabes, desde el Atlántico hasta el Golfo Pérsico.

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2 de febrero de 2011
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Dejemos caer de una vez al Faraón

Toda la preocupación se centraba en la sucesión de Faraón. En su enfermedad. En el movimiento debidamente calculado de mover el peón, su hijo, para convertirlo en rey, justo en el momento adecuado. Los servicios secretos de todos los países concernidos, el ejército, la policía, los gobiernos aliados, todos estaban atentos y preocupados. Los antecedentes no permitían el desánimo: en la vecina Siria se había producido una sucesión como la ahora planificada. El cambio generacional estaba funcionando mal que bien en toda la geografía árabe, sobre todo donde se cuenta con la legitimidad sucesoria de las monarquías. La estrecha colaboración militar con Israel y Estados Unidos parecía también una garantía para que las cosas se mantuvieran bajo control. Todos esperaban, sin embargo, que el momento crucial, cada vez más cercano, sería ?el hecho biológico?. Nadie contaba con la existencia de otros factores, con frecuencia incontrolados, que invertirían el orden de los acontecimientos.

La variable más importante y decisiva no estaba en las agendas ni las prospectivas. Nadie había previsto un incendio como el que se ha declarado a partir de Túnez, en lo que ya es el programa de una revolución democrática árabe. Nadie había contado con lo que, al final, impulsa siempre este tipo de cambios: la gente, los ciudadanos, le peuple, we the people. Los ciudadanos de todos los países árabes, desde Marruecos hasta Irak, jamás habían derrocado a ninguno de sus múltiples y longevos tiranos. Habían sido determinantes, sobre todo en algunos países, en los combates de la independencia, pero luego cayeron en la postración, sometidos al puño de hierro de las distintas policías secretas de los sucesivos tiranos. También ellos estaban hasta ahora recluidos en una inmensa cárcel de pueblos, de la que los tunecinos están saliendo y los egipcios pugnan por salir. Sacrificados a la estabilidad, los ciudadanos de toda la geografía árabe habían sido minusvalorados y despreciados, pecado en el que Europa y Estados Unidos llevan la penitencia: a esta actitud arrogante se debe la ceguera política que ha impedido prever la revolución democrática árabe que se está extendiendo desde el Atlántico hasta el Golfo Pérsico. En vez de enfrentarse a una sucesión delicada, Washington y sus aliados se han encontrado con la ola revolucionaria imprevista que amenaza con derrocar a su fiel aliado de 30 años y les sitúa en un dilema insostenible. Si le empujan para que caiga, imparten una lección peligrosa a todos sus otros aliados: pueden prepararse los monarcas árabes mimados por occidente. Si le siguen sosteniendo, rubrican una vez más el doble rasero tradicional con los que se ha tratado a los árabes: la ejemplar democracia estadounidense les dice a los árabes que ellos no tienen derecho a la democracia. Obama no tiene la culpa histórica de este dilema, pero sí la responsabilidad. Ha seguido la misma política de todos sus antecesores, incluido por supuesto a George W. Bush; no ha sabido traducir sus palabras de El Cairo en hechos; nada ha hecho avanzar el proceso de paz entre israelíes y palestinos; y su actitud ante los egipcios, y sobre todo la de su vicepresidente Joe Biden, no es mejor que la de Sarkozy y su ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie respecto a los tunecinos.

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1 de febrero de 2011
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Misterios de un palacio en las nieves

Este año el envejecido salón de congresos de Davos, incómodo y laberíntico, apareció remozado y reformado el martes, cuando empezó el Foro ayer clausurado. Es más luminoso, amplio y aireado. Hay huecos y espacios para todo, aunque se conservan perfectamente muchos elementos de la estructura anterior. El Global Village, en el centro del edificio, sigue siendo el paseo de este pueblo donde todo el mundo se deja ver y donde uno se tropieza con todos los rostros conocidos, que no son pocos. Luego hay espacios especializados para todos los gustos y categorías de congresistas, siguiendo un orden misterioso cuyos secretos están en la cabeza de los organizadores.

Una entera zona del palacio está cerrada a la prensa. Ahí está el Industrial Partners Lounge, el Center for Bussiness Engagement, el rincón de los Socios Estratégicos (Strategic Partners), el lounge tecnológico y el lounge de las Artes y la Cultura. Es difícil dilucidar por qué los periodistas tienen acceso en cambio a todos los otros espacios, incluido la Red de Respuesta ante los Riesgos, el Foro de las Iniciativas, el Rincón de Internet y el Centro de Documentación. La jerga es inigualable. Seguro que indagando un poco más podría encontrar más perlas. La gran masa de los periodistas, una vez más, tiene que hacer vida aparte. El centro de prensa, que ha mejorado ostensiblemente respecto a otros años, se halla ahora dentro del palacio, y no en un bunker en los sótanos, como hace dos años, o en unos barracones a cien metros como el año pasado. Estamos hablando de los periodistas con acreditación, gracia que no reciben todos los que la piden. Les sucede lo mismo a los empresarios, que tienen otra compleja forma de acceso, debidamente tarifada en cuotas de inscripción y de patrocinios, pero también limitada a quienes cuenten con medios económicos demostrables e influencias visibles. Hay parias que circulan por los exteriores del Foro sin el colgante que permite entrar en el recinto, entrevistándose con quien pueden e intentando recoger los ecos y las migajas de lo que sucede dentro. En un amplio balcón interior, abarrotado de treintañeros, se encuentra el espacio para los ?jóvenes líderes globales?. Un cartel lo dice expresamente: ?Young global leaders only?. Quiénes son esos líderes globales es cosa que explica la organización con todo lujo de detalles y con las correspondientes listas de personajes que el Foro ha detectado y pescado como inversión de futuro. Pero hay más categorías especiales, debidamente señalizadas en su correspondiente espacio: por ejemplo, los empresarios sociales o los pioneros tecnológicos, cada uno con su cartelito limitando el acceso. Los políticos, banqueros, inversores y empresarios suelen ser bastante esquivos con los periodistas y es todo un detalle que la organización les reserve espacios para sus encuentros donde pueden guarecerse de situaciones o preguntas embarazosas. Todo lo contrario de lo que hacen los gurús económicos, que se instalan cómodamente en la plaza del pueblo y van desgranando sus declaraciones y profecías, a menos que tropiecen con un potentado con el que hablar de negocios, en cuyo caso se desplazan a una de las zonas más tranquilas. Los líderes políticos son un caso aparte, porque suelen irrumpir en el palacio por vericuetos expresamente liberados con ejércitos de guardaespaldas y de sherpas que les acompañan hasta las salas de reuniones. También ellos pueden practicar la técnica de dejarse ver en los pasillos e incluso realizar una súbita declaración que se convertirá luego en titular de los periódicos, aunque lo habitual es que prefieran la conferencia de prensa, casi siempre de acceso limitado (de nuevo) a los periodistas de los respectivos países. El año pasado se paseó brevemente Zapatero, asegurando a cuantos conocidos se encontraba que la culpa de los primeros ataques a la deuda española era de la prensa anglosajona y de los especuladores. Un gran paseador, años ha, era Jordi Pujol, uno de los españoles que más ha frecuentado el Foro y que todavía espera encontrar a alguien que le emule. El acceso, su limitación y graduación, es una de las claves de Davos, donde hay tres tipos de sesiones: las abiertas a la prensa, las restringidas a los congresistas y que requieren inscripción específica a cada una de ellas y las directamente cerradas a un grupo de convocantes, que ni siquiera aparece en el programa. El segundo tipo de reunión tiene una variante importante para las relaciones entre los congresistas: se trata de encuentros de trabajo que se hacen con el almuerzo o la cena, y proporcionan la oportunidad de la tertulia y el intercambio de tarjetas. En este apartado hay algunos clásicos que no tienen pérdida: por ejemplo, la cena latinoamericana, donde se produce una buena concentración de jefes de Gobierno y Estado (cuatro este año), ministro de Exteriores y de Economía, y también una tradicional e inexplicable ausencia de responsables españoles. La reunión en la que participó la vicepresidenta económica Elena Salgado el jueves fue del tercer tipo. Tenía título: ?Creando un crecimiento económico sostenible?. Tal como ha contado Claudi Pérez, sabemos de algunos de sus compañeros de debate: Tim Geithner, Alex Weber y Stanley Fischer. Pero el encuentro no constaba en el programa. Una vez localizada la sala me acerque con mi acreditación especial, en la que se me considera Media Leader (otra clasificación curiosa) y que me da un acceso más amplio que a los periodistas acreditados. Me indicaron que pasara por la pantalla que comprueba si su propietario está autorizado a entrar. No lo estaba. El acceso que jerarquiza y discrimina abre luego sus puertas a la igualdad entre quienes han entrado, de forma que un presidente de Gobierno puede sentarse al lado de un hacker o un billonario al lado de un periodista. El aire deportivo que aporta la nieve contribuye al buen ambiente y al relajamiento, de forma que todos hablan por los codos. A esto se le llama el espíritu de Davos, a la vez democrático y elitista. Pero este espíritu se practica en celdas cerradas e incomunicadas entre sí, incluso desconocidas, lo que conduce a que la experiencia de Davos pueda ser tan plural y distinta como el número de los participantes.  La compleja estructura de los círculos de este paraíso nevado de los Grisones no termina aquí. Hay que contar luego con el off-Forum: las reuniones, seminarios, encuentros y todo tipo de saraos, algunos legendarios, que se celebran en hoteles e incluso mansiones privadas de los billonarios con casa en la localidad. El repertorio es infinito y las noticias muy escasas. Luego está el Foro Abierto, organizado por las iglesias suizas sobre temas de contenido fundamentalmente político y ético: la guerra de Afaganistán, la corrupción o la unidad europea, también incorporado al programa y a la marca del Foro oficial. La capacidad de digestión del Foro de Davos es infinita: los manifestantes de hoy, que los hay casi cada año, puede que sean participantes de mañana o incluso jóvenes líderes globales. Nada hay más genuino en Davos que los congresistas del mundo digital, disruptores es ahora el apelativo que sirve para ellos, salidos directamente del utopismo tecnológico o de la anarquía social. Puedo contar todo esto porque este ha sido mi cuarto Davos y el tercero consecutivo. Estuve en el 2000, la única ocasión en que asistió un presidente de Estados Unidos. Era Bill Clinton y le gustó tanto que ahora viene con gran frecuencia. Este año, sin ir más lejos, para sostener una conversación con el presidente del Foro Klaus Schwab en la que, como siempre, se metió a la audiencia en el bolsillo. En los tres últimos he blogueado desde Davos y utilizado las redes sociales, a las que me incorporé impulsado por su uso en el Foro. Debo confesar que este año mucha gente, yo mismo entre otros, hemos estado siguiendo lo que sucedía en el norte de Africa y sobre todo en Egipto con mayor interés que el propio Foro. Quizás por ello he escrito menos que otros años y me quedan todavía cosas en el tintero. Como esta estación suiza también es una buena gasolinera intelectual y un observatorio privilegiado, seguro que muchas de las experiencias y contactos me servirán para sucesivos textos de este blog.   (Enlace con mis post desde Davos de 2009 y 2010)

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31 de enero de 2011
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De la calle árabe a la plaza de la democracia

El mito de la 'calle árabe', que ha condicionado la actitud de Estados Unidos y Europa Occidental durante el último siglo hacia estos países, ha empezado a tambalearse. A partir de Túnez, desde Argelia hasta Yemen, se extienden unas movilizaciones ciudadanas que nada tienen que ver con las protestas y las ?masas? exaltadas de antaño. El periodista de origen iraní, ahora afincado en Nueva York, Amir Taheri ha explicado con precisión en qué consiste este mito: ?La calle se manifiesta contra algo, con frecuencia naciones extranjeras o minorías étnicas y religiosas con un espíritu de intolerancia. Organizadas y manipuladas desde el poder, parece con frecuencia la turba medieval en las ejecuciones públicas. A veces es literalmente así, cuando déspotas como Sadam Hussein invitaba en Irak a la calle a que contemplara la ejecución de judíos, kurdos y chiitas. La tradicional calle árabe está compuesta sólo por hombres airados, con barbas o mostachos parecidos a los del rais o caudillo. La calle pide antes que le quiten a alguien la libertad y no que su propia libertad se ensanche?.

Las imágenes que nos llegan de todo el mundo árabe revelan la incorporación de las mujeres jóvenes a las protestas. La espontaneidad con que se organizan tiene que ver muy directamente con la cultura y la tecnología de unas nuevas generaciones globalizadas, a las que les inspira mucho más Barack Obama que cualquiera de los pretendidos líderes fundamentalistas locales. Es Al Jazeera, claro está, pero también las redes sociales y los móviles incidiendo en una plétora demográfica que los viejos poderes son incapaces de controlar. No sabemos todavía si la revolución democrática tunecina tendrá suficiente fuerza como para alcanzar una democracia homologable con las nuestras. No hay duda de que eso es lo que quieren los manifestantes. Pero esta revolución ya ha triunfado. Ahora ya es una evidencia que los árabes también derrocan a los tiranos. El miedo que les atenazaba bajo la bota de la dictadura ahora ha cambiado de bando: es el miedo de quienes temen ser derrocados. Más: las dictaduras no se heredan. Será muy difícil que triunfen nuevas sucesiones como la de Siria, será dificil que los hijos de Mubarak y Gaddafi puedan sucederles. Además: la alternativa a la dictadura no es otra dictadura, esta islámica, sino la democracia. Y un corolario para occidentales: nuestro apoyo occidental a los vigilantes corruptos de la estabilidad, además de inmoral, es insostenible. A los poderes establecidos, a Estados Unidos y sus aliados, a Israel y a la Unión Europea, les costará acomodarse a la nueva realidad inaugurada por los jóvenes tunecinos. Pero deberán hacerlo. El destino de la calle árabe es convertirse en la plaza pública, democrática y civilizada de la libertad.

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30 de enero de 2011
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Un fantasma en las cumbres

No está porque no fue invitado. Y no fue invitado porque está procesado por la justicia sueca y pendiente de la británica sobre su extradición. El Foro Económico Mundial, que se reúne anualmente a finales de enero en los Alpes Grisones, ha conseguido mantenerse en forma durante 40 años precisamente porque en cada ocasión ha sabido invitar a los personajes más expresivos y decisivos de cada época. Pero esta ausencia no ha mermado la presencia de Wikileaks en los debates davosianos, la controversia sobre la idea de transparencia que tienen los militantes de este tipo de organizaciones y la discusión sobre las consecuencias de las filtraciones en la política, la diplomacia y el periodismo. Al contrario, ha sido un acicate estimulado notablemente por la publicación, justo en los mismos días, de un largo artículo del director del New York Times, Bill Keller, consagrado íntegramente a explicar sus relaciones con Assange.

Dos han sido las mesas redondas directamente dedicadas a Wikileaks, ambas organizadas bajo las llamadas reglas de Chatham House (edificio londinense donde se aloja el Royal Institute of International Affairs), que permiten utilizar el contenido de las conversaciones pero no atribuir conceptos ni citar frases. La primera, una cena moderada por el editor (publisher) del New York Times, Arthur Sulzberger, en la que el gurú de los blogueros Jeff Jarvis solicitó infructuosamente la transparencia total y la anulación de la regla de reserva: lo cuento porque él mismo ya lo ha contado en su blog. Y la segunda, un taller de debate moderado por el periodista británico Nick Gowing, que abrió la sesión exhibiendo ostensiblemente el periódico con el artículo de Keller ante los asistentes: no le cito, meramente explico su gesto. Los títulos de ambas sesiones son suficientemente explícitos: 'Confidencialidad o transparencia: el dilema de Wikileaks' y 'La diplomacia en la era digital'. Veamos este último tema con un tercer elemento que ha venido a enriquecer el debate, al menos en Davos: el gran filtrador ya no está solo. La filtración de 1.500 documentos de todo tipo (mapas, minutas de conversaciones, powerpoints, protocolos?) sobre las negociaciones entre israelíes y palestinos a la cadena de televisión catarí Al Yazira y al diario británico The Guardian abre muchos interrogantes sobre las valoraciones realizadas por Assange sobre la trascendencia histórica de su labor. Entre los politólogos y diplomáticos presentes en Davos no hay muchas dudas sobre el pecado de exageración en que ha incurrido Assange, de forma que su cablegate puede que sea la mayor filtración de la historia en número, en variedad de los temas y en pluralidad de países afectados, pero no lo es en calibre político e histórico. Muchos son los que piensan que esta filtración palestina es la palada definitiva a un proceso de paz que ya estaba muerto y en todo caso un golpe para Mahmud Abbas del que difícilmente se recuperará. Recordemos el tweet de Wikileaks en el que anuncia la filtración histórica: ?los próximos meses veremos un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida?. Algunas valoraciones entran a fondo: no hay cambio alguno en las relaciones internacionales, tampoco en la política exterior estadounidense, y en todo caso sí los hay ?y estos de enorme calado? en la forma de conducir la diplomacia y en la comunicación entre los gobiernos y entre estos y los ciudadanos; pero incluso estos cambios son anteriores y más consistentes que una mera filtración, por masiva y trascendental que sea. Es muy interesante conocer de boca de ministros, secretarios de Estado y embajadores de todo el mundo cómo se comunican actualmente a través de móviles, sms o mensajes de texto; cómo estos nuevos medios influyen en las relaciones internacionales; hasta qué punto rebajan las barreras de seguridad ante el espionaje o la filtración; y, sobre todo, cómo contrasta el nuevo mundo digital con unas estructuras, normas de trabajo y hábitos modelados hace más de un siglo y medio. Es posible que los cables del Departamento de Estado representen un momento decisivo de toma de conciencia sobre este cambio, pero es amplio el consenso respecto a que no significa el momento del cambio mismo. Junto a las críticas a la exageración en las valoraciones y en las reacciones, hay que notar algo en lo que todo el mundo está de acuerdo, en Davos al menos, sin necesidad de ampulosas declaraciones históricas: las filtraciones han tenido un papel decisivo en el derrocamiento del dictador tunecino Ben Ali y en la ignición de la revolución democrática árabe. Regresemos ahora al primer tema, el dilema entre confidencialidad y transparencia, junto a la aparición de un nuevo actor, tan activo como Assange, aunque menos misterioso y polémico, como es el disidente y despedido de Wikileaks, Daniel Domscheit-Berg, que ha contado en Davos su proyecto de Openleaks. Domscheit está en el partido de la transparencia, enfrentado al partido del control clásico del poder (accountability). Los periodistas, en medio, defendemos el derecho a publicar las informaciones relevantes, algo que viene favorecido por la transparencia y contribuye al control del poder; pero con el filtro de la responsabilidad profesional. Sospechamos de la transparencia absoluta, defendida por el partido de la disrupción (eufemismo de moda por la subversión o la revolución de antaño), como de la defensa del secreto oficial por defecto (todo lo que no ha sido autorizado es secreto), defendida por el partido de la confidencialidad. Y sospechamos de quien no quiere aplicarse a sí mismo la transparencia que predica: Wikileaks y Assange, en concreto, como sucede con otras ONG, de otra parte. Domscheit pretende superar este problema con un instrumento para recoger filtraciones que sea neutro y no sometido a caprichos personales. Habrá que esperar y ver. No termina aquí el debate. Activistas y funcionarios quisieran conceptos cortantes: de transparencia absoluta los primeros o de reglamentación y ordenamientos detallados los segundos. Los intelectuales y los periodistas saben que la vida está hecha de negociaciones y de pactos: hay que optar entre valores y aceptar gradaciones del mal, en vez de la ambición arcangélica que se erige en defensora del bien absoluto. Y más en concreto: unos entienden que estos dilemas sólo afectan a los poderes públicos; otros, el estadounidense Jeff Jarvis por ejemplo, que a quien más afecta es a los consumidores ante las empresas privadas, las que menos practican la transparencia. Pero nadie como Bill Keller ha contado la actitud de los periodistas, en su extensa y extraordinaria narración sobre sus relaciones con Assange, leída con fruición por los davosianos implicados en el debate. Ahí está todo. Están los criterios y valores del periodismo, y más en concreto del periodismo estadounidense, celoso de la protección constitucional que goza y que lo ha convertido en el mejor del mundo y de la historia. Y ahí está también un nuevo y sabroso retrato de Assange, de imposible resumen en pocas líneas, pero que se sintetiza en su descripción como ?un personaje de las intrigas de Stieg Larsson, un hombre que podría aparecer como héroe o villano en una de sus novelas suecas donde se mezclan la contracultura hacker, la conspiración de alto nivel y el sexo como entretenimiento y como violación?. (Enlace con el artículo de Bill Keller. Este fin de semana el semanario Der Spiegel publica también su versión sobre los tratos con Assange. Anteriormente también lo había contado El País, en un artículo del director.)

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29 de enero de 2011
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El ausente

Un debate sobre América Latina donde no se habla del narco ni de la guerra que ha entablado en México y que ha costado la vida a 30.000 personas hasta 2010. Otro sobre Oriente Próximo donde nadie musita ni una sola referencia a las interrumpidas conversaciones de paz y a las filtraciones de Al Jazeera. Una clamorosa y transversal elipsis sobre la revolución democrática que ha empezado en Túnez y amenaza con extenderse por el mundo árabe. Y el detalle final: la ausencia del hombre de moda, el personaje más polémico del año, el australiano misterioso que anunció la mayor filtración de documentos secretos y el mayor cambio en las relaciones y en la diplomacia internacionales de la historia.

Klaus Schwab, el jefe supremo de Davos, hubiera querido invitar a Julian Assange, el jefe de Wikileaks. Nadie que cuente en el mundo queda fuera del ojo del acreditado catalejo con que trabaja el Foro Económico Mundial para pescar a los personajes más de moda del planeta. Pero hay una salvedad: no pueden estar procesados por la justicia. Así fue como en diciembre se anunció que Assange no participaría en la reunión de 2011, contribuyendo así a esa idea de declive que cada año regresa de una forma u otra a Davos. La nostalgia de quienes vivieron foros pretéritos suele ser más potente que la fuerza de los foros actuales. Pero ninguno de los detalles antes comentados sirve para ilustrar tesis alguna. Las cifras de los participantes, el número y calidad de las conferencias y seminarios, el constante crecimiento del off-Forum (los actos privados organizados por empresas e instituciones) desmienten cualquier idea de decadencia. Sobre todo cuando el planeta entero vuelve a crecer con fuerza, más en su cara oriental, y sólo Europa, y más concretamente su periferia, sigue sin arrancar todavía: hay dinero, personajes y ganas para seguir alimentando la gran hoguera invernal de la globalización. Tampoco falla por el lado político, siempre de enorme nivel. Lo demuestran la apertura a cargo del presidente ruso Medvedev, las intervenciones de Cameron, Sarkozy y Merkel, las relevantes participaciones de los presidentes de México e Indonesia, Felipe Calderón y Susilo Bambang Yudhoyono, así como la del primer ministro japonés Naoto Kan. Es verdad que cada uno llega a instalar su tenderete y vende la mercancía a su parroquia: el presidente ruso llama a las inversiones extranjeras, asustadas por el terrorismo caucásico y el escaso aprecio del Kremlin por la ley el derecho; el francés trabaja su imagen de presidente del G8 y del G20, lo que significa presidencia del mundo; o el indonesio la idea, bien seria, de que el incremento de los precios de los alimentos y de las materias primas nos pueden procurar el próximo y grave percance global. Davos funcionaba de maravilla en los tiempos de la globalización optimista y aparentemente gobernada, entre la guerra fría y la guerra global contra el terror, pero es cierto que con la globalización averiada y la falta de gobernanza actuales, el Foro se convierte en el espejo roto de unas imágenes contradictorias, incapaz de reflejar en sus ángulos muertos muchos de los aspectos más relevantes de la actualidad. Por expresa voluntad de evitar el conflicto, como es el caso Wikilaeks. O por inconsciente lapsus freudiano que conduce a evitar los charcos más difíciles del mundo globalizado, como es el conflicto de Oriente Próximo, tan presente en anteriores ocasiones. El símbolo en todo caso de esta dificultad para reflejar entera la complejidad contradictoria de la globalización es Julian Assange, curioso personaje al que el director del New York Times describe como un tipo ?arrogante, de piel fina, conspirativo y extrañamente crédulo?. No hay lugar a dudas de que hubiera sido el protagonista de esta convocatoria de 2011, por encima de cualquiera de los economistas, los gurús de la tecnología y los grandes banqueros y empresarios. Hasta Davos llegan noticia, al menos, de cuatro libros en preparación dedicados al fenómeno, sin contar el que está escribiendo el propio Assange y cuyos derechos ya ha vendido. En compensación, en el Foro Mundial se habla y se hablará mucho de Assange y de Wikileaks, que han contado incluso con alguna sesión cerrada, sin filtraciones a la prensa, naturalmente.

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28 de enero de 2011
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¿Quién se ocupa del salmón?

Cuando Davos se despereza, Washington se halla todavía en la digestión de las palabras presidenciales. Casi todos los años el discurso del Estado de la Unión resuena en las montañas alpinas justo en el momento en que empieza el Foro Económico Mundial. El eco suele ser más intenso cuando el presidente de la primera superpotencia se ocupa de los asuntos mundiales: la concentración de estadistas, ministros, economistas y politólogos que se da en la localidad suiza sólo tiene parangón con la que hay normalmente en Washington, incluidos los americanos. Pero este año Obama ha dirigido su mirada hacia casa, para cerrar el paso al Partido Republicano después de su victoria de noviembre y de su agresivo despliegue de cara a las presidenciales de 2012, con un discurso más centrado, una oferta bipartidista y subrayando los acentos patrióticos que presentan a Estados Unidos como una nación especial, excepcional y destinada a conseguir metas inigualadas en la historia.

Muy poca política internacional, por tanto. Apenas para rendir homenaje a sus soldados que siguen sacrificándose en las aventuras de Irak y Afganistán iniciadas por el anterior presidente y para recordar que EE UU sigue siendo el país líder y responsable de la seguridad mundial. Esta no es una cuestión marginal. China es ya un gran jugador reconocido en la escena global, que participa siguiendo las reglas de juego internacionales (lo contrario de lo que hace en casa, donde no hay más regla que la del poder del partido), pero no se responsabiliza de la marcha del mundo ni quiere cargar sobre sus espaldas protagonismo alguno. Europa es peor: no aspira a nada, ni a jugar en la escena mundial ni por supuesto a tomar responsabilidades o protagonismo. Obama habló de Túnez, con claridad y contundencia suficiente como para que los europeos sigamos sonrojándonos. Pero no supo decir nada de la ira contra los dictadores que va extendiéndose en la calle árabe, en Argelia y Egipto sobre todo, y lo que es más grave, no dedicó ni una mención, aunque fuera tangencial, a una de sus cuentas pendientes: la prometida paz entre los dos Estados reconocidos internacionalmente con fronteras seguras que varios presidentes estadounidenses han prometido a israelíes y palestinos. Oriente Próximo no está entre las preocupaciones de sus electores. El presidente que consiga la paz entre israelíes y palestinos, como se propuso Obama quizás imprudentemente, pasará a la historia, pero no es seguro que obtenga gracias a ello un reconocimiento en votos. El eco global del Estado de la Unión no se percibe únicamente cuando el presidente se refiere a los grandes capítulos conflictivos de la política internacional. Ya no existe la política interior para ninguno de los países que cuentan. La creación de empleo no es un reto interior para nadie, sino parte de la carrera de la competitividad en el mercado global. Obama invitó ayer a sus conciudadanos a competir en el escenario global con los nuevos agentes que retan el poder de EE UU en numerosos capítulos, desde la educación y la banda ancha (Corea del Sur) hasta los transportes (Europa, Rusia, China). Su receta, en cinco puntos, vale para EE UU y vale para Europa. 1.- Ganar el futuro mediante la innovación, en biomedicina, en tecnologías de la información y en energías limpias. ¿No vale para España, al igual que su mix energético que incluye las centrales nucleares? 2.- Invertir en educación y sobre todo en educadores, ?constructores de la nación? según los surcoreanos. 3.- Mejorar las infraestructuras: transportes y telecomunicaciones sobre todo. 4.- Atacar drásticamente el déficit público, para no quedar ?enterrados en una montaña de deuda?: ahí el eco de Davos le devolvió la crítica de Nouriel Roubini por la modestia de su propuesta; debería cortar más todavía. 5.- Reformar el gobierno; la avería generalizada de la gobernanza queda muy bien ejemplificada por un gag de su discurso: el departamento de Interior se ocupa de los salmones cuando viven en agua dulce, pero es el de Comercio quien lo hace cuando llegan al mar, y no se sabe quién está al cargo cuando ya están ahumados. Las duplicaciones, el solapamiento de competencias y la ausencia de responsabilidades claras es algo que afecta a todos los gobiernos, desde el nivel más local hasta el nivel global, el G20, donde no hay manera de que cada uno asuma sus responsabilidades, pasando por el nivel europeo, donde hace falta una crisis de la deuda soberana para que los gobiernos empiecen a hacer sus deberes. Obama fue muy preciso y sutil es su análisis: ?Por supuesto, hay países que no tienen este problema. Si el gobierno central quiere un tren, tiene un tren, no importa cuántas viviendas sean destruidas. Si no quieren una historia negativa en el periódico, también lo consiguen?. El emblema del mundo desgobernado es este salmón que se nos escapa de las manos y que sólo el capitalismo chino, u otros regímenes autoritarios, pueden criar y pescar a placer.

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27 de enero de 2011
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El Boomeran(g)
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