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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Sevilla, estación Terminus

Es la cuarta derrota de los socialistas catalanes. Cataluña, Barcelona, España y ahora Ferraz. Esta vez no estaba en el guion de la crisis de la socialdemocracia sino que tiene su origen en la decisión de sus dirigentes. Apostaron por Carme Chacón en el Congreso de Sevilla, en vez de poner los huevos en dos cestas, y han perdido. Era una apuesta fuerte y, aunque no debiera serlo, históricamente insólita; en el PSOE y en cualquier otro partido de Gobierno en España. Por mujer y por catalana; pero, sobre todo, por un hecho más significativo aunque difícil de comprender: su partido, el PSC, no es una federación más del PSOE sino un partido con personalidad propia.

La secretaria general de los socialistas españoles iba a ser una militante de un partido hermano pero distinto. Algo que no encaja, a menos que entre los planes de quienes decidieron dar todo el apoyo del PSC a Chacón se encontrara precisamente terminar con la ambigüedad histórica del socialismo catalán, permanentemente tentado por el nacionalismo, al decir de sus compañeros no catalanes, y por el españolismo, al decir de sus adversarios nacionalistas en Cataluña. Es decir, que su llegada a Ferraz significara directamente la conversión práctica del PSC en la Federación Catalana del PSOE. Muchos piensan que lo mismo va a suceder con Rubalcaba. La fórmula que permitía recoger los votos de la sociología socialista española en las grandes conurbaciones junto a los votos del progresismo catalanista ha cumplido su tiempo y agotado un ciclo. No es seguro que pueda refundarse y repetirse. No entraba en el programa de Chacón, que se preparaba directamente para constituirse en alternativa a Rajoy; y puede que sea materia de debate para Rubalcaba, más jacobino que Chacón en las formas, pero con mejor experiencia de pactos con los nacionalistas y de gestión de las ambigüedades calculadas: estuvo en la cocina del nuevo Estatuto y conoce el truco de todos los platos. En la gestión de estas ambigüedades se hallaba el secreto de la historia del socialismo en Cataluña; de sus éxitos y de sus fracasos; de la mayor cuota de poder jamás alcanzada por la izquierda, en la capital, en los grandes municipios, las cuatro diputaciones, el gobierno catalán y el español, y de la mayor caída, en apenas un año. Y, por derivación, el secreto de los éxitos del socialismo en España, construidos sobre dos graneros: Cataluña y Andalucía. También en la ambigüedad se hallaba la clave de un consenso catalanista de mínimos, que ha mantenido amarrado el nacionalismo catalán a España y el mundo ajeno al nacionalismo catalán a Cataluña. Una parte del socialismo español ha vivido con gran incomodidad esta permanente indefinición y, sobre todo, la etapa del tripartito, cuando la posibilidad de alcanzar y permanecer en el gobierno catalán, vocación central de toda formación catalanista, condujo a la reforma del Estatut y luego a su defensa cerrada ante el Tribunal Constitucional. El mejor PSC para Ferraz era el que acotaba su poder en los municipios, se oponía a Pujol y no estorbaba en los pactos entre La Moncloa y la plaza de Sant Jaume. Esta era la geometría de Rubalcaba, que rompieron el zapaterismo y los capitanes, los amigos de Chacón, decididos a pactar con Esquerra para alcanzar el gobierno en Barcelona y en Madrid. Rubalcaba ha formulado con precisión el problema: "No podemos traspasar la línea que separa un partido federal de una confederación de partidos". El socialismo catalán nació y triunfó mientras se mantuvo exactamente sobre esta línea. Quizás en algún momento la traspasó, y en otros ni siquiera se acercó a la linde. Puede que los tiempos exijan la máxima claridad: un muro en vez de línea. A muchos les conviene, a uno y otro lado. Si el granero queda definitivamente abierto, puede caer en otras manos, probablemente conservadoras, pero no necesariamente nacionalistas. No es tan solo una cuestión de un trasvase circunstancial de votos. Estamos contemplando, en plena recesión y en mitad de una crisis europea, el mayor cambio del mapa político desde la transición. Sevilla bien puede ser la estación Terminus a la que llega el tren socialista que partió de Barcelona en 1978.

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6 de febrero de 2012
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El portátil de Cleopatra

La pregunta clásica versaba sobre la nariz de Cleopatra. Sin su bello apéndice nasal qué hubiera sido de la pelea entre Antonio y Octavio y del Imperio Romano. El viejo Plejanov, en una obra tópica de la vulgata marxista, formuló el mismo problema, al interesarse por el papel del individuo en la historia. En nuestro siglo XXI, alejados del siglo de los hombres fuertes y felizmente aquejados de falta de liderazgos, ya no cabe preguntarse sobre la nariz ni sobre el individuo, sino sobre la tecnología y más en concreto el papel de los teléfonos móviles y las tabletas en la historia.

Son agentes globalizadores, que intensifican la conectividad y aceleran el desarrollo de los acontecimientos. Permiten difundir un bulo, hacer una transacción financiera u organizar una revuelta con mayor rapidez y eficacia que ningún otro instrumento de comunicación en la historia. Sin ellos no se explican el Tea Party, los indignados o las revueltas en los países árabes, en Rusia o en China. Según el lenguaje que utilizan los especialistas, son tecnologías disruptivas, eufemismo para una vieja palabra: son revolucionarios. Rompen las viejas estructuras políticas, hunden los mercados tradicionales de los medios, desbordan las reglas de la propiedad intelectual, destruyen fronteras y colapsan sistemas de censura y de control. Pero no son la varita mágica tecnológica que convertirá las calabazas de nuestras viejas sociedades en las maravillosas carrozas del futuro. También son instrumentos para delinquir, origen de patologías sociales y fuente de desigualdades. Como tecnologías tienen su origen en la investigación militar, pero sus aplicaciones conducen a nuevos tipos de guerra a distancia y a constituirse ellos mismos como piezas de las ciberguerras que ya están actualmente en curso. También son los catalizadores de una economía financiera que conduce a un aumento de las desigualdades en el interior de los países, aunque sirvan a la creación de riqueza y a la disminución de la pobreza en el conjunto del planeta, tal como ha señalado acertadamente el economista Xavier Sala i Martin. Y contribuyen a la radicalización ideológica y a la polarización política. Las viejas estructuras reguladoras, la justicia, la diplomacia, los organismos de cooperación internacional, actúan a paso de tortuga, mientras que los disruptores irrumpen a la velocidad de la luz. Un viejo y conservador profesor de literatura canadiense llamado Marshall McLuhan, que estuvo de moda hace 50 años, supo anticipar entonces el protagonismo de las tecnologías de las comunicaciones en dos ideas: que el medio es el mensaje y que vivimos en una aldea global. El actual instrumento de cambio histórico no es la bonita nariz ni la personalidad de Cleopatra, sino su iPhone, con el que alcanza a toda la juventud egipcia y produce efectos y consecuencias en el entero planeta en transformación.

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5 de febrero de 2012
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Cuatro preguntas sobre la próxima guerra

Será en verano, época guerrera por excelencia. En mitad de la campaña presidencial, con Obama y Romney enzarzados en la pelea decisiva. Un tiempo de transición, por tanto, en el que se abren las ventanas a iniciativas inusuales. Todo será muy rápido, con bombardeos de precisión realizados por aviones no tripulados y por superbombaderos cargados con obuses perforadores. Después vendrá la respuesta, que puede convertirse en guerra. Cuando todo termine, nada será como antes. Para dilucidar la consistencia de esta historia, que muchos quieren evitar, hay que responder a varias preguntas:

1.- ¿Es Irán una amenaza? Lo es, sin duda, a pesar de todas las protestas iraníes sobre el carácter civil de su industria nuclear. El desarrollo nuclear civil conduce a un umbral tecnológico, denominado zona de inmunidad, a partir del cual ya no hay retroceso. A pesar de las guerras secretas del Mosad contra Irán y de la presión diplomática y los embargos, muchos indicios señalan que ya se ha llegado al punto crítico, de forma que si se supera, habrá que contar con una nueva potencia nuclear en Oriente Próximo. Israel considera esta eventualidad como ?una amenaza existencial?. Para la monarquía saudí es un desafío intolerable a su hegemonía en la región del Golfo. Y desde el punto de vista de la proliferación nuclear, la bomba iraní sería la invitación a que otros países de la región, como Egipto, Turquía o Arabia Saudí, siguieran el mismo camino. 2.- ¿Es posible eliminar el peligro nuclear iraní? Hay teorías para todos los gustos, aunque ninguna considera posible su eliminación definitiva sin cambiar el régimen. Los iraníes han aprendido de los bombardeos realizados por Israel sobre los reactores de Irak y Siria, en 1981 y 2007, respectivamente, de forma que sus instalaciones se hallan muy dispersas, protegidas y en algunos casos a unas profundidades inalcanzables ni siquiera por las megabombas antibúnker. Los más pesimistas consideran que se retrasaría el programa nuclear en unos pocos meses, quizás un año, y los más optimistas en dos. Los proliferadores han aprendido de Sadam Husein: la mejor forma de evitar que te ataquen por proliferar es que ya tengas la bomba; si no la tienes, como le sucedió al dictador iraquí, te van a atacar e incluso invadir: un argumento más para atacar ahora. 3.- ¿Qué resultados puede obtener Israel con un ataque preventivo? Esta es la pregunta donde el espacio de incertidumbre es mayor. La capacidad de respuesta bélica iraní probablemente es menor de lo que sus declaraciones y gestos pretenden mostrar. Pueden intentar cerrar el estrecho de Ormuz, realizar ataques con misiles contra Israel o lanzar una campaña de atentados en todo el mundo. El precio del petróleo se verá afectado. Fácilmente debilitará a la oposición iraní, obligada a cerrar filas con el régimen en un tema que pone en juego el orgullo nacional. Se inflamará de nuevo un cierto antiimperialismo que la primavera árabe había amortiguado. 4.- ¿Qué efectos producirá en el mapa geopolítico? Si es grande la incertidumbre respecto a los resultados inmediatos de un ataque, mayor es todavía respecto a los efectos sobre la geopolítica de una zona sometida a un terremoto de cambios. Israel se halla en un momento crucial para su futuro, en un aislamiento internacional insólito y pendiente del rumbo de Egipto, así como de la posibilidad de ruptura o modificación del tratado de paz de Camp David, que le ha garantizado más de 30 años de estabilidad en la frontera occidental. También en Jordania pueden precipitarse los acontecimientos en dirección a un endurecimiento de las relaciones con Israel. Su única seguridad es la inquebrantable amistad expresada por Obama, a pesar del mal trato que le ha dado Netanyahu. Israel necesita restaurar plenamente la disuasión militar en la zona, después de dilapidarla en la guerra de Líbano y recuperarla solo parcialmente en Gaza. Sabe que más pronto que tarde deberá negociar con Gobiernos islámicos salidos de las urnas en Egipto y Jordania, al menos, quizás también en Siria, y bajo las nuevas e insólitas condiciones de unos electorados y opiniones públicas árabes que expresarán libremente su enemistad. El ataque preventivo contra Irán puede ser entonces la demostración de fuerza previa a una negociación con los nuevos agentes de la historia en Oriente Próximo.

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2 de febrero de 2012
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¿Quiénes son los malgastadores?

Hay preguntas que son más necesarias que nunca. Todos sabemos que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que estamos en la hora de la gran tijera que todo lo recorta. Son momentos delicados, en los que la poda se lo lleva por delante todo, sin distinguir entre las ramas realmente superfluas y las que son necesarias para que el árbol vuelva a florecer y a dar frutos. Quien maneja la tijera debe intentar evitar esto último y preguntarse antes de cada tajo sobre las consecuencias que tendrá esta rama caída, algo que requiere frialdad de juicio y también autoridad para una decisión tan extrema. Hay, sin embargo, una pregunta previa respecto a los recortes que los podadores normalmente no pueden ni quieren plantearse y versa sobre la autoridad y el criterio para realizar el recorte. Por que como se está viendo, a la entera clase política española, con excepciones que se cuentan con una mano, a derecha e izquierda, los de arriba y los de abajo, los españolistas y los antiespañolistas, le faltan ambas cosas.

Basta con echar un vistazo a la lista de la infamia en el gasto público irracional a la que todos han colaborado y que algunos todavía tienen la desvergüenza de defender. Los edificios públicos monumentales vacíos, los trenes de alta velocidad sin viajeros, los aeropuertos sin aviones, los campeonatos del mundo de automovilismo y de motos subvencionados, las compañías aéreas quebradas, las cajas de ahorro hundidas, los museos, pabellones deportivos y auditorios sin visitantes, las televisiones autonómicas babilónicas, y para qué seguir, son los elementos de una burbuja política en la que se mezcla el clientelismo electoral, la financiación ilegal de los partidos y directamente la corrupción. Pues bien, quienes están ahora tijera en mano practicando el recorte son en su inmensa mayoría exactamente los mismos que han creado los niveles intolerables de déficit público y que ahora nos exigen los sacrificios que significan pagar más impuestos y recortar el Estado de bienestar. Esta confusión interesada de los podadores da pie a una confusión igualmente interesada respecto a los recortes. Si unos niveles mínimos de Estado de bienestar no son sostenibles, si no se puede pagar pensiones dignas, subsidios de desempleo a los parados, mantener los niveles de la educación y de la salud o proseguir con la política de dependencia, no es porque la sociedad española no pueda organizarse solidariamente para cubrir todas estas necesidades, sino porque sus representantes se han dedicado durante décadas a gastar el dinero que no era suyo en otras cosas perfectamente prescindibles y a favor de sus intereses electorales, partidistas o directamente pasándolo a su bolsillo en el caso de los corruptos. El activista conservador estadounidense, Grover Norqvist, ha conseguido que una gran mayoría de los congresistas republicanos firmen un juramento dirigido a sus electores en el que se comprometen a no subir los impuestos en ningún caso (Taxpayer Protection Pledge). Los conservadores europeos, sobre todo continentales, no podrían firmarlo porque nos están breando y van a seguir breándonos a impuestos, aunque antes de hacerlo algunos han procurado bajárselos a los suyos: lo hizo Sarkozy solo llegar al poder, lo ha hecho Esperanza Aguirre, y también lo hizo Artur Mas en Cataluña. Pero lo propio en la tierra del despilfarro no es un juramento contra los impuestos: los necesitamos y vamos a necesitar más para enderezar las economías europeas. Lo propio es evitar que sean precisamente los malgastadores quienes se dediquen a recortar, sabiendo como sabemos ahora que no tienen ni autoridad ni criterio para hacerlo. Antes de que un presidente, un ministro, un consejero o un alcalde nos vengan a recortar derechos sociales deberíamos conocer qué parte de responsabilidad tiene él y su partido en la fabricación del déficit mediante gastos inútiles socialmente pero políticamente rentables para sus intereses particulares. Después, además, deberíamos exigirle que nos firme también un juramento respecto al gasto público de nuestro dinero, para evitar que pueda tomar decisiones de gasto que todos tendremos que pagar luego pero solo beneficiarán a él y a su partido. Es evidente que estamos aprendiendo una nueva cultura de la austeridad. Pero los primeros que deben hacerlo son los responsables de las decisiones de gobierno que han llegado donde están gracias a la cultura del despilfarro. En realidad, esta crisis debería ser un estímulo para que los ciudadanos hiciéramos la criba, es decir, echáramos a todos los responsables de este desastre y buscáramos nuevos representantes capaces de empezar de cero con mayor respeto y atención a los ciudadanos y a su dinero.

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30 de enero de 2012
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Lo quieren todo

El príncipe de Maquiavelo debe escoger entre ser amado y ser temido. Ya sabemos lo que le aconseja su valet intelectual. Pero el príncipe de nuestro tiempo, esos financieros que se han hecho con el poder efectivo del mundo, insiste en que quiere ser amado y temido al mismo tiempo. Poco puede decirse sobre el temor que despiertan ya no sus acciones sino la más leve de sus insinuaciones o gestos. Estamos en la economía del miedo, según nos cuenta Joaquín Estefanía en el libro que ha escrito bajo este título. En el triunfo del temor que ha sustituido a la política de la esperanza, según Timothy Garton Ash. Y sin embargo, estos vencedores de la crisis, mimados por los gobiernos y las instituciones internacionales, se sienten heridos e injustamente tratados.

La atalaya que es el Foro Económico Mundial permite observar anualmente quiénes suben y quiénes bajan, las ideas que decaen y las que brotan o a veces resurgen de viejos manantiales del pensamiento, y también los sentimientos y estados de ánimo predominantes. El grupo selecto que se reúne cada año a finales de enero en Davos tiene un doble valor: es un colectivo a observar en sus comportamientos y es a la vez el grupo humano especializado en la observación del estado del mundo y de los comportamientos ajenos. No basta con escuchar lo que dicen y escriben, sino que hay que ver quiénes son cada año y cómo se relacionan y comportan para captar el estado de las cosas en el mundo global. En 2009, justo después del hundimiento de Wall Street, apenas hubo banqueros en las reuniones. Algunos de los que habían asistido en otras ocasiones tenían entonces problemas con la justicia de sus respectivos países. En una de las reuniones a puerta cerrada un famoso economista y financiero confesó y luego reivindicó sus bonos multimillonarios después de escuchar severas críticas a los excesos en los incentivos. El eclipse duró poco: los banqueros regresaron y nadie se acuerda ahora de que alguna vez se habían ido. El mundo de las finanzas está ganando la partida al de la política y nada indica que el resultado vaya a modificarse. De ahí la indignación con que ha sido acogido el discurso del Estado de la Unión de Barack Obama en los valles nevados alpinos, donde los príncipes de las finanzas soportan mal las críticas al capitalismo y las soportan peor cuando se dirigen a sus bolsillos. Todos ellos saltaron como un resorte ante las críticas a las desigualdades y a quienes apenas pagan impuestos, como el candidato republicano Mitt Romney. La fortuna, aunque no lo parezca, también tiene su corazoncito lastimero. De ahí que los vencedores de la crisis anduvieran sorprendidos en Davos con tantas dudas sobre el capitalismo y tantas críticas amargas a su benefactora avaricia. Ellos, a fin de cuentas, solo quieren el poder y la gloria, el amor y el dinero, el cielo y la tierra.

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29 de enero de 2012
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La eurozona, fábrica de miedo

Nunca se había visto nada igual. Esta es una crisis que no tiene parangón histórico. Las referencias del pasado tienen su utilidad, pero la que estamos atravesando desde hace más de cuatro años no tiene nada que ver con ninguna de las anteriores. Nada que ver con la crisis asiática de 1997 o la de la deuda latinoamericana en la década de los 80, que a pesar de los augurios y temores quedaron encapsuladas en sus regiones y no se extendieron más allá de sus límites naturales. Ni siquiera con la del 29, con las que comparte su carácter global y a la vez su profundidad en cuanto a cambio de modelo económico, pero las separa el desarrollo financiero y tecnológico. Esta es una crisis condicionada por la conectividad, emparentada así con otros fenómenos como son las revoluciones árabes, los movimientos de los indignados o la crisis de los medios de comunicación tradicionales. En un momento fuertemente conectado y acelerado por la tecnología, una crisis como la de la eurozona tiene una capacidad de contaminación y expansión temibles. Después de cuatro Davos sufriéndola se van perfilando así los diagnósticos y corrigiendo los errores, pero el resultado se resume muy bien en la observación distanciada y fría de Donald Tsang, el jefe del Gobierno autónomo de Hong Kong: ?Nunca había tenido tanto miedo como ahora como efecto de lo que está pasando en la eurozona?.

No es un argumento que valga únicamente para el diagnóstico. El tamaño también cuenta en esta crisis y la diferencia de todas las anteriores. El de la eurozona es formidable. Y nadie se atreve a seguir rezando el too big to fail, que no caerá esa breva porque es demasiado grande. Una crisis de gran potencial contaminante y de un tamaño tal requiere ese bazooka que nadie ha conseguido todavía, preparado encima de la mesa del Consejo Europeo, para intimidar y disuadir las inversiones que apuestan por la destrucción del euro. Quien debe fabricar esta poderosa arma es el Fondo Monetario Internacional, y debe hacerlo con aportaciones de todo el mundo porque no hay suficientes recursos dentro de la mayor zona de prosperidad de la historia que es, o era, la eurozona: los pobres ricos nos hemos quedado sin dinero en la caja. De ahí la importancia y necesidad del análisis, convertido en argumento. Los países emergentes que están sacando de la pobreza a sus habitantes y creando clases medias tienen un interés estrictamente egoísta en evitar la caída de la eurozona. Ahora mismo ya están notando los efectos de la crisis occidental sobre sus economías: la caída de un uno por ciento del PIB mundial se debe directamente a este efecto. El temor del señor Tsang no es la economía de Hong Kong, que también, sino una auténtica depresión global que afectaría a Hong Kong y a la entera China. Tiene motivos para hacer su aportación a esta empresa salvadora del euro. Los cinco últimos años, hasta llegar a la degradación de las deudas soberanas europeas, habían sido de transferencias de poder y de dinero desde Occidente hacia el sur y hacia el este, tal como reflejan los distintos ritmos de crecimiento: hasta el 15 por ciento en Asia y hacia el estancamiento en los países occidentales. Pero si no se para de una vez la espiral del miedo, en los próximos años veremos como Europa, después de perder poder ella misma, exporta sus problemas al resto del planeta. La cola mueve al perro. Así describe George Osborne, el canciller del Exchequer, la situación irresuelta de Grecia, que va arrastrando a todos los otros. Lo mismo habrá que decir de Europa, empequeñecida en la última etapa de la globalización, pero capaz de arrastrar al resto del mundo y a los emergentes si nadie pone remedio con urgencia. Por eso el señor Tsang era tan enérgico y a la vez levemente amenazante: ?Deben tomar decisiones de gobierno, rápidas, con urgencia, sin vacilar. Este 2012 será un año crítico. Debemos protegernos y proteger a nuestra gente?. Si Europa no resuelve de una vez, se producirá una reacción defensiva, altamente perjudicial para todos. ¿Bastará el bazooka? Si se va hasta el fondo en la respuesta abrimos todavía más el campo de la incertidumbre, que es la madre del miedo. De nuevo es el clarividente señor Tsang quien distingue entre la resolución de los actuales problemas de liquidez, corto plazo, y la superación de la insolvencia de algunas economías, que tiene que ver con el largo plazo y con la competitividad. Ahí se escucha la voz documentada, intencionada, del columnista del FT, Martin Wolf, aclarando que la competitividad es un criterio comparativo. Podemos convertir en eficiente a una economía que no lo es, pero seguirá sin ser competitiva si está en la misma zona monetaria con los países más competitivos del mundo. Sólo hay dos salidas de este pasillo argumental con el que ha terminado esta mañana una estimulante sesión de debate sobre las perspectivas de la economía mundial. O la zona euro se parte en dos, expulsando de su núcleo duro a los menos competitivos, o se crea la unión de transferencias que los alemanes rechazan una y otra vez. No hay tercera vía. La comunidad internacional parece dispuesta a echar una mano a Europa si Europa se ayuda a sí misma, en vez de seguir peleándose. La ayuda más importante es que tome una decisión, rápida, drástica, ya. Sin decisión, caerá el euro, caerá Europa y caerá la economía global. Así de tajantes y tenebrosas se ven las cosas en el cuarto Davos en crisis.

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28 de enero de 2012
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¿Es Davos incompatible con el Islam?

Hay una solidaridad entre las élites que supera ideologías, fronteras y religiones. Nada puede inquietar más a quien siente el espíritu de cuerpo de los elegidos que la súbita caída de uno de los suyos. Las élites son hostiles a las revoluciones, con independencia del color político e incluso las simpatías. No es extraño que el camino elitista de Davos sea de difícil tránsito para los nuevos gobernantes árabes, islamistas casi todos ellos, que están sustituyendo a las viejas élites corruptas y dictatoriales. Las dificultades vienen de todos lados. Les cuesta a los nuevos gobernantes árabes hacer llegar su mensaje. Y a los asistentes al Foro les cuesta atender con el debido entusiasmo la llegada de un nuevo grupo de líderes en el momento en que inician sus transiciones democráticas y la construcción de un nuevo sistema de selección de sus élites. La desconfianza es mutua y tiene profundas raíces: el antioccidentalismo de un lado y del otro una islamofobia suscitada por la malintencionada identificación de una entera religión con la violencia terrorista.

El pasado Foro de 2011 se celebró ya bajo el signo de una revolución triunfante, la tunecina, que despidió al tirano el 14 de enero, y de otra en plena erupción, la egipcia, iniciada el 25 de enero, con una manifestación en la plaza de Tahrir, el mismo día en que empezaban las reuniones. Nada estaba previsto en las discusiones ni nada se improvisó a propósito de aquellos súbitos cambios. Saif el Islam, el hijo universitario de Gadafi hoy en prisión, se hallaba entre las personalidades esperadas hace un año en aquella reunión entre cumbres nevadas. Davos no supo ver entonces el acontecimiento definitorio de la época. La jornada del viernes escenificó de nuevo el desencuentro entre las fuerzas que pugnan por el cambio en el mundo árabe y las élites mundiales que se reúnen en Davos. La intervención inaugural corrió a cargo del primer ministro tunecino, Hammadi Jebali, en el gran auditorio, frente a dos salas donde se celebraban sendos seminarios, uno dedicado a Irán y su proyecto nuclear, en el que intervino el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, y otro dedicado a discutir sobre el siglo XXI con el columnista Thomas Friedman. El enorme auditorio se hallaba casi vacío, pero había colas para entrar en las otras dos salas. Jebali, militante del partido islamista En-Nahda, barba y callo de devoto islámico en la frente, es el primer gobernante árabe que sale de una elección democrática y el primero en comparecer aquí. Su discurso fue para ?jurar la Constitución?: cumplirá todos los requisitos exigibles desde la Unión Europea. También para situar el desafío central de la nueva democracia en la creación de puestos de trabajo y la disminución de la pobreza. Señaló que Túnez tiene una élite profesional bien formada, clases medias y ahora un Gobierno de coalición, abierto y moderado. Predicó la libertad de mercado, la independencia judicial y de los organismos reguladores, condiciones para las inversiones extranjeras. Y no tuvo empacho en enumerar los sectores donde los tunecinos cuentan con mejores bazas, con el objetivo explícito de atraer algo del flujo de dinero que circula por los bolsillos presentes en Davos. La cadena televisiva de capital saudí Al Arabiya organizó el debate que se celebró a continuación, enteramente en árabe con interpretación simultánea, en un escenario donde rige el inglés. Participaron el primer ministro marroquí, Albdelilá Benkirán, de nuevo el tunecino Jebali y los dos candidatos presidenciales egipcios, Amr Moussa y Abdel Monein Aboul Fotouh. Marruecos y Túnez son la vanguardia del cambio, el primero reformista y el segundo revolucionario, pero ambos con dirigentes islámicos al frente de sus respectivos Ejecutivos, mientras que Egipto, todavía en efervescencia, es la almendra donde se juega el futuro del cambio político árabe en su conjunto. Benkirán calificó el proceso marroquí de ?una revolución más tibia?, que no se hace en la confrontación con el rey y tiene sus orígenes en las reformas anteriores emprendidas por Mohamed VI. ?¿A quién le importa que nuestros Gobiernos sean islámicos o no? Lo que interesa es que estos Gobiernos son democráticos?, añadió en respuesta a las preocupaciones europeas. Amr Moussa señaló que ?Occidente quiere elecciones democráticas, pero también que ganen sus partidos preferidos?. ?Todos somos ahora demócratas?, añadió, ?pero el problema es saber si Occidente sabrá negociar con una democracia que es árabe?. Shadi Hamid, director del centro de Doha del think tank estadounidense Brookings, en otro debate sobre el papel del islam en la política, señaló que ?la democracia es el derecho a equivocarse, de ahí que lo único que importe ahora es encontrar el camino para trabajar con quienes están en el poder, nos gusten o no?. Para el egipcio Fotouh, Davos es uno de los símbolos de la connivencia occidental con las dictaduras. La cuestión crucial es saber si las nuevas élites que están llegando al poder en el mundo árabe serán plenamente aceptadas en la escena internacional de Davos. Se verá en el Foro de 2013.

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28 de enero de 2012
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Buenas noticias en Davos

Gordon Brown, el ex primer ministro británico, dirige esta mesa redonda que va a desarrollarse dentro del más clásico espíritu davosiano: una brevísima introducción del moderador, intervenciones muy cortas de cada uno de los participantes, que van a ocupar media hora en total, y luego preguntas e intervenciones desde el público. En 60 minutos de cronómetro los asistentes pueden recibir una cantidad sensacional de información y de ideas y muy fácilmente pueden lanzar su pregunta o su reflexión para que sea también brevemente glosada por los ponentes. Esos cinco ponentes de esta mañana representan a cinco países que, sumados, tienen más de 200 millones de habitantes, con economías en crecimiento constante durante toda la década pasada y un horizonte de transformación económica y social que se escapa a la imaginación. En mitad de los debates sobre el estado del euro, sobre la marcha de la economía global, o la ausencia de liderazgos, todo lo que dicen estos cinco hombres son noticias excepcionales y un bálsamo contra la depresión.

La democracia multipartidista sigue avanzando en el conjunto de la región donde se encuentran estos cinco países que han mandado a tres presidentes y dos primeros ministros al Foro Económico Mundial. Es la segunda región de mayor crecimiento económico del mundo, una zona emergente que atrae inversiones de las grandes potencias inversoras, aunque luego tenga escasa visibilidad y traducción en influencia política. Las oportunidades de negocios que hay allí son colosales, pues está experimentando el mayor crecimiento urbano de toda su historia, con la aparición de unas extensas e incipientes clases medias urbanas emergentes. Cuenta con una demografía muy joven, uno de los mejores regalos que puede tener cualquier país si sabe aprovecharlo mediante la educación y la creación de puestos de trabajo. Hacia estos países de enorme oferta de mano de obra se puede conducir la próxima oleada de deslocalizaciones, una vez se encarezcan los sueldos en Asia. Aunque cuentan con dificultades de corrupción y de inseguridad, también están mejorando la gobernanza económica, así como unas políticas monetarias y fiscales prácticamente inexistentes hasta ahora. No todo es maravilloso, ni mucho menos. Lo maravilloso es el potencial y la vía emprendida que va en la buena dirección, aunque todavía sea todo muy incipiente. Estos cinco hombres están convencidos de que en sus manos están cinco países del continente que definirá el siglo XXI, donde todo o casi todo está por hacer en infraestructuras de todo tipo, carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos o redes eléctricas. Esto es así por el enorme caudal de materias primas que tiene escondido en su suelo, origen del caudal de riqueza de los últimos diez años, cuando la globalización y el incremento del consumo mundial ha hecho explotar su potencial comercial y también los pecios. Uno de ellos cree que deben buscar el ejemplo de la Unión Europea, que partió de la Comunidad del Carbón y del Acero, para construir también paso a paso la unidad de su continente a partir de un mercado común de la energía y de las infraestructuras. También hay que romper las barreras del comercio y eliminar las fronteras, por supuesto. Hay que cambiar de hábitos culturales y acostumbrarse a las tecnologías: ?Debemos ser tan puntuales al empezar las reuniones como lo son los europeos?. El lector ya habrá adivinado de qué estamos hablando. Esto es Africa y entre los cinco países representados hay de todo, en rentas, en democracia y en crecimiento: Guinea, Tanzania, Kenia, Etiopía y Sudáfrica. Pero todos comparten la misma sensación y la misma sintonía. También comparten una escasa visibilidad desde Europa, que se explica por uno de los mayores cambios geopolíticos de la última década: participan plenamente en la economía global, pero sus principales inversores ya no son occidentales, sino China para extracción e infraestructuras e India para productos de consumo. La evolución del continente africano interpela directamente a quienes les colonizaron, ya no por la herencia colonial, o no solo, sino sobre todo por su escasa capacidad para revertirla en positivo como bazas para una cooperación más estrecha. Africa está ahora más cerca del mundo pero más lejos de Europa, y por eso es una buena noticia que Davos intente enmendarlo.

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26 de enero de 2012
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Conduciendo en la oscuridad

¿Por qué nos equivocamos tanto? ¿Cómo es posible que contando con tantos y tan sofisticados instrumentos de conocimiento y de predicción sigamos equivocándonos de forma tan extraordinaria a la hora de prever y resolver las crisis económicas, sociales o políticas? La reunión anual de Davos que hoy empieza es una buena ocasión para formularse estas preguntas. Al Foro Económico Mundial se deben sin duda muchos méritos, pero es bien claro que este seminario anual de sabios, poderosos y ricos ha venido fabricando regularmente una de las mayores colecciones de errores y desaciertos del mundo.

Ahora mismo se cumplen cuatro años de predicciones erróneas sobre la salida de la crisis, prácticamente desde enero de 2009, cuando el hundimiento de la banca de Wall Street acababa de suceder apenas tres meses antes, pero el optimismo antropológico propio de la época, que no era exclusiva de Zapatero, llevaba a pensar a la mayoría que la recuperación sería rápida y que la acción concertada del G20 conseguiría estimular las economías y regresar rápidamente a la normalidad de siempre. No ha sido así. La frivolidad ha dado paso ahora a la más negra de las depresiones. El Índice de Confianza Global que da a conocer el Foro de Davos en los días previos a la reunión no puede ser más truculento. El 54 por ciento de los 1.200 expertos de todo el mundo consultados esperan que en los próximos 12 meses se producirán trastornos geopolíticos serios en el mundo, entre las que se cuenta la eventualidad de la quiebra de algunos de los Estados actualmente en apuros financieros. Un 60 por ciento de los consultados señalan su falta de confianza en la gobernanza global y en los liderazgos. Conduciendo a oscuras es el título de un estudio, publicado por el Center for a New American Security, uno de los más destacados think tank estadounidenses sobre temas de seguridad y defensa. Su autor y presidente de la institución, Richard Danzig, ha reflexionado sobre la dificultad de prever el futuro en cuestiones militares, pero las ideas que ha destilado valen perfectamente para la política y para la economía y permiten comprender por qué nos equivocamos tanto. Según Danzig, predecir, intentar preparar el futuro, es una actividad inherente al ser humano, aunque sea origen de numerosas frustraciones. En efecto, las exigencias de predicción que se nos imponen o nos imponemos son superiores a cualquiera de nuestras capacidades. Y a pesar de todos nuestros esfuerzos, el largo plazo es totalmente impredecible. Finalmente, la planificación y la preparación, siempre necesarias, no nos van a ahorrar el fracaso predictivo. Estos eran principios descriptivos, pero Danzig también propone otros normativos. Hay que prepararse para tomar decisiones con gran rapidez, pero a la vez para saber posponer algunas decisiones que requieren precisamente la menor improvisación. Hay que agilizar la producción de procesos, es decir, la capacidad de cambiar de modelos rápidamente. La capacidad de adaptación y de resistencia se convierten en primordiales. Preocupados como estamos en un largo plazo que no podemos prever, debemos trabajar bien el corto plazo, de forma que podamos ir cambiando en función de sus modificaciones. La diversidad y la competencia nos proporcionan experiencia y suministran las pruebas acierto/error a toda velocidad. Danzig está pensando en técnicas y tecnología militar, en armas, submarinos y blindados, pero puede servir también para ideas políticas y económicas. El siglo XXI probablemente es más impredecible que los siglos anteriores, aunque tenemos los mejores instrumentos de predicción científica de la historia, también en las ciencias sociales. Sucede por causa de la aceleración, la proliferación y la diversificación tecnológica y también por la globalización económica. Son tiempos eléctricos e instantáneos, de procesos ultrarrápidos, en los que la comprensión intelectual y la posterior decisión política siempre llegan cuando todo está ya jugado. Tenemos que estar preparados a no estar preparados, a saber improvisar, nos dice Danzig. A saber conducir a ciegas en la oscuridad.  

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25 de enero de 2012
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La gran transformación

Este es el lema de Davos este año. Estamos ante una gran transformación que obliga, según el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, a buscar nuevos modelos políticos, económicos y sociales, es decir, nuevas formas de poder, una organización del pluralismo, un crecimiento económico sostenible y sobre todo la creación de empleo. Todo suena como un organillo, como el resultado previsible de una ficha. Pero la frase que preside la reunión señala también en otra dirección: ?La gran transformación? es el título de una magna opera del pensamiento económico, publicada en 1944, cuando todavía Europa estaba en guerra, y que empieza con este párrafo de síntesis: ?La civilización del siglo XIX se ha hundido. Este libro trata sobre los orígenes políticos y económicos de este acontecimiento, así como de la gran transformación que la ha provocado?.

La reunión de Davos que mañana empieza es la cuarta en crisis. Cada uno de los foros anteriores giraba el torno a la idea del mundo después de la crisis. Las palabras de Schwabb van en la misma previsible dirección. Pero el lema no. Va mucho más lejos. Nos sugiere que esta crisis ya no es tan solo un momento depresivo especialmente agudo y largo de un ciclo económico, sino una crisis de civilización, como la que diagnosticaba el austro-húngaro Karl Polanyi en su libro. Con su gran transformación se cayeron el patrón oro, el equilibrio de las potencias, el estado liberal y el mercado autoregulado, que habían regido el mundo durante los anteriores cien años. ¿Qué se caerá ahora? ¿El euro? ¿La hegemonía occidental y sobre todo estadounidense en el mundo? ¿La democracia parlamentaria? ¿El capitalismo financiero? Los orígenes del cataclismo de los años 30, según Polanyi, radican en el proyecto utópico imaginado por el liberalismo económico: crear un sistema de mercado auto regulado, que dirige la suerte de los seres humanos y del medio natural por encima de estados y de gobiernos y convierte la tierra, el trabajo y la moneda en meras mercancías. ¿No nos dice nada esta tesis en el momento de la historia en que los mercados financieros se imponen a la política y a la democracia y dictan de nuevo la marcha del mundo occidental? ¿Habrá llegado hasta Davos, centro neurálgico de las ideologías que sustentan el sistema de mercado, esta negra visión trazada para los años 30? Polanyi se sumerge en la investigación histórica y antropológica para probar que el sistema de mercado es una construcción reciente, que no ha existido en todas las épocas ni en todas las sociedades, muy al contrario de lo que una cierta filosofía pretende inculcarnos. Claro que han existido siempre operaciones regidas por las leyes de la oferta y de la demanda, pero tenían un papel secundario en la vida económica. La gran transformación de los años 30 descrita en su libro, y que culmina con la Segunda Guerra Mundial, significa el final de la época del mercado autoregulado y la aparición de economías de Estado primero y luego mixtas, cuya evolución se sostiene al menos durante cuatro décadas, hasta la llegada de Reagan y Thatcher al poder. El primer Davos después de la crisis, en 2009, ofrecía el Foro como el balneario antituberculoso donde debía curarse en capitalismo. El segundo, en 2010, insistía en que había que repensar, rediseñar y reconstruir, en eco a la refundación del capitalismo imaginada por Sarkozy. El tercero, en 2011, ya anunciaba la necesidad de reglas compartidas para la nueva realidad, es decir, dudaba de la propia ideología del mercado. Esta cuarta edición, todavía en crisis, sin que sea vea la salida del túnel, se enuncia con el título histórico y dramático de Polanyi, que sugiere el final de la era en que el mercado financiero regía el destino del mundo y el inicio de una nueva era gobernada. ¿Quieren decir realmente esto los organizadores de Davos con el guiño intelectual a uno de los más audaces pensadores y analistas del capitalismo? Lo veremos los próximos días. (Si el guiño es meramente una invitación a la lectura, también vale. El libro de Karl Polanyi. La Gran Transformación. Ediciones La Piqueta, 1989, es una lectura fascinante en estos días de crisis financiera, llena de paralelismos deslumbrantes entre dos momentos de la historia. Bastan unas pocas frases entre muchas para ver que lo que servía en el caso del patrón oro sirve exactamente para la Europa que intenta salvar al euro: ?Los partidos socialistas se vieron obligados a abandonar el poder para que se pudiera ?salvar la moneda? (?) Se redujeron los servicios sociales y se intentó romper la resistencia de los sindicatos ante los reajustes de salarios (?) Era la moneda la que estaba amenazada y con idéntica regularidad la responsabilidad por ello se atribuía a los salarios excesivos y a los presupuestos desequilibrados (?) La organización bancaria está así en situación de obstaculizar cualquier medida en la esfera económica si con razón o sin ella esta medida le desagrada. Desde el punto de vista político, los gobiernos deben pedir la opinión de los banqueros sobre la moneda y sobre el crédito, pues son los únicos que pueden saber si una medida financiera pondrá o no en peligro los mercados financieros y de cambio?.)

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23 de enero de 2012
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El Boomeran(g)
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