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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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La victoria de Irán

El ayatola Jamenei entiende muy bien este lenguaje. El mandato de los miembros del Senado de Estados Unidos es de seis años, el del presidente de cuatro. Los primeros pueden ser elegidos una y otra vez sin límite, el segundo solo una vez. Este es el lenguaje del poder desnudo que entiende y utiliza con suma soltura quien tiene la última palabra como Guía de la Revolución y máxima autoridad religiosa, y en su caso sin los engorrosos problemas de las limitaciones de mandatos y de las reelecciones democráticas, porque su cargo es vitalicio. Y lo ha utilizado descarnadamente un grupo de 47 senadores en una carta abierta en la que desautorizan al presidente Obama en su negociación sobre el programa nuclear iraní, apenas dos semanas antes de que termine el plazo para culminar el acuerdo. El partidismo de los senadores y su desprecio de las obligaciones y prerrogativas del presidente les ha llevado más lejos que al propio primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que denunció como un mal acuerdo el que se estaba fraguando entre Irán y el grupo del P5+1 (los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad más Alemania) y pidió en el Capitolio de Washington otro acuerdo mejor, en su caso motivado por la campaña para las elecciones del 17 de marzo. Netanyahu vulneró muchas normas implícitas: las de cortesía y buena educación con el presidente, que no le había invitado; la política de Estado israelí, que obliga a situar las relaciones con Washington por encima de los partidos; y la prudencia diplomática, que aconseja no interferir en la política interior de otro país, y menos si es amigo y aliado, por razones de una campaña electoral propia. Pero los senadores fueron más lejos con la intención de boicotear el acuerdo nuclear, sin querer caer en la cuenta de que proporcionan una buena baza al régimen de los ayatolas para endurecer su posición e incluso para achacar el fracaso si se produce a la intransigencia estadounidense. Comentaristas destacados han evocado que en otras circunstancias serían sospechosos de traición. Todas estas actitudes son una novedad relativa, por cuanto Irán ha venido sacando muy buenos rendimientos de los ímpetus belicistas de los halcones de Washington. No ha sido Barack Obama quien ha dado aire a la vocación hegemónica iraní en la región, sino George W. Bush con la invasión de Irak en 2003 y la desastrosa gestión posterior de la ocupación y la guerra civil que regaló a Teherán los márgenes extraordinarios que tiene ahora. Salvo las derechas israelíes y estadounidenses, cada vez más identificadas una con otra, y las monarquías petroleras del Golfo, hay consenso internacional sobre las bondades de una normalización con Irán --con levantamiento de sanciones, desarrollo de un programa nuclear civil y control estrecho de su aplicación militar--, como sucedió con la China de Mao cuando Nixon consiguió que se abriera al mundo. Pekín era fundamental para que Estados Unidos terminara la guerra de Vietnam e Irán lo es ahora para echar al Estado Islámico de Siria e Irak y estabilizar Oriente Próximo.

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12 de marzo de 2015
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Menos guerras, más armas

Todos hemos reparado en el 7 por ciento del crecimiento de la economía china previsto para 2015. Es una cifra muy alta para los niveles que conocemos en los países desarrollados, pero baja y en declive comparada con las cifras que habíamos visto desde 1990, año al que hay que remontarse para encontrar un crecimiento inferior. El mundo se juega mucho en la marcha de la economía china, la segunda del mundo y por tanto una de las locomotoras globales. Menos atención ha merecido otra cifra de notable elocuencia, como es el incremento en los gastos de defensa --algo más del 10 por ciento, tres puntos por encoma del crecimiento de la economía--, en el segundo lugar de la clasificación mundial. La agencia oficial Xinhua se ha encargado de matizar que es el incremento más bajo de los últimos cinco años, aunque lleva mucho tiempo por encima del 10 por ciento. Respecto al PIB, representa como máximo el 1'5 por ciento, la mitad del 3 por ciento de gasto militar que hace Estados Unidos respecto al suyo. El tamaño apabullante del gasto de defensa que hace Washington convalida cualquier incremento de los 14 países que le siguen y que solo sumados alcanzan a la superpotencia. EE UU, con el presupuesto en declive desde hace cinco años, gasta cuatro veces el presupuesto chino, pero Obama ya ha propuesto un incremento del 4'5 por ciento para 2015. Dos matizaciones. Una: aunque todos los presupuestos de defensa tienen un cierto grado de opacidad e incluso de ocultamiento, el gasto maquillado siempre es mayor cuanto más autoritario y por tanto menos transparente y creíble es el país, como es el caso de China. Y dos: EE UU gasta en defensa para todo el globo, mientras que China concentra su gasto solo en Asia. Pekín está echando la casa por la ventana sobre todo en defensa marítima y aérea, para presionar sobre su inmediato entorno geopolítico y dificultar el acceso de los navíos y aviones de estadounidenses. La economía mundial se ralentiza, pero el gasto militar sube. Con crisis o sin ella, con guerras convencionales o con híbridas, el gasto militar crece casi siempre (solo en 2012 hubo un pequeño bache). Las teorías de Steven Pinker sobre el constante declive de la violencia en la historia se cruzan y contradicen con el constante incremento de gastos militares en todo el mundo. ¿En todo el mundo? No, ciertamente no se incrementan en Europa, donde vienen cayendo desde 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética. Desde 2010 hasta hoy ha caído un 8 por ciento acumulado, según Military Balance 2015, mientras que en el mismo período han aumentado un 27 por ciento en Asia. Es otra paradoja, quizás trágica, por cuanto Europa tiene una guerra en su flanco oriental y se halla rodeado por un arco de tensión bélica que abraza desde el Africa subsahariana hasta el sur de Asia.

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7 de marzo de 2015
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Amenaza existencial

Nadie ha llegado tan lejos como Benjamin Netanyahu en la exhibición práctica de que definitivamente el poder ya no es lo que era. El primer ministro de Israel ha conseguido romper unas cuantas barreras y tabúes de la política israelí, estadounidense e incluso internacional, y demostrar, de paso, que un político de un país de poco más de 8 millones de habitantes como Israel, cuando quiere ganar unas elecciones, puede ser más poderoso que el político más poderoso del mundo, como es el presidente de los Estados Unidos. Netanyahu ha osado tensar la relación privilegiada que hay entre Washington y Jerusalén, fundamentada en un consenso suprapartidista vigente en ambos países, hasta un punto inaudito en la historia bilateral, con el riesgo de producir daños irreparables. También ha desafiado personalmente al presidente Obama, aprovechando la mayoría republicana en el Congreso, para dirigirse a las dos cámaras con un discurso que impugna las negociaciones que Washington mantiene con Teherán en el marco del P5+1 (los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad más Alemania). Y finalmente, ha interferido en la negociación de dicho P5+1, en una exhibición de osadía frente a la comunidad internacional, en el momento en que intenta sacar a un país tan importante como Irán del aislamiento y la radicalización. Estas tres cosas y más las ha hecho en nombre de la seguridad de Israel, con una dramática apelación a sus 4.000 años de historia, que le permitió remontarse hasta la figura de Haman, el visir del rey persa Asuero, que quiso exterminar a los judíos. Lo hizo en un discurso espléndido, según han coincidido incluso quienes han denunciado su carácter retórico y meramente electoral. Y ha contribuido a su éxito el motivo bíblico elegido, coincidiendo con la fiesta del Purim, que precisamente celebra con la lectura del Libro de Esther esa historia de salvación gracias a la fe y a la elocuencia de la reina judía que defiende a su pueblo del malvado visir ante el rey persa. Pasadas las elecciones, habrá que ver en qué queda la amenaza existencial. El diario Haaretz ya le ha dicho en su editorial que la amenaza existencial es seguir con la ampliación de las colonias en Cisjordania. Y, en cualquier caso, nada neutraliza mejor la amenaza que pueda suponer Irán como la incorporación del país persa a la comunidad internacional, donde se le necesita para muchas cosas, como enfrentar el peligro mayor e inmediato de quienes rebanan cabezas y hacen hogueras humanas para limpiar Oriente Próximo de minorías religiosas distintas del salafismo. La osadía de Netanyahu retuerce la lógica. Decir que el enemigo de mi enemigo es también mi enemigo es como asegurar que dos más dos son cinco. Si Netanyahu considera que Irán es una amenaza mayor que el Estado Islámico, no tiene más que utilizar al Estado Islámico para combatir a Irán, que es de lo que ya le acusan abusivamente desde distintas capitales islámicas.

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5 de marzo de 2015
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El tiempo, ese gran jugador

En política el tiempo es una materia preciosa. El arte de la política es en buena parte el de la gestión del tiempo. Todo tiene su tiempo y no hay mayor virtud política que saber encontrar el momento exacto, es decir, el punto de madurez de las cosas. Hay ocasiones en que el tiempo aún no ha llegado y el político que se precipita lo pierde todo y se pierde a sí mismo. Sucede también el caso contrario, en que dejamos pasar el punto preciso sin tomar la decisión trascendental y, cuando la voluntad dicta el momento, ya no sirve porque el tiempo ha cerrado sus puertas. El tiempo es también un gran ingrediente de la fórmula para la solución de los conflictos. Pero es un ingrediente peligroso, que hay que saber manejar en vez de dejar que sea él quien nos domine. Hay que diferir los acuerdos necesarios cuando no se pueden alcanzar ahora mismo; aplazar la aplicación de las medidas más difíciles de admitir por las partes que negocian; convertir incluso en una vaga meta futura sin plazos precisos lo que sabemos que jamás obtendremos. Muchos errores tienen su origen en la rigidez temporal. Quien considera que ya ha esperado demasiado para lanzarse a por el máximo objetivo, en vez de seguir esperando tal como ha venido haciendo durante años con resultados positivos, se arriesga a perder cualquier oportunidad futura. El tiempo produce espejismos, a veces ilusiones autoinducidas por una inflamación del deseo que no se corresponde con la realidad. Uno de ellos, y quizás el peor, es el de la última oportunidad. Adornado de dudas y de escepticismo, el tiempo nos susurra que es ahora o nunca: quizás te equivocarás, pero más te equivocarás si no lo intentas porque nunca más habrá una situación tan interesante para intentarlo. Quien incurre en este error, por grande que sea su prestigio y veteranía, revela que ha prescindido de los instrumentos básicos de un buen político. Cabe dudar, de entrada, sobre el diagnóstico: que sea una oportunidad clara. Cabe dudar también de que sea la última. Si quien lo afirma es un político jubilado, sumergido en las cavilaciones de la vejez y corroído por los efectos de la corrupción en su familia y en su legado, hay que dudar todavía más de la justeza e incluso de la intención de su mirada. Siempre hay una nueva oportunidad para quien tiene tiempo por delante, pero ciertamente no la hay para quien está a punto de desaparecer. El proceso soberanista nos ofrece abundantes ejemplos de la acción del tiempo político. Venimos de una etapa en la que todo era perentorio y precipitado, con caminos balizados por hitos irreversibles, peldaños y rellanos que nos iban a conducir sin retroceso posible al feliz destino marcado por los líderes del proceso; y nos hemos adentrado en otra etapa lenta y confusa, de desenlace indeterminado e impreciso, en la que el mayor esfuerzo se concentra en disimular y combatir la división y el desánimo que está cuarteando las filas soberanistas. El 9N marca un antes y un después. Antes en ascenso constante, ahora estancado en la llanura o incluso en suave declive. Antes con una clara hoja de ruta, que mal que bien fue cumpliéndose paso a paso, ahora sin mapas ni guías para orientarse. Antes, los plazos organizaban y apremiaban, mientras que ahora son borrosos y desorientadores. Todo se fia a un 27N calificado como de plebiscitario, pero de pronto irrumpe el 24N municipal como una nueva primera vuelta del plebiscito e incluso el momento de la desconexión con el Estado según una de las últimas improvisaciones del presidente Mas. La mayor novedad es que el tiempo adopta un ritmo electoral. Ciertamente, en democracia, el tiempo es siempre electoral. Gobernar es desde el primer día hacer la campaña para las siguientes elecciones. Pero esta identidad entre elecciones y acción de gobierno es más precisa y eficaz en un año como el actual, con cuatro elecciones destinadas a cambiar el mapa español. Ahora el soberanismo comprueba en sus carnes el efecto centrífugo de las elecciones inminentes. Unidad y urnas son términos contradictorios. Cuando hay pastel a repartir cada uno va por su cuenta a buscar la porción más grande. Quien crea el cuento de la unidad sabe que se arriesga a quedarse sin porción. Cuando se fija la fecha tan precipitadamente como ha hecho Artur Mas, adiós a cualquier perspectiva unitaria. Anunciar las elecciones a nueve meses vista y hacer una lista unitaria soberanista como pretendía era una ilusión impropia de políticos experimentados. Cinco meses han pasado ya sin que pase nada, algo a lo que no estábamos habituados. El movimiento ha perdido inercia e iniciativa. Al entusiasmo decreciente de la militancia no le bastan ni siquiera las múltiples torpezas y maldades del centralismo para salir de su letargo. Y eso sin contar con las torpezas del propio campo, que no han faltado, como la inhábil jugada de las estructuras de Estado, invalidada desde el Consejo de Garantías. Ahora no hay más remedio que remar, a la espera de que la siembra, realmente indiscutible y eficaz, produzca suficientes frutos en las municipales y las catalanas como para mantener viva la esperanza. Históricamente, la impaciencia ha sido la peor consejera del catalanismo. Nada permite pensar que en el nuevo mundo global y digital tengan que ser las cosas distintas para los catalanes y que a partir de ahora sea definitivamente inútil nuestra proverbial y obstinada paciencia histórica. Aunque muchos impacientes así lo crean, esto es algo que está todavía por demostrar.

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2 de marzo de 2015
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Hitler o Stalin

El único enemigo que de verdad cuenta es el que amenaza directamente a nuestras vidas. Para los ucranios europeístas, los polacos o los bálticos, no hay peor enemigo que los rebeldes prorrusos, apoyados, organizados y pertrechados por Putin y sus servicios secretos. Para los cristianos de Oriente o los chiitas de Irak, no hay más enemigo que el Estado Islámico, que asesina a los hombres, esclaviza y viola a mujeres y niños, y pretende dejar la geografía árabe como la palma de la mano, ocupada solo por los sangrientos imitadores de los piadosos ancestros compañeros de Mahoma. Las víctimas no pueden escoger. Quienes tienen responsabilidades a la hora de parar las matanzas son los que no tienen más remedio que hacerlo. Y a la hora de establecer las prioridades no deben dejarse engañar por la retórica, las apariencias o los sectarismos ideológicos. La primera es parar la matanza en Siria e Irak y frenar al Estado Islámico. Hay razones de seguridad: los tentáculos del califato ya llegan a Libia y pretenden alcanzar Argelia y Túnez, con el propósito de saltar a Europa; y ahí están los millares de soldados perdidos de los suburbios europeos, dispuestos a regresar con todas las ansias de muerte que ya han demostrado. Pero hay además un nuevo genocidio en marcha, con el objetivo de exterminar las minorías religiosas, que los gobiernos decentes del mundo tienen la obligación de parar. La derrota del Estado Islámico exige pactar con el Irán de los ayatolás y con la dictadura de Bachar el Asad. Así de claro y duro. El primer pacto está ya descontado en Washington y en las cancillerías europeas, pero por otro motivo. Para que Irán no fabrique la bomba nuclear y desencadene una peligrosa escalada en la región hay que culminar la negociación que empezó en 2013 y alcanzar un acuerdo nuclear que tiene muchos enemigos: los ultras iraníes; la derecha israelí, encabezada por Benjamin Netanyahu; la monarquía saudí y los republicanos empeñados en evitar que Obama se apunte un éxito de tanto calibre. Más difícil de tragar es que Bachar el Asad, el mayor carnicero de la primavera árabe y del invierno que ha seguido, salga vivo y coleando gracias a su protector iraní. Llegamos así al último dilema, cuando descubrimos que ni el acuerdo nuclear ni la neutralización del Estado Islámico se producirán sin la diplomacia rusa y el visto bueno de Putin. Como en la Europa trágica de los años 30, cuando las democracias eligieron entre Hitler y Stalin, ahora hay que escoger de nuevo entre dos males, ambos insoportables. Putin es una amenaza estratégica, en el largo plazo, igual que lo fue Stalin en su día; pero la amenaza absoluta, inminente, existencial, es el califato terrorista. Es cuestión de optar o, si se quiere, de hacer las cosas por su debido orden, una después de otra, en vez de no hacer nada con el pretexto de que se hacen todas. Pero hacerlas.

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28 de febrero de 2015
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El genocidio está en marcha

Dos espesas cortinas de palabrería y de imágenes manipuladas ocultan o al menos difuminan el genocidio que están sufriendo las minorías étnicas y religiosas y muy específicamente los cristianos de Oriente en manos del Estado Islámico. La primera es la cortina de los malos usos del lenguaje, cuestión en la que es grande la responsabilidad de quienes tienen voz pública, dirigentes políticos y religiosos, periodistas e intelectuales: cuando cualquier enemigo intolerante y brutal es un nazi y un fascista y cualquier actuación violenta de una dictadura o de un grupo armado es un genocidio, entonces el nazismo, el fascismo y el genocidio se convierten en términos totalmente irrelevantes. La segunda la forman los señuelos que ocultan y desvían la atención bajo la forma de una violencia audiovisual extrema la violencia mucho más brutal y masiva del exterminio de grupos humanos enteros por el mero hecho de ser lo que colectivamente son. Esa es la función, específicamente terrorista, de los videos con las ejecuciones por decapitación o por el fuego de los prisioneros del califato terrorista o Estado Islámico, sean trabajadores cristianos coptos en Libia, rehenes occidentales y japoneses en Siria o prisioneros kurdos en Irak. El hecho es que el mundo entero permanece hipnotizado por el horror de estas ejecuciones o se estremece ante la eventualidad de que los lobos solitarios regresen a los suburbios europeos, pero apenas nadie señala ni denuncia el genocidio que está en marcha, dirigido a 'limpiar' la tierras del califato de cualquier minoría religiosa que no se identifique con el islam sunnita en su versión salafista --la misma, por cierto, que impera en la mayor parte de la península arábiga, donde la práctica de otras religiones está estrictamente prohibida. La grave y exacta denominación como genocidio aparece ya en el informe de Naciones Unidas publicado esta semana sobre el conflicto de Irak. El repertorio de las atrocidades nos remite a lo sucedido en Camboya entre 1975 y 1979, Ruanda en 1994, y la ex Yugoeslavia en la década de los 90, como antecedentes más cercanos de matanzas dirigidas a destruir a enteros grupos étnicos, ideológicos o religiosos. Una antigua y gran ciudad como Mosul, capital de muchas de estas minorías, se halla desde junio pasado en manos del califato genocida, con 14 tribunales especiales que se dedican a dictar las ejecuciones públicas diarias. Era la segunda ciudad de Irak, con 1'8 millones que son ahora apenas un millón de asustados habitantes, inermes ante el dominio terrorista. La comunidad cristiana ha huido entera o ha perecido. Gran parte de su patrimonio, entre el que se encuentran numerosos edificios religiosos, ya no existe o está en peligro. La biblioteca municipal con una valiosa colección de 8.000 libros raros y manuscritos, ha sido dinamitada. Esta vez valen las palabras más graves. Es fascismo, es genocidio, y hay que preguntarse a qué se debe tanta indiferencia.

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26 de febrero de 2015
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Sin conductor

En este nuevo tipo de guerras sigilosas las treguas son un instrumento bélico más. Pueden serlo incluso los acuerdos nominalmente de paz. Es lo que ha sucedido con Minsk II, obtenido tras una larga reunión de 17 horas en una auténtica cumbre con los cuatro jefes de los Ejecutivos de Francia, Alemania, Ucrania y Rusia para terminar con la guerra en Donetsk y Lugansk. La prueba de que incluso la paz sirve para la guerra, ya no en la inversión de las palabras como sucedía en la novela de Orwell 1984, sino en los hechos, es la resonante victoria de Debáltsevo, obtenida por los rebeldes prorrusos sobre el Ejército de Ucrania una semana después de la tregua. Ya fue muy sospechoso que la tregua no entrara en vigor hasta las cero horas del pasado domingo y los rebeldes tuvieran casi tres días de barra libre para machacar el enclave. Putin sabía lo que hacía. Al final, la tregua dependía de la rendición o retirada desordenada ucrania, que se ha producido de malas maneras a mitad de semana y es una humillación para Kiev y también para Hollande y Merkel y una exhibición de la maestría del Kremlin en el engaño táctico. En Washington las cosas se veían de otra forma, sobre todo en el Congreso controlado por los republicanos. La divergencia con Merkel sobre cómo hay que entenderse con Putin es absoluta: la canciller alemana no quiere salirse de la vía diplomática y los congresistas republicanos, y muchos demócratas, creen que el único lenguaje que Putin entiende es el de la fuerza, que es el que viene practicando él mismo. El propio Obama tampoco tiene las cosas muy claras: prefiere seguir liderando desde el asiento de detrás y hacer desde allí ejercicios de paciencia estratégica. La actual doctrina de la Casa Blanca deja el liderazgo a los europeos cuando se trata de los asuntos que directamente les conciernen. Es una opción discutible, sobre todo cuando son tantas las dificultades que rodean a la Unión Europea y tantas sus debilidades, de los 28 cada uno por separado, pero también de todos juntos, a la hora de tomar decisiones y de orientarse en el mundo. Nada explica mejor esta desorientación como la idea lanzada por la ministra de Defensa alemana, Ursula von der Leyen, a finales de enero en la reunión sobre seguridad de Múnich, que sitúa a Berlín dirigiendo desde el centro ??leading from the center??, una paradoja tan clara como la de dirigir desde atrás de Obama. A falta de mayores avances tecnológicos, los coches se conducen con las manos al volante y desde el asiento delantero. Quien intenta hacerlo desde atrás o encajado entre los cuatro asientos tiene todos los números para llevar el vehículo contra una farola. Cosa más probable todavía cuando tenemos delante tres peligrosas farolas como Ucrania, Grecia y el Estado Islámico. El hecho es que no hay conductor. Y, sin conductor, los coches van directos al tortazo.

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21 de febrero de 2015
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Al asalto de Roma

Los errores se pagan. Pero no suelen pagarlos quienes los cometen. La primera dificultad está en la identificación del error y de sus responsables. Con frecuencia no se consigue ni lo uno ni lo otro. Y si se consigue, hay que ver si es posible evitar que carguemos todos con la factura y si alguien tiene el poder para pasársela, al menos en parte, a quien de verdad debe pagarla. Esto es lo que está pasando con la intervención de la OTAN en Libia, ahora hace cuatro años, al amparo de dos resoluciones del Consejo de Seguridad (1970 y 1973) que autorizaron la creación de una zona de exclusión de vuelos y la protección de la población civil incluso con el uso de la fuerza, dando pie así a la primera y de hecho última intervención militar occidental en las revueltas contra los dictadores árabes que se produjeron a lo largo de 2011. Los siete meses de bombardeos aéreos decantaron la guerra civil en favor de los rebeldes hasta el derrocamiento de Gadafi y dieron paso a lo que ya se ha convertido, en expresión de Jonathan Powell, diplomático británico y enviado especial de Londres, en una Somalia mediterránea, dividida en taifas armadas y trufada de yihadistas pertrechados con el abundante y moderno armamento abandonado por el régimen caído o proporcionado por los aliados de los rebeldes. Aquella actuación de la OTAN fue acogida críticamente por Rusia, que se había abstenido en el Consejo de Seguridad, e incluso por algunos de los países árabes que inicialmente la habían promovido. El objetivo autorizado era proteger a la población civil, pero se convirtió en una operación de derrocamiento del régimen. Sumando un error a otro error, los promotores de los bombardeos, OTAN y NN UU, se lavaron las manos después, una vez derrocado Gadafi, y dejaron el país a cargo de las guerrillas, en buena parte yihadistas, que habían efectuado la tarea terrestre. La actuación en Libia fue la primera y probablemente última ocasión en que el Consejo de Seguridad utilizó el principio de la responsabilidad de proteger, incorporado en la Cumbre Mundial de Naciones Unidas en 2005, aunque el objetivo real fuera echar a Gadafi y dar un mensaje a los dictadores para que no respondieran a las revueltas con ataques a los civiles. El sirio Bachar El Asad, el mayor matarife de la primavera árabe, salió vacunado por el error de Libia y luego, librado de la amenaza de intervención, está a punto de recuperar su honorabilidad entre los aliados. A excepción de la experiencia democrática tunecina, los dictadores, fieles e imprescindibles aliados contra el terrorismo, vuelven a cotizar al alza. En Libia no. Allí es peor: el Estado Islámico exhibe un califato que llega desde el Sinaí saltando por encima de Egipto, señala hacia Roma con su puñal y amenaza con incursiones marítimas armadas, infiltraciones en las oleadas de inmigrantes y matanzas masivas de cristianos donde pueda pillarles. Italia, el país más cercano, ya se estremece.

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19 de febrero de 2015
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Añoranza de días históricos

Cuatro meses ya sin el ampuloso revoloteo del péplum de Clío, la señora musa de la Historia. Bien difícil de llevar cuando uno se ha acostumbrado un día tras otro a sus sobresaltos y tiene la nube llena de fotos de familia e incluso de selfies con fondo épico, banderas al viento y muchedumbres como testimonio de los días que todo lo cambiaron. Y más todavía cuando al mono de la historia le acompaña de nuevo la incertidumbre sobre qué va a ocurrir a continuación, si es que acaso ocurre algo. Había prisa; había mucha resolución; había una idea de irreversibilidad obtenida por la técnica de la insistencia, del mantra para atraer la lluvia; y ahora todo ha quedado seco, sin pulso, en una nueva espera desconcertante. Será difícil que se repita aquella trepidación, entre el 11 de septiembre y el 9 de noviembre de 2014, cuando un día tras otro el proceso manchaba las primeras páginas de la prensa española e incluso de la internacional. Ni siquiera el actual marcaje obsesivo desde el Gobierno Rajoy consigue levantar el débil latido soberanista. A juzgar por la actualidad, es legítimo dudar sobre la solidez histórica de ciertos acontecimientos. Unas manifestaciones, por numerosas que hayan sido; la aprobación de una ley trascendental, luego suspendida por el Tribunal Constitucional; la firma solemne de la convocatoria de una consulta, suspendida también a continuación; el intrigante regateo entre el gobierno catalán y el español, uno para poner las urnas y llevar la gente a votar y el otro para impedirlo; la celebración al fin de un proceso participativo, todo esto, ¿cómo será valorado en el futuro y qué peso efectivo tendrá en la conformación del futuro de Cataluña y de España? Si tuviéramos en cuenta el actual flujo mediático, hemos entrado en un profundo bache en el proceso soberanista. No es el monotema desde hace meses. La solidez y envergadura del independentismo no necesitan demostración, pero el éxito del proceso en el crecimiento del independentismo tampoco garantiza el acierto en sus planes ni la obtención del resultado apetecido. Para cierto soberanismo, todo se ha jugado en un registro subjetivo. Al final, la democracia es suma de subjetividades o el poder de la subjetividad mayoritaria. Cuando se proyectan los deseos sobre la realidad, cualquier crítica del proceso se presenta como una fe que flaquea o incluso un deseo de fracaso. Así se hace inconcebible que alguien sin una posición decantada intente razonar en voz alta, argumentar y criticar libremente sin hacerse sospechoso de unionismo o de dependentismo, dos de las invenciones más perversas de la última temporada por su voluntad de partir en dos mitades contrapuestas a la sociedad catalana, sin espacio para matices. O a favor o en contra. Ahora, cuando muchos dudan y otros enmudecen, corresponde seguir hablando del otoño histórico. Y eso es lo que hace Joan Tapia, con distancia y equilibrio, sin subjetivismos, en su libro ¿España sin Cataluña? Crónica personal de sesenta días de discordia: del Once de Septiembre al 9-N (Península). No voy a descubrir quien es Joan Tapia, pero a veces hay que recordar obviedades. Tapia escribe ahora comentarios políticos en El Periódico, pero ha sido director de La Vanguardia durante 13 años, desde 1987 hasta 2000, en un momento crucial para el primer diario de Cataluña. En su etapa, el diario realizó la mayor transformación profesional, tecnológica y gráfica de su historia y escapó del acecho de un banquero como Mario Conde. Antes había trabajado como brazo derecho periodístico de tres personajes de máximo nivel: Josep Pallach, el malogrado fundador de Reagrupament Socialista; Josep Vilarasau, el hombre que modernizó La Caixa; y Miguel Boyer, el ministro liberal de Felipe González. La suya es una mirada autorizada y relevante para esos días históricos. La crónica de Tapia es un dietario que abarca desde el 11 de septiembre hasta el 9 de noviembre, en el que analiza los sucesos del día, centrados naturalmente en el proceso soberanista, bautizado por Tapia como consultista; un buen hallazgo léxico a contraponer al unionismo y al dependentismo de los intelectuales orgánicos de Artur Mas. Sigue el hilo del proceso, pero no olvida los acontecimiento económicos y políticos de mayor enjundia, especialmente los que tienen que ver con la corrupción, y atiende, como es habitual en sus análisis, a una lectura perspicaz de las encuestas. El resultado es equilibrado, es decir, hay para todos. Artur Mas está saliéndose con la suya, pues ha obtenido ?un éxito parcial que afianza su posición?, pero de momento está fracasando en su objetivo que era recuperar ?el poder y el liderazgo del catalanismo? que Pujol obtuvo en 1980. El independentismo, a pesar de la fuerza acumulada, no tiene suficiente como para alcanzar la cumbre. De forma que no quedará más remedio que sentarse a negociar cuando cambie el mapa político a finales de 2015. Pero el diálogo es improbable sin un acuerdo previo entre PP y PSOE. Al final todo deberá desembocar en un nuevo pacto constitucional, que será más difícil ahora que en 1978 porque ?carecemos de las esperanzas y de los miedos de entonces?. No serán días tan históricos como se esperaba, ni los actuales ni los que se acercan, pero no serán menos trascendentes ni menos interesantes.

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16 de febrero de 2015
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Noches europeas

Negociaciones interminables, noches en blanco incluso, momentos al borde la ruptura, comunicados confusos, declaraciones de madrugada ante periodistas ojerosos... Eso es Europa. Así se ha construido la Unión Europea desde el primer día. El objetivo no era una idílica unión política en la que las viejas naciones se fundirían en una entidad nueva y resplandeciente. Las ideas quiméricas llegarían más tarde. Al principio y en el origen, era evitar la guerra. Eso es exactamente lo que han intentado el presidente francés, François Hollande, y la canciller alemana, Angela Merkel, en Minsk, donde les ha acogido Aleksander Lukashenko, dictador de Bielorrusia, en el poder desde hace 20 años, para sentarse con el presidente ucranio, Petró Poroshenko, y el ruso, Vladimir Putin. Sin el acuerdo de Minsk, el segundo en cinco meses, todo conducía a la guerra entre Rusia y Ucrania, la primera confrontación abierta en territorio europeo después de las guerras balcánicas de la década de los 90. Nada asegura que funcione ni siquiera el alto el fuego que entra en vigor esta madrugada, pero es seguro que a la actual guerra encubierta, o la descarada que pueda declararse si Minsk falla de nuevo, solo la podrá frenar la diplomacia con un acuerdo político. Es decir, un proyecto europeo capaz de interesar e incluir a Rusia en vez de dejarla en la soledad de su enorme centralidad geopolítica euroasiática. Las maratones de discusiones de esta semana en Bruselas, suscitadas por la Grecia de Syriza, no son para evitar la guerra, sino para cuadrar el círculo del cumplimiento de los compromisos europeos por parte del Gobierno griego y de los compromisos electorales por parte de quienes acaban de obtener la mayoría para gobernar. Ambas negociaciones versan sobre el futuro de Europa. Una, de cara adentro: el de sus miembros, su moneda, la toma de decisiones y la solidaridad entre los socios. Otra, de cada afuera: el de sus fronteras exteriores, la relación con los vecinos, su capacidad para defenderse y su fuerza como actor en la escena internacional. En el límite, ambas tratan de lo mismo. Europa está llegando a un grado de madurez en el que todo lo que no sea avanzar es regresar a una letal casilla de salida. Si Grecia abandonara el euro, moneda que se consideraba irreversible, la construcción europea se vería acometida por las dudas. Si Rusia entrara en guerra en territorio ucranio, el pasado trágico europeo regresaría al galope. Encima, Alexis Tsipras, con el legado ideológico que suma la ortodoxia al comunismo, mira de reojo a Moscú. Son dos negociaciones que no están conectadas, pero que son conectables y que los europeístas deberán evitar que se conecten.

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15 de febrero de 2015
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El Boomeran(g)
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