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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Democracia africana

Hay muchas dudas respecto al funcionamiento de la democracia representativa como el gobierno del pueblo. Pero basta con que sirva para echar a quien gobierna y además asegure la alternancia entre quienes gobiernan para que quede legitimada, sobre todo si funciona en unas elecciones competitivas en las que opciones políticas e incluso personales se enfrentan en igualdad de condiciones. Nunca hasta ahora se habían producido estas circunstancias democráticas esenciales en Nigeria, el país más poblado de África (174 millones de habitantes), el de mayor producto interior bruto (número 20 mundial) y uno de los más complejos (más de 10 grupos étnicos) y compuestos (36 Estados federados), además de dividido entre una mitad islámica mayoritariamente en el Norte y otra cristiana en el Sur. Así ha sucedido en las elecciones presidenciales celebradas el 28 y el 29 de marzo, después de que el actual presidente en ejercicio, Goodluck Jonathan, aplazó la convocatoria prevista para el 14 de febrero, con la excusa de la inseguridad provocada por Boko Haram, un grupo islamista que rinde obediencia al Estado Islámico de Siria e Irak y siembra el terror en una amplia región del norte del país. Los votantes han querido echar a Jonathan y optar a la vez por cambiar el color del partido presidencial, e incluso el origen regional y la religión del presidente. El actual presidente, Goodluck Jonathan, de 57 años, cristiano del Sur, del Partido Democrático del Pueblo, partido del Gobierno desde que hay elecciones, ha perdido por un amplio margen de nueve puntos y dos millones y medio de votos frente a Muhammadu Buhari, de 72 años, musulmán del Norte, del partido Congreso de Todos los Progresistas. Buhari perdió ante Jonathan las elecciones de 2011, pero esta vez los votantes han preferido al candidato que les ofrecía mayores garantías a la hora de combatir las tres peores plagas que asuelan el país: el desempleo juvenil, la corrupción y Boko Haram. Y eso a pesar de que el vencedor de 2015 ha sido militar, presidente y general golpista entre 1984 y 1985, derrocado a su vez por otro golpe militar, uno más de los ocho que se han producido en el país desde su independencia en 1960. Que la democracia funcione en un país como Nigeria, aunque sea como democracia negativa ?para echar al gobernante y para conseguir la alternancia?, es una excelente señal para el conjunto de África ?e incluso más allá, en un momento en que la democracia representativa plantea tantas dudas en todo el mundo? además de un estímulo para que cunda el ejemplo. También es una nueva oportunidad para combatir a la vez a la corrupción y a Boko Haram, dos fenómenos que en buena parte tienen relación entre sí. El Ejército nigeriano no ha sido capaz por sí solo de terminar con el peligro terrorista y se ha caracterizado por un estilo de represión próximo a los métodos terroristas. Las credenciales de Buhari en cuanto al respeto de los derechos humanos no son precisamente recomendables, pero el premio Nobel de Literatura Wole Soyinka, que le criticó y denunció duramente cuando fue presidente de la Junta Militar hace 30 años, ahora le ha prestado su apoyo en la campaña electoral.

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5 de abril de 2015
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Guerra cuatro, paz cero

La guerra vence a la paz por cuatro a cero. Con la de Yemen, son ya cuatro las que hay en marcha en el mundo árabe. La primera y más antigua es la de Irak, que empezó en 2003 gracias a Bush (aunque no es la más antigua del mundo islámico, que es la de Afganistán, también iniciada por Bush y todavía viva). La segunda es la de Libia, que empezó propiamente hace cuatro años cuando Gadafi reprimió militarmente las revueltas contra su régimen y obtuvo la contundente respuesta aérea de la OTAN, sin que siguiera esfuerzo alguno para estabilizar el país y obligar a las distintas facciones a sentarse y gobernar juntos en vez de embarrarse en una guerra civil que todavía sigue. La siguió al poco la tercera, también declarada por el dictador sirio Bachar el Asad contra su propio pueblo, al que bombardeó incluso con armas químicas, convirtiendo así una revuelta pacífica en guerra civil. Parece que la cuarta, la de Yemen, haya estallado justo ahora, pero tiene viejas raíces en las luchas tribales y también en el derrocamiento en 2011 del presidente Ali Abdulá Salé, 33 años en el poder, que ahora se manifiestan en forma de conflicto internacionalizado, chiitas contra sunitas y árabes contra persas. Cuatro guerras y ningún acuerdo de paz. La que siempre se espera y nunca llega, entre israelíes y palestinos, se halla ahora más lejos todavía. Y la que cuenta con plazos, la guerra fría entre Washington y Teherán, va superando las fechas sin que lleguen a cerrarse las negociaciones. Cada uno de las cuatro guerras tiene trazos en común. Responden a divisiones tribales y sectarias de gran capacidad destructiva para las frágiles estructuras de Estado existentes e incluso las fronteras coloniales. No se entienden sin las intervenciones extranjeras, decisivas en la aniquilación de las instituciones, como fue el caso del ejército iraquí disuelto justo al culminar la ocupación del país por Estados Unidos. En ellas se enfrentan por procuración las distintas potencias regionales e incluso internacionales: los muertos los ponen los locales, pero los intereses geoestratégicos los extranjeros. Y lo hacen según una geometría variable, en la que son aliados o enemigos según el lugar donde se encuentran. Turquía y Arabia Saudita son aliados en Siria y Yemen pero apoyan bandos distintos en Libia. EE UU se enfrenta con Irán en Yemen y es su aliado en Irak. El antaño gran amigo de Washington que es Arabia Saudí pretende frenar a la vez las aspiraciones de Irán con la creación de una OTAN de los árabes y arrebatar a los terroristas del Estado Islámico, sea por las armas sea por la predicación de sus imames, la popularidad entre los jóvenes musulmanes. Israel dice temer más a un Irán nuclear que al Estado islámico vecino de Siria e Irak. Las cuatro guerras y la paz que siempre falla son hijas del vacío político y del retraimiento de EE UU y Europa de la región. Y si anuncian algo parecido a un orden nuevo, será menos occidental y probablemente más inestable.

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2 de abril de 2015
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Avenida de Jordi Pujol

De no haberse producido la confesión, algún día la mejor calle habría sido para él. Naturalmente, esto habría sucedido a los pocos meses de su fallecimiento; aquí no damos calles a los vivos, con la excepción inexplicable de los reyes de España y familia, que sirven para bautizar hoteles, hospitales o calles sin rubor alguno. De no haber cambiado las circunstancias, su desaparición habría sido gloriosa, como lo fue la de Adolfo Suárez, de forma que sus seguidores habrían entonado como con Wojtila el santo subito que le habría encaramado en el callejero de la capital catalana entre muchos otros honores post mortem. Imaginemos la Diagonal, arteria transversal como su movimiento o ideología, el pujolismo. Imaginémosla además con la remodelación ahora iniciada en la zona más noble, entre Passeig de Gràcia y Francesc Macià totalmente culminada hasta Glòries y anotada en el haber de un alcalde Trías, sí el mismo que ahora pidió su desaparición, en su tercer o cuarto mandato, es decir, entre 2019 y 2027: echen las cuentas y vean que es perfectamente verosímil. Este futurible que ya no se producirá habría significado un desquite histórico del hombre que dirigió Cataluña durante 23 años, aunque después de esperar pacientemente ejerciendo de banquero a que muriera el general que fusiló al último presidente catalán en ejercicio, prohibió la lengua y la cultura catalanas, erradicó las libertades públicas y se constituyó en infranqueable barrera de las aspiraciones democráticas de los españoles, catalanes incluidos. Habría sido un acto de justicia poética retrospectiva bautizar esta avenida, que antaño llevó el pomposo nombre del Generalísimo, con el de quien quiso ser su némesis. Recordemos el panfleto redactado por el joven resistente en 1960 Us presentem el general Franco: "El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha escogido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre implicado en hechos de corrupción, económica o administrativa es un hombre comprometido. Por eso el Régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Como es propio de ciertas profesiones indignas, el Régimen procura que todos estén metidos en el fango, todos comprometidos. El hombre que pronto vendrá a Barcelona, además de un opresor, es un corrupto". La octavilla con este texto fue lanzada en el Palau de la Música Catalana el 19 de mayo en los hechos que condujeron a la detención de Pujol el 22 de junio, luego a su interrogatorio y tortura, y al final al juicio y condena por un tribunal militar y a dos años y medio de cárcel. De su puño y letra, Pujol acusaba de corrupto a Franco pero ahora no podrá desquitarse dando nombre a la avenida que adoptó el del dictador ni podrá dar el nombre a ninguna otra calle de Barcelona precisamente por la misma enfermedad que acompaña tanto a las dictaduras como a las democracias. También hubiera servido para el mismo menester la Ronda del General Mitre, donde ha vivido desde que se casó en 1956, en el piso que le regaló su padre, el ahora famoso Florenci Pujol. Por este piso han pasado centenares de políticos, empresarios, intelectuales y periodistas en los últimos 60 años y todavía pasan ahora, convocados discretamente desde esta especie de exilio o extrañamiento interior en el que se ha colocado como resultado de la confesión. Les recibe en lo que fue el piso de la portera, convertido en el despacho de trabajo que sustituye las instalaciones oficiales sufragadas por el erario público y por la ahora disuelta Fundación Jordi Pujol. Habría servido incluso alguna gran infraestructura. El aeropuerto de El Prat por ejemplo. Si Barajas es ahora el Aeropuerto Adolfo Suárez, a nadie le habría parecido extraño un Aeropuerto Jordi Pujol, siguiendo una larga y copiosa tradición que ha dado los nombres de políticos, escritores o músicos a este tipo de instalaciones. Nada de todo esto sucederá. El pujolismo ha dejado de existir. Todas sus derivaciones, antaño tan celebradas, los post?, los trans?, los neopujolismos se han esfumado por arte de ensalmo desde el 25 de julio pasado. Como máximo algunos regresan a un criptopujolismo, que apenas confiesa su filiación y menos su dolor por la pérdida. Todos ellos son ahora antipujolistas explícitos que toman distancia con el personaje, sus ideas y sus métodos, e incluso con su legado. El único lujo pujolista que se permiten es el de seguir endiñando el sambenito a los antipujolistas, siempre culpables, todavía culpables, por su prematura clarividencia respecto a las virtudes morales del líder y su familia. No es extraño. El suyo es un método que tiene una larga tradición. Lo peor de la época del comunismo, como todos sabemos, eran los anticomunistas, responsables al final de los desmanes del comunismo. Entre otras razones, porque fueron mayoritariamente comunistas arrepentidos los que pasaron a engrosar las filas del anticomunismo. Si el pujolismo ha caído y exhibe sus inmoralidades, que caiga también y exhiba las suyas el antipujolismo, culpable por partida doble, aunque contradictoria: por haber fracasado en su pretensión de acabar con el pujolismo cuando tocaba y por su complicidad implícita con el pujolismo cuando se consolidó. Quedan condenados así por una cosa y por la contraria. Ellos sí que no tienen escapatoria.

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30 de marzo de 2015
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Espionaje entre amigos

Las democracias no hacen la guerra entre ellas. Pero que no guerreen no significa que no se espíen. Las democracias se espían unas a otras, aunque normalmente adornan estas actividades de la más exquisita hipocresía. Uno de los servicios que rindió el exespía Edward Snowden fue explicarnos que Estados Unidos se dedicaba no tan solo a espiar a los países amigos y aliados, sino a pinchar los teléfonos móviles de mandatarios como Angela Merkel. Probablemente no faltan los motivos para espiarse. Económicos sobre todo. Y también diplomáticos. Hace pocos meses hubo una crisis seria entre la Casa Blanca y la Cancillería de Berlín, con expulsión incluida del jefe de los espías estadounidenses en Alemania. Nos enteramos además de que los espías germanos no iban a quedarse quietos a partir de ahora. Ahora ha vuelto a producir otra crisis de espionaje entre dos amigos y aliados como Israel y EE UU, país que asume en esta ocasión el papel de víctima en homenaje a la palmaria evidencia de que el mundo ha cambiado y que aquí ya no hay quien mande ni imponga su voluntad sobre los otros. El caso israelí tiene antecedentes. El más conocido es el de Jonathan Pollard, un analista de inteligencia militar detenido en 1985, que cumple todavía cadena perpetua por espiar en favor de Israel. Si juzgáramos el comportamiento de algunos políticos de ambos países, se diría que Israel es un Estado más de la Unión. Bibi Netanyahu lo ha demostrado en su reciente y victoriosa campaña electoral, en la que aparecía enfrentado con Obama más que con Isaac Herzog, que le disputaba el título. Esto es espuma. Debajo está la realidad que Snowden reveló en un documento, donde se describen tres círculos en el espionaje entre aliados: el de máxima confianza, en el que está Reino Unido, pero no Alemania ?y de ahí el disgusto de Merkel?; un segundo, en el que están casi todos los países de la OTAN, pero no Israel, y un tercero de aliados de máxima desconfianza, del que Israel es el más destacado, hasta el punto de que es el país que espía más agresivamente a Washington, según el diario conservador The Wall Street Journal. En esta nueva crisis, Washington cree que Jerusalén ha ido demasiado lejos. No se ha espiado meramente para obtener información, sino para hacer saltar por los aires las conversaciones nucleares del grupo llamado P5+1 (los cinco países con asiento permanente en el Consejo de Seguridad más Alemania) con Irán. Lo que más ha molestado a Obama es que se haya espiado para el Congreso republicano con el objetivo de hacer descarrilar las negociaciones. La hipocresía permite muchas cosas, pero no se perdona la destrucción por medios ilícitos de la tarea diplomática de meses y años. No es extraño que las relaciones entre Israel y EE UU se hallen en su punto más bajo desde al menos 1991.

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29 de marzo de 2015
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Luto y esperanza

Esta es una tragedia toda entera europea. Europeo era el aparato siniestrado, el Airbus 320, una joya de la navegación aérea comercial, que empezó a fabricar en 1984 la compañía EADS, firma aeronáutica y de armamento de capital francés, alemán y español. Europea es Germanwings, filial de Lufthansa, la compañía histórica de bandera, para cubrir trayectos y destinos mayoritariamente europeos con tarifas low cost. Europeas las ciudades conectadas, Barcelona y Düsseldorf, y la mayoría de los viajeros y tripulación fallecidos. Europeo es Eurocontrol, la organización de control aéreo que nada pudo hacer cuando perdió la señal del vuelo 9525. No es una tragedia meramente europea por la geografía y la nacionalidad de las víctimas y de las compañías. Lo es también por el tejido profundamente europeo de relaciones que hiere y desgarra este golpe terrible de un azar cuyas causas hay que desentrañar y de las que hay que aprender. Los 16 escolares y sus dos profesoras de un instituto de Renania del Norte-Westfalia, estudiantes de lengua castellana, que han pasado una semana en intercambio con un instituto catalán. Dos cantantes que habían actuado en el Liceo de Barcelona: Maria Radner, nacida en Düsseldorf, y Oleg Bryjak, un europeo nacido fuera de Europa, en Kazajstán, como muchos otros, pero formado musicalmente en Alemania. Tres padres de alumnos del Colegio Alemán de Barcelona, profesionales y directivos de sociedades afincadas en España. El nutrido grupo de mujeres y hombres de negocios, catalanes casi todos --textil, automoción y química-- que en su mayoría viajaban a una Feria de tecnología y alimentación. También son europeos y como europeos se han comportado los gobernantes y responsables políticos, gobiernos y administraciones, implicados directamente o indirectamente en el accidente. Ayer vimos una cumbre del dolor europea a la que asistieron Merkel, Hollande y Rajoy. Sobre Francia recae la compleja tarea de localizar, recoger y analizar los restos del avión en una zona de acceso muy difícil. Ni un solo chirrido se ha producido entre gobiernos y administraciones, ni siquiera entre los Gobiernos catalán y español. Al contrario, el presidente Rajoy ha demostrado su sensibilidad con su homólogo catalán, al recoger en su mismo avión a Artur Mas. Europa existe. Existe y funciona. Y una tragedia como esta hace visible la tupida red de relaciones y solidaridades, con frecuencia discretas y poco visibles, que hay entre los europeos, sus ciudades, empresas e instituciones públicas y privadas. Como ha hecho visible, felizmente, la capacidad de cooperación y de armonía entre gobiernos y administraciones de distintos niveles y de tres países de tanto peso como Francia, Alemania y España. No siempre el dolor une, sino que a veces se convierte en fuente de resentimiento y de distancia. No ha sido el caso. Por una vez vemos que las solidaridades son más fuertes que los intereses particularistas o los narcisismos de las diferencias menudas o inventadas. Europa funciona y existe mucho más de lo que solemos creer quienes quisiéramos que existiera todavía más.

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26 de marzo de 2015
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Túnez es todavía la solución

No era la excepción, sino la solución. Supieron verlo muy claramente los manifestantes laicos de la plaza Tahrir de El Cairo en 2011. Frente al "Islam es la solución" de los Hermanos Musulmanes, su eslogan era "Túnez es la solución". Pero también lo han sabido ver los islamistas violentos, que quieren imponer a sangre y fuego el Islam como única solución. La solución de Túnez es bien clara: sustituir al tirano por un régimen de democracia representativa en el que el pueblo sea el único soberano; todos iguales, hombres y mujeres; nadie por encima de una Constitución, en la que caben todos los que respetan la regla de juego por la que se rigen. Esa solución tunecina no sirvió en Egipto. Allí llegaron democráticamente al Gobierno los islamistas, creyentes solo en la soberanía de Alá, partidarios de la sumisión de las mujeres y arrogantes discriminadores de quienes profesan otras religiones o no profesan religión alguna. Dividieron el país, azuzaron la violencia sectaria y gobernaron con tanto partidismo como impericia económica, allanando así el camino al regreso de la dictadura militar. Menos sirvió en Libia, Yemen y Siria, donde las revueltas civiles se trocaron en guerras inciviles y convirtieron a buena parte de los rebeldes en combatientes de un monstruo todavía más temible que la dictadura, un califato que impone con el terrorismo un Islam primitivo y demencial. Túnez quedó como la excepción, solitaria democracia en un océano de autocracias y Estados fallidos. Pero era la solución, el modelo que el Estado Islámico combate, exactamente lo contrario del califato. Los partidarios de Al Bagdadhi y quienes secretamente simpatizan con el califato o incluso lo financian o lo han financiado quieren que Túnez sea una dictadura militar como Egipto o un país incendiado por las guerras civiles sectarias como Libia, Siria o Yemen. Eso explica el ataque a su Parlamento, institución que hace la ley y donde tiene su residencia la soberanía popular, abominado por quienes solo quieren obedecer a la sharía y reconocer la soberanía de Alá. Y eso explica también la matanza de turistas europeos, que daña a la economía tunecina y ejemplifica el desprecio hacia la vida de quienes no profesan la religión islámica en su versión salafista violenta. El Islam no es la solución, pero solo del Islam puede salir la solución a la resonancia entre religión y violencia que se expande desde numerosas mezquitas y madrasas. El islamismo armado es el fruto, pero el árbol de donde salen sus ideas rigoristas y la savia financiera echa sus raíces en buen número de autocracias árabes. Túnez es la solución, pero la solución no puede llegar de Túnez solo. Túnez es también el último baluarte frente a la ominosa alternativa entre la dictadura y el caos que ha venido garantizando la estabilidad. ¿Vamos a dejar solos ahora a los tunecinos?

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22 de marzo de 2015
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El miedo es rey

No es invento o ficción. Este es un Estado en guerra desde su creación. Hay pocos países que se sientan permanentemente amenazados. Desde fuera, por un entorno hostil que ni siquiera le reconoce, y desde dentro, por las reivindicaciones perfectamente justificadas y fundamentadas en el derecho internacional de la población palestina expulsada y desposeída. Estas amenazas suelen tintarse con las sombras oscuras que todavía remiten a las nubes de cenizas escupidas por los crematorios nazis. No caben relativismos con ellas, son existenciales. Es una experiencia muy propia, que se observa con escepticismo e incluso incredulidad desde fuera, pero dentro se transmite de generación en generación desde los tiempos del exterminio. Israel es una pesadilla para sus enemigos y un milagro para sus ciudadanos y sus amigos. Surgió del antifascismo de la posguerra mundial, se asentó en la guerra fría, cruzó por el interregno unipolar con los acuerdos de Oslo como precio y entra de lleno ahora en la descomposición del orden geopolítico mundial, sin el más mínimo avance en la creación del Estado palestino con el que debía convivir en paz y seguridad, ni tampoco la recompensa del reconocimiento por parte de los países árabes vecinos. El miedo guarda la viña. Y llega a convertir a quien lo sufre en indestructible. Si en las primeras guerras pudieron existir dudas sobre el desenlace, en las últimas la única duda es sobre los daños políticos y morales, victorias militares que se leen como derrotas estratégicas. Su superioridad militar es apabullante y sobradamente demostrada. Pobre de quien se cruce en su camino. El miedo en el actual caos geopolítico es casi un fruto espontáneo. Hamas en Gaza. Hezbolá en Líbano. Al Qaeda en el Sinaí. El Estado Islámico y Jabhat al-Nusra en Siria. Y naturalmente, los ayatolas en Teherán, con el propósito de convertir Irán en un país nuclearmente moderno, en el umbral de obtener el arma atómica si en algún momento conviniera. Razones para el miedo no faltan en el orden dislocado que surgió de Oriente Medio tras la primavera árabe, cuya promesa democrática se trocó en el retorno de la dictadura militar o alternativamente el caos terrorista del califato. Nada más evidente y sensato que la inmovilidad. A ello se ha dedicado Netanyahu durante sus nueve años como primer ministro. Moverse solo para comprar tiempo y seguir robando territorio a los palestinos, sin ceder nunca en nada. Atizar el miedo sin descanso, hasta el mismo día de las elecciones. Contra el acuerdo nuclear con Irán. Contra el Estado palestino y la congelación de las colonias, para evitar que el Estado Islámico se asiente en casa. Contra el voto de los árabes israelíes incluso. Contra el gobierno de concentración nacional con quienes quieren sentarse de nuevo a negociar con los palestinos. Así es como ha ganado a todos, a sus propios socios de Gobierno más extremistas, a los que ha robado votos y escaños, y al sionismo de izquierdas que quería arrebatarle la corona. El miedo ha ganado las elecciones. En Israel el miedo es rey y quien ocupa su trono se llama Netanyahu.

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19 de marzo de 2015
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Espejismos del califato

Hay acontecimientos que salen de fábrica etiquetados con la marca de la historia. Los buscamos los periodistas, a ser posible para narrarlos en primera persona como testigos directos, y los buscan con afán similar los editores de libros, para encargar o comprar los derechos de quienes los van a interpretar, desmenuzar y analizar en sus causas y consecuencias. Uno de los más recientes e inexplicados, probablemente también difíciles de interpretar, es el de la aparición del Estado Islámico de Irak y Siria, violentamente instalado en un amplio territorio entre ambos países árabes, donde sus adeptos quieren construir una sociedad regida por la sharía o ley islámica más estricta, siguiendo el modelo salafista, es decir, el de los piadosos compañeros del profeta Mahoma. Conocido también como Daesh por sus siglas en árabe, el Estado Islámico no es estrictamente un grupo terrorista como Al Qaeda, aunque proceda del mismo árbol violento, sino que es todo un proyecto político, naturalmente de matriz y métodos terroristas, que tiene como objetivos arrumbar los regímenes árabes, expulsar a las potencias occidentales, limpiar el territorio de las minorías religiosas consideradas heréticas o politeístas (cristianos, judíos, chiíes, yazidíes) y borrar las barreras coloniales en Oriente Próximo ?muy concretamente la línea que separa Siria e Irak y lleva el nombre de Sykes y Picot, los diplomáticos británico y francés que acordaron secretamente la partición?. El acontecimiento histórico en cuestión tomó cuerpo en fecha tan cercana como el pasado 5 de julio, cuando un individuo conocido como Abu Bakr al Bagdadi dirigió la plegaria del viernes en la gran mezquita Mosul, pocos días después de la caída de la segunda ciudad iraquí ?más por deserción del ejército de Bagdad que por conquista en combates? en manos de las huestes del ejército del Estado Islámico y se dirigió a los creyentes como si fuera el califa o máxima autoridad a la vez política y religiosa, exigiendo en virtud de su título la obediencia y la yihad o guerra santa a los musulmanes de todo el mundo. El vídeo que permitió conocer el rostro y los negros hábitos medievales de quien se autoproclama sumo jerarca musulmán fue solo la primera de las exitosas producciones audiovisuales del nuevo Estado, caracterizadas por una desenfrenada carrera de crueles exhibiciones de decapitaciones, ejecuciones sumarias, amputaciones e incineraciones, que tienen como víctimas a prisioneros de guerra, periodistas, cooperantes o simples trabajadores, apresados y asesinados por el solo hecho de ser cristianos coptos. Las iniciales actuaciones del sangriento califato empezaron en los dos países árabes vecinos, pero pronto se extendieron a Libia o consiguieron el reconocimiento de otros grupos de calibre y calaña parecidos, como Boko Haram, de similar vocación exterminadora, aunque especializado en secuestrar y esclavizar mujeres y niñas en el norte de Nigeria. Es un auténtico alud el de los reportajes periodísticos, artículos de revistas especializadas e incluso algunos libros, que han salido en los últimos meses con el objetivo de ofrecernos las primeras explicaciones, a veces todavía muy improvisadas, sobre el origen de esta nueva pesadilla. Patrick Cockburn, experimentado corresponsal en la zona desde los años setenta, y Loretta Napoleoni, economista especializada en las redes terroristas, son los dos autores de los dos primeros libros que se publican en castellano, y que constituyen tan solo la avanzadilla de los que verán la luz en los próximos meses y años. El primer problema que plantean todos ellos es que apenas hay testigos directos de la catástrofe geopolítica que significa la descomposición de al menos dos países, Irak y Siria, y del genocidio que ya se ha puesto en marcha en el corazón de Oriente Próximo. Buena parte de las cifras sobre combatientes, víctimas o financiación del terrorismo apenas están documentadas y corresponden a estimaciones escasamente explicadas. No las hay respecto a la actividad del ejército terrorista, pero tampoco abunda la información sobre las actuaciones militares de la coalición de 60 países que les combaten por medios aéreos. Una de las mayores dificultades interpretativas en este sangriento conflicto tiene su origen en el carácter mediático de los nuevos conflictos bélicos. Las imágenes de la actividad terrorista difundidas por las redes sociales son armas de propaganda y de amedrentamiento de las poblaciones. Se dirigen naturalmente a la región, pero también a los países occidentales donde hay una numerosa población de religión islámica susceptible tanto de reclutamiento como de excitación antioccidental. La tradicional niebla de la guerra es mucho más espesa y desorientadora en las nuevas guerras, sin frentes establecidos, contendientes nítidos, ni alianzas estables. Lo advierte Cockburn respecto a las últimas cuatro guerras libradas por Estados Unidos (Afganistán, Irak, Libia y Siria), en las que encontramos patrones similares en cuanto a exacerbación de las divisiones civiles, centralidad del radicalismo yihadista y efectos distorsionadores de la propaganda sobre la percepción pública de los resultados de las campañas, ?incluso respecto a la identidad de los vencedores y los vencidos?. El efecto propagandístico, al que suelen ser más reticentes experimentados reporteros de guerra como Cockburn, puede alcanzar incluso a quienes intentan comprender estos acontecimientos desde la reflexión política, como es el caso de Napoleoni, que asimila el califato a un auténtico intento de construcción de un Estado-nación propio de los musulmanes, al igual que en su día los judíos aspiraron y consiguieron la creación de Israel. Ambas aproximaciones periodísticas son útiles e interesantes, pero hay que leerlas con la distancia y la prevención exigidas por la escasa perspectiva que tenemos ahora mismo, cuando ni siquiera se ha cumplido un año desde que Al Bagdadi manifestara en público su voluntad de reconstruir el califato mitificado de los primeros años de expansión del islam. (Este texto es la reseña publicada en Babelia, el pasado sábado 14 de marzo, de los dos siguientes libros: Isis. Isis. El retorno de la yihad. Patrick Cockburn. Traducción de Alma Alexandra García. Ariel. Barcelona, 2015. 131 páginas. 14,95 euros. El fénix islamista. El Estado Islámico y el rediseño de Oriente Próximo. Loretta Napoleoni. Traducción de Francisco Martín Arribas. Paidós. Barcelona, 2015. 143 páginas. 15,95 euros.)

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18 de marzo de 2015
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Hojas de ruta

Las hojas de ruta gozan de gran predicamento. La expresión original en inglés es road map, que bien pudiera traducirse por mapa de carreteras, en la que se pierde la idea de indefectibilidad de la ruta aconsejada. Quien tiene el road map sabe cómo llegar exactamente a dónde quiere ir, mientras que quien solo tiene un mapa de carreteras debe orientarse y buscar el trayecto. De ahí la hoja de ruta, que nos indica con precisión cada una de las etapas y decisiones que debemos tomar en las distintas encrucijadas hasta llegar al destino final. Su uso parece que ofrezca orientación y seguridad: usted siga este camino, no se olvide de ninguno de los pasos, y dará al final con la localidad anhelada. Es probable que sirva también para esconder bajo la retórica cartográfica una gran desorientación e incluso la ausencia de consenso entre los caminantes respecto a la dirección a tomar. A juzgar por su profusión, se diría incluso que su uso debiera alarmarnos y constituir un indicio de que nos encontramos en la situación contraria respecto a la claridad del objetivo y todavía más al camino necesario para conseguirlo. Hay un elemento adicional para la prudencia. La hoja de ruta más famosa de la historia reciente es la que acordaron los representantes del Cuarteto para Oriente Próximo (Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y Naciones Unidas) en 2002 con el objetivo de alcanzar la paz entre Israel y Palestina tres años después, en 2005. Aquel manual para la paz, apoyado e incluso adoptado por George W. Bush, tenía como momento final la existencia de dos Estados mutuamente reconocidos, en paz y seguridad, uno para los judíos y otro para los palestinos, y pasaba por unas etapas que era necesario recorrer y culminar una detrás de otra, desde el cese total de la violencia y la congelación de los asentamientos en Cisjordania hasta el acuerdo final sobre todos los contenciosos para 2005. A la vista de lo que ha ocurrido desde entonces, no hay concepto más asociado al fracaso político como el de la hoja de ruta. Dejémoslo claro, la hoja de ruta es el cuento de la lechera. Vale por lo que vende, que es un sentimiento de seguridad que permita seguir manteniendo expectativas y esperanzas. Se entiende que se utilice para el proceso soberanista, fundamentado en la idea de un camino único y sin alternativa ?no hay plan B-- que conduzca obligatoriamente a un objetivo perfectamente configurado y localizado llamado independencia. Cuando el movimiento se estanca o incluso decae, las discrepancias se ahondan y aparecen nuevos y más dinámicos actores políticos que modifican la correlación de fuerzas, nada más adecuado que elaborar de nuevo esa hoja de ruta que nos arrulle en la seguridad del camino bien trazado. Si luego fallan la voluntad, por escasa o por dividida, los líderes o los partidos, o incluso eso que llamábamos condiciones objetivas, nadie podrá reprochárselo a los cartógrafos. La hoja de ruta de Artur Mas es engañosa, pero lo son también sus cuatro etapas y encrucijadas, por imprecisas e interpretables. Nadie concreta qué mayorías electorales o parlamentarias, sobre censo, sobre participación electoral o en escaños, son necesarias. Sucede ya en su primera meta, cuando se anuncia una declaración solemne del Parlamento de Cataluña sobre el inicio del proceso hacia la constitución del nuevo Estado o república catalana, algo que suena a repetición de otra declaración solemne, la de soberanía de enero de 2013. Caben además las preguntas sobre la fuerza de la nueva declaración, a la vista de la mayoría que apoyó la anterior, 85 de los 135 escaños; aunque de su carácter meramente declarativo puede deducirse que a las fuerzas políticas comprometidas les bastará la mayoría simple. Idéntica imprecisión se produce en el segundo punto, donde se inicia un proceso constituyente. Sabemos qué puede ser un proceso constituyente, a pesar de sus dificultades jurídicas, pero sabemos poco o nada sobre cómo se inicia. Nada se nos dice tampoco sobre la mayoría necesaria para superar este punto. Los silencios permiten suponer el propósito altamente polémico de promover un proceso constituyente con menos diputados de los 90 que se necesita para reformar el actual Estatuto, tal como reza el propio Estatuto catalán. Los dos puntos aparentemente más próximos a la meta son todavía más frágiles. Si atendiéramos a las declaraciones y compromisos de Mas con Junqueras, se diría que el despliegue de las estructuras de Estado que conforma la tercera etapa no es más que la reiteración de lo que sobre el papel debía estar ahora mismo en marcha. Y lo mismo sucede con la alternativa que ofrece el cuarto: la culminación democrática a través de las urnas por un referéndum pactado con el Estado se aproxima peligrosamente a la propuesta del PSC; mientras que la consulta de ratificación de la constitución catalana prevista como plan B se asemeja demasiado a la fortuna que hace la lechera antes de que se le rompa la jarra de leche como para no creer que es el cebo para mantener a Esquerra en esta bicicleta tambaleante pero que todavía sigue corriendo por la ruta que marca la hoja. Junqueras lo ha reconocido: no es una hoja de ruta, sino un pacto de mínimos para evitar que la bicicleta se caiga y el proceso quede bruscamente interrumpido.

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16 de marzo de 2015
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La muerte de un país

Siria se muere. A los cuatro años del inicio de las revueltas civiles contra la dictadura de Bachar El Asad, las dimensiones de la catástrofe no pueden ser mayores. El balance de muerte y desolación es terrible y sigue creciendo. Las estimaciones sobre víctimas mortales superan largamente las 200.000, según Naciones Unidas. Es fácil morir en Siria, pero vivir es un infierno. Más de tres millones de personas han huido a países vecinos. Han abandonado sus hogares 6'5 millones. Entre quienes no se han movido, hay 11'5 millones sin agua potable suficiente y 10 sin alimentación adecuada; 5'6 millones de niños sin asistencia médica y 4'8 fuera del alcance de las organizaciones humanitarias que intentan asistirles. Asediados en lugares donde se combate hay 212.000. El país ha saltado en pedazos, cada uno controlado por alguna de las fuerzas que guerrean entre ellas. El gobierno controla Damasco y las principales ciudades, pero ya hay una zona de control kurdo y otra en manos del Estado Islámico, la mayor fuerza de oposición, en competencia y a veces en confrontación directa con Jabhat al Nushra, la marca siria de Al Qaeda. Cada una de las fuerzas en presencia tiene sus padrinos internacionales. Irán apadrina al régimen de El Assad y a su brazo libanés Hezbolá. Turquía, Arabia Saudita y Qatar han apadrinado a los rebeldes sunnitas, aunque ahora intentan aislar al Estado islámico. Además de ser una guerra que se ensaña con los civiles, es también una guerra por procuración, en la que potencias regionales e incluso internacionales como Rusia y Estados Unidos, combaten por fuerzas interpuestas. En el balance político de estos cuatro años pesa la ineficacia del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que 40 ONG's han denunciado en un documento titulado Fracaso en Siria. No es solo el fracaso de la institución internacional, sino del conjunto del mundo civilizado que ha exhibido una incapacidad culpable en la protección de la población civil. El fracaso en Siria es también una consecuencia del desastre de Libia, donde la OTAN bombardeó a Gadafi con cobertura del Consejo de Seguridad para proteger a la población civil, pero no para cambiar el régimen. Libia se halla ahora dividida y en guerra civil; y la responsabilidad de proteger a la población civil, como principio de Naciones Unidas ha quedado arruinada e inutilizable para Siria y probablemente para cualquier otro caso. En Siria se ha producido también un acontecimiento histórico, hijo de la guerra civil, como es la aparición del Estado Islámico, que quiere borrar la frontera entre Siria e Irak y ha superado a Al Qaeda no tan solo en crueldad, sino sobre todo en peligrosidad, pues su califato amenazante tiene aspiraciones de imperio islámico y ha puesto su punto de mira sobre Europa.

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15 de marzo de 2015
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El Boomeran(g)
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