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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Saudiología

Arabia Saudí ha hecho el relevo generacional. Al fin. Pero como corresponde al país más conservador y gerontocrático del mundo, lo ha hecho por etapas. Tal como ha venido sucediendo desde 1953, cuando murió el legendario rey fundador, Abdelaziz bin Saud, sus hijos han ido sucediéndose unos a otros sin pasar jamás el testigo a la siguiente generación. Había donde escoger, porque tuvo 45 varones con derechos de sucesión de sus 22 esposas. El relevo no se produjo el 23 de enero pasado, cuando murió el rey Abdalá, con 92 años, y fue coronado Salmán, de 79, sino el 29 de abril, cuando se conoció la destitución del recién nombrado príncipe heredero, Muqrin, nacido en 1945, y el menor de todos los hijos legítimos de Saud. Y culminará en la próxima sucesión, cuando sea un nieto de Saud quien ocupe el trono. Las sucesiones en los sistemas cerrados y autoritarios requieren conocimientos sobre las corrientes ideológicas, clanes, grupos de intereses y en ocasiones también de las familias. En el caso saudí, hay que buscar los arcanos del poder, la saudiología, en el sistema poligámico de parentesco, en los que la línea matrilineal, paradójicamente, puede adquirir un fuerte protagonismo. En la familia real saudí históricamente han destacado en el ejercicio del poder los hijos de la esposa preferida y la más inteligente de todas, Hasa al Sudairi, conocidos como los siete Sudairi, caracterizados por ?su mutua lealtad, su ambición y su extraordinaria capacidad de trabajo, cualidades instiladas por su madre?, según el historiador británico Robert Lacey (Inside the Kingdom). El rey Fahd, de largo reinado desde 1982 hasta 2005, era el mayor. El actual, Salmán, era el quinto. También eran sudairis los dos príncipes herederos, Sultán y Nayef, fallecidos antes de acceder al trono. El nuevo príncipe heredero, Mohamed bin Nayef, de 55 años, hijo de este último, es sudairi de segunda generación, como su primo e hijo del actual rey, el nuevo número tres, Mohamed bin Salmán, de 30 años. Retengan las iniciales de estos dos nietos de Hasa al Sudairi, MBN y MBS, porque son los hombres fuertes y quienes están tomando las decisiones. MBN, el actual heredero, puede acceder al trono, pero a falta de hijos varones, sitúa a su joven primo e hijo del rey MBS en la línea de sucesión automática, algo que empieza a inquietar a quienes identifican su extremada juventud con un carácter inquieto y belicoso, en escasa consonancia con la legendaria inmovilidad del reino del desierto. El relevo, imprescindible para la continuidad monárquica y aplazado desde hace décadas, sucede en un momento delicado, con Arabia Saudí en guerra en Yemen y con creciente protagonismo en la región y en el mundo, gracias a su vocación de liderazgo árabe frente a Irán y a su capacidad para actuar sobre los precios del petróleo.

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3 de mayo de 2015
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Paseo por Maidán

Paseo por Maidán, el epicentro de las revoluciones ucranias. Nadie diría que esta es la capital de un país en guerra. Lo recuerdan los minuciosos y lógicos controles en edificios públicos y oficiales. Casi nada más. Y, claro, las velas en memoria de los héroes caídos en los enfrentamientos, los primeros de las más de 6.000 vidas segadas por esta guerra tan sangrienta como cualquier otra, pero sigilosa e huidiza. Por el resto Kiev es como cualquier ciudad europea: tráfico, consumo, coches de lujo y restaurantes llenos. Paso en ella 72 horas, pocos días antes de la Cumbre Unión Europea-Ucrania que se celebró el lunes, la primera tras la firma del acuerdo de Asociación que está en el origen del conflicto. Maidán resurgió de las cenizas de la Revolución Naranja (entre 2004 y 2005) cuando el presidente Yanukovich, un cleptócrata adicto a la extorsión, rompió la negociación del acuerdo de Asociación en noviembre de 2013. Los manifestantes le echaron porque querían ser europeos en vez de rusos como les prometía, tras echar las cuentas de quién le ofrecía más dinero. Empiezo la inmersión en Mezhyirya, que retrata con su derroche y su mal gusto faraónicos al presidente ladrón y corrupto que la habitó. Es evidente que Ucrania vivió una ruptura democrática, puesto que al parlamento que le echó le faltaban unos pocos votos para que la destitución fuera plenamente legal según la anterior Constitución. Fue una revolución democrática que derribó a un autócrata electo. El único golpe de Estado, subrepticio y con maestria de jugador de ajedrez, lo dio Putin en Crimea. No lo dijo entonces pero ahora ha reconocido que fue una operación que planificó y supervisó personalmente.Todos temen que su próximo golpe sea la toma de Mariúpol, en el mar de Azov, y la creación de un corredor hasta Crimea y Odessa, que dejaría a Ucrania sin salida al mar. Escucho y me entrevisto con medio centenar de personas, desde diputados y jóvenes que combaten la corrupción hasta el primer ministro Arsenyi Yatseniuk, gracias a la ayuda de un think tank ucranio, el Insituto de Política Mundial. En síntesis: hay tres proyectos de Ucrania en competencia y en algunos casos en combate sangriento. El de Putin: Ucrania ni siquiera es un país y Moscú no va a permitir que la UE y la OTAN amplíen su perímetro hasta las lindes de Rusia y, todavía menos, que se exhiba el pésimo ejemplo de una democracia representativa y liberal en las narices de los rusos. El de los demócratas ucranios, que quieren hacer un país nuevo, sin corrupción y con democracia, arrimado en todo a Europa, a la que se sienten defendiendo, armas en mano. Y el de la UE, esos 28 países sin política de seguridad y exterior común, que quieren apoyar a Ucrania sin irritar más de la cuenta a Putin, mantener las sanciones a Rusia pero no dar armas a los ucranios para que se defiendan. El proyecto de la UE irrita a todos y no es seguro que sirva para mantener la frágil tregua de Misnk II y evitar la catástrofe una guerra abierta.

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30 de abril de 2015
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Los catalanes van, los escoceses vuelven

Escocia ya no sirve. Una vez celebrado el referéndum, el nacionalismo escocés ha dejado de interesar al soberanismo catalán. Funcionó muy bien para ejemplificar la idea aislada de un referéndum de secesión autorizado por el Gobierno central. Es decir, era el ejemplo a restregar a Mariano Rajoy por su negativa a aceptar la propuesta de Artur Mas. Pero apenas sirve como espejo después del 18 de septiembre, fecha del referéndum perdido por Alex Salmond. Las derrotas suelen ser poco inspiradoras, y al parecer no lo son ni siquiera cuando tienen, como es el caso de Escocia, los extraños rasgos de una derrota victoriosa, en la que las ideas y los proyectos no alcanzaron la mayoría requerida pero hicieron ostensibles progresos que ahora mismo ya están madurando de cara a las elecciones generales británicas del 7 de mayo. Tampoco inspiran dimisiones como la de Salmond, sustituido sin dilación como líder por Nicola Sturgeon. Y no inspiran sobre todo en países poco proclives a sacar consecuencias de las derrotas electorales. Tampoco está resultando muy inspiradora la nueva trayectoria del Scottish National Party (SNP), probablemente porque ahora se está comprobando lo que entonces no se quería ver, y es la débil relación entre ambas reivindicaciones nacionalistas, las escocesas y las catalanas. Se vio entonces y se ve con mayor claridad ahora: Escocia no perdió el referéndum. Perdió la independencia pero ganó el país en su conjunto, porque consiguió más fuerza dentro del Reino Unido. Escocia quería ante todo ampliar su autogobierno y lo va a conseguir si las elecciones del 7 de mayo para la nueva legislatura de Westminster arrojan los resultados que señalan las encuestas. Y va a obligar, además, quieran o no en Londres, a que la estructura del Reino Unido evolucione hacia el estado federal. Ahora lo que más le interesa al SNP es ser decisivo en Londres, cosa que fácilmente puede conseguir si se confirman los sondeos, que le dan 50 o más escaños sobre 59. Después de barrer a los conservadores de Escocia ?ahora tienen un solo escaño en la actual legislatura de Westminster? se propone barrer a los laboristas, a los que desbordan por la izquierda y están sustituyendo entre los electores de las clases más desfavorecidas escocesas. Sturgeon ha dejado aparcadas tres de las más destacadas propuestas del programa: la autonomía fiscal, el cierre de las bases de submarinos nucleares Trident y un nuevo referéndum de independencia, que ya no son prioridades para esta legislatura, sobre todo de cara a establecer alianzas parlamentarias o de Gobierno con los laboristas, los únicos con los que quiere asociarse. Respecto al referéndum de salida de la UE, su propuesta es la más europeísta y la más consecuentemente soberanista. Los conservadores, obligados por la presión del UKIP, proponen el referéndum de salida sin más; los laboristas quieren congelar toda nueva transferencia de poderes a la UE si no hay un referéndum de por medio; y el SNP exige en cambio una doble mayoría del conjunto del Reino Unido y de las cuatro naciones constituyentes. Esta propuesta presupone que si vencen los tories, convocan un referéndum y el resultado es el Brexit (salida de la UE), entonces los escoceses irán a otro referéndum para salir del Reino Unido y quedarse en la UE. El separatista de un separatista europeo es un unionista... europeo. Algo habrá hecho bien el SNP para que la derrota sea una victoria política e incluso un salto hacia delante en su poder y capacidad de influencia en el conjunto del Reino Unido. Entre las cosas que ha hecho bien está la claridad de sus propuestas de referéndum independentista, que llevó en el programa electoral con el que venció y obtuvo el Gobierno en Escocia y también la precisión de su programa europeo, social, económico y de defensa. Ambas cosas contrastan con la confusión y las ambigüedades perfectamente calculadas de CiU, partido que, a pesar del caracoleo independentista de los tres últimos años, llevará por primera vez la propuesta de independencia en el programa para las próximas elecciones del 27 de septiembre. Salmond peleó en la campaña del referéndum por un modelo de sociedad escocesa independiente, no por una independencia en abstracto. La independencia escocesa es claramente europeísta y de izquierdas, mientras que en Cataluña se nos propone el camino inverso, primero decidir que somos independientes y luego ver qué tipo de país independiente queremos ser. No es fácil confiar en un camino en el que se deja para el final el contenido, que es el modelo de sociedad. No es seguro que los votantes de izquierdas quieran una independencia como la de Singapur, ni que los de derechas la quieran como la de Venezuela. La independencia escocesa es un instrumento para obtener un modelo de sociedad, mientras que la catalana tal como se ha propuesto hasta ahora es un fin en sí mismo, cuyas bondades se presuponen siempre y en cualquiera de los casos. Los catalanes solemos creer que cuando los otros van nosotros ya volvemos, pero el caso escocés parece demostrarnos exactamente lo contrario. No sé muy bien si seremos capaces de mirarnos de nuevo en este espejo y aprender algo de Escocia.

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27 de abril de 2015
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Las facturas de Libia

El estropicio fue enorme. No hay decisión más grave ni que exija mayor responsabilidad como el uso de la fuerza. Quienes decidieron usarla en Libia en mayo de 2011, con el objetivo de frenar la represión de la revuelta popular contra Gaddafi, no midieron las consecuencias. Buena parte de las tragedias de ahora, incluyendo la oleada de inmigrantes que intentan llegar a las costas europeas, se deben a aquella decisión que tomaron fundamentalmente dos líderes europeos, David Cameron y Nicolas Sarkozy. Los bombardeos de la OTAN no destruyeron únicamente los aviones y blindados del coronel Gaddafi. Salió malparada la responsabilidad de proteger, el principio de Naciones Unidas que permite intervenciones militares para evitar matanzas de poblaciones civiles. El Consejo de Seguridad había aprobado los bombardeos, con la benévola abstención de Rusia y China, exclusivamente para evitar que Gaddafi siguiera reprimiendo las protestas, pero no para derrocarle, que es lo que hicieron además de abandonar el país a su suerte, sin ni siquiera intentar reconstruirlo como hizo Washington en Irak a partir de 2003. Gracias a la operación de la OTAN en Libia, no pudo haber operación alguna en Siria, donde fue más evidente la agresión del régimen sobre su población, hasta derivar en una guerra civil todavía en curso. También gracias a Libia, Putin ha contado con un argumento para defender la anexión de Crimea mediante una sigilosa operación militar sin uso de la fuerza. Pero la peor factura, resultado del vacío de poder, es el país fragmentado y convertido en la plataforma utilizada por las mafias para encaminar hacia Europa a los millares de personas que escapan de las guerras, el hambre, la miseria y las amenazas terroristas. Desde Libia también han salido armas y terroristas hacia todo África, especialmente Malí y Nigeria, pero en la Siria vacunada contra intervenciones de Naciones Unidas ha tomado forma el Estado Islámico. Detrás de una catástrofe no suele haber nunca un solo fallo, sino una constelación. Todo lo que puede ir mal va mal hasta producir la tormenta perfecta. Parece una evidencia que sustituir la operación de rescate Mare Nostrum por la menos costosa y solo de vigilancia denominada Tritón, para evitar los efectos llamada, ha tenido efectos peores en el incremento del riesgo de naufragio para las barcazas. Este error se puede y debe corregir, como ya ha decidido la UE, pero más difícil de corregir son los errores anteriores. Y el que más, peor que la guerra de Libia, es el que está en el origen mismo de estas migraciones masivas, como es la diferencia de rentas, demografía y estabilidad política que hay entre Europa y África. Es una sima sin igual en el mundo, se llama Mediterráneo y corresponde a una política europea que brilla por su ausencia, y por eso nos pasa esas insoportables facturas en vidas humanas. 

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26 de abril de 2015
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Tropezar con Rusia

Cualquier cosa que Bruselas quiera hacer, tropieza con Rusia. Y todos sabemos que nunca sale gratis. Lo sabe Bruselas y lo sabe Washington. Por ejemplo, a la hora de frenar la huida masiva de refugiados desde las costas de África hacia los puertos europeos. La guerra civil a varias bandas que está destrozando Siria no terminará sin la ayuda de Rusia, potencia que sostiene y apoya al régimen de Bachar El Asad. Allí está el epicentro activo de un seísmo con réplicas colosales como la amenaza creciente del Estado Islámico y el consiguiente movimiento centrífugo de población que huye de la barbarie y de la muerte. La resolución del Consejo de Seguridad que España promueve para inutilizar las barcazas en la costa antes de que partan, una intervención militar al fin y al cabo, no se puede hacer sin la aquiescencia de Moscú. Europa debe incluso mirar al Kremlin por el rabillo del ojo mientras resuelve la crisis griega. Y todavía más en la negociación para evitar el arma nuclear iraní: véase cómo ha roto el embargo antes de que culmine la negociación con la venta a Teherán de misiles S-300 que dificultarían el ataque a sus instalaciones nucleares en caso de incumplimiento. No es extraño que la Unión Europea tropiece con Rusia a cualquier paso. A ojo de pájaro geopolítico, Europa es solo un extremo de la gran masa continental euroasiática que tiene a Rusia como potencia central con una vocación hegemónica. Ahora está en recesión por la caída del precio del petróleo, sus proyecciones demográficas son penosas y su economía está corroída por la corrupción política y la ineficiencia. Pero tiene el arma nuclear, el derecho de veto en el Consejo de Seguridad y un tipo con pretensiones imperiales al frente. Hay que contar con Rusia, pero sus abusos no pueden quedar sin respuesta. Donde debiera estar más claro es en Ucrania, donde ha violado y viola casi a diario la regla de juego. Lo hizo con la anexión de Crimea; luego con su descarado apoyo a las milicias prorrusas que se han hecho fuertes en la cuenca de Donbas; y lo puede hacer de nuevo esta primavera, como temen los ucranios, con una ofensiva para abrir un corredor terrestre hasta Crimea. No hay que esperar a la tercera agresión para incrementar las sanciones contra Putin. Esta vez la Comisión Europea ha querido tropezar con Rusia, como demuestra el proceso abierto contra Gazprom en Bruselas por abuso de posición dominante. Y lo ha hecho cargándose de razón y de razones, en un territorio que le es propicio, como es el de la competencia, es decir, el del mercado único, donde la UE demuestra que cuando quiere es poderosa y sabe enfrentarse con todos, sea Google, sea Gazprom. Europa no puede suministrar armas a Ucrania, tal como pide Kiev, pues es una competencia exclusiva de cada uno de los 28 socios, pero puede hacer otras cosas. Rusia obliga a Bruselas, y también a Washington, a la contorsión que significa buscar a la vez los acuerdos y castigar los abusos. Veremos si sabrán sostenerla.

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23 de abril de 2015
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Formato Barcelona

Barcelona dio nombre hace 20 años al marco de relaciones entre los países de la Unión Europea y el sur del Mediterráneo. Con la Declaración de Barcelona, adoptada por la Cumbre de Barcelona en noviembre de 1995, empezó el Proceso de Barcelona, que debía extender a toda la región el área de paz, seguridad y prosperidad que era entonces y que sigue siendo, a pesar de los pesares, la orilla norte. El objetivo está ahora más lejos que hace dos décadas. Hay guerra en Libia y Siria, dos países ribereños. El terrorismo ha incrementado sus actividades en ambas orillas. Un alud migratorio llega a las costas europeas, sobre todo a través de Italia, mientras crece el número de refugiados en los países árabes que huyen de los conflictos y genocidios. El Mediterráneo es un inmenso cementerio donde reposan millares de africanos, ahogados antes de llegar a las costas europeas. El Proceso de Barcelona fue una iniciativa principalmente española, para que la UE prestara algo más de atención a su flanco sur en el momento en que monopolizaban toda los recursos los países del desaparecido bloque soviético. A lo poco conseguido se juntaron en su día los sueños de grandeza del presidente francés entre 2007 y 2013 Nicolas Sarkozy, descontento con la pérdida de protagonismo de su país en Europa. El Proceso de Barcelona ya no le servía. Había que construir algo nuevo, solo mediterráneo, donde Francia sería el socio esencial. Y así fue como desapareció el Proceso y surgió la más modesta Unión para el Mediterráneo en 2008, para construir solidaridades entre las dos orillas a partir únicamente de proyectos concretos. Gracias de nuevo a la persistencia española, Barcelona se quedó con la sede de la UpM, radicada en el palacio de Pedralbes, donde un equipo de altos funcionarios de los países miembros trabaja a las órdenes del diplomático marroquí Fathallah Sijilmassi. Y también la cumbre de ministros de Exteriores que se ha celebrado esta semana, aunque los anfitriones, Artur Mas y Mariano Rajoy, tuvieron el detalle de discutir en público si eran galgos o podencos, si Barcelona es solo capital europea y mediterránea o si es la capital española del Mediterráneo. Desde 2008 no se reunían los ministros europeos y mediterráneos, a pesar de que no faltaban motivos para abordar las lacerantes ausencias de paz, de seguridad y de prosperidad que sufre la región. Para empezar a enderezar el rumbo torcido del Mediterráneo algo podrían servir este tipo de reuniones, celebradas anualmente bajo este mismo formato, al estilo de los llamados Gymnich, por el nombre del palacio alemán donde se reunieron informalmente por vez primera en 1974 los ministros de Exteriores de la UE antes de una decisiva cumbre europea. 

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19 de abril de 2015
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Iconografía del terror

El prisionero arrodillado y enfundado en una blusa de color naranja y el guerrero vestido de negro y enmascarado, cuchillo en mano, dispuesto a degollarle, componen la estampa con la que el Estado Islámico difunde su propaganda para reclutar a jóvenes ávidos de sangre y aterrorizar al resto de los mortales. El nutrido grupo terrorista que encabeza el iraquí Abubaker al Bagdadi, varios millares de combatientes organizados en un buen número de países, se diferencia en muchas cosas de Al Qaeda ?la organización que dirigió Osama bin Laden y encabeza ahora Ayman al Zawahiri?, pero una de las más notables es iconográfica. En la postal que definía a la ya vieja Al Qaeda, fundada probablemente en 1989, y ahora en franco declive frente al Estado Islámico, veíamos a unos tipos vestidos con los hábitos salafistas de los piadosos compañeros del profeta, con el Kaláshnikov en los brazos naturalmente, ante una cueva de una remota región montañosa. Al Qaeda reclutaba y entrenaba a los jóvenes que querían revolverse contra el mundo impío occidental y sobre todo contra quienes había mancillado el territorio sagrado del islam, inspirándose en la lectura coránica y en las azoras de contenido más belicista. El Estado Islámico, en cambio, busca su iconografía en el pasado más reciente, y lo que es más astuto, en las actuaciones del enemigo occidental en Irak. El califa autoproclamado Al Bagdadi en el púlpito de la mezquita de Mosul, con ese reloj de pulsera que no puede ocultar, impresiona mucho menos que los iconos extraídos de la guerra global contra el terror, que son el prisionero de Guantánamo o Abu Graib, encapuchado y con blusa naranja, y el marine o el agente privado, armado hasta los dientes, enmascarado y enfundado en su mono negro de combate. Obama ha sacado a la Cuba de los Castro del limbo internacional y está a punto de hacer lo propio con el Irán de los ayatolás. Entraba en sus propósitos, pero no prometió ninguna de las dos cosas. Sí era una promesa electoral en cambio la clausura de la prisión de Guantánamo, donde todavía quedan unos 120 detenidos. Sigue funcionando, por tanto, el icono de la blusa naranja como símbolo del limbo jurídico y de una represión sin normas ni control. También sigue funcionando el otro icono, el del soldado exterminador de civiles, transmutado en los últimos años en drones que asesinan ciegamente. Y esto a pesar de que la justicia estadounidense, cuando puede, cumple con su deber, como ha sido el caso de la cadena perpetua y las penas de 30 años impuestas a cuatro mercenarios de la compañía de seguridad Blackwater, la principal contratista privada durante la ocupación de Irak, acusados de una de las peores matanzas de toda la guerra, la de 14 civiles en una plaza de Bagdad en 2007. A Obama le servirá de poco, pero vale la pena que cunda el ejemplo.

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16 de abril de 2015
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Cataluña yihadista

Las noticias más recientes no admiten bromas. El grupo terrorista desarticulado por los Mossos d'Esquadra preparaba unos atentados que pretendían colocar a Barcelona en el mapa de la yihad emprendida por Al Qaeda y el Estado Islámico para imponer su califato y extenderlo, primero a las actuales tierras de mayoría musulmana, pero después a los territorios irredentos, que en algún momento de la historia fueron parte de la umma, es decir, la comunidad de creyentes musulmanes. Cataluña, que nadie se engañe, está en el mapa de Al-Andalus que manejan tales fanáticos. Europa entera se encuentra en su punto de mira, puesto que a los territorios irredentos añaden los derechos que genera la implantación de poblaciones inmigradas de países islámicos, que contarán muy pronto con capacidad de influir en el rumbo político de sus respectivos países. Las reacciones xenófobas e islamófobas son la otra cara de las pretensiones yihadistas. Unos pretenden islamizar Europa mediante el terrorismo y los otros defenderse de la islamización extendiendo las responsabilidades del terrorismo sobre toda la población islámica europea. Unos y otros se retroalimentan y encajan perfectamente en un juego violento que erosiona directamente los valores europeos. Muchos son los interrogantes que plantean las últimas actuaciones yihadistas. El más llamativo es el reclutamiento de nativos que se han convertido muy recientemente al islam y enseguida aparecen ya como cabecillas, sin pasar ni siquiera por las redes de proselitismo y de observancia religiosa del lugar donde viven. Tal hecho permite pensar que el yihadismo muta hacia una especie de ideología terrorista antioccidental, a disposición de quienes puedan sentirse desengañados por otras ideologías ultras de derecha o de izquierda, y que se desenvuelve perfectamente a través de las redes sociales y del asociacionismo más privado --en las reuniones del llamado tupperislam. No es un misterio, sino un argumento irresponsable, la vinculación entre los brotes de yihadismo desarticulados en Cataluña y el movimiento soberanista establecida por el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y luego apoyada por algunos diarios madrileños con una bien pobre exhibición de fuentes y pruebas. Hay datos que no admiten discusión. En Cataluña hay proporcionalmente mayor número de ciudadanos, inmigrantes o no, de religión musulmana que en el resto de España, a excepción de Ceuta y Melilla. También hay, lógicamente, mayor número de oratorios y centros de culto. Y en buena correspondencia, es mayor la proporción de imames y creyentes salafistas, que practican un islam rigorista, atendiendo a la estricta literalidad del Corán y de los hadizes o dichos de Mahoma. Nos pueden ayudar a entender la evolución religiosa de nuestras sociedades, incluidas la catalana y la española, dos recientes encuestas, una del Pew Research Center, una de las más prestigiosos instituciones demoscópicas de Estados Unidos, referida a la evolución de las religiones en el mundo desde 2010 hasta 2050, y otra mucho más modesta sobre las actuales creencias de los catalanes, del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat. La encuesta del Pew Center ofrece algunas conclusiones relevantes, la más destacada que el número de musulmanes en el mundo llegará a igualar al de cristianos en 2070 e incluso lo superará en 2100. El planeta del siglo XXI será cada vez más bipolar, monopolizado por las dos grandes religiones, que suman ahora un 55% de la población mundial, pero estarán en el 61% en 2050 y alcanzarán el 69% en 2100. Tal situación va a favorecer sin duda la competencia, a veces en manos de quienes querrán tomar ventaja por las armas. Pero el motor del cambio no son el proselitismo ni la yihad, sino la fertilidad, mayor en el islam que en todas las otras religiones; el incremento de las expectativas de vida; la estructura de edad de la población; y en menor medida las migraciones y los cambios de religión. La encuesta confirma algo que ya sabíamos y que desmiente los temores apocalípticos de los identitarios europeos: los musulmanes se mantendrán en torno al 10% de la población europea. Es cierto que la cifra no está muy lejos del umbral actual en algunos países. En Cataluña, por ejemplo, según las cifras del CEO, los creyentes islámicos ya son el 7'3%, frente al 56'1 del conjunto de cristianos y el 30 de no afiliados (agnósticos, ateos y otros). Si ponemos en correlación ambas encuestas, veremos que la composición de la población catalana en cuanto a creencias es muy similar a la que ofrece actualmente Francia (63% cristianos, 7'5% musulmanes, 28% no afiliados) e incluso la que tendrá Europa en 2050 (65'2% cristianos, 10'2% musulmanes, 23'3 no afiliados). España registra en 2010 un 78'6% de cristianos, un 2'1% de musulmanes y un 19% de no afiliados, mientras que en 2050 (65'2, 7'5 y 26'5) se acerca muchísimo a lo que es ya hoy Cataluña. Aclaremos que no hay derecho a conectar el terrorismo con el islam como religión y como comunidad de creyentes, como no lo hay a conectarlo con el independentismo, como posición política y como movimiento. En sentido estricto, tampoco hay una relación de causa y efecto entre prácticas salafistas y yihadismo, aunque la correlación, probablemente formulable incluso matemáticamente, es más que probable. Si en Cataluña hay más salafismo, y por ende, más yihadismo, es por motivos históricamente muy conocidos de mayor similitud e incluso de posición avanzada respecto a las tendencias del conjunto de Europa, por más que algunos quieran invertir estos hechos para convertirlos en motivo de discordia y denigración.

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13 de abril de 2015
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Los muchachos contra los cruzados

Ellos ya han dominado un territorio, también remueven fronteras y quieren reavivar el califato, y todo mucho antes de que Abu Bakr al Bagdadi, el caudillo del Estado Islámico, apareciera en la gran mezquita de Mosul el pasado junio para anunciar a los musulmanes de todo el mundo que al fin tenían a quien obedecer como máxima autoridad política y religiosa descendiente de Mahoma: él mismo. Son como el Estado Islámico antes del Estado Islámico, en una geografía que solo el golfo de Adén separa de la península Arábiga donde todo empezó. Nacieron en Somalia, directamente de un Estado fallido, quizá el más fallido de los Estados fallidos, al revés que muchos yihadistas, nacidos para destruir los Estados existentes. Somalia, de vida miserable y agitada por golpes militares y guerras, se derrumbó del todo al terminar la Guerra Fría. Primero llegaron los señores de la guerra; luego, el régimen de los Tribunales Islámicos, y detrás, los últimos, los muchachos, Al Shabab en árabe, adscritos enseguida a Al Qaeda. Allí naufragaron hace dos décadas las Naciones Unidas y especialmente el contingente de marines de Estados Unidos diezmado en Mogasdicio. Bajo el título de Black Hawk derribado lo narró un filme que fue éxito en taquillas y propaganda contra futuras operaciones de mantenimiento de la paz. De aquella desolación salieron los muchachos. También la piratería que asaltó y secuestró petroleros y transportes, hasta obligar a la organización de una fuerza marítima internacional. Al Shabab está en decadencia en Somalia, geografía acreditada como la más peligrosa del planeta. Por eso los muchachos se dedican a la vecina Kenia, donde no les faltan los estímulos para su pulsión asesina. Cuentan con una abundante población de refugiados o de origen étnico somalí. También con el irredentismo territorial de una Gran Somalia que penetra en Etiopía, pero también en Kenia. Y quieren sobre todo castigar al Gobierno de Nairobi para que no siga interviniendo con la Unión Africana para poner orden en el país vecino. Y de ahí esos atentados de precisión diabólica, como el asesinato de 148 escolares cristianos en Garissa el pasado 2 de abril. Desde el otro flanco del continente, Boko Haram realiza idéntica labor en Nigeria. Ambos atacan a dos economías punteras, explotan las divisiones étnicas y religiosas y cuestionan las fronteras coloniales, con la misma coartada religiosa que el Estado Islámico y Al Qaeda, que asesinan cristianos coptos en Egipto o siriacos en Irak. Los cruzados, que es como ellos llaman a los cristianos, son el emblema de un programa de odio antioccidental que busca la secreta o a veces explícita complacencia de todos los musulmanes, con el señuelo del regreso de los tiempos en que la civilización islámica se imponía por su superioridad en todos los campos, también militar. 

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12 de abril de 2015
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Puro Netanyahu

Prefiere dejar las cosas como están. Le conviene más la amenaza que el camino para la desaparición de la amenaza. Dice que el acuerdo con Irán no es bueno y que hay que mejorarlo. Pero todos sabemos que no quiere que haya acuerdo alguno. De ahí que pida la luna: incluir el reconocimiento de Israel por Teherán, un argumento de una debilidad extrema, que el ex negociador iraní Seyed Hussein Mousavian desmontaba ayer en estas mismas páginas: de acuerdo, y que Israel reconozca en justa correspondencia al Estado palestino. Estamos ante la repetición de la misma jugada dos décadas después. Los halcones, con Netanyahu en cabeza, tampoco querían los acuerdos de Oslo (1993 y 1995), que debían conducir a un tratado de paz y a la autodeterminación palestina. Primero los rechazaron y luego decidieron aceptarlos de boquilla y boicotearlos en los hechos, especialmente sobre el territorio palestino, mediante la colonización. Los acuerdos de Oslo tenían muchos defectos, como los tienen los de Lausana sobre el programa nuclear iraní. Recibieron críticas de los radicales de ambas partes, israelíes y palestinos. Eso sí, abrían las puertas a un proceso. Pero de futuro incierto, que había que ir ganando día a día. Eran, como los de ahora, la alternativa al mal mayor. En frase famosa de Churchill, mejor jaw-jaw que war-war, es decir, mejor darle a la lengua que al gatillo. Eso es todo. Lo peor que le ha pasado a Netanyahu es que se ha quedado solo con su war-war. Nada entusiasmaba tanto a los halcones como la frase amenazante de que todas las opciones estaban encima de la mesa. La eventualidad de un bombardeo era lo único que les permitía justificar la continuación de la negociación. A Netanyahu no le interesa un Irán que deje de ser amenazante, se integre en la economía global (están salivando ya las grandes firmas mundiales de la energía y del consumo) y proyecte todo su peso geopolítico. Un Irán así, ahora difícil de entrever, obliga también a Israel a cambiar, ante los palestinos y en relación a su oculta y potente arma nuclear. Netanyahu, a 20 años vista, ha vencido a Oslo. El precio es inmenso (en vidas humanas, con la de Rabin en primer lugar), pero puede crecer todavía si termina haciéndose incompatible la democracia israelí con la identidad judía de Israel. La jugada de Obama con Irán es envolvente y conduce a superar la derrota de Oslo con esta apuesta mayor, cuyo desenlace deberá tropezar necesariamente con los palestinos. El conflicto palestino no es la causa universal de todos los conflictos, como pretende una cierta visión ingenua de la región, pero no habrá paz, estabilidad e integración regional, Israel incluida, sin la resolución del contencioso palestino. Washington ha virado definitivamente con Obama. La democracia no llegará por los cambios de régimen promovidos por la fuerza sino por las reformas que facilitan la diplomacia, la cooperación y la apertura económica.

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9 de abril de 2015
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