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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Una partida de go sobre el tablero asiático

El go es un juego estratégico. Cada jugador debe conquistar el mayor número de casillas en un tablero de 19 por 19 mediante la colocación de sus piezas, negras y blancas, una en cada jugada, de forma que rodeen y ahoguen a las del adversario. Las partidas son lentas y sin sobresaltos. Las victorias no son súbitas, sino por incremento del territorio conquistado: al final hay que contar las casillas de cada uno para saber quién gana.

Un juego similar es el que se está produciendo sobre el tablero asiático entre los dos adversarios estratégicos del siglo XXI, que son China y Estados Unidos. Es bien clara la secuencia de acontecimientos, o si se quiere de jugadas, solo en lo que va de año.

El 6 de enero, Corea del Norte realizó su cuarta prueba nuclear, presentada por el régimen como la detonación subterránea de su primera bomba de hidrógeno o de fusión, de mucha mayor capacidad destructiva que la fisión nuclear. El 7 de febrero dio un paso más con el lanzamiento de un cohete de largo alcance, capaz de llegar hasta territorio americano, bajo la excusa de que se trataba de colocar un satélite en la órbita terrestre. La respuesta no se hizo esperar. Corea del Sur ha pedido a Estados Unidos la cobertura de un sistema de defensa antimisiles y ha cerrado la zona industrial de Kaesong, en territorio norcoreano, donde sus empresas emplean a trabajadores del norte. Washington ha mandado aviones bombarderos B-52 y cazas invisibles (Stealth) a sobrevolar Corea del Sur en acciones simbólicas de apoyo y anuncia sanciones contra Pyongyang. También las prepara el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aunque habrá que esperar los matices que puedan introducir chinos y rusos.

Corea del Norte es el único país firmante del Tratado de No Proliferación (TNP) que se ha retirado formalmente de su compromiso. También el único que ha realizado pruebas nucleares en el siglo XXI, en flagrante incumplimiento de las resoluciones internacionales. Esta es la segunda bomba lanzada por el actual líder, Kim Jong-un, de 33 años, tercer dirigente de la dinastía comunista al cargo del llamado reino ermitaño desde 2012.

La familia comunista reinante de los Kim dedujo de las experiencias de Sadam Husein y Gadafi que la única garantía de supervivencia es un arma nuclear a punto de usar. Husein no llegó a alcanzarla y Gadafi renunció a hacerlo, y ya se vio cómo les fue. Todas las energías de Kim Jong-un se concentran en su obtención para asentar su poder personal dentro y utilizar la amenaza fuera. El último de los Kim cuenta con una larga experiencia de su padre y su abuelo en el uso combinado de la diplomacia y del chantaje para obtener concesiones occidentales desde una posición de debilidad.

La progresión de este programa nuclear sitúa a Corea del Sur y Japón en la difícil tesitura de exigir mayor protección de Estados Unidos o, en caso contrario, plantearse la posibilidad de obtener el arma nuclear en contravención del TNP. China no puede admitir ninguna de las dos opciones y no tiene más remedio que acogerse a la interpretación más apaciguadora de la exhibición nuclear norcoreana: no hay que exagerar, la prueba termonuclear es una bravuconada, y el misil de largo alcance, un simple lanzamiento de un satélite orbital.

El desafío coreano es un revés a la política antiproliferación tras el éxito conseguido con Irán, verificado precisamente el 16 de enero entre las dos pruebas norcoreanas. El pacto nuclear con Teherán ha demostrado la eficacia del régimen de sanciones combinado con el mantenimiento de una amenaza de bombardeos aéreos contra las instalaciones en caso de fracaso de las conversaciones.

El palo y la zanahoria está visto que funcionan en un país como Irán, que cuenta, a pesar de la rígida dictadura de la casta clerical, con una sociedad civil cada vez más activa, un pluralismo político restringido dentro del régimen y una economía que necesita la apertura para atender a una población urbana en ascenso y con aspiraciones de alcanzar a las clases medias globalizadas. En el caso de Corea, en cambio, la dictadura es estrictamente familiar, todo atisbo de sociedad civil ha sido destruido, no hay pluralismo de ningún tipo y la única economía viable es la utilización de la amenaza nuclear para obtener recursos.

La auténtica e indirecta respuesta china al envite norcoreano ha llegado con el despliegue de misiles tierra-aire con 200 kilómetros de alcance en la isla de Woody, uno de los peñascos del archipiélago de las Paracelso, cuya soberanía también reivindican Taiwán y Vietnam. La noticia se conoció en la cumbre EE UU-ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático), celebrada en California los días 15 y 16 de febrero, y no hay duda que desencadenará la habitual respuesta de Washington, consistente en mandar su flota o sus aviones para que reivindiquen en los hechos la libertad de navegación y de sobrevuelo sobre las aguas disputadas por Pekín.

Taiwán y Corea del Norte, tan lejos una de otra y tan dispares, sobre todo en bienestar, libertades y riqueza, son piezas simétricas de un sistema de equilibrios en el que nada se mueve en un punto que no tenga repercusión en el otro. La isla de soberanía reivindicada por China es prooccidental, mientras que Corea del Norte tiene como único amigo y aliado a China. En Taipéi acaba de ganar las elecciones una presidenta independentista, mientras que en Pyongyang reina un joven monstruo totalitario en medio del mayor misterio sobre las bases de su poder. En ambos casos hubo una guerra civil que condujo a la separación y está viva la idea de una improbable reunificación, la isla con China y Corea del Norte con su hermana del sur.

Según el historiador Robert Kaplan, ?fue la guerra de Corea entre 1950 y 1953, con la épica participación de China, lo que salvó a Taiwán de una invasión desde el continente en un momento en que el régimen de Chiang Kai-shek era muy vulnerable? (Asia?s Cauldron. The South China Sea and the End of a Stable Pacific, Random House). Cuando EE UU avanza sus piezas en la península coreana, ante la petición de auxilio de sus aliados (Seúl y Tokio), China avanza también las suyas en el mar del Sur de la China frente a Taiwán. El go, definitivamente.

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22 de febrero de 2016
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El califato, más cerca

Si cae Raqqa, la capital del califato, Sirte puede ser la alternativa. Libia, después de Siria. En línea recta, a 1.200 kilómetros de Roma en vez de 2.400.

Hay indicios de que los dirigentes del califato terrorista tienen la vista puesta en la ciudad donde nació Gadafi, actual feudo donde ya están implantados. Es más intenso que nunca el tráfico de combatientes en dirección a Libia, a donde los reclutadores dirigen las nuevas levas, entre otras razones por las crecientes dificultades para llegar a Siria desde Turquía. También hay un incremento de la acción terrorista, con ataques a instalaciones petrolíferas, en busca de fuentes de financiación.

La Libia actual, con dos parlamentos que se disputan la legitimidad, uno en Trípoli y otro en Tobruk, y fragmentada entre clanes tribales, es un paraíso para los grupos y bandas armadas. Desde la caída de Gadafi, en verano de 2011, se ha convertido en un auténtico hub bélico, que ha diseminado armas y combatientes por todo el vecindario. Cuenta con la golosina del petróleo, recurso básico para la financiación del ISIS. Y cuenta también con el efecto intimidatorio de una amenaza más próxima, no tan solo para la realización de atentados en Europa sino también para utilizar sus costas para el tráfico de personas.

Dos factores contribuyen a la idea de una mudanza del califato. La eventualidad de un desenlace de la guerra siria tras el giro en favor de Bachar El Asad gracias a la intervención rusa y los avances hacia un gobierno de unidad libio patrocinados por Naciones Unidas. Ambos factores son igualmente inciertos. La consolidación del régimen alauita situaría al ISIS en el punto de mira de un mayor número de sus adversarios, distraídos ahora en las contradicciones que les dividen; pero no es seguro que las obturara totalmente, sobre todo a la vista del enconamiento entre Turquía y los kurdos. A su vez, la formación del Gobierno de unidad libio, acordada ya en diciembre en Marruecos, está sometida a constantes dilaciones por falta de aprobación por parte de uno de los dos parlamentos implicados.

La peor desgracia sería que el califato terrorista se adelantara con la mudanza a la instalación de un gobierno legítimo y reconocido en Trípoli. Libia necesita formar y entrenar unas nuevas fuerzas de seguridad, controlar las fronteras terrestres --para evitar la infiltración de terroristas y el tráfico de armas-- y navales --para evitar el tráfico de personas--, y erradicar el núcleo del ISIS, tarea para la que probablemente no bastan la aviación y los drones. Esto no sucederá sin una implicación de Estados Unidos y Europa que puede incluir fuerzas terrestres, lo peor de lo peor para la opinión occidental tratándose de guerras.

En caso contrario, conocemos las consecuencias: el califato, más cerca. A mitad de distancia desde donde está ahora hasta Roma, la ciudad amenazada por el ISIS a través de su revista Daqib, con esa portada de su cuarto número en la que vemos la plaza de San Pedro con la bandera negra islámica ondeando en la cima del obelisco.

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18 de febrero de 2016
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La historia no es para cínicos

Este no es un libro de historia. No lo era tampoco ?Diplomacia?, antecedente y primera gran incursión histórica y política a la idea de un orden global por parte de Henry Kissinger, publicada hace 20 años. El viaje de la academia a la política no suele tener billete de vuelta. Y menos cuando la acción es tan intensa y controvertida como es el caso. Es difícil que el regreso transcurra por los caminos de la objetividad y del rigor académico, cuando hay pecados a justificar, cuentas a pagar e incómodos escollos a rehuir.

La reflexión que surge de la acción encuentra en las memorias su camino más adecuado e incluso su aportación más honesta, en forma de testimonio y en casos singulares como ocasión de confesión y arrepentimiento. A pesar de la dificultad, no se le puede reprochar a Kissinger que no lo haya intentado y con éxito. Ahí están, impresionantes e imprescindibles, discutibles también, sus tres volúmenes memorialísticos: ?Los años de la Casa Blanca? (1979), ?Años de convulsión? (1982) y ?Años de renovación? (1999).

Sí se le puede reprochar y se le han reprochado, en cambio, las deficiencias historiográficas y elipsis de su ?Diplomacia?, libro de 1994, escrito al terminar la guerra fría, y ahora se le podrían hacer los mismos o análogos reproches por su ?Orden mundial?, de 2014, que acaba de publicarse en una traducción (algo descuidada) al español y que en buena parte recorre por segunda vez idénticos problemas y conceptos con idéntica sagacidad e inteligencia. No lo hará el autor de estas líneas y bastará para ello con retomar dos frases de un eminente historiador de Harvard, la misma universidad donde Kissinger se hizo como intelectual y académico.

?Leyendo ?Crisis mundial 1914-1918? de Winston Churchill, Arthur Balfour la llamó ?una autobiografía disfrazada de historia del mundo?. ?Diplomacia? de Henry Kissinger es un libro de máximas disfrazado de historia del arte de gobierno. Las máximas con frecuencia son espléndidas. La historia no lo es?. Así empezaba la crítica del profesor Ernest May, ya desaparecido, en el New York Times (3 de abril de 1994). Y añadía: ??Diplomacia? recuerda los ?Discursos? de Maquiavelo. Maquiavelo también hacía comentarios de historia ?la de la república romana. Pero se equivocaba en detalles y distorsionada ampliamente la historia de Roma (?) Sin embargo, no leemos los ?Discursos? para saber de Roma. Leemos el libro ahora por lo que nos cuenta sobre Maquiavelo mismo y su sabiduría. Las futuras generaciones leerán ?Diplomacia? por razones análogas?.

La actual incursión ensayística seguro que es menos desabrochada que la primera en los detalles históricos, probablemente porque es mayor el trabajo de equipo movilizado detrás de un gran hombre que bordea los 90 años cuando se decide a tomar de nuevo la pluma. Pero también tiene menos atractivos. ?Diplomacia? estaba mejor escrita, quizás escrita con más brío, o simplemente más escrita. También fue una aportación más fresca e innovadora, que atrajo la atención del gran público y divulgó unos conceptos sobre la política exterior de Estados Unidos que actualmente ya forman parte de la cultura periodística general.

Dos son las ideas centrales de ?Orden global?, libro basado todo entero en el paradigma de orden europeo surgido de la Paz de Westfalia (1648), tan apreciado por el autor. La primera, la necesidad de un mundo gobernado a través de un equilibrio de poderes, en el que rigen los intereses nacionales y no los ideales y valores. La segunda, el carácter excepcional de EE UU, que debe seguir uniendo el poder como fuerza geopolítica indispensable y la legitimidad como modelo de sociedad libre. Ambas ideas, perfectamente kissingerianas, se ven ahora atemperadas por la globalidad multipolar o incluso apolar y también por la melancolía de la ancianidad: ?En mi juventud, yo tenía el descaro de creerme capaz de pronunciarme sobre el ?sentido de la historia?. Ahora sé que el sentido de la historia es algo que debemos descubrir, no proclamar?.

?Orden global? no es un libro de historia, pero es un magnífico ensayo sobre el desorden político internacional, más valioso e incluso emocionante si se tiene presente que la voz que nos habla, ahora más escéptica que cínica, es la de uno de los diplomáticos e intelectuales que han dejado una huella más perceptible en la forma de nuestro mundo.

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16 de febrero de 2016
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La dimensión de la tragedia

Que era tragedia se vio al instante con la confesión. Una de las personalidades políticas más prestigiosas del país decide de pronto arruinar su imagen y manchar su trayectoria de padre de la patria e incluso de héroe nacionalista. Si de joven se juramentó para entregar su vida familiar a la causa, ahora anciano lo sacrifica todo para salvar a los hijos de la justicia, sin atender al futuro del partido que fundó, al momento que vive el nacionalismo --el procés--, ni a la herida profunda y quien sabe si letal infligida a la ideología catalanista a la que tanto contribuyó.

Más difícil es calibrar su alcance y dimensión, e incluso seguir reconociéndola como tal tragedia en el paisaje de escándalos que se ensancha hasta ocuparlo todo. Estas imágenes del ex presidente y su esposa que desfilan a la entrada y la salida de la Audiencia Nacional, convocados como investigados por blanqueo de dinero y bajo la sospecha de participar en una organización criminal, serían percibidas de otra forma sin el contexto del juicio del caso Noos, que afecta a la familia real, y del alud de putrefacción que se está llevando por delante al PP en sus principales feudos valencianos y madrileños.

El ex presidente Artur Mas, y con él Convergència entera, siguen aferrados al argumento fraguado en las primeras horas: es un asunto privado y de alcance familiar, del que nada quieren saber en cuanto a responsabilidades y consecuencias. Más tarde hablaremos de la dimensión cuantitativa, pero en lo que atañe a la cualitativa, el caso Pujol es peor que el de cualquier otro partido porque afecta a la idea de Cataluña y a los valores que Pujol predicaba y luego no practicaba y al programa político e ideológico del catalanismo que ha sido hegemónico hasta ahora.

No importa el rango de los personajes: Rodrigo Rato ha sido vicepresidente del Gobierno y director del FMI, Cristina de Borbón es infanta de España y séptima en la línea de sucesión; pero nadie como Pujol ha engañado tanto, sobre todo a los suyos. Xavier Bru de Sala ha encontrado una magnífica fábula en el Libro del Éxodo para explicar hasta dónde llega la traición: sería como si Moisés, al bajar del Sinaí donde Dios le entrega las tablas de la ley, después de destruir el becerro de oro y reprimir a los idólatras, y ya dentro de su tienda y fuera de la mirada del pueblo, adorara al dios del dinero y del desenfreno (Pujol contra los valores de Cataluña, El Periódico, 12-2-2016). Con un Moisés así, el pueblo elegido seguro que no habría llegado a la tierra prometida.

La palabra de Pujol, después de la confesión, vale muy poco. Pero todavía se devalúa más cuando acredita la mentira ante los tribunales. La coartada para explicar el documento de su puño y letra, en el que se reconoce como propietario de la cuenta en Andorra después de haber dicho que no tenía cuentas en el extranjero, no deja alternativa: mintió si el documento es auténtico y mintió mezquinamente a su nuera si el documento era para favorecer a su hijo en el trámite del divorcio. Todo era mentira: personalismo cristiano de puertas afuera y frío maquiavelismo en la vida real.

Luego está la dimensión cuantitativa, en la que no pudo entrar la comisión de investigación, que tuvo como único mérito ofrecer un retrato de familia de notable valor pedagógico. Las cantidades manejadas por la justicia son todavía muy limitadas --1'8 millones del legado, que se convierten milagrosamente en ocho con el tiempo; 11'5 millones de pagos por supuestas comisiones--; aunque la UDEF (Unidad de Delitos Fiscales y Económicos) se encarama sin documentarlas hasta cantidades mucho mayores. La prolongadísima presidencia de Pujol y el elevado número de hijos acampados en las inmediaciones del gobierno durante tantos años, precisamente los de construcción de una administración autonómica tan potente como la catalana, debieran ser el estímulo para la investigación detallada que no ha hecho el Parlament y que es del todo necesaria si se quiere de verdad llegar a conocer el origen y la dimensión de una fortuna presuntamente amasada bajo la protección paterna.

La última y más actual consecuencia atañe a la refundación de Convergència, partido fundado y modelado por Pujol con unas pretensiones dinásticas que quedaron truncadas por la confesión. Políticamente es la más interesante, pero difícilmente Artur Mas tendrá éxito con su refundación si antes no se conoce la dimensión del caso entero. La sombra de una duda tan seria es como una nube tóxica. Y nada es tan temible como las réplicas inesperadas de un terremoto.

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15 de febrero de 2016
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La guerra mutante

Primero fue una revuelta. Empezó el 15 de marzo de 2011 en el mimetismo de las primaveras árabes. Si Ben Ali cayó el 14 de enero y Mubarak el 11 de febrero, Bachar el Asad bien podía caer en marzo. No fue así. Cayó Gadafi, el 20 de octubre, el único poderoso que terminó cadáver. Cayó también Ali Abdullah Saleh, el presidente de Yemen, un año más tarde, el 12 de febrero de 2012, tras sobrevivir a un bombardeo; aunque cayó de pie porque sigue políticamente vivo, aliado ahora a los rebeldes Huthi que participaron en las manifestaciones para derrocarle hace cinco años. El Asad ha ido más lejos que el yemení, aunque pertenece a la misma escuela de supervivencia. Reprimió la revuelta con tanta furia como para convertirla en guerra civil, que mutó enseguida en sectaria: no hay mejor geografía para tal cosa: chiíes, suníes, drusos, alauitas, yazidíes, fáciles presas del conflicto por procuración (proxy war) en el que cada facción combate en nombre de un padrino exterior: Irán, Arabia Saudí, Qatar, Turquía. Hasta llegar a la guerra abierta con participación extranjera, en buena parte aérea, pero cada vez más con fuerzas terrestres: Irán ya las tiene (son las libanesas de Hezbolá en buena parte), Emiratos y Arabia Saudí ya se han ofrecido, Turquía las dispone en la frontera. Y, lo más importante, con efectos internacionales de largo alcance en Europa ?un millón de personas en demanda de asilo? y en la posición de Rusia, que juega en Siria su partida como superpotencia. Cifras en mano, los sirios que huyen despavoridos de Alepo no temen tanto la degollina del Estado Islámico como los bombardeos rusos, los ataques aéreos con barriles explosivos de Bachar el Asad y las detenciones y torturas de sus soldados y policías. De las 21.000 víctimas mortales contabilizadas por la Red Siria de Derechos Humanos en 2015, el 75% lo ha sido en manos del Gobierno legítimo que apoya Moscú. Siempre es incómodo elegir entre genocidas. Pero la peor decisión es no tomar ninguna, que es lo que está haciendo la comunidad internacional ante la destrucción de Siria y el genocidio que hay allí en marcha. En cinco años, el Consejo de Seguridad ha aprobado 15 resoluciones y cuatro más no han sido adoptadas por el veto doble de Rusia y China, para evitar las sanciones, la intervención armada internacional o que Bachar El Asad fuera convocado en La Haya. Nada se ha hecho, salvo la intervención y de mala manera: Rusia bombardea por encargo de El Asad y la coalición de 60 países organizada por Estados Unidos ataca solo al Estado Islámico. Faltaba la OTAN, a la que han apelado Alemania y Turquía, hermanadas en la gestión imposible de los refugiados. Mandará aviones AWACS, que ayudarán en las operaciones de ataque aéreo al Estado Islámico, pero no sabe qué hacer con las masas que huyen de Siria a Turquía y de Turquía a Europa, aunque al final entre en crisis la seguridad del continente. Tampoco sabe qué hacer la UE y sus responsabilidades son más concretas. Desde Moscú, Vladímir Putin se relame. Obama mira hacia el pivote asiático. Rusia está ganando en Siria lo que perdió en Ucrania. La guerra mutante sigue y entra sigilosamente en Europa.

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11 de febrero de 2016
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República de la fragilidad alemana

Los europeos no podemos quitar los ojos de Alemania. Ante todo, porque está ahí en mitad del continente. Nadie tiene fronteras con tantos países. Luego por la historia, ese fardo sin remisión que tanto pesa en la conciencia alemana: solo la canciller Angela Merkel, con su política de principios sobre los refugiados ha empezado a aliviarlo, aunque habrá que ver en qué termina. Finalmente, por la desproporción de tamaño en demografía, territorio, economía...

Las noticias que llegan de Alemania nos afectan a todos, incluso a los despistados españoles enzarzados en peleas sobre titiriteros anarquistas. En muchos casos directamente, aunque por el momento no les hagamos mayor caso. La presión del millón de refugiados que llegaron a tierra alemana en 2015 terminará desembocando también en España, con cuotas pactadas o sin ellas. Como también desembocará en un momento u otro el escándalo de la Nochevieja, cuando centenares de mujeres fueron asaltadas, robadas y vejadas sin que la policía ni los medios atendieran de entrada a las sospechas sobre la identidad de los atacantes.

Eso es así porque Alemania pesa mucho y porque la Unión Europea pesa poco. Desde Berlín hay que resolver, en principio solo para los alemanes, lo que desde Bruselas no se puede o no se sabe resolver para el conjunto de los europeos. A veces el defecto es redundante y especialmente peligroso: para el prestigio de Alemania y para el de la UE. Este es el caso del fraude de Volkswagen: desde la firma de Wolfsburg se ideó un carburador que contaminaba más con los coches en marcha de lo que se podía detectar cuando se hallaban parados en la inspección. Al insulto se ha añadido la injuria cuando se ha sabido que la Comisión Europea permitió prácticas similares con siete marcas europeas de distintos países nada menos que desde 2007.

El caso Volkswagen no es único, pero expresa muy bien la fragilidad de las marcas de excelencia alemanas, expuestas a la misma erosión que las de cualquier otro país europeo o americano. Recordemos el accidente de Germanwings, debido a la enfermedad mental de un piloto suicida que no fue detectado. Este martes el presidente del Deutsche Bank, primera institución bancaria alemana, tuvo que salir al paso de los rumores señalando que es ?sólido como una roca?. Queda lejos aquella imagen de precisión, eficacia, rigor y laboriosidad, que correspondía a la etapa de la República de Bonn. La Alemania unificada se hizo más latina e informal. Pero el suspiro de alivio quedó pronto compensado por su peso excesivo, ya con Merkel. Especialmente durante la Gran Recesión, esa larga crisis económica y financiera en la que vimos un rostro alemán egoísta y ensimismado, cada vez más ajeno y ausente respecto a los sufrimientos de los otros europeos.

Este martes vimos las imágenes de los vagones descarrilados junto al canal de Mangfall, en Bad Aibling, tras un choque frontal, ¡en una vía única! Una más en la estampa de extrema fragilidad alemana y europea que nos devuelve un día tras otro la actualidad.

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10 de febrero de 2016
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Los fracasos de la plaza Tahrir

La primavera árabe de 2011 contó desde el primer minuto, justo al empezar la revuelta en Túnez, con la desagradable compañía de los profetas del desastre. Primero fue el escepticismo sobre los efectos de las protestas tunecinas, que mal podían derribar un régimen al que todos daban por estable y al que, por cierto, algunos como el Gobierno francés de Nicolas Sarkozy contribuyeron a sostener con el suministro de material antidisturbios hasta su último suspiro. Luego empezaron las frases lapidarias en las que los agoreros se pillaron los dedos: Egipto no era Túnez, decían tras la caída de Ben Ali, y de ahí que no pudiera caer el faraón Mubarak, piedra clave del statu quo en Oriente Próximo y de la seguridad de Israel. Cuando cayó, las profecías tomaron otros derroteros: visto que los árabes podían derribar a sus tiranos, seguro que no podrán construir regímenes democráticos. Por la razón fundamental de que la democracia no podía ser compatible con el islam.

De todo esto ahora hace cinco años. Las protestas empezaron el 25 de enero, declarado Día de la Rabia por la oposición egipcia, convocadas en buena parte a través de las redes sociales hasta llegar a la ocupación de la plaza de Tahrir de El Cairo, símbolo y epicentro de las libertades árabes. El 1 de febrero, el presidente Mubarak dio un paso atrás y renunció a presentarse de nuevo a las elecciones; el 4 fue declarado Día de la Partida por los manifestantes, y el 11 cayó el dictador, obligado a renunciar por el Ejército. Ahora la historia parece dar la razón a aquellos agoreros que ya despotricaban entonces. No hay que poner urnas, decían, porque ganarán los islamistas y terminarán dando el poder a los yihadistas. Hay que apoyar a los regímenes policiales porque lo que importa son la estabilidad y la seguridad y no la libertad y la democracia. El ?yo ya lo decía? se oye aquí y allí, en las capitales occidentales y en los países del Golfo.

Solo en un país, el más pequeño, se mantiene viva la esperanza. En Túnez se ha producido una transición democrática entera. La Constitución que se ha redactado y aprobado es la más liberal del mundo árabe y una de las más feministas. Cuestión crucial fue su carácter inclusivo y consensual; por cierto, como en la transición española. Y a pesar de todo, no está claro que vaya a terminar bien. La economía se halla maltrecha. El turismo no se ha recuperado desde 2011, sobre todo por los ataques terroristas ?en el Museo del Bardo, en la playa de Susa, contra la guardia presidencial?, que han ahuyentado a los extranjeros. Del Túnez profundo ha salido la mayor aportación de yihadistas al Estado Islámico: al menos 3.000, según algunas evaluaciones. Y el país se halla al borde de la explosión social.

La lista de los fracasos o de las lecciones políticas que se deducen de las revueltas va más allá de las ideas antidemocráticas de los monarcas árabes, y de sus protectores occidentales. Veamos algunas. Las redes sociales pueden servir para la ignición de las revueltas, pero no para organizar las transiciones, e incluso pueden trabajar en sentido contrario. Los jóvenes laicos y pro occidentales que protagonizaron las protestas pronto fueron barridos por la fuerza del islamismo, principalmente de los Hermanos Musulmanes, la poderosa cofradía panislámica que observó primero las revueltas desde la ventana, luego se hizo con la dirección y terminó tomando el poder por las urnas. El fracaso de los Hermanos, con su incapacidad de consenso, su pésima gestión económica y su idea de un islam político sectario e iliberal, es uno de los datos más trascendentes, porque alimenta el argumento que declara incompatibles islamismo y democracia.

No termina aquí el repertorio. Ahí está la maldición del régimen militar egipcio, más represivo ahora incluso que con Mubarak. Como todo golpista, el mariscal Al Sisi, que derrocó al presidente Mohamed Morsi, no ha limitado su represión al islamismo, sino que alcanza a toda expresión de pluralismo. Los militares echaron a Mubarak, tutelaron la transición y mantuvieron bajo vigilancia a los Hermanos Musulmanes en el poder hasta que la impopularidad de Morsi les permitió echarlo a él también con el beneplácito de la oposición laica y progresista. Al Sisi hizo con Morsi, que le nombró, algo similar a lo que Pinochet hizo con Salvador Allende en 1973. Ambos presidentes intentaron casar su doctrina, el marxismo del chileno, el islamismo del egipcio, con la democracia, pero no lo consiguieron y fueron derrocados por los mismos militares a los que ellos habían promocionado.

Tanta razón tenían las casandras como que el dominó que debía convertir, uno detrás de otro, a todos los países árabes en democracias ha terminado en una serie de estados fallidos y en guerras civiles: Libia, Yemen, Siria, que se suman a Irak, Sudán del Sur, Somalia y a las debilidades de Nigeria, Malí, Chad, lugares todos ellos donde acampan las huestes del califato terrorista, el Estado Islámico, último y perverso retoño de unas revueltas que empezaron orientándose hacia Occidente y han terminado dirigidas contra Occidente.

El fracaso en su dimensión geopolítica es occidental, de Estados Unidos y de Europa, que han soltado las palancas que tenían sobre la región y cedido espacio de maniobra a países como Arabia Saudí, Turquía o Irán. Las revueltas empezaron en una insólita atmósfera de posmodernidad tecnológica y prooccidental que suscitó muchas esperanzas, pero el resultado es una desoccidentalización que ha permitido el regreso del presidente ruso, Vladímir Putin, con su intervención en Siria, transformado parte de las revueltas en enfrentamientos sectarios y convertido a la Unión Europea en un sujeto pasivo de la crisis, incapaz de actuar sobre Siria y de gestionar la huida de su población hacia la Europa más rica.

Francis Fukuyama ha comparado la primavera árabe de 2011 con las revoluciones burguesas europeas de 1848, que también fracasaron y desembocaron en reacciones autoritarias (ver su último libro, Orden y decadencia de la política; editorial Deusto, 2016). El pensador, que acuñó la idea del fin de la historia, considera que la democracia solo pudo triunfar en Europa después de pasar un severo sarampión identitario, y más concretamente nacionalista, que en el caso árabe se expresa a través del islamismo. Esta idea le hace pensar que la democracia tardará todavía mucho tiempo en llegar a los países árabes que protagonizaron aquella primavera de 2011.

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8 de febrero de 2016
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Con freno y marcha atrás

La Unión Europea es un club singular, donde siempre es mejor cualquier acuerdo que un desacuerdo. El último argumento es el better together, eslogan unionista británico dirigido al separatismo escocés: juntos estamos mejor. Es bueno todo lo que sirva para que Reino Unido siga en la UE, con el único límite de que la UE no deje de ser lo que es.

Lo ha entendido muy bien uno de los líderes del Brexit, el ex secretario de Defensa Liam Fox: ?Lo máximo que podemos obtener es una asociación mejor a un club equivocado?. Los euroescépticos solo votarán a favor de la propuesta que convierta la UE en el club que a ellos les gusta y este es un club que renuncia a sus ambiciones políticas hasta disolverse y convertirse en el único club acertado, una mera asociación de libre comercio.

No sería un acuerdo sino una rendición. No es lo que han propuesto Tusk y Cameron, conscientes de que el Brexit sería una revés europeo en uno de los peores momentos históricos, que se añadiría a la crisis de los refugiados, la deriva populista y la transgresión de principios y valores fundacionales por los gobiernos extremistas de Hungría y Polonia.

Los servicios jurídicos de la UE son formidables y con capacidad para tejer acuerdos al borde de la contradicción. Eso es lo que han hecho con el manojo de documentos publicados el martes por la presidencia del Consejo. Nadie debe renunciar a los objetivos de la UE, incluida la unión cada vez más estrecha que los euroescépticos británicos repudian. Tampoco se limita a los países del euro para seguir avanzando sin cortapisas ni vetos británicos. Pero a la vez se responde a todas las exigencias de Cameron con dos artefactos jurídicos que solo se entienden gracias a metáforas tomadas de la mecánica de coches.

Se trata de un freno de emergencia y de una palanca de cambios. Con el freno se desactiva temporalmente, cuatro años quizás, los efectos de la libertad de circulación de trabajadores dentro de la UE respecto a los beneficios sociales. Con la palanca de cambios se organiza y reconoce por primera vez una Europa de dos velocidades: la directa del euro y la más lenta de las monedas nacionales en escrupulosa igualdad de condiciones.

Estas novedades desbordan la técnica utilizada hasta ahora de los opting-out o derogaciones específicas exigidas por determinados socios copmo Reino Unido para permanecer en el club. Tienen el inconveniente de que sirven para todos, e introducen así un principio de deconstrucción, deshacer el camino. Eso es la marcha atrás y también la caja de herramientas que facilita el desmontaje del vehículo.

En contrapartida, no son de uso fácil: el freno entrará en vigor únicamente si el referéndum británico arroja un resultado positivo; se podrá activar tras los lentos trámites del Consejo y el Parlamento Europeo; antes de utilizarlo, Londres deberá pedir permiso al Consejo, que se lo dará si hay una mayoría cualificada a favor: solo entonces Reino Unido podrá limitar derechos a los trabajadores extranjeros que lleguen al país. En resumen: que la nueva mecánica está pensada para ganar el referéndum, pero no sirve para frenar bruscamente ni para desguazar el vehículo.

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4 de febrero de 2016
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La película que merece Pujol

A la espera de la gran película catalana que probablemente nunca llegará, nada mejor que deleitarse con una película estadounidense que trata sobre la impunidad, las complicidades sociales y judiciales y naturalmente los silencios de la prensa ante un escándalo de mucha mayor envergadura como fue el encubrimiento sistemático de los curas pederastas por parte de una buena parte de la estructura jerárquica de la Iglesia Católica.

Hay diferencias abismales, naturalmente. Nada tiene que ver un caso de corrupción política que afecta al partido que ha gobernado en Cataluña durante 28 de los 36 años de su autonomía, y que sigue gobernando actualmente, con la tolerancia y encubrimiento eclesial desde tiempo indeterminado de la perversa e hipócrita costumbre de un número muy elevado de sus clérigos, sometidos de una parte al celibato pero de la otra habituados a abusar de su autoridad espiritual para someter a jóvenes de ambos sexos a sus caprichos eróticos.

Tampoco hay punto de comparación en cuanto al tamaño del escándalo ni a su resolución. La práctica de cobrar comisiones ilegales, el famoso tres por ciento en provecho de Convergència Democràtica de Catalunya, organizada por una red familiar y política alrededor del extenso clan del presidente de la Generalitat Jordi Pujol, se circunscribe a un ámbito y a un tiempo distintos y se halla todavía en fase de comprobación y probación ante los tribunales, a pesar de que sean ya muy abundantes y sólidos los indicios e incluso definitivas algunas pruebas, la que más la confesión del propio Pujol acerca de la existencia de cuentas en el extranjero ocultadas al fisco.

La pederastia eclesial es un fenómeno universal, que empezó a ser denunciado en Estados Unidos y más concretamente en la diócesis de Boston, donde un prestigioso periódico local consiguió y publicó las pruebas de la extensión de tales prácticas en su territorio, el encubrimiento por parte de la autoridad religiosa local y su carácter sistemático en el conjunto de la estructura eclesial universal. A diferencia del caso Pujol, se trata de una cuestión ya zanjada, en la que dos papas sucesivos, Benedicto XVI primero y ahora Francisco, han sido decisivos a la hora de reconocer y condenar tan repugnante fenómeno y de hacer lo que la Iglesia había evitado hasta entonces, como es conducir a los delincuentes ante la justicia ordinaria.

Volvamos a la cuestión cinematográfica. No tengo noticia de que exista algún proyecto sobre el caso Pujol, aunque Jordi Casanovas, dramaturgo muy interesado en el documental y en el teatro políticos (Ruz-Bárcenas, 2013), ha expresado su curiosidad por un tema tan agradecido para las tablas y el celuloide. Si atendemos a la pauta del mercado del libro, deberemos deducir que difícilmente veremos una producción en los próximos años. Como ya conté en estas mismas páginas cuando se cumplió el primer aniversario de la confesión (Los silencios del pujolismo, 27 de julio de 2015), hay una inexplicable desproporción entre el número de libros que se vienen publicando un mes detrás de otro hasta ahora mismo sobre el procés (varios centenares en cinco años, y por tanto al menos uno a la semana) y los que tienen como objeto el caso Pujol, que eran cuatro en julio de 2014 y siguen siendo cuatro ahora mismo.

Vistas las abundantes diferencias, llegamos al fin a la semejanza, terrible y exacta semejanza en los silencios, tan bien explicados en el caso de la pederastia en la película Spotlight, que se estrenó el viernes en España, y tan inexplicables e inexplicados en el caso Pujol. El filme dirigido por Tom McCarthy documenta con rigor y sobriedad el trabajo realizado por el equipo de periodistas de investigación del diario Boston Globe sobre los casos de pederastia, la complicidad del cardenal Bernard Law y el carácter sistemático del encubrimiento eclesial de los comportamientos abusivos y violaciones. Como en el caso Pujol, también en Boston todos lo sabían y a los pocos que lo denunciaban nadie les hacía caso. La lección de periodismo que imparte McCarthy ante el gran público nos permite saber cómo se construyen los grandes silencios: olvidando las noticias alarmantes, dedicando la atención y los recursos a otras cosas y atendiendo, sobre todo, a la presión política y social para mirar hacia otro lado.

Regresemos a las diferencias: aquí todavía trabajan los tribunales, pero también sigue trabajando la poderosa máquina silenciadora, más poderosa aún cuando consigue introducirse en la mente de los ciudadanos. ¿El caso Pujol? Empieza a aburrir. Pasemos página. Nada de películas.

Por eso y por si acaso, yo les recomiendo que vayan a ver Spotlight y juzguen ustedes mismos.

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1 de febrero de 2016
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Europa contra Merkel

Merkel se acerca al precipicio. La empujan ante todo los suyos. Unos por convicción, porque no comparten la visión humanista y generosa de Europa que ha exhibido con la crisis de los refugiados; pero otros por ambición, porque nada excita más los instintos asesinos de los políticos como el olor a sangre de un líder en trance de perder su poder.

La canciller alemana responde a un tipo de líder un tanto especial, muy propio de esta época sin liderazgos. Es una líder reticente. Lidera a pesar suyo. Termina tirando en primera línea pero después de haber sido arrastrada por los acontecimientos y gracias a la ausencia de otros liderazgos.

Ulrich Beck, el desaparecido sociólogo de la sociedad del riesgo, la llamó Merkiavelo, porque creía que practicaba un cierto tipo de maquiavelismo sobre quienes quería dominar, a través de la dilación en sus decisiones hasta agotarles y obligarles a ceder en el límite. Las principales víctimas de estas políticas serían los cuatro países del sur de Europa, obligados por el merkiavelismo a aceptar recortes sociales e incluso cambios de Gobierno.

La Merkel merkiavélica podía permitirse una dualidad, según Beck, entre una política de cara adentro socialdemócrata, reforzada por la gran coalición, y otra de cara afuera neoliberal, políticas de austeridad en mano. Ahora esto se ha terminado. Ante todo, porque se presenta a sí misma como ejemplo de idealismo en política, alguien que se guía por los principios y valores y no por el cálculo realista propio del maquiavelismo. Pero también porque se han invertido los papeles y no es ella, sino los otros, sus rivales de dentro y sus adversarios de fuera, quienes practican el merkiavelismo sobre ella, y no es Alemania la que impone sino quien sufre la mayor carga.

La política europea va a paso de caracol y los acontecimientos a velocidad de vértigo. ¿Dónde estaremos cuando se apliquen las cuotas de reparto de refugiados por países y exista la guardia europea de fronteras? De este desequilibrio se alimentan los populismos. En apenas tres meses hemos sabido que los terroristas yihadistas de París regresaron mezclados con el flujo de los refugiados, la Nochevieja centroeuropea se reveló una orgía de violencia sexual contra las mujeres por parte de extranjeros y se multiplican los incidentes reales o a veces inventados en la prensa sensacionalista en los que personas refugiadas se ven envueltas en actos delictivos.

Además de decisiones lentas, también hay otras decisiones aparentemente provisionales que fácilmente se convertirán en definitivas: este es el caso de Schengen. Suspender el acuerdo por dos años puede ser suspenderlo para siempre. Si cae Schengen, cae el mercado interior y cae el euro. La ecuación se ha formulado en la Comisión Europea. Y también significa dejar a Grecia en la intemperie por segunda vez. ¿Estamos en los últimos días del proyecto de unión de los europeos?

No es una pregunta retórica a juzgar por la fragilidad extrema en que se encuentra Merkel. La última líder de una Europa sin líderes sufre el asalto de los populismos, primero de izquierdas con la crisis del euro y luego de derechas con la crisis de los refugiados.

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28 de enero de 2016
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El Boomeran(g)
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