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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Quien todo lo quiere puede quedarse sin nada

Netanyahu lo quiere todo, la paz, los territorios y la democracia. Pero es bien conocido el axioma: sólo cabe escoger dos de los tres términos. Tres son las combinaciones a que da lugar la elección. Si escoge la paz y la democracia, como desearían todos los amigos de Israel, optará por la entrega de los territorios, con los intercambios que haga falta para las colonias de mayor peso demográfico; y surgirá con ayuda de todos una Palestina al lado con unas fronteras seguras reconocidas por sus vecinos. Si escoge la paz y los territorios, deberá desposeer de derechos ciudadanos a los árabes que residan entre el Jordán y el Mediterráneo, para evitar que traduzcan su próxima mayoría demográfica en una mayoría política y así se convierta Israel en un estado binacional israelí-palestino, que termine con el sueño sionista. Si escoge los territorios y la democracia, posponiendo la paz, que es lo que está haciendo ahora, deberá seguir acrecentando su control militar sobre Cisjordania y cargando con el peso creciente del desprestigio internacional.

Son tres combinaciones, pero no tres salidas. El estado binacional es el fin de Israel. El sionismo y sus admiradores y amigos no pueden bendecirlo, aunque el cansancio, la sangre derramada y los efectos desestabilizadores del conflicto puedan erosionar su posición hasta convertirlos en partidarios de un único Estado para judíos y palestinos capaz de conservar la democracia. Era la posición de Hannah Arendt, que militó con el sionismo bajo la bota nazi pero tomó distancias con la creación de Israel en 1948. El Estado judío desde el Jordán hasta el Mediterráneo es insostenible en democracia y requiere de un régimen de abierto apartheid. Queda el actual estado de las cosas: una paz precaria; un Estado sin fronteras precisas ni reconocimiento de los vecinos; y una democracia erosionada por el trato crecientemente desigual que reciben sus propios ciudadanos árabes y por la discriminación que sufren los palestinos en su propio país, donde son expulsados y desposeídos para hacer hueco a cualquier ciudadano del mundo que se acoja a su identidad judía. La única fórmula viable son los dos Estados, lo que significa devolver los territorios, Jerusalén-Este incluido, y regresar a las fronteras de 1967, con todos los matices y retoques que exige la sensatez negociadora. Cuanto más se aleja el Gobierno de Israel de esta salida única más se incomodan sus amigos y se alejan sus aliados. También se va acercando este momento crítico, diez o quince años, en que la demografía jugará en contra del sionismo. Ni el sistema electoral ni el protagonismo de los colonos y sus partidos ayudan a realizar el paso dramático pero obligado hacia la paz. Y lo grave es que si se renuncia a la paz, luego la vida obligará a renunciar a la democracia y finalmente a los territorios.

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21 de marzo de 2010
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Desoccidentalización

Las clases medias son las que mandan. Al menos en los países democráticos, donde los gobernantes deben atender sobre todo a sus necesidades para ganar elecciones. Son muy distintas de un país a otro y más todavía de un continente al otro, pero en todas partes quieren finalmente lo mismo: paz, estabilidad y prosperidad; y traducido a cuestiones concretas: puestos de trabajo, salarios decentes, viviendas dignas, educación de calidad, pensiones razonables. A diferencia de las clases dominantes en periodos anteriores de la historia de la humanidad, éstas son amplias y extensas. Nada que ver con la aristocracia del Antiguo Régimen ni con la alta burguesía del capitalismo clásico, elitistas y cerradas, condenadas con frecuencia al solipsismo y a la decadencia. Puede darse que no sean democráticas en sus valores o por el sistema político en el que se encuadran, pero sí lo son sociológicamente allí donde son hegemónicas.

Son clases luchadoras, aunque su lucha nada tenga que ver con la lucha de clases. Luchan por existir y ensancharse: el Partido Comunista Chino reivindica la mayor aportación a la historia de las clases medias. Asegura que ha sacado de la pobreza a 500 millones de personas en una generación, más de la tercera parte de su población actual. Y si sus dirigentes prefieren no oír ni hablar de apertura democrática y sitúan la culminación de su modernización para dentro de 100 años, es porque todavía cuentan con 150 millones de pobres a los que no les han alcanzado los beneficios del capitalismo comunista, y están firmemente convencidos de que no van a sacarles de la pobreza en un sistema descentralizado, pluralista y respetuoso con los derechos humanos como el que exigen los disidentes y les proponen los países occidentales. Las clases medias crecerán en Asia a un ritmo desenfrenado en los próximos años, pero se estancarán o sólo crecerán ligeramente en el resto del planeta y sobre todo allí donde ya son el grueso de la sociedad, como es el caso de lo que solemos llamar Occidente. Aunque la mutación sea pacífica, es decir, sin guerras entre las clases medias de los distintos países y áreas, sabemos que se producirá y se está ya produciendo en forma de una intensa competición. Pero los grandes cambios económicos y geopolíticos que nos esperan en este siglo XXI, y que en buena medida ya han empezado, son producto fundamentalmente de la expansión de las clases medias en todo el mundo. La globalización que ha impulsado el crecimiento de las clases medias tiene dos caras: una positiva, que reparte beneficios sinérgicos a todos; y otra negativa, en la que los efectos son de suma cero. Ejemplos de esta última: los puestos de trabajo que se crean en China desaparecen de Estados Unidos; el petróleo que consumen los coches en París sube de precio cuando son muchos los que en Mumbai quieren ir en coche; las emisiones a la atmósfera de los países industrializados a lo largo de la historia limitan las posibilidades de desarrollo futuro de los países emergentes y les obligan a invertir en tecnologías menos contaminantes. Como en todo juego de suma cero, lo que ganan los nuevos lo pierden los veteranos, en el reparto del poder mundial y en el peso en las instituciones internacionales. Es la mutación del G-8 al G-20 e incluso la desenvoltura con que los dirigentes de estas nuevas potencias del siglo XXI osan plantar cara al presidente de Estados Unidos. Sin sus clases medias detrás, presionando y exigiendo, con un enorme potencial de consumo, un peso creciente en la economía global e incluso un nuevo orgullo nacional, no serían posibles estas nuevas actitudes que traen de cabeza a las diplomacias norteamericana y europea. Las clases medias europeas y americanas han demostrado que donde mejor crecen es en régimen de libertad y democracia. Pero no significa que la libertad y la democracia sean el abono imprescindible para su expansión. En España conocemos de primera mano la expansión de las clases medias en dictadura. Gracias a la dictadura, dirán los escépticos en materia de libertades. A pesar de la dictadura, responderán los liberales. No es una reflexión historicista: vale para el mayor vivero de clases medias de la historia que es China. Y trasciende el marco chino. El mundo se está desoccidentalizando a marchas forzadas, según expresión de Javier Solana, utilizada hace pocos días en Barcelona, en su primera conferencia como presidente del Centro para la Economía Global y la Geopolítica de ESADE. Y nos estamos conformando ya al desplazamiento de su centro de gravedad. El problema es saber si nos vamos a conformar también a que nuestros valores queden diluidos o devaluados. De cómo encaren las clases medias chinas, indias y brasileñas su relación con las libertades individuales y la democracia parlamentaria dependerá en buena parte el futuro de las libertades y de la democracia en el mundo. Nada menos.

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18 de marzo de 2010
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Los buenos socios

No se disputan ni critican mutuamente en público. Cuando uno no tiene más remedio que hacerlo, siempre se pacta previamente los términos de la disputa y de las críticas. Jamás se deja a un socio en ridículo. En caso de conflicto de intereses hay que buscar la conciliación. Si no hay conciliación posible, se busca una derrota que no sea humillante. El perdedor siempre debe tener una vía de salida, que le permita contar las cosas en casa sin perder la cara. Cuando se agota la negociación y sólo queda la pelea entre socios es el momento en el que se pone a prueba la solidez de la alianza. Las reglas de la amistad valen también para la disputa. Los buenos socios pactan los términos de sus diferencias, sus derrotas y sus victorias. Al final, salen todos ganando y las peleas nunca llegan a culminar.

Así han ido hasta ahora las cosas entre Israel y Estados Unidos, como mínimo en los últimos 35 años. No está claro, sin embargo, que así puedan seguir a partir de hoy. Ciertamente, es un sólido matrimonio, trabado por los bienes gananciales pero también habitado por fantasmas y tormentas. También alcanza el divorcio a los matrimonios más longevos y sólidos. La disputa en la que se han enzarzado incumple todas las reglas de la buena amistad. Así no se comportan los buenos socios. Barack Obama y Benjamín Netanyahu se han echado un pulso y, si no pactan una rápida y eficaz salida en la que ninguno de los dos pierda la cara, habrá un ganador y habrá un perdedor. Y no está claro ni siquiera que el ganador salga ganando. Es posible que haya dos perdedores, e incluso más. Si hubiera un tercer ganador y éste fuera la Palestina civilizada que quiere vivir en paz y en prosperidad al lado de un Israel seguro, esta pelea sería la más feliz de la historia contemporánea. Pero mucho me temo que el tercer ganador puede ser el Irán de la dictadura militar y clerical de Ahmadinejad, con su ambición hegemónica en Oriente Próximo e incluso en el mundo islámico y sus preparativos para contar con un pepino nuclear. En este caso, todos seremos perdedores, incluidos los amigos palestinos.

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17 de marzo de 2010
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Sarkozy en apuros

No se sabe muy bien de qué lado sopla el viento en Francia, pero no es seguro todavía que sean aires de cambio. De momento giran hacia la izquierda más que hacia la derecha, lo contrario de lo que está pasando en toda Europa, pero quedan todavía dos años para las presidenciales de 2012, momento en el que se podrá calibrar la profundidad de la derrota sufrida por la derecha en las elecciones regionales de este pasado domingo. No dependerá únicamente de cómo reaccione Sarkozy a su derrota; sino, sobre todo, de cómo sepa organizar su victoria el Partido Socialista y del provecho que saque de su posición de ventaja y de una correlación de fuerzas favorable para sus alianzas.

Quedan dos años para las presidenciales de 2012, en las que Sarkozy se jugará la posibilidad de consolidar su huella en la historia francesa mediante un segundo y último mandato en el que termine de aplicar su ambicioso programa de reformas. No lo tendrá fácil, porque las conveniencias electorales le aconsejarán, por mucho que ahora haga como que no se da por enterado, que suavice tanto sus cambios más ásperos y dolorosos como su propia imagen hiperpresidencial y de hombre permanentemente apresurado e irritado. Ahora está en su punto más bajo de popularidad, pero cuenta con capitalizar la salida de la crisis económica, que en Francia ya ha empezado a dar los primeros síntomas. Aunque las cosas rueden mal para Sarkozy, faltará un ingrediente para que descarrile en 2012, y éste será que exista de verdad una alternativa, es decir, que los socialistas lleguen unidos y apiñados alrededor del candidato que surja de sus elecciones primarias, un sistema tan democrático como arriesgado a la hora de mantener las filas cerradas ante el enemigo. Con la cita electoral para la presidencia de la República se cumplirán ya diez años sin que los socialistas toquen poder de verdad. Tienen tanto poder local y regional como se quiera y es probable que lo consoliden este domingo con la segunda vuelta. Cuentan con un inconveniente: es un poder muy limitado en sus competencias, que no tiene función alguna de contrapoder frente a París. Sirve, sobre todo, como feudo donde cultivar y preparar las ambiciones nacionales y para castigar, en las citas electorales, al poder en plaza en en el Elíseo y en Matignon. Pero si no sirve para obtener mayorías en la Asamblea Nacional y para gobernar, termina convirtiéndose en un adorno. La oportunidad que parece atisbarse en el horizonte para los socialistas franceses llega en un momento de especial desconcierto para todas las izquierdas europeas. A las rivalidades entre la multitud de personalidades de distinto calibre que aspiran a bregar por la presidencia se suma la cuestión de mayor enjundia que consiste en saber cómo debe ser un programa socialista para la segunda década del siglo XXI, capaz de movilizar a un electorado profundamente magnetizado por la antipolítica y el populismo. Además de Ségolène Royal, la candidata derrotada por Sarkozy en 2007, y de Martine Aubry, la actual líder del PS, habrá que contar con las ambiciones presidenciales de Dominique Strauss-Khan, el actual director gerente del FMI; del ex secretario general François Hollande; y del ex primer ministro Laurent Fabius, entre los más veteranos; y entre los más jóvenes, del diputado y alcalde de Evry, Manuel Valls o del ex ministro para Asuntos Europeos, Pierre Moscovici. Vamos a ver si entre todos ellos es posible obtener un buen programa de Gobierno o sólo se consigue la pelea de gallos y la división que a buen seguro se dedicará a fomentar Sarkozy desde esta semana misma. Lo que nos aseguran los resultados de la primera vuelta de las elecciones regionales francesas, en todo caso, es que la reelección de Sarkozy no será un desfile militar como podían augurar anteriores citas electorales. El presidente de la República se sitúa en esta larga recta de dos años sin haber conseguido al menos tres de los propósitos tácticos imprescindibles para su reelección: no se ha zampado a la extrema derecha, a pesar de los guiños y cucamonas identitarias con que se ha prodigado; tampoco ha podido dividir y liquidar a la izquierda, a pesar de las malintencionadas aperturas y opas hostiles realizadas con personalidades socialistas; y tampoco ha conseguido convertir a su UMP es un partido nación en el que todo cupiera, derecha extrema e incluso una izquierda moderada. Todavía hay mucho partido por delante.

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16 de marzo de 2010
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Maniobras de invierno

Han sido simplemente unas maniobras de invierno. Sin que ni siquiera lo supiéramos quienes hemos participado, aunque haya sido como observadores. No hablo de la nieve. Una nevada, por intensa que sea, tiene unos efectos limitados y las molestias que ocasiona en el tráfico y la movilidad son efímeras en estas latitudes. Me refiero, sobre todo, al enorme apagón que interrumpió el tráfico ferroviario y dejó sin fluido eléctrico a la mitad de la provincia de Girona y sigue afectando todavía, una semana después, a varios millares de habitantes. La ineptitud de quienes tienen la responsabilidad de Gobierno en la gestión de la alarma meteorológica ha sido ya suficientemente comentada y no requiere muchas matizaciones. Pero siendo grave, tiene una limitada profundidad social y política. El problema serio, que obliga a una reflexión de fondo, es que la caída de una línea de alta tensión paralice durante casi una semana una amplia y rica región industrial, turística y agraria, devolviendo a millares de ciudadanos a la vida más primitiva, sin medios para alimentarse, calentarse y desplazarse. Y que esto suceda por efecto de decisiones empresariales privadas de una estructura monopolística de distribución y comercialización eléctrica sobre la que poca o ninguna mano tienen los gobiernos de las ciudades, las autonomías y el país afectado.

La diferencia más sustancial entre la legendaria nevada de 1962 que cayó sobre Cataluña, tan evocada estos días, y la de la pasada semana es que, en aquella ocasión, ni siquiera los hogares urbanos se acercaban al nivel de dependencia energética que tenemos hoy. En un piso del Ensanche barcelonés de 1962 la calefacción funcionaba con carbón. Suministraba también agua caliente, que en muchas casas también la proporcionaban las cocinas económicas alimentadas con hulla. Había pocos ascensores. Ninguna cancela eléctrica. Había velas e incluso lámparas de petróleo en todas las casas. Empezaban a entrar los primeros frigoríficos, pero lo normal eran las neveras de hielo y las fresqueras, unos armarios de tela metálica colgados en los patios interiores que mantenían en invierno la comida en buen estado. Con el recuerdo de la guerra civil y del racionamiento todavía vivo, en las despensas solía haber comida para unos cuantos días, papatas, legumbres y conservas caseras sobre todo. Nadie había ni siquiera imaginado los ordenadores personales o los teléfonos móviles recargables. Algún autor de novelas de ciencia ficción pudo barruntar quizás la casa domótica, sin soñar que, 50 años más tarde, ese tipo de hogar se convertiría en el cacharro más inservible durante la nevada del siglo XXI. En las calles de Caldes de Malavella, localidad de la comarca de La Selva bloqueada por el apagón, alguien ha pegado un irónico y cívico panfleto que termina diciendo Visca Caldes, visca el Tercer Món. Está bien, pero que nadie se equivoque, no vivimos en el Tercer Mundo ni lo que nos ha pasado estos días es tercermundista. La ineptitud de nuestras autoridades y la desvergüenza de las empresas eléctricas no son propias de los países africanos más pobres del planeta, al contrario. Nuestro mal es de país rico, o como mínimo nuevo rico, y corresponde a una sociedad hipertecnológica que ha cometido el error garrafal de dejar por hacer algunos deberes en el capítulo de la seguridad energética. Lo que hemos vivido estos días han sido meramente unas involuntarias maniobras de invierno, en las que la meteorología y el azar han demostrado cómo son las catástrofes y los conflictos, bélicos incluso, del siglo XXI, que ya no es el futuro sino puro presente. Primero se corta la luz, quizás sin necesidad de derribar las torres de transporte, meramente a través de un ataque informático en regla. Y luego apenas hace falta nada más: se colapsan los transportes, también la economía, las autoridades quedan aisladas e incomunicadas ?a veces incluso con unas orejas de burro que les ponen los ciudadanos?, lo mismo sucede con policía y bomberos, la población regresa a la edad de piedra atrapada en sus gélidos e inservibles hogares, y sólo hace falta coger las llaves para hacerse con el poder.

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15 de marzo de 2010
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Mala voluntad política

No hay error de casting. El nombramiento de Catherine Ashton, hace algo más de cien días como vicepresidente de la Comisión y representante de la Política Exterior de la UE, fue un acto muy bien calculado, resultado de la conjunción de voluntades de los jefes de Gobierno y de Estado de los 27. O de la falta de voluntades. E incluso de la malas voluntades. Pero no de un error de apreciación sobre la personalidad de Catherine Ashton, baronesa Upholland, como le contó una fuente anónima a Ricardo Martínez de Rituerto, corresponsal de EL PAÍS en Bruselas. Según el semanario alemán Der Spiegel, sus detractores, que a estas horas son legión, tienen muchos y serios motivos para quejarse de su falta de dedicación al cargo, su escasa estatura política y su menguada independencia.

Con esta elección, la primera cosa que aseguraron los 27 fue que la creación del mayor servicio diplomático del mundo, el nuevo Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea, se haría sin un liderazgo fuerte y claro. Es fácil imaginar cómo hubieran funcionado las cosas si Javier Solana hubiera recibido el encargo. Pues bien, exactamente eso es lo que no querían los 27. El perfil de Solana ha determinado, a sensu contrario, el de quien debía sucederle. En vez de un voluntarismo sin horarios ni fines de semana y una disposición a viajar y a asistir a todas las reuniones; la conciliación entre el trabajo y el hogar que dosifica horarios, desplazamientos y encuentros. En vez de un currículo cargado de experiencia electoral, responsabilidades de Gobierno y contactos internacionales; una biografía de retaguardia, sin pasar por las urnas y con un acuerdo comercial con Corea como mayor y solitario trofeo. En vez de una acreditada experiencia en la equidistancia respecto a los socios de la UE, incluido su propio Gobierno; la tutoría del Foreign Office, con la seguridad de que la poderosa diplomacia británica tendrá buena mano en el Servicio Exterior. Lo más cómico del caso es que después de nombrar a una personalidad como Ashton, bien adaptada a las escasas ambiciones europeas y los muchos intereses y conveniencias nacionales de cada uno de los 27, éstos han empezado a presionarla con críticas y malevolencias precisamente para obtener los mejores puestos en este Servicio exterior en construcción. Y ahora, ante la magnitud del linchamiento, están en la fase de reconfortar a la víctima, no fuera caso de que todo terminara rebotando contra quienes hicieron el casting. Lady Ashton es hija de los intereses de los 27, como lo es ahora la hipócrita compunción con que la defienden. Cada una de las pullas dirigidas hasta ahora a la nueva vicepresidenta de la Comisión debieran aplicárselas todos y cada uno de los 27 a ellos mismos, pues fueron ellos los que la nombraron.

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14 de marzo de 2010
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Dos tazas de desconfianza

La técnica es bien conocida. Hay que sentar a los dos adversarios que sostienen posiciones de imposible conciliación y buscar acuerdos sobre asuntos a veces marginales o menores para que sirvan de estímulo a sucesivos acuerdos de mayor calibre. Se trata de poner en marcha el círculo virtuoso en el que cada paso que se da, por pequeño que sea, es un estímulo para dar el siguiente. La negociación total, en la que nada se acuerda hasta que todo el acuerdo está cerrado, no ha funcionado nunca entre israelíes y palestinos: al final se rompe o ni siquiera hay energías para levantarlo.

Empiezan sin esperanza alguna los contactos de proximidad entre israelíes y palestinos El punto del que se parte ahora no puede ser más débil. Llevan ambos bandos 14 meses sin hablarse. Israel está gobernado por un Gobierno extremista, en el que los colonos que ocupan ilegalmente tierras palestinas siempre terminan pesando más de la cuenta. Los palestinos se hallan divididos, territorial y políticamente, entre el terrorismo de Hamas, que malgobierna la franja de Gaza en condiciones de miseria creciente, y el débil Fatah, sin legitimidad electoral, con mando en Cisjordania. Cualquier progreso anterior, y los hubo en los últimos meses de Bush con la conferencia de Annapolis, quedó arruinado con la guerra de Gaza y la trabajosa formación de un Gobierno israelí en el que no faltan xenófobos y antiárabes, pero que destaca por la presencia de un ministro de Asuntos Exteriores de origen ruso, como Avigdor Lieberman, que es un auténtico antidiplomático y en todo caso el peor rostro internacional de toda la historia de Israel. Barack Obama llegó a la Casa Blanca en enero de 2009 con muchos bríos y espléndidas promesas sobre la paz en el mundo y, naturalmente, en Oriente Próximo. Hizo solemne promesa de amistad inquebrantable con Israel y de garantía de su seguridad nada menos que ante un público árabe en El Cairo, y en contrapartida conminó a Netanyahu a que congelara los asentamientos como paso previo a la negociación directa para la creación de un Estado palestino al lado del Estado israelí. Eso fue el 4 de junio pasado; pues bien, el 14 de junio, Netanyahu no tuvo más remedio que recoger el guante en un discurso tan solemne como lleno de condiciones y de cautelas en el que apoyó con la boca pequeña la fórmula de los dos Estados, aunque rechazó la congelación de los asentamientos. Luego corrigió el tiro y también decretó la congelación por 10 meses de la construcción de nuevas viviendas en territorio palestino, pero con más envoltorio de cautelas y condiciones que sustancia: la ampliación de las actuales colonias, a cuenta del crecimiento vegetativo, no está incluida; tampoco Jerusalén. Resultado: las colonias han seguido creciendo sin freno. La estrecha amistad entre Washington y Jerusalén es ahora una pelea de familia. Son como un matrimonio malavenido que jamás querrá divorciarse y se prodiga en piques y discusiones. Obama ha viajado a Turquía y Egipto, pero todavía no a Israel. No se dio prisas para recibir a Netanyahu en la Casa Blanca y antes recibió al vecino rey Abdalá de Jordania. Ahora manda al vicepresidente Joseph Biden, de inconfundibles simpatías hacia Israel, para que inaugure esta fase de contactos de proximidad; pero evita así la solemne visita que escenifique este amor inquebrantable tantas veces predicado. Por eso la respuesta que obtiene es una doble bofetada. El lunes, se anuncia el permiso para construir 112 hogares en el asentamiento de Beitar Illit y el martes la construcción de 1.600 viviendas en Jerusalén Este, en territorios dentro de la ciudad destinada a ser la capital palestina. Biden iba a fomentar la confianza. Quería caldo y le han dado dos tazas. Pero de desconfianza. Su respuesta sobre el terreno ha sido todo lo contundente que podía esperarse. Primero se comportó con Netanyahu como un jeque árabe: le hizo esperar una hora y media. Y mientras tanto redactó el comunicado de condena, al que no le faltaba ni una letra: "Condeno la decisión del Gobierno israelí de promover la construcción de nuevas viviendas en Jerusalén Este". En realidad, no ha sucedido nada que no hubiera sucedido antes. Netanyahu ya desafió a la autoridad de Washington con la formación y composición de su Gobierno, y desde entonces todo ha ido confirmando la desgana israelí ante las negociaciones de paz y los argumentos de los palestinos respecto a la burla de los asentamientos. Ayer recibieron a Biden en Ramalah compungidos pero más cargados de razón que nunca. Así empieza esta nueva ronda de negociaciones. Con la modestia de un método que ni siquiera exige a los negociadores que se saluden y miren a los ojos. Sin esperanza alguna, porque una parte sólo piensa en Irán y la otra desconfía absolutamente de todos, incluso de sus propias fuerzas. Quizás ésta sea la única luz al final del túnel: cuando nada se espera, algo puede obtenerse por pequeño que sea.

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11 de marzo de 2010
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Jugadores de riesgo

No hay gobierno sin riesgo. Quien no arriesga no gana. Pero se puede arriesgar de muchas formas. Por ejemplo, con red o sin red. A lo grande o modestamente. En una mesa de juego o en varias a la vez. La prudencia política aconseja la dosificación del riesgo. Aunque el primer cálculo de riesgo que hay que asumir es el de saber tasar las propias fuerzas y debilidades. Es el mayor riesgo de todos: apostar por unas fuerzas meramente virtuales, de las que se desconoce lo más elemental, es decir, si funcionarán en los momentos decisivos. Quien arriesga en exceso y sin cauciones termina tropezando con la estadística, es decir, con que el peligro de que surja el percance.

Obama es un buen ejemplo de jugador de alto riesgo. A lo grande, jugando en varias mesas, confiando sobradamente en sus virtudes políticas y sobre todo oratorias. Tiene sin embargo una gran ventaja: hay un sistema de fusibles fantástico, que irán saltando uno detrás de otro antes de que la descarga eléctrica pueda alcanzarle. El primero de todos es su jefe de gabinete, el príncipe de las tinieblas de su Casa Blanca, Rahm Emmanuel. El debate político estos días se centra en saber si la pérdida de la supermayoría en el Senado, que garantizaba la reforma sanitaria, debe cobrarse una pieza de su envergadura para devolver un cierto margen de acción al presidente. Sarkozy es otro jugador de riesgo. También le gustan los grandes espacios y las cifras con muchos ceros. Como le sucede al presidente norteamericano, cuenta asimismo con un espléndido sistema de fusibles preparado para defenderle. Pero le gusta tanto el riesgo que no puede resistirse a asumirlo él personalmente. A la hora de optar entre exponerse personalmente o ceder algo de protagonismo a su primer ministro o a los ministros del Gobierno no tiene duda alguna. Su voracidad le impide actuar de otra forma. En algún momento es evidente que sacrificará a François Fillon, el resignado ?colaborador? suyo que tiene oculto bajo su sombra. Pero probablemente no será para evitar un riesgo, sino exactamente por lo contrario. Berlusconi también ama el riesgo, aunque las únicas dimensiones colosales que le interesan son las de su enorme fortuna. Arriesga mucho, vaya si arriesga; pero en un sentido muy distinto. Y sus fusibles son el ejército de abogados que le acompaña. No necesita más. Sirvientes y abogados. Además de velinas, por supuesto. El ?vivere pericolosamente? se adapta muy bien a su moral. Pero quien sufre el peligro y el riesgo son los italianos. Zapatero tiene algo de cada uno de los anteriores: es un jugador de riesgo, obviamente. También abre más partidas de las que puede jugar. Atendiendo a las características del sistema español podría contar asimismo con un buen sistema de cautelas y fusibles. Pero desde el primer día ha preferido, como Sarkozy, asumir en soledad el desafío. Cada uno de los grandes envites ha terminado directamente en sus manos. Sus ministros parecen franceses, borrados por el hiperactivismo presidencial. Pero ZP no tiene nada del narcisismo del presidente francés, aunque sea a quien más se parece en estilo político. Con el inconveniente de que el presidente del Gobierno español tiene un blindaje institucional más suave que el todopoderoso jefe del Estado de la República vecina. De manera que nadie en la derecha francesa discute su liderazgo, mientras que no puede decirse lo mismo de la izquierda española. Por eso allí lo único que interesa es si alguien tendrá la oportunidad de desafiarle seriamente desde la oposición en las próximas presidenciales en 2012, mientras que aquí ya se hacen cábalas sobre si hay que buscarle rápidamente un sustituto para situar en cabeza del cartel socialista.

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10 de marzo de 2010
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Gestores de crisis

Lo mínimo, lo elemental, es saber gestionar las crisis. Matizando un poco más: saber comportarse ante las crisis. Nada nos irrita más que un gobierno que no sepa comportarse ante una crisis. Y esto vale para una breve crisis de los transportes en una tarde de nieve que colapsa una ciudad y un país entero como para una larga crisis económica. Ante las crisis hay muchas formas de reaccionar, pero la peor de todas es la negacionista: los gobernantes no reconocen que existe mientras los ciudadanos están sufriéndola. Es la peor pero no es la única mala. No hay que olvidar a los que aprovechan todas las crisis para barrer para casa: ciertos gobiernos pueden utilizarlas para acumular más poder o para dedicarse a lo único que saben hacer, que en algunos casos puede ser algo tan lamentable como extender la corrupción. Tenemos ejemplos muy próximos y actuales.

Frente a quienes saben sacar siempre partido de las crisis, reconozcamos, de entrada, que no hay crisis buena. Quien está al cargo tiene todos los números para cargar con la responsabilidad entera, por lo que se ha hecho y por lo que no se ha hecho, por lo que tiene remedio y por lo que no tiene remedio alguno por mucha voluntad y trabajo que se le eche. A Bush le partió la presidencia la catástrofe del Katrina porque no supo comportarse. A Zapatero se lo llevará probablemente una crisis económica en cuyo origen tiene tanta responsabilidad como cualquier otro, pero en su caso sucederá porque se empeñó y quizás sigue empeñado en confundir el necesario optimismo que se necesita para dar confianza a los mercados con el realismo de reconocer las cosas tal como son en toda su crudeza. A Berlusconi, en cambio, no hay crisis que le haga temblar ni que haga mella sobre su imperturbable acción depredadora; al contrario, él y sus amigos sacan beneficios y dividendos sustanciosos de las crisis: quizás porque la crisis es él mismo y no terminará la que sufre la política italiana hasta que no se jubile. Caso aparte, interesante, es el de quien vive de superar las crisis. Es lo que sucede con la Unión Europea. Si no hay crisis nada se mueve y sólo las crisis la obligan a ponerse en marcha: en su caso, toda crisis es buena. El gobierno económico del euro surgirá de la crisis griega, eso sí, siempre que el euro aguante. Esta es la forma tecnocrática de gestión de crisis: no se toca nada mientras la máquina funciona; y en cuanto se produce la avería se cambia de máquina. Hay que decir que, hasta ahora, éste ha sido un método excelente. Europa ha crecido de crisis en crisis. Pero todo tiene un límite y no puede descartarse la llegada de una crisis más fuerte que los equipos de bomberos destinados a cortarla. Eso es lo que desean los más hostiles al proyecto europeo, que la crisis griega sea sólo el aperitivo de un magno colapso del euro, indefectiblemente iniciado, según su imaginación eurofóbica, por la economía que combina el máximo tamaño con la máxima fragilidad, es decir, España. Hemos detectado, así, tres estilos de enfrentar las crisis por parte de los negacionistas, los cínicos o los tecnócratas. Hay muchos más, seguro. La carismática, por ejemplo: frente a la crisis el gobernante se arremanga y se pone al frente. A quitar nieve si se ha colapsado la red de calles y carreteras, como no hizo nadie ayer en Barcelona y Cataluña. A dar la cara ante el terremoto devastador, el quinto registrado en la historia del planeta, que ha golpeado Chile, como sí hizo Bachelet. A achicar agua si va de inundaciones, como hizo Schroeder en 2002 antes de una campaña electoral que le dio una victoria tan merecida como inesperada. A contar la que se nos viene encima en pérdida de empleo como ha hecho Obama. Todos sabemos que la acción de este gobernante que se pone al frente sirve para poco si no hay medios y sobre todo si la catástrofe es de dimensiones apocalípticas. Finalmente, ésta puede ser la mejor técnica para revertir los efectos de la crisis a favor de la imagen electoral; pero requiere reflejos y un cierto sentido del riesgo que suelen escasear en esta profesión tan conservadora que es en el siglo XXI la de político. En cualquiera de los casos, los ciudadanos necesitan y deben exigir que sus representantes sepan explicarles y acompañarles cuando las cosas vienen mal dadas y se les paga para que nos den ánimos y nos ayuden, aunque sirva para poco, y no para que utilicen las crisis para sacar provecho, como ha sucedido en Italia, o para reírse de nosotros en nuestras barbas desde el estribo de sus coches oficiales mientras nosotros nos quedamos tirados por la nieve en las vías y carreteras.

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9 de marzo de 2010
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Lo que Barcelona debe a Sarkozy

Al presidente francés le gustan los toros, Madrid, la cultura española y Estados como el suyo, bien centralizados, con una gran lengua universal y las mínimas monsergas regionalistas. Cuando se sacó de la manga la idea de una institución europea volcada al Mediterráneo, a principios de 2007 y en plena campaña electoral, lo último que podía ocurrírsele era que quedara vinculada al nombre de Barcelona. En la noche de su victoria fue una de las banderas ideológicas que levantó: iba a organizar una Unión Mediterránea que cambiaría al mundo. Su idea era organizar una alternativa mediterránea a la Unión Europea, de la que quedarían excluidos los países no ribereños del Norte y, en especial, Alemania. Sería una construcción en la que Francia ocuparía el lugar central, aunque, eso sí, los fondos para los programas deberían salir de las arcas de Bruselas. También quitaría a los españoles la iniciativa del Proceso de Barcelona, iniciado en 1995 con la Conferencia Euromediterránea que se celebró en la capital catalana. Compensaría, así, el desastre cosechado por su antecesor Jacques Chirac con el Tratado de Niza, cuando Francia dejó de pesar lo mismo que Alemania en la Unión Europea a la hora de votar y de contar con cuotas de poder. Ya se sabe que Francia siempre ha viajado en primera con billete de segunda, según frase vitriólica del canciller alemán Konrad Adenauer.

Afortunadamente para todos, barceloneses incluidos, la diplomacia francesa, el famoso Quai d?Orsay, da sopas con onda a su presidente. Las genialidades de Sarkozy fueron troceadas y pasadas por los tamices de sus magníficos diplomáticos, que negociaron con destreza hasta destilar una fina composición, afortunadamente irreconocible, pero que su presidente podrá exhibir como trofeo personal. En los anales quedará que al voluntarismo de Nicolas Sarkozy se debe la Unión por el Mediterráneo-Proceso de Barcelona, que tal es el nombre del artefacto, nacido en una cumbre en París el 13 de julio de 2008. El organismo, formado por 43 países de las dos orillas, integra a todos los socios europeos y forma parte de la arquitectura de la UE. Es menos grandilocuente y ambicioso que el anterior Proceso de Barcelona. Recordemos que entre los objetivos de la Conferencia de 1995 se contaba que en 2010 el Mediterráneo sería una gran zona de libre cambio, objetivo que queda muy lejos de la realidad de los intercambios y obstáculos todavía existente. Ahora, en cambio, se trata de hacer lo que Sarkozy llama humildemente una unión de proyectos. A pesar de la cura de realismo, el camino para que la UpM eche andar no es nada fácil. Hubo un ligero rifirrafe por la designación de la sede. Los méritos de Barcelona frente a La Valeta o Túnez, las otras candidatas, eran obvios. Aunque bien pudieron surgir otras apuestas, como Marsella o Tánger, el pragmatismo francés quiso complacer a los socios españoles, no fuera caso de que hicieran descarrilar todo el invento. Todavía habrá que saltar alguno de los muchos obstáculos de los que el Mediterráneo dispone en abundancia antes de que empiece a navegar: la enemistad entre Argelia y Marruecos con el Sahara de fondo, la tensión entre Chipre y Turquía por la parte turca de la isla, la permanente hostilidad antieuropea del Estado freaky que es la Libia de Gaddafi y, en el centro de todos los conflictos, esa paz siempre pendiente, siempre lejana, entre israelíes y palestinos. Este fue el obstáculo que enrocó al Proceso de Barcelona y al que hay que sortear ahora para que no vuelva a bloquearse de nuevo. Al final, pues, hete aquí que Barcelona será y es ya la capital del Mediterráneo, con su pequeña secretaría abierta en Pedralbes desde el pasado jueves. En junio albergará la primera cumbre de la UpM ya en funcionamiento y cabe esperar que muy pronto arranquen esos proyectos que deben definirla: energía solar, autopistas del mar, protección civil ante las catástrofes, intercambios universitarios y desarrollo de las pymes de las dos orillas. Las banderas de los 43 ondean frente a Pedralbes, el Palacio Real construido para Alfonso XIII, donde se hospedaba el general Franco en sus viajes a Barcelona. El símbolo de la vocación de capitalidad queda así satisfecho, con la secretaría que dirige el diplomático jordano Ahmed Masadeh. ¡Al fin, gracias a Sarkozy, capital europea de algo!

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8 de marzo de 2010
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El Boomeran(g)
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