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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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?Porna? para mujeres

Hay palabras adultas como porno, palabras gueto a pesar de que su uso esté muy extendido, que un buen día se universalizan y su significante se acaba aplicando a otros significados ajenos al original, casi siempre como adjetivo. Puede que sea por su sonoridad, su provocación o por sus connotaciones periféricas. El caso es que porno ha escapado de su propia semántica y se ha infiltrado en la cocina, en la moda o en Instagram, donde la cuenta Porn for Women, que ya tiene 82.000 followers y sin gota del porno verdadero. Si teclean pornfood aparecerán delante de sus ojos una colección de platos voluptuosos y calóricos con mostazas estratégicamente regadas sobre un solomillo enrojecido, o una mantequilla de cacahuete deslizándose en meloso goteo sobre un panaché de verduras. Pero también información sobre el nyotaimori: privados de restaurantes con un kilo de sushi extendido sobre el cuerpo desnudo de una mujer que yace sobre la mesa y huele a atún. También existe hoy la etiqueta pornshoes, como si tildar a unos zapatos de pornográficos sobrepasase la más sinestésica de las fantasías. El catálogo de pornshoes no se limita a tacones de aguja con straps hasta el tobillo, incluye una amplia colección de absurdas zapatillas deportivas. Todo lo contrario que la holandesa Dusk TV, que hace un par de años creó el primer canal de televisión temático sólo para mujeres, y acuñó porna. La feminización del término implica un diferencial en los contenidos de esos filmes con respecto al clásico porno: sexo explícito, sí, pero con parejas reales, hombres guapos y mujeres sin cirugías. Y fuera las clásicas escenas de machos alfa que a ellas, lejos de considerarlas proezas eróticas, les repugnan. Historias que avanzan de la insatisfacción al descubrimiento y el éxtasis sexual, a cualquier edad, contenían la mayoría de relatos que leí como jurado del premio de literatura erótica escrita por mujeres Válgame Dios. Sus promotoras, Beatriz Santamaría -una conocida agitadora cultural de Chueca- y su hija, la actriz Candela Arroyo, decidieron alentar una reescritura del género en femenino. El resultado: dominio del ansia por descubrir el placer verdadero mezclada con torpes clasicismos y confesiones terrenales, como la de una mujer que para emprender su placer solitario recurre siempre a una foto de Arturo Pérez-Reverte. El hijo del erotómano Berlanga, Carmen Rigalt, Fernando Rodríguez Lafuente, Sandra Berneda, Javier Rioyo, Oscar Mariné, entre otros, hicieron ganadora a una historia de Adán y Eva, de Laura M Lozano, escrita al revés. Sobre la fortuna que ambos experimentan cuando se ven por primera vez desnudos. Y se gozan. Puede ser que en esto consista el porna. (La Vanguardia)

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11 de junio de 2014
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El precio de una foto sexy

El fetichismo contemporáneo practica una obsesiva exhibición de la intimidad a través de los dispositivos móviles. Grabarse en vídeo para verse después y excitarse juntos, retratarse desnudos para provocar al partenaire enviándole la foto por WhatsApp o practicar el cibersexo, ocultando la identidad hasta que resulta inviable mantener el secreto, ejemplifican la portentosa desinhibición de estos tiempos, ciertamente temeraria. Cuántas muchachas se han encontrado su foto desnuda en los chats del instituto y han querido morirse -y así ha ocurrido en algunos casos extremos-, incapaces de soportar la vergüenza y el acoso. Entre las parejas, la vendetta se gasta hoy utilizando esos mimbres sin respetar la huella del amor que habitó un día entre ellos. Y es que aquel o aquella que fue tu hombro y tu sueño, tu aliento después de un mal día y tu cobijo cuando regresabas de la intemperie, el que reía contigo y se conmovía ante tu dolor o tu alegría, se ha convertido en un traidor miserable que expone tu desnudez en la inmensidad de internet. Ha de ser altamente violento para la conciencia, e incluso para la salud, humillar a tu ex violando en público lo que sólo debía de ser privado. Pero se han desdibujado los límites entre exposición y decoro, también entre original y copia. Porque traficar de esa manera con una confianza íntima ilustra el principio de incertidumbre, así como la poca experiencia en salvaguardar la propia imagen ante las redes sociales. Leo que aumentan en EE.UU. los acuerdos prenupciales que prohíben compartir imágenes personales en el infinito de la red. Se refieren a las de alto contenido sexual, por supuesto, pero también a aquellas “que puedan resultan dolorosas” por sus consecuencias o que sean humillantes. Entre los ricos de Manhattan se calcula que una infracción de este tipo puede salir por 50.000 dólares. “No es por falta de confianza, sino para proteger la privacidad”, dicen las parejas precavidas que firman estos pactos. Pero acaso lo más notorio de esta nueva tendencia sea la mancha ominosa que aún permanece sobre la desnudez, desde la signatura teológica del Génesis. Mientras las reinas del pop son cada vez más transgresoras y explícitas -riéte de Madonna con Miley Cyrus, Rihanna o Shakira-, las alumnas aventajadas de body art se autoofrendan simbólicamente. Como Deborah De Robertis, que acudió al Museo de Orsay para contemplar El origen del mundo de Gustave Courbet y, sin avisar ni anunciar su performance, se sentó en el suelo, y ante la mirada atónita de los visitantes descubrió su sexo. Lo que Robertis buscaba era todo lo contrario a lo que las parejas vengativas: sin móviles nadie se hubiera enterado de su relectura de la obra de Courbet, empeñada en que su pubis mostrara lo que “no se ve en el del cuadro”. Eso sí, tan difusa es hoy la frontera entre arte y escándalo como entre amor y escarnio. (La Vanguardia)

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9 de junio de 2014
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Empáticas y narcisistas

Empatía como antídoto al narcisismo; o, mejor dicho, remedio para apaciguar a las furiosas hidras que acaban aislando a quienes se estampan de boca contra el estanque. Así lo afirma un estudio de la Universidad de Surrey (Reino Unido), cuyas conclusiones aseguran que aprender a considerar los puntos de vista ajenos puede ayudar a los engreídos a sentir empatía. Nada nuevo: “Ponerse en la piel del otro”, esa sabia cantinela. El grupo de narcisos del estudio sólo alcanza picos de generosidad al imaginarse que son ellos quienes padecen; egocéntricos con un elevado umbral de tolerancia ante el sufrimiento ajeno, forzados a ablandarse hasta rozar la autocompasión. A veces la falta de empatía puede responder, como en el caso de Charlene de Mónaco, a la mezcla entre parálisis, susto e inhibición. “La princesa triste”, cuya visión del mundo parece limitarse a una piscina -su mirada destila agua clorada y su fundación benéfica se dedica a enseñar a nadar a los niños-, ha roto el maleficio y las sospechas de esterilidad. Parece que Charlene y Alberto tendrán gemelos, y los nubarrones se disipan en el país-casino, una especie de plató couché donde aún se celebran bailes con máscaras, rosas y circo. Ahora, si hay alguna princesa del pueblo, esa es Estefanía, amada por los monegascos hasta el punto de considerarla una más: compra en Carrefour, vive en un bloque de apartamentos, se sienta al lado de su chófer, Doudou, y no lleva bótox. En una entrevista que le hice hace más de cinco años, me aseguraba que no era de plástico. “Lo normal es que, si yo hago la comida o la compra, no acepte que alguien lo haga por mí. No me han dado ningún manual de cómo ser princesa, cada uno vive su vida como quiere. No sé en las otras familias reales, no las conozco, y no voy a juzgar a la gente que no conozco”. A Charlene, en cambio, sí le dieron un manual, e incluso le aconsejaron que fuera de plástico, para repeler a los insidiosos. En las dos últimas décadas se nos ha reeducado hacia nosotros mismos: Desde el “mímate” o “sácate partido” de las tonadillas de autoayuda hasta el ombliguismo de las redes sociales. Pocos personajes públicos, ya sea Pablo Iglesias o la hija de la Pantoja, escapan del mal narcisista. Bien lo sabe Angelina Jolie, una bestia mediática que más allá de los tatuajes, la bisexualidad y el músculo desafiante, se ha convertido en una comprometida madre de familia numerosa y global con una de las mejores imágenes públicas mundiales. Su estratega es simple: una estrella debe de ser la vez extraordinaria y ordinaria. Como Gloria Swanson, que después de lucir sus pieles con insuperable glamur preparaba la cena de sus hijos. Paladas de empatía californiana contra la egolatría narcisista, lo contrario de lo que ocurre en Mónaco con el permiso de Estefanía. Dos en uno No sé si se había entregado antes un premio Príncipe de Asturias a un escritor y su alias. Porque los méritos que glosa el jurado para concederle el galardón al irlandés John Banville incluyen al seudónimo con el que firma sus novelas negras, “turbadoras y críticas” según él mismo: Benjamin Black. Su desdoblamiento es colosal. Hace un par de años reconoció que le gustan más los thrillers de Black que muchas de las novelas serias y enjundiosas de Banville, que acaba odiando. Un verano me entregué a su obra, empezando por El mar: “Y fue como si de pronto hubiera salido de la oscuridad y entrado en una mancha de sol pálida y empapada de sal”. La soporté un minuto, menos de un minuto, esa feliz luminosidad…. La tía republicana Adora las cámaras con ese fervor tan de provincias, aunque se define “laica, roja y republicana” a los cuatro vientos, retuitea los mensajes de Podemos y apuesta, cómo no, por el referéndum. Hablamos de Henar Ortiz, a quien, de no haber sido tía de la princesa Letizia, nadie conocería. Una mujer que, de vez en cuando, sienta cátedra con sus opiniones que tanta inquina destilan: “Mi sobrina es muy lista, pero está poco preparada para reinar”, dijo en una ocasión, añadiendo que físicamente se parece a ella. Todas las familias esconden una mancha tras el cuadro, pero eso no importa tanto como empeñarse en ser oveja negra. Por mucho que sea la única manera de que te hagan caso… ¿El nuevo feminismo? Rihanna vuelve a estar en boca de todos, y no por su música sino por su permanente pose de desafío. Acudió a la gala de los premios CFDA con unas transparencias sin eufemismos, erotizando el look que, en los años veinte, inmortalizara Josephine Baker. Algunos tabloides británicos censuraron la imagen, otros solo se escandalizaron, pero su gesto también se ha defendido como un claro un mensaje feminista. La chica políticamente incorrecta que se mueve con fiebre en las caderas reafirmada en su desnudez, igual que si anduviese abrochada hasta el cuello. Tanta literatura acerca de la necesaria reformulación del viejo feminismo, y ya ven: esas chicas, Beyoncé o Rihanna, dispuestas a reivindicar con el culo al aire. (La Vanguardia)

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7 de junio de 2014
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La aristocracia del ?strip-tease?

Un cabaret en permanente búsqueda. La atracción turística más sofisticada detout París. Quince flequillos y quince pares de stilettos con la suela roja de Christian Loubutin encima de un escenario. El templo de los cuerpos perfectos, custodiado por una legión de cancerberos. Un antro añejo en el que su fundador, el libertino Alain Bernadin, dejó docenas de mensajes escritos en sus paredes. ?Los italianos no pueden llevarse a las bailarinas a casa?, rezaba uno de ellos. Cortinas de terciopelo rojo y dos estatuas de estilo griego lacadas en oro enmarcan el escenario. Voilà, el Crazy Horse. Para acceder a su backstage, debe rellenar una instancia. Las restricciones para fotografiar son superiores a las del Ministerio de Defensa. Hay que mantener intactas la imagen y el misterio de la marca, dicen sus responsables. Y proteger a las bailarinas. Porque formar parte del cuerpo de baile del Crazy significa alcanzar un estatus en la profesión. A cambio, a la chica la rebautizan, la pesan cada semana ?si gana o pierde más de dos kilos, la echan? y se le prohíbe relacionarse con ningún espectador, aunque este pertenezca a la realeza. ?Nuestros jefes nos dicen: sois mitos, no estáis disponibles. Sí, recibimos botellas de champán y cajas de bombones y nos encanta tener admiradores, pero nos está prohibido cruzar palabra con ellos?, explica la vasca Patricia Díaz-González, una de sus estrellas, rebautizada artísticamente Nahia Vigorosa. Desde hace tres años tiene contrato de exclusividad con la compañía. ?Nahia significa deseo en euskera?, aclara. Sus compañeras se apodan Psykko Tico, Fasty Wizz o Fiamma Rosa. El bautizo es todo un ritual de iniciación para devenir una crazy girl. Los camerinos son puro kitsch. El pequeño hall con canapé 2001: Una odisea del espacio huele a comida calentada en microondas. Está prohibida la entrada a cualquier hombre. En las paredes, una foto del Papa Wojtyla junto a una postal con palmeras caribeñas. Cada bailarina tiene asignado un cubículo del tamaño de un locutorio, donde guarda sus pelucas, medias de rejilla, cadenas, jabones, ositos de peluche, post-its con mensajes tipo ?besos, Zou Zou?. Un collage de decadencia naif. Nahia se maquilla frente al espejo de vedette. Del ballet clásico en Gaztetxo y Biarritz pasó a hacer bolos en Disneyland París y Port Aventura. Le propusieron presentarse a las pruebas del Crazy. “¿Qué es eso?”, preguntó. ?Es ante todo la exaltación de la feminidad. Te sentirás una auténtica actriz, no una muñeca?, le respondieron. Cuando le dio la noticia a su madre, por teléfono, tuvo que añadir: ?Pero es en topless?. A una bailarina del Crazy Horse se le exigen cinco condiciones: un cuerpo bello y natural ?sin cirugía estética?; unos glúteos redondos; entre 1,68 y 1,72 metros de altura y una talla 36 o 38; un nivel alto de baile, desde clásico a jazz, y carisma. Alain Bernadin aseguraba que, aquí, ?si una bailarina no tiene mirada, ya se puede ir a casa?. La perversa y elegante cueva que creó en el sótano de un inmueble de la Avenue George V se vanagloria de haber reinventado el género al ritmo de las vanguardias. Nada que ver con el Moulin Rouge o el Lido. Este es un espectáculo para estetas. De la Nouvelle Vague al Pop-Art, de Aznavour a David Lynch, los artistas invitados a colaborar con esta reformulación del cabaret a la americana han aportado fetichismo, glamour parisino y moda. La show manager y bailarina Svetlana Kostantinova insiste: ?No provocamos, seducimos, hacemos soñar a los espectadores, los conducimos hasta sus fantasías”. Sensualidad, y no sexualidad. Se levanta el telón. Las bailarinas, disfrazadas de soldados de la Guardia Real británica, marcan paso levantando la rodilla hasta el techo, y ponen el culo en pompa. La escena es demasiado perfecta para el morbo. Y el público es extremadamente educado.

(Icon)

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5 de junio de 2014
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La renuncia

“Quién es el hombre para hacer planes!”, exclama lord Chandos en su carta de despedida al canciller lord Bacon en la que le explica por qué ha dejado de escribir, profundizando en la incapacidad de toda literatura para expresar la realidad. Se trata de una joya literaria a menudo olvidada, que abre una nueva dimensión de la percepción artística. La existencia tenía sentido hasta que, un día, la embriaguez se transforma en tribulación y después en renuncia. El personaje de Hugo von Hofmannsthal cambia aplausos y elevadas responsabilidades por una existencia trivial, si bien dotada de momentos sublimes, desde la visión de un perro tumbado al sol hasta la de un rastrillo abandonado. Y los vive. Encendiendo otras plumas. Palabras elevadas que dejan atrás antiguas arrogancias y enaltecen al que se compara con Craso cuando lloró al morir un pez de su estanque. Una épica de la renuncia que, lejos de emborracharse de nostalgia, estimula la conciencia. Asistimos desde hace un tiempo a un relevo generacional en el cual se anuncia la caída de árboles gigantes, al que la abdicación real ha dado un nuevo impulso. En unas horas, tras renunciar a su corona, hemos presenciado la humanización del personaje y del símbolo. El Rey, con una despedida cuya solemnidad ha quedado reservada al significado en lugar de a la forma, ha recuperado su dimensión humana. En su mensaje vibra el subtexto: ahora que ya me he recuperado, ahora que he viajado al petrodesierto en busca de prosperidad, después de cumplir 76 años, sé que es la hora de “una nueva generación” que “reclama con justa causa un papel protagonista” y que “merece pasar a la primera línea”. Tras los rigores de la crisis y la mutación digital, el mundo ha visto quebradas muchas de sus estructuras, y se plantea si no ha llegado la hora de que los delfines reemplacen a los elefantes sin intentar imitarlos y convertirse también en paquidermos. Con otra forma de hacer y de comunicar, sin viejos vicios y buenas dosis de astucia y formatos insólitos, han sido capaces de descorchar la llamada generación tapón. La urgencia de dominar unos tiempos en permanente cambio se une a una conciencia ciudadana más crítica. La hora, dice el Rey, de que comanden las naves una generación de no tan jóvenes, que, con cuarenta años, están sobradamente preparados para encarar el futuro y ejercer otro tipo de liderazgo. A pesar de sus méritos les ha costado llegar a la orilla. Hasta que el Rey ha anunciado que abdica la corona en su hijo, presumiblemente se acelerarán los relevos. Ha llegado la hora de que los elefantes disfruten de la visión, como lord Chandos, de un perro tumbado al sol.

(La Vanguardia)

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4 de junio de 2014
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Y al séptimo descansó

“Y al séptimo día, descansó”. Los domingos se convirtieron en una jornada sagrada, una institución del calendario para rendirle culto a Dios. Incluso los payeses no madrugaban el domingo para ir al campo, día de agua y jabón, traje, misa, vermut y canalones. De tardes largas con el eco del Carrusel deportivo y el aire impregnado de habanos. Las ciudades recogidas a la hora de la siesta. Las meriendas de amigas con suizo y café con leche condensada. Hasta que la semana, invisiblemente, empezó a arrancar en sus tardes yermas y melancólicas. En ellas se gestaría, anticipando planes, citas y quimeras. Los centros comerciales rugían con promociones de perfumes y vales descuento al tiempo que algunos salones de belleza empezaron a abrir los domingos y cerrar los lunes, igual que los restaurantes. Y la tarde libre de los viernes se convirtió en una nueva conquista del Estado de bienestar. Mientras para los eurodiputados la semana es de martes a jueves, y para multitud de teleoperadoras es de viernes a lunes, se ha ido trastocando el orden mental de lo que entendíamos por “semana”, una línea continua y homologada. Hace unos días leía en Slate un artículo que resaltaba la vigencia de la semana de siete ideas, esa institución tan sólidamente instalada en nuestras sociedades como poco cuestionada. “Ya es hora de abolir la semana”, titulaba, y repasaba la historia de la organización temporal humana y su relación con los ciclos solares y lunares, afirmando que esta división del tiempo ha quedado obsoleta. Los ciclos de siete días -un número vinculado tradicionalmente a la buena suerte- que inventaron babilonios y judíos, con uno libre (para los primeros un día de mal augurio, para los segundos el preceptivo sabbat), fueron normativizados por el cristianismo. Pero no fue hasta 1926 cuando el magnate industrial Henry Ford inventó el fin de semana al cerrar sus fábricas los sábados a fin de que sus obreros tuvieran tiempo de dar una vuelta con la familia en sus Ford. Cuántas tradiciones semanales en el marco de un mercado laboral mutante y nómada, y en pleno declive de la práctica religiosa, se han desvanecido. Internet ha derribado el sentido de la temporalidad: basta un clic para ver el siguiente capítulo de tu serie preferida sin necesidad de esperar ansiosamente siete días, y en la tele siempre hay fútbol, no sólo los domingos. La sensación de que el fin de semana se extiende plácidamente de viernes a lunes parece cada vez más un espejismo. En México o Japón los sábados son laborables. Y, en Europa, los empresarios, tras los resultados de las últimas elecciones, reclaman a sus gobiernos más mano dura: “opciones políticas valientes” de cara a una mayor “consolidación fiscal”, es decir, más ajustes y reformas estructurales. Ellos quieren abolir el fin de semana, justo cuando nos preguntamos si el martes no debería de ser como un domingo y el domingo como un lunes.

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2 de junio de 2014
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La izquierda ?selfie?

Por un lado están los jóvenes y por otro los jóvenes-viejos. Los primeros responden, según el prestigioso centro de investigaciones Pew, a la etiqueta de milenials, nativos digitales que desconfían de las instituciones suplantadas por las redes. Menos propensos a definirse como ecologistas, son anticeremoniosos e hipercomunicativos y, en general, no militan, a diferencia de los jóvenes-viejos que se han sentido con los bolsillos vacíos de mensajes ante el suculento surtido de quesitos surgidos tras las europeas. “Estos friquis” -como denominó Arriola a los integrantes de Podemos- han sido capaces de asaltar Bruselas con una campaña low cost. PP y PSOE se han revirado. “No me gusta este tipo de movimiento político”, aseguraba Patxi López en la Cadena Ser. El exlehendakari, que también dimite, afirmó que su partido es el más democrático de España porque celebra primarias. Cierto es, hubo unas en 1998 que ganó Borrell, a quien le acabaron dando la patada. Pero que le pregunten sobre democráticos congresos al equipo de Carme Chacón, que en 2012 asistió al espectáculo de Felipe y Guerra pidiendo el voto in extremis -delegado por delegado- para Rubalcaba. El socialismo, hambriento de tendencia, necesita a su generación selfie a la búsqueda de un corpiño sexy que lo vista y una cabeza audaz que lo repiense. Ahora, todos los ojos se han posado en Susana Díaz, la esperanza blanca del partido aunque hace nueve meses nadie la conociera. Poderío dicen que trae, y habilidad para nadar a contracorriente. Eduardo Madina comparece como una oferta cuyo principal atractivo es ser un significante sin significado, sin que ello quiera ser peyorativo. No se le conocen ideas propias, pero es un excelente portavoz de la dirección del partido con verbo poético y más inquietudes intelectuales que las que se le conocen a Díaz. Con pose de niño bien de Deusto, en Twitter recomienda libros o discos y escribe artículos evocadores sobre la izquierda soñada. “Un militante, un voto” reclamó Madina rompiendo la baraja. “Mejor un progresista, un voto” le replicó Chacón. Demasiado catalana en Madrid, demasiado española en Catalunya, pero, al fin y al cabo, la candidata con mayor currículum y experiencia política. Sus puntos débiles son también los fuertes: es mujer, es joven-vieja, y se codea con los demócratas norteamericanos. Díaz, avalada por los barones para borrar el pasado reciente, es andaluza 100%, a diferencia de Chacón que es mitad. Aunque acusen diferencias, se llevan bien. López está para ayudar a Madina, veremos si ellas hacen pinza. ¿Los chicos contra las chicas? ¿Nueva foto en Ferraz? El problema del PSOE es que aún no tienen selfie. El ‘milenial’ mileurista Me cuentan quienes han asistido a sus clases que Pablo Iglesias es de esos profesores que fascinan tanto a alumnas como alumnos con un cóctel de conocimientos, rebeldía y coleguismo, muy al estilo de El club de los poetas muertos. Acaso se lo permite su brillante expediente académico. Las cámaras lo quieren, aguanta la mirada de sus adversarios sin despeinarse, y conecta con los milenials desencantados. Es tan carismático que incluso su foto aparecía en las papeletas de voto. Pedagogía de guerrilla y lustre de intelectual, eso sí, chavista. Pero hay algo que no cuadra: con tamaño currículum y tanto periplo por las tertulias televisivas, ¿Pablo Iglesias sigue siendo mileurista? Mito y negocio De blanco, con ese aire de santera, Mamá grande, el brillo rural de la Segarra en su porte desconfiado y la mirada torva, Carmen Balcells es uno de los personajes más interesantes de España. Astuta, tenaz, temida, protegió a los escritores, blindó sus contratos y profesionalizó el oficio. Su acuerdo ahora con el superagente Andrew Willie, el Chacal, provoca una orgía mediática en plena Feria del Libro. Dos mitos se asocian, siguiendo la tendencia de las fusiones entre los poderosos. Dos supervivientes old school -de 83 y 67 años respectivamente-plantan cara a los gigantes como Amazon, Google y también a otros jovenzuelos. Dinosaurios convertidos en delfines. La intimidad trasera “Mi cuerpo es mío”, parece exclamar el rostro tan británico de Kate, como si tuviera un lóbulo expresivo y el otro hierático. El viento suele jugar malas pasadas. Medio trasero al aire le robaron los paparazzi en Australia. Los sensacionalismos no entienden de pudor. El fair play británico choca con la insidiosa persecución de los tabloides siempre en busca del culo, la teta o la raya de cocaína del ídolo del momento. En Madrid, en un desfile de Antonio Pernas hace ya algunos años, a Ana Botella se le cayó la falda al suelo y se quedó en medias y faja. Sus guardias de seguridad y el diseñador la cubrieron. Nadie publicó la foto. Si hubiéramos sido británicos… (La Vanguardia)

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31 de mayo de 2014
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Victoria y derrota

Las imágenes de dos competiciones, una futbolística -la final de la Champions League-, la otra política -las elecciones al Parlamento Europeo-, se solaparon en las pantallas el pasado fin de semana, escenificando el eterno ritual de la victoria y la derrota. En los últimos minutos del partido entre el Real y el Atlético, los futbolistas avanzaban con la mirada perdida, ebrios de extenuación. Como cuando decimos que los niños están pasados de rosca, imbuidos de la energía nerviosa que produce el cansancio. Igual que los jóvenes en un after: los ojos vidriosos, la cabeza en ninguna parte, bailando sin fin. En el tan glosado partido, los músculos entumecidos, las mandíbulas desencajadas y una sensación de hierba pisoteada y botas sucias se medían en un duelo en el que el empuje doblegó a la estrategia. La suerte se abandonaba a las musas que, a su vez, delegaban en el “todo es posible” cuando en el minuto 93 cambiaba el marcador despojando de gloria a los colchoneros, que ya la acariciaban, casi convertida en palabra. La euforia final, a menos que la compartas, resulta siempre obscena. Ganar con moderación, perder con dignidad, reza el mandato implícito de las contiendas. El sudor disolutivo del triunfo y la derrota atropellan el presente. Si en la contienda futbolística asistimos al exhibicionismo de los pectorales de Ronaldo o a la desenvoltura naif de Sergio Ramos, regados de alegría incontinente y vanidosa, en la escena política se ha reeditado el mito de los David frente a los Goliat. Las estampas eufóricas y saltitos en la sede de ERC, UPyD y Ciutadans rapiñándole escaños a pares al bipartidismo, y la imprevista irrupción de Podemos, liderado por un profesor bregado en las tertulias televisivas y con coleta al estilo 15-M, demuestran que ya no sirve lo de siempre. Aunque el ADN de un Real Madrid experto en Champions y fichajes millonarios se impusiera al sueño del equipo humilde reactivado por un entrenador que es puro coraje, corre en el aire una querencia por lo pequeño y lo nuevo frente a lo tradicional y poderoso. Lo demuestra el declive del bipartidismo en favor de una fuerte polarización política. En el epílogo de Guerra y paz Tolstói desarrolla una idea vigente y poco meditada: la constatación de cómo se apunta a la casualidad o al genio para explicar los grandes fenómenos de la historia. “La casualidad crea una situación y el genio la utiliza”. Seguidamente, el autor deja patente la diferencia entre conocer los hechos e ignorar las metas: “Para las gestas realizadas por hombres corrientes no nos harán falta palabras como casualidad y genio”. ¿Existe alguien que haya oído la llamada del destino (o del Olimpo) y se considere corriente?

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28 de mayo de 2014
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Déjame hablar

La monarquía no podía haber recibido mejor inyección de la vida de a pie que la llegada de Letizia, hace ahora una década. Sí, de la vida en minúsculas: la de la línea 9 de metro a Valdebernado, el táper a la hora del almuerzo, el divorcio de los padres, de la pintura esperanzada de una clase media que, con la llegada de la democracia, tomaba el ascensor social del mérito y el esfuerzo. Aquel 22 de mayo gris en el que todos los objetivos enfocaban el porte de la novia rubricó el momento con literatura. Ya saben, en las novelas siempre llueve, incluso cuando no debería hacerlo. Ese día el cielo regó las alfombras concurridas tanto por la nobleza como por la plebe, igualándolas en los zapatos calados. La humedad despeluchaba los peinados. Una boda sin sol araña la luz hasta enblanquecerla. Y después ese olor de asfalto y árboles mojados. El guión real se reescribía con insólita trama; ni tradición, ni manual de instrucciones. Una periodista de clase media se casaba con el heredero de la Corona, representando la anhelada victoria del cuento de hadas. Aquellos que legítimamente discrepan de la monarquía, incluso los enemigos de la institución, no hicieron aquelarre, pero ilustres apellidos, y los antaño melosos cronistas arrugaron la nariz de mala manera. Aunque, en verdad, con la llegada de Letizia todo se profesionalizó. Empezando por los periodistas que cubren las informaciones de la Casa Real, primeras figuras en los medios, y siguiendo por los discursos del Príncipe, con más fondo. La prensa internacional señalaba estos días un hecho inaudito: los Príncipes haciendo cola en los madrileños cines Renoir, callejeando de la mano, “mezclándose entre la gente”. ¿Cómo no iban a mezclarse si ellos mismos son el resultado del inédito cruce entre las tiendas del barrio y las diademas de Victoria Eugenia? Observo la imagen que han colgado en el recién estrenado Twitter de la Casa Real, un acierto en la nueva política de comunicación de la Zarzuela para desencastrar caspa y secretismo, y en su lugar demostrar cómo se ganan el sueldo. En diez años y sin salir nunca del foco Letizia no ha metido nunca la pata y, en cambio, ha aportado frescura, nervio e hiperactividad a la Corona. Aún y así, el cainismo hispano la ha crucificado: que si es distante, que si come pipas con los guardaespaldas, que si bebe tequila, que menudo carácter tiene… Sus salidas de palacio han suscitado tanta expectación como las orgías de María Antonieta. Y siempre el recuerdo de aquella frase, su bestia negra, por la que fue tildada de ambiciosa, incontinente e inexperta: “Déjame hablar”. Esas palabras se cruzan a menudo entre tantas parejas, entre el cariño y la dulce regañina, cuando quieren explicarse. Jamás las consideré un error, a pesar de la espontaneidad. Más bien una declaración de principios que determinaba un nuevo punto de vista respecto a la monarquía, articulado por una mujer que le daba un giro a la historia. De igual a igual. (La Vanguardia)

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26 de mayo de 2014
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El filósofo inquieto

“¡Cuántos frascos de Chanel n.º 5 llegué a vender a 275 pesetas!”, exclama Josep M. Terricabras. En la droguería-perfumería que sus padres tenían en Calella, el tercero de tres hermanos, el niño al que en carnaval disfrazaban de Robin Hood, el chaval que nunca le tuvo miedo al infierno y se preguntaba por qué el sexo era pecado, empezó a pensar con aromas. “Incluso a veces me pongo colonia para irme a dormir, me gusta ese olorcito. Prefiero las aguas frescas y secas: he utilizado desde Calvin Klein hasta Issey Miyake”, confiesa con una leve ronquera el filósofo que concurre a las elecciones europeas como número uno por ERC. Se trata de un hecho atípico en tiempos de economistas y tecnócratas. “Bueno, ha habido algunos antecedentes, desde Rubert de Ventós hasta Gianni Vattimo. Y no está mal que, además de estadísticas y fórmulas, se esté cerca de las ideas en un momento en el que parece que no es muy agradable el discrepar”. El pasado 8 de mayo, una hora antes de empezar la campaña electoral, el catedrático Terricabras impartía su última clase en la Universitat de Girona, tras 27 años de convivencia: “Ellos siempre han tenido 17 años mientras tú vas cumpliendo y eso te mantiene intelectual y espiritualmente joven”. El profesor se despidió de los alumnos. “Fue muy emotivo. No se trataba de hacer testamento, pero les di tres consejos: sed críticos, sed rigurosos en la argumentación y poneos siempre del lado de los más desvalidos, de los que lo pasan peor”. Por encima de todo, Josep M. Terricabras se siente profesor, después viene su dedicación a la filosofía y en tercer lugar, su compromiso cívico y su activismo. “El rigor es importante, pero también tener un punto de buen humor, no tomarse demasiado seriamente a uno mismo, y por supuesto no darse ninguna importancia. Suscribo las palabras de Pere Casaldàliga: mis causas son más importantes que yo”. Le pregunto si se siente humilde: “Sería demasiado virtuoso si lo afirmara”. Bien blindado, paciente y satisfecho consigo mismo, cuenta que una vez un hombre le dijo: “No querría ofenderle, pero…”, a lo que él contestó: “No podrá”. “Enseñar filosofía es enseñar defensa personal”, afirma meditándose a sí mismo. Hijo del Mayo del 68, su refugio fueron los libros, “aquí entonces nos apaleaban (‘atonyinaven’)”. Si había un camino natural hacia la gran filosofía, este conducía a Alemania. Había empezado a estudiar alemán en Calella, y ya lo dominaba cuando, en el año 70, llegó a Münster, donde pasó seis años. El hombre paciente, que habla seis idiomas y ha escrito numerosos libros, hizo su tesis doctoral sobre Wittgenstein (en alemán, cómo no), del que ha traducido al catalán ni más ni menos que su Tractatus, además del Ecce Homo de Nietzsche y El malestar a la civilització, de Freud. “Hoy no se ha de enseñar filosofía porque te guste, sino para cambiarte el gusto”. El candidato de Esquerra a las europeas se considera una persona espiritual, y por ello entiende el recogimiento y, sobre todo, el silencio. En lugar de pronunciarse ateo prefiere declararse: “sin Dios”, por mucho que sea, en su opinión, “una de las más interesantes construcciones humanas”. Director de la Càtedra Ferrater Mora, insiste en el mensaje de trasladar la paz de una Catalunya independiente a Europa, y conseguir su participación como estado. “Identidad catalana: no soy esencialista. Mientras se pueda mantener un acto de reconocimiento, se garantiza la continuidad de la historia”. Hace tres años sufrió un grave accidente de coche. Dos operaciones a vida o muerte. Tardó en recuperarse. “Pero lo peor de mi vida no ha sido esto, sino el accidente que sufrió una de mis hijas. Tenía una lesión en el cráneo. Aquel viaje en coche y en silencio con mi mujer, hasta llegar al hospital, aún me paraliza”. Sin Montserrat Martínez Targa -casados desde 1979- dice que no hubiera podido salir adelante, tanto que a menudo le pide que le deje morir antes que ella. Le pregunto por sus defectos: “Soy desordenado y puede que me haya convertido en alguien demasiado blanco (poco duro con los otros), pero no vale la pena el enfrentamiento, siempre pienso aquello de que el moqui la iaia”.

(La Vanguardia)

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25 de mayo de 2014
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