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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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La renuncia

“Quién es el hombre para hacer planes!”, exclama lord Chandos en su carta de despedida al canciller lord Bacon en la que le explica por qué ha dejado de escribir, profundizando en la incapacidad de toda literatura para expresar la realidad. Se trata de una joya literaria a menudo olvidada, que abre una nueva dimensión de la percepción artística. La existencia tenía sentido hasta que, un día, la embriaguez se transforma en tribulación y después en renuncia. El personaje de Hugo von Hofmannsthal cambia aplausos y elevadas responsabilidades por una existencia trivial, si bien dotada de momentos sublimes, desde la visión de un perro tumbado al sol hasta la de un rastrillo abandonado. Y los vive. Encendiendo otras plumas. Palabras elevadas que dejan atrás antiguas arrogancias y enaltecen al que se compara con Craso cuando lloró al morir un pez de su estanque. Una épica de la renuncia que, lejos de emborracharse de nostalgia, estimula la conciencia. Asistimos desde hace un tiempo a un relevo generacional en el cual se anuncia la caída de árboles gigantes, al que la abdicación real ha dado un nuevo impulso. En unas horas, tras renunciar a su corona, hemos presenciado la humanización del personaje y del símbolo. El Rey, con una despedida cuya solemnidad ha quedado reservada al significado en lugar de a la forma, ha recuperado su dimensión humana. En su mensaje vibra el subtexto: ahora que ya me he recuperado, ahora que he viajado al petrodesierto en busca de prosperidad, después de cumplir 76 años, sé que es la hora de “una nueva generación” que “reclama con justa causa un papel protagonista” y que “merece pasar a la primera línea”. Tras los rigores de la crisis y la mutación digital, el mundo ha visto quebradas muchas de sus estructuras, y se plantea si no ha llegado la hora de que los delfines reemplacen a los elefantes sin intentar imitarlos y convertirse también en paquidermos. Con otra forma de hacer y de comunicar, sin viejos vicios y buenas dosis de astucia y formatos insólitos, han sido capaces de descorchar la llamada generación tapón. La urgencia de dominar unos tiempos en permanente cambio se une a una conciencia ciudadana más crítica. La hora, dice el Rey, de que comanden las naves una generación de no tan jóvenes, que, con cuarenta años, están sobradamente preparados para encarar el futuro y ejercer otro tipo de liderazgo. A pesar de sus méritos les ha costado llegar a la orilla. Hasta que el Rey ha anunciado que abdica la corona en su hijo, presumiblemente se acelerarán los relevos. Ha llegado la hora de que los elefantes disfruten de la visión, como lord Chandos, de un perro tumbado al sol.

(La Vanguardia)

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4 de junio de 2014
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Y al séptimo descansó

“Y al séptimo día, descansó”. Los domingos se convirtieron en una jornada sagrada, una institución del calendario para rendirle culto a Dios. Incluso los payeses no madrugaban el domingo para ir al campo, día de agua y jabón, traje, misa, vermut y canalones. De tardes largas con el eco del Carrusel deportivo y el aire impregnado de habanos. Las ciudades recogidas a la hora de la siesta. Las meriendas de amigas con suizo y café con leche condensada. Hasta que la semana, invisiblemente, empezó a arrancar en sus tardes yermas y melancólicas. En ellas se gestaría, anticipando planes, citas y quimeras. Los centros comerciales rugían con promociones de perfumes y vales descuento al tiempo que algunos salones de belleza empezaron a abrir los domingos y cerrar los lunes, igual que los restaurantes. Y la tarde libre de los viernes se convirtió en una nueva conquista del Estado de bienestar. Mientras para los eurodiputados la semana es de martes a jueves, y para multitud de teleoperadoras es de viernes a lunes, se ha ido trastocando el orden mental de lo que entendíamos por “semana”, una línea continua y homologada. Hace unos días leía en Slate un artículo que resaltaba la vigencia de la semana de siete ideas, esa institución tan sólidamente instalada en nuestras sociedades como poco cuestionada. “Ya es hora de abolir la semana”, titulaba, y repasaba la historia de la organización temporal humana y su relación con los ciclos solares y lunares, afirmando que esta división del tiempo ha quedado obsoleta. Los ciclos de siete días -un número vinculado tradicionalmente a la buena suerte- que inventaron babilonios y judíos, con uno libre (para los primeros un día de mal augurio, para los segundos el preceptivo sabbat), fueron normativizados por el cristianismo. Pero no fue hasta 1926 cuando el magnate industrial Henry Ford inventó el fin de semana al cerrar sus fábricas los sábados a fin de que sus obreros tuvieran tiempo de dar una vuelta con la familia en sus Ford. Cuántas tradiciones semanales en el marco de un mercado laboral mutante y nómada, y en pleno declive de la práctica religiosa, se han desvanecido. Internet ha derribado el sentido de la temporalidad: basta un clic para ver el siguiente capítulo de tu serie preferida sin necesidad de esperar ansiosamente siete días, y en la tele siempre hay fútbol, no sólo los domingos. La sensación de que el fin de semana se extiende plácidamente de viernes a lunes parece cada vez más un espejismo. En México o Japón los sábados son laborables. Y, en Europa, los empresarios, tras los resultados de las últimas elecciones, reclaman a sus gobiernos más mano dura: “opciones políticas valientes” de cara a una mayor “consolidación fiscal”, es decir, más ajustes y reformas estructurales. Ellos quieren abolir el fin de semana, justo cuando nos preguntamos si el martes no debería de ser como un domingo y el domingo como un lunes.

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2 de junio de 2014
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La izquierda ?selfie?

Por un lado están los jóvenes y por otro los jóvenes-viejos. Los primeros responden, según el prestigioso centro de investigaciones Pew, a la etiqueta de milenials, nativos digitales que desconfían de las instituciones suplantadas por las redes. Menos propensos a definirse como ecologistas, son anticeremoniosos e hipercomunicativos y, en general, no militan, a diferencia de los jóvenes-viejos que se han sentido con los bolsillos vacíos de mensajes ante el suculento surtido de quesitos surgidos tras las europeas. “Estos friquis” -como denominó Arriola a los integrantes de Podemos- han sido capaces de asaltar Bruselas con una campaña low cost. PP y PSOE se han revirado. “No me gusta este tipo de movimiento político”, aseguraba Patxi López en la Cadena Ser. El exlehendakari, que también dimite, afirmó que su partido es el más democrático de España porque celebra primarias. Cierto es, hubo unas en 1998 que ganó Borrell, a quien le acabaron dando la patada. Pero que le pregunten sobre democráticos congresos al equipo de Carme Chacón, que en 2012 asistió al espectáculo de Felipe y Guerra pidiendo el voto in extremis -delegado por delegado- para Rubalcaba. El socialismo, hambriento de tendencia, necesita a su generación selfie a la búsqueda de un corpiño sexy que lo vista y una cabeza audaz que lo repiense. Ahora, todos los ojos se han posado en Susana Díaz, la esperanza blanca del partido aunque hace nueve meses nadie la conociera. Poderío dicen que trae, y habilidad para nadar a contracorriente. Eduardo Madina comparece como una oferta cuyo principal atractivo es ser un significante sin significado, sin que ello quiera ser peyorativo. No se le conocen ideas propias, pero es un excelente portavoz de la dirección del partido con verbo poético y más inquietudes intelectuales que las que se le conocen a Díaz. Con pose de niño bien de Deusto, en Twitter recomienda libros o discos y escribe artículos evocadores sobre la izquierda soñada. “Un militante, un voto” reclamó Madina rompiendo la baraja. “Mejor un progresista, un voto” le replicó Chacón. Demasiado catalana en Madrid, demasiado española en Catalunya, pero, al fin y al cabo, la candidata con mayor currículum y experiencia política. Sus puntos débiles son también los fuertes: es mujer, es joven-vieja, y se codea con los demócratas norteamericanos. Díaz, avalada por los barones para borrar el pasado reciente, es andaluza 100%, a diferencia de Chacón que es mitad. Aunque acusen diferencias, se llevan bien. López está para ayudar a Madina, veremos si ellas hacen pinza. ¿Los chicos contra las chicas? ¿Nueva foto en Ferraz? El problema del PSOE es que aún no tienen selfie. El ‘milenial’ mileurista Me cuentan quienes han asistido a sus clases que Pablo Iglesias es de esos profesores que fascinan tanto a alumnas como alumnos con un cóctel de conocimientos, rebeldía y coleguismo, muy al estilo de El club de los poetas muertos. Acaso se lo permite su brillante expediente académico. Las cámaras lo quieren, aguanta la mirada de sus adversarios sin despeinarse, y conecta con los milenials desencantados. Es tan carismático que incluso su foto aparecía en las papeletas de voto. Pedagogía de guerrilla y lustre de intelectual, eso sí, chavista. Pero hay algo que no cuadra: con tamaño currículum y tanto periplo por las tertulias televisivas, ¿Pablo Iglesias sigue siendo mileurista? Mito y negocio De blanco, con ese aire de santera, Mamá grande, el brillo rural de la Segarra en su porte desconfiado y la mirada torva, Carmen Balcells es uno de los personajes más interesantes de España. Astuta, tenaz, temida, protegió a los escritores, blindó sus contratos y profesionalizó el oficio. Su acuerdo ahora con el superagente Andrew Willie, el Chacal, provoca una orgía mediática en plena Feria del Libro. Dos mitos se asocian, siguiendo la tendencia de las fusiones entre los poderosos. Dos supervivientes old school -de 83 y 67 años respectivamente-plantan cara a los gigantes como Amazon, Google y también a otros jovenzuelos. Dinosaurios convertidos en delfines. La intimidad trasera “Mi cuerpo es mío”, parece exclamar el rostro tan británico de Kate, como si tuviera un lóbulo expresivo y el otro hierático. El viento suele jugar malas pasadas. Medio trasero al aire le robaron los paparazzi en Australia. Los sensacionalismos no entienden de pudor. El fair play británico choca con la insidiosa persecución de los tabloides siempre en busca del culo, la teta o la raya de cocaína del ídolo del momento. En Madrid, en un desfile de Antonio Pernas hace ya algunos años, a Ana Botella se le cayó la falda al suelo y se quedó en medias y faja. Sus guardias de seguridad y el diseñador la cubrieron. Nadie publicó la foto. Si hubiéramos sido británicos… (La Vanguardia)

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31 de mayo de 2014
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Victoria y derrota

Las imágenes de dos competiciones, una futbolística -la final de la Champions League-, la otra política -las elecciones al Parlamento Europeo-, se solaparon en las pantallas el pasado fin de semana, escenificando el eterno ritual de la victoria y la derrota. En los últimos minutos del partido entre el Real y el Atlético, los futbolistas avanzaban con la mirada perdida, ebrios de extenuación. Como cuando decimos que los niños están pasados de rosca, imbuidos de la energía nerviosa que produce el cansancio. Igual que los jóvenes en un after: los ojos vidriosos, la cabeza en ninguna parte, bailando sin fin. En el tan glosado partido, los músculos entumecidos, las mandíbulas desencajadas y una sensación de hierba pisoteada y botas sucias se medían en un duelo en el que el empuje doblegó a la estrategia. La suerte se abandonaba a las musas que, a su vez, delegaban en el “todo es posible” cuando en el minuto 93 cambiaba el marcador despojando de gloria a los colchoneros, que ya la acariciaban, casi convertida en palabra. La euforia final, a menos que la compartas, resulta siempre obscena. Ganar con moderación, perder con dignidad, reza el mandato implícito de las contiendas. El sudor disolutivo del triunfo y la derrota atropellan el presente. Si en la contienda futbolística asistimos al exhibicionismo de los pectorales de Ronaldo o a la desenvoltura naif de Sergio Ramos, regados de alegría incontinente y vanidosa, en la escena política se ha reeditado el mito de los David frente a los Goliat. Las estampas eufóricas y saltitos en la sede de ERC, UPyD y Ciutadans rapiñándole escaños a pares al bipartidismo, y la imprevista irrupción de Podemos, liderado por un profesor bregado en las tertulias televisivas y con coleta al estilo 15-M, demuestran que ya no sirve lo de siempre. Aunque el ADN de un Real Madrid experto en Champions y fichajes millonarios se impusiera al sueño del equipo humilde reactivado por un entrenador que es puro coraje, corre en el aire una querencia por lo pequeño y lo nuevo frente a lo tradicional y poderoso. Lo demuestra el declive del bipartidismo en favor de una fuerte polarización política. En el epílogo de Guerra y paz Tolstói desarrolla una idea vigente y poco meditada: la constatación de cómo se apunta a la casualidad o al genio para explicar los grandes fenómenos de la historia. “La casualidad crea una situación y el genio la utiliza”. Seguidamente, el autor deja patente la diferencia entre conocer los hechos e ignorar las metas: “Para las gestas realizadas por hombres corrientes no nos harán falta palabras como casualidad y genio”. ¿Existe alguien que haya oído la llamada del destino (o del Olimpo) y se considere corriente?

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28 de mayo de 2014
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Déjame hablar

La monarquía no podía haber recibido mejor inyección de la vida de a pie que la llegada de Letizia, hace ahora una década. Sí, de la vida en minúsculas: la de la línea 9 de metro a Valdebernado, el táper a la hora del almuerzo, el divorcio de los padres, de la pintura esperanzada de una clase media que, con la llegada de la democracia, tomaba el ascensor social del mérito y el esfuerzo. Aquel 22 de mayo gris en el que todos los objetivos enfocaban el porte de la novia rubricó el momento con literatura. Ya saben, en las novelas siempre llueve, incluso cuando no debería hacerlo. Ese día el cielo regó las alfombras concurridas tanto por la nobleza como por la plebe, igualándolas en los zapatos calados. La humedad despeluchaba los peinados. Una boda sin sol araña la luz hasta enblanquecerla. Y después ese olor de asfalto y árboles mojados. El guión real se reescribía con insólita trama; ni tradición, ni manual de instrucciones. Una periodista de clase media se casaba con el heredero de la Corona, representando la anhelada victoria del cuento de hadas. Aquellos que legítimamente discrepan de la monarquía, incluso los enemigos de la institución, no hicieron aquelarre, pero ilustres apellidos, y los antaño melosos cronistas arrugaron la nariz de mala manera. Aunque, en verdad, con la llegada de Letizia todo se profesionalizó. Empezando por los periodistas que cubren las informaciones de la Casa Real, primeras figuras en los medios, y siguiendo por los discursos del Príncipe, con más fondo. La prensa internacional señalaba estos días un hecho inaudito: los Príncipes haciendo cola en los madrileños cines Renoir, callejeando de la mano, “mezclándose entre la gente”. ¿Cómo no iban a mezclarse si ellos mismos son el resultado del inédito cruce entre las tiendas del barrio y las diademas de Victoria Eugenia? Observo la imagen que han colgado en el recién estrenado Twitter de la Casa Real, un acierto en la nueva política de comunicación de la Zarzuela para desencastrar caspa y secretismo, y en su lugar demostrar cómo se ganan el sueldo. En diez años y sin salir nunca del foco Letizia no ha metido nunca la pata y, en cambio, ha aportado frescura, nervio e hiperactividad a la Corona. Aún y así, el cainismo hispano la ha crucificado: que si es distante, que si come pipas con los guardaespaldas, que si bebe tequila, que menudo carácter tiene… Sus salidas de palacio han suscitado tanta expectación como las orgías de María Antonieta. Y siempre el recuerdo de aquella frase, su bestia negra, por la que fue tildada de ambiciosa, incontinente e inexperta: “Déjame hablar”. Esas palabras se cruzan a menudo entre tantas parejas, entre el cariño y la dulce regañina, cuando quieren explicarse. Jamás las consideré un error, a pesar de la espontaneidad. Más bien una declaración de principios que determinaba un nuevo punto de vista respecto a la monarquía, articulado por una mujer que le daba un giro a la historia. De igual a igual. (La Vanguardia)

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26 de mayo de 2014
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El filósofo inquieto

“¡Cuántos frascos de Chanel n.º 5 llegué a vender a 275 pesetas!”, exclama Josep M. Terricabras. En la droguería-perfumería que sus padres tenían en Calella, el tercero de tres hermanos, el niño al que en carnaval disfrazaban de Robin Hood, el chaval que nunca le tuvo miedo al infierno y se preguntaba por qué el sexo era pecado, empezó a pensar con aromas. “Incluso a veces me pongo colonia para irme a dormir, me gusta ese olorcito. Prefiero las aguas frescas y secas: he utilizado desde Calvin Klein hasta Issey Miyake”, confiesa con una leve ronquera el filósofo que concurre a las elecciones europeas como número uno por ERC. Se trata de un hecho atípico en tiempos de economistas y tecnócratas. “Bueno, ha habido algunos antecedentes, desde Rubert de Ventós hasta Gianni Vattimo. Y no está mal que, además de estadísticas y fórmulas, se esté cerca de las ideas en un momento en el que parece que no es muy agradable el discrepar”. El pasado 8 de mayo, una hora antes de empezar la campaña electoral, el catedrático Terricabras impartía su última clase en la Universitat de Girona, tras 27 años de convivencia: “Ellos siempre han tenido 17 años mientras tú vas cumpliendo y eso te mantiene intelectual y espiritualmente joven”. El profesor se despidió de los alumnos. “Fue muy emotivo. No se trataba de hacer testamento, pero les di tres consejos: sed críticos, sed rigurosos en la argumentación y poneos siempre del lado de los más desvalidos, de los que lo pasan peor”. Por encima de todo, Josep M. Terricabras se siente profesor, después viene su dedicación a la filosofía y en tercer lugar, su compromiso cívico y su activismo. “El rigor es importante, pero también tener un punto de buen humor, no tomarse demasiado seriamente a uno mismo, y por supuesto no darse ninguna importancia. Suscribo las palabras de Pere Casaldàliga: mis causas son más importantes que yo”. Le pregunto si se siente humilde: “Sería demasiado virtuoso si lo afirmara”. Bien blindado, paciente y satisfecho consigo mismo, cuenta que una vez un hombre le dijo: “No querría ofenderle, pero…”, a lo que él contestó: “No podrá”. “Enseñar filosofía es enseñar defensa personal”, afirma meditándose a sí mismo. Hijo del Mayo del 68, su refugio fueron los libros, “aquí entonces nos apaleaban (‘atonyinaven’)”. Si había un camino natural hacia la gran filosofía, este conducía a Alemania. Había empezado a estudiar alemán en Calella, y ya lo dominaba cuando, en el año 70, llegó a Münster, donde pasó seis años. El hombre paciente, que habla seis idiomas y ha escrito numerosos libros, hizo su tesis doctoral sobre Wittgenstein (en alemán, cómo no), del que ha traducido al catalán ni más ni menos que su Tractatus, además del Ecce Homo de Nietzsche y El malestar a la civilització, de Freud. “Hoy no se ha de enseñar filosofía porque te guste, sino para cambiarte el gusto”. El candidato de Esquerra a las europeas se considera una persona espiritual, y por ello entiende el recogimiento y, sobre todo, el silencio. En lugar de pronunciarse ateo prefiere declararse: “sin Dios”, por mucho que sea, en su opinión, “una de las más interesantes construcciones humanas”. Director de la Càtedra Ferrater Mora, insiste en el mensaje de trasladar la paz de una Catalunya independiente a Europa, y conseguir su participación como estado. “Identidad catalana: no soy esencialista. Mientras se pueda mantener un acto de reconocimiento, se garantiza la continuidad de la historia”. Hace tres años sufrió un grave accidente de coche. Dos operaciones a vida o muerte. Tardó en recuperarse. “Pero lo peor de mi vida no ha sido esto, sino el accidente que sufrió una de mis hijas. Tenía una lesión en el cráneo. Aquel viaje en coche y en silencio con mi mujer, hasta llegar al hospital, aún me paraliza”. Sin Montserrat Martínez Targa -casados desde 1979- dice que no hubiera podido salir adelante, tanto que a menudo le pide que le deje morir antes que ella. Le pregunto por sus defectos: “Soy desordenado y puede que me haya convertido en alguien demasiado blanco (poco duro con los otros), pero no vale la pena el enfrentamiento, siempre pienso aquello de que el moqui la iaia”.

(La Vanguardia)

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25 de mayo de 2014
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El látigo de la belleza

La belleza no es un espejismo. Es un ansia que nos mueve a diario; y suerte tenemos de no extraviarla porque perder su estela significa renunciar a un ideal capaz de declinarse en visiones que nos conmueven o extasían. La belleza no es solo una, ni es libre, ni grande, por muchos intentos que haya de formatearla. Su poder es capaz de inquietarnos, bajo el influjo del Dios de los volubles, Mercurio, pero también de afirmarnos e incluso de engañarnos. Nuestra sociedad, huérfana de maestros y ufana por instagramear lo banal, lo humano y lo inexplicable, la exalta, encajando un puzzle tan contradictorio como saludable. Conservar en la retina desde el baile de las ramas de los arces con la ventisca de mayo, hasta el fulgor de las pedrerías de Marion Cotillard, imponente en la Costa Azul, o la poderosa clavícula de una Sofia Loren eterna, a punto de los ochenta. En Cannes se ha estrenado el segundo biopic de Saint Laurent, y no ha sido fácil aislar la belleza de la verdad para su director, el siempre arriesgado Bertrand Bonello. Enemigo declarado de las “vidas de santos”, ha confesado que lo que le interesaba de YSL es el mito, cómo se forjó y lo que le costó mantenerlo. Pierre Bergé ha dado su bendición a la otra cinta, más comercial y hagiográfica. Y no solo eso: el heredero universal del modisto amenaza con una batalla judicial si el filme de Bonello llega a las salas. Y es que a Bergé no le preocupan ni los excesos ni las servidumbres del gran couturier, sino la reivindicación de que le pertenece moralmente. A finales de los noventa tuve la suerte de conocerlo en el backstage del Hotel Intercontinental de París, tras un impresionante recital de alta costura. Nadie lo esperaba: el tout París lo daba por muerto, enjaulado entre dosis de Diazepam y silencio. Hablaba con una media sonrisa, la cabeza ladeada, rígida, y una de esas miradas que tanto pueden parecer tímidas como perversas. El virtuoso preciosismo de las telas, patrones y bordados transmitía una música de réquiem. Se presentía el fin de una época: las multinacionales engullían las casas de costura arruinadas y se apropiaban de sus firmas y su leyenda. Él siempre se rodeó de egregias negras, como Katoucha, una de sus principales musas, que murió ahogada en el Sena, o Naomi Campbell, que esta semana cumple 44 años. En 1988 le dijo a Saint Laurent que no conseguiría una portada en Vogue Paris: “nunca pondrán a una chica negra”. Tres palabras de él bastaron para conseguirla: “Yo me ocuparé”. Con un ligero galope, y un desafío insolente, las piernas de ébano de Naomi desfilando son uno de esos magníficos espectáculos en los que la edad no cuenta. Sólo el dulce látigo la belleza. Y las dos Españas Manuel Valls se ha paseado por Barcelona, apoyando a Elena Valenciano, con su mandíbula de hierro y su mirada de niño listo, el que según su hermana deglutía durante los veranos la biblioteca de Horta. Y entre feminismos e himnos culés -su tío músico lo compuso- hemos recordado cómo Valls ha propuesto reducir a la mitad el número de regiones del país vecino. En España, en cambio, la revisión del estado de las autonomías está reservada a las voces más altisonantes de la derecha. Donde Valls busca recortar 50.000 millones de euros y disipar “el miedo al futuro”, Esperanza Aguirre apuesta por acabar con “el sentimiento regionalista o autonomista” de un plumazo. Como si fuera una calcomanía. La más libre Se rapó la cabeza hace un mes. “Cosas de Bimba”, pensaron muchos. La modelo más andrógina de la pasarela nacional, y también la más libre; la cantante de The Cabriolets, con su voz grave y despaciosa; la cómplice creativa de David Delfín y solidaria, en el activismo contra el sida, de su tío Miguel; la que parió en casa a su hija June, hace tres años; ha confirmado que tiene cáncer de mama. Y que continúa trabajando. Pienso en el tiempo de la enfermedad. En los relojes rotos, cuando la vida se ordena de otra manera y las rutinas son mañanas de quimio y tardes de perros. La vida no se detiene mientras se blande la espada en lucha. El mantra: el 90% de los casos de cáncer de mama se curan. Combate en silencio El anuncio de la retirada de un escritor tiene otra gravedad que el de un torero. Mientras éstos siempre regresan, el escritor, cuando prefiere no hacerlo más, aquejado de alguna de las variantes del síndrome Bartleby que narró Vila-Matas, no da más folios. Por parálisis o desde la convicción de que ya no puede escribir nada mejor. Ante la noticia de Roth, pienso qué exigente imaginario nos habita, conminando a los creadores a parir hasta el último aliento. Una romántica y tirana expectativa. Como si no nos bastaran El mal de Portnoy, los maravillosos Zuckerman, Pastoral americana, o pequeñas delicias como Engaño: “‘¿Qué estás perdiendo? ¿El combate o la belleza?’ le pregunta él a ella. ‘Ambas cosas, creo que van conectadas’”.

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24 de mayo de 2014
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Razón y corazón

Conviven en Ramon Tremosa la economía y la poesía, la coral y el cine europeo en versión original, sus seis idiomas y la dialectología catalana, las corbatas autoafirmativas y las camisas de lino, el lado masculino y el femenino. “He aprendido a llorar de alegría. Cuando algo sale bien la tensión se descomprime”. Y añade: “A veces con mi mujer intercambiamos papeles, ella tiene tics masculinos y yo femeninos. Me considero más niñero que ella, siempre me he ocupado de los pediatras, de los maestros, de las actividades extraescolares…”. Hay una palabra clave en la vida y hechos de Ramon Tremosa: “logística”. Una característica que reconoce en las dos mujeres que admira y a las que ha dedicado todos sus libros (cinco): su madre, Maria dels Dolors, y su mujer, la abogada Maria Rosa Pons. “Mi madre nos ha marcado mucho, con 79 años sigue cocinando para dieciséis personas. Hace la pasta de los canelones un mes antes de Navidad, y la congela. Es logística pura. ¿Yo? No, yo soy más de cien metros, aunque ahora que doy mítines tengo que ser más ordenado”. Su vínculo con Ponent ha marcado su visión del mundo: su padre -falleció por una leucemia hace diez años- nació en Areny, cerca de Pont de Suert : “La Ribagorça es una tierra muy dura”. Por parte de madre conserva un paisaje atlántico de regadío, El Poal: “Íbamos a recoger peras, a las granjas de pollos… y me maravillaba el atardecer rojizo de Ponent”. Tremosa fue un niño travieso y rebelde a quien le costaba aceptar los límites. “Siempre he querido vivir al día y preguntarme el porqué de las cosas. Me considero un reformista radical. No un revolucionario. Porque las revoluciones no hacen avanzar, pero las reformas sí”. Se define como emotivo, sentimental y romántico. “Parece más estirado de lo que en realidad es -comentan en su círculo- porque sabe muy bien lo que quiere; es una máquina con una imparable capacidad de trabajo”. Cuando se quiso comprar un piso, preparó un hoja de Excel donde comparaba la ubicación, la luz, etcétera de todas las viviendas que visitaba. Hasta que un día entró en un piso y dijo: “Es este”. Lo aduce al “misterio innegable de la vida” porque según el eurodiputado de CiU, “las decisiones más importantes de la vida no se pueden racionalizar”. Su autopercepción de ser poco cartesiano choca con el orden de su mesa, al igual que la hiperactividad de la que ha hecho gala en el Parlamento Europeo: el séptimo diputado de 766 que más preguntas ha hecho, correcciones y mociones. Además de ser el encargado de los informes Banco Central Europeo en el 2011 y del de competencia en el 2013. Casi todos los mandatarios europeos con los que mantiene una relación cercana, desde Trichet a Draghi, poseen un libro de Màrius Torres que les ha regalado Tremosa: Paroles de la nuit. “En un momento delicado de mi vida, tras un desengaño amoroso, me ayudó mucho su poesía tan profunda y escrita desde los límites”, confiesa. Sin que le pregunte, afirma que Martin Schulz, o el propio Trichet y Draghi son gente muy normal. Tiene fotos con ellos en su despacho. Él también se considera un hombre normal. “El derecho a decidir no es el tema central en Europa, ni lo es Escocia, pero en los think-tanks y conferencias donde asisten los periodistas globales más importantes, desde el Financial hasta The Wall Street Journal, me invitan y utilizan mis palabras. Es el asunto de moda. Y como más activo seas, más cuentas en el debate. ¿El mensaje que transmito?: la radicalidad democrática de Catalunya”. Una de las pesadillas más recurrentes del candidato europeo de CiU tiene que ver con la universidad: “Tenemos un examen y resulta que no tenemos las fotocopias para repartir a los alumnos”. Admite que le persigue siempre el fantasma de la responsabilidad y la organización, pero prefiere vivir con esa angustia: “El miedo guarda la viña”, cita. Le pregunto si alguna vez ha tenido algún complejo. De estatura, por ejemplo. Se sorprende y me dice que su metro setenta es más que aceptable. Pero al minuto desarrolla una teoría acerca de las dietas duras de sus antepasados en la Ribargorça. “Mis abuelos medían metro sesenta. En dos generaciones ganamos diez centímetros”. Teoría y logística made in Tremosa. (La Vanguardia)

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22 de mayo de 2014
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La mujer indefensa

De la barbaridad que soltó Arias Cañete respondiendo a Susana Griso, hay un sintagma que determina el sentido de la frase: “mujer indefensa”. Ni la superioridad moral que se otorgó ni la discriminatoria afirmación de que las mujeres son inferiores intelectualmente resultan tan reveladoras como la creencia de que no puede serlo él mismo, es más, el temor de que “podría parecer un machista que acorrala a una mujer indefensa”. Cañete se coloca en el podio. Como la zorra de Esopo que no alcanza las uvas y dice que están verdes. El suyo con Rubalcaba si sería un buen cara a cara y se podrían “dar toda la leña recíproca”. Pero cómo iba a darle leña a una mujer indefensa. Quedaría feo, vino a decir con trasnochada vanidad. Su opinión pertenece al último eslabón de las creencias esencialistas que anteponen el sexo o la raza al ser. Atendiendo a la testaruda actualidad, considerar a las mujeres en inferioridad de condiciones es un ejercicio mucho más sutil que el de la discriminación por raza -qué rapidez ejemplar la del FC Barcelona echando a la taquillera de su museo, que se puso a hacer el mono en las gradas del Llagostera-. Siguiendo esa lógica, a Cañete también debieran haberlo amonestado desde el PP, como exige el PSOE, que ha rentabilizado cual Alicia en el país de las maravillas el jardín en el que se metió el candidato europeo. La discriminación de la mujer en el siglo XXI queda escriturada en los mandatos islámicos, las hermandades blancas, los salarios de Hollywood, más de una cadena de supermercados o el mismísimo The New York Times. Y en su exigua presencia en el G-20 y demás reuniones de alto copete. No es sólo Cañete quien considera que no se puede hablar de igual a igual con una mujer. Dirán, ah, no es la cantidad sino la calidad, y las aptitudes. Pero, de ser así, resultaría muy sospechoso que ningún equipo de científicos hubiera investigado aún la mecánica neuronal por la cual las mujeres -siendo mayoría en las universidades (con brillantes expedientes), y también las que ganan por goleada las oposiciones- estén incapacitadas para liderar y no den la talla para esgrimir dialécticas y cruzar espadas. Probablemente en Estrasburgo y Bruselas crucificarán a Cañete por ese desliz cuando aspire a ser comisario de algo. Pero lo importante, y digno de reflexión, es que un cabeza de lista tenga tan interiorizado que la identidad femenina se halla en inferioridad de condiciones. Y que más allá de Valenciano, exporte esa certeza a todas aquellas que han remado contra remolinos de adversidad. En cualquier caso, serán mujeres tan fuertes o tan indefensas como cualquier ser humano, sea varón o transexual. ¿No habíamos quedado en que el sexo está en el cerebro?

(La Vanguardia)

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21 de mayo de 2014
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Sin renunciar a nada

Un tono de voz bajo que modula según la carga del mensaje y que se hace más grave cuando suelta un taco: acojonante, joder, coño… “mis amigas me ponen a parir”. Una camisa blanca, en esta campaña de una talla más que en las anteriores: “Procuro que mi aspecto físico nunca sea noticia. Cero joyas”. Una playa pedregosa en Altea y una infancia feliz que olía a azahar y algas. Abuelos franceses e italianos. Estudiante del Liceo leía a Enid Blyton en francés, y de joven a Sartre, Camus y Beauvoir: “Ellos me introducen en el pensamiento político”. La movida, Nacha Pop, la democracia: “Tener 20 años en los ochenta fue un chollo. España estallando de libertad, de política, de rock and roll. Nunca fui proclive a las drogas. Canutos sí, pero es que eso no lo considero ni droga”. Una vida sin sobresaltos: “Lo peor que me ha pasado ha sido la muerte de mis abuelos”. El único pero: “Irme a Bruselas por la mañana dejando a mi hijo con cuarenta de fiebre”. Elena Valenciano sigue siendo Malena en su casa. Hija de un médico liberal de UCD que trajo la vacuna de la polio a España y de una madre de derechas que leía el ABC “de antes”, empezó a militar en las juventudes socialistas con 17 años: “En verdad, porque me enamoré de uno de los dirigentes de entonces, Magdy Martínez (actualmente ocupa un alto cargo en las Naciones Unidas)”. ¿El no haber terminado la universidad significa una mancha en su currículum? Me pasaron muchísimas cosas, y no encontré el momento para terminar la carrera. Ahora bien, si hubiera sido hija de clase trabajadora, probablemente no me hubiera permitido ese lujo, en mi familia siempre fueron a la universidad… ¡Claro que mis padres se disgustaron! Pero yo me puse a hacer teatro en El Gallo Vallecano, a viajar por América Latina y a militar en el feminismo. No voy a presumir de ello, pero tampoco es un drama. Mi nivel de competencia no vendrá por el título sino por si soy capaz o no de hacer las cosas. ¿Qué significa ser una mujer del aparato? Es que no es verdad. Es una cosa increíble eso… Mi primer cargo fue cuando Josep Borrell me llevó en las listas al Parlamento Europeo. Entonces yo dirigía la Fundación Mujeres. Había sido la niña del feminismo de los ochenta… Pero no tuve un cargo en el Partido Socialista en mi puta vida. El primer cargo público fue contra el aparato, con Borrell, a quien fui a ofrecerme. Y en el 2007 (Valenciano tenía 47 años) me hacen secretaria de política internacional del partido. Es mentira que haya chupado del aparato, pero como soy la número dos, les encaja decir que llevo toda la vida allí. ¿Cómo es su relación con Alfredo Pérez Rubalcaba? Nos llevamos muy bien y muy mal, como en una convivencia, pero hay lealtad, cariño y admiración. Claro que hay que saber muy bien donde estás, no te puedes permitir flaquear. Estás rodeada de hombres todo el día y no es fácil: arriba hay muy pocas mujeres y muchos machos alfa (baja la voz). A usted también la llaman mujer alfa… Ya sé que me llaman así, y lo entiendo. El macho alfa en los trineos es el perro que esta delante de los huskys siberianos, y es alfa porque tiene que tirar de los otros perros; si le duele una pata, se tiene que joder porque tiene que tirar del resto. ¿Nunca encajó en el perfil de ministras de Zapatero? Es que yo nunca he querido ser ministra… Me tantearon varias veces, pero estaba vacunada por el sacrificio que comporta el cargo y el escaso margen de actuación que tienes. Hace poco, Zapatero me dijo que de lo único que se arrepentía era de no haberme nombrado ministra. Y le hubiera dicho que no. O vicepresidenta o nada (risas), no porque quiera más poder sino porque si quieres hacer algo tienes que poder hacerlo. Europa, esa vieja dama envejecida. No se me ocurre ninguna idea mejor que Europa, es el momento de trabajar por un renacimiento de la Europa que todos hemos soñado. ¿Y Catalunya? Es tremendo lo que ocurre; veo cómo mes a mes crece la distancia. Los hijos de todos mis amigos están en la independencia… Dos presidentes que cada uno va a su bola y no se sientan a hablar, mientras la sociedad catalana y el Gobierno de España están separándose. Es una gravísima irresponsabilidad porque cuando vayamos a querer hacer algo, ya no vamos a poder. La entrevista tiene lugar tres días antes del comentario suicida de Arias Cañete, que la tildó de “mujer indefensa”. No podía hacerle mejor regalo a una activista del feminismo cuya batalla se remonta a aquel primer cartel contra los malos tratos, Mujer, no llores, habla, que escandalizó a propios y ajenos: “Cómo os vais a poner a hablar eso, si pertenece a la intimidad de las parejas…”, les decían. Asegura enfermar cuando ella o los suyos cometen errores: “Siempre digo que lo único que no tenemos que hacer es no patinar; no hay que sobreactuar, tú no eres tú sino la portadora de un mensaje con 135 años de historia”. En lugar de somnífero, recurre a su marido, “mi chico”, el arquitecto Javier de Udaeta. Dice que le basta sentirlo al lado para que pueda dormir… “Esta semana le llamé porque estaba muy estresada, vino a Madrid, me hizo dormir tres días y como nueva. Si no llega a ser por él yo no hubiera podido hacer esto. Es guapo, está bueno y además es bueno, las tres cosas”. Debe sentirse satisfecha de su vida. Lo mejor que hecho en mi vida es volverme loca combinando mi libertad, los hijos y la tarea política. Se puede con todo y no hay que renunciar a nada, aunque duermas menos, aunque te agobies, la vida es supercorta y hay que hacer todo lo que puedas: divertirte, follar, tener niños, hacer política, leer y ayudar a la gente.

(La Vanguardia)

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20 de mayo de 2014
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