Joana Bonet
La belleza no es un espejismo. Es un ansia que nos mueve a diario; y suerte tenemos de no extraviarla porque perder su estela significa renunciar a un ideal capaz de declinarse en visiones que nos conmueven o extasían. La belleza no es solo una, ni es libre, ni grande, por muchos intentos que haya de formatearla. Su poder es capaz de inquietarnos, bajo el influjo del Dios de los volubles, Mercurio, pero también de afirmarnos e incluso de engañarnos. Nuestra sociedad, huérfana de maestros y ufana por instagramear lo banal, lo humano y lo inexplicable, la exalta, encajando un puzzle tan contradictorio como saludable. Conservar en la retina desde el baile de las ramas de los arces con la ventisca de mayo, hasta el fulgor de las pedrerías de Marion Cotillard, imponente en la Costa Azul, o la poderosa clavícula de una Sofia Loren eterna, a punto de los ochenta.
En Cannes se ha estrenado el segundo biopic de Saint Laurent, y no ha sido fácil aislar la belleza de la verdad para su director, el siempre arriesgado Bertrand Bonello. Enemigo declarado de las “vidas de santos”, ha confesado que lo que le interesaba de YSL es el mito, cómo se forjó y lo que le costó mantenerlo. Pierre Bergé ha dado su bendición a la otra cinta, más comercial y hagiográfica. Y no solo eso: el heredero universal del modisto amenaza con una batalla judicial si el filme de Bonello llega a las salas. Y es que a Bergé no le preocupan ni los excesos ni las servidumbres del gran couturier, sino la reivindicación de que le pertenece moralmente.
A finales de los noventa tuve la suerte de conocerlo en el backstage del Hotel Intercontinental de París, tras un impresionante recital de alta costura. Nadie lo esperaba: el tout París lo daba por muerto, enjaulado entre dosis de Diazepam y silencio. Hablaba con una media sonrisa, la cabeza ladeada, rígida, y una de esas miradas que tanto pueden parecer tímidas como perversas. El virtuoso preciosismo de las telas, patrones y bordados transmitía una música de réquiem. Se presentía el fin de una época: las multinacionales engullían las casas de costura arruinadas y se apropiaban de sus firmas y su leyenda. Él siempre se rodeó de egregias negras, como Katoucha, una de sus principales musas, que murió ahogada en el Sena, o Naomi Campbell, que esta semana cumple 44 años. En 1988 le dijo a Saint Laurent que no conseguiría una portada en Vogue Paris: “nunca pondrán a una chica negra”. Tres palabras de él bastaron para conseguirla: “Yo me ocuparé”. Con un ligero galope, y un desafío insolente, las piernas de ébano de Naomi desfilando son uno de esos magníficos espectáculos en los que la edad no cuenta. Sólo el dulce látigo la belleza.
Y las dos Españas
Manuel Valls se ha paseado por Barcelona, apoyando a Elena Valenciano, con su mandíbula de hierro y su mirada de niño listo, el que según su hermana deglutía durante los veranos la biblioteca de Horta. Y entre feminismos e himnos culés -su tío músico lo compuso- hemos recordado cómo Valls ha propuesto reducir a la mitad el número de regiones del país vecino. En España, en cambio, la revisión del estado de las autonomías está reservada a las voces más altisonantes de la derecha. Donde Valls busca recortar 50.000 millones de euros y disipar “el miedo al futuro”, Esperanza Aguirre apuesta por acabar con “el sentimiento regionalista o autonomista” de un plumazo. Como si fuera una calcomanía.
La más libre
Se rapó la cabeza hace un mes. “Cosas de Bimba”, pensaron muchos. La modelo más andrógina de la pasarela nacional, y también la más libre; la cantante de The Cabriolets, con su voz grave y despaciosa; la cómplice creativa de David Delfín y solidaria, en el activismo contra el sida, de su tío Miguel; la que parió en casa a su hija June, hace tres años; ha confirmado que tiene cáncer de mama. Y que continúa trabajando. Pienso en el tiempo de la enfermedad. En los relojes rotos, cuando la vida se ordena de otra manera y las rutinas son mañanas de quimio y tardes de perros. La vida no se detiene mientras se blande la espada en lucha. El mantra: el 90% de los casos de cáncer de mama se curan.
Combate en silencio
El anuncio de la retirada de un escritor tiene otra gravedad que el de un torero. Mientras éstos siempre regresan, el escritor, cuando prefiere no hacerlo más, aquejado de alguna de las variantes del síndrome Bartleby que narró Vila-Matas, no da más folios. Por parálisis o desde la convicción de que ya no puede escribir nada mejor. Ante la noticia de Roth, pienso qué exigente imaginario nos habita, conminando a los creadores a parir hasta el último aliento. Una romántica y tirana expectativa. Como si no nos bastaran El mal de Portnoy, los maravillosos Zuckerman, Pastoral americana, o pequeñas delicias como Engaño: “‘¿Qué estás perdiendo? ¿El combate o la belleza?’ le pregunta él a ella. ‘Ambas cosas, creo que van conectadas’”.