Joana Bonet
“Quién es el hombre para hacer planes!”, exclama lord Chandos en su carta de despedida al canciller lord Bacon en la que le explica por qué ha dejado de escribir, profundizando en la incapacidad de toda literatura para expresar la realidad. Se trata de una joya literaria a menudo olvidada, que abre una nueva dimensión de la percepción artística.
La existencia tenía sentido hasta que, un día, la embriaguez se transforma en tribulación y después en renuncia. El personaje de Hugo von Hofmannsthal cambia aplausos y elevadas responsabilidades por una existencia trivial, si bien dotada de momentos sublimes, desde la visión de un perro tumbado al sol hasta la de un rastrillo abandonado. Y los vive. Encendiendo otras plumas. Palabras elevadas que dejan atrás antiguas arrogancias y enaltecen al que se compara con Craso cuando lloró al morir un pez de su estanque. Una épica de la renuncia que, lejos de emborracharse de nostalgia, estimula la conciencia.
Asistimos desde hace un tiempo a un relevo generacional en el cual se anuncia la caída de árboles gigantes, al que la abdicación real ha dado un nuevo impulso. En unas horas, tras renunciar a su corona, hemos presenciado la humanización del personaje y del símbolo. El Rey, con una despedida cuya solemnidad ha quedado reservada al significado en lugar de a la forma, ha recuperado su dimensión humana. En su mensaje vibra el subtexto: ahora que ya me he recuperado, ahora que he viajado al petrodesierto en busca de prosperidad, después de cumplir 76 años, sé que es la hora de “una nueva generación” que “reclama con justa causa un papel protagonista” y que “merece pasar a la primera línea”.
Tras los rigores de la crisis y la mutación digital, el mundo ha visto quebradas muchas de sus estructuras, y se plantea si no ha llegado la hora de que los delfines reemplacen a los elefantes sin intentar imitarlos y convertirse también en paquidermos. Con otra forma de hacer y de comunicar, sin viejos vicios y buenas dosis de astucia y formatos insólitos, han sido capaces de descorchar la llamada generación tapón. La urgencia de dominar unos tiempos en permanente cambio se une a una conciencia ciudadana más crítica. La hora, dice el Rey, de que comanden las naves una generación de no tan jóvenes, que, con cuarenta años, están sobradamente preparados para encarar el futuro y ejercer otro tipo de liderazgo. A pesar de sus méritos les ha costado llegar a la orilla. Hasta que el Rey ha anunciado que abdica la corona en su hijo, presumiblemente se acelerarán los relevos.
Ha llegado la hora de que los elefantes disfruten de la visión, como lord Chandos, de un perro tumbado al sol.
(La Vanguardia)