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Escrito por

Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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El relevo

Mi padre hurgó en mi bolso, creo que en busca de unas monedas para comprar tabaco, y encontró un librillo de papel de fumar, Smoking rojo. Ya habría cumplido los dieciocho y aprobado el COU con matrícula, por lo que creía que aquel logro me eximía de cerrar unos cuantos bares con el melancólico Walk on the wild side, si es que alguna canción puede ser melancólica a los dieciocho años. No supe cuánto le había sorprendido su hallazgo por él, sino gracias a esa incontinencia maternal que siempre se anticipaba para tender puentes a riesgo de no saber guardar secretos. El silencio de mi padre me heló más que mil discursos. No mencionar aquella molesta revelación ?porque entonces los jóvenes no fumaban tabaco de liar, sino Fortuna?, hacer la vista gorda, me hizo sentir lo que en verdad era: la única responsable de lo que llevaba en mi bolso. ?Ya es mayor?, escuché que decían en la sobremesa ante el mantra materno de ?habla con ella?. Nunca conversamos sobre ello, ni hacia el final de su vida, cuando hablamos de tantas cosas. Los que pertenecemos a la generación del rey Felipe VI -nacidos entre en la década de los años sesenta y los setenta- y que conocimos un mundo mucho más próspero que el de nuestros padres pero también más que el que se han topado nuestros hijos, nos acostumbramos a dibujar una línea imaginaria en casa que distinguía el amor de la confianza. Queríamos a nuestros padres, sí, pero ni los besábamos tanto como hacemos hoy con nuestros hijos, ni ellos nos dedicaban largas y profundas conversaciones como ahora se impone en el imaginario de la paternidad ejemplar. Ignoro por qué, a pesar de la glorificación de la familia, hace apenas cuarenta años el cariño entre sus miembros era esquivo y las distancias marcadamente jerárquicas, inviolables y tediosas, independientemente del grado de tolerancia. Ignoro si a los veinte años, Don Juan Carlos de Borbón le registró alguna noche la cartera a su hijo. Ni qué control ejercía sobre él, y si lo hacía, hasta cuándo. Corren leyendas de algunas de sus juergas en el internado, pero siempre se mostró comedido, con novias y rupturas como cualquiera a su edad. Hasta el día en que su padre, como les ocurre a casi todos, observó que su hijo echaba canas, sonreía con un encanto del que él ya se sentía huérfano, y tenía ?el plato lleno de ocupaciones alegrías ? ?como dijo el entonces príncipe a los periodistas cuando nació su hija Leonor, eligiendo una metáfora insólita-. Había que dar paso a la generación capaz de dominar unos tiempos en permanente cambio y llamada a ejercer otro tipo de liderazgo, un distinto manejo del poder, los privilegios y prebendas. La mayor parte de directivos de las empresas más importantes de España están presididas por hombres (solo una mujer, Esther Alcocer) de edad parecida a la de Felipe VI. No son nativos digitales, comieron algún Tigretón, vieron a Curro Jiménez en la tele, hicieron la transición de la Olivetti al Mac y pasaron de ir a la discoteca a cenar sushi en casa convertidos en DJ´s. De sus madres valoraron su sacrificio, y defendieron sus causas olvidadas, que han intentado aplicar en sus casas. Felipe VI dejó bien claro en su proclamación que es un rey con familia. Un padre que acostará a sus hijas por la noche. Un hijo capaz de hacer emocionar a su madre. Un marido que se deja acariciar por su mujer, protectora: ?la reina de clase media? que ha vivido más que él, tan acolchado entre algodones y pistas de esquí. Fotogénicos, pletóricos, exhibiendo sus afectos en la principal campaña de publicidad global, Felipe VI y su familia estrenaron reinado con una puesta escena de bajo perfil, contenida pero besucona.

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8 de julio de 2014
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Ni yo, ni mí, ni conmigo

Las personas se asustan de sí mismas. Esa es la conclusión a la que llega un chocante estudio, publicado en Science, capaz de demostrar que a la psicología audaz no le tiemblan los métodos. Los voluntarios del experimento llevado a cabo por Timothy Wilson (Universidad de Virginia) podían elegir entre pasar 10 minutos solos con sus pensamientos, o bien autoadministrarse una descarga eléctrica, mirar fotos de cucarachas o escuchar el sonido de un cuchillo rayando el cristal de una botella. La mayoría escogió la descarga, y pagó para evitarla. La ausencia de móvil, tableta o libro resultaba más difícil de gestionar que electrocutarse. Pensar incomoda, según este estudio, que determina una psicopatía cada vez más extendida: huir de la inactividad. Evitar enrocarse en una cadena de pensamientos incontrolables, que parecen viajar en ascensores: se presentan, suben cimas, se desinflan, reaparecen y acaban por conducir al vacío. En un tiempo en que la palabra intimidad parece traducirse en una pantalla, y ha sido despojada de su valor existencial, recogerse, meditar e incluso ensoñarse son verbos temidos. La actividad es reparadora y entretiene; “prefiero no pensar”, dice la gente. Y lo que parece comprensible para un periodo de duelo o desamor resulta antinatural como estado permanente. El propio investigador, Wilson, se mostraba sorprendido. No sé hasta qué punto influye el medio para determinar el alto grado de absentismo mental que demuestra el estudio, pero, en verdad, nuestra sociedad hiperestimulada rehúye rabiosamente la reflexión. La palabra protocolo se ha instalado tanto en lo ortodoxo como en lo heterodoxo para determinar cómo hay que hacer las cosas, y hasta tal extremo se han bajado las espadas que incluso permitimos que dirijan nuestras emociones, como demuestra otro estudio no menos audaz realizado por Facebook y la Universidad de Cornell (Nueva York). Durante una semana suministraron noticias escogidas a 700.000 usuarios de la red social para analizar su reacción, con la intención de demostrar que Facebook puede hacernos sentir infelices al crearnos expectativas no realistas de lo maravillosa que la vida puede llegar a ser. Pero, además, comprobaron que suprimiendo estímulos positivos -como buenas noticias o comentarios- gran parte de los participantes tendía a deprimirse. Si bien quisieron demostrar la eficacia del contagio emocional, a riesgo de manipular los sentimientos de sus usuarios, por lo que han sido muy criticados, también han evidenciado la fragilidad de ese espíritu voluble que antes prefiere hacerse daño a sí mismo que enfrentarse a sus propios pensamientos. Como si hacer volar palomas, reírse de las chispas del día, imaginarse el propio funeral o ejercer la miltoniana capacidad de “hacer un cielo del infierno y un infierno del cielo” no fueran entretenidas actividades del lápiz del pensamiento.

(La Vanguardia)

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7 de julio de 2014
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Héroes y villanos

Esta semana ha estallado la berlusconización de Francia, donde ya es tradición que los números uno en política muestren sus habilidades libertinas y traspasen la línea roja que separa la ejemplaridad del lado salvaje. Quince horas en comisaría pasó Nicolás Sarkozy, mucho más que una mala noche, imputado por tres delitos: corrupción, tráfico de influencias y violación del secreto de instrucción. De sus amistades peligrosas con Gadafi a sus tan rentables sobremesas con madame Bettencourt, el expresidente de la República ha sido maestro en pasear carisma y soberbia sobre sus alzas, un bajo que siempre se ha creído alto, y de gustos caros. Recuerdo vivamente la imagen de un Sarkozy mirando atentamente la portada de Le Monde: como relataba Yasmina Reza en El alba la tarde o la noche, lo que en verdad le interesaba era el anuncio de Rolex. Hace tres años, el escritor Pierre Musso publicó Sarkoberlusconisme: la crise final?, donde rubricaba el sentimiento de víctima del ex presidente, y su querencia por despertar lástima y embadurnarse de autocompasión, ese sentimiento miserable e infértil que tanto empequeñece a quien lo siente. Es bien ardua tarea la de aceptar ser un has been, esto es, el que un día fue grande pero dejó atrás su momento de gloria. Aunque mantenerse en el Olimpo sea esfuerzo de titanes o tiburones, los has been forcejean con la barbilla tiesa tratando de mostrar orgullo. Otro héroe, considerado hace cuatro días un modelo nacional, se encara con tuiteros maleducados y, en el campo, da muestras de agotamiento e indolencia: Iker Casillas, quien de la tormenta de endorfinas desencadenada por aquel pie salvador en Johannesburgo ha pasado a ejemplificar -lejos de la humillación pública del garde à vue en una comisaría de Nanterre- el tránsito de la victoria al despelleje. Son casos muy distintos, pero a ambos les une su identificación con valores como lo bueno, lo bello y lo verdadero (el ideal platónico asociado siempre al héroe modélico) y el estrépito de la caída. El primero, hijo de un judío húngaro aristócrata errante que abandonó a su familia cuando el pequeño Nicolas tenía apenas cuatro años, ha llegado a afirmar que todo lo que ha conseguido a lo largo de su vida no es mas que una reacción contra “la suma de todas las humillaciones sufridas en mi infancia”. Mientras que, para el segundo, un chico de barrio de Móstoles que con 16 años ya compatibilizaba las clases en el instituto y la Champions League, el encuentro con el bellaco Mourinho fue la prueba definitiva de su fortaleza. Ambos tocaron el cielo, convirtiéndose en mitos modernos, el del hiperpresidente y el del santo respectivamente, casados, además, con señoras muy vistosas. También han demostrado que la máxima de Balzac sigue vigente: “La gloria es un veneno que hay que tomar en pequeñas dosis”. Porque, agazapado y maquiavélico, aguarda en la esquina el desprecio. Real como la vida La Policía de Stockton (California) subió su foto a Facebook, y al instante florecieron los me gusta. Cien mil. Jeremy Meeks, un delincuente acusado de asalto a mano armada, recibió al instante una oferta de la agencia Blaze Modelz. Mulato, con fresones por labios e imanes azules en los ojos, ya ha sido apodado “el criminal más sexy del mundo”. Su flamante agente, Gina Rodríguez, ha señalado que “todos tenemos una historia, y no conocemos toda la suya. No le hemos dado una oportunidad”. Lleva tatuajes pandilleros y su libertad cuesta más de 800.000 euros. Versace parece haberse interesado ya por él, desafiando la ejemplaridad al encumbrar a un bad boy. La frívola belleza no tiene límites, pero aceptemos su misterio. Nuevo icono gay ¿Por qué el mundo gay sigue reivindicando una iconografía tan friqui? ¿Por qué celebra con tanto gozo el exceso kitsch, la diferencia y el carisma, sí, pero también la chocarrería? Cantantes funestas, fauna televisiva inquietante… Ahora recuerdo cómo a aquella pobre chica, Tamara, cuya madre se apellidaba Seisdedos, la jaleaban travestis. Este año Conchita ha sido la estrella del Orgullo Gay, paseándose en carroza entre banderines de colores, barbas cerradas y vigorexia. Estereotipar la homosexualidad es tan reduccionista como decir que los andaluces son perezosos y los catalanes tacaños. Por eso me pregunto acerca de los ritos carnavaleros y los iconos gais con los que algunos homosexuales festejan serlo. También suda Los Stones, Tom Jones, Bryan Ferry… Al final será verdad que la edad es, con ciertos cuidados preventivos, un estado mental. Después de unos años sedientos, empezó a proclamar aquello tan adolescente de que el amor era la mejor droga. En 2007, en una entrevista, alabó la imaginería nazi y armó un escándalo. Y, a día de hoy, el susurrador de Avalon o More than this, figura en todos los ranking de hombres sofisticados. Asegura que le divierte que mucha gente lo imagine desayunando con esmoquin y boquilla. Coincidí una vez en con él en un ascensor de un hotel de Marrakech: Venía del gimnasio y estaba bañado en sudor, con una horrible cinta en la frente. Así se trastocan los ídolos.

(La Vanguardia)

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5 de julio de 2014
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La pirámide del día

La poética de lo cotidiano nos ha interesado siempre a cuatro gatos, eso sí, enfebrecidos por todo aquello que tiene que ver con la flecha del tiempo, la forja de rutinas y la influencia del ánimo en los gestos corrientes. Hoy la gente dice: “Ha sido un día muy productivo”, e incluso lo tuitean a los vientos pues les enorgullece informarnos de su capacidad y su fuerza de voluntad, también de su satisfacción, ya que sentirse eficaz y -como se dice con frecuencia- cerrar asuntos procura un reconfortante sentimiento balsámico. El día es como una pirámide, y hay que enfrentarlo empezando por lo más difícil, aconseja el profesor de la Universidad de Nottingham (Reino Unido) Martin Hagger, que acaba de publicar en Psychological Bulletin una investigación en la que se demuestra que el autocontrol es un recurso finito que tiende a desaparecer a medida que transcurre el día. Por su parte, los gurús en la gestión del tiempo, como Ron Friedman, recomiendan no lastrar la jornada ensuciando la mañana con tareas mediocres: “Un cocinero no empieza a cocinar fregando platos”. Ya el gigante Umberto Eco pontificó que las listas son “el origen de la cultura”, y es cierto que nos acompañan en los diferentes escenarios de nuestra vida. Los anglosajones han convertido las To-Do lists (listas de asuntos pendientes) en un fenómeno que hoy se estudia en las universidades. Pero a muchos les resultan cada vez más frustrantes y desalentadoras. Hace tiempo que proliferan las pequeñas empresas de servicios tipo Telemarrón u Organización del Orden, que brindan servicios domésticos, desde montarte un mueble de Ikea hasta ordenar un trastero. A la parálisis de antaño se la denomina hoy procrastinación, un término que engloba la tendencia individual a posponer plazos y el choque con una sociedad que continuamente envía mensajes de hiperexigencia, perfeccionismo y rentabilidad. Dichas empresas poseen la resolución y energía que a menudo nos faltan cuando por fin llegamos a casa y sentimos la necesidad vital de dimitir de la agenda. Pero en verdad el cerebro marca las tareas pendientes. Los científicos lo denominan efecto Seignarnik y se trata de llamadas de auxilio de nuestro inconsciente, que no puede resolver por sí solo las tareas pendientes, al consciente. Por eso cuando oímos una canción que suena en una tienda nuestro cerebro se esfuerza por recomponer su estribillo, e incluso acordarse del título. Las señales de aquello que llamábamos voz de la conciencia se abren camino entre lóbulos, corteza, métodos y plazos para invadir nuestra vigilia, y la rémora de la asignatura pendiente acaba siempre espantando el sueño.

(La Vanguardia)

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2 de julio de 2014
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Las accionistas preguntonas

Hace cinco años, la abogada Mechthild Düsing, propietaria de algunos paquetes de acciones de empresas del DAX, comprobó que cada vez que asistía a una junta general sólo preguntaban los hombres, aunque a menudo las intervenciones trataban de nimiedades. En el aforo predominaban trajes oscuros y corbatas; y, claro está, una cosa es leerlo en los periódicos y otra sentirse una nota de color, aunque sea beige. Hasta que un día se levantó e interrogó al presidente de una empresa acerca de la presencia de mujeres en ella. Así nació la plataforma Paridad en Acción, creada por la Asociación de Juristas Alemanas, que desde hace un año cuenta con una delegación en España, dirigida por Katharina Miller. Miller no enseña las tetas, no lleva pancartas, ni siquiera se considera una activista de género, sino que expone una lógica empresarial basada en demostrar que las compañías que tienen más mujeres en los despachos del último piso son más competentes, eficaces y productivas. En un año, la abogada ha asistido a una veintena de juntas del Ibex 35, donde plantea sus cuestiones durante cuatro minutos -tiene hasta diez-. “Pero quién se cree que es esta”, comentaban algunas participantes jóvenes en la junta de Técnicas Reunidas, donde fue recibida en un ambiente hostil. “Culturalmente, en España, choca que se cuestione este asunto en un foro donde sólo suele hablarse de actividad de negocio. Y más de una amiga está preocupada por mi reputación”, dice Miller, premiada en Alemania por su oratoria. La reacción habitual es que le digan que tienen controlado el asunto. César Alierta, por ejemplo, le respondió así: “En cuanto a las señoras, se está haciendo un esfuerzo, bueno, no es un esfuerzo, porque estoy convencido de que las señoras son más listas que los hombres…”. Siempre se agradece la galantería, e incluso los piropos envenenados, pero la realidad es que nadie cree que se cumpla -ni en España, ni en Alemania- el objetivo que plantea la Comisión Europea de que en el 2028 las mujeres en los consejos alcancen un 40%. “Antes tenemos que lograr cambios profundos respecto a la conciliación, los horarios o el trato entre hombres y mujeres en una empresa donde aún te tocan el culo mientras haces una fotocopia”. Según Miller, la empresa más comprometida con la paridad es FCC, donde hizo una intervención el pasado lunes en Barcelona. Pionera en planes de promoción de las mujeres, la presidenta de la compañía, Esther Alcocer, le respondió: “Incluiremos medidas que favorezcan la diversidad e igualdad en nuestros órganos de dirección y de gobierno…, en ese empeño pongo mi palabra”. España ocupa la posición 23 de los 27 países de la OCDE. Dicen sus informes que el desempleo femenino es la razón de su bajada. La excusa de la crisis también para esto. Incluso cuando la desigualdad tiene una incidencia tan negativa en la cuenta de resultados. (La Vanguardia)

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30 de junio de 2014
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¡Que vienen los ?yummies?!

Los metrosexuales nunca cuajaron del todo. Causaban desconfianza y aunque sus afeites hipermodernos bien podían distinguirse del amaneramiento, su interés por la imagen no casaba con lo que todo el mundo entiende por masculinidad, que, al igual que la elegancia, consiste en olvidarse de lo que uno lleva puesto, incluso de los propios cromosomas. Ser masculino sin adoptar pose de cowboy, de ángel del infierno ni de ejecutivo alfa envuelto en tejidos made in Italy es uno de los desafíos de los llamados yummies (acrónimo de young urban men), que, según la prensa anglosajona, están multiplicando las ventas tanto del sector del lujo como del nicho de la cosmética pour homme. Agotados los hipsters, con sus camisas de leñador y sus gafas de diseñador gráfico, la prosopopeya del marketing abraza la nueva etiqueta, que considera deliciosa, además de rentable. Hoy, ocho de cada diez hombres utilizan cosméticos. Lejos de estancarse, la consolidación del cuidado personal más allá del aftershave, incluyendo desde antiojeras a reafirmante, forma parte de un nuevo mainstream que mezcla en el mismo tarro la coquetería con la nueva sensibilidad del líder -más horizontal que vertical-: el jefe sin despacho y con New Balance deseoso de descomprimir y escapar de la armadura de la hombría. Cierto es que el hombre excesivamente perfumado, engominado y conjuntado se estigmatiza a sí mismo. Porque los mandatos de los iconos-macho, de Steve McQueen o Sean Penn, contemplan la homogeneidad del género, ni por exceso ni por defecto. Por ello los yummies parecen desacomplejados, pero a la vez lo suficientemente narcisistas como para abrazar el reinado de la moda. Esta semana ha tenido lugar en Italia y en París la pasarela masculina por la que han desfilado desde clones de Tom Ripley según Pal Zilheri hasta los pañales grecorromanos de Versace, pasando por los festivaleros de Dolce Gabbana, que adoptan camisas estampadas con motivos españoles: mihuras y claveles reventones, o los chicos malos de Saint Laurent. Mientras, en Brasil, después de una inflación de monográficos en la prensa sobre modelos, culos, chanclas y colores chillones, asistimos a otra pasarela. La de los cracks sobre la hierba o los caníbales -como el mordedor Luis Suárez, apasionado y animal donde los haya-, que más allá de sus proezas deportivas crean escuela de estilo. Ellos son los otros yummies: veinteañeros amantes de lo caro que se tiñen el pelo y lo nutren con infinidad de productos, llevan bolsas con logos sobredimensionados y se atreven con looks que prohibirían a cualquier empleado de empresa pública o privada. En internet te enseñan a peinarte como Neymar o Bale, y se celebra al latin lover de Pirlo o al macarra-chic de Cristiano. En las filas de héroes caídos españoles tenemos a Piqué, ejerciendo de padre y amante impetuoso; a Xabi Alonso, que sustituye los tatuajes por buenas corbatas; o a Cesc, de los más elegantes porque parece ausente cuando calla, que demuestran que no existe masculinidad en singular. Hablamos, pues, de masculinidades. El último ‘chansonier’ Cierto es que tratar de vislumbrar el futuro es, sin duda, una ingrata tarea. Ya lo dijo Baudelaire: el tiempo es un jugador ávido que siempre gana, sin necesidad de hacernos trampa. En 1958, el crítico de turno demolía a Charles Aznavour, recién liberado de las cadenas doradas de Édith Piaf: “Su físico irrita, sus gestos molestan, su voz… ¿qué voz?”. El tiempo dejó en ridículo al plumilla, y Aznavour ha mantenido la partida durante casi siete décadas. El pasado jueves, recién cumplidos los 90, cantó en el Liceu un sublime Désormais. Con los últimos acordes de La Bohème lanzó su pañuelo blanco al público, y abuelos y jóvenes se pelearon por el souvenir del último y seductor chansonier. El dinero es humo Los seis hijos de Sting (62 años) saben que no tendrán mucho dinero cuando su progenitor fallezca, a pesar de que haya amasado una fortuna de más de doscientos millones de euros. Ya desde los tiempos de The Police, tuvo fama de complicadito, y ahora imparte una lección moral dickensiana sobre el esfuerzo y las responsabilidades. Con su gesto se sitúa en la línea de los Gates y de aquellos millonarios que no se contentan con reducir la herencia familiar sino que lo hacen público. Otro tipo de publicidad humillante altera a los que piensan si no deberían salir al encuentro del millonario Jason Buzi, que ha anunciado que viene a Madrid a regalar dinero. Sí, más humillante es la pobreza. El benjamín con pedigrí De casta le viene al galgo, y no precisamente de la que no se le cae de la boca a Pablo Podemos Iglesias. He escuchado a Alberto Sotillos, sociólogo, hijo de periodista que fue portavoz del primer y triunfal gobierno de Felipe González, y su coraje verbal suena bien diferente al del aparato socialista en este trance de quiebra y urgencia. Veintiocho años, izquierdista (opta por la “refundación” del partido) y digital (es experto en comunicación política), considera que Madina y Sánchez “forman parte de la vieja política”. Los militantes de base han expresado su confianza en él, aunque no lo haya llamado ningún barón. Pero le faltarán los avales: “Ese sistema medieval”, ha dicho. (La Vanguardia)

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28 de junio de 2014
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Tópicos del cáncer

“Ahora la rata se llamaba carcicoma. Esta vez sí, le había tocado”, escribe Susana Koska en las primeras páginas de Tópico de cáncer, el cuaderno de bitácora que la acompañó durante su lucha contra la enfermedad, recién publicado por Ediciones B. La actriz y realizadora, la chica del Cadillac, cuando menos -tras 28 años como compañera de Loquillo-, lo afrontó. A su manera. Abajo los cuentos chinos de que el dolor te hace más fuerte y te reviste de sabiduría, esa visión de la enfermedad como redención. Aunque el suyo sea un libro “liberador”, a pesar de la ira, también es una travesía por la impudicia, que comparte con el lector. El relato de Koska es poético a ratos, ácido, punk: “Hoy es el puto día mundial contra el Cáncer, lo único aceptable que escucho hasta ahora es ‘cuando a un paciente de cáncer le dices qué buena cara tienes, nosotras pensamos: es que el cáncer no lo tengo en la cara’”. Tras el diagnóstico, hay que asumir el protocolo del pánico. Amortiguar el pálpito abismal, domesticarlo. La sabiduría popular, siempre tan bienintencionada y a la vez errática, provee de todo tipo de sandeces que traslucen desentendimiento: “Hoy esto se cura, la medicina ha avanzado mucho…”. Tan ajenos a la experiencia íntima, a lo que es en verdad acostarse cada noche con el cáncer. La sensación de vivir atravesado por el filo de la sospecha, con controles periódicos y malestares cruzados, forma parte de la convivencia con el bicho. Un bicho que sólo en EE.UU. mueve -en medicamentos- 200.000 millones de euros, con un crecimiento anual del 10%. Y eso que hay premios Nobel que han puesto en duda la quimio y radioterapia, del mismo modo que han aflorado perniciosos gurús de terapias alternativas. Por ello resulta saludable escuchar otra voz más allá de las experiencias “ejemplares”, políticamente correctas, que a menudo silencian el vacío y la deriva, el miedo al cuadrado del enfermo. Y cronifican las palabras gastadas y los lugares comunes: desde el “te libraste porque has luchado”, como si muchos de quienes sucumben no lo hubieran hecho, hasta que el cáncer viene del estrés o de un conflicto no resuelto. Del extrañamiento de una misma, la complejidad de la vida en pareja durante el trance de quimios y radios, hasta el lugar que ocupan el sexo o el trabajo, trata este testimonio que no intenta enmascarar el cáncer bajo el discurso del optimismo y que denuncia de la frialdad clínica -a menudo concentrada en la enfermedad en lugar del enfermo-. “Yo decidí escribir el día a día para no olvidarme, para que el recuerdo y haber salido me nublaran la mirada realista”. Dolor sin pudor, debidamente documentado. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2014
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Voyeur

Cuando el ojo captura una imagen, la transforma en impulsos nerviosos que llegan hasta el cerebro, y allí, en un mecanismo tan complejo como hermoso, millones de neuronas interpretan lo que el ojo mira. Lo que ve es otra cosa. Aunque la filosofía performativa sostenga que la subjetividad no existe, puede darse el caso de que usted siga mirando tras la puerta entreabierta có mo una mujer se abrocha un vestido. Igual que fisga a las muchachas al bajar las escaleras del metro, la brisa de mayo enredada en su falda, y por un instante se cruzan las miradas ante la trágica evidencia de que lo que usted va a perder es para siempre. En la terrazas acostumbra a ver su pie desnudo, justo cuando lo saca del zapato exhausta de tacones y lo balancea como si se insinuara, aunque solo lo relaje. También atrapa esos gestos rápidos con los que las mujeres se recolocan las bragas y que, de ser cazado, le dejarían de predador. En verdad es lo que se siente, a riesgo de que quede oscuro confesarlo. Sin perversidad, la mirada es plana como el mar en calma. Mirar de reojo implica tener cámara trasera además de frontal. Y lo que no debía ser visto añadirá a la transformación de la imagen en impulsos nerviosos un matiz de deseo furtivo. ¿Cómo no iba usted a sucumbir ante el mito de la ventana iluminada frente a la que el ojo puede imaginar cómo se viste y desviste una vida, si se acuesta de lado o boca arriba, si bebe una tisana o se zumba un whisky? Frente a cada ventana iluminada, sea digital o real, de autobús o de Facebook, la mirada tiene barra libre. Nadie podrá robarle el estupendo trabajo que han realizado sus neuronas de voyeur ni los resultados obtenidos, alcanzando la gloria gracias a una visión turbadora. Puede que a la mañana siguiente se pregunte: ¿adónde me lleva ser voyeur? Irremediablemente, al vacío. Ese es el dolor del mirón, y no hablamos de tarados sino de individuos equilibrados e inteligentes como usted, con un ojo inquieto. ?El ojo tiene que viajar?, dejó dicho Diana Vreeland, una de las editoras de moda más influyentes del mundo. Usted siempre ha querido educarlo, regalarle buenas exposiciones y paisajes para aventureros o millonarios. Le habita la certidumbre de que, para encontrase con el sumo placer de su mirada, le basta una esquina por donde cruce la mujer, o el hombre, de su vida, aunque ellos nunca lo sabrán ni usted podrá comprobarlo. Porque sabe que en el centro de las miradas en fuga, románticas o libidinosas pero siempre perversas, habita una ilusión agonizante, y su imán consiste precisamente en saber que se trata de visiones efímeras. Trallazos fugaces de deseo inhabilitados para posarse sobre un nombre. Hasta que ese nombre invade sus oídos y el resto de órganos de su cuerpo. Y su condición de voyeur se libra del vacío poseyendo al objeto de deseo que nunca más volverá a ser mirado como la primera vez.

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24 de junio de 2014
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Cuando aún llamaba el cartero

Hubo un tiempo en que las cartas servían como consuelo e incluso creaban adicción; podían ser un jarro de agua fría o un cuchillo afilado; también una manera de pensar con medio cuerpo volcado con intensidad y concentración sobre la cuartillla. Una conversación apasionada y a la vez silenciosa con el destinatario. El género epistolar representó una forma de civilización que alambraba la intimidad y la cosa pública. Su influencia se especializó tanto en las cartas de amor que proclamaban la imposibilidad de amar -confesando dulcemente la congoja del sentimiento no correspondido- como en las cartas históricas que alertaban sobre la guerra y buscaban la paz. Soledad, utopía, compañía, conspiración, confidencias, dolor y pérdida, peticiones, abandonos, despedidas… Qué lejos ha quedado aquel tiempo donde la hoja metálica del abrecartas rasgaba el sobre y en el gesto impaciente a veces se quebraba una esquina de papel. O en que la punta de lengua ensalivaba el triángulo gomoso para sellar el mensaje. Ese ritual que entretuvo a reyes y gobernadores, escritores y cortesanas, conspiradores, amantes y amigos, familias, gente corriente que mientras escribía a la vez se explicaba a sí misma. Hoy, los buzones de correos se han hecho invisibles. Siguen estando en las aceras, en menor cantidad, como los carteros, pero su ascendencia social ha sido reemplazada por ingenieros informáticos y sistemas operativos que parecen actuar con mayor precisión que la mente humana, aunque fallen. Ya casi nadie se manda cartas. Sólo los bancos porque incluso las administraciones abrazan la telemática. Acaso los presos que no tienen acceso ni derecho a un ordenador y que según en que países se hallen, deben de aguardar varios meses en recibir respuesta. Porque tras la revolución de internet, sólo cuatro locos románticos están dispuestos a alargar la espera sin desafiar el tiempo y la distancia que ha vencido la inmediatez de la red. “Lo que ha hecho el correo electrónico es acelerar el eclipse epistolar. Permite indudablemente la carta de larga extensión, pero de hecho la constriñe. Acostumbramos a disculparnos si enviamos un correo electrónico que consideramos de extensión excesiva. También se disculpaba uno por una carta demasiado larga, pero era parte de la retórica epistolar, y no una limitación inducida, como ocurre con el envío electrónico”, expone Valentí Puig en una deliciosa y a la vez caprichosa antología de cartas firmadas por celebridades: A la carta. Cuando la correspondencia era un arte (Elba). Gandhi a Hitler, Emilia Pardo Bazán a Galdós, Josep Pla a Lilian Hirsch, Ortega y Gasset a su padre, Elvis Presley a Nixon, Abraham Lincoln al profesor de su hijo: “enséñele si puede a reír cuando esté triste…”. No todas se encuentran en la red, de igual manera que una contraseña nunca equivaldrá al lacre para sellar un secreto. Cartas sin nostalgia pero con memoria.

(La Vanguardia)

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23 de junio de 2014
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La moda, ese oficio temerario

A mitad del siglo XX los modistos no eran aún diseñadores, y vestían bata blanca, de maestro de taller, o sujetaban los alfileres entre los labios como Coco Chanel, que medio poseída pinchaba a sus clientas cuando moldeaba los tailleurs encima de sus cuerpos. ¡Cómo le molestaba eso a Brigitte Bardot! Cuando reapareció con setenta años después de un largo autoexilio en Suiza, desmontaba mangas sin boceto previo dando indicaciones a la première d’atelier. Decía que trabajaba “en cólera”, con los nervios tensos, con la perfección pegada al aliento. Hollywood la encumbró a ella y otros couturiers, que se convirtieron en mitos. Con el boom del prêt-à-porter y la hegemonía social de la moda llegó el show. Y desde Gianni Versace y su fama leonina en los ochenta a las excentricidades de John Galliano en los noventa, se evidenció que el oficio, con la presión de las multinacionales del lujo, podía llegar a ser altamente peligroso. A Versace lo asesinaron en Miami. Un loco, dijeron, o un asunto pasional. Y Galliano acabó defenestrado por el emporio al que había entregado sus últimos 15 años, multiplicando ventas. Años de adicción que nadie, ni los propios relaciones públicas de la firma, disimulaba; y que no invalidaron el talento y barroquismo pop del creador, capaz de actualizar la siluetas años cincuenta de Dior, adormecidas y rancias. Pero una mala noche dio al traste con todo. El dictado de la industria de la moda, que exige ser genial ya no dos veces al año, sino cuatro, ha golpeado a sus criaturas más mimadas. Desde los suicidios de McQueen, L’Wren Scott o, en España, Manuel Mota, al despido de Marc Jacobs por LVMH. Ahora Galliano admite su enfermedad, pero también anuncia su revancha contra el mundo que le ha satanizado por su intempestivo “amo a Hitler” en estado catatónico. “Mi mejor colección está aún por llegar, el nuevo Galliano será más grande y más fuerte” declaró a Le Point, en una entrevista con un neuropsiquiatra. Definitivamente, los savages han sido reemplazados por minimalistas urbanos. En España, los diseñadores de pasarela, aunque no se forren, siguen manteniendo sus tres minutos de fama. Caso aparte es Felipe Varela, el descubrimiento de la reina Letizia, sin desfiles ni entrevistas, pero el único español que tiene tienda en la prohibitiva Ortega y Gasset. Varela responde a suaves y educadas maneras, y es riguroso y discreto: 45 años, casado con un cubano, Jael Norberto Vázquez, y formado en la prestigiosa escuela Esmod de París. A partir de aquel traje grosella con jaretas horizontales que Letizia llevaba al lado del Dior de Bruni, su nombre se ha internacionalizado y viste a otras realezas. Musculado -rozando la vigorexia-, con gorra y gafas de sol, este madrileño que trabaja con sus hermanos, no forma parte de la Asociación de Creadores de Moda de España. Sus colegas le reclaman ahora a la flamante Reina que rompa la exclusividad. Mientras, Varela guarda silencio, consciente de que la envidia, como señalaba Unamuno, es la gangrena del alma. Española. Chica de portada La juez Mercedes Alaya demostró que incluso las mujeres clásicas, como ella, son prácticas, y se enchufó un trolley a juego con sus trajes sastre. Severa, con la piel blanca y un rostro antiguo, adquirió fama de indomable, como ahora la define la revista Vanity Fair. Hace unos meses sentí un gran alborozo cuando la vi disfrazada de novia, renovando los votos con su marido. Ahora descubrimos que una de sus frases recurrentes es: “Vamos, que tenga yo que aguantar esto por 3.500 dichosos euros”. Pero, lejos de agrandar al personaje, esa afirmación de que no trabaja por dinero refleja la pulsión del poder y el amor por las cámaras. Pocas veces una magistrada se ha vestido de gitana en la Feria de Sevilla… ‘Something Wild’ Otra historia clásica de Hollywood. Un latin lover -que no hablaba inglés- a la conquista del Olimpo se encuentra con una rubia “algo salvaje” que se codeaba con los mejores (Arthur Penn, Sidney Lumet, Brian De Palma, Woody Allen…), y a la que le atraían los chuletas. Se enamoraron y ella se tatuó un corazón con el nombre de su amado. La carrera del encantador Antonio despegó, pero la de ella se estancaba. Griffith parecía feliz, con su dulce acento yanqui, tras la estela de Hemingway en los toros y las procesiones de Málaga. Hoy Banderas produce, dirige, apadrina… Melanie tiene 56 años y, días después de anunciar el divorcio, ha empezado a maquillarse el tatuaje y el corazón. Sin complejos “No se puede ser lo que no se puede ver” reza una máxima que ha inspirado al gigante juguetero Mattel, creador, en 1959, de la muñeca que ha adjetivado a miles de mujeres, a menudo para poner en duda su valía y credibilidad. Hoy, en cambio, las barbies de carne y hueso, esas rubias flacas con pecho y tacones, ya no deben de temer la humillación que les suponía la etiqueta. En la última feria de juguetes, se presentó ni más ni menos que la Barbie Emprendedora, con un smartphone y la tableta incluidos. Definen a esta muñeca como elegante y ¡descarada! “Si lo sueñas, lo puedes tener. #sin_complejos” reza el eslogan. No entiendo la etiqueta, tratándose de Barbie en Silicon Valley: “Muy, muy rosa”. (La Vanguardia)

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22 de junio de 2014
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El Boomeran(g)
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